Lo die present entraren en la present Ciutat un Duch e I Comte ab gran multitud de Egipcians o boemians, gent triste e de mala farga, e methiense molts en devinar algunes ventures de las gents.
Etiqueta: gitano
https://lh5.googleusercontent.com/-_J_rwO-2xh4/UlPhgsqLxeI/AAAAAAABXc8/6KcFaCPHp-0/s560/prensa_0116.jpg //// Estéreotipo de los gitanos de Barcelona, a 8 días de Domingo de Pascua, 1886 //// La Esquella de la torratxa //// http://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?posicion=8&path=4035906&idBusqueda=579&presentacion=pagina
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Carlos III manda dejar la actitud criminal que constituye la gitanidad, prohibe la discriminación contra supuestos ex-gitanos (quienes sin embargo no pueden trabajar de esquilador ni vendedor ambulante ni posadero salvaje), y castiga el uso de la palabra “gitano”
CAPITULO PRIMERO
Declaro que los que llaman y se dicen Gitanos no lo son por origen ni por naturaleza, ni provienen de raiz infecta alguna.
II.
Por tanto mando que ellos y cualquiera de ellos no usen de la lengua, trage y método de vida vagante de que hayan usado hasta de presente, baxo las penas abajo contenidas.
III.
Prohibo á todos mis Vasallos de cualquier estado, clase y condicion que sean, que llamen ó nombren á los referidos con las voces de Gitanos, ó Castellanos nuevos, baxo las penas de los que injurian á otros de palabra, ó por escrito.
IV.
Para mayor olvido de estas voces injuriosas y falsas, quiero [que] se tilden y borren de qualesquiera documentos en que se hubieren puesto, ó pusiesen, executándose de oficio y á la simple instancia de la parte que los señalare.
V.
Es mi voluntad que los que abandonaren aquel método de vida, traje, lengua ó gerigonza sean admitidos á qualesquiera oficios, ó destinos á que se aplicaren, como tambien en qualesquiera Gremios, ó Comunidades, sin que se les ponga, ó admita en Juicio, ni fuera de él obstáculo ni contradiccion con este pretexto.
VI.
A los que contradixeren y rehusaren la admision á sus oficios y gremios á esta clase de gentes emendadas, se les multará por la primera vez en diez ducados, por la segunda en veinte y por la tercera en doble cantidad, y, durando la repugnancia, se les privara de exercer el mismo oficio por algún tiempo á arbitrio del Juez, y proporcion de la resistencia.
VII.
Concedo el término de noventa días contados desde la publicacion de esta Lei en cada Cabeza de partido, para que todos los Vagamundos de esta y cualquiera clase que sean se retiren á los pueblos de los domicilios que eligieren, excepto por ahora la Corte y Sitios Reales, y abandonando el traje, lengua y modales de los llamados Gitanos, se apliquen á oficio, exercicio ú ocupacion honesta sin distincion de la labranza ó artes.
VIII.
A los notados anteriormente de este género de vida, no ha de bastar emplearse sólo en la ocupacion de Esquiladores, ni en el tráfico de Mercados y Ferias, ni ménos en la de Posaderos ó Venteros en sitios despoblados, aunque dentro de los Pueblos podrán ser Mesoneros, y bastar este destino siempre que no hubiere indicios fundados de ser delinqüentes, ó receptadores de ellos.
IX.
Pasados los noventa días procederán las Justicias contra los inobedientes en esta forma: A los que habiendo dexado el trage, nombre, lengua ó geringonza, union y modales de Gitanos, hubieren ademas elegido y fixado domicilio, pero dentro de él no se hubieren aplicado á oficio ni á otra ocupacion, aunque no sea mas que la de jornaleros, ó peones de obras, se les considerará como Vagos, y serán aprehendidos y destinados como tales, según la Ordenanza de éstos, sin distinción de los demás Vasallos.
X.
A los que en lo sucesivo cometieren algunos delitos, habiendo tambien dexado la lengua, trage y modales, elegido domicilio, y aplicá[n]dose á oficio, se les perseguirá, procesará y castigará como á los demas reos de iguales crímenes, sin variedad alguna.
XI.
Pero á los que no hubieren dejado el traje, lengua ó modales, y á los que, aparentando vestir y hablar como los demás Vasallos, y aun elegir domicilio, continuaren saliendo á vagar por caminos y despoblados, aunque sea con el pretexto de pasar á Mercados y Ferias, se les perseguirá y prenderá por las Justicias, formando proceso y lista de ellos con sus nombres y apellidos, edad, señas y Lugares donde dixeren haber nacido y residido.
XII.
Estas listas se pasarán á los Corregidores de los Partidos con testimonio de lo que resulte contra los aprehendidos, y ellos darán cuenta con su dictamen, ó informe á la Sala del Crímen del territorio.
XIII.
La Sala, en vista de lo que resulte, y de estar verificada la contravencion, mandará inmediatamente sin figura de juicio sellar en las espaldas á los contraventores con un pequeño hierro ardiente, que se tendrá dispuesto en la Cabeza de Partido con las Armas de Castilla.
XIV.
Si la Sala se apartare del dictámen del Corregidor dará cuenta con uno y ótro al Consejo para que éste resuelva luego y sin dilacion lo que tuviere por conveniente y justo.
XV.
Conmuto en esta pena del sello por ahora, y por la primera contravencion la de muerte, que se me ha consultado, y la de cortar las orejas á esta clase de gentes, que contenían las Leyes del Reino.
XVI.
Exceptúo de la pena á los niños y jóvenes de ambos sexos, que no excedieren de diez y seis años.
XVII.
Estos, aunque sean hijos de familia, serán apartados de la de sus padres, que fueren Vagos y sin oficio, y se les destinará á aprender alguno, ó se les colocará en Hospicios ó Casas de enseñanza.
XVIII.
Cuidarán de ello las Juntas, ó Diputaciones de Caridad que el Consejo hará establecer por Parroquias, conforme á lo que me propone, y á lo que se practíca en Madrid, asistiendo los Párrocos ó los Eclesiásticos zelosos y caritativos que destinen.
XIX.
El Consejo formará para esto una Instruccion circunstanciada con extension al recogimiento en Hospicios, ó Casas de Misericordia, de los enfermos é inhábiles de esta clase de Vagos, y de todo género de pobres y mendigos; cuya Instruccion pasará á mis manos para su aprobacion, sin suspender entre tranto la publicacion de esta Pragmática.
XX.
Verificado el sello de los llamados Gitanos, que fueren inobedientes, se les notificará y apercibirá que en caso de reincidencia se les impondrá irremisiblemente la pena de muerte; y así se executará sólo con el reconocimiento del sello y la prueba de haber vuelto á su vida anterior.
[XXI-XXXIV: mesuras administrativas]
XXXV.
Por un efecto de mi Real clemencia á todos los llamados Gitanos y á qualesquiera otros delinqüentes vagantes, que han peturbado hasta ahora la pública tranquilidad, si dentro del citado término de noventa dias se retiraren á sus casas, fixaren su domicilio, y se aplicaren á oficio, exercicio, ú ocupacion honesta, concedo indulto de sus delitos y excesos anteriores, sin exceptuar los de contrabando y desercion de mis Reales Tropas y Vaxeles.
[etc etc]
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Predicción de la Primera Guerra Carlista
Juicio del año
¡Año fatal! ¡Año atroz!
Sañudo tus puertas abre
El sanguinario Mavorte,
El númen de los combates.¿Oís zumbar el cañon?
¿Oís como cruje el parche?
¡Qué de estragos! ¡Qué de horrores!
Temblad míseros mortales.Arrisadas las campiñas,
Demolidas las ciudades……
¿Mas donde voy? ¿Quien me manda
Ser profeta de desastres?No siempre el dios de la guerra
La lanza horrorosa blande,
El yelmo ciñe y embraza
El escudo de diamante.Tambien en tálamo dulce
De rosas y de arrayanes
Le aduermen blandas caricias
Entre coloquios amantes.Grato consorte de Vénus,
Del Amor felice padre,
Las Gracias en torno suyo
Vierten aromas suaves.Alzad los turbados ojos
Al alto Olimpo, y miradle
Nuncio de paz y ventura;
No de rapiña y de sangre.No en los campos de la Tracia
Rueda su carro execrable;
Que en los vergeles de Chipre
Entona cantos nupciales.¡Año dichoso, recuerdo
De las Saturnias edades!
