Corpus de Sangre: el plebeyo y los vallesanos matan a ricos, notables, forasteros, y sus criados; queman y saquean; el Virrey muere de un infarto (es gordito) o defendido hasta el último por en esclavo africano

Viendo nuestro Virrey el lebantamiento del país, el sumo desconcierto de las cosas, lo poco que le temían, y que todo amenazava ruina, estaba temerosísimo de su última desdicha: aumentava sus temores el ver que con la disposición de la cosecha concurrían ya los segadores, gente sin respecto, atención ni orden, y más en ocasión, que con las operaciones de la milicia, estavan los ánimos tan yrritados; y para evitar el ingreso en Barcelona pidió á los conselleres, que señalando puestos á los segadores fuera de la ciudad, en donde se les diesen mantenimientos, se les negase la entrada. Pero era ardua la empresa, porque el pueblo no lo lleba bien, y que temía que si convenidos los segadores se ausentaran, quedava la cosecha en los campos, y así no les pareció combeniente; como también que quando las milicias empezaron á desmandarse, los diputados y conselleres le suplicaron atajase aquellos daños, que de no hacerlo, sucederían yrreparables ruinas, á que no atendió: de donde resultó unibersal desazón en todos, y á caminar los negocios de mui mala calidad.

Llegó el día del Corpus (tan lamentable para España), que era á 7 de Junio de 1640 ([nota omitida]). Havían concurrido muchísimos segadores y todos armados, y con más desbergüenza que otros años. Ese día, á cosa de las nuebe de la mañana, un criado del alguacil Monrrodón, topando un segador cerca de S(ant)a María de la Mar, quiso reconocerlo, resistióse el segador, y travándose de palabras, el criado dio de puñaladas al segador (bien que no murió). Luego llegó la nueba al congreso de los segadores en la Rambla, que llegaban á cerca de quinientos, y oiendo que les havían muerto un compañero, rebentó la mina, y apellidando Visca la terra y muiran los traidors…, de carrera abierta se encaminaron á casa el de S(anta) Coloma, virrey, para pegar fuego á la casa, y tomando de un orno vecino quanta leña encontraron, disponían pegar fuego, tomando todas las calles para que no se les opusiese nadie. A las boces y noticias del intento, salieron los religiosos de San Francisco con un Santo Christo grande, y poniéndolo sobre la leña, y ellos de rodillas, con ruegos aplacando los segadores, apartándoles, y quitando la imagen unos, y otros poniéndola, estubieron gran rato; y viendo los religiosos que nada bastava, sacaron la reserva de la iglesia, que á la sazón estava patente para el Oficio, y poniéndola sobre una mesa á la puerta de casa del Virrey, proseguían sus ruegos.

La casa estava toda cerrada; en el intermedio los diputados y conselleres, en forma de comunes, con los obispos de Barcelona, Vique y Urgel, que se hallavan aquí, acudieron al puesto, y con ruegos y persuasiones procuravan sosegar el tumulto y despeño de los segadores, representándoles era perderse todos y perder á Cathaluña con esta acción. Pero nada bastava, porque la pasión los llebava ciegos y sin juicio, y más, viendo que en la gente plevea no aliaban contradicción, antes bien se les leía en los rostros natural complacencia.

Estando en estas amonestaciones, quiso la desgracia que en la muralla mataron un segador de desgracia, porque yendo ellos con ellos tan furiosos y desatinados, se les disparó una arma y con el tiro mató á uno de ellos.

Al mismo frangente del tiro abrieron una ventana del palacio, y como el odio nunca pone los ojos sino en su opuesto, parecióles havían tirado del palacio; y con esta suposición, creció en ellos el coraje y la rrabia, indignándose de nuevo y voceando cremaulos…; crecieron también los rruegos y amonestaciones de los padres de república y prelados, y, por último, con sumo travajo y grandes caricias redujeron á los segadores á que seguieran los conselleres y diputados, y sacándolos hacia la Rambla los llevaron consigo, quedando los prelados con la reserva á la puerta del palacio; pero á cada ruido que se oía se aterraban todos, y como veían los segadores que sucediendo esto al trasladar el Sacramento, desde la puerta del Virrey hasta la iglesia, estubo oras en el poco trecho que ay: la Ciudad mandó poner tres compañías de guardia al palacio del Virrey.

Prosiguiendo el camino de los segadores, que con arta dificultad los llebavan hasta la Rambla, y procurándoles allí hacer varias pláticas para apaciguarlos; viéndolos algo más benignos, y atendiendo al remedio de tanto daño como amenazava, se ausentaron los conselleres y diputados para subenir á donde más importava.

Confabulándose los segadores y bolviendo á su desenfreno, se les ofreció á la vista la casa del Doctor Balart (Gabriel Berart), juez de la Real Audiencia, y que en las levas del Principado, quando lo de Salsas, havía hecho muchas extorsiones, ganando para sí muchos enemigos y más doblones y menos soldados para el Rey. Tocóle á éste la vereda de(l) Vallés…, de donde eran los más de los segadores, y acordándose de su daño, embestieron la casa, que la tenía á la esquina de la calle del Carmen, y no queriéndola quemar porque las de los lados no pereciesen, sacaron á la Rambla quanto en ella hallaron, y formando una grande oguera, le quemaron quanto tenía, sin perdonar otro que los quadros é imágenes de santos, que balían muchos millares entre escritorios, sillas, arcas, camas, ropa, librería, colgaduras, tapicerías, procesos y hasta sacos de moneda, sin que nadie tocase á nada; antes, mientras duró la oguera, estubieron algunos de guardia para que nadie se aprovechase.

Acabado de quemar esto, se fueron á casa D. Grao Guardiola, maestro del racional (El maestre racional de Cataluña era el contador general de la casa y Corte de los Reyes y de las Rentas dominicales y fiscales; se instituyó para oir, ver y recibir las cuentas de los bayles, generales, procuradores reales, vegueres, recetores, no sólo en Cataluña, sino de Mallorca, Rosellón y Cerdeña…), que estava cerca la puerta del Ángel, y con ocasión del vagaje para Salsas, havía hecho también iniquidades con los pobres paisanos, no pagando á muchos, y otros haciéndoles reventar y perder el ganado, de donde ganando injustamente mucho dinero, havía comprado ynumerables enemigos, y no pocos de ellos se hallaban en hávitos de segadores, y así llegando á la casa, sacaron quanto en ella havía, hasta puertas y ventanas; y haciendo sigunda oguera en la plaza de Santa Ana, quemaron quanto havía, que era de inmensa riqueza, porque escritorios y bufetillos, guarnecidos de plata y hasta braseros de plata, todo lo hechaban al fuego, sin dejar la menor cosa del mundo. Traxeron el Santísimo de la iglesia del Pino, pero ni esto bastava, antes bien decían que ellos bolvían por la fee, pues quemando las iglesias y sacramentos los castellanos, y pudiéndolo remediar no lo hacían, que era razón lo pagasen.

Bolviendo por la Rambla, toparon con la cochería del Duque de Fernandina (D. García de Toledo, marqués de Villafranca, duque de Fernándina y general de las galeras.), nada bien visto, y echando las puertas en tierra, que estava en la esquina del Buen Suceso, tomaron los coches y llevándoles á la oguera de los trastos de Balart (Berart), que todavía quemava, los convirtieron en ceniza, que entre coches, literas, galeras y carrocillas balían millares de ducados. Sólo una carrocilla dijeron le havía costado pocos meses antes dos mil escudos.

Quemados los coches, se fueron á quemar la casa del Duque, que estava tras el combento de los Angeles, y hallando cinco ó seis criados que la guardavan, y que quisieron hacer armas, como allí no havía peligro de otras cosas, luego pegaron fuego; y viéndose los criados que havían de morir á las llamas, quiriendo escapar con la vida, treparon una pared que da al combento y pasáronse á él, pero reconocido por los segadores, entrando en la clausura, les dieron muerte. Aquí ya concurría gente de la ciudad, por el antiguo odio que tenían al Duque. También mataron aquí un sacerdote, por desgracia, que entrando en las monjas á ministrar el sacramento de la penitencia á los criados, deseando ver adonde havía de acudir, acertóse abrir una ventana del huerto, á la que, como á las demás, porque ningún criado escapase, atendían los segadores, que viéndola abrir, dispararon, y diéronle en la caveza dos valas, de las quales murió luego sin decir Jesús, y asimismo los demás criados: la casa toda se quemó.

