Etiqueta: la Rambla

  • Se embarca Carlos I para intentar de arrebatar Túnez a Barbarroja

    Se embarca Cárlos I para Cagliari en Cerdeña, punto de reunion de la grande escuadra para la empresa de Tunez.

  • Empieza construcción del edificio del Estudi General

    Solemne colocacion de la primera piedra para el edificio de los estudios generales en el lugar en que hoy está la puerta de Isabel II.

  • Primeras fiestas en Barcelona de Santa Teresa de Jesús, que celebra su beatificación venciendo a un cocodrilo volante

    En el otro estremo de la ciudad en una plaça que llamamos el pla den Llull, se apercibió una nave de buen tamaño muy hermosa, y bien adereçeda, y compuesta, con flamulas, y gallardetes de muy fina seda, con todas las xarcias, y velas que suelen tener las que navegan. En el castillete de popa, se hizo un estrado eminente, al pie del qual en las quatro esquinas se pusieron quatro niños muy hermosos, vestidos muy ricamente de los varios colores, con que se diferencian las quatro virtudes cardinales, cubiertos de joyas de gran valor, cada uno con las insignias de su virtud. Don Joseph de Josa, empuñanod la espada desnuda, representava la justicia: don Ramon Roig y de Mendoça abraçado con una coluna, significava la fortaleza: y Joseph de Aguilar mirandose en su espejo, descubria la madurez de la prudencia: y Francisco Maria de Giudice, hijo de un cavallero Ginoves Tesorero de la santa Cruzada, con el caliz en una mano, y jarro de agua en la otra, dando el devido punto a los regalos dela vida presente, tenia en si una imagen de la templança. Por la plaça de la nave, estavan repartidos doze fraylezitos niños, de los que traen el habito por devocion. Sobre el estrado se puso una imagen de nuestra Santa muy hermosa, vestida de muy rica seda, y cubierta de muchas joyas de perlas, y diamantes, y otras piedras preciosas muy finas, y de gran valor. Acudieron a acompañar esta nave una encamisada de cavalleros, cuyo capitan era don Juan de Boxados, a quien seguian el Conde de Peralada, y don Joseph de Cardona, don Guerau de Guardiola, don Luys de Rajadell señor de Jorba, don Joan Sarriera, don Pedro Aymeric, don Jayme de Llupia, don Miguel Clariana, Francisco de Oriz señor de Oriz, don Ambrosio Gallart, y Nicolas Bonet, todos ricamente vestidos con vaqueros de tela de plata y leonado, y unos volantes de lo mesmo, echados por las espaldas, con unas borlas que colgavan de los ombros, y les dava gracia de invencion maravillosa, y en los sombreros muchas plumas de los mesmos colores: los cavallos con ricos jaezes y adereços de guarniciones a la Francesa, que llaman corcheas, de plata, con lazos de leonado: trayan por Maestre de campo, a don Francisco de Pau y de Rocaberti. Y van guiando en la delantera los atabales y trompetas a cavallo, vestidos de los mesmos colores, y al pie de dozientas achas de cera blanca, sin otras de que la nave estava cercada y se alumbrava. Immediato a la nave, delante della venia un carro triumfal tirado de dos muy briosos frisones, en que estavan un juego de menestriles, revezandose en musicas muy regaladas. Con todo este ruydo de acompañamiento, musica, y luminaria, vino la nave, en que estava la Santa sulcando la tierra desde el puesto sobre dicho por la calle de bonayre: y por las espaldas de la casa de la contratacion (que llamamos lonja) dio la buelta a la calle ancha, de donde con viento en popa, y velas hinchadas, llegó a la puerta que sale a la rambla. Serian las nueve horas y media de la noche, quando la multitud de gente que estavan esperando, començó a alcançar de vista la nave de nuestra Santa, y causó en todos comun alegria y ternura de devocion. Llegó delantero don Francisco de Rocaberti, como Maestre de campo, haziendo plaça con su cavallo entre la multitud de pueblo, que la tenia muy bien ocupada. y parando la nave frontero del portal de la boqueria, con las dozientas achas, puestas a dos lados, se hizo una muy buena calle hasta la puerta ferriça, por la qual entraron primero juntos los cavalleros, haziendo su caracol con muy linda gala, y gallardo ayre: y parando delante la nave de la Santa, con su bendicion y cortesia, corrieron y rompieron a su gala cada uno cinco lanças, y assentaron campo en el cabo de la puerta ferriça todos juntos. Vino luego la nave, acercandose para la pelea contra el castillo, y nave de herejes de apostatas, (que diximos estar prevenidos) echando fuego de una bomba que tenia por proa, a modo de una bombarda. Acudió luego a la defensa el Cocodrillo, volando por el ayre, y meneando unas alas artificiales, que le avian puesto, como un demonio, echando grandes llamaradas de fueto por la boca, y por las manos, y pies, que parecian cinco bocas del infierno: porque de rato en rato, muy a menudo escupia de aquellas bombas, unas bocanadas de fuego, que rociavan toda la plaça, y parecian tiradas con el soplo de su aliento: y assi perseveró cerca de media hora, hasta que pegandose fuego a su castillo y nave, con el que la nave de la Santa les tirava, començo el castillo a disparar muchos truenos con muy buen orden…

  • Monjas mínimas de mudanza

    Jueves á 9 de Marzo 1628, día San Patia (San Paciano), obispo de Barcelona, se executó la translación de las religiosas mínimas del combento en que estavan en la calle del Hospital, á la esquina de un callejón que sale enfrente de las capuchinas, por ser la casa poco capaz y haverse ya dispuesto otra maior en la calle de los Tellers [Tallers], en donde havían empezado á fundar las religiosas cartuxas que en poco tiempo se extinguieron. La procesión se dispuso así: precedía primero una vandera de los mancebos pelaires, con muchas luzes; venían luego tres religiosos, cubiertos los rostros con unos paños blancos y las manos con unos sergiles (Del catalán sergil, tela delgada de lana. Albornoz.); la de enmedio llebava un santo Christo grande, á quien seguían las demás religiosas cubiertos los rostros y manos con sus velos, y después los religiosos y el señor obispo Sentís, que llebava la reserva en las manos: asistió mucha nobleza y patrones virtuosos á tan pía función. La procesión, desde la casa que dejavan á la que ivan, sólo pasaron por la Rambla derechamente al nuevo combento, y llegadas allá se cerró luego y el señor Obispo puso el sacramento en el nuebó sacrario.

  • Magnífico espectáculo y fiesta de disfraces para la infanta María Ana de Austria camino a su boda en Alemania con su primo, Fernando III de Hapsburgo

    Empresa mui grande, ó loco atrevimiento parece, el querer en breves líneas descifrar tanta magestad, tanta gala, tanta grandeza y tanta hermosura como la que mi pluma pretende describir en este capítulo; pero sírvame de sol, como á Ícaro para el precipicio, mi buen deseo, y me dé calor para relatar, aunque en tosco idioma, la maior celebridad que ha visto Barcelona en estos siglos, con la entrada y arribo de la serenísima Doña María de Austria, Reina dignísima de Ungría hermana de nuestro cathólico y gran monarca Phelippe quarto, que Dios guarde.

    Partió S. M. de la señora Reina, de la ciudad de Zaragoza, con aquel lucimiento y grandeza que se dirá; llegó á la siempre venerada montaña de Monserrate, entre cuias elevadas peñas tomó albergue la serenísima Reina de los Angeles María Señora nuestra, cuia milagrosa imagen y angélica casa, publican tan repetidos milagros, como manifiestan tanta multitud de ofrendas y dones de pechos agradecidos en su iglesia y casa. Recivieron allí á S. M. con el regalo y grandeza que acostumbra aquella religiosa comunidad á sus Reies y Príncipes: detúbose allí algunos días, visitando aquellas hermitas y santuario, que, en contraposición de los disiertos de Thebayda, da y ha dado tantos santos á la tri(un)fante Iglesia, y vió y admiró aquel prodigio, á cuia sagrada imagen rinden culto las más remotas naciones, que si decir se puede, hasta los infieles le tributan beneración.

    Llegaron allí los embaxadores de la Dip(utaci)ón rindiendo enhorabuenas y ofreciendo, en nombre del Principado, obsequiosas alegrías de que con su Real presencia onrrase esta provincia. Partió S. M. para Espar(ra)guera, dejando con amorosos afectos su corazón en aquel celeste sitio y morada de la Virgen, pasó de Espar(ra)guera al lugar de San Feliu (del Llobregat), distante de Barcelona dos leguas; llegaron allí los síndicos de la ciudad á ofrecer á S. M. con reverentes afectos su posivilidad y corazones. También fué el señor duque de Feria, virrey del Principado, á tributar paravienes de bienvenida y besar la mano á S. M. en compañía de mucha nobleza, con ricas libreas y lucidas carrozas, en que puso particular estudio la nobleza cathalana: señalóse la entrada para el día siguiente, que era viernes á ocho de Febrero de mil seiscientos y treinta. Este día partió S. M., después de haver comido, para Barcelona, entrando entra tres y quatro horas de la tarde en la forma que se dirá, precediendo un sin número de acémilas, ricas carrozas y familia, con costosas libreas, así de la Reina como de los que la hivan sirviendo.

    Veníanla asistiendo el arzobispo de Sevilla y duque de Alva, por el Rey n(uest)ro S(eño)r. El Arzobispo trahía gran lucimiento de familia y acémilas. Noté con especialidad cuarenta acémilas con los reposteros de damasco carmesí y bordadas las armas del Arzobispo en tela rica, con relieves de oro y plata. Los garrotes para asigurar la carga, era de plata maciza; las planchas que trahían los mulos de lo mismo, y con ricos plumages; las sogas eran cordones de seda. Venía entre estas acémilas una que sólo servía para el acarreo del agua, con cuatro grandes cántaros de plata, y hasta las mismas angarillas cubiertas de plata de martillo; venían con éstas muchos capellanes y 24 pajes, vestidos de terciopelo morado; sin éstos, una máquina de lacaios vestidos de morado, con capas guarnecidas de pasamanes de oro y seda, y asimismo el resto del vestido. El duque de Alva llebava también mucha familia ricamente vestida, mucho número de pajes y lacaios; la librea de éstos era de paño muy fino, color de canela, guarnecida de pasamanes de oro hasta las capas á lo largo, que estava hermoso; y en fin, descrivir por menudo las galas de todos, sería nunca acavar. Lo que puedo asigurar, que era una India la riqueza y thesoro que incluían tan ricos vestidos y libreas como trahían los señores y familias que vi entrar aquella tarde por la puerta de San Antonio.

    Llegó el Arzobispo á la Cruz cubierta, en donde, sin salir de su litera, aguardó que los puestos llegaran á dar la vien venida y besar la mano á la Reina, que poco más atrás también en su litera aguardara: que tardaron algo los puestos á llegar, vino el ex(cellentissi)mo señor Don Juan Sentis, Obispo de Barcelona, con su ilustre cavildo, que se componía de doctos y nobles sugetos, llegando cerca de la litera de la Reina: el Obispo en nombre de todos dio la bienvenida á S. M., y se ofreció á su Real servicio. Los prevendados pasavan de uno á uno, y vesando al Obispo la mano, hacían su acatamiento á S. M., á quien el Obispo nombrava y decía los sugetos quienes eran, así como hiban pasando: acavado esto, bolvióse el Obispo con su cavildo á cavallo, dio algunos pasos la litera de S. M. y llegó el consistorio de la Diputación, con las mazas altas y todos sus oficiales con mui costosos vestidos y, llegando á la litera, se apearon todos, y de uno á otro besaron la mano á (la) Reina, y cumpliendo con las ceremonias de bien venida se bol vieron á sus casas. Paró un poco S. M. y llegó la Ciudad en forma, con todo su acostumbrado séquito, y el Conseller en cap, que era Gerónimo de Navel, pasando al lado de la litera, sin baxar de á cavallo ni él ni los demás, dio en nombre de toda la ciudad el parabién del arrivo y hizo los devidos ofrecimientos, que, concluidos, se dispuso el entrar la Reina, cuio norte y modo fué así. Pasadas las recámaras de la Real persona, del arzobispo de Sevilla y duque de Alva, y todo el tren supernumerario en esta función, pasaron los cavallos ligeros de Perpiñán armados. Los soldados de lanza y pistola con la librea acostumbrada, color amarillo y negro: venían luego los títulos y primer familia de S. M., á quienes sucedían el Arzobispo y el de Alva, llevando en medio al embaxador de Alemania; consecutivamente venían los Conselleres con sus mazas altas y todos los oficiales de la casa, y luego venían el duque de Feria, Virrey, y el Conseller en cap, en medio de los quales, en unas andas ó litera descubierta, venía la Reina. Aquí quisiera ser un Apeles ó un eloquente retórico, para copiarte con razones la velleza de un ángel humanado, pues sin encarecimiento podré decirte que concurrían en su sugeto, hermosura y Mag(estad) tan sin afectación, que sólo ella podía ser copia de si misma: la litera venía guarnecida de damasco verde, con galón de oro; el vestido era también verde, pero apenas se divisava, pues el oro y plata de relieve cegava para descubrir el campo; el tocado al uso, con su rosa negra, manguito de martas, y toda ella parecía perla en verdes conchas; seguían después ricas carrozas de ayas, damas y meninas, tan ricamente vestidas en barios colores, que parecía el campo amena primavera en rigores de Febrero. Advirtiósele á S. M. que entre lo serio y afable de su belleza, á una parte y á otra miraba con particular gozo y amor á basallos tan finos de su hermano; salieron de la ciudad quatro numerosas y ricamente vestidas compañías de infantería, cuios cabos ó capitanes eran D[on] Fran(cisco) Doms (de Oms), D[on] Juan de Gril, D[on] Bernardo Salva y D[on] Alexo Semenat; los soldados eran las cofradías ó oficios de pelayres, sastres, pasamaneros y sederos, que en todo pasavan de mil quinientos hombres, y con mucha orden y destreza: al llegar Ta Reina delante los esquadrones, hicieron una vistosa salva que entre el estruendo de pífanos y cajas parecía un campo de batalla; repitieron segunda salva, y fueron de guardia á la persona. Llegando á la puerta de San Antonio, la artillería obró lo que le tocaba en repetidas salvas de muchos trabucos, que en ileras se havían puesto sobre el muro, á quienes respondía la soldadesca; caminaron con este orden y militar estruendo la calle del Hospital y Rambla, al Llano de San Fran(cis)co y casas de los duques de Cardona, en donde tenía su palacio. Al llegar aquí, toda la marina era un continuado trueno con tan repetido tiro. Apeóse S. M. y acompañándola hasta su cámara, se despidió la Ciudad y demás gente que la cortejara. Encarecer la multitud de almas que concurrieron á ver esta función no es posible, porque parecía que las havía llovido el cielo como el agua, quando más espesa y menuda cae. A poco rato que S. M. estubo allí deseó ver el mar, y pasando por la galería ó puente que se fabricó para nuestro Rey, se puso en el balcón del mar, á cuia vista las ocho galeras que ocupaban el muelle haciendo frente al balcón, mui ermoseadas de vanderas y gallardetes, hicieron repetidas salvas, á quien respondían las quatro compañías arriba dichas, que asiguro parecía una reñida batalla de numerosos exércitos. Entre estos marciales estruendos llegó la noche, en la qual, entregándose todos al descanso, tubo fin la fiesta de este día.