Dejad la azada, colonos;
La aguda reja descanse:No os fatigueis, artesanos;
Abandonad los telares:
Holgad y dormid, pastores
Aunque el lobo os amenace.Ya sin cultivo la viña,
Ya el barbecho sin afanes
Colman de grano las eras
Y de mosto los lagares.Ved cual su copia Amaltea
Do quiera pródiga esparce:
Mirad de leche y de miel
Brotar el monte raudales.Ya el olivo, ya el naranjo……
Pero miento mas que un sastre,
Y harto naranjo será
El que mis bolas se trague.Valga la verdad: el mundo
Siempre es el mismo, aunque rabien
Gitanos estafadores
Y astrólogos charlatanes.¿Que nos importa Saturno
Ni su mentido linage?
¿Quien es Vénus? Una puerca.
¿Quien es Febo? Un botarate.¿Que se nos da de que el dia
Lunes ó Martes se llame?
Para holgazanes y bobos
Todos los dias son Martes.Sobriedad, virtud, trabajo;
Estas son, lector, las bases
De la riqueza, y la dicha,
Y la paz de los hogares.Con el sudor de tu frente…..
Ya me entiendes; ya los sabes:
Y, como dice el refran,
¿Donde irá el buey, que no are?Trabaja pues ¡pese al Diablo!
Y con esto, y con un vale,
Y un Dios sobre Todo, amen,
Aquí doy fin al romance. -
Tres Tombs
17 January
Los PP. de las Escuelas Pias celebran la fiesta de san Antonio Abad, santo tutelar de su iglesia, con oficio solemne, música y sermon, y por la tarde el rosario, concluyendo la funcion con los gozos del santo.
Por la mañana hay bendicion de animales, por consiguiente la concurrencia en las inmediaciones de la iglesia es muy numerosa, y hay motivo para que se hagan corrales en fábricas, talleres y escuelas. Desde el caballo del opulento hasta el jumentillo de la terreta, para todos es la fiesta, pero todos aguantando el peso de un ginete: digan despues para quién es el asueto de este dia!…. Enjaezados ó sin enjaezar, encintados (no hay equívoco) ó en pelo, todos van á recibir la bendicion que desde el pórtico de la iglesia les echa un padre cuando pasan por delante de ella las tres veces de costumbre. Esto es lo que se llama en el pais donar los tres toms.
La carrera que suelen seguir los que los dan, es la siguiente: calle de San Anton, subida á la muralla de tierra, calles de la Cera y Botella, Padró, vuelta á la calle de San Anton, y se repite lo mismo hasta tres veces.
En otros tiempos cuando los gremios no eran un inconveniente para el adelanto de los distintos ramos de industria, el de los arrieros y el de alquiladores de mulas iban precedidos de sus respectivos pendones á dar los tres toms, montando sendos caballos soberbiamente enjaezados y acompañándolos una ó dos bandas de música. Se dirigian en seguida á la habitacion del capitan general y á la del gobernador de la plaza, y en frente de ellas tocaban las músicas algunas piezas escogidas. En el dia han caido en desuso los gremios porque diz que son unas trabas, por consiguiente se reunen algunos arrieros amigos, escotan cierta cantidad entre ellos, y se incorporan del pendon que fue del gremio, y tambien montados en buenos caballos bien enjaezados, van en comitiva del mismo modo que antiguamente lo hacian los agremiados, á dar los tres toms, dando despues un paseo por varias calles de la ciudad. Es de notar que el pendonista lleva colgada del brazo una enorme rosca de vizcocho, de las que en este dia suelen confeccionarse con notable celebridad en la modesta pero nunca bien ponderada panadería de San Jaime. Los trages de los que componen la comitiva pueden competir con los mejores que se usan en los bailes del buen tono, salvo que en lugar del frac visten elegantes chaquetas. Los ricos pañuelos de seda descuidadamente metidos en las faltriqueras lucen al par que los de batista bordados y guarnecidos de blonda, que llevan en la mano el pendonista y cordonistas.
Siguen á esta comitiva el chalan y el gitano y el carromatero luciendo cada cual las prendas de su corazon, quien vestido con buen trage, quien despilfarrado; pero todos con la mayor buena fe van á buscar la bendicion para su jaco, para su buen tiro de mulas manchegas ó para su pobre rucio.
Por la noche los arrieros que se han asociado para la funcion de la mañana, suelen contribuir para dar un baile en algun salon. En este baile como en todos los de ese género se nota el prurito de abandonar los trages característicos del pais invadiendo el terreno de la clase media, de esta clase que como el rio que engruesa con la avenida de los torrentes que en él desaguan, va tomando cuerpo asi con los altos que bajan como con los bajos que suben. Esta es la época actual.
San Anto, San Anton la bendiga.
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San Pablo y sus gitanos, chuchería y dentistas, niños epilépticos y barbas
Es cosa muy original que para celebrar las festividades se hayan de comer golosinas y manjares esquisitos, cuando los santos cuyas fiestas se celebran predicaban y practicaban la abstinencia. En Navidad turrones, jaleas, barquillos y aves bien cebadas: en el dia de todos los Santos los panellets de mil formas y tamaños: en el dia de Sto. Domingo es de rúbrica comer melones; en la octava del Corpus con achaque de las procesiones hay grande gasto de vizcochos y sorbetes: en Pascua corderos; por San José requesones, y los buenos de San Antonio y San Pablo traen roscones. Y á fe que poco mas hay que decir del santo de este dia. En la parroquia de San Pablo se celebra con solemnidad su fiesta, y como los feligreses son gitanos, andan los tales un poco movidos, y comen tambien sus roscones ó tortells. Antiguamente la confeccion de estos estaba esclusivamente encomendada á los panaderos; mas desde que los barceloneses anivelándose con los hijos de otras provincias de España se han vuelto golosos y han ido naciendo pastelerías con grave perjuicio del bolsillo, y con gran provecho de los dentistas, los tales roscones se confeccionan en todas las pastelerías, á pesar de lo cual conservan el primer lugar la modesta panadería de San Jaime, cuyos tortells gozan merecida fama y contienen las mismas materias que los que salen de las pastelerías. A los de estas suele perjudicarles mucho la manteca, que si les da un agradable lustre esterior, les comunica con harta frequencia una rancidez nada agradable. Pero el hecho es que hoy todo el mundo come roscones, desde el trabajador que se concreta á uno de dos reales, hasta el opulento magnate que hinca la careada muela en uno tamaño como rueda de coche.
En semejante dia las madres acuden á San Pablo á inscribir á sus hijos en una especie de cofradía, cuyo objeto es rogar al santo que libre á las criaturas de accidentes epilépticos. Al tiempo de inscribirse se da de limosna un real, y despues un sueldo ó sean diez y ocho maravedises todos los años.
Junto con los roscones llega á Barcelona el frio segun lo enseñan el refran quand lo dia creix lo fret neix, aquel dicho de que los barbuts traen el frio; y por barbuts entendemos acá San Anton y San Pablo. El refran pase; mas el otro dicho, hoy no es verdad, pues si con los barbudos viniese el frio, merced á la moda hace muchos años que no tendríamos verano. Lo que hemos perdido en sencillez lo hemos ganado en barbas.
En la noche de este dia hay baile de máscaras en la lonja.
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Feria de Barcelona
Dia famoso, dia en que se gasta on Barcelona muchísimo dinero, dia en que se prepara un atroz degüello, dia en que rabian muchos padres y maridos, y se rien abogados, procuradores, escribanos y otros que reciben en aguinaldo pavos y patos y volátiles de todos tamaños y categonian; dia en que se celebra feria en esta inclita ciudad de los condes, flor y nate de toda España por man que murmuren lenguas.