Volviendo al Virrey que confuso y decaído de ánimo en tal disturvio y ocurrencia de cosas, no dándose por siguro en su casa con las guardias de la Ciudad, se pasó al baluarte de S(an)ta Eulalia entre una y dos de la tarde, en compañía de su hijo y algunos cavalleros cathalanes: ni allí sosegó su corazón (como el que ansioso de su mayor siguridad, la busca á veces en su mayor ruina), bien que tenía una compañía de guardia en el mismo baluarte, pero no faltó quien, mal advertido le persuadió, que no era crédito de su persona ni de la del Rey que haviendo presidios reales, se guareciese á los que tenía la Ciudad, y así se pasó á la Ataraçana, en donde havía mucha milicia y algunos cinquenta cavallos, que cerrando los restrillos y tomando todas las armas, se procurava asigurar allí su persona; persuadíanle los obispos se embarcase en una galera de Génova, que havían hecho venir delante la Taraçana, pero no quiso ejecutarlo, que quando Dios quiere que se cumplan sus decretos cierra los ojos al entendimiento, para que no veamos lo que nos está bien, y á él le sucedió así, pareciéndole estaba en la mayor siguridad.

Noticiosos los conselleres de lo que se hiua obrando, y recelando del mal rostro de las cosas lamentables sucesos, repetían pregones, pena de la vida, que las cofradías y oficios acudiesen á casa de la Ciudad armados, para repartirlos en sus puestos y poner custodia á donde combendría; pero como á la plebe (siempre amiga de novedades y reboluciones) le complacía lo que los segadores obravan, y aun deseaban hiciesen más, ninguno obedecía, á cuia vista los conselleres, con sus gramallas, se resolvieron á salir en busca de los segadores, y llegando á casa de D. Grao Guardiola, sólo toparon el estrago en la oguera y la noticia de que el tumulto estava en casa el de Fernandina. Encamináronse allá, llegando á la sazón de estarse tirando los de adentro con los de afuera, como dije arriba: quiso el hado que con la premura y congoja que hivan los conselleres por medio del tumulto, tropezase uno con la gramalla y caiese (Fué el conceller tercero José Massana), sin que la opresión de los circunstantes le permitiese lebantar con la brevedad que era menester; viéronle caer en ocasión que todo era tirar, y sin más averiguación empezaron á gritar que los castellanos havían muerto un conseller; corrió esta voz por Barcelona, aún más repentina que el suceso, y tan creída de todos, que al instante se sublevó la plebe de Barcelona, apellidando Traición, que nos han muerto un Conseller. ¡Dios sea conmigo, y qué error y desorden al oir esta nueba! Pues quitándose el velo la modestia barcelonesa, que hasta entonces havía conservado, corrió con el mismo desenfreno que los segadores á la total ruina de los castellanos; y al desquite del odio que contra ellos se havía concevido, nadie desee verse, ni culpe mi corto encarecimiento, en día como este que parecía su infierno esta ciudad.

Encamináronse luego á la Ataracana, y hallándola cerrada, empezaron á vocear: Aquí están los traidores; quemémoslos, y viva la patria. Havíale ya llegado al conde de Santa Coloma la fingida muerte del conseller, bien que de los más ó de todos creída, y apenas se la difieren pronunció estas razones: ¿Un conseller ha muerto? yo soy muerto. ¡Quién duda que los impulsos de su vecina muerte y las congojas le tendrían ya comprendido, y que ocurrióndole ser causa de todas estas desdichas, ó por omisión suia, ó descuido afectado, le serían otros tantos torcedores y berdugos de su conciencia y lastimado corazón!

Estando en estas apreturas, oieron el tumulto á las puertas, el grito de mueran, y la noticia de haver pegado fuego á las puertas, mientras travajavan los del tumulto en abrir, porque con mucha madera estavan las puertas y rastrillos cerradas. Quiso el Virrey embarcarse, pero ya no hubo lugar, porque al tiempo de acudir á la Ataracana la gente de Barcelona, se suvió muchísima al baluarte de Santa Eulalia y Torre de las Pulgas, de donde á mosquetazos y tiros de artillería, sin orden alguno, hicieron apartar la galera y se hicieron dueños de la salida por mar. Visto esto, y que la gente estava ya mui cerca de entrar, se dispidió el Virrey de los obispos y cavalleros, que casi todos los de Barcelona estavan con él, y diciéndoles, sálvese quien pueda, con algunos que le siguieron se entró en el baluarte del Rey, y por unas ruinas de la muralla bajó á tierra hacia la parte de San Bertrán, encaminándose por la orilla del agua entre la montaña y el mar. Otros hacia Santa Madrona; otros hacia Monjuique; algunos bolvióndose á la ciudad y los obispos escalándose por la pared de la huerta que da hacia Santa Mónica, se dividieron.

Entró la furia del tumulto, y reconociendo el puesto por donde havían huído, dieron tras ellos á la desilada, cada uno por donde le parecía, matando á quantos castellanos y extranjeros encontravan, y los obispos, á no hallarse el de Barcelona entreellos, no sé qué huviera sido.

El Virrey, juzgando más segura la derrota que llebava, prosiguió con ella, desamparado ya de la nobleza cathalana, y con boyado de pocos de los suios, porque cada uno miraya á salvarse, pero nada le aprovechó, ni yo podré decir de sus pasos; sí sólo el estado en que le hallaron difunto y el puesto, que era baxo San Bertrán, los pies casi dentro el agua, desabrochado de pechos, quitada la golilla, con cinco ó seis puñaladas entre el estómago y barriga, pero sin gota de sangre, y un golpecito, cosa muy poca, en la frente. En este mísero estado se vio muerto el que pocos meses antes se havía visto capitanear quarenta mil hombres, y pocas horas antes governar una provincia. ¡Ha infelicidades desta vida, á qué términos traéis los hombres! ¡O culpas nuestras, á qué nos conducís y á quán desastrado é infelice fin nos lleváis!

Antes de topar con el cadáver del Virrey, encontraron con cinco ó seis de cavalleros forasteros, todos disfigurados, y el más vecino al Virrey era un cavallero anciano, de gran bondad, que havía muchos años residía en Barcelona, llamado F. Ernández, que tenía un oficio en la Ataracana.

A las once de la noche truxeron á la Merced en una escala al Virrey, que de otro modo no pudieron sacarlo de donde estava, y sigún el desprecio con que lo conducían, parecía ser un vandolero. Pusiéronlo en la capilla de la Soledad, y causava sumo dolor su gran fatalidad y suma compasión el verlo; pero si havía sido causa de tan lamentables ruinas, no es mucho que Dios permitiera en el lo que acabamos de ver ([omitidas cartas sobre la impresión que produjo en la corte la noticia de su muerte]).

Jamás se aberiguó el homicida por dilig(encia)s que se hicieron, porque la Ciudad, con público vando al otro día, ofrecía quatro mil libras y una vida, no siendo la del mismo actor, á quien lo descubriera: á vista de no descubrirse el actor, se hicieron barios discursos: quién decía que las puñaladas havían sido después de muerto, viendo no saltó gota de sangre; quién que algún soldado ó cavallero de su familia, airados de lo que por él padecían, le dio muerte, y quién que murió reventado, él mismo, porque siendo tan grueso, correr por el arenal y saltar aquellas peñas para huir, es de creer que, junto con las ansias y fatiga, le acavó sin otra ayuda, y á esto, con alguna cabida, atribuieron el golpe de la frente. Ello no se supo, sino que se halló muerto: así discurra cada uno como quiera, y rueguen á Dios le haia perdonado sus culpas.

Mientras esto pasava por la Ataracana, la gente y segadores huía por Barcelona con tal furia, gritería y ruido, que parecía acavara el mundo, ó que era teatro del Juicio universal esta ciudad. Repartieron los Conselleres las compañías que havían acudido en los puestos que pareció más necesarios; procuraron asigurar las casas de los Comunes, tomando las bocas calles, las murallas, torres y baluartes, y algunas plazas.

