Celébrase en la catedral capítulo de los PP. de la Merced, y en él se los reforma y se les prohibe llevar sombrero de ninguna clase.
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Al entrar por primera vez en Barcelona, Felipe IV cambia de caballo para no incomodar al conseller en cap
El día XXVI de Marzo, año del Señor MDCXXVI, hallándose Conselleres el Señor Julián de Navel, en cap …, Hyerónimo de Gava… sigundo y Ximénez quinto, fué la gloriosa entrada de la católica y real magestad del Rey nuestro señor Felipe cuarto en esta ciudad de Barcelona: sucedió dicho día por la tarde; y habiendo savido [el día anterior] que S. M. entraba en el monasterio de religiosas Bernardas dichas de Valldoncella, me fuí yo á la puerta de San Antonio para ver lo que pasaba. Estaba la dicha puerta ricamente adornada, habíase dispuesto una contra-puerta de madera con sus balconadas, y en lo superior, una media naranja, de donde en una granada había de bajar el niño con las llabes de la ciudad, para entregarlas al Rey. En esta contra-puerta estaban con muy buena orden y colocados los cuerpos santos y reliquias que tiene la Ciudad. Estúveme allí una hora, en la cual vi entrar diversas acémilas cargadas y cubiertas con ricos reposteros, todas de la Casa Real, y algunas venían muy estropeadas. Dijéronme también que había dos días que pocas ó muchas entraban de continuo. Cansado de estar allí por la multitud de gente que había, salíme hacia el lugar de Sans para ver si venía S. M.; encontré muchas y ricas carrozas llenas de caballeros, y otra mucha gente de la real familia. En el monasterio de Valldoncella vi la repostería y cocina; y entre diversas alhajas vi un hornilllo portátil en que se cocía el pan para S. M. Visto esto, pasé á Sans, y á poco rato oí una trompeta que venía de Barcelona; era la compañía de caballos ligeros de Perpiñán que salían á en contrar á S.M. Pasados éstos, á poco rato oí otra trompeta que venía hacia Barcelona; tras ella seguían algunos hombres armados de punta en blanco que venían de custodia á un rico coche; en él venía solo una persona, era hombre guerrero de vella barba; pregunté quién era, y supe ser el conde de Olivares que á poca distancia de Sans, dejando el coche, montó en un caballo, y desde una eminencia miró si venía el Rey; y viendo que no venía, se volvió á su coche, y muy despacio hacia Barcelona, y yo seguía los mismos pasos; vi venir de Barcelona al duque de Cardona, que en un coche salía con sus hijos á recibir al Rey, llevando su familia con rica librea. Volvíme con él hacia Provençana (Santa Eulalia de Provenzana, en las inmediaciones de Barcelona, cerca del Hospitalet), y cerca de allí vi la compañía de caballos ligeros de Perpiñán que habían hecho alto; oí luego dos clarines; seguíase después multitud de gente armada en blanco con sus lanzas; venían éstos en custodia de seis coches con tiro de á seis mulas cada coche; en el último venía la Real persona de Felipe cuarto, con algunos grandes dentro del mismo coche, y no vi á S. M. sino á paso, porque ivan los coches á la posta. Al pasar delante la compañía de caballería rindieron las armas, y llegando cerca de la Cruz Cubierta, estuvo ya la guardia de Rey con librea amarilla, colorada y blanca; los soldados de ella, unos traían alabardas y otros cuchillas; teníase ya prevenido un hermoso caballo blanco, tan dócil y vello como requería la ocasión. Dejó S. M. el coche, y con mucho donaire montó el caballo. Traía un capotillo de terciopelo negro, manga de brocado; una rica cadena, sombrero y pluma de color leonado, con una hermosa joya, de la cual pendía una gruesa perla del tamaño de una nuez. El duque de Cardona iba al lado siniestro á pió, pero cubierto, sino es en las ocasiones en que el Rey le preguntava alguna cosa, y en habiendo respondido se volvía á cubrir. Otros muchos señores venían también á pié, pero descubiertos. Seguíase á caballo inmediatamente el de Olivares y otros muchos grandes. Poco antes de llegar á la Cruz Cubierta, salió la universidad en forma, y cada doctor con la insignia, según su facultad; apeáronse, y hecha la venia á S. M. volvieron á montar á caballo. Vino después el ilustre cavildo, hizo lo mismo, y últimamente llegaron los Conselleres en forma de Ciudad, con gramallas (traje talar, distintivo de la magistratura municipal) de tercipelo carmesí, forradas de brocado; y sin dejar sus caballos, hicieron la función acostumbrada en tal ocasión. Del mismo modo hicieron su función los Diputados; y acavadas las solitas … ceremonias, el Conceller en cap se puso á la mano siniestra del Rey, usando de la anti gua preheminencia y singular gracia, que los católi cos Reies han concedido á esta ciudad. En esta forma, y con la debida orden, acompañaron á S. M. todos los puestos, hasta el dicho convento de Valldoncella, en donde quedó S. M., y volviéndose el sobredicho acompañamiento á Barcelona, quieren algunos decir que entró el Rey de secreto aquella noche en Barcelona.
El día siguiente, por la tarde, concurrió un sin número de gente á la puerta de San Antonio, de calidad, que no cabiendo en los caminos, destruyeron la cosecha de muchos campos vecinos á la puerta. Llegada la hora de la entrada, y dispuestas las guardias según su estilo, salió S. M. de Valldoncella á caballo en la forma que el día antecedente: seguíanse á caballo el conde de Olivares, almirante de Castilla, duque de Maqueda y demás grandes de España. Con esta orden llegaron á la puerta, en donde esperaban los Conselleres; hizo pausa S. M., y bajó dentro de tres granadas primorosamente dispuestas, que abriéndose sucesivamente una á otra, salió de la última un hermoso (niño? [- falta la palabra]), que pronunciando algunos versos latinos, entregó al Rey las llaves de la ciudad. Reciviólas S. M. y diólas luego al Conseller en cap; entraron la puerta y recibieron al Rey bajo un rico palio: el Conseller en cap hició ([asió]) el caballo por el freno; guiavan al mismo caballo con un cordón de seda veinticuatro hombres, esto es, cuatro caballeros, cuatro ciudadanos, cuatro mercaderes, cuatro artistas y demás estados; puestos en esta orden, los cuatro Conselleres y dos caballeros llevaban el tálamo ([palio]). En esta disposición entraron por la calle del Hospital. Precipitávase.el caballo y pisaba la gramalla del Conseller, y visto ó advertido por S. M., dijo: «Consejero, date pesadumbre mi caballo?» Respondió: Sacra y Real Magestad, no. A poco rato, conociendo bien el Rey que el caballo daba pesadumbre al Conseller, desmontóse sin decir nada, y dijo al de Olivares: «Conde, dame otro caballo.» Apeóse el de Olivares, y trocaron los caballos con la orden que se ve. Llegó S. M. al llano de San Francisco, en donde estaba dispuesto un tablado con dosel, bordadas en él las armas Reales. Dejó el caballo S. M. y subió al tablado, y antes de sentarse desnudó la espada y la puso sobre el teatro que ya estaba dispuesto. Sentóse, y á la siniestra tomaron su asiento los Conselleres en sus bancos. Sosegado el concurso, y tomado cada uno su puesto, salió el guardián de San Francisco vestido con capa pluvial, y la vera Cruz, con sus acólitos, llegó á la presencia del Rey, y levantándose S. M. y descubierto, le tomó el guardián el juramento por las islas (Se llamaba así al juramento que prestaban los Reyes á su entrada en Barcelona, porque al prometer tener y observar, y hacer tener y observar los usages, constituciones, etc., prometían también mantener la integridad de los reinos de Aragón, de Valencia, condados de Rosellón, Cerdaña, etc., y la de las islas á ellos adyacentes.). Concluido el juramento disparó la artillería, y volvióse el guardián á su convento. Volvióse S. M. á sentar, y se dio lugar á que passaran las cofradías que con orden militar y mucha gala estaban á la parte de la marina: fueron pasando según su antigüedad por delante del Rey, y entrando á la calle Anxa, hacíanse los debidos acatamientos y salvas, y cada cofradía llevaba su divisa ó inbención. Acavado de pasar las cofradías, bolvió S. M. á tomar el cavallo, y con la disposición referida y multitud de hachas encendidas y bien ordenadas (por ser ser ya de noche), se encaminó S. M. á la Iglesia del Aseo. El marqués de Liche (El conde de Sástago, según así lo dicen varios historiadores.) llebava el montante yendo á caballo: llegando á la Iglesia, entró S. M., y en el altar mayor prestó el juramento que sus gloriosos predecesores ha vían acostumbrado, por la provincia de Cathaluña, con aquellas ceremonias que se estila: executado esto, se bolvió S. M. con el mismo lucimiento al llano de San Francisco, casas del duque de Cardona, en donde es tubo todo el tiempo que honrró esta ciudad.
El viernes día XXVII fué S. M. á jurar á los tribunales y salas que se acostumbra, con el acompañamiento de toda la nobleza y demás personas que en semexantes funciones deven concurrir, y aquí dieron fin los juramentos y entrada.
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Magnífico espectáculo y fiesta de disfraces para la infanta María Ana de Austria camino a su boda en Alemania con su primo, Fernando III de Hapsburgo
Empresa mui grande, ó loco atrevimiento parece, el querer en breves líneas descifrar tanta magestad, tanta gala, tanta grandeza y tanta hermosura como la que mi pluma pretende describir en este capítulo; pero sírvame de sol, como á Ícaro para el precipicio, mi buen deseo, y me dé calor para relatar, aunque en tosco idioma, la maior celebridad que ha visto Barcelona en estos siglos, con la entrada y arribo de la serenísima Doña María de Austria, Reina dignísima de Ungría hermana de nuestro cathólico y gran monarca Phelippe quarto, que Dios guarde.
Partió S. M. de la señora Reina, de la ciudad de Zaragoza, con aquel lucimiento y grandeza que se dirá; llegó á la siempre venerada montaña de Monserrate, entre cuias elevadas peñas tomó albergue la serenísima Reina de los Angeles María Señora nuestra, cuia milagrosa imagen y angélica casa, publican tan repetidos milagros, como manifiestan tanta multitud de ofrendas y dones de pechos agradecidos en su iglesia y casa. Recivieron allí á S. M. con el regalo y grandeza que acostumbra aquella religiosa comunidad á sus Reies y Príncipes: detúbose allí algunos días, visitando aquellas hermitas y santuario, que, en contraposición de los disiertos de Thebayda, da y ha dado tantos santos á la tri(un)fante Iglesia, y vió y admiró aquel prodigio, á cuia sagrada imagen rinden culto las más remotas naciones, que si decir se puede, hasta los infieles le tributan beneración.
Llegaron allí los embaxadores de la Dip(utaci)ón rindiendo enhorabuenas y ofreciendo, en nombre del Principado, obsequiosas alegrías de que con su Real presencia onrrase esta provincia. Partió S. M. para Espar(ra)guera, dejando con amorosos afectos su corazón en aquel celeste sitio y morada de la Virgen, pasó de Espar(ra)guera al lugar de San Feliu (del Llobregat), distante de Barcelona dos leguas; llegaron allí los síndicos de la ciudad á ofrecer á S. M. con reverentes afectos su posivilidad y corazones. También fué el señor duque de Feria, virrey del Principado, á tributar paravienes de bienvenida y besar la mano á S. M. en compañía de mucha nobleza, con ricas libreas y lucidas carrozas, en que puso particular estudio la nobleza cathalana: señalóse la entrada para el día siguiente, que era viernes á ocho de Febrero de mil seiscientos y treinta. Este día partió S. M., después de haver comido, para Barcelona, entrando entra tres y quatro horas de la tarde en la forma que se dirá, precediendo un sin número de acémilas, ricas carrozas y familia, con costosas libreas, así de la Reina como de los que la hivan sirviendo.
Veníanla asistiendo el arzobispo de Sevilla y duque de Alva, por el Rey n(uest)ro S(eño)r. El Arzobispo trahía gran lucimiento de familia y acémilas. Noté con especialidad cuarenta acémilas con los reposteros de damasco carmesí y bordadas las armas del Arzobispo en tela rica, con relieves de oro y plata. Los garrotes para asigurar la carga, era de plata maciza; las planchas que trahían los mulos de lo mismo, y con ricos plumages; las sogas eran cordones de seda. Venía entre estas acémilas una que sólo servía para el acarreo del agua, con cuatro grandes cántaros de plata, y hasta las mismas angarillas cubiertas de plata de martillo; venían con éstas muchos capellanes y 24 pajes, vestidos de terciopelo morado; sin éstos, una máquina de lacaios vestidos de morado, con capas guarnecidas de pasamanes de oro y seda, y asimismo el resto del vestido. El duque de Alva llebava también mucha familia ricamente vestida, mucho número de pajes y lacaios; la librea de éstos era de paño muy fino, color de canela, guarnecida de pasamanes de oro hasta las capas á lo largo, que estava hermoso; y en fin, descrivir por menudo las galas de todos, sería nunca acavar. Lo que puedo asigurar, que era una India la riqueza y thesoro que incluían tan ricos vestidos y libreas como trahían los señores y familias que vi entrar aquella tarde por la puerta de San Antonio.
Llegó el Arzobispo á la Cruz cubierta, en donde, sin salir de su litera, aguardó que los puestos llegaran á dar la vien venida y besar la mano á la Reina, que poco más atrás también en su litera aguardara: que tardaron algo los puestos á llegar, vino el ex(cellentissi)mo señor Don Juan Sentis, Obispo de Barcelona, con su ilustre cavildo, que se componía de doctos y nobles sugetos, llegando cerca de la litera de la Reina: el Obispo en nombre de todos dio la bienvenida á S. M., y se ofreció á su Real servicio. Los prevendados pasavan de uno á uno, y vesando al Obispo la mano, hacían su acatamiento á S. M., á quien el Obispo nombrava y decía los sugetos quienes eran, así como hiban pasando: acavado esto, bolvióse el Obispo con su cavildo á cavallo, dio algunos pasos la litera de S. M. y llegó el consistorio de la Diputación, con las mazas altas y todos sus oficiales con mui costosos vestidos y, llegando á la litera, se apearon todos, y de uno á otro besaron la mano á (la) Reina, y cumpliendo con las ceremonias de bien venida se bol vieron á sus casas. Paró un poco S. M. y llegó la Ciudad en forma, con todo su acostumbrado séquito, y el Conseller en cap, que era Gerónimo de Navel, pasando al lado de la litera, sin baxar de á cavallo ni él ni los demás, dio en nombre de toda la ciudad el parabién del arrivo y hizo los devidos ofrecimientos, que, concluidos, se dispuso el entrar la Reina, cuio norte y modo fué así. Pasadas las recámaras de la Real persona, del arzobispo de Sevilla y duque de Alva, y todo el tren supernumerario en esta función, pasaron los cavallos ligeros de Perpiñán armados. Los soldados de lanza y pistola con la librea acostumbrada, color amarillo y negro: venían luego los títulos y primer familia de S. M., á quienes sucedían el Arzobispo y el de Alva, llevando en medio al embaxador de Alemania; consecutivamente venían los Conselleres con sus mazas altas y todos los oficiales de la casa, y luego venían el duque de Feria, Virrey, y el Conseller en cap, en medio de los quales, en unas andas ó litera descubierta, venía la Reina. Aquí quisiera ser un Apeles ó un eloquente retórico, para copiarte con razones la velleza de un ángel humanado, pues sin encarecimiento podré decirte que concurrían en su sugeto, hermosura y Mag(estad) tan sin afectación, que sólo ella podía ser copia de si misma: la litera venía guarnecida de damasco verde, con galón de oro; el vestido era también verde, pero apenas se divisava, pues el oro y plata de relieve cegava para descubrir el campo; el tocado al uso, con su rosa negra, manguito de martas, y toda ella parecía perla en verdes conchas; seguían después ricas carrozas de ayas, damas y meninas, tan ricamente vestidas en barios colores, que parecía el campo amena primavera en rigores de Febrero. Advirtiósele á S. M. que entre lo serio y afable de su belleza, á una parte y á otra miraba con particular gozo y amor á basallos tan finos de su hermano; salieron de la ciudad quatro numerosas y ricamente vestidas compañías de infantería, cuios cabos ó capitanes eran D[on] Fran(cisco) Doms (de Oms), D[on] Juan de Gril, D[on] Bernardo Salva y D[on] Alexo Semenat; los soldados eran las cofradías ó oficios de pelayres, sastres, pasamaneros y sederos, que en todo pasavan de mil quinientos hombres, y con mucha orden y destreza: al llegar Ta Reina delante los esquadrones, hicieron una vistosa salva que entre el estruendo de pífanos y cajas parecía un campo de batalla; repitieron segunda salva, y fueron de guardia á la persona. Llegando á la puerta de San Antonio, la artillería obró lo que le tocaba en repetidas salvas de muchos trabucos, que en ileras se havían puesto sobre el muro, á quienes respondía la soldadesca; caminaron con este orden y militar estruendo la calle del Hospital y Rambla, al Llano de San Fran(cis)co y casas de los duques de Cardona, en donde tenía su palacio. Al llegar aquí, toda la marina era un continuado trueno con tan repetido tiro. Apeóse S. M. y acompañándola hasta su cámara, se despidió la Ciudad y demás gente que la cortejara. Encarecer la multitud de almas que concurrieron á ver esta función no es posible, porque parecía que las havía llovido el cielo como el agua, quando más espesa y menuda cae. A poco rato que S. M. estubo allí deseó ver el mar, y pasando por la galería ó puente que se fabricó para nuestro Rey, se puso en el balcón del mar, á cuia vista las ocho galeras que ocupaban el muelle haciendo frente al balcón, mui ermoseadas de vanderas y gallardetes, hicieron repetidas salvas, á quien respondían las quatro compañías arriba dichas, que asiguro parecía una reñida batalla de numerosos exércitos. Entre estos marciales estruendos llegó la noche, en la qual, entregándose todos al descanso, tubo fin la fiesta de este día.