A ver la feria de Barcelona, á gastar en ella y á vender para ella vienen á lo menos un tercio de los habitantes del pla, que no son por cierto los que menos brillo y alegría dan al dia de la tal feria. Si nos preguntaran en dónde y cuándo se celebró la primera feria, diríamos francamente que ni lo hemos averiguado ni pensamos averiguarlo; pero que las ferias son antiguas es indudable. Del tiempo de nuestro recuerdo y de un poco antes podemos asegurar que en las ferias se ha vendido, comprado, trocado y gitaneado, aunque nó en todas se han comprado, vendido, trocado y gitanado los mismos géneros. Es preciso pues tener conocimionto de tales diferencias para no ir algun dia á perder el tiempo á una feria en la cual no se venda ni se compre lo que uno trate de vender ó de comprar. En las Borjas de Urgel se venden muchísimos borricos, y la mayor parte de ellos rabones, de lo que se deja entender que es pais de burros pero nó de rabos, de donde cada uno puede á su sebor deducir lo que mas bien le parezca. En Verdú se venden en abundancia animales de pelo, quiere decir que es tierra de animales; y lo mismo sucede en Cervera, aunque hasta ahora haya podido parecer una anomalia la abundancia de animales en un pueblo donde ha habido Universidad regia y pontificia. En Figueras se venden animales de pelo y de lana; buena feria para la gente que come á dos carrillos, de quienes suele decirse que hacen á lana y á pelo. En el Arbós se venden sederías, muñecas, juguetes, y sobre todo esos serones que se acomodan sobre las albardas de los jumentos de los que van á ella. La feria de san Cugat del Vallés es reputada por la primera feria de cochinos; lo que prueba que el territorio es bueno para criar y engordar puercos; de lo cual podrán citarse ejemplares irrecusables. En Vich se encuentra ganadería, y estan abundantes los libros viejos, cuyo último género prueba que ó bien van á parar allá los libros viejos de otros puntos, ó que los actuales hijos de Vich se venden los libros de sus abuelos.
De otras muchas ferias podríamos dar noticias, pero viniéndonos á la de la capital decimos: que si todos los catalanes supiesen lo que es la feria de Barcelona, á bandadas dejarian sus pueblos para venirse á ella. Ya se ve, en Barcelona todo es grande, todo es bueno, todo sorprendente, y no habia de ser menos la feria, de la cual en imposible dar una idea exacta. Pero á fin de que los que no pueden gozan de este grande espectáculo huelan á lo menos alguna cosa, les indicarémos los puntos capitales, que son como si dijéramos la mesa de este gran congreso.
Desde la puerta nueva á la de san Antonio, desde la del mar hasta el portillo de Isabel II, Barcelona es una feria durante los cuatro dies que preceden al de Navidad, y en ella todo su vende, desde la alhaja de mas valor hasta al mas tosco cacharro. En primer luger verás, benévolo lector, las paredes esteriores de las tiendas cubiertas de toda clase de géneros y artefactos, mostrando en ello sus dueños mas prodigalidad y esmero que en el resto del año. Lo mismo puede llamarte la atencion la tienda de un calderero con sus sartas de braseros, peroles y esquilones, que el mostrador de una platería con sun sortijas, sus cadenillas y candelabros. Espectadores tienen la tienda de mantas y gorros colorados, como no le faltan á la de muselinas, batistas y merinos. En la plaza de santa María del mar se reproducen las ferias de la Concepcion y santa Lucía; y como en aquellos puestos de juguetes el chiquillo se hace ojos, en las tiendas del Call y Platerías se le hace la boca agua á la elegante que sale á lucir sus gracias en la feria. Los grupos colocados enfrente de las tiendas obstruyen el paso, y te pisará este, y te empujará el otro, y tropezerás con prójimos que llevan cebados pavos y capones que la gratitud de un favorecido ofrece á su bienhechor, ó la male fe de un usurero al cómplice en su peculado. Rabiarás mil vcces y lo echarás todo á la diabla otras tantas, y sin embargo con risueños ojos, si en que perteneces al sexo feo, dejarás el paso libre á la comitiva de payesas, entre la coal es fácil que te encuentres como por sorpresa. Qué hijo de Adan no se rinde ante esas donosas y desembarazadas lugareñas que produce el suelo á seis leguas á la redonde de Barcelona, bien luciendo su garbo arrebujadas en sendos pañolones, sin mas tocado que un pañuelito de seda, bien dejen ver su esbelto talle embrazando con donaire ligera cesta de mimbres? Ah! por desgracia desaparece entre el fárrago de modas de Paris el airoso trage de esas niñas. Vaniadlo en buen hora, pero no dejeis vuestra saya semicorta, ni la mantilla blanca, ni sobre todo vuestras chinelas.
Deja, lector, las payesas, sube de punto tu catalejo, y fija la atencion en las jóvenos de buen tono que se dirigen al paseo, porque has de saber que las barcelonesas renuncian en el dia de hoy á su costumbre dominguera, y con ser dia de labor salen á solazarse. El paseo en dia de feria, cómo pasarlo por alto? cuenta pediríales Dios de haber desperdiciado semejante ocasion. El objeto de este paseo es la feria rústica que su halla establecida en la esplenada, á donde acuden dos mil pavos y pavas, gallos, capones, gallinas, pollos, ánades, patos y conejos, dos centenares de señoras, y cuatrocientos hombres, y todo anda allá revuelto por mas que sea muy distinto el objeto con que están allí todos esos vivientes. Unos estan para ser vendidos, poquísimos para comprar, muchísimos para ver y todas para ser vistas. Allí acude la elegancia, allí corren las niñas y las que no lo son al olor de los petimetres, y estos al ojeo de las niñas y de las otras: allí se gallean muchos que no pasan de pollos, y hasta las misman pollas gallean. Corred allá lectores nuestros, y veréis pavos y pavas y pollos y pollas y gallos y capones y otras cosas tan sabrosas por lo menos como las dichas.
Podeis luego dirigiros á la rambla de los estudios y hallaréis la misma escena de pavas y pavos, pero echaréis menos las elegantes: y si pasais por las plazas de la Constitucion y del Angel veréis mil puestos donde se venden cosas que si no se comen sirven para comer, porque no parece sino que no se ha comido en todo el año y quiere la gente desquitarse, segun lo afanados que todos andan para buscer con que regalar el estómago. No hay para qué describir uno por uno los tales puestos. Loza en este, cucharas de palo en el otro, loza en el de mas allá, cacharros acullá, loza otra vez, cacerolas de hoja de lata, de nuevo loza, y loza aqui, y loza en el del lado, y casi todos los punton son de loza y cristalería, y casi todos sus dueños son valencianos que han improvisado una estantería y un mostrador con los cajones en que han conducido el géneno; y ¡oh miseria humana! los cacharros no tienen el honor de verse colocados en estantería, ni merecen ser vendidos siquiera en un simulacro de mostrador, sino que yacen esparcidos en el duro suelo ocupando un ancho espacio! Hé aqui, puedes esclamar, la plebe de la parte mas frágil del casero menage! Déjalos descansar, y líbrelos Dios de los perros transeuntes y de los pilletes.
Llega la noche y no decae la animacion un solo punto, antes bien se iluminan las tiendas de géneros, y los puestos de las plazas, calles y Rambla, cada cual segun su posicion y circunstancias.
En algunos salones hay bailes de payeses. La entrada es por convite.
Las empreses de los teatros consultando el gusto de los forasteros y calculando sus provechos dan comedias y bailes de grande espectáculo, ú óperas cuya fama sea mas popular.
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Una salida via el Sans industrial hacia Martorell con el nuevo ferrocarril
I. DE BARCELONA Á SANS
[…]
Al salir de la estacion la via férrea describe una curva para dirigirse á Sans, y gracias á esta curva, el viajero puede abrazar cou su mirada todo el llano de Barcelona que se estiende á su derecha, mientras que á su izquierda se eleva, solitario como un criminal, sombrío como un remordimiento, el tristemente célebre monte de Monjuich.
Veamos la historia de este monte, del que se han arrancado una á una las piedras con que se ha ido edificando la ciudad que se tiende indolente y descuidada á sus pies, de cuyas entrañas ha nacido Barcelona, y que sin embargo está siempre con sus bocas de bronce amenazando á la ciudad, pronto, como Saturno, á devorar á su hija.
[…]
Ahora bien, mientras á su izquierda vé destacarse el viajero sobre el horizonte el sombrío perfil de la montaña de Monjuich, á su derecha vé estenderse todos esos bellos y pintorescos pueblos que dan una vida y un encanto indefinibles á la llanura de Barcelona.
El uno es Gracia con sus fábricas importantes, su respetable número de almas y su inmenso caserío.
El otro es San Gervasio, que parece una prolongacion de Gracia, con sus bellísimas casas de recreo, sus deliciosos jardines, su colegio de los señores Carreras y sus ruinas del antiguo Bellesguart, palacio de los condes de Barcelona, célebre por haberse efectuado en su capilla el enlace del rey D. Martin con la agraciada Margarita de Prades, bendiciendo el matrimonio el papa Benedicto de Luna y siendo uno de sus testigos San Vicente Ferrer.
Aquel otro pueblo es Sarriá, con sus estensos y magníficos jardines llamados el desierto, propiedad un dia de los frailes capuchinos, y trocados hoy en una agradable quinta llena de seductores encantos.