Entre la puerta de San Seber(o) y de los Telleros ([Tallers]), mataron de un mosquetazo un criado del de Fernandina, que havía escapado de la casa. En el monasterio de las Mínimas havía entrado gran parte del tumulto, pensando abría allí mucha cosa del de Fernandina, por ser mui del cariño de aquellas santas religiosas; pero no encontrando cosa alguna, al salirse ya, topando un montón de colchones, quiso uno probar con una daga si havía algo, y viendo se movía, desacióndoles, toparon al D(octor) Belart (Berart), que dándole mucbas puñaladas le hubieran muerto del todo, á no ser las religiosas, que rogándoles lo dejaran confesar; lo hicieron, y sólo vivió algunas oras. El sujeto era Ec(lesiástic)o, aunque ministro.

Aquella misma tarde del día de Corpus, que no obstante las muertes y estragos que se han referido, no se havía aún saciado la sed de los tumultantes, una gran tropa de ellos se encaminó á casa del D(octor) Puig (Micer Rafael Puig), también de la Real Audiencia, que con sólo esto le apellidavan traidor. Vivía á la Bajada de los Leones, y entrándole la casa y sacando quanto en ella havía se lo quemaron, que causava lástima ver tanta riqueza como se malograva; quemáronle puertas y ventanas, sin dejar sino las paredes, y á no ser por las casas vecinas, también las huvieran puesto á tierra. Cerróse con esto la noche, si acaso se podía decir día el pasado, á vista de tan funestas operaciones.

Toda aquella noche estubíeron las compañías por sus puestos, sin molestia alguna para nadie, sino guardando aquel distrito que se les havía encargado.

Amaneció el día, viernes, y aunque divagavan las compañías por la ciudad, la sed y saña de los tumultantes estava tan encendida como en el principio, y prosiguiendo en su modo de obrar, aquel día quemaron quanto encontraron en casa del D.or Mir (Dr. Jaime Mir), que estava á la plazuela de San Yuste (Plaza de San Justo). Lo mismo en casa del D.or Viñas (Micer Felipe Vinyes), que estava á la Carnicería den Corts; y de [el aguacil] Monrrodon, que estava á la calle de Ancha; haciendo de los vienes de estos dos una oguera á la esquina de la Carnicería den Corts, en la calle Ancha; vien que estos tres, viendo lo que pasava el día antes, y recelándose de lo que le sucedió, retiraron lo mejor y quanto pudieron (…), bien que las alhaxas de maderaje, puertas y ventanas todo pereció.

Pasaron de aquí á casa del D.or Masó (Micer José Massó) que estava á la calle de Basea; éste tubo fantasía de querer defender su casa á fuerza de armas; pero así como llegaron y vieron la resistencia, encolerizados más los del tumulto y acudiendo más gente, y con mucha arma, llegaron á poner fuego en las puertas y ventanas de los entresuelos, y viéndose ya casi perdidos los de adentro, procuraron ponerse en salvo por los texados y (a)zoteas, dejando el paso libre á los incendiarios, que entrando, convirtieron en ceniza quanto tenía en casa, que era mucho, rico y bueno; que fiado en el valor propio y de la gente que tenía en casa, nada havía sacado de ella.

Era ya anochecer quando se obrava esta quema, y navegando ya mezclada mucha gente del lugar y de rapiña, fué tanto lo rrobado como lo quemado. Encontraron en casa de este ministro unas arcas llenas de unas medallas mui delgadas, lo ancho de un real de á ocho ([duro]), con unas efigies de la Virgen en ellas: eran de latón, y levantóse entre ellos la opinión de que aquellas medallas havían de servir de insignia á los afectos al Rey quando los castellanos entrarían, y quien no la trújese al sombrero ó pecho, era enemigo del Rey, y que no se quedase nadie á vida de los que no la traerían: esto sirvió para componçonar más los ánimos de los naturales.

El día siguiente, sávado, se reconoció que crecía el tumulto y con maior desbergüenza, pues havióndose juntado con los segadores toda la canalla y ruindad de Barcelona, pasavan ya las cosas á continuado ladronicio, y á que cada uno obrava sigún su dañada intención, sin remedio ni freno alguno, inbentando ruido en donde se les antojava, para robar y hacer de las suias.

Ese día, por la mañana, á cosa de las nueve, se encaminaron á casa de M(ice)r Ramona (El Dr. D. Luis Ramón), que estava enfrente casa el marqués de Aytona. Hallávase allí J. Ronis (Lorenzo Ronis, ciudadano honrado de Barcelona, que vivía en la calle del Hospital, frente á la capilla del Angel Custodio…), cuñado de Ramona, con unos mozos de armas mui de su aficción y confianza, y viendo tanta multitud de canalla, se encaminó á casa de la Ciudad, lamentándose en alta voz de que se tolerase tal maldad en Barcelona, como dejar apoderar de la ciudad aquella vil gente, y que ya no havía casa sigura, pues acavando de destruir las de los ministros, pasaría á ser lo mismo en las de los particulares, y que le diesen gente, que él daría remedio.

Era éste Ronis, capitán de los tintureros, y encontrando á la sazón su sargento, con quatro ó cinco mosqueteros en Casa de la Ciudad (que siendo de guardia en la Puerta Nueva, havía ydo á tomar unas órdenes), le dijo lo siguiese con la gente que trahía, y encaminándose á casa Ramona, hallaron que el número de la gente era ma(i)or, y queriendo embestir, les dijeron: que si querían vivir se retirasen, que de no hacerlo les costaría la vida. Retiráronse, menos que Ronis y otro compañero: quisieron pasar á casa Ramona, y tirándose unos á otros, á Ronis sólo le chamuscaron la ropa, pero él mató un segador; y encendiéndose maior ravia entre los del tumulto á vista de la muerte del segador, causaron maior ruina y estrago en casa de Ramona, pues quemándole mucha riqueza, después de no dejarle nada, arruinaron gran parte del edificio de la casa. Ronis se retiró á su casa á prevenirse, pues havía de suceder con él lo mismo que con los demás.

Irritados de nuevo los segadores con la muerte de su compañero, acavada la destroza de Ramona, se encaminaron á casa de Ronis, el qual, haviendo juntado hasta unos quarenta entre amigos y deudos, empezó á resistir con armas, y estando batallando cosa de dos horas para detener el ímpetu, mataron dos ó tres de ciudad de los que hivan con los segadores, y entre tanto sacaron por los texados lo mexor y más que pudieron, y descaeciendo de ánimo los defensores, y faltándoles municiones, tuvieron á vien de desamparar la casa y retirarse como pudieron.

Embestieron los del tumulto, y entrándole la casa le quemaron quanto quisieron, robándole lo demás, que sin duda fué más lo que se llebaron que lo que consumió el fuego; halláronle un aposento lleno de cuerda, que era mercadería con que negociava Ronis, pero los del tumulto atribuieron el almagacén á alevosía, y prevención para quando llegarían los castellanos; y no es de admirar esta y otras inventivas, porque corrieron aquellos días tantas pataratas y embustes, que no es creíble, ni aquí es bien se haga mención, así por su muchedumbre como por su poco ó ningún fundamento.

Cansados ya los del tumulto de quemas, omicidios y ruinas, tomaron otro rumbo, que fue embestir las cavallerizas en donde tenía la Ciudad los cavallos del Rey, de aquellos soldados que, perseguidos de los somatenes, se embarcaron; y asimismo las cavallerizas del de Fernandina y D.n Alvaro de Quiñones, tomando cada uno sigun quería y podía, que entre los del Rey y estos otros hacían hasta el número de trescientos cavallos.

Viendo la Ciudad que esta acción amenazava maior estrago, mandó doblar las guardias en los puestos, y que por la puerta no entrase gente armada, y al mismo tiempo mandó que dos compañías numerosas, teniendo los cuerpos de guardia la una al llano de Lluy y la otra á las casas de la Ciudad, haciendo quatro mangas bien armadas, discurrieran divididas por la ciudad, no permitiendo fuese gente armada junta en número, para evitar los daños, insultos y maldades que se hacían. Pagaba la Ciudad quatro r(eales) todos los días á cada uno de los de estas compañías, y aun con doblar las guardias y hacer discurrir por ciudad las compañías armadas, no hera fácil sugetar lo rebelde é indómito de los tumultantes.