    Amaneció el siguiente, que era sábado, tan claro y apacible, que el mejor de el Mayo no pudo ygualarle (que hasta el cielo lisongea benigno á las R(eale)s personas). Estaba la Plaza prevenida para las fiestas, y tan ricamente aderezada como dispuso la vigilancia de los señores Diputados y requiría la ocasión; y por parecer pequeña para tanta magestad, en dos días se alargó muchas baras y ocupava un superfino terrapleno de la parte del muro, en que trabajaron trescientos hombres cada día. Estava todo el sitio rodeado de tablados curiosamente dispuestos, y particularmente uno, que ocupava el frontispicio de la casa del conde de Santa Coloma; estava doce palmos alto de tierra y sus columnas arriba, para formar el sobrecielo, todo de damasco azul y amarillo, con la tapicería de la Diputación, historia ó fábula de Mercurio, que en su género y riqueza no se le sabe ygual; este tablado hera para las señoras y damas de la Reyna únicamente.

    Aquel día, á horas competentes, besaron la mano á la Reyna en público el Obispo y cavildo, la Ciudad, los diputados, los consejos, y por su orden los demás puestos y nobleza: en estos obsequiosos y devidos cumplimientos se pasó aquel día, y llegando la noche, apenas extendió ésta su negro manto, quando, para desmentir sus sombras con artificiales luces, amaneció nuebo día en aquel sitio. Estava todo el cercado de blandoneras y acheras tan espesas, que el calor de unas á otras era tan activo que aindava á dirretirse y quemarse más aprisa, y en donde no podían ponerse achas, suplían calderones de tea. Toda la cera era blanca, y ella y la fiesta á costa de la Diputación. Poblóse luego el balcón de las damas de la Reyna y sucesivamente los tablados; llenóse la plaza de gente de calidad, que fué preciso que salieran á despejarla. Don Bernardino de Marimón y Miguel Juan Granollaes, que con hermosos cavallos y ricos aderezos de raso verde y pasamanes de oro, vistiendo ellos el mismo color, y ocho lacaios con librea encarnada y plata, despejaron la Plaza, y luego S. M. ocupó el balcón de su mismo palacio, que hacía frente á la misma plaza, y se dio principio á la fiesta en esta forma: entraron delante clarines, trompetas, cajas y menestriles, todos con libreas de damasco blanco y carmesí, antiguos colores de las libreas del Principado; venían después quatro maeses de Campo, quienes heran D[on] Juan de Ardena, Joseph de Bella filla, Don Juan Ferrán y Don Pedro Vila, con ricas galas, plumajes, hermosos adrezos y vizarros cavallos; venían sucesivamente el diputado Militar Don Francisco Sentis, acompañado de Don Joseph de Cárdena, conde de Montagut, vestidos á la española de la m(an)g(a)? leonada, con franxas de oro de Milán, y las capas de lo mismo á echura de gavanes; el aderezo de los cavallos era de lo mismo, con quarenta lacaios de librea de lo mismo, que si no hera tan costosa como las galas de los dueños, hacía los mismos visos, con mucho plumaje y sus achas encendidas corrieron parejas, y haciendo acatamiento á S. M. con las lanzas, tomaron su puesto. Lo mismo hacían los demás que se siguen, con gran concierto y vizarría. Entraron después D[on] Joseph Cano? y Don Ramón Semmenat en traje de emperadores romanos coronados de laurel, con ricos cabos y adrezos: llebaban ocho lacayos á la romana, vestidos con cotas largas plateadas, con helantes de plata y sus achas de cera blanca encendidas. Es de advertir que era á cordado que ninguna pareja podía entrar más que ocho lacayos, menos las del Diputado militar y vizconde de Job. Gerónimo de Gava y Marcho? vestidos á la francesa, los bestidos acuchillados con muchas mengalas blancas qual salían por la trepadura; los calzones de grana guarnecidos de pasamanes de oro. Los lacaios en el mismo traje color y bestidos, algo menos costosos. Joseph de Corbera y Diego de Bergos en traje pastoril, pero con mucha gintileza y curiosos vestidos. Los lacaios al mismo modo y color. Don Juan Junent y Luis Lluy, en forma de ninfas y amadriades de los bosques, con muchas telas brillantes salieron muí galanes: los lacaios bestidos con vaquelléros á lo antiguo, con bariedad de colores, que en plumas é invenciones lustrosas hacían famosa vista. El varón de Rocafort y Don Ph(elip)e Ferrán en traje de egipcios, con bariedad de plumajes ricos y diversos colores. Los lacaios del mismo género. Don Joseph Doms y Don Joseph Gamir á lo portugués, que bien que iban de negro, hacía mucho el vestido por ir guarnecido de canutillo y pasamanes de plata; los lacaios de esclavos, con justillos del mismo color y calzón blanco. Don Francisco Funet y Don Antonio Mur en traje bolonés, con mucha gallardía y donaire. Los lacaios asimismo cerraban esta quadrilla. Don Luis Rejadell y Don Luis Soler vestidos á la española, con ricas galas y costosos plumajes y no menores adrezos de cavallos, que todos en su traje procuraban llebar ricos ginetes. Los lacaios destos dos últimos iban también de librea á la española. Sin intermisión ninguna, al son de pífanos y atambores, entraron quatro carros triunfales con mucho primor y destreza fabricados, tenía cada uno 24 barás en largo y 16 en ancho, con sus valagostados á los lados, todos plateados, y á cada esquina personajes de bulto mui bien trabajados; llebavan unas telas pintadas de variedad de fábulas al rededor de los carros hasta tierra, y con ellas se cubrían assí las ruedas como la gente que movía la máquina del carro con tal orden y secreto, que parecía que sin impulso alguno caminava; venían en cada carro cinco caballeros armados de punta en blanco, con lanzas plateadas y ricos plumajes y libreas con muchos volantes: todos los de un carro iban de una color y los otros de otra, entrando la plaza con gran magestad y lucimiento; dieron uña buelta á ella haciendo el devido acatamiento á la Reyna, y hecho esto, se retiraron los carros á un cavo de la Plaza. En cada carro iba uno que hacía maestre de Campo delante los otros quatro: que eran del primer carro, Don Ramón Gelabert; del 2.º Don Francisco de Paguera; del 3.º, Don Ramón Zalma; y del 4.º Don Luis de Escallar. Entró luego la otra quadrilla, que se componía destos: Francisco Gallar y Jayme Magarola vestidos á lo indiano, todos negros, con tal primor y velleza de plumajes, que sin deslucir á los demás se tubieron éstos por los más gallardos y bien vistos de todos los trajes, pues en riqueza quisieron manifestar ser en sí una India. Don Grao Guardiola y Don Juan de Tamarite á lo tudesco, con ricas y brillantes entretelas. Don Bernardo y Don Miguel de Calva en traje de salvajes, vestidos de oro y verde, con mucho primor y no de poco coste. Don Luis de Jenolar y Francisco Sorribas vestidos de úngaros, muy ricos sombreros al estilo de aquella nación y forrados de martas y el vestido también, que pareció muchas veces bien esta gala. Los lacaios de todos estos, al mismo modo que sus dueños en trajes y colores. Don Alexo Grimau y Don Luis Sanz al modo que nos pintan las amazonas, con mucho donaire y gala, y los lacaios á modo de antiguos soldados, iguales en color á sus amos. Don Juan de Eril y Don Thomás Fontanet de vandoleros á la cathalana, con trajes al uso, mucha charpa, flasco y pistolas, las capas á la gascona leonadas y oro con muchos alamares, y forradas en tela de plata con ricos adrezos los cavallos. Los lacaios en cuerpo al uso, con pistolas. El capitán Miguel y Planella, como á persianos, salieron con lucidas galas; los lacaios al mismo traje gallardamente vestidos. Don Gaspar Calders y Joseph Aguillar de flamencos, con rrubias guedejas y vistosas galas. Los lacaios del propio modo; el oidor militar, que era Francisco Casanovas, y el vizconde de Job, á la antigua española, con calzones á la antonia, capa con capilla y gorra llana, con tanta vizarría y gala, que no se podía desear más. Estos trahían quarenta lacaios vestidos á nuestra antigua moda: todos venían con mascarillas, procurando en ellas cada qual copiar los rostros de las naciones que representavan. Dióse principio á los estafermos, pues en cada cavo de plaza havía uno, y empezó á correr el Diputado militar, después de haver todos hecho las devidas cortesías á la Reyna; tomávanse las lanzas en medio de la plaza, que, como heran dos los estafermos, avían al cavo de la carrera de ejecutar la suerte, y en un hermoso caracol que formaban con los cavallos, en breve rato corrieron de seis á ocho lanzas cada uno, con gran destreza, felicidad y buenas suertes. Mudáronse luego las achas del cerco de la plaza con tal disimulo, que siendo más de mil achas las que de continuo quemaron, admiró mucho asi la diligencia como la grandeza: interrumpieron esta nobedad y atención los pífanos y atambores, á cuio aviso, con magestuoso movimiento, se juntaron los quatro carros triunfales delante el balcón de la Reyna, y formando uno servían los balagostados de hermosa valla para el torneo, que se hizo todo lo bien que se podía desear; concluiendo la fiesta con dos follas de cinco á cinco, y dando con gran orden y hermosa gala una buelta á la plaza, se retiraron todos, que era ya pasada media noche. Un lacaio poco experto pereció en la desilada del estafermo atropellado de un cavallo.

    El día siguiente, que era domingo de Carnestolendas, se esmeró la nación cathalana en hacer las más festibas este año que las demás, con báriedad de danzas, bayles, quadrillas y hermosos y ricos disfraces; el clos (cercado) era en el Llano de San Francisco, adonde todas las máscaras y el concurso asistía, y en devidos puestos era un continuo sarao y festín; y para esto tenían los Conselleres, como acostumbran, barias quadrillas de músicos y menestriles; por las noches era toda Barcelona una fingida Troya en fuegos y luminarias, pues hasta los muros estavan cercados de luces con bariedad de imbenciones. Esto duró las tres noches, y todas ellas se dava fin al bullicio pasada la medía noche: á las oraciones la artillería y milicia hacía su salva, y todo cuanto se oía y veía era demostraciones de amor, festejos de gozo, en obsequios y aplausos de la serenísima Reyna.

    Ultimo día de Carnestolendas, que lo era de nuestra gloriosa patrona, quiso S. M. con su eredado celo y cathólica piedad visitar su santo sepulcro de la virgen y mártir Santa Eulalia, y así fué S. M. con mucho lucimiento al Aseo. Estava aquélla iglesia un abreviado cielo, así de riquísimas colgaduras como de plata y oro, y con muchos perfumes y aromas: asistióle el cavildo todo, y visitó la capilla con suma devoción; llevada de la misma, el lunes 25 hizo la misma diligencia al glorioso San Raymundo de Peñafort, en el combento ó iglesia de Santa Cathalina mártir, de religiosos dominicos: havían también éstos adornado ricamente la iglesia y altares; recivió á S. M. la comunidad cantando el Tedeum laudamus, y después de haver hecho oración al Sacramento, visitó la capilla del Santo, en donde vio á sus dos hermanos Rey y Reyna n(uest)ros?: tomó después su coche. Iba en cuerpo con un bestido de terciopelo azul y negro, bordado de oro y mui preciosas joyas. Reconoció S. M. la fineza y amor con que la miravan los cathalanes, que guiasen por la calle de los Mercaderes, de la Boria y de Moncada, al muelle; luego llegó la noticia á la marina, y recojiendo las tiendas las galeras, dieron al viento hermosas vanderas, flámulas y gallardetes, y llegando S. M. á emparejar con ellas, dispararon artillería y mosquetería con gran gala repitiendo hasta sigunda salva, haciendo lo propio las demás embarcaciones: paseó un rato S. M. y, retirándose, dejó entre gustosos y apesarados los ánimos de quien la miraba, ocasionando ambos efectos su vista y su ausencia.

    Domingo, á dos de Marzo, quiso ver S. M. el sumptuoso combento de San Fran(cis)co, y así pasando por la tribuna, bajó á la iglesia, en donde los religiosos, cantando el Tedeum laudamus, la recivieron: hizo oración á Nuestro Señor, y entrando por la sachristía, dio vista á todo el combento haciendo mansión un rato en el claustrillo pequeño, con ocasión de la montañuela que con bariedad de personajes ó imbenciones de agua tienen dispuesta los religiosos.

    Domingo, á tres del mismo mes, mandó S. M. prevenir sus carrozas, y acompañada S. M. del arzobispo de Sevilla, de su confesor, del conde de Barajas, damas, meninas y meninos, se fué á visitar la Real casa y monasterio de Pedralbas: á la noticia de este viaje se poblaron los campos y caminos de gente, que parecía un numeroso exército. Havían precedido algunos días de gran templanza, y como el clima es benigno en este país, estaba ya la campaña hecha una alfombra verde y casi entretejidas de flores, pues ambiciosas de rendir cultos á tanta Magestad, intrépidamente rompieron las conchas de que naturaleza las previno en los rigores de Henero. Alegres los pajarillos de tanta grandeza y soberano huésped, lisonjeaban en dulce armonía con barios motetes, y en fin, todos tributaban beneraciones y parabienes á tanta grandeza. Llegó S. M. al monasterio, y reciviéronla aquellas santas religiosas con indecible alegfía, entonando el Tedeum: besáronla la mano, y al entrar en la clausura, era tanto lo que sentía el concurso perderla de vista aquel breve rato, que no pudiendo aguantar la guardia, fué preciso que el conde de Barajas insinuara á S. M. el desconsuelo con que quedaban, y dijo entonces S. M. en voz alta que luego saldría, que se quitasen, y que permitía entraran todas las señoras y damas cathalanas que allí estaban, y que los hombres quedasen. En procesión se fueron derechamente al coro y luego hubo sermón, que, acavado, dijo misa el Capellán maior de S. M., y concluida se fueron á donde las religiosas tenían ya dispuestas las mesas y sumptuosa comida: della nada diré, pues estando entre monjas, dicho se está que sería todo cumplidísimo: comió S. M. en presencia de todos y las damas cathalanas, enseñando con su modestia, templanza y pasimonia lo que deben hacer las señoras; retiróse luego á otra estancia, para dar lugar á que las damas comiesen. Las barcelonesas se repartieron por las celdas con sus conocidas. En haver comido, quiso S. M. pagar el agasajo á las damas cathalanas y llebada de su gran benignidad, las embió á decirles daba lugar para besarle la mano, que todas lo ejecutaron con reverente obsequio y rendida obediencia. Pasóse la tarde en ver la casa y su grandeza; dieron las monjas una esplendida merienda de bariedad de dulces, y S. M., después de haver tomado algo, dijo á las circunstantes todas que comieran sin reparo ni atención alguna; mandó luego se dispusieran los coches para bolverse á Barcelona, que ya era tarde, y con el referido aplauso bolvio á Palacio.