Aquel otro grupo de casas, finalmente, dominadas por un bello campanario, es Pedralves…
Bonita estacion por cierto la que de pronto aparece á la vista del viajero y á la puerta de la cual se detiene el tren. Es un lindo edificio gótico con sus calados y sus agujas.
Es la estacion de Sans.
II. SANS
[…]
Gracias á la industria, es hoy esta una importante poblacion. En lo antiguo era una capilla dedicada á dos santos y, segun parece, se estableció junto á ella un matadero que se llamaba Carnicería dels Sants. Algunas casas que se agruparon junto á este matadero fueron el origen de la poblacion actual.
Siendo el primer pueblo que al salir de Barcelona se encuentra al paso en la carretera general de Madrid, ya se supondrá que ha debido figuraren todas las principales vicisitudes políticas en que ha tomado parte la capital de Cataluña. Sans ha sido varias veces cuartel general de los ejércitos que han venido en distintas ocasiones á sitiar á Barcelona.
[…]
Sans tiene una iglesia parroquial (Sta. María) servida por un cura de primer ascenso de provision real y ordinaria. Es un templo elevado y magnifico, con seis altares por parte, y su cúpula hace un vistoso efecto apareciendo por encima de la poblacion. El origen de esta iglesia se remonta al 1188.
Tiene casa consistorial, cárcel, una escuela de instruccion primaria dotada en 5,800 rs., otras para niñas y un cementerio recientemente construido, de bello órden arquitectónico, con un gran número de nichos, sepulturas y otros depósitos escogidos, adornado con pinturas, plantas aromáticas y variedad de flores y árboles análogos.
Sans, que viene á ser un arrabal de Barcelona, está dividido en cuatro barrios que son el de la Iglesia, el de la Bordeta, el de la Carretera y el de la Travesía de las Corts y Marina.
Su terreno es fertilísimo. Disfruta del beneficio del riego por el canal que procedente de Llobregat corre por los bordes de sus campos; cruzan el pueblo la carretera general y otra que conduce al Hospitalet y al Llobregat, siendo su principal produccion trigo, cebada, cáñamo, maiz, legumbres y abundantes hortalizas para el consumo de la capital.
[…]
La riqueza industrial de este pueblo es de bastante importancia en atencion á las muchas fábricas que en él existen por su proximidad á la capital.
Hay diez y ocho hornos de ladrillería, cinco fábricas de loza ordinaria, una de húles, un blanqueo, una para curtir lanas, dos de aguardiente, una de productos químicos, un molino harinero con máquina de aserrar mármol, una fábrica de clarificar agua-ras, otra de cremor tártaro, otra de aderezos de lustrar llamada Auxiliar de la industria y varias de hilados y tejidos, entre las que se cuentan las muy notables de los señores Güell y compañía y la llamada España Industrial.
La contribucion de subsidio de este pueblo, sin contar la que corresponde á la gran fábrica España Industrial que paga en Barcelona como sociedad anónima, es de unos ciento cinco mil reales en este año, por manera que bien puede asegurarse que el capital ó riqueza que representa la industria es mucho mayor que el de la rústica y urbana.
La fábrica de hilados y tejidos de algodon de los señores Güell y compañia contiene 15,992 husos de hilar y torcer, 41 cardas y 39S telares mecánicos para panas, dos máquinas de estirar y aderezar, un tinte, un blanqueo y una máquina de pintar, de cilindro, todo movido por vapor, pues hay cinco máquinas ó sean motores que pueden calcularse juntos de la fuerza de 180 á 200 caballos. Tiene á mas dos talleres, uno de cerrajería y otro de carpintería. Ocupa sobre unas 500 personas.
En esta fábrica es donde en julio de 1855 tuvo lugar la muerte del infeliz y malogrado D. José Sol y Padris, sugeto apreciabilísimo, diputado á Cortes que habia sido por el partido de Granollers y Sabadell y distinguido escritor y literato. Fué muerto de un pistoletazo con motivo de un motin de trabajadores.
La España Industrial, otra fábrica de hilados, tejidos y pintados de algodon, ocupa sobre 1300 personas, y está reconocida como la mejor fábrica de cuantas existen en España. Tiene más maquinaria que la anterior. El edificio principal consta de tres cuerpos de estraordinaria magnitud, uno céntrico y dos colaterales: en el primero están todas las preparaciones de la filatura, en los otros están los tejidos con sus aprestos. Detrás del cuerpo céntrico hay tres edificios aislados, pero en comunicacion con el principal; en los dos de las estremidades están los batanes y en el de en medio el almacen de algodon. Tras de todos los edificios citados está la fábrica de estampados con el tinte y demás accesorios.
Hallándose este año en Barcelona SS. AA. RR. los Serenísimos señores Duques de Montpensier estuvieron á visitar esta fábrica, quedando altamente complacidos y felicitando á sus directores los señores Muntadas.
En Hostafrancs, á cortísima distancia de Sans, hay una fábrica de porcelana, digna de ser visitada.
[…]
III. DE SANS Á LA BORDETA
[…]
Sucede con Sans y con la Bordeta lo que en la línea del Este con el Masnou y Ocata. La Bordeta no es sino un barrio de Sans, y por consiguiente el ferro-carril tiene realmente dos estaciones en este último punto.
Varios grupos de casas que se ven á la izquierda y que no cesan á lo largo de la vía, unen á la Bordeta con el centro industrial de que acabo de ocuparme.
Se atraviesa un pequeño desmonte al salir de la estacion, y el tren pasa sucesivamente por debajo de cuatro puentes que unen á Sans, cuyas casas y establecimientos asoman á entrambos lados de la via férrea.
Mientras que por la izquierda no se pierde nunca de vista el pueblo, por la derecha la mirada puede estenderse y esplayarse por una llanura bordada de hermosas casas de campo que se desprenden de Gracia, de Sarria, de Pedralves, etc., etc., para ir á ostentar solas su belleza en medio de agradables paisajes.
Aquella montaña que se vé asomará la derecha, coronada por la torre de un telégrafo, es San Pedro Mártir, y esos dos pueblecitos que se distinguen á sus mismas plantas son Esplugas y San Just, los cuales atraviesa la carretera general de Madrid.
En la cima de San Pedro Mártir existia antes una capilla ó ermita á la que los pueblos comarcanos acostumbraban ir en piadosa romería… En la guerra de la Independencia los franceses hicieron de esta ermita una fortaleza, subiendo á ella cañones, segun diré mas adelante. En el dia sirve de telégrafo militar.
[…]
Corto es el trecho, y sin advertirlo se encuentra el viajero en la Bordeta, cuya estacion á causa de lo bajo del terreno en que está colocada, se halla materialmente hundida viniendo su tejado casi al nivel de la via ferrea.
IV. LA BORDETA
[…]
Hé aqui un pueblo sin historia al cual la industria le ha dado una, empezando por hacerle pueblo.
Hace pocos años se daba el nombre de La Bordeta á cuatro ó cinco miserables casas, y estaba tan estendida entre las gentes la conviccion de la pequenez y miseria de este lugar, si este nombre podia dársele, que cuando se queria hablar de algun sugeto para manifestar que no tenia donde caerse muerto, se acostumbraba á decir: «Tiene magníficas posesiones en la Bordeta.» Este nombre llevaba en sí el ridículo y se prestaba maravillosamente á la sátira y al sarcasmo. Se hablaba por ejemplo de un ignorante y se decia: —«Ha hecho sus estudios en la Bordeta:» se hablaba de un viajero fátuo y se decia: —«Ha recorrido grandes capitales; ahora llega de la Bordeta:»se hablaba de la incapacidad de alguno para gobernar y se decia: — «Le haremos alcalde de la Bordeta», y asi de todas las cosas. Era, en una palabra, el nombre de que se hacia mas uso para espresar la miseria, el desprecio, el sarcasmo y la ironía.
En la época de que hablo, todos se hubieran reído á las barbas del que se hubiese atrevido á decir: «Ese villorrio que á tanta risa y á tanta mofa os mueve, está llamado á ocupar un puesto honroso: vendrá dia que Sans, ese otro villorrio despreciable convertido de guarida de gitanos en un pueblo importante, tendrá á orgullo hacérsele suyo y unirse con él para formar los dos una poblacion opulenta, y al trazarse la línea de un ferro-carril, se describirá una curva, y se vencerán obstáculos, y se invertirán intereses de cuantía, solo para levantar una estacion en esa Bordela que hoy os parece tan despreciable.»