Amaneció el siguiente, que era sábado, tan claro y apacible, que el mejor de el Mayo no pudo ygualarle (que hasta el cielo lisongea benigno á las R(eale)s personas). Estaba la Plaza prevenida para las fiestas, y tan ricamente aderezada como dispuso la vigilancia de los señores Diputados y requiría la ocasión; y por parecer pequeña para tanta magestad, en dos días se alargó muchas baras y ocupava un superfino terrapleno de la parte del muro, en que trabajaron trescientos hombres cada día. Estava todo el sitio rodeado de tablados curiosamente dispuestos, y particularmente uno, que ocupava el frontispicio de la casa del conde de Santa Coloma; estava doce palmos alto de tierra y sus columnas arriba, para formar el sobrecielo, todo de damasco azul y amarillo, con la tapicería de la Diputación, historia ó fábula de Mercurio, que en su género y riqueza no se le sabe ygual; este tablado hera para las señoras y damas de la Reyna únicamente.
Aquel día, á horas competentes, besaron la mano á la Reyna en público el Obispo y cavildo, la Ciudad, los diputados, los consejos, y por su orden los demás puestos y nobleza: en estos obsequiosos y devidos cumplimientos se pasó aquel día, y llegando la noche, apenas extendió ésta su negro manto, quando, para desmentir sus sombras con artificiales luces, amaneció nuebo día en aquel sitio. Estava todo el cercado de blandoneras y acheras tan espesas, que el calor de unas á otras era tan activo que aindava á dirretirse y quemarse más aprisa, y en donde no podían ponerse achas, suplían calderones de tea. Toda la cera era blanca, y ella y la fiesta á costa de la Diputación. Poblóse luego el balcón de las damas de la Reyna y sucesivamente los tablados; llenóse la plaza de gente de calidad, que fué preciso que salieran á despejarla. Don Bernardino de Marimón y Miguel Juan Granollaes, que con hermosos cavallos y ricos aderezos de raso verde y pasamanes de oro, vistiendo ellos el mismo color, y ocho lacaios con librea encarnada y plata, despejaron la Plaza, y luego S. M. ocupó el balcón de su mismo palacio, que hacía frente á la misma plaza, y se dio principio á la fiesta en esta forma: entraron delante clarines, trompetas, cajas y menestriles, todos con libreas de damasco blanco y carmesí, antiguos colores de las libreas del Principado; venían después quatro maeses de Campo, quienes heran D[on] Juan de Ardena, Joseph de Bella filla, Don Juan Ferrán y Don Pedro Vila, con ricas galas, plumajes, hermosos adrezos y vizarros cavallos; venían sucesivamente el diputado Militar Don Francisco Sentis, acompañado de Don Joseph de Cárdena, conde de Montagut, vestidos á la española de la m(an)g(a)? leonada, con franxas de oro de Milán, y las capas de lo mismo á echura de gavanes; el aderezo de los cavallos era de lo mismo, con quarenta lacaios de librea de lo mismo, que si no hera tan costosa como las galas de los dueños, hacía los mismos visos, con mucho plumaje y sus achas encendidas corrieron parejas, y haciendo acatamiento á S. M. con las lanzas, tomaron su puesto. Lo mismo hacían los demás que se siguen, con gran concierto y vizarría. Entraron después D[on] Joseph Cano? y Don Ramón Semmenat en traje de emperadores romanos coronados de laurel, con ricos cabos y adrezos: llebaban ocho lacayos á la romana, vestidos con cotas largas plateadas, con helantes de plata y sus achas de cera blanca encendidas. Es de advertir que era á cordado que ninguna pareja podía entrar más que ocho lacayos, menos las del Diputado militar y vizconde de Job. Gerónimo de Gava y Marcho? vestidos á la francesa, los bestidos acuchillados con muchas mengalas blancas qual salían por la trepadura; los calzones de grana guarnecidos de pasamanes de oro. Los lacaios en el mismo traje color y bestidos, algo menos costosos. Joseph de Corbera y Diego de Bergos en traje pastoril, pero con mucha gintileza y curiosos vestidos. Los lacaios al mismo modo y color. Don Juan Junent y Luis Lluy, en forma de ninfas y amadriades de los bosques, con muchas telas brillantes salieron muí galanes: los lacaios bestidos con vaquelléros á lo antiguo, con bariedad de colores, que en plumas é invenciones lustrosas hacían famosa vista. El varón de Rocafort y Don Ph(elip)e Ferrán en traje de egipcios, con bariedad de plumajes ricos y diversos colores. Los lacaios del mismo género. Don Joseph Doms y Don Joseph Gamir á lo portugués, que bien que iban de negro, hacía mucho el vestido por ir guarnecido de canutillo y pasamanes de plata; los lacaios de esclavos, con justillos del mismo color y calzón blanco. Don Francisco Funet y Don Antonio Mur en traje bolonés, con mucha gallardía y donaire. Los lacaios asimismo cerraban esta quadrilla. Don Luis Rejadell y Don Luis Soler vestidos á la española, con ricas galas y costosos plumajes y no menores adrezos de cavallos, que todos en su traje procuraban llebar ricos ginetes. Los lacaios destos dos últimos iban también de librea á la española. Sin intermisión ninguna, al son de pífanos y atambores, entraron quatro carros triunfales con mucho primor y destreza fabricados, tenía cada uno 24 barás en largo y 16 en ancho, con sus valagostados á los lados, todos plateados, y á cada esquina personajes de bulto mui bien trabajados; llebavan unas telas pintadas de variedad de fábulas al rededor de los carros hasta tierra, y con ellas se cubrían assí las ruedas como la gente que movía la máquina del carro con tal orden y secreto, que parecía que sin impulso alguno caminava; venían en cada carro cinco caballeros armados de punta en blanco, con lanzas plateadas y ricos plumajes y libreas con muchos volantes: todos los de un carro iban de una color y los otros de otra, entrando la plaza con gran magestad y lucimiento; dieron uña buelta á ella haciendo el devido acatamiento á la Reyna, y hecho esto, se retiraron los carros á un cavo de la Plaza. En cada carro iba uno que hacía maestre de Campo delante los otros quatro: que eran del primer carro, Don Ramón Gelabert; del 2.º Don Francisco de Paguera; del 3.º, Don Ramón Zalma; y del 4.º Don Luis de Escallar. Entró luego la otra quadrilla, que se componía destos: Francisco Gallar y Jayme Magarola vestidos á lo indiano, todos negros, con tal primor y velleza de plumajes, que sin deslucir á los demás se tubieron éstos por los más gallardos y bien vistos de todos los trajes, pues en riqueza quisieron manifestar ser en sí una India. Don Grao Guardiola y Don Juan de Tamarite á lo tudesco, con ricas y brillantes entretelas. Don Bernardo y Don Miguel de Calva en traje de salvajes, vestidos de oro y verde, con mucho primor y no de poco coste. Don Luis de Jenolar y Francisco Sorribas vestidos de úngaros, muy ricos sombreros al estilo de aquella nación y forrados de martas y el vestido también, que pareció muchas veces bien esta gala. Los lacaios de todos estos, al mismo modo que sus dueños en trajes y colores. Don Alexo Grimau y Don Luis Sanz al modo que nos pintan las amazonas, con mucho donaire y gala, y los lacaios á modo de antiguos soldados, iguales en color á sus amos. Don Juan de Eril y Don Thomás Fontanet de vandoleros á la cathalana, con trajes al uso, mucha charpa, flasco y pistolas, las capas á la gascona leonadas y oro con muchos alamares, y forradas en tela de plata con ricos adrezos los cavallos. Los lacaios en cuerpo al uso, con pistolas. El capitán Miguel y Planella, como á persianos, salieron con lucidas galas; los lacaios al mismo traje gallardamente vestidos. Don Gaspar Calders y Joseph Aguillar de flamencos, con rrubias guedejas y vistosas galas. Los lacaios del propio modo; el oidor militar, que era Francisco Casanovas, y el vizconde de Job, á la antigua española, con calzones á la antonia, capa con capilla y gorra llana, con tanta vizarría y gala, que no se podía desear más. Estos trahían quarenta lacaios vestidos á nuestra antigua moda: todos venían con mascarillas, procurando en ellas cada qual copiar los rostros de las naciones que representavan. Dióse principio á los estafermos, pues en cada cavo de plaza havía uno, y empezó á correr el Diputado militar, después de haver todos hecho las devidas cortesías á la Reyna; tomávanse las lanzas en medio de la plaza, que, como heran dos los estafermos, avían al cavo de la carrera de ejecutar la suerte, y en un hermoso caracol que formaban con los cavallos, en breve rato corrieron de seis á ocho lanzas cada uno, con gran destreza, felicidad y buenas suertes. Mudáronse luego las achas del cerco de la plaza con tal disimulo, que siendo más de mil achas las que de continuo quemaron, admiró mucho asi la diligencia como la grandeza: interrumpieron esta nobedad y atención los pífanos y atambores, á cuio aviso, con magestuoso movimiento, se juntaron los quatro carros triunfales delante el balcón de la Reyna, y formando uno servían los balagostados de hermosa valla para el torneo, que se hizo todo lo bien que se podía desear; concluiendo la fiesta con dos follas de cinco á cinco, y dando con gran orden y hermosa gala una buelta á la plaza, se retiraron todos, que era ya pasada media noche. Un lacaio poco experto pereció en la desilada del estafermo atropellado de un cavallo.
El día siguiente, que era domingo de Carnestolendas, se esmeró la nación cathalana en hacer las más festibas este año que las demás, con báriedad de danzas, bayles, quadrillas y hermosos y ricos disfraces; el clos (cercado) era en el Llano de San Francisco, adonde todas las máscaras y el concurso asistía, y en devidos puestos era un continuo sarao y festín; y para esto tenían los Conselleres, como acostumbran, barias quadrillas de músicos y menestriles; por las noches era toda Barcelona una fingida Troya en fuegos y luminarias, pues hasta los muros estavan cercados de luces con bariedad de imbenciones. Esto duró las tres noches, y todas ellas se dava fin al bullicio pasada la medía noche: á las oraciones la artillería y milicia hacía su salva, y todo cuanto se oía y veía era demostraciones de amor, festejos de gozo, en obsequios y aplausos de la serenísima Reyna.
Ultimo día de Carnestolendas, que lo era de nuestra gloriosa patrona, quiso S. M. con su eredado celo y cathólica piedad visitar su santo sepulcro de la virgen y mártir Santa Eulalia, y así fué S. M. con mucho lucimiento al Aseo. Estava aquélla iglesia un abreviado cielo, así de riquísimas colgaduras como de plata y oro, y con muchos perfumes y aromas: asistióle el cavildo todo, y visitó la capilla con suma devoción; llevada de la misma, el lunes 25 hizo la misma diligencia al glorioso San Raymundo de Peñafort, en el combento ó iglesia de Santa Cathalina mártir, de religiosos dominicos: havían también éstos adornado ricamente la iglesia y altares; recivió á S. M. la comunidad cantando el Tedeum laudamus, y después de haver hecho oración al Sacramento, visitó la capilla del Santo, en donde vio á sus dos hermanos Rey y Reyna n(uest)ros?: tomó después su coche. Iba en cuerpo con un bestido de terciopelo azul y negro, bordado de oro y mui preciosas joyas. Reconoció S. M. la fineza y amor con que la miravan los cathalanes, que guiasen por la calle de los Mercaderes, de la Boria y de Moncada, al muelle; luego llegó la noticia á la marina, y recojiendo las tiendas las galeras, dieron al viento hermosas vanderas, flámulas y gallardetes, y llegando S. M. á emparejar con ellas, dispararon artillería y mosquetería con gran gala repitiendo hasta sigunda salva, haciendo lo propio las demás embarcaciones: paseó un rato S. M. y, retirándose, dejó entre gustosos y apesarados los ánimos de quien la miraba, ocasionando ambos efectos su vista y su ausencia.
Domingo, á dos de Marzo, quiso ver S. M. el sumptuoso combento de San Fran(cis)co, y así pasando por la tribuna, bajó á la iglesia, en donde los religiosos, cantando el Tedeum laudamus, la recivieron: hizo oración á Nuestro Señor, y entrando por la sachristía, dio vista á todo el combento haciendo mansión un rato en el claustrillo pequeño, con ocasión de la montañuela que con bariedad de personajes ó imbenciones de agua tienen dispuesta los religiosos.
Domingo, á tres del mismo mes, mandó S. M. prevenir sus carrozas, y acompañada S. M. del arzobispo de Sevilla, de su confesor, del conde de Barajas, damas, meninas y meninos, se fué á visitar la Real casa y monasterio de Pedralbas: á la noticia de este viaje se poblaron los campos y caminos de gente, que parecía un numeroso exército. Havían precedido algunos días de gran templanza, y como el clima es benigno en este país, estaba ya la campaña hecha una alfombra verde y casi entretejidas de flores, pues ambiciosas de rendir cultos á tanta Magestad, intrépidamente rompieron las conchas de que naturaleza las previno en los rigores de Henero. Alegres los pajarillos de tanta grandeza y soberano huésped, lisonjeaban en dulce armonía con barios motetes, y en fin, todos tributaban beneraciones y parabienes á tanta grandeza. Llegó S. M. al monasterio, y reciviéronla aquellas santas religiosas con indecible alegfía, entonando el Tedeum: besáronla la mano, y al entrar en la clausura, era tanto lo que sentía el concurso perderla de vista aquel breve rato, que no pudiendo aguantar la guardia, fué preciso que el conde de Barajas insinuara á S. M. el desconsuelo con que quedaban, y dijo entonces S. M. en voz alta que luego saldría, que se quitasen, y que permitía entraran todas las señoras y damas cathalanas que allí estaban, y que los hombres quedasen. En procesión se fueron derechamente al coro y luego hubo sermón, que, acavado, dijo misa el Capellán maior de S. M., y concluida se fueron á donde las religiosas tenían ya dispuestas las mesas y sumptuosa comida: della nada diré, pues estando entre monjas, dicho se está que sería todo cumplidísimo: comió S. M. en presencia de todos y las damas cathalanas, enseñando con su modestia, templanza y pasimonia lo que deben hacer las señoras; retiróse luego á otra estancia, para dar lugar á que las damas comiesen. Las barcelonesas se repartieron por las celdas con sus conocidas. En haver comido, quiso S. M. pagar el agasajo á las damas cathalanas y llebada de su gran benignidad, las embió á decirles daba lugar para besarle la mano, que todas lo ejecutaron con reverente obsequio y rendida obediencia. Pasóse la tarde en ver la casa y su grandeza; dieron las monjas una esplendida merienda de bariedad de dulces, y S. M., después de haver tomado algo, dijo á las circunstantes todas que comieran sin reparo ni atención alguna; mandó luego se dispusieran los coches para bolverse á Barcelona, que ya era tarde, y con el referido aplauso bolvio á Palacio.
El lunes, á 17 del mismo, visitó S. M. la iglesia y Real combento de la Virgen de la M(e)r(e)d: iba bestida de terciopelo morado con guarnición de puntas de oro y rico adrezo de diamantes; recivieronla aquellos santos religiosos en la conformidad que los demás combentos, y hecha oración en la iglesia, pasó Su Magestad al combento, y después de visto condujéronla al refitorio, pieza mui vella, en donde con rendida voluntad tenían los padres una mesa puesta con 40 fuentes de variedad de dulces, y á su lado un primoroso aparador de vidrios, que se llevaron toda la real atención y de los circunstantes. Sentóse S. M. en una silla de terciopelo carmesí, por ceremonia no más, y apenas se lebantó, quando entre los del cortejo quedaron mesa y aparador destituidos de todo, que pareció un encanto la brevedad y sutileza con que lo lebantaron; bolvióse S. M. á casa, y viendo la multitud que la seguía y llevada de su deboción, por el Llano de San Francisco suvió á la muralla y fué á visitar la capilla de Monserrate, y por la misma muralla se bolvio á su Palacio.
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Entran el rey y sus hermanos, dando lugar a dos semanas de fiestas
Aunque mi destino me trujo á esfera menor, no me quitó el ánimo de elevarme á cosas superiores y á tener de ellas natural complacencia y gusto, y así llevado de ésto, descriviré, aunque con tosco idioma y nada afectado, los celosos aparejos, majestuosas fiestas, célebres triunfos y generosos afectos con que la lealtad cathalana se dispuso para festejar á su Rey y Señor Phelipe Quarto, Infantes Don Garlos y Don Fernando en la entrada y arrivo á esta ciudad de Barcelona, viniendo del reyno de Valencia. Murmuróse algún tiempo si bendría ó no S. M. desde Valencia; el deseo nos decía que sí, pero los avisos nos asiguravan que no, y con esta indiferencia (Diferencia; en esta perplegidad quiso decir el cronista.) llegamos á primero de Maio de 1632, que era sávado, y con las cartas del correo se supo con certeza que S. M. se encaminaba a esta provincia. Nombráronse luego embajadores para partirá encontrar á S. M. y darle la vien venida. Por parte de la ciudad fueron nombrados Don Ramón Torres y Bertrán Desvalls, y por la Diputación Don Pedro Aymerich y D(octo)r Rull. Partieron luego y encontraron á S. M. poco más allá de Villafranca de Panadés. Lunes, día de Santa Cruz (Día 3 de Mayo de 1632) por la tarde entró S. M., y bien que con incertidumbre se esperava tal d(íc)ha, el concurso y aliño de las calles estava ya dispuesto y se logró. Venían en una carroza Su Magestad, los dos Serenísimos Infantes Don Carlos y Don Fernando, y en los estrivos el Conde-Duque, almirante de Castilla y marqués de Liche; ningún puesto de Ciudad ni Diputación asistieron á la entrada, porque nunca se creió fuese aquella tarde ni tan temprano, pues devían ser entre dos y tres cuando entró: commovióse la ciudad con tan repentino gozo y en afectuosos acentos manifestó su amor, aclamando á su Rey ó Infantes, y el bronce, en repetidos ecos, rindió parabienes á tanta grandeza y Magestad: acudieron luego quatro compañías de las de la Ciudad, que en número componían dos mil hombres, con sus arcabuces y mucho plumaje y gala: llegó S. M. á su palacio en el llano de San Francisco, en donde la soldadesca vizarreó quanto pudo, y respondiéndose la artillería y mosquetería, hicieron repetidas salvas. Aquella tarde las galeras hacían su papel, aunque mal recobradas de la pasada borrasca.