    El lunes, á 17 del mismo, visitó S. M. la iglesia y Real combento de la Virgen de la M(e)r(e)d: iba bestida de terciopelo morado con guarnición de puntas de oro y rico adrezo de diamantes; recivieronla aquellos santos religiosos en la conformidad que los demás combentos, y hecha oración en la iglesia, pasó Su Magestad al combento, y después de visto condujéronla al refitorio, pieza mui vella, en donde con rendida voluntad tenían los padres una mesa puesta con 40 fuentes de variedad de dulces, y á su lado un primoroso aparador de vidrios, que se llevaron toda la real atención y de los circunstantes. Sentóse S. M. en una silla de terciopelo carmesí, por ceremonia no más, y apenas se lebantó, quando entre los del cortejo quedaron mesa y aparador destituidos de todo, que pareció un encanto la brevedad y sutileza con que lo lebantaron; bolvióse S. M. á casa, y viendo la multitud que la seguía y llevada de su deboción, por el Llano de San Francisco suvió á la muralla y fué á visitar la capilla de Monserrate, y por la misma muralla se bolvio á su Palacio.

  • Un veguer de Barcelona secuestra a segadores para cumplir con su concesión de reclutador del ejército, y los compañeros de aquellos le detrozan la casa

    En primeros de Junio probeió el duque de Cardona la vara de veguer en favor de M.º J. Forés, con pacto que á su costa lebantara 25 soldados para el Rey: aceptó el pacto, y no lo pudiendo cumplir, ó no queriendo, usó de la estratagema de salir el día 12 de Junio á la Rambla á alquilar unos seis segadores, que entonces estava lleno de ellos: concertólos para segar, y ajustado el tanto del jornal, les dijo le siguieran: llebólos á su casa, y bajándolos á un sótano los cerró allí, quitándoles las armas y haciéndoles tener custodia: al siguiente día bolvió á querer hacer lo mismo, y reconociendo los segadores que de los que el día antes havía llebado no se veía alguno, entraron en sospecha de alguna violencia, y como savían el pacto dicho, y que no hallava quien quisiera por su respecto asentar la plaza de soldado, creció la sospecha de su alebosía, y también que no dejarían de transcender algo del estado de sus compañeros. Vacilando en estos discursos, no faltó alguno que dijo los quería llebar á la Tarazana; apenas oieron esto, quando amotinándose contra él y pidiéndole les restituiese sus camaradas, él dió á huir y metióse en una iglesia.

    Congregados los segadores, y con el grito de vivan los bergantes, se fueron á su casa, que la tenía á media calle Ancha, y entrándola, reconociéronla toda, y en aliando sus compañeros, dieron en arrojar alajas y quanto hallavan por la ventana y los que estavan bajo á hacerlo pedazos: quando ya no havían dejado clavos en las paredes, ni puertas en pie, quisieron pegar fuego; pero estórbeselo una recia tronada de agua, y como ya no quedava alaja sana, se sosegaron.

    Viendo el gobernador el tumulto, que el Virrey estava fuera, pidió á la Ciudad mandara ir algunas compañías, y aunque fueron, ninguno quiso disparar un mosquetazo, antes en algún modo les aiudavan; viendo tal desbergüenza, empezó la Ciudad á hacer maior demostración y á cerrar las puertas, pero los segadores visto que se tomava con veras, se unieron todos, que pasavan de 400, y hecho un cuerpo se encaminaron á la puerta del Ángel con los pedreñales en las manos y las oces desnudas, amenazando que si les dañaban harían algún estrago; y haciéndose abrir con violencia la puerta, se salieron de la ciudad y se sosegó todo, y Forés no se vio en muchos meses.

  • Corpus de Sangre: el plebeyo y los vallesanos matan a ricos, notables, forasteros, y sus criados; queman y saquean; el Virrey muere de un infarto (es gordito) o defendido hasta el último por en esclavo africano

    Viendo nuestro Virrey el lebantamiento del país, el sumo desconcierto de las cosas, lo poco que le temían, y que todo amenazava ruina, estaba temerosísimo de su última desdicha: aumentava sus temores el ver que con la disposición de la cosecha concurrían ya los segadores, gente sin respecto, atención ni orden, y más en ocasión, que con las operaciones de la milicia, estavan los ánimos tan yrritados; y para evitar el ingreso en Barcelona pidió á los conselleres, que señalando puestos á los segadores fuera de la ciudad, en donde se les diesen mantenimientos, se les negase la entrada. Pero era ardua la empresa, porque el pueblo no lo lleba bien, y que temía que si convenidos los segadores se ausentaran, quedava la cosecha en los campos, y así no les pareció combeniente; como también que quando las milicias empezaron á desmandarse, los diputados y conselleres le suplicaron atajase aquellos daños, que de no hacerlo, sucederían yrreparables ruinas, á que no atendió: de donde resultó unibersal desazón en todos, y á caminar los negocios de mui mala calidad.

    Llegó el día del Corpus (tan lamentable para España), que era á 7 de Junio de 1640 ([nota omitida]). Havían concurrido muchísimos segadores y todos armados, y con más desbergüenza que otros años. Ese día, á cosa de las nuebe de la mañana, un criado del alguacil Monrrodón, topando un segador cerca de S(ant)a María de la Mar, quiso reconocerlo, resistióse el segador, y travándose de palabras, el criado dio de puñaladas al segador (bien que no murió). Luego llegó la nueba al congreso de los segadores en la Rambla, que llegaban á cerca de quinientos, y oiendo que les havían muerto un compañero, rebentó la mina, y apellidando Visca la terra y muiran los traidors…, de carrera abierta se encaminaron á casa el de S(anta) Coloma, virrey, para pegar fuego á la casa, y tomando de un orno vecino quanta leña encontraron, disponían pegar fuego, tomando todas las calles para que no se les opusiese nadie. A las boces y noticias del intento, salieron los religiosos de San Francisco con un Santo Christo grande, y poniéndolo sobre la leña, y ellos de rodillas, con ruegos aplacando los segadores, apartándoles, y quitando la imagen unos, y otros poniéndola, estubieron gran rato; y viendo los religiosos que nada bastava, sacaron la reserva de la iglesia, que á la sazón estava patente para el Oficio, y poniéndola sobre una mesa á la puerta de casa del Virrey, proseguían sus ruegos.

    La casa estava toda cerrada; en el intermedio los diputados y conselleres, en forma de comunes, con los obispos de Barcelona, Vique y Urgel, que se hallavan aquí, acudieron al puesto, y con ruegos y persuasiones procuravan sosegar el tumulto y despeño de los segadores, representándoles era perderse todos y perder á Cathaluña con esta acción. Pero nada bastava, porque la pasión los llebava ciegos y sin juicio, y más, viendo que en la gente plevea no aliaban contradicción, antes bien se les leía en los rostros natural complacencia.

    Estando en estas amonestaciones, quiso la desgracia que en la muralla mataron un segador de desgracia, porque yendo ellos con ellos tan furiosos y desatinados, se les disparó una arma y con el tiro mató á uno de ellos.

    Al mismo frangente del tiro abrieron una ventana del palacio, y como el odio nunca pone los ojos sino en su opuesto, parecióles havían tirado del palacio; y con esta suposición, creció en ellos el coraje y la rrabia, indignándose de nuevo y voceando cremaulos…; crecieron también los rruegos y amonestaciones de los padres de república y prelados, y, por último, con sumo travajo y grandes caricias redujeron á los segadores á que seguieran los conselleres y diputados, y sacándolos hacia la Rambla los llevaron consigo, quedando los prelados con la reserva á la puerta del palacio; pero á cada ruido que se oía se aterraban todos, y como veían los segadores que sucediendo esto al trasladar el Sacramento, desde la puerta del Virrey hasta la iglesia, estubo oras en el poco trecho que ay: la Ciudad mandó poner tres compañías de guardia al palacio del Virrey.

    Prosiguiendo el camino de los segadores, que con arta dificultad los llebavan hasta la Rambla, y procurándoles allí hacer varias pláticas para apaciguarlos; viéndolos algo más benignos, y atendiendo al remedio de tanto daño como amenazava, se ausentaron los conselleres y diputados para subenir á donde más importava.

    Confabulándose los segadores y bolviendo á su desenfreno, se les ofreció á la vista la casa del Doctor Balart (Gabriel Berart), juez de la Real Audiencia, y que en las levas del Principado, quando lo de Salsas, havía hecho muchas extorsiones, ganando para sí muchos enemigos y más doblones y menos soldados para el Rey. Tocóle á éste la vereda de(l) Vallés…, de donde eran los más de los segadores, y acordándose de su daño, embestieron la casa, que la tenía á la esquina de la calle del Carmen, y no queriéndola quemar porque las de los lados no pereciesen, sacaron á la Rambla quanto en ella hallaron, y formando una grande oguera, le quemaron quanto tenía, sin perdonar otro que los quadros é imágenes de santos, que balían muchos millares entre escritorios, sillas, arcas, camas, ropa, librería, colgaduras, tapicerías, procesos y hasta sacos de moneda, sin que nadie tocase á nada; antes, mientras duró la oguera, estubieron algunos de guardia para que nadie se aprovechase.

    Acabado de quemar esto, se fueron á casa D. Grao Guardiola, maestro del racional (El maestre racional de Cataluña era el contador general de la casa y Corte de los Reyes y de las Rentas dominicales y fiscales; se instituyó para oir, ver y recibir las cuentas de los bayles, generales, procuradores reales, vegueres, recetores, no sólo en Cataluña, sino de Mallorca, Rosellón y Cerdeña…), que estava cerca la puerta del Ángel, y con ocasión del vagaje para Salsas, havía hecho también iniquidades con los pobres paisanos, no pagando á muchos, y otros haciéndoles reventar y perder el ganado, de donde ganando injustamente mucho dinero, havía comprado ynumerables enemigos, y no pocos de ellos se hallaban en hávitos de segadores, y así llegando á la casa, sacaron quanto en ella havía, hasta puertas y ventanas; y haciendo sigunda oguera en la plaza de Santa Ana, quemaron quanto havía, que era de inmensa riqueza, porque escritorios y bufetillos, guarnecidos de plata y hasta braseros de plata, todo lo hechaban al fuego, sin dejar la menor cosa del mundo. Traxeron el Santísimo de la iglesia del Pino, pero ni esto bastava, antes bien decían que ellos bolvían por la fee, pues quemando las iglesias y sacramentos los castellanos, y pudiéndolo remediar no lo hacían, que era razón lo pagasen.

    Bolviendo por la Rambla, toparon con la cochería del Duque de Fernandina (D. García de Toledo, marqués de Villafranca, duque de Fernándina y general de las galeras.), nada bien visto, y echando las puertas en tierra, que estava en la esquina del Buen Suceso, tomaron los coches y llevándoles á la oguera de los trastos de Balart (Berart), que todavía quemava, los convirtieron en ceniza, que entre coches, literas, galeras y carrocillas balían millares de ducados. Sólo una carrocilla dijeron le havía costado pocos meses antes dos mil escudos.

    Quemados los coches, se fueron á quemar la casa del Duque, que estava tras el combento de los Angeles, y hallando cinco ó seis criados que la guardavan, y que quisieron hacer armas, como allí no havía peligro de otras cosas, luego pegaron fuego; y viéndose los criados que havían de morir á las llamas, quiriendo escapar con la vida, treparon una pared que da al combento y pasáronse á él, pero reconocido por los segadores, entrando en la clausura, les dieron muerte. Aquí ya concurría gente de la ciudad, por el antiguo odio que tenían al Duque. También mataron aquí un sacerdote, por desgracia, que entrando en las monjas á ministrar el sacramento de la penitencia á los criados, deseando ver adonde havía de acudir, acertóse abrir una ventana del huerto, á la que, como á las demás, porque ningún criado escapase, atendían los segadores, que viéndola abrir, dispararon, y diéronle en la caveza dos valas, de las quales murió luego sin decir Jesús, y asimismo los demás criados: la casa toda se quemó.

    Volviendo al Virrey que confuso y decaído de ánimo en tal disturvio y ocurrencia de cosas, no dándose por siguro en su casa con las guardias de la Ciudad, se pasó al baluarte de S(an)ta Eulalia entre una y dos de la tarde, en compañía de su hijo y algunos cavalleros cathalanes: ni allí sosegó su corazón (como el que ansioso de su mayor siguridad, la busca á veces en su mayor ruina), bien que tenía una compañía de guardia en el mismo baluarte, pero no faltó quien, mal advertido le persuadió, que no era crédito de su persona ni de la del Rey que haviendo presidios reales, se guareciese á los que tenía la Ciudad, y así se pasó á la Ataraçana, en donde havía mucha milicia y algunos cinquenta cavallos, que cerrando los restrillos y tomando todas las armas, se procurava asigurar allí su persona; persuadíanle los obispos se embarcase en una galera de Génova, que havían hecho venir delante la Taraçana, pero no quiso ejecutarlo, que quando Dios quiere que se cumplan sus decretos cierra los ojos al entendimiento, para que no veamos lo que nos está bien, y á él le sucedió así, pareciéndole estaba en la mayor siguridad.

    Noticiosos los conselleres de lo que se hiua obrando, y recelando del mal rostro de las cosas lamentables sucesos, repetían pregones, pena de la vida, que las cofradías y oficios acudiesen á casa de la Ciudad armados, para repartirlos en sus puestos y poner custodia á donde combendría; pero como á la plebe (siempre amiga de novedades y reboluciones) le complacía lo que los segadores obravan, y aun deseaban hiciesen más, ninguno obedecía, á cuia vista los conselleres, con sus gramallas, se resolvieron á salir en busca de los segadores, y llegando á casa de D. Grao Guardiola, sólo toparon el estrago en la oguera y la noticia de que el tumulto estava en casa el de Fernandina. Encamináronse allá, llegando á la sazón de estarse tirando los de adentro con los de afuera, como dije arriba: quiso el hado que con la premura y congoja que hivan los conselleres por medio del tumulto, tropezase uno con la gramalla y caiese (Fué el conceller tercero José Massana), sin que la opresión de los circunstantes le permitiese lebantar con la brevedad que era menester; viéronle caer en ocasión que todo era tirar, y sin más averiguación empezaron á gritar que los castellanos havían muerto un conseller; corrió esta voz por Barcelona, aún más repentina que el suceso, y tan creída de todos, que al instante se sublevó la plebe de Barcelona, apellidando Traición, que nos han muerto un Conseller. ¡Dios sea conmigo, y qué error y desorden al oir esta nueba! Pues quitándose el velo la modestia barcelonesa, que hasta entonces havía conservado, corrió con el mismo desenfreno que los segadores á la total ruina de los castellanos; y al desquite del odio que contra ellos se havía concevido, nadie desee verse, ni culpe mi corto encarecimiento, en día como este que parecía su infierno esta ciudad.