Comentarios

3 respuestas a «Corpus de Sangre: el plebeyo y los vallesanos matan a ricos, notables, forasteros, y sus criados; queman y saquean; el Virrey muere de un infarto (es gordito) o defendido hasta el último por en esclavo africano»

  1. Avatar de Alberto Pernales
    Alberto Pernales

    Lo de Parets es ben trovato, y la verdad de la muerte del virrey no la sabe nadie, pero el negro arriesgando lo poco que había ganado para defender al blanco a punto de perder todo también es fotogénico. Sale en [ref140], supongo que vía fuentes borbónicas:

    The Catalans had always held their native magistrates in high respect and esteem. Their imprisonment excited a great sensation, and animated all classes with hatred against the Viceroy. At length an insurrection broke out on the 12th of May, when the citizens of Barcelona, aided by some bands of peasantry who had entered the town, broke open the prison, released the deputies, and threatened an attack on the Viceregal palace.

    This tumult, however, subsided, and the inhabitants of Barcelona might perhaps have remained satisfied with the release of their magistrates. But a greater danger was to be apprehended from the mountaineers of Catalonia, a hardy and temperate, but a lawless and vindictive race. They were divided into bands, and there was a chief for each guerilla. One of the present leaders of these freebooters, called Pedro de Santa-Cecilia-y-Paz, was reputed to have slain, with his own hand, 325 persons. They used musketoons, called pedernates, which were slung round their waists with a leather belt: they despised swords, which they deemed cumbrous, but they always carried girdle knives. They wore long woollen caps or bonnets, which hung over behind the head, and were stripped, like Highland tartan, with various colours, to distinguish the respective troops to which they belonged. Large wide cloaks, of a coarse sort of frieze called xerga, covered the upper parts of their bodies. Sashes, frequently of silk, were twisted round their loins, and on their feet they had mountain sandals, made of hemp or cow’s hide, laced up to their ankles. In this garb they often left their hills and fastnesses to prey on the inhabitants of the plain.

    Even among these daring mountaineers, the Segadores or reapers were noted as a dissolute and audacious race. They passed the greater part of the season without home or fixed habitation; and their coming, wherever they roamed, was always dreaded by the more peaceful inhabitants. It was the annual custom, that these lawless bands should enter Barcelona on the eve of Corpus Christi day, which happened in June, when the reaping season commenced. On the present occasion, immense troops descended from the mountains, and approached the walls of Barcelona. The unusual multitude which flocked this season towards the capital of the province, excited the utmost apprehension in the mind of the Viceroy. He informed the magistrates of his fears, and proposed that the gates should be shut to prevent the entrance of an excessive number, lest (as he alleged) the celebration of the ensuing religious festival should be in any way disturbed or interrupted. The magistracy excused themselves from compliance, on the grounds—that the reapers were mild and affable people, from whom no danger whatever was to be apprehended ; that their admittance was indispensable for gathering the harvest round Barcelona, and that to shut the gates against them would create more tumult than any that could be reasonably anticipated in consequence of their reception. From the dawn of a day appropriated to the commemoration of the most sacred of all religious institutions, wild groups of peasantry, to the number of 4000, with flashing eyes, indignant hearts and wrathful intonations of voice, poured into the city, most of them armed, and many of their number of the most desperate characters. One of the boldest attacked, on the street, a person known as a follower of Monredon, the obnoxious officer who had been guilty of the recent outrages at Farnes. The reaper was wounded in the scuffle, but was quickly succoured by his own people. The soldiers who guarded the viceregal palace hastened to the scene of tumult. But they could not restrain the violence of the inhabitants, who joined the lawless strangers, and raised the usual seditious cry of Spain, a sure harbinger of disorder, Viva el Rey y muera el mal Govierno. This watchword struck terror into the hearts of all the supporters of the government, and it was everywhere followed by doubt, confusion, and uproar. The armed militia, on pretence of appeasing the tumult, rushed through the streets, and increased by their numbers and presence the universal commotion.

    The friends and adherents of the Viceroy were of opinion that he should immediately quit the city; and two Genoese vessels, lying at the time in the harbour, afforded the hope of escape. He considered such a flight, however, as ignominious, and resolved to abide his fate, or at least to remain till he should see if the ecclesiastics, who were exerting themselves for that purpose, should succeed in appeasing the tumult. They had, in fact, partially prevailed in allaying it, when a crowd passing the palace of the Marques of Villafranca, it was supposed by his household that they meant to burn it; and some of the domestics having fired on the multitude, though without ball, the rage of the mob was anew excite’d; and it was reported through all the city that one of their leaders had been slain by a discharge of musketry from the palace of Villafranca. In this extremity, the Viceroy’s agitation was so great, that he was unable to adopt any proper measures, and such orders as he issued were not obeyed. Perceiving, at length, that his presence could be of no avail in restoring order, he resolved, when it was now too late, to save himself by flight. The insurgents had by this time occupied the arsenal and fortifications in the harbour; and, before he could reach the Genoese ships, he required to pass under a range of cannon directed by his adversaries. The confused din of voices, the firing of soldiers and clash of arms resounded through the city. Some houses were on fire,— the prisons were all open,—and men of fierce aspect and atrocious crime were at large. He attempted, however, to reach the shore, and sent forward his son, a boy of twelve years of age, with some attendants. The skiff belonging to the Genoese gallies, which, with imminent hazard, was waiting for them, took the youth on board, but was obliged to put off from shore ere the Viceroy’s arrival, as it was perceived by the mariners that the populace pursued. The son was conveyed safe to one of the gallies in the roads; but the bark could not return for the unfortunate father, as a fire was directed against it from all quarters. Everywhere around he heard outcries for his life; and, now hopeless of escape by sea, he retreated with infirm and wandering steps to the rocks of St Bertrand, on the way to the fort of Monjuich. Meanwhile, his palace had been entered, and his flight having become public, he was furiously sought for in every quarter of the city. His unwieldy bulk hindered him from moving with any degree of activity or quickness, especially on the rugged path he had to tread. He was farther disabled by the fatigue he had endured the whole day,—the want of nourishment, of which he had scarcely partaken,—and a hurt he had accidentally received in his rapid escape from the palace. These causes, by retarding his flight, prevented the only chance of escape which remained. Exhausted with fatigue, and tottering with dismay, he had dropped down among the rocks of St Bertrand, where he was soon discovered by one of the parties in search of him. A single domestic, who had been an African slave, and had accompanied him in his flight, was attempting to revive him by washing his face with sea water, when his pursuers came up with him. This faithful attendant, interposing between the ill-fated Viceroy and the band of assassins, endeavoured to shield his master with his own body, and received many wounds in the generous attempt. But his efforts proved unavailing, and the unfortunate Santa-Coloma was despatched on the spot, with five mortal wounds on his breast[Note: Bossi, Storia di Spagna. Ortiz says he must have died before the assassins came up with him, for that the wounds he received did not bleed.].

    After this catastrophe, the houses of all the royal ministers and judges were sacked. Of these the richest was the palace of the Marques de Villafranca, commander of the galleys, who had quitted Barcelona a few days before. He was a nobleman of various accomplishments, and was distinguished by information beyond his age and country. But his estimable qualities had procured for him the aversion, and not the esteem, of the multitude. His domestics were first sacrificed to the fury of the mob, who, in proceeding to rifle the house, found, among other curiosities, the bronze figure of an ape or monkey, which, by means of machinery, appeared to imitate the gestures of a living animal, by rolling its eyes, bending its limbs, and pressing its paws together. The multitude, blinded with ignorance and rage, believed this ingenious piece of mechanism to be some diabolical invention. Fixing it on the top of a pike, they carried it along the streets, exhibiting it to the people, and at length lodged it in the Inquisition, as the familiar demon of its master, whom they denounced as a sorcerer and magician.

    Nor did the insurgents spare the persons of the obnoxious functionaries of government. Their inflamed passions, and long-smothered revenge, led them to seek out every individual who had been connected with the administration of the province ; and many civil officers were put to death under circumstances of peculiar atrocity and horror. Some Castilians, too, of rank and consideration, who held no official employments, and had sought refuge in the once respected and inviolable convent of St Francis, were barbarously murdered, without being allowed that time for confession which they earnestly implored. The armed peasantry were only at length persuaded to quit the town, by the magistrates spreading a report, that the inhabitants of Roussillon, being grievously oppressed by the Castilians, required their assistance. Instead, however, of hastening to that province, they continued for some days to plunder the surrounding country, and then loaded with booty, returned to their mountain homes.