Los días quatro y cinco de Maio 1632 recivió S. M. los parabienes de los puestos y comunes, besándole la mano como es estilo: el jueves, á seis, por la tarde, salió S. M. con sus altezas en público á visitar la iglesia del Aseo, que estava lo más ricamente colgada que se pudo, y no menos ricos y aliñados los altares. Reciviéronles su mui santo y docto prelado, con su Iltre. y benerable Gavildo, entonando la capilla con suaves boces, con-puestas por aquel célebre maestro Pujol (D. Antonio Pujol, maestro de capilla de la catedral de Barcelona.), el himno de Tedeum; acompañáronle al prebisterio, en donde después de haver hecho oración, bajaron á visitar el sepulcro de nuestra patrona Santa Eulalia, que estava no menos rico que devoto: bolvióse S. M. á su carroza, y dando lugar al concurso que le seguía se encaminó al muelle, en donde se repitieron aplausos en lenguas de bronce y plomo, y al anochecer se retiró á su palacio.
Viernes, por la mañana, se entretubo S. M. desde el puente, mirando las galeras cómo vizarreaban por la plaia, mui ostentosas de flámulas, banderas y gallardetes: aquella tarde salió á visitar al glorioso San Raymundo de Peñafort. Estava aquel sumptuoso templo mui hermosamente adrezado; recivióronles aquellos santos religiosos con el aplauso y regocijo que como á hijos de tan gran padre devían, y se bolvió á palacio.
El Sávado se festejó á S. M. con una hermosa y rica encamisada que, aunque en términos no mui elegantes será bien se describa, para no condenarla al silencio. Hicieron esta fiesta los cavalleros en nombre de toda la provincia: estava la Plaza de Palacio ó llano de San Francisco rodeado todo de tablados, y enfrente de casa de Santa Coloma se formó con arta presteza, una espaciosa galería, que adornada de ricas tapicerías y dispuestas en el sobrecielo muchas achas, sirvió de bello balcón para las damas, en donde campeó la hermosura y vizarría de sus rostros con admiración de todos. Circumbalavan la plaza multitud de blandoneras, en donde havía sitio para cerca de mil achas, que se quemaron, y sin ellas en barios trechos muchos calderones de tea con que estaba aquel sitio tan lucido, que parece havía la noche sido pirata del dorado Febo hurtándole sus luces para emplearlas en beneraciones de nuestro Monarca. Dejáronse ver Su Magestad y los Infantes en el balcón, manifestando que baxo bidriera mirarían la fiesta, para escusar lo nocivo y fresco del viento del mar.
Luego que se supo asistía S. M. al balcón, empezaron los clarines, trompetas, caxas y ministrilles á hacer sus salvas: hivan todos bestidos de damasco blanco y carmesí, librea de la Diputación: al estruendo de estos metales empezaron á entrar los maestres de campo Don Juan de Eril y Don Bernardino de Marimón, mui ricamente vestidos de bordados de oro y pedrería rica: venían luego los cavos de las quadrillas, que eran el conde de Prelada y Don Buena Ventura de Lanuza, vestidos al modo que en los triumphos de los romanos, vestían los emperadores y coronados de laurel y oro; no describiré lo rico de las galas, así de estos como de los demás, pues quien pensara que cada pareja de por sí no procurava competir con las demás en lo rico, y todas en hacer quanto pudieron, se engañara, y así, refiriendo sólo los trajes, pasaré á los demás. Los dos fingidos emperadores salieron con máscaras de plata, mucha pluma y helante y con ocho lacaios, y cada uno de estos con su acha encendida: otros tantos lacaios y achas llebava cada pareja, vestidos sigún la nación que representava.
Don Joseph Gamir y Francisco Vilar, en traje de armenios, hasta los tocados y adrezos, sigún la misma nación los lleva. Don Juan Tamarite y Don Luis Sanz, en hávito de romeros. Don Luis Rejadell y Don Luis Soler, á lo turquesco. Don Joseph Aguilar y Joseph Mora, en traje de amazonas. Francisco Balmas y Rocabruma, de españoles á lo antiguo, con gorra y capa con capilla. Don Grau de Reguer y Garao Alamany, de alemanes, con mui rubias cavelleras. Hivan de tártaros Don Joseph Ferrer y Ramón Torres. Don Fhelipe Roger y Pheliciano Vilar, de negros. Don Francisco Sala y Joseph de Bojados, de gitanos. Don Thomás Fontanet y Don Ramón Calders, de españoles. Don Miguel de Calva y Don Diego de Villanueba, de úngaros. Don Francisco Tord y Francisco de Sinispleda, de moscovitas. Jayme Ros y Narcis March, á la fandolina. Don Galcerán de Cartalla y Ph(elipe) Vilana, de portugueses. Don Gaspar Calders y Don Juan de Marimar, de franceses. Jayme Magarola y Vicente Magarola, de tudescos. Don Alejo de Semmenat y Francisco de Vallgornera, de persianos. Don Francisco Junent y Don Joseph de Espalan, de salvajes. Don Miguel Rocaberti y Don Diego de Pau, cerrando la tropa, de indianos. Todos heñían tan ricamente vestidos, y con tal abundancia de perlas, pedrería preciosa y boro, que fuera prolixidad el relatarlo; así como hivan entrando, con una pronta y veloz carrera, hacían la salva á S. M., llebando enristradas las lanzas.
Entraron después, no menos vizarros, ricos y galanes que los otros, D. Luis de Mondar y Don Juan Dardena, haciendo oficios de maestres de campo, y luego se seguía un ponposo y rico carro, que fabricado á lo dórico, cubrían sus rruedas hermosas pinturas y follajes de oro y plata. Estava dispuesto con tal arte, que venía arematarse en una silla, ó sitio que ocupava una hermosa ninfa: venía á emparejar con el balcón en donde estava S. M.: venía la ninfa (que llamaron del Mediterráneo) vestida de nácar, bordado de perlas, oro y plata y con rrica corona; sembrado el tocado de mucha lazada de plata y helantes de mucho lucimiento: entró el carro con gran magestad, sin que se viera quién ocasionava su mobimiento, y llegando enfrente del balcón del Rey desembrazó la ninfa de un escudo, en el qual trahía escrito este cartel de desafío.
Cartel de las fiestas (Es de pensar que el texto del cartel haya sido adulterado con algún error de copia; pero aun teniéndolo así en cuenta, este documento escrito para tan gran fiesta resulta notabilísimo, como muestra del mal gusto literario de la época.)
El lucero maior, arbitro de la luz, alma del mundo, vida del día, corazón del cielo, discurriendo incesable, comunica sus raios porque, á tiempos, el signo más apartado participe de la magestad de su hermosura. Este, pues, signo felice, aquel instante breve que de corona se corona, desterrando las tinieblas que con su ausencia fueron tristeza y confusión, se viste de alegría, cuia ymitación eróica el gran Monarca Phelipe, luciente sol de España, mexora; pues discurriendo la esphera de su ymperio, quando se pone entre pa(r)das sombras á la humildad de Manzanares, amanece á la amenidad del Mediterráneo, que agrandecido de tanto oriente, con voz de fuego y lengua de agua, le saludan, y para mostrar, quánto su presencia la desbanece á Barcelona, precioso engaste de sus ondas y lustre dosel de su Principado, leal depósito de su nobleza inmortal, archivo de su lealtad, magestuosos aplausos afecta infesta guerra, porque á su orgullo no haia fiesta que no sea sol, porque á su balor no ay lid que no sea fiesta, y así en su nombre el animado clarín de mis labios, á quienes da alma la fama, combida á V. M. para una fiesta partida, en que balerosos los héroes que han de ylustrarla, lidiarán quál de las dos opuestas quadrillas defenderá con más gala, maior destreza y realzado valor; que la maior felicidad de una república es la asistencia de su Rey.
Acabó de pronunciar la ninfa su cartel, y luego, rompiendo el aire sonoros ecos de barios instrumentos, dieron buelta por la plaza con mucho lucimiento y orden, y con el mismo empezaron los de á cavallo arromper lanzas en los dos estafermos que estavan dispuestos, uno en cada cavo de plaza, y haviendo roto cada cavallero seis lanzas con gran destreza y balor, dio fin la fiesta con una hermosa y alborozada folla, que concluida, dejó S. M. el balcón y todos se retiraron á sus casas siendo ya la una de la noche.
El domingo, lunes y martes fueron los de las luminarias que en obsequio de S. M. se havlan publicado, y se havían dispuesto con tal arte y tal abundancia, que en la calle más angosta, ni en la circunvalación de la muralla, se ochava menos la celeste antorcha en más luciente día. Acompañaba á tanta luz y magestad el concurso de infinitos bailes, danzas y máscaras, con tales demostraciones de bullicio, que parecía havía perdido el juicio la gente. La muralla del mar y torres estava llena de artillería, y cada medio día y nochecer se disparava: las ocho galeras que havía en el muelle respondían con sus salvas de artillería y mosquetería, que parecía una sangrienta batalla. La última noche de estas tres, las damas cathalanas sirvieron á S. M. con un famoso sarao en el salón del puente de palacio; de donde se deja conocer, que hasta en mujeriles pechos tiene Gathaluña valor para rendir obsequios lucidos á sus Reies. Gustó tanto S. M. destas fiestas, que mandó se continuaran dos noches más, y se prosiguieron con tanto lucimiento y regocijo como empezaron. Para el domingo siguiente estavan prevenidas otras justas y fiestas de menor lucimiento, que se executaron en el llano de San Francisco, cuia relación omito, pues para descrivir tanta grandeza y tanta magestad, es poco capaz mi ingenio, y porque de lo que se sigue se podrá colegir quán célebres fueron.
Quiso S. M. dar muestras de su real agradecimiento á tanto leal y fino obsequio, que no es incompatible con la Magestad el agradecer, y así resolvió salir de máscara á la Plaza del Born, el día martes 18 de 1632, á un estafermo que se corría en agasajo suio; resuelto el día y la hora, concurrieron á cavallo todos los de la fiesta á la puertecilla secreta del puente de palacio, que era por donde salió S. M. á tomar su cavallo: havíanse dividido en dos quadrillas, cuios caves heran, de la una el conde de Peralada, de la otra el vizconde de Jop: venían todos los cavalleros en cuerpo, con calzón y ropilla, riquísinios vestidos, preciosas joyas y cadenas, lucidísimas libreas, y numerosos los adrezos de los cavallos; eran los más de plata y oro, con mucha pluma y joya en los sombreros. Congregados todos en la frente del puente de palacio, á cosa de las quatro de la tarde bajaron S. M. y el señor Infante Don Carlos, ambos bestidos de un mismo modo, cuias galas eran de terciopelo liso, forradas en brocado blanco: vestían unas sotanillas ó vaquerillos que davan hasta la rodilla, con sus mangas largas, calzón jubón y manga justa de brocado, de tres altos, blanco, con ricas joyas y mucho plumaje y cadena, bota negra, los cavallos no ay que descrivirlos, pues nadie ha de dudar que, ellos en sí, y los ricos adrezos y jaeces correspondían á tanta Magestad. Salieron ambos hermanos con medias mascarillas de terciopelo negro, llevaban doce lacaios vestidos de damasco blanco, guarnecidos con pasamanes de oro de un dedo de ancho, con medias y sombreros blancos, y una pluma en cada uno también blanca, y con sus espadas. Es de advertir, que la Diputación sirvió á sus Magostados con las dos galas que lleban, y la librea para los doce lacaios. La orden que se tubo en la marcha fué ésta: precedían los clarines, trompetas y menestriles, y luego los dos cavos de las quadrillas; sucedían S. M. y el señor Infante su hermano, lado á lado, con sus lanzas doradas, precediendo los lacaios de S. M.: después benía el conde y marqués de Liche, y consecutivamente todos los demás, según su orden, además del de Olivares y Liche havía otra parexa de dos grandes, antes que los cavalleros cathalanes. De esta forma, y con gran orden, bajando por la Plaza de Palacio, calle Ancha y Cambios, se entraron en el Born: éste estava todo el ventanaje ricamente adrezado, y no menos hermoso de damas. El concurso es indecible. En las azoteas y desbanes havían colgado las vanderas de las cofradías, que en diversidad de colores formaban hermosa vista. El señor Infante cardenal se miró la fiesta baxo una mui clara celosía, en donde suelen los Virreyes tener sitio en las fiestas. Luego que se entró en la Plaza, sin detención alguna, corrió S. M. la primer lanza al estafermo, con gran gentileza y despejo, el estafermo no tenía aún cerrada la visera, y fué suerte no tocarle el Rey: al instante la cerraron, y luego se siguió el señor Don Carlos y sucesivamente los demás sin cesar, y en tomando la ocasión el Rey le seguía su hermano detrás, y tubo éste el unibersal aplauso, así por lo galán como por lo diestro y veloz en las carreras, y mexor romper las lanzas, aventajándose a todos. Dio fin ésta con una folla muy lucida, y luego, saliendo por los Cambios, se subieron por Loje (La Lonja.) á la muralla, apeándose el Rey en el mismo puesto que havía suvido á cavallo. Dijese en Barcelona que corriendo el Rey las carreras, molestado de la mascarilla se la quitó, y que el de Olivares quiso como reprender la acción, y que respondió el Rey: «Que estava entre sus vasallos y que no havía reparo,» y que el de Olivares lo llebó mal; yo no lo vi, sino que se dixo.
Aquella misma noche se tubo un sumptuoso sarao en la Diputación y asistieron S. M. y dos hermanos, baxo una celosía mui clara, que se puede decir era lo mismo que si no la hubiera. Después de muchas hermosas y diestras danzas, con no menos airosos bailes, se repartieron los triunphos ó prisos del estafermo de aquella tarde. Era el primero una rica cadena, y el que publicava á quién se havian de dar dijo en alta voz: á la primera máscara de mejor lanza y llebando la cadena al Rey, S. M. la mandó dar á una hija de Don Bautista Roger, dama moza. El sigundo priso era una rica joya, y dixo el corredor ó pregonero: á la máscara sigunda, de más galán, presentáronla á Don Carlos, y S. A. la mandó llebar á Doña Cathalina Calvo, también mujer moza; los otros dos prisos se dieron á cavalleros cathalanes, ygualmente pararon en las damas; con lo que dio fin el sarao, retirándose cada uno á su casa.
Al otro día, que era miércoles á 19 de Maio 1632, se partió el Rey con sus dos hermanos antes del amanecer, sin que casi nadie se diera de su salida: fuéronse á Monserrate, en donde hicieron noche, y al otro día, tomando S. M. y el señor Don Carlos la vía de Madrid, y el señor Infante cardenal la de Barcelona, se dispidieron con gran ternura, sigún se dice, que yo no me hallava hallí; pero es vien de creer, pues se amaban quanto es decible los tres hermanos. Llegó el señor Infante cardenal á Barcelona á las dos de la noche, haviendo partido de Monserrate á las quatro de la tarde.