    Encamináronse luego á la Ataracana, y hallándola cerrada, empezaron á vocear: Aquí están los traidores; quemémoslos, y viva la patria. Havíale ya llegado al conde de Santa Coloma la fingida muerte del conseller, bien que de los más ó de todos creída, y apenas se la difieren pronunció estas razones: ¿Un conseller ha muerto? yo soy muerto. ¡Quién duda que los impulsos de su vecina muerte y las congojas le tendrían ya comprendido, y que ocurrióndole ser causa de todas estas desdichas, ó por omisión suia, ó descuido afectado, le serían otros tantos torcedores y berdugos de su conciencia y lastimado corazón!

    Estando en estas apreturas, oieron el tumulto á las puertas, el grito de mueran, y la noticia de haver pegado fuego á las puertas, mientras travajavan los del tumulto en abrir, porque con mucha madera estavan las puertas y rastrillos cerradas. Quiso el Virrey embarcarse, pero ya no hubo lugar, porque al tiempo de acudir á la Ataracana la gente de Barcelona, se suvió muchísima al baluarte de Santa Eulalia y Torre de las Pulgas, de donde á mosquetazos y tiros de artillería, sin orden alguno, hicieron apartar la galera y se hicieron dueños de la salida por mar. Visto esto, y que la gente estava ya mui cerca de entrar, se dispidió el Virrey de los obispos y cavalleros, que casi todos los de Barcelona estavan con él, y diciéndoles, sálvese quien pueda, con algunos que le siguieron se entró en el baluarte del Rey, y por unas ruinas de la muralla bajó á tierra hacia la parte de San Bertrán, encaminándose por la orilla del agua entre la montaña y el mar. Otros hacia Santa Madrona; otros hacia Monjuique; algunos bolvióndose á la ciudad y los obispos escalándose por la pared de la huerta que da hacia Santa Mónica, se dividieron.

    Entró la furia del tumulto, y reconociendo el puesto por donde havían huído, dieron tras ellos á la desilada, cada uno por donde le parecía, matando á quantos castellanos y extranjeros encontravan, y los obispos, á no hallarse el de Barcelona entreellos, no sé qué huviera sido.

    El Virrey, juzgando más segura la derrota que llebava, prosiguió con ella, desamparado ya de la nobleza cathalana, y con boyado de pocos de los suios, porque cada uno miraya á salvarse, pero nada le aprovechó, ni yo podré decir de sus pasos; sí sólo el estado en que le hallaron difunto y el puesto, que era baxo San Bertrán, los pies casi dentro el agua, desabrochado de pechos, quitada la golilla, con cinco ó seis puñaladas entre el estómago y barriga, pero sin gota de sangre, y un golpecito, cosa muy poca, en la frente. En este mísero estado se vio muerto el que pocos meses antes se havía visto capitanear quarenta mil hombres, y pocas horas antes governar una provincia. ¡Ha infelicidades desta vida, á qué términos traéis los hombres! ¡O culpas nuestras, á qué nos conducís y á quán desastrado é infelice fin nos lleváis!

    Antes de topar con el cadáver del Virrey, encontraron con cinco ó seis de cavalleros forasteros, todos disfigurados, y el más vecino al Virrey era un cavallero anciano, de gran bondad, que havía muchos años residía en Barcelona, llamado F. Ernández, que tenía un oficio en la Ataracana.

    A las once de la noche truxeron á la Merced en una escala al Virrey, que de otro modo no pudieron sacarlo de donde estava, y sigún el desprecio con que lo conducían, parecía ser un vandolero. Pusiéronlo en la capilla de la Soledad, y causava sumo dolor su gran fatalidad y suma compasión el verlo; pero si havía sido causa de tan lamentables ruinas, no es mucho que Dios permitiera en el lo que acabamos de ver ([omitidas cartas sobre la impresión que produjo en la corte la noticia de su muerte]).

    Jamás se aberiguó el homicida por dilig(encia)s que se hicieron, porque la Ciudad, con público vando al otro día, ofrecía quatro mil libras y una vida, no siendo la del mismo actor, á quien lo descubriera: á vista de no descubrirse el actor, se hicieron barios discursos: quién decía que las puñaladas havían sido después de muerto, viendo no saltó gota de sangre; quién que algún soldado ó cavallero de su familia, airados de lo que por él padecían, le dio muerte, y quién que murió reventado, él mismo, porque siendo tan grueso, correr por el arenal y saltar aquellas peñas para huir, es de creer que, junto con las ansias y fatiga, le acavó sin otra ayuda, y á esto, con alguna cabida, atribuieron el golpe de la frente. Ello no se supo, sino que se halló muerto: así discurra cada uno como quiera, y rueguen á Dios le haia perdonado sus culpas.

    Mientras esto pasava por la Ataracana, la gente y segadores huía por Barcelona con tal furia, gritería y ruido, que parecía acavara el mundo, ó que era teatro del Juicio universal esta ciudad. Repartieron los Conselleres las compañías que havían acudido en los puestos que pareció más necesarios; procuraron asigurar las casas de los Comunes, tomando las bocas calles, las murallas, torres y baluartes, y algunas plazas.

    Entre la puerta de San Seber(o) y de los Telleros ([Tallers]), mataron de un mosquetazo un criado del de Fernandina, que havía escapado de la casa. En el monasterio de las Mínimas havía entrado gran parte del tumulto, pensando abría allí mucha cosa del de Fernandina, por ser mui del cariño de aquellas santas religiosas; pero no encontrando cosa alguna, al salirse ya, topando un montón de colchones, quiso uno probar con una daga si havía algo, y viendo se movía, desacióndoles, toparon al D(octor) Belart (Berart), que dándole mucbas puñaladas le hubieran muerto del todo, á no ser las religiosas, que rogándoles lo dejaran confesar; lo hicieron, y sólo vivió algunas oras. El sujeto era Ec(lesiástic)o, aunque ministro.

    Aquella misma tarde del día de Corpus, que no obstante las muertes y estragos que se han referido, no se havía aún saciado la sed de los tumultantes, una gran tropa de ellos se encaminó á casa del D(octor) Puig (Micer Rafael Puig), también de la Real Audiencia, que con sólo esto le apellidavan traidor. Vivía á la Bajada de los Leones, y entrándole la casa y sacando quanto en ella havía se lo quemaron, que causava lástima ver tanta riqueza como se malograva; quemáronle puertas y ventanas, sin dejar sino las paredes, y á no ser por las casas vecinas, también las huvieran puesto á tierra. Cerróse con esto la noche, si acaso se podía decir día el pasado, á vista de tan funestas operaciones.

    Toda aquella noche estubíeron las compañías por sus puestos, sin molestia alguna para nadie, sino guardando aquel distrito que se les havía encargado.

    Amaneció el día, viernes, y aunque divagavan las compañías por la ciudad, la sed y saña de los tumultantes estava tan encendida como en el principio, y prosiguiendo en su modo de obrar, aquel día quemaron quanto encontraron en casa del D.or Mir (Dr. Jaime Mir), que estava á la plazuela de San Yuste (Plaza de San Justo). Lo mismo en casa del D.or Viñas (Micer Felipe Vinyes), que estava á la Carnicería den Corts; y de [el aguacil] Monrrodon, que estava á la calle de Ancha; haciendo de los vienes de estos dos una oguera á la esquina de la Carnicería den Corts, en la calle Ancha; vien que estos tres, viendo lo que pasava el día antes, y recelándose de lo que le sucedió, retiraron lo mejor y quanto pudieron (…), bien que las alhaxas de maderaje, puertas y ventanas todo pereció.

    Pasaron de aquí á casa del D.or Masó (Micer José Massó) que estava á la calle de Basea; éste tubo fantasía de querer defender su casa á fuerza de armas; pero así como llegaron y vieron la resistencia, encolerizados más los del tumulto y acudiendo más gente, y con mucha arma, llegaron á poner fuego en las puertas y ventanas de los entresuelos, y viéndose ya casi perdidos los de adentro, procuraron ponerse en salvo por los texados y (a)zoteas, dejando el paso libre á los incendiarios, que entrando, convirtieron en ceniza quanto tenía en casa, que era mucho, rico y bueno; que fiado en el valor propio y de la gente que tenía en casa, nada havía sacado de ella.

    Era ya anochecer quando se obrava esta quema, y navegando ya mezclada mucha gente del lugar y de rapiña, fué tanto lo rrobado como lo quemado. Encontraron en casa de este ministro unas arcas llenas de unas medallas mui delgadas, lo ancho de un real de á ocho ([duro]), con unas efigies de la Virgen en ellas: eran de latón, y levantóse entre ellos la opinión de que aquellas medallas havían de servir de insignia á los afectos al Rey quando los castellanos entrarían, y quien no la trújese al sombrero ó pecho, era enemigo del Rey, y que no se quedase nadie á vida de los que no la traerían: esto sirvió para componçonar más los ánimos de los naturales.

    El día siguiente, sávado, se reconoció que crecía el tumulto y con maior desbergüenza, pues havióndose juntado con los segadores toda la canalla y ruindad de Barcelona, pasavan ya las cosas á continuado ladronicio, y á que cada uno obrava sigún su dañada intención, sin remedio ni freno alguno, inbentando ruido en donde se les antojava, para robar y hacer de las suias.

    Ese día, por la mañana, á cosa de las nueve, se encaminaron á casa de M(ice)r Ramona (El Dr. D. Luis Ramón), que estava enfrente casa el marqués de Aytona. Hallávase allí J. Ronis (Lorenzo Ronis, ciudadano honrado de Barcelona, que vivía en la calle del Hospital, frente á la capilla del Angel Custodio…), cuñado de Ramona, con unos mozos de armas mui de su aficción y confianza, y viendo tanta multitud de canalla, se encaminó á casa de la Ciudad, lamentándose en alta voz de que se tolerase tal maldad en Barcelona, como dejar apoderar de la ciudad aquella vil gente, y que ya no havía casa sigura, pues acavando de destruir las de los ministros, pasaría á ser lo mismo en las de los particulares, y que le diesen gente, que él daría remedio.

    Era éste Ronis, capitán de los tintureros, y encontrando á la sazón su sargento, con quatro ó cinco mosqueteros en Casa de la Ciudad (que siendo de guardia en la Puerta Nueva, havía ydo á tomar unas órdenes), le dijo lo siguiese con la gente que trahía, y encaminándose á casa Ramona, hallaron que el número de la gente era ma(i)or, y queriendo embestir, les dijeron: que si querían vivir se retirasen, que de no hacerlo les costaría la vida. Retiráronse, menos que Ronis y otro compañero: quisieron pasar á casa Ramona, y tirándose unos á otros, á Ronis sólo le chamuscaron la ropa, pero él mató un segador; y encendiéndose maior ravia entre los del tumulto á vista de la muerte del segador, causaron maior ruina y estrago en casa de Ramona, pues quemándole mucha riqueza, después de no dejarle nada, arruinaron gran parte del edificio de la casa. Ronis se retiró á su casa á prevenirse, pues havía de suceder con él lo mismo que con los demás.

    Irritados de nuevo los segadores con la muerte de su compañero, acavada la destroza de Ramona, se encaminaron á casa de Ronis, el qual, haviendo juntado hasta unos quarenta entre amigos y deudos, empezó á resistir con armas, y estando batallando cosa de dos horas para detener el ímpetu, mataron dos ó tres de ciudad de los que hivan con los segadores, y entre tanto sacaron por los texados lo mexor y más que pudieron, y descaeciendo de ánimo los defensores, y faltándoles municiones, tuvieron á vien de desamparar la casa y retirarse como pudieron.

    Embestieron los del tumulto, y entrándole la casa le quemaron quanto quisieron, robándole lo demás, que sin duda fué más lo que se llebaron que lo que consumió el fuego; halláronle un aposento lleno de cuerda, que era mercadería con que negociava Ronis, pero los del tumulto atribuieron el almagacén á alevosía, y prevención para quando llegarían los castellanos; y no es de admirar esta y otras inventivas, porque corrieron aquellos días tantas pataratas y embustes, que no es creíble, ni aquí es bien se haga mención, así por su muchedumbre como por su poco ó ningún fundamento.

    Cansados ya los del tumulto de quemas, omicidios y ruinas, tomaron otro rumbo, que fue embestir las cavallerizas en donde tenía la Ciudad los cavallos del Rey, de aquellos soldados que, perseguidos de los somatenes, se embarcaron; y asimismo las cavallerizas del de Fernandina y D.n Alvaro de Quiñones, tomando cada uno sigun quería y podía, que entre los del Rey y estos otros hacían hasta el número de trescientos cavallos.

    Viendo la Ciudad que esta acción amenazava maior estrago, mandó doblar las guardias en los puestos, y que por la puerta no entrase gente armada, y al mismo tiempo mandó que dos compañías numerosas, teniendo los cuerpos de guardia la una al llano de Lluy y la otra á las casas de la Ciudad, haciendo quatro mangas bien armadas, discurrieran divididas por la ciudad, no permitiendo fuese gente armada junta en número, para evitar los daños, insultos y maldades que se hacían. Pagaba la Ciudad quatro r(eales) todos los días á cada uno de los de estas compañías, y aun con doblar las guardias y hacer discurrir por ciudad las compañías armadas, no hera fácil sugetar lo rebelde é indómito de los tumultantes.

  • Bastante completa impresión de la ciudad

    [Date in September not given]

    A fine avenue of poplars leads in a direct line [from the Llobregat, which has «the most magnificent bridge in Spain»] to Barcelona, and the stony road changes to a fine causeway. It was covered with men and carriages, and embellished on each side by country houses, gardens, and plantations. Every thing had an appearance of affluence, animation, and gaiety. Before us were the towers and fortifications of the city, and at a distance the amphitheatre of mountains we had descended. Here we again breathed the refreshing sea air, and at length passed the Hospitaller gate. Within, the walls are adorned with aloes, but soon this verdure disappears on entering the dark and narrow streets of Barcelona.

    […]

    BARCELONA is situated on a plain, which is bounded on three sides by mountains, but the view is open toward the sea. Here the traveller readily perceives he is approaching the frontiers of Spain and of the Pyrenees, yet the climate of this city is of the most agreeable temperature, to which the vicinity of the sea and its general situation probably much contribute.

    The interior resembles a labyrinth; and this great city, which contains above 100,000 inhabitants, is full of dark narrow streets continually interfering each other: they are kept however tolerably clean, and lighted at night throughout the year. The houses are lofty, heavy, and painted in various colours. In the smaller streets the roofs seem almost to touch, and in some places the inhabitants may shake hands from the balconies; so that lovers only require the aid of a plank to meet. Whatever cordiality this proximity may produce among the inhabitants, and between the sexes, the want of air and of sun are great inconveniences. Add to this the crowd of professions and of trades, the journeymen of which work in open shops as at Marseilles. The various appearance of all these occupations, the noise of hammers and various other processes confounded together, the show of innumerable kinds of goods exposed to sale, with the charming catalonian women in the foreground, and the confused crowd of so many men collected together, all contribute to give interest to the scene. Scarcely is there a single art or trade but is practised at Barcelona, and many of them, as for instance the shoemakers, supply all Spain, sending whole cargoes to Seville, Cadiz, Madrid, &c.; for Barcelona and Valencia are in point of industry the two first towns in Spain.