    Their absence, however, gave time for the local magistracy, who now exercised all the powers of the Viceroy, to restore some order in the city, and deliberate on their future proceedings. They straightway sent intelligence to his Majesty of the transactions on Corpus Christiday, exculpating the people, and throwing the whole blame on the deceased Viceroy, whose inconsiderate measures, as they alleged, had alienated the minds of the Catalans. His death, according to their report, was entirely accidental[Note: In a manifesto which the magistrates made public, and which has been preserved in Siri’s Mercurio, they assert that, at the commencement of the tumult, the Viceroy fled from his palace to the arsenal, where the whole councillors and heads of the city waited on him, to advise his escape, and to aid in his embarkation;—that in his haste and terror, he had wandered from his way, till, exhausted with fatigue, he sank down among the rocks of St Bertrand, where he perished, and some vindictive passenger subsequently inflicted two stabs on his dead body.]; and with hypocritical submission, they begged instructions for their future conduct, and deprecated the misconstruction to which the fate of Santa Coloma might subject them. The intelligence, however, was viewed at Madrid in its true light, and was considered as of most serious aspect. The King showed some desire of accommodation with his Catalonian subjects; and had it not been for the obstinacy of Olivarez, who insisted on implicit submission, the late insurrection might have been attended with no farther evil consequences than the tragical end of the Viceroy, and the other calamities which occurred during the popular tumult. It might have been wise, under the circumstances, to have believed the statcments of the magistracy of Barcelona, and accepted their sulky apologies. But Olivarez would not hear of entering into terms with rebels, which, he maintained, would weaken and undermine the royal authority. Their proffers having been rejected, the citizens of Barcelona prepared for strenuous and systematic resistance. The example of revolt set by the capital, was followed throughout the principality. Tortosa rose, and expelled the Castilian garrison, and detachments of the royal troops were cut off in every direction.

    It may at first sight appear strange, that a single and isolated province should thus have ventured to brave the whole strength and power of the Spanish monarchy. But the situation and circumstances of Catalonia presented peculiar facilities for resistance. Except where bounded by the sea, it was begirt on every side by nearly inaccessible mountains. Most of the towns and villages were seated on heights, and being surrounded by old walls or towers, were easily convertible into strong military positions. The Catalan was always well armed, and in no other country could so great a number of warlike peasantry have been so suddenly collected, or so quickly applied to martial purposes. Their contiguity to France encouraged the inhabitants to expect support from that kingdom, should they be driven to demand its protection. In fact, the French government was already vigilantly attentive to the state of Catalonia; and its secret agents had, at private meetings with the peasantry and citizens, instigated their revolt, and promised them supplies of money, arms, and ammunition. After the death of Santa-Coloma, a communication was opened by the magistracy of Barcelona with Espenan, the governor of Leucate, who, having forwarded their propositions to Richelieu, that minister despatched an envoy to Catalonia, to treat of the terms of succour, and, in consequence, Espenan advanced through one of the passes of the Pyrenees, towards Barcelona, at the head of 300 infantry and 1000 cavalry. In fact, the Catalans, conscious of the murder of their Viceroy, believed that they had offended beyond the hope of pardon, and were fully convinced, that they could trust for safety only to their own exertions, and to the aid of the numerous foreign enemies of Spain.

    Luego hay la versión ([ref2627])que la élite barcelonesa cuenta a Felipe IV:

    Conmocion de los segadores, dia del Corpus Christi.

    La vengança destas omissiones afectadas, particularmente en castigar los agravios del santissimo Sacramento, esperó este Señor para su dia mas solemne, que es del Corpus: residenciando por manos de unos segadores la justicia Divina á la humana, revistiendo en ellos poderes tan grandes, que tres Obispos, los Diputados, y cinco Conselleres, acudiendo al repáro, ya con caricias, ya con armas, fue impossible estorvar sus execuciones. Murio en esta conmocion el Conde de Santa Coloma, Lugartiniente y Capitan General de V. Magestad, topando, en su eleccion, la muerte.

    Dio principio á este fracasso un hombre que avia sido criado del Alguazil Monredon. Este fin autoridad, ó podéres de Rey, quiso reconocer un segador, el qual estrañó la accion, y se alborotó, viendose reconocer de quien no tenia poder para ello. Con esto se travó entre los dos una pendencia, de la qual quedó herido el segador. Alborotaronse los demas segadores, en ayudar á su compañero, y corriendo la voz acudieron todos á la calle ancha, donde estava el alboroto. Los del Palacio del Lugartiniente, viendo que se acercavan los segadores en tropa, dispararon algunos tiros contra ellos, de que murio un segador.

    Con esto, y con la memoria de las injurias, y opressiones passadas, executadas por orden, y permission del Lugartiniente, se inquietaron de suerte, que en un instante, truxeron muchos hazes de leña á las puertas de Palacio, para dalle fuego: diziendo á vozes: viva la santa Fé Catolica, viva el Rey, y muera el mal govierno.

    Boló esta nueva en un momento á la Catedral, donde estavan los Conselleres asistiendo á la Missa Pontifical, y Sermon. Levantaronse luego, interrumpiendo esta assistencia, y acudieron corriendo á sossegar el alboroto: tras los quales llegaron con la mesma diligencia los Diputados. Sossegaron con su presencia á los segadores: y dexando los Conselleres la mosqueteria para guarnicion del Palacio, juntamente con los Diputados, retiraron los segadores á la Rambla (puesto que por ser desahogado le ocupan todos los años los segadores, y alli se hazen los conciertos de las siegas) guiaronlos allá con prudencia, y peligro de la vida. Aqui se despidieron Diputados, y Conselleres: estos se fueron á casa de la Ciudad, y aquellos al Palacio del Lugartiniente, donde le hallaron resuelto de retirarse á la Ataraçana. Acompañaronle allá los Diputados, sossegando su turbacion con ofrecimientos, de no faltar á los que fuesse necessario, para seguridad de su persona, aunque se aventurasse en ello la vida. Aconsejóse, si les parecia bien, que se embarcasse: aprovaron, y esforçaron el buen parecer, ofreciendose de nuevo á todo lo que quisiesse mandarlos. De que hizo tanta estimacion, que dixo, escriviria á V. Magestad, que esta vez avian restaurado la Provincia, y que se bolviessen para sossegar el alboroto, porque él se yva á embarcar: con esto se despidieron.

    Tuvierno noticia los Conselleres, de que el Conde avia salido de palacio (no obstante la guarnicion de la mosqueteria) y fueron corriendo en busca suya. Hallaronle en la ataraçana, donde le avian dexado los Diputados. Alegróse mucho de verlos. Comunicóles el consejo de embarcarse, para mayor seguridad, pidiendoles su parecer. Confirieron los Conselleres sobre el caso, y resolvieron, que era consejo acertado. Y assi le rogaron lo hiziesse. Mostró ygual estimacion, á las demostraciones, y buenos afectos de los Conselleres, que avia mostrado con los Diputados, diziendoles, que se fuessen á sossegar los segadores: porque él se yva á embarcard. Con esto quedaron todos sin sospecha de peligro de la persona del Conde, acudiendo con todas veras á moderar, y reprimir el enojo de los segadores.

    Tal que era la turbacion, y desasossiego del Conde, que para embarcarse, salio indecentemente de la Ataraçana por una brecha, y viendo que la mareta se reforçava tantas vezes, quantas queria llegar la galera á la orilla, se apartó, y salio del abrigo de su Ciudad con un solo criado, echando por el arenal ázia las peñas de san Beltran, camino desusado, igualmente fragoso, y peligroso. Era el buen Conde pesado de cuerpo, de disposicion grave, y corpulenta; estava cansado, sobresaltado del temor, apretado de graves ansias; y consideradno el estado infeliz de los sucessos, enriscado en la fragosidad mayor de Monjuic, se rindio á los desmayos de un mortal parasismo, y resualando/refualando dio consigo entre las rocas, donde ya cadaver, le dieron dos heridas en el vientre; que dixeron los Anotomicos, avellas recebido despues de muerto: porque no se halló efusion de sangre, ni eran bastantes para quitalle la vida tan presto: por quanto muchos han vivido con mayores heridas, en la parte que las tenia el Conde.