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Juramento del infante cardenal por virrey, pérdida de prestigio importante al quitar los sombreros para él, continuación y disolución de cortes
Luego que llegó S. M. á Barcelona, se bolvieron á continuar las Cortes que havían quedado sin concluirse el año 26, por los desabrimientos que se dijo del de Cardona y Santa Coloma; pero viendo S. M. que ni aora podían terminarse en mucho tiempo por las controbersias que se sucitavan, y que hacía mucha falta su R(eal) P(resencia) en los reynos de Castilla, combinieron S. M. y los brazos en que quedase por presidente de ellas el señor cardenal su hermano, hasta su conclusión, con título y carácter de Virrey. Gombenidos en esto, se partió S. M., quedando el cardenal aquí, á quien se dispuso tomar el juramento algunos días antes del Corpus; y llegando el día señalado acudieron los puestos al Aseo como es costumbre, á donde, llegando el señor cardenal con aquel lucido acompañamiento que toca á su real persona, salieron los conselleres á recivirle, que ya se hallaban en la iglesia, y acompañáronle á el presbiterio, en donde, al prestar el juramento, dijo el protonotario: «Por mandado de S. A., que todos los que aquí asisten se quiten los bonetillos, hasta el señor duque de Cardona.» El conseller en cap, sin acordarse de su gran preeminencia, se descubrió, y los demás les siguieron; perdióse en un instante joya que á costa de mucha sangre y preciosos servicios en largas edades havía comprado esta novilísima y leal ciudad, de el ánimo y cariño de sus famosos Condes y Reies, y que tarde ó mui difícilmente la bolverá á cobrar. Juró el Infante, y vanos los castellanos, empezaron á publicar que ya habían conseguido que los conselleres de Barcelona no podían cubrirse delante los presidentes y personas reales, y esto con tales muestras de alborozo y burla, que eran otras tantas saetas para los corazones barceloneses; y no sé si de este día y con esta erida, se llagaron algunos tan en lo más sensible, que no sería error muy grande persuadirse que de los lances futuros tubo parte este suceso. Juntóse luego el Consejo de Ciento; intentaron desnudar la gramalla al conseller en cap, y deponerle para siempre de las bolsas (Es decir, quitar su cédula insaculada en las bolsas, lo cual equivalia á privarle del derecho de poder ser elegido para cargos concejíles); pero nunca falta en los comunes quien apoye ó al desdichado ó al elevoso, y así no prebaleció la resolución. Era este infelice el doctor Bernardo Sala: riñéronle la acción, y tomaron acuerdo de no concurrir jamás en público con el cardenal, ni poder ir juntos por ciudad tres conselleres, ni á pie, ni en coche, mientras estubiera el cardenal. Resolvióse hacer la visita que se acostumbra á los Virreyes después de su juramento, y provarlo (no) descubrirse; pero advertido de esto, excusóseles el Infante poderlo hacer, pues los despidió luego sin darles lugar á su intento. Con esto creció el desabrimiento, y con saver se havía tomado auto de estar descubiertos los conselleres delante personas reales: atribuíase á que el mandato de descubrirse lo havían aconsejado al Príncipe el conde de Oñate, su consultor, y el de Cardona, y publicóse también que el auto se havía embiado auténtico luego al Rey: visto todo esto por la ciudad, y movida de un papel que el Infante escrivió á la Ciudad, que insertava una carta del Rey en que dicen decía que en su real presencia, no sólo los grandes, pero ni el Infante, ni sus hijos se cubrían, sino con mucho gusto suio, ó aquellos que por mui relevantes servicios lo llebavan merecido; escrivió la Ciudad un memorial de cinco pliegos, que narrando los muchos y singulares servicios, desacía la última cláusula del papel, y haciendo constar de infinitos privilegios de los gloriosos Reyes, con copiosísimas gracias, concluía con infinitos exemplares de concurrencias del conseller en cap y Reyes, en que havía aquél siempre gozado la preeminencia de grande de España, á todas luces, y que en esta posesión se hallava Barcelona, sin que huviese merecido le despojasen della. Dióse el memorial al Infante, y se remitió al Rey, extendiéndose después por todo. Quedóse en silencio con esto la materia, y no sé io cómo quedará para cuando suceda el lance de venir el Rey.
Día del Corpus siguiente, fué S. A. á la iglesia del Aseo en público á oír los divinos oficios: páresele un rico dosel de terciopelo carmesí con franxa de oro y estrado igual, y estubo sentado de modo que apenas se le veía el rostro, asistido de su consejo y familia, pero no de la Ciudad, que tampoco á la tarde concurrió en la procesión. Llebavan el tálamo seis sacerdotes revestidos, en vez de los conselleres: su Alteza hiva en el puesto que como á Virrey le competía, y el señor Obispo en el gremial. S. A. llebava una antorchita dorada encendida, y con una banderilla de damasco carmesí le hacían aire, y se seguía después su familia.
A medio Junio enfermó S. A. de unas tercianillas, sangráronlo dos veces, y el día de San Pedro se hizo una procesión general de rogativas por su salud, y quiso Dios oírnos y dársela en breve mui buena. Su divirtimiento el tiempo que estubo acá, era el maior la caza y pesca, visitando algunas iglesias.
Para el día 11 de Abril de 1633, le vino la orden á S. A. de su hermano nuestro Rey, para que pasase á Flandes con 18 galeras de España, Sicilia y Genova, que se hallavan en este puerto, y así ejecutó ese día por la tarde su embarcación en la capitanía de España, que nuebamente se havía adrezado: no quiso embarcarse por el puente que se le havía fabricado, por el de palacio, ni tampoco que se le disparase artillería, así porque llebava luto de su hermano Don Garlos, como por el dolor que mostrara de dejar á Barcelona, en donde vivía gustosísimo: embarcóse por el muelle mui silenciosamente, por un puentecillo que se havía hecho desde la tierra á galera: embarcóse luego la familia, pero no partieron hasta las once de la noche: fuese á Genova, en donde estubo algún tiempo; de allí pasó á Milán y también estubo algunos meses, en donde tomó mucha melicia, y no sin mucha contradicción de franceses, suecos y olarideses: ejecutó su pasaje disputándolo mui á menudo con las armas en la mano, y á costa de muchas vidas. El día 7 de Setiembre, 1634, tubo un fiero combate con los suedeses, y derramando mucha sangre de una y otra parte, consiguió la victoria contra veinte y seis mil hombres del Rey de Suecia, haciendo en ellos fiera carnicería y gran presa. Dios le prospere en sus felices sucesos para maior exaltación de la fee.
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Salen 130 mosqueteros para Rosellón
El día 15 de Junio 1639, salieron 130 mosqueteros del tercio de la Diputación á juntarse con los demás; cuio capitán era el obispo Vidal, cavallero así llamado (Era lo de obispo un sobrenombre ó mote).
El señor Obispo, también á su costa, levantó 150 soldados; á todos los vistió con famosos capotes de campaña y sombreros blancos. Los demás obispos, cavildos, ciudades, villas, lugares y comunes, bien á su costa, levantaron soldados, cada uno sigún su posibilidad, y llegaron los lugares á dar de entrada á 25 y 30 libras á cada soldado, sin el socorro de calidad que se distribuieron los comunes: cavalleros, ciudadanos y quantos gozavan de privilegio militar tuvieron orden de salir á campaña, y á los que no salieron los desterraron con público pregón á Oran y otros presidios, con que salió mucha gente, de forma que asiguraron, que entre voluntarios y de sueldo pasavan de 18 mil hombres solamente de milicia cathalana. La proclamación (Proclamación católica á la magestad piadosa de Felipe el grande rey de las Españas y emperador de las Indias nuestro señor los Conselleres y Consejo de Ciento de la Ciudad de Barcelona Año 1640) dice que llegaron á 30.
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Corpus de Sangre: el plebeyo y los vallesanos matan a ricos, notables, forasteros, y sus criados; queman y saquean; el Virrey muere de un infarto (es gordito) o defendido hasta el último por en esclavo africano
Viendo nuestro Virrey el lebantamiento del país, el sumo desconcierto de las cosas, lo poco que le temían, y que todo amenazava ruina, estaba temerosísimo de su última desdicha: aumentava sus temores el ver que con la disposición de la cosecha concurrían ya los segadores, gente sin respecto, atención ni orden, y más en ocasión, que con las operaciones de la milicia, estavan los ánimos tan yrritados; y para evitar el ingreso en Barcelona pidió á los conselleres, que señalando puestos á los segadores fuera de la ciudad, en donde se les diesen mantenimientos, se les negase la entrada. Pero era ardua la empresa, porque el pueblo no lo lleba bien, y que temía que si convenidos los segadores se ausentaran, quedava la cosecha en los campos, y así no les pareció combeniente; como también que quando las milicias empezaron á desmandarse, los diputados y conselleres le suplicaron atajase aquellos daños, que de no hacerlo, sucederían yrreparables ruinas, á que no atendió: de donde resultó unibersal desazón en todos, y á caminar los negocios de mui mala calidad.
Llegó el día del Corpus (tan lamentable para España), que era á 7 de Junio de 1640 ([nota omitida]). Havían concurrido muchísimos segadores y todos armados, y con más desbergüenza que otros años. Ese día, á cosa de las nuebe de la mañana, un criado del alguacil Monrrodón, topando un segador cerca de S(ant)a María de la Mar, quiso reconocerlo, resistióse el segador, y travándose de palabras, el criado dio de puñaladas al segador (bien que no murió). Luego llegó la nueba al congreso de los segadores en la Rambla, que llegaban á cerca de quinientos, y oiendo que les havían muerto un compañero, rebentó la mina, y apellidando Visca la terra y muiran los traidors…, de carrera abierta se encaminaron á casa el de S(anta) Coloma, virrey, para pegar fuego á la casa, y tomando de un orno vecino quanta leña encontraron, disponían pegar fuego, tomando todas las calles para que no se les opusiese nadie. A las boces y noticias del intento, salieron los religiosos de San Francisco con un Santo Christo grande, y poniéndolo sobre la leña, y ellos de rodillas, con ruegos aplacando los segadores, apartándoles, y quitando la imagen unos, y otros poniéndola, estubieron gran rato; y viendo los religiosos que nada bastava, sacaron la reserva de la iglesia, que á la sazón estava patente para el Oficio, y poniéndola sobre una mesa á la puerta de casa del Virrey, proseguían sus ruegos.
La casa estava toda cerrada; en el intermedio los diputados y conselleres, en forma de comunes, con los obispos de Barcelona, Vique y Urgel, que se hallavan aquí, acudieron al puesto, y con ruegos y persuasiones procuravan sosegar el tumulto y despeño de los segadores, representándoles era perderse todos y perder á Cathaluña con esta acción. Pero nada bastava, porque la pasión los llebava ciegos y sin juicio, y más, viendo que en la gente plevea no aliaban contradicción, antes bien se les leía en los rostros natural complacencia.
Estando en estas amonestaciones, quiso la desgracia que en la muralla mataron un segador de desgracia, porque yendo ellos con ellos tan furiosos y desatinados, se les disparó una arma y con el tiro mató á uno de ellos.
Al mismo frangente del tiro abrieron una ventana del palacio, y como el odio nunca pone los ojos sino en su opuesto, parecióles havían tirado del palacio; y con esta suposición, creció en ellos el coraje y la rrabia, indignándose de nuevo y voceando cremaulos…; crecieron también los rruegos y amonestaciones de los padres de república y prelados, y, por último, con sumo travajo y grandes caricias redujeron á los segadores á que seguieran los conselleres y diputados, y sacándolos hacia la Rambla los llevaron consigo, quedando los prelados con la reserva á la puerta del palacio; pero á cada ruido que se oía se aterraban todos, y como veían los segadores que sucediendo esto al trasladar el Sacramento, desde la puerta del Virrey hasta la iglesia, estubo oras en el poco trecho que ay: la Ciudad mandó poner tres compañías de guardia al palacio del Virrey.
Prosiguiendo el camino de los segadores, que con arta dificultad los llebavan hasta la Rambla, y procurándoles allí hacer varias pláticas para apaciguarlos; viéndolos algo más benignos, y atendiendo al remedio de tanto daño como amenazava, se ausentaron los conselleres y diputados para subenir á donde más importava.
Confabulándose los segadores y bolviendo á su desenfreno, se les ofreció á la vista la casa del Doctor Balart (Gabriel Berart), juez de la Real Audiencia, y que en las levas del Principado, quando lo de Salsas, havía hecho muchas extorsiones, ganando para sí muchos enemigos y más doblones y menos soldados para el Rey. Tocóle á éste la vereda de(l) Vallés…, de donde eran los más de los segadores, y acordándose de su daño, embestieron la casa, que la tenía á la esquina de la calle del Carmen, y no queriéndola quemar porque las de los lados no pereciesen, sacaron á la Rambla quanto en ella hallaron, y formando una grande oguera, le quemaron quanto tenía, sin perdonar otro que los quadros é imágenes de santos, que balían muchos millares entre escritorios, sillas, arcas, camas, ropa, librería, colgaduras, tapicerías, procesos y hasta sacos de moneda, sin que nadie tocase á nada; antes, mientras duró la oguera, estubieron algunos de guardia para que nadie se aprovechase.
Acabado de quemar esto, se fueron á casa D. Grao Guardiola, maestro del racional (El maestre racional de Cataluña era el contador general de la casa y Corte de los Reyes y de las Rentas dominicales y fiscales; se instituyó para oir, ver y recibir las cuentas de los bayles, generales, procuradores reales, vegueres, recetores, no sólo en Cataluña, sino de Mallorca, Rosellón y Cerdeña…), que estava cerca la puerta del Ángel, y con ocasión del vagaje para Salsas, havía hecho también iniquidades con los pobres paisanos, no pagando á muchos, y otros haciéndoles reventar y perder el ganado, de donde ganando injustamente mucho dinero, havía comprado ynumerables enemigos, y no pocos de ellos se hallaban en hávitos de segadores, y así llegando á la casa, sacaron quanto en ella havía, hasta puertas y ventanas; y haciendo sigunda oguera en la plaza de Santa Ana, quemaron quanto havía, que era de inmensa riqueza, porque escritorios y bufetillos, guarnecidos de plata y hasta braseros de plata, todo lo hechaban al fuego, sin dejar la menor cosa del mundo. Traxeron el Santísimo de la iglesia del Pino, pero ni esto bastava, antes bien decían que ellos bolvían por la fee, pues quemando las iglesias y sacramentos los castellanos, y pudiéndolo remediar no lo hacían, que era razón lo pagasen.
Bolviendo por la Rambla, toparon con la cochería del Duque de Fernandina (D. García de Toledo, marqués de Villafranca, duque de Fernándina y general de las galeras.), nada bien visto, y echando las puertas en tierra, que estava en la esquina del Buen Suceso, tomaron los coches y llevándoles á la oguera de los trastos de Balart (Berart), que todavía quemava, los convirtieron en ceniza, que entre coches, literas, galeras y carrocillas balían millares de ducados. Sólo una carrocilla dijeron le havía costado pocos meses antes dos mil escudos.
Quemados los coches, se fueron á quemar la casa del Duque, que estava tras el combento de los Angeles, y hallando cinco ó seis criados que la guardavan, y que quisieron hacer armas, como allí no havía peligro de otras cosas, luego pegaron fuego; y viéndose los criados que havían de morir á las llamas, quiriendo escapar con la vida, treparon una pared que da al combento y pasáronse á él, pero reconocido por los segadores, entrando en la clausura, les dieron muerte. Aquí ya concurría gente de la ciudad, por el antiguo odio que tenían al Duque. También mataron aquí un sacerdote, por desgracia, que entrando en las monjas á ministrar el sacramento de la penitencia á los criados, deseando ver adonde havía de acudir, acertóse abrir una ventana del huerto, á la que, como á las demás, porque ningún criado escapase, atendían los segadores, que viéndola abrir, dispararon, y diéronle en la caveza dos valas, de las quales murió luego sin decir Jesús, y asimismo los demás criados: la casa toda se quemó.
Volviendo al Virrey que confuso y decaído de ánimo en tal disturvio y ocurrencia de cosas, no dándose por siguro en su casa con las guardias de la Ciudad, se pasó al baluarte de S(an)ta Eulalia entre una y dos de la tarde, en compañía de su hijo y algunos cavalleros cathalanes: ni allí sosegó su corazón (como el que ansioso de su mayor siguridad, la busca á veces en su mayor ruina), bien que tenía una compañía de guardia en el mismo baluarte, pero no faltó quien, mal advertido le persuadió, que no era crédito de su persona ni de la del Rey que haviendo presidios reales, se guareciese á los que tenía la Ciudad, y así se pasó á la Ataraçana, en donde havía mucha milicia y algunos cinquenta cavallos, que cerrando los restrillos y tomando todas las armas, se procurava asigurar allí su persona; persuadíanle los obispos se embarcase en una galera de Génova, que havían hecho venir delante la Taraçana, pero no quiso ejecutarlo, que quando Dios quiere que se cumplan sus decretos cierra los ojos al entendimiento, para que no veamos lo que nos está bien, y á él le sucedió así, pareciéndole estaba en la mayor siguridad.
Noticiosos los conselleres de lo que se hiua obrando, y recelando del mal rostro de las cosas lamentables sucesos, repetían pregones, pena de la vida, que las cofradías y oficios acudiesen á casa de la Ciudad armados, para repartirlos en sus puestos y poner custodia á donde combendría; pero como á la plebe (siempre amiga de novedades y reboluciones) le complacía lo que los segadores obravan, y aun deseaban hiciesen más, ninguno obedecía, á cuia vista los conselleres, con sus gramallas, se resolvieron á salir en busca de los segadores, y llegando á casa de D. Grao Guardiola, sólo toparon el estrago en la oguera y la noticia de que el tumulto estava en casa el de Fernandina. Encamináronse allá, llegando á la sazón de estarse tirando los de adentro con los de afuera, como dije arriba: quiso el hado que con la premura y congoja que hivan los conselleres por medio del tumulto, tropezase uno con la gramalla y caiese (Fué el conceller tercero José Massana), sin que la opresión de los circunstantes le permitiese lebantar con la brevedad que era menester; viéronle caer en ocasión que todo era tirar, y sin más averiguación empezaron á gritar que los castellanos havían muerto un conseller; corrió esta voz por Barcelona, aún más repentina que el suceso, y tan creída de todos, que al instante se sublevó la plebe de Barcelona, apellidando Traición, que nos han muerto un Conseller. ¡Dios sea conmigo, y qué error y desorden al oir esta nueba! Pues quitándose el velo la modestia barcelonesa, que hasta entonces havía conservado, corrió con el mismo desenfreno que los segadores á la total ruina de los castellanos; y al desquite del odio que contra ellos se havía concevido, nadie desee verse, ni culpe mi corto encarecimiento, en día como este que parecía su infierno esta ciudad.
Encamináronse luego á la Ataracana, y hallándola cerrada, empezaron á vocear: Aquí están los traidores; quemémoslos, y viva la patria. Havíale ya llegado al conde de Santa Coloma la fingida muerte del conseller, bien que de los más ó de todos creída, y apenas se la difieren pronunció estas razones: ¿Un conseller ha muerto? yo soy muerto. ¡Quién duda que los impulsos de su vecina muerte y las congojas le tendrían ya comprendido, y que ocurrióndole ser causa de todas estas desdichas, ó por omisión suia, ó descuido afectado, le serían otros tantos torcedores y berdugos de su conciencia y lastimado corazón!