    However confined are the walls of Barcelona, there is no want of promenades. On quitting its narrow streets you are at once transported to the spacious Plaza de la Mar, round which are the exchange built in the Italian style, the old governor’s palace (capitan general), and the modern though somewhat heavy edifice of the custom-house. In front on two sides is the sea. On the right you enter upon the mole called Muelle de San Luis, on the left is the way to the Passeo Nuevo.

    The first view of the Muelle de San Luis has something striking and solemn. The immense expanse of the ocean, the lofty rock and castle of Montjuich (as the Catalonians write it, though the Castilians write it as it is pronounced Montjui), the port with a forest of masts, the light-house and its batteries, the flat more lined with taverns, the little terraces of which adjoin the ramparts, and the fine rows of houses on the left, produce a grand and lively effect not to be equalled even at Cadiz: for at the latter the sea is only seen on one side of the ramparts. Hence the view at Barcelona is more free and magnificent.

    Here the finest part of the day is the evening, when the sun sets behind Montjuich. Ships of all kinds are seen entering the port, and the more is all alive: the fishermen drag their boats on to the sands with a loud cry, and at night innumerable lights are seen: the moon rises majestically above the sea, the roar of the mining waves is more distinctly heard, the number of people walking increases, and from the houses, which are lighted and open on all sides, the sound of music and of songs with all the noise and bustle of the dance are heard. This tumult contrasted with the calmness of the sea with her waves tranquilly sinking to rest gives the mind a sensation of sublimity that I should in vain attempt to describe.

    From the Muelle de San Luis the road turns to the left toward the Passeo Nuevo, which was formerly a waste plot of ground between the town and the fort. But since the war broke out, and to employ a great number of poor people who were out of work, the present governor-general, Don Agostin de Lancaster determined to make some embellishments there, and has been assisted by numerous voluntary subscriptions. Five avenues of elms and poplars have been planted, extending in a straight line to the Puerta de Francia, and two more are to be added. The Passeo Nuevo is much more lonely than the Muelle, but this only renders it the more rural.

    To the right is the road to the citadel, where the first object that strikes the eye is the great broad tower in front of the armory (plaza de armas). It is used at present as a prison for some generals and officers detained there to be tried by a court martial for surrendering the fort of Figueras. Hating the French as they do, the Catalonians consider the surrender of this fort as a double crime, and endeavour by all possible means to aggravate the confinement of the prisoners. Hence to deprive them of the prospect they would enjoy from their dungeon, they have stopped up all the windows, and except their prayers these unfortunate people are deprived of all books and even of the public papers.

    It is very probable, that some misunderstanding and the influence of their wives may have been the sole causes of their surrendering the fort, and the reports of treachery or of secret orders from the court seem wholly destitute of foundation. These trials may perhaps yet be delayed for a time by the fluctuation of different parties, but the military law is too clear for the prisoners to escape death, unless they are saved by an act of authority from the king.

    Near the Muelle de San Luis, under which are warehouses, is a small lateral street, from which you enter them, and commanding the Passeo de la Rambla, a promenade, which I cannot better describe than by comparing it to the linden walk at Berlin, This is undeniably the best street in Barcelona, and extends as far as the square of the Jesuits, being nearly half a league long in a straight line. The Rambla is used as a promenade in winter, because it is entirely sheltered and admits the sun. At night it is used as a place of intrigue by the lower orders.

    Going out of the gate toward the sea the shore en the right is full of wine-shops, and lined with large ships, which in consequence of the cessation of commerce are lying ashore. Farther on are tents and measurers of goods, where at all tunes are large heaps of cheese, beans, salt-cod, &c. Here every thing is in motion, especially at night, when the fishing smacks return into port. For then a vast number of soldiers and journeymen come down to haul them on shore for a few quartos, a multitude of men and women crowd round them to buy their fish the mariners extend their nets to dry, their children light fires, and the poor fisherman who has no other flock than his boat sleeps betide the element that yields him a subsistence.

    To the left is a vast inclosure, at the end of which are tiers of vessels, and here is seen that activity with its attendants, which prevail at all sea ports of any magnitude. The quay is about 1000 paces wide and terminates at the foot of the light-house, where is a guard-house with some other buildings for the purpose of performing quarantine. Upon the ramparts properly so called, or the Muelle Nuevo, you may enjoy at your ease the view of the ocean and the port, the entrance being defended by a battery, the guns of which cross with those of the Muelle de San Luis. Hence you perceive these two moles together with the beach, which is very broad, form a semicircular harbour.

    Returning toward the town you will perceive a row of houses painted greenand red, which lie beyond the great road. They form the hither side of Barceloneta or little Barcelona. On beholding this it is difficult to conceive, that this little town, which has not been founded above twenty years, should contain 13,000 inhabitants; but it is very extensive in depth, and covers a considerable space along shore. It may be considered as a suburb to Barcelona; for a vast many seamen find there the means of supplying all their wants, and smuggling being so much in fashion there, many kinds of goods are bought much cheaper than at Barcelona. All that part which is without the sea gate as far as the light-house point forms a strip of land of an oval form, which extends along the coast.

    The rest of the environs have a very rural appearance, and you may ride round them from Puerta de Francia to Puerta de Santa Madrona, in a semicircle. The space along the coast from the last mentioned gate to the former is occupied by the Muelle de San Luis, the citadel, and the Passeo Nuevo.

    The promenade that surrounds the city runs along the glacis and has some very grand avenues. It commands a charming view of the mountains, which are cultivated almost to their tops, and which insensibly change to a smiling plain. Many of them brought strongly to my mind the country about Geneva near Seligny. Farther on between the intermediate gate called Puerta del Angel and the gate of Santa Madrona are nothing but kitchen gardens, beds of flowers, and little cottages, that have have a very pleasing appearance. At length we approach Montjuich, which we have already seen on various sides and in various points of view, and we ascend it by a steep road washed by the sea. As we mount we find a vast number of country houses and wine shops adorned with artificial gardens upon ridges of rocks. The road is planted with various shrubs, with oleander, and with aloes, and passes under the guns of the citadel. Meanwhile the horizon seems to increase wonderfully, and the eye looks down upon the sea, the town, and the port. This is an excellent spot from which to take a view of Barcelona.

    It is the custom to go to Montjuich chiefly on Sundays. The narrow road that runs along the shore is as full of venders of vegetables as if it were a fruit market, and the whole heights are covered with people. Some sit quietly at the foot of the rock and amuse themselves with angling, while others sit in groups round great leathern bottles of wine. Some play at pelota or ballon, and others at bowls. Here sturdy artisans exercise themselves in wrestling, there an amorous couple steal from the importunity of the crowd to some retired corner of the rock. Wherever we turn our eyes, we behold affluence, chearfulness, and the just reward of industry.

    The same may be said in regard to dress: for the inhabitants are every where adorned with the manufactures of the country. The costume of Barcelona has something peculiar which characterizes it. The women wear cotton petticoats of various colours, silk jackets, fine striped aprons, lockings of clouded silk or worsted, green or yellow shoes, long silk hair-nets of various colours adorned with fringe and stone ear-rings. The men wear culottes and short jackets of manchester stuffs, or of satin, and of all colours, large black hairnets, or when more undressed red woollen caps; blue and red scarfs, enormous cocked hats, and the lower classes wear alpargatas or shoes made of packthread.

    Both the men and the women have a robust make, and their muscles, their features, and their whole appearance mow a vigorous constitution. The women without possessing the graces of the Valencians have their clear complexions, are graver and prouder, but equally good housewives. The men have an uprightness equal to that of the Svviss, and the same love of liberty. They have inherited the noble spirit and bravery of their ancestors, whose arms they retain. In general Catalonia seems to be the great scene of spanish generosity. The Catalonian piques himself on a mortal hatred to the French, has a marked predilection for the English and Germans, and the conjectures of historians on this subject are realized in a manner highly flattering to the travellers of these two nations. A secret attachment to the ancient german house that once reigned in Spain seems still to prevail among the Catalonians, and had the French reckoned upon a party in this province, it is certain they would have found insurmountable obstacles in the majority of the inhabitants.

    It is true the present state of affairs does not contribute to make the French beloved. To them the Catalonians attribute the present war with England and consequently the loss of their trade. Their goods accumulate, their manufactures are at a stand or dwindling away, they have either no importations at all in the present state of affairs, or they arrive very rarely and at exorbitant prices, and the blessed english flag, that formerly gave life to their ports is no longer seen, but on board the privateers that infest their shores and totally ruin their coasting trade.

    The English however seem still to treat the Catalonians with a certain degree of lenity and regard. Frequently they have restored their vessels at open sea for nothing or for an inconsiderable ransom, and many sailors of that province who were taken on board french ships have been sent horne well clothed, and even with money for their journey. In general the catalonian merchants can only make use of neutral colours, and especially those of Greece and Turkey; and the fatal changes their new connections with the Porte have made in the trade of Spain, Spain are already perceived with regret. Under the latter of these flags the eorn of the north has given place to that of Syria and Tauris, and they even send cargoes of it to America. I have been told that more than one ship loaded with this article have derived from a voyage from Buenos Ayres to Barcelona and back a profit of above 80,000 piastres. Hence the Greeks have an agent here, who at the same time fills the office of drogman or interpreter. He is a young man, who some years ago resided at Leipzig, and who speaks German tolerably well.

    At Barcelona may be seen all the colours of the levant, and all the forms of vessels peculiar to the Mediterranean. I also saw maltese ships, which much frequent this port. Not long ago two of these vessels from the archipelago loaded with cotton had completed their quarantine at the time when the french consul and some captains of ships appointed a fete to celebrate the union of Malta to the republic. This took place at the entrance of the port, and no expense was spared; neither wine, nor flags, nor discharges of artillery ; but the inhabitants of Barcelona were enraged both at the fete itself and the occasion of it.

    Some days after arrived the news of the battle of Aboukir by an american ship. At this the whole town rejoiced, and vied with each other who who should celebrate it most gaily as a triumph, Immediately the sailors of one of the maltese ships began to rise upon their captain, tore down the french colours, insulted them, and threw them into the sea, suspending them from the bowsprit. The crew of the other ship followed their example, and all cried out «Malta for England.» Of this the french commercial agent complained to the commissary of marine belonging to the port, but under various pretexts he was advised to be patient, and in the interim a thousand outrages were committed against the two french captains.

    Meanwhile the intelligence of the defeat of the French daily gained strength, and soon after was confirmed. Upon this the sailors of the two ships began to desert, and the two captains found no other way of keeping the rest, than going immediately out into the road. But as the sailors had hoisted english colours, and would not lower them though commanded to do so, the governor-general gave orders to fire upon the ship. This vigorous measure and the want of provisions brought them to their duty; a compromise was made, and it was agreed, that, till further intelligence should arrive relative to the fate of Malta, the french and maltese colours should be both hoisted together on board. The intelligence that came being favourable to the French, several of the sailors were put in irons, and the commercial agent reported the transaction to the French government. It was not known at my departure, how this affair would end.

    You will easily imagine, that on this occasion the Catalonians did not conceal the hatred they bore the French; for their antipathy exceeds all that can be conceived. Their manners and mode of life seem also rather to harmonize with those of Italy than of France. Every thing shows the influence of the climate remarked among oriental nations. The women have a clearer complexion than at Valencia, their hair is lighter, and their veils are more of the Italian form. Their kitchens, their furniture, the arrangement and decorations of their apartments, their food, and their profusion of sedias (chairs), add much to these similarities.

    At Barcelona are a vast number of literary and industrious establishments, the principal of which are La real academia de buenas letras, instituted at the commencement of the present (eighteenth) century, and which in 1762 obtained a royal charter: Real academia de ciencias naturales y artes, instituted in 1766; here are professors of algebra, geometry, and statics; hydrossatics and meteorology; electricity, optics, pneumatics, chemistry, and natural history ; botany and agriculture : Real academia de jurisprudencia teorico-pratica: Escuela gratuita de nautica (free school for navigation) : Escuela gratuita de los nobles artes. Add to these three libraries belonging to monasteries and that of the bishop, which are open three hours every day. Barcelona also publishes a gazette, though far inferior to that of Madrid both in paper and printing, and a diario or advertiser, and it is the only town except Madrid where an almanack or guide for foreigners (guida de forasteros) is printed.

    As to the means of supporting life, nothing is wanting} the provisions sold at Barcelona are of the best quality, and those which are imported, as bacallao, salt meat smoked, cheese and butter, are here in great abundance. Every where are seen magazines of wine, eating-houses,and itinerant bakers of spice-bread with their ovens, who also dress sausages and periwinkles.

    These last are a very common species of food at Barcelona. They are dressed in stew-pans hermetically closed, or they are strewed on the ground and straw laid over them, which is set on fire. While dressing they make a noise like boiling water, and when dressed, that is when they can be taken out of their shells, they are eaten with oil and pepper; but this mode of dressing is horribly cruel.

    Wine, in consequence of the high duties it pays, is much dearer than at Madrid.- A double quart costs near sixpence. It is also extremely harsh, deposits a sediment, and chalk is often put into a process which the Catalonians have learnt from the Italians. Most of the wines sold in the north of of Europe as french wines come from Catalonia, and are very prejudicial to the health.

    There are at Barcelona a number of coffee houses, but most of them are kept by Italians and especially by Genoese. The principal of these is near the palacio, which is the residence of the governor-general. At this coffee-house or in front of it all the captains and brokers of ships meet every day from ten till one.

    Considering the union of so many political, commercial, and social advantages, Barcelona would seem the residence to be recommended to foreigners in preference to all other towns in Spain without exception, if good Spanish were spoken there. It is true it is spoken in the chancery and among the higher orders; but the language spoken by the generality is a jargon a good deal resembling that of Provence, and in which the pronunciation and terminations of spanish and french words are often confused and mutilated in a strange manner. A vast number of short plays or farces called saynetes are written in this dialed:, which adds much to their comic effect.

  • Se manda construir la fuente propuesta por el diputado Canaleta para la visita de Carlos IV

    Otro suministro y éste importantísimo por ser de primerísima necesidad fue le del agua. La conducción de agua era en bastantes puntos de la ciudad muy deficiente y además existía peligro de que si el tiempo no era favorable algunas fuentes se secaran. Para evitar fallos, el Ayuntamiento, a propuesta del diputado del Común D. Juan Canaleta, acordó que «cuyden particularmente de las obras de minas y encañados» y se «examine lo que convenga practicarse para asegurar el abasto del agua así el ordinario como el extraordinario que se necesite para la temporada de la mansión de SS. MM. en esta Ciudad».[Libro de Acuerdos… 22 de junio, fol. 240; 13 de julio, fol. 262.] Entre otras medidas se ordenó la construcción de conductos de agua y fuentes en la Rambla. [Libro de Acuerdos… 23 de julio, fol. 276.]