— Para esto es preciso que Dios obre un milagro, se habria contestado al que semejantes palabras hubiese proferido.
Pues bien, este milagro está hecho; la industria se ha encargado de obrarlo, la industria, esa hada de májica varita que levanta palacios en los yermos, que puebla de monumentos y de obeliscos las villas, que hace de Reus y de Sabadell dos pueblos de primer orden con mas vida, con mas animacion y con mas riqueza que las respectivas cabezas de su partido, y que hace célebres en el mundo, por la misma fama de sus fábricas, los nombres antes desconocidos ó despreciados de Sans y de la Bordeta.
Estos dos pueblos son una prueba patente de lo que vale la industria fabril. ¿Porqué, pues, no se ha de protejer á esa industria que posee el maravilloso secreto de convertir en opulentas villas á los mas miserables villorrios? Protéjasela en lo que lógica y razonablemente pide, y si por ella se han trocado en villas los villorrios, ella misma se encargará de convertir á las villas en ciudades.
Todas las fábricas de la Bordeta, segun acabo da decir, están incluidas en el número de las de Sans.
La mas importante que hay en la Bordeta, es sin duda, la que es propiedad de la sociedad anónima llamada La Aprestadora española. Digna de ser visitada es esta fábrica, verdadero palacio industrial, que tiene dos máquinas de la fuerza de mas de cincuenta caballos cada una, y cuyas cuadras y edificios para el blanqueo, Untes, caloríferos, etc., ocupan una vasta estension de terreno. Nada mas bello y curioso que recorrer las dependencias de esta fábrica, asistiendo á todas sus operaciones, y viendo como por medio de sencillísimos procedimientos una pieza de tela sucia, amarillenta, basta, tal como sale del telar, se convierte momentáneamente en otra pieza distinta, blanca como un ampo de nieve, hermosa, fina, luciente y brillante. Las piezas entran en esta fábrica arrugadas y sucias, y salen limpias, dobladas y acondicionadas para ir á ocupar los mostradores de las mejores tiendas llamando la atencion de los compradores.
Preciso es confesar que este establecimiento debe no poco á los conocimientos, acierto y solicitudes del presidente de la sociedad D. Gil Bech.
V. DE LA BORDETA AL HOSPITALET
[…]
El viajero debe dar gracias al desmonte que se halla al abandonar la estacion de la Bordeta, pues este desmonte le causa el efecto de una cortina que parece haberse encargado de correr de pronto una mano misteriosa, para hacer aparecer á su izquierda el paisaje mas delicioso y rien te que puede darse.
Pocos puntos de vista existen mas bellos y preciosos, de mas encantos , de mas pintoresco esplendor.
Es una vasta llanura en donde se ven ondular los árboles, los frutos, las mieses, las verduras que pueblan los campos, apareciendo en el fondo la línea azul del mar, gracias á la montaña de Monjuich por una parte y por otra al cabo de Castell de Fels, principio de una cordillera de montes, que parecen haberse hecho á un lado entrambos á un tiempo, como la cortina de un teatro que se rasga en dos, para repentinamente presentar al público un asombroso espectáculo.
Asómese el viajero y admire ese soberbio punto de vista, haciéndose cargo de toda la grandeza del cuadro que hiere sus ojos.
Aquí una vía férrea, un tren que pasa volador rozando apenas la tierra: —á un lado las chimeneas de las cuales sale en espirales el humo indicando que á sus pies se agita y mueve un pueblo industrial; —en frente toda esa riquísima estension de campos, patria del arado y de la azada, surcada por una carretera general, por un canal y por un rio; —y en el fondo esa otra vasta y también riquísima estension de agua, patria un dia del remo y de la vela, á los cuales han venido á sustituir el hélice y el vapor.
¿Puede darse mejor ni mas sorprendente espectáculo? Es un cuadro en el que hay toda una civilizacion y todo un siglo.
Acabo de hablar de un canal, y es justo dedicarle algunas líneas para que el viajero pueda formarse de él una idea. Es el canal llamado de la Infanta, que nace junto á Molins de Rey, tomando el agua del rio Llobregat y que está destinado al riego de los terrenos de Molins de Rey, Santa Cruz de Olorde, San Felio de Llobregat, San Juan Despí, Cornellá, Hospitalet y Sans. Costó de tres á cuatro millones de reales, tiene 20,000 varas de largo, lleva agua en cantidad de 900 pies cúbicos por minuto, y riega una estension demás de 457,870 varas.
El arquitecto D. Tomás Soler concibió la idea de este canal en 1805, pero solo comenzó á trabajarse en él en 1817, declarándose decididamente su protector el capitan general que era entonces de este Principado D. Francisco Javier Castaños , Duque det Bailen. Debia llevar el nombre de este valiente militar, pero se llamó de la Infanta á causa de hallarse en Barcelona, cuando se terminaron los trabajos, la Infanta D.a Luisa Carlota de Borbon y ser esta señora la que en 21 de mayo de 1819 pasó á Molins de Rey á inaugurar la obra, abriendo ella misma paso á las aguas. En la lápida que existe en Molins de Rey para memoria de este hecho, se cita al general Castaños llamándole protector de todo lo útil y de todo lo bueno. La Infanta D.a Carlota accedió á dar su nombre al canal, pero manifestó al comunicar su consentimiento á los propietarios que le costearon, que en las márgenes del cauce se colocasen árboles castaños , al objeto de que corriendo las aguas á su sombra, y fertilizando aquella campiña con aumento de la industria rural de toda la comarca, sirviesen al propio tiempo de símbolo de la proteccion que aquel digno funcionario habia prestado á una obra tan grande y útil.
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Barcelona, la París de España: la Rambla, la catedral, los gremios, la Barceloneta, la sociedad, los teatros, una corrida de toros, moros y cristianos, el cementerio de Pueblo Nuevo, las bullangas, la playa de Pekín y sus pescadores y gitanos
Early in the morning I was awoke by music; a regiment of soldiers, stretching far and wide, were marching towards La Rambla. I was soon down [dormía en la Fonda del Oriente], and in the long promenade which divides the town into two parts from Puerta del Mar, from the terraced walk along the harbour, to Puerta Isabel Segunda, beyond which the station for Pamplona lies. It was not the hour for promenading, it was the early business time. There were people from the town and people from the country, hurrying along; clerks and shopkeepers’ assistants on foot, peasants on their mules; light carts empty, wagons and omnibuses; noise and clamour, cracking of whips, tinkling of the bells and brass ornaments which adorned the horses and the mules; all mingling, crying, making a noise together: it was evident that one was in a large town. Handsome, glittering cafes stood invitingly there, and the tables outside of them were already all filled. Smart barbers’ shops, with their doors standing wide open, were placed side by side with the cafes; in them soaping, shaving, and hairdressing were going on. Wooden booths with oranges, pumpkins, and melons, projected a little farther out on the foot-paths here, where now a house, now a church wall, was hung with farthing pictures, stories of robbers, songs and stanzas, ‘published this year.’ There was much to be seen. Where was I to begin, and where to end, on Rambla, the Boulevard of Barcelona?
When, last year, I first visited Turin, I perceived that I was in the Paris of Italy; here it struck me that Barcelona is the Paris of Spain. There is quite a French air about the place. One of the nearest narrow side streets was crowded with people, there were no end of shops in it, with various goods—cloaks, mantillas, fans, brightcoloured ribands, alluring to the eyes and attracting purchasers; there I wandered about wherever chance led me. As I pursued my way, I found the side and back streets still more narrow, the houses apparently more adverse to light; windows did not seem in request; the walls were thick, and there were awnings over the courts. I now reached a small square; a trumpet was sounding, and people were crowding together. Some jugglers, equipped in knitted vests, with party-coloured swimming small-clothes, and carrying with them the implements of their profession, were preparing to exhibit on a carpet spread over the pavement, for they seemed to wish to avoid the middle of the street. A little darkeyed child, a mignon of the Spanish land, danced and played the tambourine, let itself be tumbled head over heels, and made a kind of lump of, by its half-naked papa. In order to see better what was going on, I had ascended a few steps of the entrance to an old dwelling, with a single large window in the Moorish style; two horse-shoe-formed arches were supported by slender marble pillars; behind me was a door half-open. I looked in, and saw a great geranium hedge growing round a dry dusty fountain. An enormous vine shaded one half the place, which seemed deserted and left to decay; the wooden shutters hung as if ready to fall from the one hinge which supported each in their loose frames: within, all appeared as if nothing dwelt there but bats in the twilight gloom.