Estando en estas apreturas, oieron el tumulto á las puertas, el grito de mueran, y la noticia de haver pegado fuego á las puertas, mientras travajavan los del tumulto en abrir, porque con mucha madera estavan las puertas y rastrillos cerradas. Quiso el Virrey embarcarse, pero ya no hubo lugar, porque al tiempo de acudir á la Ataracana la gente de Barcelona, se suvió muchísima al baluarte de Santa Eulalia y Torre de las Pulgas, de donde á mosquetazos y tiros de artillería, sin orden alguno, hicieron apartar la galera y se hicieron dueños de la salida por mar. Visto esto, y que la gente estava ya mui cerca de entrar, se dispidió el Virrey de los obispos y cavalleros, que casi todos los de Barcelona estavan con él, y diciéndoles, sálvese quien pueda, con algunos que le siguieron se entró en el baluarte del Rey, y por unas ruinas de la muralla bajó á tierra hacia la parte de San Bertrán, encaminándose por la orilla del agua entre la montaña y el mar. Otros hacia Santa Madrona; otros hacia Monjuique; algunos bolvióndose á la ciudad y los obispos escalándose por la pared de la huerta que da hacia Santa Mónica, se dividieron.
Entró la furia del tumulto, y reconociendo el puesto por donde havían huído, dieron tras ellos á la desilada, cada uno por donde le parecía, matando á quantos castellanos y extranjeros encontravan, y los obispos, á no hallarse el de Barcelona entreellos, no sé qué huviera sido.
El Virrey, juzgando más segura la derrota que llebava, prosiguió con ella, desamparado ya de la nobleza cathalana, y con boyado de pocos de los suios, porque cada uno miraya á salvarse, pero nada le aprovechó, ni yo podré decir de sus pasos; sí sólo el estado en que le hallaron difunto y el puesto, que era baxo San Bertrán, los pies casi dentro el agua, desabrochado de pechos, quitada la golilla, con cinco ó seis puñaladas entre el estómago y barriga, pero sin gota de sangre, y un golpecito, cosa muy poca, en la frente. En este mísero estado se vio muerto el que pocos meses antes se havía visto capitanear quarenta mil hombres, y pocas horas antes governar una provincia. ¡Ha infelicidades desta vida, á qué términos traéis los hombres! ¡O culpas nuestras, á qué nos conducís y á quán desastrado é infelice fin nos lleváis!
Antes de topar con el cadáver del Virrey, encontraron con cinco ó seis de cavalleros forasteros, todos disfigurados, y el más vecino al Virrey era un cavallero anciano, de gran bondad, que havía muchos años residía en Barcelona, llamado F. Ernández, que tenía un oficio en la Ataracana.
A las once de la noche truxeron á la Merced en una escala al Virrey, que de otro modo no pudieron sacarlo de donde estava, y sigún el desprecio con que lo conducían, parecía ser un vandolero. Pusiéronlo en la capilla de la Soledad, y causava sumo dolor su gran fatalidad y suma compasión el verlo; pero si havía sido causa de tan lamentables ruinas, no es mucho que Dios permitiera en el lo que acabamos de ver ([omitidas cartas sobre la impresión que produjo en la corte la noticia de su muerte]).
Jamás se aberiguó el homicida por dilig(encia)s que se hicieron, porque la Ciudad, con público vando al otro día, ofrecía quatro mil libras y una vida, no siendo la del mismo actor, á quien lo descubriera: á vista de no descubrirse el actor, se hicieron barios discursos: quién decía que las puñaladas havían sido después de muerto, viendo no saltó gota de sangre; quién que algún soldado ó cavallero de su familia, airados de lo que por él padecían, le dio muerte, y quién que murió reventado, él mismo, porque siendo tan grueso, correr por el arenal y saltar aquellas peñas para huir, es de creer que, junto con las ansias y fatiga, le acavó sin otra ayuda, y á esto, con alguna cabida, atribuieron el golpe de la frente. Ello no se supo, sino que se halló muerto: así discurra cada uno como quiera, y rueguen á Dios le haia perdonado sus culpas.
Mientras esto pasava por la Ataracana, la gente y segadores huía por Barcelona con tal furia, gritería y ruido, que parecía acavara el mundo, ó que era teatro del Juicio universal esta ciudad. Repartieron los Conselleres las compañías que havían acudido en los puestos que pareció más necesarios; procuraron asigurar las casas de los Comunes, tomando las bocas calles, las murallas, torres y baluartes, y algunas plazas.
Entre la puerta de San Seber(o) y de los Telleros ([Tallers]), mataron de un mosquetazo un criado del de Fernandina, que havía escapado de la casa. En el monasterio de las Mínimas havía entrado gran parte del tumulto, pensando abría allí mucha cosa del de Fernandina, por ser mui del cariño de aquellas santas religiosas; pero no encontrando cosa alguna, al salirse ya, topando un montón de colchones, quiso uno probar con una daga si havía algo, y viendo se movía, desacióndoles, toparon al D(octor) Belart (Berart), que dándole mucbas puñaladas le hubieran muerto del todo, á no ser las religiosas, que rogándoles lo dejaran confesar; lo hicieron, y sólo vivió algunas oras. El sujeto era Ec(lesiástic)o, aunque ministro.
Aquella misma tarde del día de Corpus, que no obstante las muertes y estragos que se han referido, no se havía aún saciado la sed de los tumultantes, una gran tropa de ellos se encaminó á casa del D(octor) Puig (Micer Rafael Puig), también de la Real Audiencia, que con sólo esto le apellidavan traidor. Vivía á la Bajada de los Leones, y entrándole la casa y sacando quanto en ella havía se lo quemaron, que causava lástima ver tanta riqueza como se malograva; quemáronle puertas y ventanas, sin dejar sino las paredes, y á no ser por las casas vecinas, también las huvieran puesto á tierra. Cerróse con esto la noche, si acaso se podía decir día el pasado, á vista de tan funestas operaciones.
Toda aquella noche estubíeron las compañías por sus puestos, sin molestia alguna para nadie, sino guardando aquel distrito que se les havía encargado.
Amaneció el día, viernes, y aunque divagavan las compañías por la ciudad, la sed y saña de los tumultantes estava tan encendida como en el principio, y prosiguiendo en su modo de obrar, aquel día quemaron quanto encontraron en casa del D.or Mir (Dr. Jaime Mir), que estava á la plazuela de San Yuste (Plaza de San Justo). Lo mismo en casa del D.or Viñas (Micer Felipe Vinyes), que estava á la Carnicería den Corts; y de [el aguacil] Monrrodon, que estava á la calle de Ancha; haciendo de los vienes de estos dos una oguera á la esquina de la Carnicería den Corts, en la calle Ancha; vien que estos tres, viendo lo que pasava el día antes, y recelándose de lo que le sucedió, retiraron lo mejor y quanto pudieron (…), bien que las alhaxas de maderaje, puertas y ventanas todo pereció.
Pasaron de aquí á casa del D.or Masó (Micer José Massó) que estava á la calle de Basea; éste tubo fantasía de querer defender su casa á fuerza de armas; pero así como llegaron y vieron la resistencia, encolerizados más los del tumulto y acudiendo más gente, y con mucha arma, llegaron á poner fuego en las puertas y ventanas de los entresuelos, y viéndose ya casi perdidos los de adentro, procuraron ponerse en salvo por los texados y (a)zoteas, dejando el paso libre á los incendiarios, que entrando, convirtieron en ceniza quanto tenía en casa, que era mucho, rico y bueno; que fiado en el valor propio y de la gente que tenía en casa, nada havía sacado de ella.
Era ya anochecer quando se obrava esta quema, y navegando ya mezclada mucha gente del lugar y de rapiña, fué tanto lo rrobado como lo quemado. Encontraron en casa de este ministro unas arcas llenas de unas medallas mui delgadas, lo ancho de un real de á ocho ([duro]), con unas efigies de la Virgen en ellas: eran de latón, y levantóse entre ellos la opinión de que aquellas medallas havían de servir de insignia á los afectos al Rey quando los castellanos entrarían, y quien no la trújese al sombrero ó pecho, era enemigo del Rey, y que no se quedase nadie á vida de los que no la traerían: esto sirvió para componçonar más los ánimos de los naturales.
El día siguiente, sávado, se reconoció que crecía el tumulto y con maior desbergüenza, pues havióndose juntado con los segadores toda la canalla y ruindad de Barcelona, pasavan ya las cosas á continuado ladronicio, y á que cada uno obrava sigún su dañada intención, sin remedio ni freno alguno, inbentando ruido en donde se les antojava, para robar y hacer de las suias.
Ese día, por la mañana, á cosa de las nueve, se encaminaron á casa de M(ice)r Ramona (El Dr. D. Luis Ramón), que estava enfrente casa el marqués de Aytona. Hallávase allí J. Ronis (Lorenzo Ronis, ciudadano honrado de Barcelona, que vivía en la calle del Hospital, frente á la capilla del Angel Custodio…), cuñado de Ramona, con unos mozos de armas mui de su aficción y confianza, y viendo tanta multitud de canalla, se encaminó á casa de la Ciudad, lamentándose en alta voz de que se tolerase tal maldad en Barcelona, como dejar apoderar de la ciudad aquella vil gente, y que ya no havía casa sigura, pues acavando de destruir las de los ministros, pasaría á ser lo mismo en las de los particulares, y que le diesen gente, que él daría remedio.
Era éste Ronis, capitán de los tintureros, y encontrando á la sazón su sargento, con quatro ó cinco mosqueteros en Casa de la Ciudad (que siendo de guardia en la Puerta Nueva, havía ydo á tomar unas órdenes), le dijo lo siguiese con la gente que trahía, y encaminándose á casa Ramona, hallaron que el número de la gente era ma(i)or, y queriendo embestir, les dijeron: que si querían vivir se retirasen, que de no hacerlo les costaría la vida. Retiráronse, menos que Ronis y otro compañero: quisieron pasar á casa Ramona, y tirándose unos á otros, á Ronis sólo le chamuscaron la ropa, pero él mató un segador; y encendiéndose maior ravia entre los del tumulto á vista de la muerte del segador, causaron maior ruina y estrago en casa de Ramona, pues quemándole mucha riqueza, después de no dejarle nada, arruinaron gran parte del edificio de la casa. Ronis se retiró á su casa á prevenirse, pues havía de suceder con él lo mismo que con los demás.
Irritados de nuevo los segadores con la muerte de su compañero, acavada la destroza de Ramona, se encaminaron á casa de Ronis, el qual, haviendo juntado hasta unos quarenta entre amigos y deudos, empezó á resistir con armas, y estando batallando cosa de dos horas para detener el ímpetu, mataron dos ó tres de ciudad de los que hivan con los segadores, y entre tanto sacaron por los texados lo mexor y más que pudieron, y descaeciendo de ánimo los defensores, y faltándoles municiones, tuvieron á vien de desamparar la casa y retirarse como pudieron.
Embestieron los del tumulto, y entrándole la casa le quemaron quanto quisieron, robándole lo demás, que sin duda fué más lo que se llebaron que lo que consumió el fuego; halláronle un aposento lleno de cuerda, que era mercadería con que negociava Ronis, pero los del tumulto atribuieron el almagacén á alevosía, y prevención para quando llegarían los castellanos; y no es de admirar esta y otras inventivas, porque corrieron aquellos días tantas pataratas y embustes, que no es creíble, ni aquí es bien se haga mención, así por su muchedumbre como por su poco ó ningún fundamento.
Cansados ya los del tumulto de quemas, omicidios y ruinas, tomaron otro rumbo, que fue embestir las cavallerizas en donde tenía la Ciudad los cavallos del Rey, de aquellos soldados que, perseguidos de los somatenes, se embarcaron; y asimismo las cavallerizas del de Fernandina y D.n Alvaro de Quiñones, tomando cada uno sigun quería y podía, que entre los del Rey y estos otros hacían hasta el número de trescientos cavallos.
Viendo la Ciudad que esta acción amenazava maior estrago, mandó doblar las guardias en los puestos, y que por la puerta no entrase gente armada, y al mismo tiempo mandó que dos compañías numerosas, teniendo los cuerpos de guardia la una al llano de Lluy y la otra á las casas de la Ciudad, haciendo quatro mangas bien armadas, discurrieran divididas por la ciudad, no permitiendo fuese gente armada junta en número, para evitar los daños, insultos y maldades que se hacían. Pagaba la Ciudad quatro r(eales) todos los días á cada uno de los de estas compañías, y aun con doblar las guardias y hacer discurrir por ciudad las compañías armadas, no hera fácil sugetar lo rebelde é indómito de los tumultantes.
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Prohibición de capas largas, monteras y sombreros gachos
Publícase un edicto prohibiendo las capas largas, monteras y sombreros gachos; y mandando llevar luz ó cuerda encendida á todo el que ande por la calle despues del toque de retreta.
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Los franceses toman la ciudadela por sorpresa
Dia 29 Lunes de carnaval.
Esta mañana á eso de las 11½ se ha executado en la esplanada como en los demas dias el exercicio, o revista por las tropas francesas en cuyo acto habia bastante gente que admiraba la gallardia de la tropa y lo pronto de sus evoluciones.
Durante las mismas ha pasado hácia la Ciudadela la guardia francesa que debe relevar á la otra que hay en la puerta principal de la misma.
A poco rato se ha visto pasar al General Lechi montado en un brioso y blanco caballo, y se dirigía con dos de sus Edecanes á dicha Ciudadela.
Apenas Lechi ha entrado en ella se han visto desfilar hacia sus puertas toda la coluna que estaba en la esplanada lo que ha dexado parados á los espectadores.
A la una dada se ha visto salir de la Ciudadela corriendo hácia palacio sin sombrero ni color en los labios, á su Gobernador D. Juan Viard de Jantilly, y como en seguida ha salido de la misma algun paysano por esto se ha sabido la fatalísima novedad de haberse los franceses apoderado de aquella importante Plaza con la mayor felonia, pues al estar la guardia francesa en aptitud de relevar á la otra de su misma nacion siendo ambas muy y muy superiores á la Española que habia no ha podido ésta impedir la entrada ni levantar su puente levadizo.
Creyose á los principios el Gobernador que el General Lechi venia á hacerle la visita prometida pero quando ha visto tan numerosa coluna de Infantería ha quedado tan parado y fuera de sí que bazando corriendo de su casa, y presentado al mismo que estaba en la plaza, le ha dicho muy enojado: Esta es la visita que me habíais prometido? Y volviendo la espalda ha volado á comunicarlo al Capitan General Conde de Ezpeleta á quien ha hallado no peños confuso por tamaña novedad, que apenas creia y que preveía era imposible remediar teniendo los franceses tan formidable fortaleza con tan numerosa coluna veterana.
En el interin que el Gobernador se hallaba en palacio se ha visto en la Ciudadela que á un golpe de caxa se han desprendido de la coluna formada en su plaza varias guardias que han ido á relevar las de los Españoles. A otro golpe de caxa se ha visto ponerse dos soldados con fusil frente cada una de las ventanas baxas de los pavellones, y de las puertas de los mismos, á fin de impedir que salieran o saltáran los moldados Españoles que estaban dentro. Es imposible pintar el furor y despecho de la Oficialidad y tropa, viendo tan pesada burla.
No lo es menos describir la consternacion que al momento se ha difundido por Barcelona, de modo que en un cerrar y abrir de ojos se ha visto la esplanada y plaza de palacio llena de paisanage, y todos con sus semblantes muy coléricos y enojados. Han salido varios Regidores, y hasta el mismo Gobernador D. Cárlos de Witte para tranquilizar la gente y mandarla retirar á sus casas. Todas las calles desde la Platería á palacio, la plaza del Borne y sus inmediaciones, han cerrado las puertas, lo que acaba de infundir mas terror.
La rabia ha subido de punto quando desde la misma plaza de palacio y muralla del mar, se ha observado á la una y media que otra columna francesa cubria el camino de Monjuich, llegando su vanguardia á su rastillo. Procuraban las patrullas y Autoridades dispersar y persuadir á la gente que retirasen, pero no habia forma de conseguirlo [Este chocante paso será el objeto de la primera lámina del primer quaderno de la coleccion colcográfica de los principales sucesos de Cataluña, que se está ya concluyendo.].
Toda la tarde ha continuado la consternacion y rabia viendo perdida la Ciudadela y en víspera de perderse Monjuich, aunque á las cinco no habia entrado en él la tropa francesa. Con esto es facil conocer qual estaría Barcelona en esta tarde última de carnaval. Solo se conocia serlo no por las máscaras y bulla, sino por las 40 horas que segun estilo estan en aquellos tres dias en la Parroquial Iglesia de Santa María del Mar.
Vense baxar y subir partes y contextaciones de Monjuich, pero su Gobernador interino el Brigadier D. Mariano Álvarez [El mismo que ocupará tan distinguida lugar en este Diario por la inmortal defensa de Gerona, que estuvo á su cargo.] no quiere ceder en abrirles las puertas. Témese una sangrienta jarana.
El General frances que está apostado con un cuerpo de observacion en las casitas de San Beltran situadas en la falda de Monjuich, ha tenido la avilantez de abrir dos de los pliegos cerrados que el Señor Álvarez enviaba á nuestro Capitan General Conde de Ezpeleta.
Vense salir al anochecer de las casas de sus alojamientos los Oficiales franceses, y trasladarse á los quarteles y Cindadela, sin duda para estar prontos desde dichos puntos á obrar en caso necesario, y que temen cercano atendida la fermentacion del Pueblo.
Los Welites que desde el dia de su llegada estuvieron alojados en casas particulares, por considerarse á los individuos de aquel cuerpo como á otros tantos Oficiales, han salido á la misma hora de sus respectivos alojamientos, y quedan aquartelados en las Atarazanas.
Esto, y el notar que todos los Generales ponen dobladas centinelas, no solo en las puertas de sus casas, sino tambien en las boca-calles inmediatas, hace ver el temor de nuestros huéspedes.