  • Las villas de Barcelona, menos bonitas que las de Italia, sus carruajes anticuados

    After riding through the lively village of St. Andreol, we found ourselves in the fertile and populous vicinity of Barcelona. The city, backed by Monjoich, has a pretty look on this side; and though it was impossible for us, whose eyes had been so lately feasted with the charms of Naples and Genoa, to be struck with the villas of Barcelona, yet returning from monastic solitude [they had been to Montserrat], they delighted us extremely. We hastened lest we should be too late for the gates, which are always shut at eight o’clock.
    […]
    We found the Rambla (the parade of Barcelona) crowded by all the middle orders of the citizens ; men, women, priests, and monks. It was the double holiday of Whit-Monday and Saint Renpands. After the opera, about thirty carriages moved in procession: they were generally shabby, both as to the vehicle and the equipage; and many were of the ancient square form. The general’s (which was preceded by two dragoons) and that of the governor, were in the Parisian fashion: the harness of both was handsome, and decorated with silver; the latter had plumes on the horses’ heads.

  • Prohibido el paso de caballos y carruajes por la Rambla

    Decreto para que no pasen por dentro los paseos caballos ni carruages.

    Guillermo Filiberto Duhesme &c.

    Despues de haber oido el informe del Comisario General de Policía sobre las desmejoras hechas en diferentes paseos, decreta lo que sigue:

    ART. I. Se prohibe á toda persona, soldado ó paisano, que haga pasar ningun género de carruage ni caballos por el paseo de la Rambla, ni por el nuevo ó de la Esplanada, é igualmente pasar por ellos con fardo alguno, baxo pena de tres dias de prision, ó de seis libras catalanas de multa.

    ART. II. El General Comandante Superior y el Comisario General de Policía, quedan encargados de la execucion de este Decreto.

    En el Quartel General de Barcelona á 31 de Enero de 1809.= G. Duhesme.

    R. Casanova, Comisario General de Policia.

  • Sale el ejército francés y entran elementos del hispano-británico, incluso el Héctor de San Andrés; linchamientos y detenciones de traidores como un cierto Pujol

    El 27 verificóse el relevo de todas las guardias de la ciudad y fuertes, en medio de un viento cual no habia memoria de otro tan espantoso, acompañado de espesa lluvia. El dia antes llegó á Habert una órden de Luis XVIII, para que á las 48 horas se hallase ya camino de la frontera. A las cinco y media de la madrugada del 28 acabó de desfilar por la puerta de D. Cárlos el ejército francés, no entregando su gefe hasta última hora los badajos de las campanas: tanto les tenia acobardados el tañido de las mismas. Un cañonazo disparado del fuerte de D. Cárlos anunció que acababa de salir el último soldado de la tropa invasora, y al punto se hizo salva real en las demás fortalezas.

    A las diez entró al frente de su brigada por la puerta Nueva el invicto Manso, yendo por el centro del paseo de S. Juan á guarnecer la Ciudadela, de la que era nombrado gobernador, y cuyo punto ocupaban ya desde las tres de la madrugada, en que entraron por la puerta del Socorro, algunas compañias de su mando. El pueblo le acompañó en triunfo, gritando con el mayor entusiasmo: «¡Viva D. José Manso!» Inútilmente se esforzaba el héroe catalan en suplicar que no se diesen mas vivas que á España y á Fernando: su nombre era tan grato como éstos al arrebatado y numeroso gentio que le rodeaba. A la misma hora entraron por la puerta de Santa Madrona las divisiones de Sarsfield y Llauder. Este último nombrado gobernador de Monjuich, subió al castillo despues de revistada la columna en la muralla del Mar y Rambla, en donde arengó Sarsfield á la tropa concediendo perdon á los desertores que se presentasen.

    Numerosas patrullas pasaron en seguida á prender á los que habian sido empleados de los enemigos. Adelantóse á ello el populacho, apedreando las casas de los afrancesados y á cuantos encontraba por las calles ó mal escondidos. Quiso guarecerse uno de ellos en una casa frente de la Aduana, donde protegiéndole un oficial español, fué conducido arrestado á la guardia de la puerta de Mar, en medio de afrontosos insultos. Sufriólos tambien en la Rambla D. Antonio Vago, tachado de amigo ó pariente de Godoy y ex-contador de ejército francés, el cual fué arrestado en el convento de la Trinidad. Capturóse tambien á un lego agustino, al verdugo y á dos paisanos, vulgarmente apellidada de los Jusepets, se presentaron de rejas á dentro, temerosos de mayor mal. Otros mas comprometidos habian intentado fugarse por mar, pero volviéndoles el huracan al puerto, acudió allá la multitud, y apelando á las piedras, descalabró á un ex-polizonte. Todavia fueron por la noche reducidos á prision los ex-adjuntos de la mereria D. José Pujol y D. N. Mercader, junto con los PP. Llosada y Malet. Posteriormente y en distintos puntos del principado, fuéronlo igualmente los intrusos canónigos Postius y Sopena, con otros varios.

  • Entrada triunfal de un retrato de Fernando VII después de una ocupación francesa de seis años

    Llega por fin el dia 30, dia de S. Fernando, en que las tropas españolas deben solemnizar su entrada en la ciudad, á los 75 meses y medio de su cautiverio; cumpleaños de aquella desigual batalla que inmortalizó para siempre el oscuro pueblo del Bruch. A las primeras horas de la mañana despertó la voz del cañon á los libres barceloneses, convidándoles á la fiesta que se preparaba. Desde la puerta de S. Antonio hasta el palacio real cubrieron los victoriosos soldados las calles, que debia recorrer á las diez de aquella hermosa mañana una soberbia carroza, precedida y escoltada por infanteria y caballeria, tirada por ricamente enjaezados caballos, y en la cual se ostentaba el retrato de Fernando VII. A sus piés y en el testero del coche, se veia arrodillada una noble matrona, figurando á Barcelona en actitud de presentar su corazon al mas amado de los reyes. Tendido á sus plantas un perro significaba la lealtad catalana. A la derecha del carro triunfal cabalgaba el general en gefe D. Francisco Copons y Navia, y D. Francisco Javier Cabanes, su gefe de estado mayor, á la izquierda. Poco antes de entrar en Barcelona la comitiva, presentóse á Copons el nuevo gobernador de la plaza D. Pedro Sarsfield, y le entregó las llaves de la ciudad.

    – «Las tomo en mis manos, contestó el capitan general, para manifestar ante el real retrato, que asi como he defendido la real corona de S. M. interin su cautiverio, presentándome al enemigo en diferentes acciones campales, y defendido la plaza de Tarifa, juro que mientras yo mande en este principado, le serán sus plazas conservadas; y devuelvo á V. S. las llaves, por la confianza que me merece.» Tomólas Sarsfield y colocóse á la izquierda de la carroza.

    Entonces la plaza y los buques de guerra surtos en el puerto que estaban empavesados desde la salida del sol, saludaron con estrepitosa salva la entrada del retrato de S. M., cuya comitiva siguió en medio de los vivas de la tropa y numeroso gentio por las calles del Hospital, Rambla, Dormitorio de S. Francisco, Ancha, Fusteria, Encantes y plaza de Palacio. En la puerta de este real edificio esperaban el Ayuntamiento de Barcelona y una diputacion del cabildo eclesiástico, que cumplimentaron al capitan general, quien les habló en estos términos:

    – «Al pueblo heróico de Barcelona no puedo darle mejor testimonio del aprecio que me merece, que haber señalado para el dia de mi entrada, el de nuestro amado soberano, entrando en triunfo su real retrato para consolar con su real presencia á los leales habitantes de esta fidelisima ciudad, que á pesar de la dominacion francesa siempre amaron y defendieron á nuestro legítimo soberano.»

    «Las virtudes que adornan al cabildo de la Santa Iglesia de Barcelona, son dignas de la mayor consideracion. El cabildo siempre tendrá en mi el mas fuerte apoyo, y le ruego pida al Sér supremo conserve largos años la importante vida de nuestro amado soberano para la felicidad de la monarquía.»

    En seguida S. E. y el general gobernador sacaron del coche el retrato de S. M. para colocarlo en la decoracion que se habia dispuesto en uno de los frentes del real palacio; lo que habiéndose verificado, desfilaron delante de la augusta imágen, las tropas que la acompañaban, los dos escuadrones de húsares, la tercera division del segundo ejército y los cuerpos que estaban tendidos en la carrera, dando todos á S. M. y con el mayor entusiasmo, sincero y repetidos vivas.

    Poco despues, y en el salon donde fue colocado el retrato, recibió en corte S. E. á todos los generales, gefes y oficiales á quienes arengó de esta suerte:

    – «Señores oficiales del primero y segundo ejército y division Mallorquina: Despues de haber dado tantos dias de gloria á la nacion, y de haber sufrido privaciones, es necesario descansar con la comodidad que permite esta guarnicion. La oficialidad de estos ejércitos siempre ha espuesto su vida por el rey, como lo tiene jurado, y no dudo que todos tendrán mayor satisfaccion en renovar el juramente ante este retrato.»

    Todos á una voz lo aseguraron. Despues de lo cual pasó S. E. acompañado del general gobernador, y toda la oficialidad, y presidiendo el Ayuntamiento, á la iglesia Catedral en donde se cantó un solemne Te Deum, asistiendo tambien el Obispo D. Pablo Sitjar, en accion de gracias por tan felices acontecimientos. Durante la noche hubo músicas é iluminaciones.

    Entre tanto … quedó del todo libre de franceses la provincia, y con ella todo el territorio español. Dia fué aquel de gloria para la nacion, aun en medio de los sinsabores que, el hasta entonces tan amado monarca, empezaba á hacerle esperimentar.

  • Evicción e incarcelación de los capuchinos con pretexto anticlerical y para favorecer intereses inmobiliarios

    En la noche del 13 al 14 de [octubre de 1822] se dirigió el golpe contra toda la reverenda comunidad de PP. Capuchinos de Barcelona, pues compareciendo en su convento una fuerza armada, se les arrestó en el mismo esparciendo voces de que se habia descubierto una conspiracion contra el sistema liberal, en la cual decían estar ellos complicados. Aquellos beneméritos religiosos son los que sirven más al pueblo, y como al mismo tiempo no poseen rentas manteniéndose de la sola limosna, esto les merecía alguna consideracion entre los fanáticos, que entonces se llamaban el pueblo, por lo que era preciso para dirigir el tiro contra ellos, acudir á la calumnia, arma que manejan con suma destreza los masones y sus secuaces. Al efecto de antemano esparcieron voces de que les queria el gobierno trasladar al monasterio de S. Pablo y ellos se resistian; (aunque no habria sido estraña la resistencia cuando el convento era propiedad suya, y se hablaba de derribarlo para hacer una plaza trasladándolos á un monasterio en el cual nada tenian ellos que ver, como ni tampoco el gobierno) se persuadía que ellos eran los frailes mas hipócritas, que con apariencias de santidad embaucaban al vulgo; y por último se apeló á decir que fraguaban conspiraciones, y remitían dinero á los realistas. Arrestados aquellos pobres religiosos en su convento, no se dejó medio al parecer oportuno para perderlos que no se tantease. Se les introdujeron papeles que podian comprometerlos, se hizo un riguroso registro en el convento, y para más alarmar al llamado pueblo, se divulgó la voz y hasta la anunciaron periódicos de que les habían hallado dinero para remitir á los realistas. Todo esto era falso, mas lo que se intentaba era hacerlos odiosos pintándoles como instrumentos de todas las desgracias de la Patria. A tanto llegó la preocupacion del vulgo corrompido contra aquellos perseguidos religiosos, que sacando durante su arresto en el convento unos hombres por orden del gobierno, una caja, en la cual habia fragmentos de velas y otros pedazos de cera, se divulgó la voz de que aquella caja estaba llena unos decían de dinero, otros de municiones y otros de papeles contra el sistema liberal. Finalmente á pesar de tanto maquiavelismo nada pudo probar legalmente la maledicencia. Esto no obstante aquellos beneméritos religiosos pasaron del convento á diferentes cárceles, en las cuales pasaron algunos meses todos, y los que salieron fué con la condicion de dejar el hábito religioso, y los que no quisieron verificarlo quedaron presos, y despues fueron deportados.

    Todo cuanto tenían al convento sirvió de pábulo á la rapacidad liberal y despues fué arruinado el convento é Iglesia con el pretexto de formar allía una plaza, y paraque fuese más ancha, ó mejor para que hubiese una iglesia y convento menos, derribaron tambien el colegio de los PP. Franciscanos, que estaba frente el convento de los capuchinos.

  • Stendhal: sufrimiento de los españoles bajo el proteccionismo catalán, real cleptocracia, autenticidad española, Real Academia, afrancesados, terror del Conde de España, teatro, relación arriero-mulas, religiosidad

    [E]nfin, le lendemain vers midi nous avons aperçu la citadelle de Mont-Joui, qui domine Barcelone. A deux lieues de la ville, nous avons loué d’un jardinier une petite voiture à porter des legúmes; nous étions excédés de fatigue. C’est dans cet équipage que nous avons paru à la Rambla, joli boulevard situé au milieu de Barcelone. Là se trouve l’auberge de Cuatros Naciones …, où enfin nous avons trouvé un dîner [toda la comida en Mataró estaba estropeada por el uso de aceite rancio]: ce plaisir a été fort vif.

    Après dîner nous nous sommes occupés du visa de nos passeports; je veux partir demain pour retourner en France. Mes compagnons, vifs et résolus, et partant assez aimables, mais dont les allures me sont fort suspectes, ne me semblent pas plus curieux que moi de faire un long séjour à Barcelone.

    Au sortir de la police, qui nous a reçus avec un silence inquisitorial et de mauvais augure, nous sommes allés acheter des pâtés. J’ai acheté, d’un marchand italien, une bouteille d’huile de Lucques et un morceau de parmesan. Après quoi, délivré de tout souci, je me suit promené par la ville, jouissant du délicieux plaisir de voir ce que je n’avais jamais vu.

    Barcelone est, à ce que l’on dit, la plus belle ville d’Espagne après Cadix; elle ressemble à Milan; mais, au lieu d’être située au milieu d’une plaine parfaitement plate, elle est adossée au Mont-Joui. On ne voit point la mer, de Barcelona; cette mer, qui ennoblit tout, est cachée par les fortifications qui sont au bout de la Rambla.

    Je n’ose dire les réflexions politiques que j’ai faites pendant un séjour de vingt heures; et pourtant jamais je n’ai tant pensé.

    Parmi les cinq ou six légions de la garde nationale de Barcelona, il en est une composée d’ouvriers qui fait peur à toutes les autres. Quand les carlistes approchent, on se réconcilie avec cette légion qui porte des blouses et que l’on suppose capabale de faire le coup de fusil. Quand on n’a plus peur des carlistes on cherche querelle aux gens à blouses et on les accuse de jacobinisme. La légion énergique dit, pour sa défense, qu’elle suit les principes du célèbre Volney, auteur des Ruines. Volney, Raynal, Diderot et les autres auteurs un peu emphatiques à la mode en France lors de la prise de la Bastille, sont les oracles de l’Espagne.