I proceeded farther on, and entered a street, still narrow, and swarming with still more people than those I had already traversed. It was a street that led to a church. Here, hid away among high houses, stands the Cathedral of Barcelona: without any effect, without any magnificence, it might easily be passed by unheeded; as, like many remarkable personages, one requires to have one’s attention drawn to them in order to observe them. The crowd pressed on me, and carried me through the little gate into the open arcade, which, with some others, formed the approaches to the cathedral, and enclosed a grove of orange-trees, planted where once had stood a mosque. Even now water was splashing in the large marble basins, wherein the Musselmen used to wash their faces before and after prayers.
The little bronze statue here, of a knight on horseback, is charming; it stands alone on a metal reed out in the basin, and the water sparkles behind and before the horse. Close by, gold fishes are swimming among juicy aquatic plants; and behind high gratings, geese are also floating about. I ought perhaps to have said swans, but one must stick to the truth, if one wishes to be original as a writer of travels.
The horseman of the fountain, and the living geese, were not much in accordance with devotion; but there was a great deal that was ecclesiastical to outweigh these non-church adjuncts to the place. Before the altars in the portico, people were kneeling devoutly; and from the church’s large open door issued the perfume of incense, the sound of the organ, and the choral chant, I passed under the lofty-vaulted roof; here were earnestness and grandeur: but God’s sun could not penetrate through the painted windows; and a deep twilight, increased by the smoke of the incense, brooded therein, and my thoughts of the Almighty felt depressed and weighed down. I longed for the open court outside the cathedral, where heaven was the roof—where the sunbeams played among the orange-trees, and on the murmuring water; without, where pious persons prayed on bended knees. There the organ’s sweet, full tones, bore my thoughts to the Lord of all. This was my first visit to a Spanish church.
On leaving the cathedral, I proceeded through narrow streets to one extremely confined, but resplendent with gold and silver. In Barcelona, and in many Spanish towns, the arrangement prevalent in the middle ages still exists, namely, that the different trades—such as shoemakers, workers in metal, for instance—had their own respective streets, where alone their goods were sold. I went into the goldsmiths’ street; it was filled with shops glittering with gold and splendid ornaments.
In another street they were pulling down a large, very high house. The stone staircase hung suspended by the side of the wall, through several stories, and a wide well with strange-looking rings protruded betwixt the rubbish and the stones; it had been the abode of the principal inquisitor, who now no longer held his sway. The inquisition has long since vanished here, as now-a-days have the monks, whose monasteries are deserted.
From the open square, where stand the queen’s palace and the pretty buildings with porticos, you pass to the terrace promenade along the harbour. The view here is grand and extensive. You see the ancient MONS JOVIS; the eye can follow the golden zigzag stripe of road to the Fort Monjuich, that stands out so proudly, hewn from and raised on the rock: you behold the open sea, the numerous ships in the harbour, the entire suburb, Barcelonetta, and the crowds in all directions.
The streets are at right angles, long, and have but poor-looking low houses. Booths with articles of clothing, counters with eatables, people pushing and scrambling around them; carriers’ carts, droskies, and mules crowded together; half-grown boys smoking their cigars, workmen, sailors, peasants, and all manner of townsfolk, mingled here in dust and sunshine. It is impossible to avoid the crowd; but, if you like, you can have a refreshing bath, for the bathing-houses lie on the beach close by.
Though the weather and the water were still warm, they were already beginning to take down the large wooden shed, and there only now remained a sort of screening wooden enclosure, a boarding down from the road; and it was therefore necessary to wade through the deep sand before reaching the water, with its rolling waves, and obtaining a bath. But bow salt, how refreshing it was! You emerged from it as if renewed in youth, and you come with a young man’s appetite to the hotel, where an abundant and excellent repast awaits you. One might have thought that the worthy host had determined to prove that it was a very untruthful assertion, that in Spain they were not adepts at good cookery.
Early in the evening we repaired to the fashionable promenade—the Rambla. It was filled with gay company: the gentlemen had their hair befrizzled and becurled; they were vastly elegant, and all puffing their cigars. One of them, who had an eye-glass stuck in his eye, looked as if he had been cut out of a Paris ‘Journal des Modes.’ Most of the ladies wore the very becoming Spanish mantilla, the long black lace veil hanging over the comb down to the shoulders; their delicate hands agitating with a peculiar grace the dark spangled fans. Some few ladies sported French hats and shawls. People were sitting on both sides of the promenade in rows on the stone seats, and chairs under the trees; they sat out in the very streets with tables placed before them, outside of the cafes. Every place was filled, within and without.
In no country have I seen such splendid cafes as in Spain; cafes so beautifully and tastefully decorated. One of the prettiest, situated in the Rambla, which my friends and I daily visited, was lighted by several hundred gas lamps. The tastefully-painted roof was supported by slender, graceful pillars; and the walls were covered with good paintings and handsome mirrors, each worth about a thousand rigsdalers. Immediately under the roof ran galleries, which led to small apartments and billiard-rooms; over the garden, which was adorned with fountains and beautiful flowers, an awning was spread during the day, but removed in the evening, so that the clear blue skies could be seen. It was often impossible, without or within, above or below, to find an unoccupied table; the places were constantly taken. People of the most opposite classes were to be seen here—elegant ladies and gentlemen, military of the higher and lower grades, peasants in velvet and embroidered mantles thrown loosely over their arms. I saw a man of the lower ranks enter the cafe with four little girls. They gazed with curiosity, almost with awe, at the splendour and magnificence around them. A visit to the cafe was, doubtless, as great an event to them as it is to many children for the first time to go to a theatre. Notwithstanding the lively conversation going on among the crowd, the noise was never stunning, and one could hear a solitary voice accompanied by a guitar. In all the larger Spanish cafes, there sits, the whole evening, a man with a guitar, playing one piece of music after the other, but no one seems to notice him; it is like a sound which belongs to the extensive machinery. The Rambla became more and more thronged; the excessively long street became transformed into a crowded festival-saloon.
The usual social meetings at each other’s houses in family life, are not known here. Acquaintances are formed on the promenades on fine evenings; people come to the Rambla to sit together, to speak to each other, to be pleased with each other; to agree to meet again the following evening. Intimacies commence; the young people make assignations; but until their betrothals are announced, they do not visit at each other’s houses. Upon the Rambla the young man thus finds his future wife.
The first day in Barcelona was most agreeable, and full of variety; the following days not less so. There was so much new to be seen—so much that was peculiarly Spanish, notwithstanding that French influence was perceptible, in a place so near the borders.
During my stay at Barcelona, its two largest theatres, Principal and Del Liceo, were closed. They were both situated in Rambla. The theatre Del Liceo is said to be the largest in all Spain. I saw it by daylight. The stage is immensely wide and high. I arrived just during the rehearsal of an operetta with high-sounding, noisy music; the pupils and chorus-singers of the theatre intended to give the piece in the evening at one of the theatres in the suburbs.
The places for the audience are roomy and tasteful, the boxes rich in gilding, and each has its ante-room, furnished with sofas and chairs covered with velvet. In the front of the stage is the director’s box, from which hidden telegraphic wires carry orders to the stage, to the prompter, to the various departments. In the vestibule in front of the handsome marble staircase stands a bust of the queen. The public green-room surpasses in splendour all that Paris can boast of in that portion of the house. From the roof of the balcony of the theatre there is a magnificent view of Barcelona and the wide expanse of sea.
An Italian company were performing at the Teatro del Circo; but there, as in most of the Spanish theatres, nothing was given but translations from French. Scribe’s name stood most frequently on the play-bills. I also saw a long, tedious melodrama, ‘The Dog of the Castle.’
The owner of the castle is killed during the revolution; his son is driven forth, after having become an idiot from a violent blow on the head. Instinct leads him to his home, but none of its former inmates are there; the very watch-dog was killed: the house is empty, and he who is its rightful owner, now creeps into it, unwitting of its being his own. In vain his high and distinguished relatives have sought for him. He knows nothing of all this; he does not know that a paper, which from habit he instinctively conceals in his breast, could procure for him the whole domain. An adventurer, who had originally been a hair-dresser, comes to the neighbourhood, meets the unfortunate idiot, reads his paper, and buys it from him for a clean, new five-franc note. This person goes now to the castle as its heir; he, however, does not please the young girl, who, of the same distinguished family, was destined to be his bride, and he also betrays his ignorance of everything in his pretended paternal home. The poor idiot, on the contrary, as soon as he sets his foot within the walls of the castle, is overwhelmed with reminiscences; he remembers from his childhood every toy he used to play with; the Chinese mandarins he takes up, and makes them nod their heads as in days gone by; also he knows, and can show them, where his father’s small sword was kept; he alone was aware of its hidingplace. The truth became apparent; protected by the chamber-maid, he is restored to his rights, but not to his intellects.