Baxan los partes de resistencia á la entrega, la que creen los franceses no se verificará sino á la fuerza, y así es que han recogido quantas escalas habia en el convento de San Francisco de Asis, y otros parages para intentar el asalto. Aunque los políticos y militares se rien de tan débiles medios, pero lloran las desgracias que les serán consiguientes.
Son las 10 de la noche, y todavía no han entrado los franceses en Monjuich, reparándose desde esta Ciudad las fogatas que hacen en sus inmediaciones para hacer los ranchos o calentarse.
Hasta la misma hora queda todavía de planton el centinela avanzada del Castillo, despues de levantados los puentes á la una de la tarde. Dicho sereno centinela es de los voluntarios de Cataluña.
A las 11 de la misma noche estando los terrados de las casas de Barcelona coronados de frenéticos espectadores, se ha visto al favor de las fogatas entrar en Monjuich las tropas francesas.
Qual haya sido la sensacion que ha causado en Barcelona, qual el abatimiento y variedad de pareceres sobre la conducta de nuestro Capitan General Conde de Ezpeleta, se dexa todo para la Idea de mañana como á 1.° de mes.
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La Jamancia: todavía falta carne, un escape con mucha suerte
(Martes)
En toda la mañana no ha habido fuego de ninguna especie.
A las dos de la tarde se han oido tiros de fusilería en toda la línea por ambas partes, y la Ciudadela ha disparado algunos cañonazos por espacio de media hora.
Tampoco hoy hemos tenido carne.
Al pasar esta noche D. José Solér y Matas, como gefe de dia por la puerta de Santa Madrona, frente el peso de la paja, le han atravesado el sombrero blanco que traia puesto con una bala de fusil disparada desde la falda de Monjuí por los del gobierno, habiéndole abierto un agugero á cosa de un dedo de la cabeza (1).
[
(1) El Constitucional de este dia contiene la siguiente órden relativa á la compañía sagrada.Los S. S. oficiales que pertenecieron á la extinguida compañia sagrada presentarán en el dia de mañana 17 en el fuerte de Atarazanas, los fusiles, cartuchos cartucheras, que les fueron entregados por el capitan du la misma; en la inteligencia, que desde pasado mañana se apremiará al pago á todo aquel que no se presente. Atarazanas 16 de octubre de 1843.==El coronel, José Olivan.
Ademas trae la orden de Gobierno que á continuacion se copia.
Orden del gobierno del 17 de octubre de 1843.
ARTICULO 1.° Por disposicion de la Escma. Junta Suprema se previene por última vez á los comandantes de las guardias no permitan por ningún motivo separarse individuo alguno de las suyas respectivas; y solo á las precisas horas de comer y cenar, podrán dar licencia para separarse á un número de individuos que jamás esceda de la tercera parte de la fuerza total, y nunca podrá verificarlo el gefe del puesto. S. E. me encargó particularmente ecsija la mas estrecha responsabilidad á los que por cualquier estilo contraviniesen á la presente orden.
Art. 2.° Los cuerpos y partidas sueltas que no hayan totalizado los recibos de viveres y utensilios correspondientes al mes próximo pasado, lo verificarán precisamente en los dias 17, 18 y 19 del corriente, y espero que en lo sucesivo haya mas ecsactitud en cumplimentar las órdenes que para el bien del servicio se espiden.
Art. 3.° De órden de la M. I. Junta de Armamento y defensa, se previene a todos los cuerpos que S. S. se ocupa sin descanso en completar el equipo para todos los dignos individuos que la componen, y que el uniforme de Sres. gefes y oficiales lo será con las mismas divisas que usan los del ejército, ??n la sola diferencia que las charreteras serán sustítuidas por galones en el brazo, llevando uno los subtenientes, dos los tenientes y tres los capitanes.
Art. 4.° Todos los Sres. comandantes d? los cuerpos remitirán con urgencia á este gobierno una noticia del número de garitas que necesiten para los centinelas de los puntos que cada uno cubre y que carezca de tan precioso abrigo por el rigor de la estacion.Todo lo que se hace saber para su ecsacto cumplimiento en la órden de este dia.—E. G.—Villavicencio.
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La Jamancia: la Junta se rinde y el ejército vuelve a entrar
(Lúnes)
Hoy ha sido un dia muy bullicioso á la par que alegre para los pacíficos habitantes de esta ciudad desventurada.
Esta mañana ha desaparecido ó ha sido puesto en libertad el vocal de la Junta D. José Masanet, en el acto de ser trasladado del palacio del general que le servia de cárcel. Segun parece ha habido inteligencia con el gefe que le conducia, pues se asegura que Masanet no alcanzó la libertad hasta haber entregado á aquel una libranza firmada por su mano, valor de 4000 reales.
Esta misma mañana han sido despedidos de la casa moneda los operarios despues de haberles entregado sus correspondientes salarios.
La Junta se ha despedido hoy de los habitantes de esta ciudad con la alocución que puede leerse en la nota (1 [no OCR]). Tambien el Ayuntamiento ha dirigido á sus representados una proclama concebida en estos términos. Véase la nota (2 [no OCR]). Pertenece ademas á la historia de este dia la proclama dirigida por el Capitan general á las tropas de su division (3 [no OCR])
A medio dia ha entrado un regimiento procedente de la Ciudadela y ha relevado todos los puntos de la ciudad.
El Excmo. Sr. Capitan General, usando de las facultades de que se halla revestido, ha nombrado con esta fecha un nuevo Ayuntamiento constitucional, compuesto de los sugetos que siguen:
ALCALDES.
D. José Bertran y Ros, Magistrado sin ejercicio por ahora y propietario.
D. Baltasar de Eixalá, abogado.
D. Luis Gonzaga Pons y Fuster, abogado.
D. Buenaventura de Sans, hacendado.
D. Tomás Coma, fabricante y propietario.
D. Juan Nadal, herrero de la Barceloneta y propietario.REGIDORES.
D. Rafael Maria de Duran, hacendado.
D. Cayetano de Amat, baron de Maldá.
D. Cayetano de Vilallonga, baron de Segur.
D. Domingo Serra, fabricante y propietario.
D. José Folgnera, confilero y propietario.
D. Francisco Viñas, comerciante y propietario.
D. Francisco Fradera, platero y propietario.
D. Cayetano Lopez, médico, de Gracia.
D. José Prat, comerciante.
D. Buenaventura Vives, maestro alfarero y propietario.
B. Francisco de Asis Soler, arquitecto.
D. Juan Claros, hacendado.
D. José Boix, carpintero, de Gracia.
D. Joaquin Portell, farmacéutico.
D. Rafael Pla y Carreras, alfarero y propietario.
D. Antonio Martí, maestro de velas y propietario de la Barceloneta.
D. Joaquin Ruira y Lacrea, abogado y propietario.
D. Estevan Bosch , comerciante y propietario.
D. Ginés Guasachs, labrador y propietario, de Gracia.
D. Antonio Soqué, médico y propietario.
D. Francisco Ribas, zapatero y propietario.
D. Pedro Martir Colominas, panadero y propietario, de la Barceloneta.
D. Jaime Comas, corredor y propietario.
D. Narciso Fonolleras, abogado y hacendado.SINDICOS.
D. Juan Agell, profesor de fisica y propietario.
D. Juan Costa y Fuxench, abogado.
D. Tomás Illa y Balaguer, fabricante.
D. Francisco Esteve y Tomás, abogado y propietario.
D. Ignacio Vieta, tendero de paños.A las dos y cuarto han salido de la misma Ciudadela el capitan general Sanz con su estado mayor y precedido de unos 100 hombres del Batallon de Zapadores. Entre los edecanes y á sus dos lados iban el vocal de la Junta D. Antonio Rius y Rosell, y el Alcalde primero Constitucional D. José Soler y Matas, cerrando la marcha como unos 2000 hombres de tropa. Ál salir de aquel fuerte para dirigirse á la muralla del mar, han tenido que detenerse interin estaban los zapadores construyendo un especie de puente de tablones sobre la cortadura que habian abierto los centralistas desde el Palacio hasta la esquina de la Aduana á fin de tener un camino cubierto para pasar al baluarte del mediodia.
Cuando llegaron á la plaza del palacio tuvieron que detenerse otra vez por causa de las barricadas que habia en todas las bocas calles. Entonces el general ha mandado un edecan al comandante de zapadores mandándole que dividiese la fuerza en cuatro partes para destruir las barricadas que encontrasen al paso empezando todos juntos por la de la calle de la Espaderia por ser la mas fácil de derribar. En seguida se dirigieron por la calle de Baix, Encantes, plaza de S. Sebastian, Fusteria, calle Ancha, todo eso relevando las guardias donde las encontraban, y en llegando á la calle de S. Francisco de Asis subieron á la muralla de mar para dirigirse desde ella á la rambla. En esto entraba por la puerta de santa Madrona el general de division D. Ricardo Schelly con unos 3,000 hombres entre infanteria, Caballeria y Artilleria de carga, cuya fuerza unida á la que venia con el general se estendió por la rambla formada en masa, escepto la caballeria y Artilleria que formó á dos de fondo en batalla. Despues de esto y á poco rato ha ido llegando la Milicia nacional por batallones y con sus músicas y leones ó banderas correspondientes.
Las dos compañias sueltas llamadas la una de Muns, y la otra del Noy Buxó fueron agregadas al 7.° y al 4.° Batalln de Milicia nacional, cuyos dos batallones colocaron al lado de sus gastadores los 16 trabucaires que tiene cada una de las dos citadas compañias. La fuerza de la milicia se ha colocado al lado de la tropa ocupando el trozo de Rambla que media desde la plaza de S. José hasta los estudios. Sobre las cuatro y media de la tarde ha pasado por delante de la fuerza armada el Capitan general acompañado de los citados Sres. Rius, Soler y Matas y del E.M., todos á pié habiendo sido saludado con unánimes aclamaciones de viva el general Sanz: este correspondia al saludo popular con el sombrero que llevaba en la mano y diciendo con afabilidad, nada de vivas á personas, señores: viva la unión, viva la Reina Doña Isabel II, y viva la Constitucion de 1837.
Terminada esta especie de parada que se ha celebrado con la mayor tranquilidad, la Milicia nacional ha ido á depositar sus banderas en las casas consistoriales, retirándose en seguida los individuos á sus casas con su correspondiente uniforme, armamento y municiones.
Un poco mas tarde se ha retirado tambien la tropa de la rambla á los cuarteles que les estaban designados, aposentándose algunos Batallones en las principales de la Milicia nacional.
Esta noche ha quedado un reten de un Batallon de Infantería y unos 100 caballos en la rambla frente al teatro, desde donde han despedido patrullas para recorrer las calles de la ciudad.
Sin embargo de que el general habia ordenado que no se permitiese la entrada del paisanage en la ciudad hasta al cabo de tres dias de ocupada esta, hoy ha dispuesto por medio de un bando (1 [no OCR]) que desde mañana á las dos de la tarde puedan entrar los emigrados y las tropas que forman la línea del bloqueo.
Hoy se han remitido al cónsul de Grecia los pasaportes para los que creyéndose comprometidos, han querido pasar al estrangero. El capitan general ha espedido hoy un bando para los que deseen entregar las armas, lo verifiquen en el local de Atarazanas ó en el Colegio Episcopal. Véase en la nota (1 [no OCR]).
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François Arban sube al calesero y segundo aeronauta catalán, Eudaldo Munné, en un globo aerostático para agradecerle su salvación de la población salvaje de San Andrés de Palomar
Sin embargo del mal tiempo se ha verificado en todas sus partes el programa ofrecido para la ascension del señor Arban con su intrépido compañero el jóven catalan don Eudaldo Munné. La atmósfera se ha presentado cargada todo el dia, de modo que llegaba á temerse que no se verificaria la funcion, mas el deseo que habia por parte del público para presenciar el arrojo y decision del compatricio y el empeño que este manifestaba de llevar á cabo lo que la tenia ilusionado desde muchos dias, decidieron por fin á Mr. Arban á emprender su viaje. Eran las cuatro de la tarde y ya todas las afueras de la parte de mar estaban atestadas de gentío, mientras iba concurriendo á la plaza de toros un sin fin de personas de lo mas escogido de la ciudad. Hecho ya el preparativo de costumbre y arreglado el globo, Mr. Arban ha dado la vuelta por la plaza, como la otra vez, repartiendo ramos, versos y dulces á manos llenas. Luego el valiente compañero, mostrando un admirable espiritu, y despues de saludar al público, que le ha devuelto el saludo con mil entusiastas aclamaciones, se ha colocado en el cesto, sin cubrirse siquiera con el gaban que para guarecerse de la humedad le tenian preparado; y á poco rato, se ha dejado suelto el globo, que con suma rapidez se ha remontado, tomando una direccion N.O.; no obstante, la ascension no ha podido ser á la altura á que llegó Arban el domingo pasado, en razon á que las nubes estaban tan bajas que cubrieron muy pronto el globo, pues que á no ser asi, acaso el viaje hubiera sido muy largo é interesante al mismo tiempo para los aéreos viajeros.
Al dar la vuelta por la plaza Mr. Arban, varios aficionados á tales funciones le han regalado una corona de laurel que el viajero al remontarse ha arrojado al palco de la presidencia para demostrar asi su gratitud.
Observado el globo al llegar á su mayor altura con un buen telescopio, y despues que Mr. Arban habia arrojado ya todo el lastre con el intento de remontarse mas, se ha visto que aun á tal distancia y acaso peligroso punto respecto al estado de la atmósfera, Munné con la misma serenidad y gozo que ha mostrado al partir, saludaba á la ciudad y á los habitantes que le admiraban.
La descension se ha verificado en una viña, sobre el punto donde existió el convento de San Gerónimo de Valle de Ebron, término de San Genis de Horta, á los 50 minutos de haberse remontado. Las primeras personas que han acudido para felicitar á lso dos intrépidos viajeros han sido el señor cónsul general de Francia y su señora que habian salido montados con este objeto, y un capitan de caballería con el piquete destinado á darles proteccion en caso necesario.
Se han remontado sobre tres mil metros, y despues de haber atravesado la capa de espesas nubes que cubria el horizonte, han disfrutado un sol radiante y puro, que sin embargo no impedia que el termómetro estuviese bajo cero.
Cuando estaban cerca la tierra una ráfaga de viento les impelió con tal fuerza, que hubieron de temer que se les rompiese la cuerda en que estaba aferrada el áncora; pero agarrado Munné á la cuerda, mientras Arban que tambien le ayudaba en esta tarea, mantenia abierta la válvula, han conseguido saltar á tierra sin mas percance que el de pequeñas escoriaciones y rasguños en las manos.
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Purificación de Ntra. Sra., degeneración del pesebrisme
Al mediodia se procede á la publicacion de la Bula por medio de corredor, teniendo lugar la funcion de costumbre en la iglesia catedral, con asistencia de una comision del ayuntamiento, y verificándose despues la procesion.
Nuestros lectores creerán, y con razon sobrada, que vamos á consignar alguna costumbre propia del dia; pero deben desengañarse porque no es sino propia del mes que trascurre y hasta el dia 2 de febrero fiesta de la purificacion de Ntra. Sra.; pero no dejará de reconocerse la oportunidad de colocarla en el dia de hoy supuesto que empieza el período de su mayor observancia, y pudiera sorprender al que no se hallase impuesto de ella y oyese mencionarla.
No hace muchos años que habia grande aficion á arreglar nacimientos para ponerlos de manifiesto á los amigos, haciendo gala de buenos panoramistas, paisistas ó pesebristas, que asi en el pais se llaman. Esta costumbre va degenerando, aunque nó tanto que no debamos hacer mencion de ella, de sus particularidades y de los lances á que da lugar.
Los autores del nacimiento señalan ciertos dias en que libres de sus ocupaciones, los pasan entretenidos limpiando las candilejas, despabilando sus torcidas y dejándolas en disposicion de que puedan encenderse con prontitud antes de la hora de la prima noche en que han avisado á sus parientes y amigos.
Los mas celosos de su reputacion artística ocupan con el nacimiento la alcoba de alguno de los principales cuartos de la casa, nó sin que tenga que decir, murmurar, reñir y refunfuñar la mamá ó la esposa, que con sobrada razon se quejan viéndose obligadas á trasladar la cama ó quitar la cómoda etc. etc. etc., amen de la mortificacion de haber de quedarse en casa la noche en que se ilumina el nacimiento, á fin de obsequiar á los concurrentes.
Otros menos escrupulosos arreglan el nacimiento en un desvan á fin de dejar la familia de hacer estos obsequios. Para llegar á ver un nacimiento en un desvan ó guardilla, figúrate pacienzudo lector, una escalera de caracol, ó poco menos, con cuatro escalones á lo mas por tramo y con cincuenta tramos por lo menos. Al sitio donde se halla el nacimiento, llega el espectador semi-mareado y molidas las piernas, y cansado de tropezar con los que bajan y de incomodarse con los que quieren subir mas de prisa de lo que él puede hacerlo; y para alivio de tantas congojas llega al desvan, y le sofoca el hedor de aceite de las candilejas, porque hazte cargo, lector, de que el aceite que se acostumbra gastar en la iluminacion del nacimiento no es de lo caro. Adviértote tambien que no está libre de tal calamidad el otro nacimiento de la alcoba, que es como si dijéramos el nacimiento aristócrata.
Llegas ya al un estremo del nacimiento, y es preciso seguir la corriente, es decir, es imposible volver atrás, y es menester levantar al chiquillo que llevas de la mano para que pueda verlo todo, operacion que repiten el de tu lado y el de mas allá y el del otro estremo y casi todos los que allí se hallan. Llora un niño, refunfuña una niña, hablan todos para hacer fijar la atencion en algun punto de vista, y el autor no cesa de encarecer el trabajo que le ha costado combinar aquel panorama.