    Il faut toutefois observer qu’à Barcelona on prêche la vertu la plus pure, l’utilité de tous, et qu’en même temps on veut avoir un privilége: contradiction plaisante.

    Les Catalans me semblent absolument dans le cas de messieurs les maîtres de forges de France. Ces messieurs veulent des lois justes, à l’exception de la loi de douane, qui doit être faite à leur guise. Les Catalans demandent que chaque Espagnol qui fait usage de toile de coton paye quatre francs par an, parce qu’il y a au monde une Catalogne.

    Il faut que l’Espagnol de Grenade, de Malaga ou de la Corogne n’achète pas les cotonnades anglaises, qui sont excellentes et qui coûtent un franc l’aune, par exemple, et se serve des cotonnades de Catalogne, fort inférieures, et qui coûtent trois francs l’aune. A cela près, ces gens-ci sont républicains au fond et grands admirateurs de Jean-Jacques Rousseau et du Contrat social; ils prétendent aimer ce qui est utile à tous et détestent les priviléges de la noblesse qu’ils n’ont pas, et qu’ils veulent continuer à jouir des priviléges du commerce, que leur turbulence avait extorqués jadis à la monarchie absolue. Les Catalans sont libéraux comme le poète Alfieri, qui était comte et détestait les rois, mais regardait comme sacrés les priviléges des comtes.

    Nos fabricants de fer de la Champagne et du Berry ont au moins un raisonnement à leur service: si vous recevez les excellents fers de Suède, le fer sera pour rien et les Suédois pourront acheter les vins de France, mais nos usines tomberont. Tous les trente ans il y a dix ans de guerre. Alors vous ne pourrez plus recevoir les fers de Suéde, et que deviendrez-vous?

    La Rambla m’a charmé; c’est un boulevard arrangé de façon que les promeneurs sont au milieu, entre deux lignes d’assez beaux arbres. Les voitures passent des deux côtés le long des maisons es sont séparées des arbres par deux petits murs de trois pieds de haut qui protégent les arbres.

    On ne parle que d’intervention; je trouve peu digne de la fierté espagnole de demander toujours la charité. Qui nous a aidés en 1793 et 1794? Toute l’Europe nous faisait une guerre acharnée. Un grand homme, Pitt, avait juré la perte de la France. Aucun roi ne fait la guerre à l’Espagne, et surtout il n’y a plus de grands hommes.

    En 1792, la France avait des hommes tels que Sieyès, Mirabeau et Danton. Ces deux derniers ont volé. Qu’importe? ils ont sauvé la patrie; ils ont faite ce qu’elle est. Sans eux nous serions peut-être comme la Pologne, et l’ordre régnerait à Paris (Allusion aux paroles prononcées à la Chambre des députés par le comte Sébastiani, ministre des affaires étrangères, à propos de la capitulation de Varsovie, qui avait eu lieu le 8 septembre 1831), de même qu’à Varsovie. L’Espagne serait heureuse d’avoir de tels hommes, dût-elle les payer deux millions chacun: ce n’est pas le quart de ce que ses rois ont volé chaque année.

    Supposons un général qui, depuis sept ans, eût gouverné Alger avec talent; qu’importerait qu’il eût volé sept millions?

    – Barcelone, le …. 1837 [sic].

    J’ai une inclination naturelle pour la nation espagnole; c’est ce qui m’a amené ici.

    Ces gens-là se battent depuis vingt-cinq ans pour obtenir une certaine chose qu’ils désirent. Ils ne se battent pas savamment; un dixième seulement de la nation se bat; mais, enfin, ce dixième se bat, non pour un salaire, mais pour obtenir un avantage moral. Chez les autres peuples, on voit des gens qui se battent pour obtenir des appointements ou des croix.

    J’aime encore l’Espagnol parce qu’il est type; il n’est copie de personne. Ce sera le dernier type existant en Europe.

    Tout ce qui est riche ou noble, en Italie, est une copie du grand seigneur français, tremblant toujours de ce qu’on dira de lui. Les grands seigneurs espagnols que nous avons entrevus à Paris ne sont pas copies. Chez eux je ne vois nullement le besoin d’être rassurés sur l’estime qu’ils se portent, et ils n’ont aucun souci de l’opinion des cent nigauds bien vêtus rassemblés chez l’ambassadeur voisin.

    Que ne fait pas au contraire le grand seigneur allemand ou italien: 1º pour pénétrer dans le salon de l’ambassade voisine; 2º pour y faire effet? L’Espagnol y vient plutôt comme curieux, pour voir ces singeries, puisqu’il est à Paris.

    Je brûlais d’aller voir le jardin de Valence. On me dit qu’il y a des moeurs singulières. Les artisans travaillent assis. Tous les samedis on peint en blanc l’intérieur des maisons avec de la chaux et les planchers en rouge.

    On m’assure, ce qui est bien autrement difficile à croire, que les Espagnols commencent à ne plus tant respecter les moines.

    Un mois après l’entrée des Français (1808), les moines prédirent que le jour de la Toussaint tous les Français seraient exterminés par le feu du ciel. Les bons Espagnols croyaient si fermement en cette prédiction, bien justifiée par tous les excès des Français, que lorsque, le jour de la Toussaint arrivé, elle ne s’accomplit pas, ils commencèrent à douter des moines.

    Étranges voleries dont on me fait le récit authentique, un chef volait l’autre. Haute probité du maréchal Saint-Cyr, du maréchal Suchet. Étonnante, incroyable bravoure des Français au siége de Tarragone, à la prise du fort Olive par M. Duchamp.

    La bataille de Vittoria n’a jamais existé, me disait ce soir le lieutenant-colonel P… On portait comme morts à cette bataille les hommes et les chevaux que quelques régiments se faisaient payer en sus de ce qui existait. Extrême incapacité du maréchal et du roi qui commandaient l’armée française à Vittoria. Ils ne défendirent pas le passage que jamais l’armée anglaise n’aurait osé forcer. Les troupes étaient affamées de rentrer en France; il eût fallu un caractère de fer, un autre maréchal Davoust pour les empêcher de quitter l’Espagne en courant. Tout cela m’a été raconté avec l’accent et l’enthousiasme de la vérité; mais je n’ai été témoin d’aucun de ces faits.

    Cet Espagnol, qui garde un silence farouche depuis le commencement de la soirée, disait-on ce soir aux Cuatro Naciones, se repaît, dans l’intérieur de son âme, des chimères les plus ravissantes.

    Remarquez bien ceci: ce n’est pas la réalité, c’est son imagination qui se charge de les lui fournir. Il résulte de là que, dans les moments de passion, la lorgnette du raisonnement est entièrement troublée; il ne peut plus apercevoir rien de ce qui exist réellement. Beaucoup d’Espagnols sont de bonne foi dans leur prétention de caste et de rang. Tel est évidemment pour moi don Eugenio (on prononce Eou-Kénio), le plus aimable de mes compagnons de voyage.

    Il me dit que l’Académie de langue espagnole s’est appliquée constamment à rapprocher l’orthographe et la prononciation. L’Académie française a fait le contraire et en est toute fière. Pour moi, toutes les fois que je vois une femme faire des fautes d’orthographe, je trouve que c’est l’Académie qui est ridicule. Le meilleur administrateur que j’aie vu dans mon voyage, homme d’un esprit supérieur et profondément occupé du fond des choses, cherche souvent ses mots après avoir fini sa lettre. C’est qu’il pense aux choses plus qu’à la forme baroque. Que de temps perdu! L’usage s’est laissé guider par le pédantisme d’une société, dans le sein de laquelle les gens d’esprit, les Duclos, les Voltaire, n’ont pas la parole.

    M. Sutto nous disait au souper des Cuatros Naciones:

    – Hier, j’étais assis à côté de madame Alber (Anglaise); j’ai été obligé de changer de place, tant son langage était vulgaire; je n’ai pu surmonter mon dégoût.

    – Ce qui nous déplaît le plus dans la ville oû nous sommes nés, dit M. Ipol, jeune philosophe, c’est ce langage vulgaire qui annonce des manières et des sentiments bas, et c’est précisément ce langage du peuple qui nous plaît le plus à l’étranger. Il est près de la nature, il est énergique, et la vulgarité que nous ne voyons pas ne peut nous empêcher d’être sensibles à ce premier mérite de toute langue poétique. A Barcelone, un arieros (muletier) m’enchante par son langage, sa personne me plaît; c’est un grand garçon, fort, vigoureux, rempli d’une énergie sauvage, dont la vue réjouit l’âme. A côté de lui, qu’est-ce qu’un grand d’Espagne? Un petit homme, haut de quatre pieds dix pouces, qui vous répète des articles de journaux sur les avantages d la liberté, se regarde attentivement dans toutes les glaces qu’il rencontre, et croit être un Parisien, parce qu’il est abonné au journal des modes. Eh! monsieur, avant tout, soyez Espagnol!

    A Barcelone, le grand problème était de rentrer en France. Tout calcul fait, nous avons osé prendre une voiture attelée de mules. Mes sept compagnons m’ont l’air de gens qui émigrent. On émigrerait à moins. La vie, en Espagne, est fort désagréable, et cet état de choses peut fort bien durer vingt ou trente ans encore.

    Plusieurs de mes compagnons ressemblent tout à fait à don Quichotte; c’est la même loyauté et la même absence de raison, dès qu’on arrive à certains articles. Les cordes qu’il ne faut pas toucher, c’est la religion out les priviléges de la noblesse. Ces messieurs me prouvent sans cesse, avec beaucoup d’esprit et une vivacité charmante, que les priviléges de la nobles sont utiles au peuple. Ce qui fait que je les aime, c’est qu’ils le croient.

    L’un d’eux a eu une dispute avec les autres, parce qu’il m’a dit: «Le peuple espagnol, au fond, n’est enthousiaste ni du gouvernement des deux chambres, ni de don Carlos; je n’en veux pour preuve que la course de Gomez, qui, avec quatre pauvres mille hommes, a traversé toute l’Espagne, de Cadix à Vittoria. Si l’Espagne avait été libérale, Gomez eût été écrasé. Si l’Espagne eût aimé don Carlos, Gomez eût réuni cent mille hommes.»

    Au moment de partir, nous allons prendre du chocolat dans la boutique d’un certain Piémontais, cachée dans une petite rue; je croyais presque qu’on me menait conspirer. Je me suis muni de vingt oeufs durs à l’auberge, j’ai du pain, du chocolat, etc.; en un mot, je ne serai pas réduit à dîner avec du pain trempé dans du vin qui contient un tiers d’eau-de-vie, ce qui fait mal à l’estomac.

    Mes compagnons espagnols sont d’un esprit bien supérieur à ceux que j’avais en venant. Par exemple, j’ai donné à entendre fort poliment que parler politique trois heures par jour me semblait suffisant. Ces messieurs me parlent avec beaucoup de plaisir de leurs grands poëtes dramatiques, dont la plupart ont des noms gutturaux abominables à prononcer. Ils prétendent que c’est par une véritable bizarrerie que les étrangers n’ont distingué parmi tan d’hommes supérieurs que Calderón et Lope de Véga; ils me citent Alarcon et d’autres noms qui m’échappent; tous ces poëtes ont, selon moi, un grand mérite et un grand défaut.

    Leur mérite, c’est que leurs pièces ne sont point une imitation plus ou moins élégante des chefs-d’oeuvre qui ont fait les délices d’un autre peuple. L’Espagne monarchique, obéissant à un honneur exagéré si l’on veut, mais tout puissant chez elle, faisant le bonheur ou le malheur de chaque homme, n’a point imité les tragédies par lesquelles Sophocle et Euripide cherchaient à plaire à la démocratie furibonde d’Athènes. Les pièces de fray Gabriel Tellès, par exemple, sont faites uniquement pour plaire aux Espagnols de son temps, et par conséquent peignent le goût et les manières de voir de ces Espagnols de l’an 1600. Voilà leur grand mérite.

    Le principal défaut des pièces espagnoles, c’est que, à chaque instant, les personnages récitent une ode remplie d’esprit sur les sentiments qui les animent, et ne disent point les mots simples et sans esprit que me feraient croire qu’ils ont ces sentiments, et qui, surtout, les exciteraient chez moi.

    Rapidité des mules espagnoles; elles ont chacune un nom: la Marquise, la Colonelle, etc. Le conducteur raisonne sans cesse avec elles: «Comment, Colonelle, tu te laisseras vaincre par la Marquise?» Il leur jette de petites pierres. Un jeune garçon, dont j’admire la légèreté, et qui s’appelle le Zagal, court à côté des mules pour accélérer leur marche; puis, quand elles ont pris le galop, il s’accroche à la voiture; ce manége est amusant. De temps en temps, ces mules donnent des coups de collier et galopent toutes ensemble; il faut ensuite s’arrêter cinq minutes, parce qu’il y a toujours quelque trait de cassé. Cette façon d’aller, propre aux peuples du Midi, est à la fois barbare et amusante; c’est le contraire des diligences anglaises, avec lesquelles j’ai fait cent quatre lieues en vingt-trois heures (de Lancastre à Londres).

    On nous parle sans cesse des carlistes; il est bien vrai qu’ils étaient près d’ici il y a huit jours; mais il me semble que maintenant ils sont à plus de dix lieues, vers l’Èbre. A la moindre alarme, mes compagnons se mettent en prière; ils appartiennent pourtant, trois du moins, à la haute société. Un Français n’oserait jamais prier, même en croyant à l’efficacité de la prière, de peur qu’on ne se moquàt de lui. Ce qui me charme dans mes Espagnols, c’est l’absence complète de cette hypocrisie, qui n’abandonne jamais l’homme comme il faut de Paris. Les espagnols sont tout à leur sensation actuelle. De là folies qu’ils font par amour, et leur profond mépris pour la société française, basée sur des mariages conclus par des notaires.

    Un Français voyageait dernièrement du côté de Valence; il était porteur de quatre-vingts onces d’or (l’once vaut en ce pays-ci quatre-vingt-deux francs). Ce Français était bien coupable; il avait, de plus, une chaîne d’or à sa montre et quelques bagues. Les autorités d’un village où il voulut passer la nuit l’ont fait accabler de coups de bâton; quand il n’a plus pu se défendre, on lui a enlevé la chaîne, les onces, les bagues, et on l’a jeté en prison.

    Au bout de neuf jours, voyant qu’il ne mourait point, on l’a poussé hors de la prison, et il a été obligé de mendier pour arriver jusqu’a Valence.

    Le consul de France a été indigné; il s’est hâté d’écrire à son ambassadeur, lequel a écrit au gouvernement de la reine, qui a ordonné une enquête. Les autorités du village, les magistrats chargés de cette enquête ont déclaré que le Français était un carliste; la vérité leur était bien connue; mais ils ont considéré que l’alcade du village et ses adjoints, qui avaient dévalisé le Français, seraient déshonorés si la vérité était connue.