The part of the idiot was admirably well acted; nearly too naturally—there was so much truthfulness in the delineation that it was almost painful to sit it out. The piece was well got up, and calculated to make ladies and children quite nervous.
The performances ended with a translation of the well-known Vaudeville, ‘A Gentleman and a Lady.’
The most popular entertainments in Spain, which seem to be liked by all classes, are bull-fights; every tolerably large town, therefore, has its Plaza de Toros. I believe the largest is at Valencia. For nine months in the year these entertainments are the standing amusements of every Sunday. We were to go the following Sunday at Barcelona to see a bull-fight; there were only to be two young bulls, and not a grand genuine fight: however, we were told it would give us an idea of these spectacles.
The distant Plaza de Toros was reached, either by omnibus or a hired street carriage taken on the Rambla; the Plaza itself was a large, circular stone building, not far from the railroad to Gerona. The extensive arena within is covered with sand, and around it is raised a wooden wall about three ells in height, behind which is a long, open space, for standing spectators. If the bull chooses to spring over the barrier to them, they have no outlet or means of exit, and are obliged to jump down into the arena; and when the bull springs down again, they must mount, as best they can, to their old places. Higher above this open corridor, and behind it, is, extending all round the amphitheatre, a stone gallery for the public, and above it again are a couple of wooden galleries fitted up in boxes, with benches or chairs. We took up our position below, in order to see the manners of the commoner class. The sun was shining over half the arena, spangled fans were waving and glittering, and looked like birds flapping their bright winga. The building could contain about fifteen thousand persons. There were not so many present on this occasion, but it was well filled.
We had been previously told of the freedom and licence which pervaded this place, and warned not to attract observation by our dress, else we might be made the butts of the people’s rough humour, which might prompt them to shout, ‘Away with your smart gloves! Away with your white city-hat!’ followed by sundry witticisms. They would not brook the least delay; the noise increased, the people’s will was omnipotent, and hats and gloves had to be taken off, whether agreeable to the wearers or not.
The sound of the music was fearful and deafening at the moment we entered; people were roaring and screaming; it was like a boisterous carnival. The gentlemen threw flour over each other in the corners, and pelted each other with pieces of sausages; here flew oranges, there a glove or an old hat, all amidst merry uproar, in -which the ladies took a part. The glittering fans, the gaily-embroidered mantles, and the bright rays of the sun, confused the eyes, as the noise confused the ears; one felt oneself in a perfect maelstrom of vivacity.
Now the trumpet’s blast sounded a fanfare, one of the gates to the arena was opened, and the bull-fight cavalcade entered. First rode two men in black garments, with large white shirt fronts, and staffs in their hands. They were followed, upon old meagre-looking horses, by four Picadores, well stuffed in the whole of the lower parts, that they might not sustain any injury when the bull rushed upon them. They each carried a lance with which to defend themselves; but notwithstanding their stuffing, they were always very helpless if they fell from their horses. Then came half a score Banderilleros, young, handsome, stage-clad youths, equipped in velvet and gold. After them appeared, in silken attire, glittering in gold and silver—Espada; his blood-red cloak he carried thrown over his arm, the well-tempered sword, with which he was to give the animal its death-thrust, he held in his hand. The procession was closed by four mules, adorned with plumes of feathers, brass plates, gay tassels, and tinkling bells, which were, to the sound of music, at full gallop, to drag the slaughtered bull and the dead horses out of the arena.
The cavalcade went round the entire circle, and stopped before the balcony where the highest magistrate sat. One of the two darkly clad riders—I believe they were called Alguazils—rode forward and asked permission to commence the entertainment; the key which opened the door to the stable where the bull was confined was then cast down to him. Immediately under a portion of the theatre appropriated to spectators, the poor bulls had been locked up, and had passed the night and the whole morning without food or drink. They had been brought from the hills fastened to two trained tame bulls, and led into the town; they came willingly, poor animals! to kill or be killed in the arena. To-day, however, no bloody work was to be performed by them; they had been rendered incapable of being dangerous, for their horns had been muffled. Only two were destined to fall under the stabs of the Espada; to-day, as has been mentioned, was only a sort of sham fight, in which the real actors in such scenes had no strong interest, therefore it commenced with a comic representation—a battle between the Moors and the Spaniards, in which, of course, the former played the ridiculous part, the Spaniards the brave and stout-hearted.
A bull was let in: its horns were so bound that it could not kill any one; the worst it could do was to break a man’s ribs. There were flights and springing aside, fun and laughter. Now came on the bull-fight. A very young bull rushed in, then it suddenly stood still in the field of battle. The glaring sunbeams, the moving crowd, dazzled its eyes; the wild uproar, the trumpet’s blasts, and the shrill music, came upon it so unexpectedly, that it probably thought, like Jeppe when he awoke in the Baroness’s bed, ‘What can this be! What can this be!’ But it did not begin to weep like Jeppe; it plunged its horns into the sand, its backbones showing its strength, and the sand was whirled up in eddies into the air, but that was all it did. The bull seemed dismayed by all the noise and bustle, and only anxious to get away. In vain the Banderilleros teased it with their red cloaks; in vain the Picadores brandished their lances. These they hardly dared use before the animal had attacked them; this is to be seen at the more perilous bull-fights, of which we shall, by-and-bye, have more to say, in which the bull can toss the horse and the rider so that they shall fall together, and then the Banderilleros must take care to drive the furious animal to another part of the arena, until the horse and its rider have had time to arise to another conflict. One eye of the horse is bound up; this is done that it may not have a full view of its adversary, and become frightened. At the first encounter the bull often drives his pointed horn into the horse so that the entrails begin to well out; they are pushed in again; the gash is sewed up, and the same animal can, after the lapse of a few minutes, carry his rider. On this occasion, however, the bull was not willing to fight, and a thousand voices cried, ‘El ferro!’
The Banderilleros came with large arrows, ornamented with waving ribands, and squibs; and when the bull rushed upon them, they sprang aside, and with equal grace and agility they contrived to plunge each arrow into the neck of the animal: the squib exploded, the arrow buzzed, the poor bull became half mad, and in vain shook its head and its neck, the blood flowed from its wounds. Then came Espada to give the death-blow, but on an appointed place in the neck was the weapon only to enter. It was several times either aimed at a wrong place, or the thrust was given too lightly, and the bull ran about with the sword sticking in its neck; another thrust followed, and blood flowed from the animal’s mouth; the public hissed the awkward Espada. At length the weapon entered into the vulnerable spot; and in an instant the bull sank on the ground, and lay there like a clod, while a loud ‘viva’ rang from a thousand voices, mingling with the sound of the trumpets and the kettle-drums. The mules with their bells, their plumes of feathers, and their flags, galloped furiously round the arena, dragging the slaughtered animal after them; the blood it had shed was concealed by fresh sand; and a new bull, about as young as the first, was ushered in, after having been on its entrance excited and provoked by a thrust from a sharp iron spike. This fresh bull was, at the commencement of the affray, more bold than the former one, but it also soon became terrified. The spectators demanded that fire should be used against him, the squib arrows were then shot into his neck, and after a short battle he fell beneath the Espada’s sword.
‘Do not look upon this as a real Spanish bull-fight,’ said our neighbours to us; ‘this is mere child’s play, mere fun!’ And with fun the whole affair ended. The public were allowed, as many as pleased, to spring over the barriers into the arena; old people and young people took a part in this amusement; two bulls with horns well wrapped round, were let in. There was a rushing and springing about; even the bulls joined the public in vaulting over the first barrier among the spectators who still remained there; and there were roars of laughter, shouts and loud hurrahs, until the Empressario the manager of that day’s bull-fight, found that there was enough of this kind of sport, and introduced the two tame bulls, who were immediately followed by the two others back to their stalls. Not a single horse had been killed, blood had only flowed from two bulls; that was considered nothing, but we had 6een all the usual proceedings, and witnessed how the excitement of the people was worked up into passionate feelings.
It was here, in this arena, in 1833, that the revolutionary movement in Barcelona broke out, after they had commenced at Saragossa to murder the monks and burn the monasteries. The mass of the populace in the arena fired upon the soldiers, these fired again upon the people; and the agitation spread abroad with fiery destruction throughout the land.