    Quedó atonita la Ciudad con nueva tan lastimosa, mostrando todos en el rostro el dolor, que padecian de sucesso tan inopinado: porque aunque por su govierno se avia heco aborrecible, amavan en él tiernamente el nombre de V. Magestad. Esto obligó á que con publicos pregones, prometiesse la Diputacion seys mil escudos, y la Ciudad quatro mil, á quien descubriesse el que dio las heridas al Conde: sin que por parte de V. Magestad se aya prometido (como en otros sucessos inferiores á este) un solo premio. Y parece impossible, que aya hombre, que por callar pierda una cantidad de dinero tan notable. Con que se manifiesta la inculpabilidad del Principado, y ciudad de Barcelona, en este, y en los demas fracassos. Y assi pues son estos delitos particulares, no es justo, que V. Magestad consienta, que sus Ministros los hagan generales, ni la culpa de pocos cometida, se atribuya á todos.

    Tras este desastre han sucedido otros de incendios, y muertes: fines ordinarios de un pueblo opresso, que despues de aver concebido su paciencia muchos agravios, aborta estas, y otras monstruosidades…

    [Metáfora de arroyo represado dando lugar a inundaciones]

    Esplayóse la colera de los vezinos, represada tantos años, sobresaliendo el enojo á la violencia. Y assi todos los fracassos sucedidos, á su primera causa opressiva se reduzen. Las muertes de soldados, y otros no fueron pretendidas, sino sucedidas con la avenida de un pueblo afligido, que buscando su antiguo curso, los trastornó como estorvos. Estos ruidosos sucessos pretende, el que intentó sacar á los Catalanes del quicio de sus leyes.

    There’s another classic insider version [ref143]:

    79. Habia entrado el mes de Junio, en el qual por uso antiguo de la provincia acostumbran baxar de toda la montaña hácia Barcelona muchos segadores, la mayor parte hombres disolutos y atrevidos, que lo mas del año viven desordenadamente sin casa, oficio ó habitacion cierta., causan de ordinario movimientos é inquietud en los lugares donde los reciben; pero la necesidad precisa de su trato parece no consiente que se les prohiba: temian las personas de buen ánimo su llegada, juzgando que las materias presentes podrian dar ocasion á su atrevimiento en perjuicio del sosiego público.

    80. Entraban comunmente los segadores en vísperas de Córpus, y se habian anticipado aquel año algunos, tambien su multitud superior a los pasados daba mas que pensar á los cuerdos, y con mayor cuidado por las observaciones que se hacian de sus ruines pensamientos.

    81. El de Santa Coloma avisado de esta novedad, procuró (previniéndola) estorbar el daño que ya antevia: comunicólo a la Ciudad diciendo, le parecia conveniente a su devocion y festividad que los segadores fuesen detenidos, porque con su número no tomase algun mal propósito el pueblo, que ya andaba inquieto; pero los conselleres de Barcelona (así llaman los ministros de su magistrado; consta de cinco personas) que casi se lisonjeaban de la libertad del pueblo, juzgando de su estruendo habria de ser la voz que mas constante votase el remedio de su república, se excusáron con que los segadores eran hombres llanos y necesarios al manejo de las cosechas: que el cerrar las puertas de la ciudad causaria mayor turbacion y tristeza: que quizá su multitud no se acomodaria a obedecer la simple órden de un pregon; intentaban con esto poner espanto al Virey, para que se templase en la dureza con que procedia; por otra parte deseaban justificar su intencion para qualquier suceso.

    82. Pero el Santa Coloma ya imperiosamente les mostró con claridad la peligrosa confusion, que los aguardaba en recibir tales hombres; empero volvió el magistrado por segunda respuesta que ellos no se atrevian á mostrar á sus naturales tal desconfianza, que reconocian parte de los efectos de aquel rezelo, que mandaban armar algunas compañias de la ciudad para tenerla sosegada: que donde su flaqueza no alcanzase, suplise la gran autoridad de su oficio, pues á su poder tocaba hacer executar los remedios, que ellos solo podian pensar y ofrecer. Estas razones detuviéron al Conde, no juzgando por conveniente rogarles, con lo que no podia hacerles obedecer, ó tambien porque ellos no entendiesen, eran tan poderosos, que su peligro ó su remedio podia estar en sus manos.

    83. Amaneció el dia en que la iglesia católica celebra la institucion del Santísimo Sacramento del Altar: fué aquel año el siete de Junio: continuóse por toda la mañana la temida entrada de los segadores; afirman que hasta dos mil, que con los anticipados hacian mas de dos mil y quinientos hombres, algunos de conocido escándalo: dícese que muchos á la prevencion y armas ordinarias añadiéron aquella vez otras, como que advertidamente fuesen venidos para algun hecho grande.

    84. Entraban y discurrian por la ciudad no habia por todas sus calles y plazas, sino corrillos y conversaciones de vecinos y segadores: en todos se discurria sobre los negocios entre el rey y la provincia, sobre la violencia del Virey, sobre la prision del diputado y concejeros, sobre los intentos de Castilla, y últimamente sobre la libertad de los soldados: despues ya encendidos de su enojo, paseaban llenos de silencio por las plazas, y el furor oprimido de la duda forcejaba por salir asomándose á los efectos, que todos se reconocian rabiosos é impacientes; si topaban algun Castellano, sin respetar su hábito o puesto lo miraban con mofa y descortesia, deseando incitarlos al ruido; no habia demostracion que no prometiese un miserable suceso,

    85. Asistian á este tiempo en Barcelona, esperando la nueva campaña, muchos capitanes y oficiales del exército y otros ministros del rey Católico, que la guerra de Francia habia llamado a Cataluña; era comun el desplacer con que los naturales los trataban. Los que eran mas servidores del rey atentos á los sucesos antecedentes, median sus pasos y divertimientos, y entre todos se hallaba como ociosa la libertad de la soldadesca. Habian sucedido algunos casos de escándalo y afrenta contra personas de gran puesto y calidad, que la sombra de la noche ó el temor habia cubierto. Eran en fin freqüentísimas las señales de su rompimiento. Algunos patrones hubo, que compadecidos de la inocencia de los huéspedes, los aconsejaban mucho de ántes se retirasen á Castilla; tal hubo tambien que rabioso, con pequeña ocasion amenazaba á otro con el esperado dia del desagravio público.

    86. Este conocimiento incitó á muchos (bien que su calidad y oficio les obligase á la compañia del Conde) a que se fingiesen enfermos é imposibilitados de seguirle: algunos despreciando ó ignorando el riesgo, le buscáron.

    87. Era ya constante en todas partes el alboroto; los naturales y forasteros corrian desordenadamente: los Castellanos amedrentados del furor público se escondian en lugares olvidados y torpes otros se confiaban á la fidelidad (pocas veces incorrupta) de algunos moradores, tal con la piedad tal con la industria, tal con el oro. Acudió la justicia a estorbar las primeras revoluciones, procurando reconocer y prender algunos de los autores del tumulto: esta diligencia (a pocos agradable) irritó y dió nuevo aliento a su furor, como acontece que el rocio de poca agua enciende mas la llama en la hornaza.

    88. Señalábase entre todos los sediciosos uno de los segadores, hombre facineroso y terrible, al qual queriendo prender por haberle conocido un ministro inferior de la justicia, hechura y oficial del Monredon (de quien hemos dicho), resultó de esta contienda ruido entre los dos: quedó herido el segador, á quien ya socorria gran parte de los suyos. Esforzábase mas y mas uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los segadores. Entónces algunos de los soldados de milicia que guardaban el palacio del Virey, tiráron hácia el tumulto, dando á todos mas ocasion que remedio. Á este tiempo rompian furiosamente en gritos: unos pedian venganzas, otros mas ambiciosas apellidaban la libertad de la patria: aquí se oia viva Cataluña y los Catalanes: allí otros clamaban: muera el mal gobierno de Felipe. Formidables resonáron la primera vez estas claúsulas en los recatados oidos de los prudentes; casi todos los que no las ministraban, las oian con temor, y los mas no quisieran haberlas oido. La duda, el espanto, el peligro, la confusion, toda era uno: para todo habia su accion, y en cada qual cabian tan diferentes efectos; solo los ministros Reales y los de la guerra lo esperaban iguales en el zelo. Todos aguardaban por instantes la muerte (el vulgo furioso pocas veces pára sino en sangre), muchos sin contener su enojo servian de pregon al furor de otros, este gritaba quando aquel heria, y este con las voces de aquel se enfurecia de nuevo. Infamaban los Españoles con enormísimos nombres, buscábanlos con ansia y cuidado, y el que descubria y mataba, ese era tenido por valiente, fiel y dichoso.