    Ces messieurs ont donc déclaré que le Français était un calomniateur, et, en conséquence, l’ont condamné à la prison.

    Pour n’être pas jeté en prison à Valence, le Français a dû chercher un refuge dans la maison du consul. Celui-ci a écrit de nouveau à Madrid; l’ambassadeur n’a pas craint de retarder le succès de ses grandes négociations en poursuivant le redressement d’une injustice qui n’intéressait qu’un seul Français; et enfin l’alcade voleur ou les juges, je ne sais lesquels, ont été destitués.

    Il me semble que, depuis la mort de Ferdinand VII, l’esprit public, en Espagne, a fait un pas immense; les prêtres et les moines ont perdu tout crédit politique: l’opinion veut les réduire à administrer les sacrements.

  • Espectáculo del prestidigitador y titiritero Antonio Muñoz en un café de la Rambla

    Diversiones públicas

    […]

    Don Antonio Muñoz que ha tenido el honor de manifestar sus habilidades en algunos teatros de la península, tiene el honor de presentarse, por primera vez, á ejecutar varios juegos mágico recreativos del mayor gusto interpelados de música entre los cuales se distinguirán.

    Primero, El tocador mágico. = Segundo, el reloj relojero. = Tercero, el anillo invisible. = Cuarto, el chorizo magnético. Y por último se concluirá con un divertido sainete de pruchinelos. Esto se ejecutará delante de Sta. Mónica en el café de Narcisco Ribet.

  • La Audiencia Real, la Catedral, los jardines de la Ciudadela, los pavos, las murallas

    I went on shore with one of our party to M. Gauttier d’Arc’s house, which, as is usual in Spain, consists of one floor, and in this case is a very handsome suite of fine large rooms. Our host was soon ready to go out with us, and his taste and information making him a valuable guide, we were delighted to profit by his kindness. And first we reached the Audiencia Real, a very curious and beautifully decorated old building,—a mixture of Moorish and later Gothic,—where the states of Catalonia formerly assembled, and which is still used on occasions of the sovereign holding audiences. There is a beautifully carved archway, and a very handsome and picturesque staircase (with the cloisters up stairs enclosed with glass) leads to the first floor, with beautifully ornamented architecture, from whence a door opens to a small square garden with fountains, and enormous orange-trees covered with fruit. In a room beyond is kept an exceedingly curious piece of needlework, of the date of 1500, of St. George killing the dragon, exquisitely worked, —the figures with much expression; and a most elaborate landscape of trees, houses, castles, rivers, horses, fields, and figures.

    A curious missal may also be seen, if asked for, though they do not appear to take much care of it. It is on vellum, beautifully illuminated, and extremely well printed. It was executed at Lyons for the city of Barcelona, and is dated 29th April, 1521

    The Audiencia Real is well worth seeing by those who come to Barcelona, though it is not much spoken of.

    We next went to the cathedral; and wishing to walk over it more at leisure, we waited till mass was over, which to-day was numerously attended. The tribune of the former Counts of Barcelona remains on high, behind a grille; and midway up one side still exists a small but unattainable door, formerly leading to the chambers of the Inquisition, which joined the old cathedral.

    In a side-room under many locks is an iron door, which lifts up with a strong pulley, within which is kept a very fine gold reliquary, hung all over with jewels, the gifts of different sovereigns, and among them the collar of the Toison d’Or, which the emperor Charles the Fifth gave when he held a chapter in the cathedral, when he first came to Barcelona in 1529. The arms of Henry the Eighth of England, among those of other knights, are painted on the seats round the choir, the carving of which and of the pulpits is beautiful, as well as most of the details of the building. I had never before heard of the beauty of this cathedral; and though much smaller, yet from its mournful grandeur as a whole, and exquisite detail, it is, in my opinion, to be admired next to Seville. We next ascended one of the towers, and came to a small habitation half-way up, where Mr. Hawke was residing, for the sake of drawing the details of the interior. The roof of the cloisters makes a fine terrace, and the view from the higher roofs of the cathedral, extending over the town to the mountains of Monserrat, is very fine. We then descended, and crossed the Rambla to a street in which we saw what little remains of the house of the unfortunate avocat who was murdered by the mob, two or three months ago, for calling out «Viva la Reina» on the previous evening. He killed ten men before he was himself assassinated. The assailants got possession of his house by making an opening through a side wall. Next day they dragged his dead body before the windows of M. Gauttier d’Arc, and before those of the Queen Christina.

    On our way back to the ship we were joined by our consul, and several more of our friends, and walked round a public garden beyond the custom-house, laid out in parterres, fountains, and pieces of water, and called the General’s Garden. The citadel, which is on the north side of the mole, was built by Philip the Fifth, from the designs of Vauban, after he had reduced the Catalonians; and has six strong bastions, and covers a great extent of flat ground by the sea-side. Our friends accompanied us to the pier, where we took leave of them with gratitude for the kindness which, in spite of weather, had made our stay at Barcelona so pleasant. Had the season been less advanced, we should have liked to have complied with their proposal of escorting us to Monserrat, and some of the villages on the coast, which are said to be beautiful. We afterwards paid a parting visit to M. Rigault de Genouilly in the «Surprise,» to thank him for the assistance he had given us.

    In the evening, we returned to the General’s Garden, and by a long alameda to the walls. There was great excitement in this part of the town, created by immense flocks of turkeys, which were promenading about on some waste ground, each flock directed and occasionally thrashed by six or seven peasants (the number being proportioned to the size of the flock), who surrounded by crowds of people, were admonishing their charge with long canes. The streets and walks were quite full, the population of Barcelona being immense. To-morrow all would be let loose, as it is the «fair of turkeys,» every individual considering it a positive duty to have one of these birds for Christmas-day, an occasion on which it is said all Barcelona goes wild. The poor people, who have no means of roasting them at home, send them to the bakers; so that sometimes these latter have six or seven thousand turkeys to dress.

    We made the circuit of the walls, and found their strength very great. The fortifications which surround the town are admirably constructed; they are flanked on the eastern side by the low but formidable works of the citadel, and on the western by the towering ramparts of the fortress of Monjuich.

    We returned by the Rambla and the rampart over the sea, under one end of which is a prison; and on the esplanade above, the troops were assembled, and the band playing; crowds of people extended all the way down the mole. The great walk on the walls, reaching the whole length of the harbor, was, as well as the mole, constructed by the Marquis de la Mina, who died in 1768.

    Some troops were embarking on board the «Manzanares,» a fine Spanish twenty-gun brig for Port Mahon: these we were, however, destined to meet again sooner than any of us expected. In the evening we had a visit from M. Eigault de Genouilly, who came to give us advice and directions about our navigation through the straits of Bonifazio, by which we intended to proceed on our course to Civita Vecchia,

  • La feria de Barcelona

    El dia 21 [de diciembre] y siguientes se celebra la magnífica feria llamada de Barcelona por excelencia: acude mucha y muy lucida concurrencia de la Ciudad y hermosas y elegantes Aldeanas ó Payesas de todos los pueblos circunvecinos. Las tiendas están profusamente adornadas de generas y artefactos de todas clases, y presentan, especialmente en las calles de la Bocaria, Call, Platería y Moncada, la idea mas completa del aumento progresivo de la industria catalana, y de lo poblado y concurrido de nuestros mercados. Cubre la esplanada y Rambla un prodigioso número de pavos y de toda clase de aves, con que celebran las prócsimas Pascuas todas las familias sin escepcion por cortas que sean sus facultades. En la víspera de Navidad los mercados del Borne y Bocaria están concurridos por un inmenso gentío qui acude á proveerse de carnes, verduras y demás necesario á la comida de los dias inmediatas que pueden considerarse como al igual de lo que llaman la fiesta mayor en las demás poblaciones de Cataluña. La vista de tanto número de gentes, la abundancia, variedad y aieo de los artículos de comer, vidriado y demás, y la prodigiosa multitud de luces que disipan enteramente las tinieblas de la noche ofrece uno de los espectáculos mas agradables y sorprendentes.

  • La Jamancia: tensiones entre centralistas y el público, asalto del sargento cojo

    Hoy á las 5 menos cuarto de la madrugada ha salido de la Casa lonja una música de Regimiento acompañada de algunos nacionales armados á recorrer la linea de la parte de la Ciudadela y algunas de las calles de esta ciudad. Ignoramos todavía con que motivo.

    Desde las seis y cuarto de la mañana hasta al anochecer no han cesado los tiros de fusilería por la parte de la Ciudadela y recinto de las murallas. A las 3 la Ciudadela ha roto el fuego de cañón contra la ciudad y sus fuertes por espacio de unos tres cuartos de hora.

    Á las cinco y cuarto de la tarde, una partida de centralistas empezaron á prender á todos los hombres que encontraban por las calles y cafés con el protesto de hacerles ir á trabajar en las baterías del baluarte y S. Sebastian. Esta operacion que empezó á verificarse en las cercanias de Santa Maria y calle Ancha, se repetia mas tarde en la calle de Escudillers y Rambla, hasta que viendo este atropello un capitan del primer batallon de francos llamado Don Juan Perera fué á avistarse con el comandante Ferrater, que se hallaba á la sazón en la Rambla, y juntos detuvieron á la gente armada y paisanos presos oficiando á la Junta todo lo que pasaba. Esta decretó que los paisanos fuesen puestos en libertad, que la partida armada se retirase cada cual á sus principales, y que el gefe de ella fuese llevado preso á Atarazanas.

    Serian las nueve de la noche cuando se dió libertad à los paisanos detenidos, que serian en aquella hora como unos cuarenta.

    En el Palacio Real hay siempre de guardia un sargento cojo quien tiene á sus órdenes unos catorce muchachos, el mayor de los cuales no llega á 15 años, y á quienes sirve dicho, Palacio de principal. A las siete de la noche se le ha antojado hacer con ellos una escaramuza, y mandándolos cargar los fusiles se ha ido en su compañía hasta el paseo de San Juan donde les ha hecho preparar las armas, y al grito de viva la Junta Central les ha mandado hacer una descarga cerrada contra la Ciudadela y retirarse en seguida haciendo fuego graneado contra la misma. En vista de este arrojo han salido de aquel fuerte como unos 100 hombres en su persecucion, mas al notarlo los centralistas que guarnecen la línea del Borne, han saltado las barricadas y los han embestido de frente obligándoles á retirarse otra vez dentro de dicho fuerte. En esto la Ciudadela disparó una bala de iluminacion que incendió la barricada de la pescadería, que estaba cuasi toda construida de madera y habiendo visto á su resplendor que los centralistas estaban apostados en el jardin del general, les ha disparado cuatro tiros con metralla obligándoles de esta manera á que se guareciesen otra vez detrás de sus barricadas.

    Esta misma noche una comision de la Junta ha pasado á hacer un registro en casa de D. Jayme Drument quinquillero para ver si encontraría cobre para hacer cuartos; mas no habiendolo hallado ní en su almacén ni tienda, mandó derribar un tabique que comunicaba con el almacen de D. José Lines, que segun parece estaria espiado, y en él encontraron cobre en abundancia y para fabricar algunos miles de duros.

    La misma comision ha pasado á varias casas á recoger vino, avichuelas, harina etc. Se dice que en el almacen de casa Elias hay mas de doce mil sacos de harina: para justificar sobre estos despojos violentos ha publicado la Junta con esta fecha el manifiesto que se traslada en la nota n.° 1.° (1).

    Hoy ha sido depuesto el ayuntamiento de san Andrés y desarmada su milicia.

    [
    1) No perdiendo nunca de vista esta Suprema Corporación el interensantisimo punto de la subsistencia de los moradores de esta populosa capital, y hallándose en los mayores apuros respecto de los articulos de primera necesidad, sobre cuya escasez le han sido dirigidas mil reclamaciones; se han procurado acopios de harinas, trigos, varios granos, vinos y otros líquidos ; y habiendo acordado su venta con la mayor publicidad posible tiene creada una comisión de su seno, que recibirá las proposiciones de ocho á doce del dia de mañana en los claustros del ex-convento de Carmelitas Calzados. Barcelona 13 de octubre de 1843. — El presidente, Rafael Degollada. —El vocal secretario, Antonio Rius y Rosell.
    ]

  • La Jamancia: comida y corrupción

    (Sábado)

    Hoy á las cinco y media de la mañana, la Ciadadela ha disparado dos cañonazos, y otro á la una del dia.

    A noche estaba preparada una salida de unos 600 hombres con el objeto de distraer la atención de las tropas de la línea á fin de poder facilitar el paso a algunos rebaños de carneros y bueyes y entrar algunos artículos de primera necesidad; pero lo estorbó la lluvia que no cesó toda la noche: sin embargo algunos especuladores en el ramo de carnes se han aprovechado de ella y han logrado introducir, aunque no sin riesgo, como unos doscientos cuarenta carneros.

    Anoche D. José Masanet vocal de la Junta suprema, y D. Agustin Aymár que lo es de la de armamento y defensa, se trabaron de palabras sobre el latrocinio, ó despilfarro que se notaba en la distribución de paños que tenia á su cargo la Junta de armamento. Pronto pasaron de las palabras a los hechos, el Sr, Masanet tiró un vaso á la cara del citado Aymár quien empezó á tirarle cuantas botellas, halló á mano, haciéndole varias heridas en la cabeza y cara, de cuyas resultas tubo que guardar cama una porción de días. Esto hecho tubo lugar en el café del Jardin sito en la Rambla cerca del teatro. A las seis de la noche una comisión de la Junta ha ido con el alcalde de barrio á casa D. Pablo Cerdá tendero de paños. Este estaba convenido con el Sereno de su barrio á quien había entregado las llaves de su casa, que si alguna vez la Junta queria hacer algun registro en la misma, diria que los dueños hacia tiempo que la habian desocupado y que estaban ausentes. El Sereno obró como estaba convenido ; mas como á pesar de sus protestas quiso dicha comision verificar el registro que tenia proyectado aquel tubo que ceder y abrir la puerta de la casa. Quiso la suerte que Cerdá estubiese entonces en casa jugando con dos de sus amigos y no oyese el ruido que hicieron los otros en abrir las puertas, y asi es que fue sorprendido por los que componían la ??mision citada. En vista de esto el gefe de los del registro quería fusilar acto continuo al Sereno porque los habia engañado; pero el Sr Cerdá sin perder la serenidad, salió en su defensa diciendo que el Sereno habia dicho la verdad cuando dijo que los dueños de la casa estaban ausentes, puesto que él habia entrado hacía poco por la puerta escusada de la misma; añadió que no se hablase mas de ello y que él entregaria mañana todos los paños que tenia escondidos: el resultado ha sido que la comisión se ha llevado presos á Atarazanas al citado Sr. Cerdá y el sereno: veremos lo que sucede.

    Hoy han regresado á Gerona tres comisionados de los centralistas de aquella plaza que llegaron ayer al cuartel general para conferenciar con el presidente de la Junta suprema. Esta conferencia no ha tenido efecto por no haber querido este salir al terreno neutral al que se habia designado para celebrarla.