El primer término del nacimiento es un espacio de terreno que calculado por el tamaño de las figuras tiene una milla de estension; en este espacio hay un edificio derruido, y dentro se ven las figuritas correspondientes al misterio de la natividad de Jesus. En frente una colinita donde se representa la aparicion del ángel á los pastores: estos se hallan al rededor de una olla puesta sobre unos tizones: el fuego es natural y un pastor puesto de bruces lo atiza con el soplo (esta figurilla no falta en ningun nacimiento). En el llano se ve un hombre, y otro, y otro, y otro, y hasta no sé cuántos hombres, y una muger, y otra, y otra, y otra, y hasta no sé cuántas mugeres, y aquel con sombrero y capa, y otro con calzon, y otro con gorro colorado, y aquella con mantilla, y esta vestida á la catalana, y un fraile, y mas allá un castillo gótico; en una palabra se ve todo lo necesario para poder decir como el de marras:
Hay en este nacimiento
Un Longinos con su lanza,
Y aunque fue mucho despues
La prevencion nunca es mala.A lo lejos una montaña nevada, y por el agujero de una roca se ve el mar donde navega un vapor, y á pesar de lo iluminada que se halla la escena se ve salir el sol, y aquel mar sabe Dios si será el de las Indias ó el océano pacífico, que á ser el mediterráneo podria decirse que en Palestina sale el sol por occidente.
En una palabra se ve en un nacimiento todo menos propiedad, y menos la sublimidad que deberia inspirar un cuadro, un panorama destinado á la representacion del asunto mas sublime de todos los asuntos, el nacimiento del redentor de los hombres, del fundador de la verdadera religion, del asunto que en la historia ha formado una época reconocida por todo el mundo civilizado.
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Los bailes particulares
Nó precisamente en este dia, pero sí desde los primeros del mes suelen darse en algunas casas bailes particulares, costumbre que ha sufrido un gran golpe desde la institucion de los casinos. Mas como aun no está del todo perdida, seria un robo hecho á nuestros lectores, no decirles cuatro palabras acerca de esos bailes, los cuales á pesar de la mudanza de los tiempos, conservan un carácter especial que perderán muy tarde ó nunca. Danse los bailes particulares en una sala de regulares dimensiones, no siempre profusamente iluminada, con sillas á la redonda, y con la añadidura muchas veces de un tabladito en la testera para colocar á los músicos. El que crea que todos los que van á esos bailes se divierten no está en lo cierto, y si alguno se figura que todos van con el objeto y con la esperanza de divertirse, tampoco entiende del negocio una palabra. Los maridos, por ejemplo, ni van para divertirse ni lo han soñado siquiera, pues aun cuando el baile de suyo fuese capaz de proporcionarles ese bien, se lo convierte anticipadamente en amargura y espinas el presupuesto que quince dias antes les presenta la señora esposa, del gasto que esa funcion hace necesario. Las madres no se divierten tampoco, por varias causas que ellas saben perfectamente. Suelen las tales ocupar en la sala el primer término, y aunque las mas preferirian indudablemente estar en la cama, han hecho el sacrificio de ir alá para que les diviertan las hijas, y con el objeto de ver si la tinta que las luces derraman en los rostros de las niñas, el calorcito de la sala, el olor de las esencias y los demas alicientes que por allí revolotean, emboban á este ó al otro hombre de bien, que le vendria á la rapaza como á nosotros cincuenta mil compradores del Añalejo. Esas madres son aquellas ya maduras y que estan fuera de combate, las cuales no abandonan la silla en toda la noche, murmurando un rato, quejándose mutuamente de sus dolencias, contando partos y amamantamientos, y no perdiendo de ojo á la muchacha, porque todavía recuerdan las cosas que les dijeron en los bailes de su tiempo, y las travesuras de que fueron testigos si nó actrices. Esta respetable porcion de los concurrentes la reputan por cosa que está de sobra todos los que bailan y muchos de los que miran.
Dando vueltas al rededor de la sala y por entre las sillas, cual si anduvieran buscando alfileres, andan una porcion de solterones con las manos metidas en las faltriqueras, espiando momentos de descuido, dando conversacion á casadas que ni son jóvenes ni viejas, haciéndose del ojo con solteras, embaucando madres y discurriendo malicias y picardías. Esa es la plaga de todos los bailes; gente dañina que no toca sin tiznar y que no pocas veces empaña cuando respira. Esos son diablos que corren sueltos toda la vida para recoger todo lo que anda perdido, y perder mucho de lo que estaba encontrado.
En el centro de la sala bulle una multitud de jovencitos de poca edad y poca malicia, que baila, y baila porque oye música, que dice algun requiebro mal combinado y peor oportuno, que suda y se afana y hace gala de las buenas piernas, que despues de dos docenas de piruetas se queda contento como si hubiese puesto una pica en Flandes, y rematada la funcion se va á casa á dormir el cansancio, soñando toda la noche tan sin sustancia como obró durante el baile. Esos son los pastores que punzan de lejos al toro para que salga movido á la plaza, donde la cuadrilla, que son los señores camastrones, le plante una banderilla, pica ó estocada tal que venga á caer á sus pies. Las muchachas por su parte alegritas y medio sudadas, y riendo y saltando y hechas á las flojas armas de los danzantes no saben defenderse contra los empujes de aquellos perillanes, y suelen meterse en atolladeros tales, que han de tenerlo á gran fortuna si salen con lodo á la rodilla.
Allá en lontananza ocupan y obstruyen la puerta de la sala una muchedumbre de hombres de diversas edades y condiciones, que ni osan adelantarse ni saben hacerse atras; contemplan nó lo que pasa en la sala, sino en un solo punto de ella, danda á Barrabás no pocas veces el baile y á todos los que por él andan. Tal vez haciendo un esfuerzo sobre sí mismos se retiran por un momento, mas un poder irresistible los trae de nuevo á ver sus duelos, y á desear que vuelen las horas para sacar la hacienda de peligro. Esos prójimos son maridos, cuyas mugeres rodeadas á veces de cuatro ó seis camastrones, estan como piojo en costura, sin que los ojos del centinela puedan atravesar el espesor de los cuerpos enemigos para conocer el estado de defensa en que se halla la plaza. Es verdad que si los espugnadores lo advierten suelen hacerse atrás á fin de no inspirar sospechas; mas entonces un marido prudente, un marido del siglo XIX echa á correr dejando el campo libre: no se diga que conoce los zelos, ó no se esponga á que la muger le reconvenga con que no tiene confianza en ella. Vuelve la espalda, y antes de dar dos pasos, la plaza está otra vez sitiada, y la van estrechando por todos lados, disputándose los sitiadores el honor del asalto. Y entre tanto el marido anda por la antesala hablando con otro compinche, á quien le pasa lo mismo. Asoma el esposo las narices y despejan, despeja el esposo y vuelven á la carga, y asi andan jugando toda la noche al escondite, y la cosa para en lo que para, que eso no puede ponerse nunca en claro, ni es menester tampoco.
Alguna de esas esposas no tiene todavía las piernas en secuestro, y si bien ha dicho á mas de cuatro solicitantes que por entonces no deseaba bailar, tanto la hostigan que para no hacerse ridicula (escusa muy socorrida), apechuga con el galan, nó sin haber antes pedido por señas licencia al esposo que continúa de portero, y que ni se la dió ni tuvo resolucion para negársela. Enrédase en el wals, porque es un wals lo que se baila, y aunque el marido ha ido siguiendo el movimiento por un buen rato, al fin tantas parejas se interponen que mi hombre ha perdido la pista, y abandona la atalaya supliendo con la imaginacion lo que no atisban los ojos.
En esos bailes no suele jugarse, que esto es gollería reservada para los bailes de gran tono. No habiendo pues el tapete verde, la cosa continúa con las mismas variaciones dichas, hasta que las madres cansadas de lidiar con las hijas, de sacar todos los relojes, de luchar con el sueño, de temer el mal humor y de ver la impaciencia del marido, se pronuncian en retirada, alborotan el cotarro, y hacen que su ejemplo sirva de hincapié para las menos atrevidas. Entonces van desfilando todos los danzantes y mirones, y las señoras de la casa estan ya en la antesala y despiden una por una á las concurrentes, y se van trayendo capas y pañolones, y los galantes mancebos las acomodan en las espaldas de las madres, y despues en las de las hijas, y pillan el brazo mas hermoso que pueden para ayudar, nó á bajar, sino á enredarse y á tropezar por la escalera, y suelen probar el estrangis de un apretoncillo que no pasa de ahí si no recibe contestacion, y que se hace mas significativo si la ha merecido. Llega la comitiva á la calle, tápase la boca todo el mundo, y dando mas de mil buenas noches, y ahures, y á los pies de Vds., y beso á V. la mano, y vaya V. con Dios, y para servier á V., y hasta mañana, y á Dios, y ahur, y vaya V. enhorabuena, y voces, y gritería, y bullicio, y risotadas y otras cosas que todos saben; se desbanda la cuadrilla, cual vuelo de pájaros cuando oyen un escopetazo inmediato al árbol en que estaban posados.
¿Quién es capaz de seguir á todas esas guerrillas en que acaba de desplegarse la reunion entera del baile? ¿Cómo referir las diversas conversaciones que se empiezan, el distinto humor de cada persona, los diferentes efectos que en cada una de ellas ha dispertado la escena en que desempeñaron el papel de mirones, de actores, de actrices, de personages que no hablan ó de sacasillas? Algunos critican á los concurrentes y á los amos de la casa en pago de haber tenido gasto y molestias para divertirlos; analízase el trage de las señoras, desciéndese á averiguar de dónde saca el marido el dinero para costearlo, háblase de lo amartelado que Pedro estaba junto á Bernarda, supónense relaciones que nunca ha habido, discútese qué razon tuvo Joana para no ser de la partida, estráñase la presencia de fulanita no estando fulando, se discurre acerca de la conducta de señoras y de hombres, se tijeretea á todo triquitraque, se muerde á diestro y á siniestro, se reniega de tales diversiones; un amigo dice á oto en secreto la conquista que ha comenzado, y este refiere el estado de la que ha venido á continuar: laméntase aquel de que no habia cosa de provecho, unos van cansados, fastidiados muchos, indiferentes no pocos, y es gran fortuna si entre todos no hay quien se queje de la pérdida del sombrero que se ha llevado un tempranero, dejándolo otro mugriento y angosto hasta el punto de no cubrirle media cabeza. Y unos por babor, otros por estribor, estos por la proa y por la popa aquellos, siguen la derrota de costumbre y van á dar fondo á casa, tal vez desmantelados, tal vez con avería gruesa, tal vez haciendo agua, tal vez sin mas áncora que la de la esperanza. Llégase á casa, cenan de requiem, y se tienden en una buena ó fementida cama, y tengan vds. muy buenas noches.
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Jueves Lardero, 1848
Los tres jueves.
Estos tres dias son movibles, como cualquiera puede echar de ver; por esto no llevan fecha. Aunque era escusado decirlo, sin embargo no hacemos mas que imitar á los escritores que al empezar no se olvidan de advertir que empiezan diciendo. Pero si no llevan fecha les sobra nombre.
No puede menos de suceder que al domingo de Carnestolendas antecedan tres jueves: el primero, se llama de compadres; el segundo, de comadres; el tercero, jueves gordo ó lardero. Antiguamente los que habian sacado de pila algun recien nacido durante el año anterior, acostumbraban regalar á las que habían sido compañeras en el compadrazgo; por esto se llamaba de compares: en el segundo se trocaban los papeles, y por esto se llamaba de comares. En el dia esta costumbre ha desaparecido, aunque han quedado com-padres y co-madres, asi como hay con-discípulos y co-legas, co-adjutores etc., etc. La razon del sobrenombre de gordo ó lardero que se da al último jueves del carnaval, parece sencilla aunque no pase de conjeturable: si los tres últimos dias del carnaval son de carnes-tollendas, necesariamente debe precederles un dia de gordura. Este es un jueves en el cual todo buen barcelonés ha de comer cassola, (guisado sustancioso compuesto de las estremidades del cerdo, y cubierto de una costra de huevo etc., etc.) y para postre las cocas enllardadas, especie de hojaldre que confecciona con notable celebridad la panadería de S. Jaime.
El jueves de comadres y el gordo concluyen con baile en el salon de la lonja. Si quieres saber, curioso lector, si ambos a dos estan concurridos, gasta tus realejos y ve á examinarlo por tí mismo, que no queremos se nos tache de indiscretos previniendo tu concepto.
A las costumbres pringosas del jueves lardero va adjunta otra por demás filantrópica. Durante la semana en que va incluso este dia, recorre las calles de la ciudad una comitiva compuesta del alcaide ó algun empleado en las cárceles, tres ó cuatro niñas ataviadas muy regularmente, y un alguacil, ministril ó lo que sea, cuyo trage semi-serio consiste en una bata de grana, una golilla y un sombrero de cura. La música que acompaña á la comitiva está reducida á un tamboril, una flautilla y una gaita. El objeto de la comitiva es escitar la filantropía de estos habitantes para que den limosnas con que poder suministrar una sustanciosa sopa á los presos durante los tres dias de carnestolendas. ¡Lo que es el mundo! El dolor está junto al placer, el llanto junto á la risa, lo malo junto á lo bueno, lo hermoso junto á lo feo, la miseria junto á la opulencia, y hé aqui lo filantrópico codeándose con lo gastronómico; pues por mas que se diga, algun punto de contacto debe de tener la sopa que pueda darse á los presos con la gastronomía.
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Los tres dias de carnestolendas, 1848
El carnaval da las últimas boqueadas: es preciso pues echar el resto á las zambras y algazaras que se mueven en la época de su dominacion. Un domingo, un lunes y un martes son los destinados para cerrar el carnaval y enmascararse, bailar y solazarse hasta mas no poder, y trasnochar mas de lo que conviene á la salud del cuerpo y á la del alma. Y de tal modo se trasnocha, que se viene á formar de los tres dias uno. Por otra parte bien puede aventurarse esta proposicion, supuesto que ni mas ni menos se hace en el primero que en el último: por esto no estrañará el lector, que amalgamándolos aqui, hablemos de las costumbres comunes á los tres.
Por la mañana de estos dias salen los elegantes al paseo de la muralla del mar. Llaman en él la atencion algunos niños y niñas disfrazados con mas ó menos gusto y con mas ó menos riqueza. Las mamás van muy huecas llevando por delante á sus hijos, que á puro vestirlos y desnudarlos y enviarlos á casa de la abuela, ó del padrino, ó del pariente, ó de la amiga, logran que las pobres criaturas se resfrien, y por lo menos, que engreidos con los aplausos que les han prodigado, no quieran desnudarse al llegar á casa, y lloren, y pateen, y rabien y tengan que sufrir mas de cuatro sofiones. ¡Pobrecillos! os disfrazan ahora por diversion! dejad correr el tiempo y quizás os disfrazaréis por necesidad y lloraréis si llegan á arrancaros la mascarilla.
Bajemos de punto el catalejo, destemplemos la pluma, saquemos de tono nuestro cantar y ocupémonos durante estas tres tardes, de la rua y de las máscaras, que en medio de un numeroso gentío pululan por la Rambla. Todos los carruages de la ciudad acuden á porfía á dar las vueltas de costumbre en este paseo. En otros tiempos abundaban los coches de los particulares en los que sus familias iban á lucir sus trages: en el dia puede decirse que las tartanas tienen mayoría, y los ómnibus y medias fortunas de alquiler son los únicos carruages que interrumpen la monotonía de esos muebles que Dios cohonda, y que no se llaman carros por un tris. Y no es poco si en medio de la línea de carruages no se cuela algun carro de los mas sucios de la limpieza, montado por una docena de hombres, mal perjeñado el uno en trage de muger, mal dispuesto el otro en trage varonil, y mas indecente y asqueroso aquel que levanta la bota con ademanes repugnantes al mas cínico observador. Entre el barullo de las gentes que pasean, llaman la atencion si nó por la riqueza del trage, por la satisfaccion y pretensiones con que lo visten, varios chicuelos y aun hombres vestidos ridicula y las mas de las veces asquerosamente. Las prendas que estan mas en boga entre los que gastan este humor son los felpudos, los sombreros mugrientos, los fraques y chalecos rotos y remendados, y las escobas. El rostro embadurnado de almazarron ó tizne, es de rúbrica. Unos calzoncillos, una camisa por encima ajustada al cuerpo con un ceñidor de los que usan los labriegos, una toalla cruzada sobre el pecho, un pañuelo rollado en la cabeza, unos bigotes pintados con corcho chamuscado y una caña con dos ó tres naranjas enristradas, hé aqui el trage de moro mas decente, y que por tan usado ya no llama la atencion del público. Nunca falta algun tonto que en trage ridiculo y mugriento lleva colgado de una caña un higo seco, y lo agita sobre la cabeza de un enjambre de chiquillos que intentan coger la fruta con los dientes. Todas estas máscaras suelen llevar en pos de sí una multitud de pilludos cantando con monótona cantinela esta copla:
A setse, á setse,
A setse l’ vi.
Lo pobre Carnestolles
S’acaba de morí;
Si, sí:copla y costumbre que no hace muchos años introdujo un remendon que vivía en los Encantes, con mas buen humor que cuartos, y mas cuartos que estro, y mas estro que inventiva para idear un trage, pues el disfraz del pobre poeta no pasó de un casacon mugriento, un simulacro de sombrero y el mango de una escoba por baston.