    89. Las milicias armadas con pretexto de sosiego, ó fuese órden del Conde, ó solo de la Ciudad siempre encaminada á la quietud, los mismos que en ellas debian servir á la paz, ministraban el tumulto.

    90. Porfiaban otras bandas de segadores (esforzadas ya de muchos naturales) en ceñir la casa de Santa Coloma: entónces losdiputados de la General con los conselleres de la ciudad acudiéron a su palacio; diligencia que mas ayudó la confusion del Conde, de lo que pudo socorrérsela: allí se puso en plática saliese de Barcelona con toda brevedad, porque las cosas no estaban ya de suerte, que accidentalmente pudiesen remediarse: facilitabanle con el exemplo de. D. Hugo de Moncada en Palermo, que por no perder la ciudad la dexó pasándose á Mecina. Dos galeras genovesas en el muelle daban todavia esperanza de salvacion: escuchábalo el Santa Coloma; pero con ánimo tan turbado, que el juicio ya no alcanzaba á distinguir el yerro del acierto. Cobróse, y resolvió despedir de su presencia casi todos los que le acompañaban, ó fuese que no se atrevió á decirles de otra suerte que escapasen las vidas, ó que no quiso hallarse con tantos testigos á la execucion de su retirada. En fin se excusó á los que le aconsejaban su remedio con peligro, no solo de Barcelona, sino de toda la provincia: juzgaba la partida indecente á su dignidad: ofrecia en su corazon la vida por el Real decoro: de esta suerte firme en no desamparar su mando, se dispuso á aguardar todos los trances de su fortuna.

    91. Del ánimo del magistrado no harémos discurso en esta accion, porque ahora el temor, ahora el artificio, le hacian que ya obrase conforme á la razon, ya que disimulase segun la conveniencia. Afirmase por sin duda que ellos jamas llegáron á pensar tanto del vulgo, habiendo mirado apaciblemente sus primeras demostraciones,

    92. No cesaba el miserable Virey en su oficio (como el que con el remo en la mano piensa que por su trabajo ha de llegar al puerto): miraba, y revolvia en su imaginacion los daños, y procuraba su remedio: aquel último esfuerzo de su actividad estaba enseñando ser el fin de sus acciones.

    93. Recogido á su aposento, escribia y ordenaba; pero ni sus papeles ni sus voces hallaban reconocimiento ú obediencia. Los ministros Reales deseaban que su nombre fuese olvidado de todos; no podian servir en nada: los Provinciales ni querian mandar, ménos obedecer.

    94. Intentó por última diligencia satisfacer su queja al pueblo, dexando en su mano el remedio de las cosas públicas, que ellos ya no agradecian, porque ninguno se obliga, ni quiere deber á otro lo que se puede obrar por sí mismo; empero ni para justificarse pudo hallar forma de hacer notoria su voluntad á los inquietos, porque las revoluciones interiores (á imitacion del cuerpo humano) habian de tal suerte desconcertado los órganos de la república, que ya ningun miembro de ella acudia á su movimiento y oficio.

    95. Á vista de este desengaño se dexó vencer de la consideracion y deseo de salvar la vida, reconociendo últimamente lo poco que podia servir á la ciudad su asistencia; pues ántes el dexarla se encaminaba á la lisonja, ó á remedio acomodado á su furor. Intentólo, pero ya no le fué posible, porque los que ocupaban la tarazana y baluarte del mar, a cañonazos habian hecho apartar la una galera; y no ménos porque para salir á buscarla á la marina, era fuerza pasar descubierto á las bocas de sus arcabuces. Volviáse seguido ya de pocos, á tiempo que los sediciosos á fuerza de armas atropellaban las puertas: los que las defendian entendiendo la causa del tumulto, unos les seguian, otros no lo estorbaban.

    96. Á este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo, muchas se ardian, muchas se arruinaban, á todas se perdia el respeto, y se atrevia la furia: olvidábase el sagrado de los templos, la clausura é inmunidad de las religiones fué patente al atrevimiento de los homicidas: hallábanse hombres despedazados sin exminar otra culpa que su nacion, aun los naturales eran oprimidos por crimen de traydores; así infamaban aquel dia a la piedad, si alguno abrió sus puertas al afligido, ó las cerraba al furioso. Fuéron rotas las cárceles, cobrando no solo libertad, mas autoridad los delincuentes.

    97. Habia el Conde ya reconocido su postrer riesgo, oyendo las voces de los que le buscaban, pidiendo su vida; y depuestas entónces las obligaciones de Grande, se dexó llevar fácilmente de los afectos de hombre: procuró todos los modos de salvacion, y volvió desordenadamente á proseguir en el primer intento de embarcarse: salió segunda vez á la lengua del agua; pero como el aprieto fuese grande, y mayor el peso de las aflicciones, mandó se adelantase su hijo con pocos que le seguian, porque llegando al esquife de la galera (que no sin gran peligro los aguardaba) hiciese como lo esperase tambien: no quiso aventurar la vida del hijo, porque no confiaba tanto de su fortuna. Adelantóse el mozo, y alcanzando la embarcacion, no le fué posible detenerla (tanta era la furia con que procuraban desde la ciudad su ruina): navegó hacia la galera, que le aguardaba fuera de la bateria. Quedóse el Conde mirándola con lágrimas disculpables en un hombre, que se veia desamparado á un tiempo del hijo y de las esperanzas; pero ya cierto de su perdicion, volvió con vagarosos pasos por la orilla opuesta á las peñas que llaman de San Beltran, camino de Monjuich.

    98. A esta sazon, entrada su casa y pública su ausencia, le buscaban rabiosamente por todas partes, como si su muerte fuese la corona de aquella victoria: todos sus pasos reconocian los de la tarazana: los muchos ojos que lo miraban caminando como verdaderamente á la muerte, hiciéron que no pudiese ocultarse á los que se le seguian, era grande la color del dia, superior la congoja, seguro el peligro, viva la imaginacion de su afrenta: estaba sobre todo firmada la sentencia en el tribunal infalible, cayó en tierra cubierto de un mortal desmayo y donde siendo hallado por algunos de los que furiosamente le buscaban, fué muerto de cinco heridas en el pecho.

    99. Así acabó su vida D. Dalmau de Queralt, Conde de Santa Coloma, dándole famoso desengaño á la ambicion y soberbia de los humanos, pues aquel mismo hombre en aquella region misma, casi en un tiempo propio, una vez sirvió de envidia, otra de lástima. ¡Ó grandes!, que os parece nacisteis naturales al imperio, ¡qué importa, sino dura mas de la vida, y siempre la violencia del mando os arrastra tempranamente al precipicio!

    100. No paró aquí la revolucion, Porque como no tenia fin determinado, no sabian hasta donde era menester que llegase la fiereza. Las casas de todos los ministros y jueces Reales fueron dadas á saco, como si en porfiadísimo asalto fuesen ganadas á enemigos. Empleóse mas el furor en el aposento de D. García de Toledo, Marques de Villa Franca, General de las galeras de España, que algunos dias ántes habia dexado aquel puerto: tenian largas noticias del Marques por la asistencia que hacia en la ciudad: aborrecían entrañablemente su despejo y exquisito natural: pagáron entónces las vidas de sus inocentes criados el odio concebido contra el Señor. Aquí sucedió un caso extraño, asaz en beneficio de la templanza: toparon los que desvalijaban la casa, entre sus alhajas un relox de raro artificio, que ayudándose de los movimientos de sus ruedas (encerradas en el cuerpo de un xmio, cuya figura representaba) fingia algunos ademanes de vivo, revolviendo los ojos y doblando las manos ingeniosamente: admirábase la multitud en tal novedad, ciega dos veces del furor y de la ignorancia, y creyendo ser aquella alguna invencion diabólica, deseosos de que todos participasen de su propia admiracion, claváron el relox en la punta de una pica: así discurriendo por toda la ciudad, le enseñaban al pueblo que le miraba y seguia igualmente lleno de asombro y rabia; de esta suerte camináron á la Inquisicion, y le entregáron á sus ministros, acusando todos á voces el encanto de su dueño; ellos bien que reconocidos del abuso vulgar que los movia, temerosos de su desórden conviniéron en su sentimiento, prometiendo de averiguar el caso, y castigarle como fuese justo.