Near the Plaza de Toros is situated the cemetery of Barcelona, at a short distance from the open sea. Aloes of a great height compose the fences, and high walls encircle a town inhabited only by the dead. A gate-keeper and his family, who occupy the porter’s lodge, are the only living creatures who dwell here. In the inside of this city of the dead are long lonely streets, with boxlike houses, of six stories in height, in which, side by side, over and under each other, are built cells, in each of which lies a corpse in its coffin. A dark plate with the name and an inscription is placed over the opening. The buildings have the appearance of warehouses, with doors upon doors. A large chapel-formed tomb is the cathedral in this city of the dead. A grass plot, with dark lofty cypresses, and a single isolated monument, afford some little variety to these solemn streets, where the residents of Barcelona, generation after generation, as silent, speechless inhabitants, occupy their gravechambers.
The sun’s scorching rays were glaring on the white walls; and all here was so still, so lonely, one became so sad that it was a relief to go forth into the stir of busy life. On leaving this dismal abode of decay and corruption, the first sound we heard appertaining to worldly existence was the whistle of the railway; the train shot past, and, when its noise had subsided, was heard the sound of the waves rolling on the adjacent shore; thither I repaired.
A number of fishermen were just at that moment hauling their nets ashore; strange-looking fishes, red, yellow, and blueish-green, were playing in the nets; naked, dark-skinned children were running about on the sands; dirty women—I think they were gypsies— sat and mended old worn-out garments; their hair was coal-black, their eyes darker still; the younger ones wore large red flowers in their hair, their teeth was as glittering wbite as those of the Moors. They were groups to be painted on canvas. The city of the dead, on the contrary, would have suited a photographer, one picture of that would be enough; for from whatever side one viewed it, there was no change in its character: these receptacles for the dead stood in uniform and unbroken array, while cypress trees, here and there, unfolded what seemed to be their mourning banners.
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Un inquilino da las llaves a un clan de gitanos para vengarse del propietario
En un segundo piso de una casa de la Ronda de San Pedro, inmediata á la plaza de Urquinaona, vivia un matrimonio que por una ú otra causa se indispuso con el propietario de la finca, y éste intentó echarles del piso, subiéndoles á 42 duros el precio del alquiler, siendo así que no pagaron hasta entonces más que 21.
El inquilino comprendió perfectamente el propósito del casero, y aun cuando juró tomar su revancha, se dispuso á satisfacerlo, mal de su grado, desalojando la habitacion.
Así las cosas, sorprendió el viérnes por la mañana á los vecinos de la casa en cuestion ver llegar un grupo de gitanos, del cual formaban parte hombres, mujeres y niños, en número de más de 20, acompañados de sus caballos y carretas.
El grupo comenzó á descargar jergones y otros trastos, traslándolos á la habitacion á que nos referimos.
Era la venganza. El inquilino tenia pagado por adelantado un trimestre, y como faltaran aun más de dos meses para su vencimiento, proponíase proporcionar albergue durante aquel tiempo á varios individuos de estas tribus errantes que abundan en los alrededores de [la] ciudad.
Los nuevos inquilinos, tranquilos y satisfechos, acordaron toma posesion de la casa, saliendo á los balcones y galerías con sus trajes súcios y descompuestos, y llamando no poco la atencion de los vecinos.
El apuro del propietario fué mayúscula, y recurrió al gobernador para despachar á los gitanos. Pero dicha autoridad contestó que nada podia disponer sobre el particular.
Era cosa de ver la alegría de los chicuelos allí alojados, que acariciaban con sus manos el papel de las habitaciones y se encaramaban por los hierros de la galeria, pretendiendo saltar á las casas contiguas donde veían jugar algunos niños.
Una comision de vecinos de la calle de Fontanella visitó al propietario, pidiéndole arrojase á los gitanos, y el casero, en tal aprieto, no solo devolvió al inquilino la cantidad que tenía adelantada, sino que hasta le añadió una suma en concepto de indemnizacion.
Y así terminó este incidente que durante todo el dia fué tema obligado de conversacion entre aquel vecindario.
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Entra en fuerza la ley de vagos y maleantes
Ben Freeman, Vagrants and Criminals: Church, the State and Gay Rights in Spain and Paraguay
In 1933, lawyer Jimenez de Asua drafted the now-infamous Law of Vagrants and Criminals []. Scholar Nathan Baidez explains that the original law had a “preventative character” and that it had the “goal of rehabilitating the individual.” Indeed, the law’s stated purpose was originally to “rid the cities of the presence of people who live a bad life without resorting to police methods that belong to the margins of legality and that trample liberty.” While homophobia certainly existed in Spain during the Republican period, it did not become rampant and legalized until the Franco regime won the Spanish Civil War in 1939. -
La Vanguardia niega que vivan gitanos auténticos en Barcelona
De vez en vez cruza por Barcelona una tribu gitana. De gitanos auténticos, de esos que llevan su pueblo a cuestas, sus tiendas, su calderería y su horizonte. Las ordenanzas municipales favorecen su temperamento andariego. Porque, claro, se instalan en las faldas de Montjuich, por ejemplo, y al cabo de unas horas se ven obligados a plantar sus reales en San Martín. En alguna parte han de reposar. Y como casi siempre coincide el paso de una de estas tribus con el de un cronista extranjero, al cabo de unos días puede leerse en cualquier periódico del mundo, que, como Granada, corno Sevilla, Barcelona también tiene su barrio gitano.
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Bombardeo Plaza España, defenestración piano, saqueos posteriores
Cuenta papá que las tropas de Franco se levantaron en Africa el 18 de julio. Al día siguiente una bomba los sacó de la cama. Su papá, el yayo José, fue a investigar a la luz de un día sin sol. «Quedaros tranquilos en casa, voy a ver qué ha pasado». Al volver, cuenta papá, el yayo José explicaba que jamás había visto tanta «carne en la calle». La Plaza España de Barcelona había sido bombardeada. Transeúntes, gente de a pie, los primeros obreros que esperaban el metro, inocentes todos: muertos. Bastó y sobró para que la familia se preparara para salir a la calle.
Cuenta, ahora la historia, que el pueblo de Barcelona se enfrentó al ejército y lo venció. Un pueblo que se agrupaba alrededor del anarcosindicalismo. Las bravías teorías de Bakunin, Proudhon y Malatesta, eran anatema de las de Marx y Lenin. Los anarquistas no estaban ni con unos ni con otros. El primer frente, después de espantar al ejército, fueron las iglesias, conventos y colegios de curas y monjas. El clero temblaba y huía por los pasillos subterráneos.
Cuenta papá que lo que vio aquellos días, cuando apenas era una adolescente, lo acompañó en sus recuerdos hasta el día de hoy. Papá vio como quemaban los cuadros y las esculturas de las iglesias. Como los gitanos de la calle Los Ladrilleros, en nombre del anarquismo lanzaban un piano de cola de alto balcón del convento de la calle Guadiana de Sans [es decir, el Colegio Sagrada Familia de las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel, ve por ejemplo Manuel García Gargallo, L’ensenyament de l’església a la ciutat de Barcelona, ahora parte de la Escola Joan Pelegrí]. La fuerte impresión de ver las monjas momificadas emparedadas en los subterráneos pasillos que comunicaban del convento al de los curas. «Monjas con sus fetos en brazos…».
El escarnio esperpento de Valle-Inclan finalizaba en la Diagonal donde en desfile carnestolendo al grito de «a las barrricadas» proclamaba el triunfo de la Revolución. Camiones llenos de obreros, gitanos, chulos y todas «las putas del barrio chino» que se iban para el frente de Aragón. Así lo vio papá y así me lo ha contado una y otra vez. Después la historia comenzó a complicarse. Lo que pretendió ser un golpe de Estado militar se transformó en una guerra civil. Una apretada guerra mundial que sirvió de ensayo general para la gran guerra. La última guerra idealista del siglo de las guerras.
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Explosión de gas en la calle Ladrilleros
An explosion Sunday ripped through a downtown four-story apartment building, burying at least 24 persons under 13 feet of rubble and partly collapsing two adjoining buildings, police said.
Police said rescuers recovered four bodies and freed 21 persons from the wreckage, some of them in critical condition. A search for others believed trapped under the debris continued.
The 8:30 a.m. blast was Barcelona’s second explosion disaster this year. First police reports suspected a leaking gas pipe – the same reason initially given for the explosion that destroyed a luxury block of flats in March killing 18 persons.