La civilizacion rechaza tamaños desacuerdos, y un pueblo culto debiera desterrar lo que ofende la decencia y el bien parecer. No queremos decir con esto que las autoridades prohiban semejantes costumbres en las cuales hallan solaz ciertas gentes, nó, antes al contrario, tenemos por aventurado todo ataque hecho frente á frente á cualesquiera costumbres por malas que sean; pero creemos sí que debe dirigirselas oportunamente. La autoridad tiene medios de que echar mano para escitar la aversion del público hacia esas escenas repugnantes, la emulacion de los mismos á quienes tanto divierten esos gestos y banquetes asquerosos, á fin de que dejando tales usos se hagan dignos de la sociedad que los acoge, divirtiéndose sin ofender el pudor de la doncella, ni la vista del inocente, ni la conciencia del hombre morigerado.
En estos tres dias los teatros dan funciones por la tarde y por la noche, y hay bailes públicos en la Patacada y en la lonja. Pocos años antes de la época en que trazamos estas líneas, los bailes del domingo duraban en la Patacada hasta la aurora del dia siguiente, en la lonja hasta la una de la madrugada: los del lunes duraban en la Patacada hasta media noche, y en la Lonja hasta el amanecer del día siguiente: los del martes no pasaban de las once de la noche. En la actualidad todo está cambiado y se altera frecuentemente segun las circunstancias. Hemos alcanzado una época en que nada hay fijo ni estable, y en que es tan vario el número de acontecimientos, y estos se suceden los unos á los otros con tal proximidad, que ni lugar dejan para que podamos acostumbrarnos á alguna cosa. Estos mismos bailes de la lonja y Patacada, que en otros tiempos hicieron la delicia del pueblo barcelonés, estan en su período decadente. Se ha querido dar á los de la lonja nuevo brillo, un nuevo atractivo, pero en vano. Se trasladarán si se quiere de local; llamarán en verdad la atencion, mas por poco tiempo, porque la época de los disfraces ha pasado ya, porque se conocen ya todas las tretas, y no hay necesidad de la mascarilla para decir las verdades á un prójimo. Las máscaras han muerto á manos del descaro y de la impudencia.
El carnaval toca á su fin, y á esto alude el pueblo con el aparato semifúnebre con que recorre las calles de la ciudad durante la noche del martes. La figura de un Judas (Carnestoltes) es llevada en andas, precedida de un sinnúmero de jóvenes artesanos llevando luces, y cantando responsos al compás de destempladas guitarras y panderetas. El pueblo se entrega al júbilo y al placer, y alborota y grita; mas á pesar de las licencias que se permite y que dejamos apuntadas, rara vez da lugar á la mediacion de la autoridad para prevenir un lance ó para castigar un crimen. Los elementos de cultura existen en este pueblo; la oportuna direccion es la que ha faltado muchas veces. El martes va á pasar al período de lo que fue. Se adelanta la media noche y las campanas de las parroquias anuncian la cuaresma: sin embargo Barcelona se halla todavía entregada al bullicio del carnaval. Dejadla gozar, su hora se acerca, y enervadas entonces sus fuerzas volverá á la razon y á la calma.
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Jueves Santo, 1848
Los divinos oficios que celebra la Iglesia en este dia tienen un carácter particular y una grave y lúgubre solemnidad, que interesan aun á los sectarios de otras religiones. En el templo del Señor no se ve en este dia ningun objeto que escite nuestra devocion: todas las imágenes de los santos y todos los altares estan cubiertos para que nada llame la atencion, solo en un monumento dispuesto al objeto se adora la hostia consagrada. Todas las miradas son para ella; todo el culto se rinde á él, al Santo de los santos. Ese monumento, esa iluminacion , esos lúgubres acentos de la música, ese apagado son de las cajas y clarines de guerra, esas armas que el soldado lleva abatidas, todo contribuye á la tristeza de la ceremonia del dia.
Las casas particulares mandan á las parroquias algunos cirios cuyos cabos recogen despues, porque la piedad les atribuye especial virtud contra los rayos, y para facilitar los partos á las mugeres. Algunas personas disponen con algodon ó papel recortado una especie de capillitas ó doseles, que en este pais llaman maigs, y en ellas colocan una cruz ó sepulcro, y unas figuritas que representan alguna escena de la pasion. Estos majos los mandan para adorno del monumento á todas las iglesias menos á la catedral, que no los admite. Las familias se disponen desde las nueva de la mañana para asistir á los divinos oficios en el templo mas inmediato. La Catedral, la Trinidad, la Merced y algunos otros situados en los puntos mas céntricos de la ciudad son los que reunen un concurso de gente mas escogida.
En este dia es de rúbrica vestir las mejores galas y adornarse con las mas ricas preseas: tales fachas se ven por las calles: desde el tallilargo frac de la actual moda, á la tallicorta y mezquina levita del año 1830; desde el holgado gaban en que nos envolvemos ahora, al zanquilargo frac en que nos empaquetábamos quince años atrás. Todos segun sus posibilidades se acicalan, y todos segun su economia cuidan mas ó menos del vestido, y allí, al salir de las iglesias, es el limpiarse las rodillas y el sobar el sombrero con la manga, y el sacudir el polvo con el pañuelo. Por otra parte, no debemos pasar por alto la moral costumbre de ir todos los individuos de cada familia reunidos á visitar las estaciones, y esta reunion da lugar á escenas de cuya pintura no queremos privar á nuestros lectores.
En primer lugar el papá y la mamá raras veces estan de acuerdo acerca del órden de las estaciones que han de seguir. Poco acostumbrados despues de quince ó veinte años de matrimonio á salir juntos á la calle, los gustos estan discordes y todo se vuelve indirectas. El hijo mayor, que ya empieza á hombrear, pone mal gesto porque los papás no le permiten seperarse de la comitiva. Las señoritas, que frisan ya con los quince años, no quieren llevar de la mano al chiquitin que anda cargado con tres ó cuatro devocionarios, y que sale con bien si vuelve á casa con uno menos. Los menorcitos riñen mas adelante por la sombrilla ó porque no quieren ir cogidos de la mano. La mamá los regaña al salir de una iglesia por que se han ensuciado el vestido, y se lo limpia con el pañuelo. El papá se para á hablar con un sugeto, y la comitiva pierde su órden, y se hace preciso que el chiquitin se adelante á avisar á las señoritas, que distraidas sabe Dios en qué, doblan una esquina que no debian, y allía es el rabiar, y allí son los sofiones, y allí son las amenazas, y allí todo lo que puede dar una idea de que la franqueza de familia no es el principio del bien parecer ni del buen tono. Este árbitro de los gustos pretende aunque en vano desarraigar esta costumbre de ir reunidos los indivíduos de cada familia, asi como ha quitado con razon ó sin ella, alguans otras costumbres. Dejemos al tiempo lo que es suyo, y á vuelta de algunos años verémos lo que será.
No van reunidas las clases como los individuos de las familias á visitar las estaciones, porque no parece sino de reglamento las horas en que lo verifica cada una de aquellas. Desde las 12 del dia á las tres de la tarde, visitan las estaciones la clase acomodada, los elegantes, las gentes del buen tono: á las dos la tropa: por la tarde el menestral con toda la familia puesta de veinticinco alfileres, y los criados de las casas. Las autoridades eclesiástica, miliar y civil con sus respectivos acompañamientos visitan las estaciones segun reglamento.
Al anochecer la procesion que sale de la iglesia del Pino, y celebra la real é ilustre archicofradía de la Purísimia Sangre de N.S. Jesucristo, llama las gentes á la carrera para ver con corta diferencia lo que vieron el domingo de Ramos, á saber: los armats, los niños con vesta, los pasos, la congregacion, etc., etc.
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Viernes Santo, 1848
Apenas se abren las iglesias empiezan á visitar estaciones la gente madrugadora, el menestral, el jornalero y el eclesiástico. Mas adelantada la hora discurren por las calles gentes de todas clases, categorías y condiciones, con el mismo objeto. A las 10 de la mañana todos dan fondo en alguna parroquia ó iglesia de su devocion, para asistir á los divinos oficios.
Concluyen estos al mediodía, y entonces el mozalvete despues de haberse peinado en uno de esos que llaman salones, y contoneándose por esas calles, se dirige á la Catedral, á la Trinidad, á la Merced, por ejemplo, para ver las gentes que salen de la iglesia. Hay aquello de atusarse el pelo, ponerse el sombrero cuidadosamente para no desbaratar las perfumadas guedejas, y pararse formando corrillo para ver pasar á las bellas devotas, que ya arreglándose la mantilla, ya ahuecándose el vestido, ya retorciendo los rizos entre los dedos, saludan á este ó al de mas allá, con mas o menos dulzura segun las relaciones que median, separándose por un momento para verse poco despues en la Rambla, si no sopla ese viento que reina en este pais en la estacion presente.
En la Rambla se reune todo lo que no ha podido verse sino en detall durante las 24 horas anteriores. Uniformes salen en esta festividad que no ven la luz en todo el año; asi es que algunos hay por el corte del año 1827 en que se estrenaron. Sin embargo de algunos años á esta parte va disminuyendo el número de ellos, pero en su lugar va creciendo el de cruces, de modo que no parece sino que volvemos al miliario, y que se organiza una nueva cruzada.
Son las 3, y las gentes han dejado el paseo. La sopa está en la mesa. El barcelonés antiguo no olvida la costumbre de sus padres, y en esta comida exige el arroz con leche. Este es manjar de rúbrica en el viernes santo. En otro tiempo tampoco dejaba de ir á la Catedral por la tarde para ver deshacer el monumento que se levantaba á los pies de la iglesia. No sabemos si el buen gusto ó la economía ha arrinconado aquel churrigueresco templete que tan mal se avenia con la grandiosidad arquitectónica de la iglesia; pero nos felicitamos, porque el altar mayor muestra en estos dias su bello y primoroso trabajo, y presenta un aspecto tan magnífico como digno de la gravedad de la fiesta. Nada importa que no vuelva á parecer el antiguo monumento.
Desde las 12 hasta las 3 de la tarde, la congregacion de la Pasion y muerte de N.S. Jesucristo establecida en la colegiata de santa Ana celebra la funcion de las tres horas que el Redentor estuvo pendiente en la cruz, funcion que se llama vulgarmente de las siete palabras. Despues de esta hora se canta en algunas iglesias el Stabat mater, y se obsequia con algunas otras devociones á la Virgen santísima en su soledad. En los periódicos hallará el devoto los anuncios de estas funciones.
Al anochecer sale de la iglesia de Ntra. Sra. de la Merced la procesion que celebra la real é ilustre cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad. Vista la procesion de ayer, ninguna novedad ofrece la de hoy, sino la diferencia de los pasos. La congregacion que asiste es la de la Buena muerte. El crucifijo está á cargo de los Sres. nobles casados; Ntra. Sra. de la Piedad al del colegio de corredores de cambios y el Santo sepulcro al del monte pio del mismo. En este paso habia antiguamente gran lujo. Ntra. Sra. de la Soledad á cargo de los Sres. nobles solteros: era privilegio de los nobles que asistian con vesta el ceñir daga en el costado izquierdo.
Antes de concluir este artículo no podemos menos de prevenirte, querido lector, que durante la tarde se ha permitido la entrada por la puerta nueva á los corderos que se han de sacrificar para el dia de Pascua á la gastronomía barcelonesa. Te hacemos esta prevencion por si quieres gozar de tan cuco espectáculo, que á fe de quien somos, es divertidísimo.
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¡Verano!
Hemos de hablar del paseo nocturno del verano, y ningun día nos ha parecido mas á propósito que el de la llegada del Sr. Apolo el de la rubia guedeja á su mansion veraniega, entrándose por el signo de Cancer (para el que no sepa jota de astronomía no hemos dicho nada, pero plácenos echarla de eruditos). Y como esta llegada del tal señor lo mismo puede suceder en el dia 21 que en el 22, puede rezarse del paseo de verano en cualquiera de estos dos dias, dejando al arbitrio del calendario el consignarlo al que fuere oportuno, pero plácenos hablar de ello en el dia 21, aunque por otra cosa no sea que por obsequio á la antigüedad. El paseo nocturno de verano en la rambla de capuchinos tiene un atractivo tal, que difícilmente sabríamos pasar sin él. Asi es que apenas vemos colocadas las sillas á lo largo de las dos filas de árboles, nos viene en gana tomar cuatro por nuestra cuenta y echar un sueño al pie del candelabro de gas, para no ser observado de los curiosos. ¡Y cómo no descabezar un sueño cuando inclinada la silla en que estamos arrellanados apoyando el estremo superior del respaldo en el susodicho candelabro, tendemos cada una de nuestras piernas sobre el asiento de otras dos sillas, teniendo por delante la cuarta donde yace tendido nuestro sombrero? porque nuestro sombrero nocturno es muy digno de una silla de las que estan en la Rambla, y está tendido cuando no está ni boca abajo ni boca arriba. Digan que nó!
No vayan á creer nuestros lectores que es broma; ¡cuántas veces hemos tomado esta postura! y cuántas en esta postura hemos descabezado un sueño! Y cuántos ensueños nos han acometido! y cuántas cosas hemos visto en sueños! ¿Si contaré uno de ellos?… pero nó, que se atufarían los señoritos ó se enfadarían las señoritas. ¿No son Vds. curiosos? pues hagan aqui punto final y no pasen adelante en la lectura, que para los curiosos hablamos, y á quien Dios se la diere san Pedro se la bendiga, y quien escucha su mal oye, y qui no vol pols que no vagi á la era.
Soñé con este , con el otro , con el de mas allá, soñé con todos los que van á la Rambla.
Sentados al pie de un árbol y formando corro, vi una docena de personas entre varones y hembras: la
conversacion era general. Sin embargo una hembrita que no llegaba á los 20 parecia estar algo pensativa volviendo de continuo la cabeza hácia un jovencito que se hallaba sentado á sus espaldas. Se levantó de repente este jóven y se perdió de vista entre los paseantes, y tambien de repente se levantó la señorita para coger la silla en que aquel estuvo sentado, fingiendo quererla para poner los pies en ella; pero tambien de repente se levantaron las mamás, y siguió toda la comitiva, nó sin que la susodicha se entretuviera un rato como huroneando en la enea del asiento. Por lo despechada que tuvo que abandonar su tarea conocí que no habia dado en el hito, lo que escitó en mí la curiosidad , y traté de concluir lo que ella habia comenzado. ¡Ah picaronazas lectoras, que bien acertais lo que hallé!!… Pues el contenido de la entendida carta protestaba contra la oposicion de los papás, y decia…!vah! decia lo que dicen todas las cartas de los amantes, y que vosotras sabéis á las mil maravillas, y por consiguiente que no necesitais que os lo digamos.Luego soñé con una mamá muy remilgada, con sus cuarenta del pico, que iba acompañada de una hija tan espetada como ella sola. Nadie se les acercaba, y primero se paseaban arriba y abajo, y luego se sentaban en órden de batalla, y dale que dale á los abanicos , y… nada , ni un alma de cántaro se acercaba á darles siquiera las buenas noches.
Soñé en seguida con una comitiva que por ahorrar unos maravedises en el alquiler de sillas daba mas vueltas por la Rambla que da una yunta á lo largo del campo.
Soñé con unos enamorados que sin dar el brazo á sus novias iban tan pegaditos que daba calor solo el verlos.
Soñé con unas mamás con las mantillas torcidas, mal perjeñadas y vestidas con descuido, sin corsé y dándose aire con desvencijados pericones, y hablando de sus achaques y de las criadas, etc., etc., confiando demasiado en la edad de sus hijas que paseaban á veinte pasos de distancia, bien ataviaditas y mejor acompañadas por algunos jóvenes. Al encontrarse ambas comitivas bien podian las buenas señoras insinuar á la seccion jóven el hallarse cansadas y el ser hora de retirarse á casa; pero quid! hasta las diez no era cosa de salir del pantano. Y allí al despedirse era el gritar y el besucarse, y los chicoleos de los jóvenes y los secretitos de ellas, y las citas para tal hora, y el preguntarse el trage que se pondrían al dia siguiente.
Soñé con el paseo en dia de fiesta, y era cosa de no entenderse y de caer mareado por el continuo pasar de gentes como sombras, sin poder verles el rostro.
Soñé con el paseo la víspera de un día de fiesta, y observé que era muy poca la concurrencia, siendo el número de ellos superior al de ellas, y luego las vi á estas en su casa aplanchándose el vestido y cosiéndose la valona ó la manteleta para el dia siguiente.
Pero ¡qué cosas tan inconexas se ven en sueños! Vean Vds. amables lectores. ¿Creerían Vds. que hasta soñé con el paseo en un día de entre semana; y en el momento en que se hallaba en su mayor animacion, apareció el sol en el punto del mediodía, y fue tal la confusion y el huir de las gentes, que en menos de un decir amen me hallé solo en medio de la Rambla, cuyo piso estaba sembrado de zapatos viejos, medias sucias y remendadas, sombrenlos ajados, con flores mas ajadas todavía, guantes con los dedos descosidos y raidos por la punta, abanicos partidos, vestidos hechos girones y llenos de zurrapas, y mil otras cosas que dejo en el tintero porque asi me place, que no deja de ser una razon muy sólida?
Y despues de haber soñado tamañas cosazas, ¿qué dirian Vds. que me dispertó? Me dispertó el que cuida de las sillas al quitarme las dos en que tenia puestos los pies, con protesto de que las necesitaba, y me dispertó además cierta comezon nada agradable en ambas piernas. Nos que somos zelosos como el que mas de nuestra comodidad, y que de achaque de historia natural bien poco ó nada se nos alcanza , echamos un bufido al guarda-sillas y tuvimos la comezon de las piernas por efecto de un hervor de la sangre en la estacion presente. Rascamonos, desperezámonos y fuímonos.
Esto soñé y esto vi, y protesto de toda alusion. El que no crea en mi sueño peor para él, que si no podemos decir con uno de nuestros poetas antiguos es una verdad que parece sueño, no andarémos tan fuera de razon si trocando el vocablo decimos, es un sueño que parece una verdad.