    101. La gente que llevó tras sí esta novedad, y el tiempo que se gastó en seguirla, alivio mucho el tumulto: por otra parte se empleaban otros en acompañar y aclamar de nuevo al Diputado Tamarit y Conselleres, que recibiéndo del vulgo el aplauso como la libertad poco ántes, discurrian por las plazas llevados en hombros de la plebe: ocupó este exercicio gran parte del dia; mas no por eso le faltaban al tumulto voces, manos, armas y delitos.

    102. El convento de San Francisco, casa en Barcelona de suma reverencia, ofrecia con su autoridad y devocion inviolable sagrado á los temerosos: acudiéron muchos á buscarle; esto mismo dió motivo de crecer el ardor de los inquietos: hiciéron los religiosos algunas diligencias mas constantes de lo que permitia su profesion; bien que cortísimas para resistir las fuerzas contrarias pretendiéron quemar las puertas, y venciéndolas en fin, entráron espantosamente: fueron en un instante hallados y muertos con terrible inhumanidad casi todos los que se habian retirado, y enQuiñónestre ellos algunos hombres de gran calidad y puesto; estos son los que podríamos llamar dichosos, acabando en la casa de Dios y á los pies de sus ministros. Tal hubo, que pidiendo entrañablemente confesion, se la concediéron; pero luego impaciente el contrario salpicó de inocente y miserable sangre los oidos del que en lugar de Dios le escuchaba: otros medio muertos por las calles acababan sin el refugio de los sacramentos: alguno pudo contar infinitos homicidas, pues comenzándole á herir uno, era despues lastimoso despojo al furor de los que pasaban: á otro embestian en un instante innumerables riesgos, llegando juntas muchas espadas no se podria determinar á que mano debia la muerte; ella tampoco (como á los demas hombres) los aseguraba de otras desdichas. Muchos despues de muertos fueron arrastrados, sus cuerpos divididos, sirviendo de juego y risa aquel humano horror, que la naturaleza religiosamente dexó por freno de nuestras demasias: la crueldad era deleyte, la muerte entretenimiento: á uno arrancaban la cabeza (ya cadáver), le sacaban los ojos, cortaban la lengua y narices, luego arrojándola de unas en otras manos y dexando en todas sangre y en ninguna lástima, los servia como de fácil pelota: tal hubo, que topando el cuerpo casi despedazado, le cortó aquellas partes, cuyo nombre ignora la modestia, y acomodándolas en el sombrero, hizo que le sirviesen de torpísimo y escandaloso adorno.

    103. Todo aquel dia poseyó el delito repartido en enormes accidentes, de que cansados ya los mismos instrumentos del desórden, paráron en ella, ó tambien, porque con la noche temiéron de los mismos que ofendian, y aun de sí propios.

    104. Estos son aquellos hombres (caso digno de gran ponderacion) que fueron tan famosos y temidos en el mundo, los que avasalláron príncipes, los que domináron naciones, los que conquistaron provincias, los que diéron leyes á la mayor parte de Europa, los que reconoció por Señores todo el Nuevo mundo. Estos son los mismos Castellanos, hijos, herederos y descendientes de estotros, y estos son aquellos que por oculta providencia de Dios, son ahora tratados de tal suerte dentro de su misma patria por manos de hombres viles, en cuya memoria puede tomar exemplo la nacion mas soberbia y triunfante. Y nosotros viéndoles en tal estado, podremos advertir, que el cielo ofendido de sus excesos, ordenó que ellos mismos diesen ocasion á su castigo, convirtiéndose con facilidad el escándalo en escarmiento.

    105. Al otro dia atemorizada la ciudad del rumor pasado, y manchada de sangre de tintos inocentes, amaneció como turbada é interiormente llena de pesar y espanto. Hizo celebrar sus funerales por el Conde muerto, llena de tristísimos lutos en demostracion de su viudez, y en pregones y edictos públicos ofreció premios considerables al que descubriese el homicida.

    106. Dió luego la diputacion cuenta al rey Católico de lo sucedido el dia de Córpus, disculpaba los ministros provinciales, dexaba toda la ocasion á la parte del Virey, cuya inconsiderada entereza á los principios habia revuelto los ánimos de los atrevidos: hablaban templadamente del alboroto, y con gran exgeracion de su sentimiento negaban la violencia en la muerte del Conde; antes acomodándolo á accidente natural, se quejaban del temor que le traxo aquellos términos: en fin, llenos de lágrimas mas pedían el consuelo que el remedio; y entre tanto proseguian en sus averiguaciones, por excusarse (si les fuese posible) del escándalo que un tal suceso podia haber dado en el mundo.

    I wonder how much of the abalot dels segadors meme is subsequent invention based on popular access to Matthew 13. Here’s Sant Matheu 13 in the 1836 Catalan translation by Joseph Melchior de Prat for the British and Foreign Bible Society of Lo Nou Testament de Nostre Senyor Jesu Christ:

    36 Llavors despedida la gent, sen vingué á casa, y acercántseli sos deixebles li digueren: Explicaunos la parábola de la sisanya del camp.

    37 Ell los respongué dihent: Aquell que sembra la bona llavor es lo Fill del home.

    38 Yl camp es lo mon. Y la bona llavor son los fills del regne. Y la sisanya son los fills de la iniquitat.

    39 Yl enemich que la sembrá es lo diable, y la sega es la consumació del sigle. Yls segadors son los ángels.

    40 De manera que axí com se cull la sisanya y’s crema en lo foch, axí succehirá en la fi del mon.

    41 Lo Fill del home enviará sos ángels, y aplegarán de son regne tots los escándols y aquells que obran iniquitat.

    42 Yls tirarán á la fornal del foch. Allí serán los plors yl cruxir de dents.

    43 Llavors los justos resplandirán com lo sol en lo regne de son Pare. Qui té orellas pera ohir, oyga.

    44 Es semblant lo regne del cel á un tresor escondit en lo camp, que quant un home lo troba l’escondeix, y gosós del encontre, sen va y ven tot lo que té, y compra aquell camp.

    45 Del mateix modo es semblant lo regne del cel á un negociant, que busca perlas bonas.

    46 Y haventne trobat una de gran valor sen aná, y vengué tot quant tenía, y la comprá.

    47 També es semblant lo regne del cel á un filat, que tirat al mar arreplega tota mena de peixos.

    48 Y quant está ple lo trauhen á la bora los pescadors, y assentats allí trian los bons y los posan en sos coves, y llansan los dolens.

    49 Axí esdevindrá en la consumació del sigle: vindrán los ángels y separarán los dolents d’entre los bons;

    50 Yls posarán en la fornal del foch: allí serán los plors yl cruxir de dents.

    51 Y Jesús los digué: ¿Haveu comprés totas aquestas cosas? Ells digueren: Sí.

    I can’t remember reading anywhere that George Borrow was offloading this translation, but I would have thought it likely.

    Hay versión muy romántica en [ref3387]:

    Malhajin quants provocan á porfía
    Tan deplorables mals!
    Malhaji aquell que al próxim no aprecia!
    Mal hajin los tirans!

  2. […] the fact of prior sources is both more entertaining and enlightening than the subsequent fictions. John Colin Dunlop's 1834 account broadly follows the classic insider version by Francisco Manuel de Mel(l)o (1654), but his […]

  3. […] en Madrid las muertes violentas del de Santa Coloma, la natural y pronta del de Cardona, ambos virreies, sucedidas en tan corto plazo, la Provincia […]

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