([El Parlamento:] Al levantarse a hablar el PRESIDENTE DE LA GENERALIDAD, todos los diputados, puestos en pie, le tributan una gran ovación, sumándose al entusiasmo las tribunas. Se oyen diversos vítores.)
[…]
[E]l problema no es la orientación de la ley, sino si en algunos puntos, la ley ha tratado materias que no son de su competencia, y el Tribunal de Garantías ha llegado más allá: [en su sentencia del 8 de junio] nos ha negado competencia para resolver sobre esta materia, y, como ha dicho el consejero de Justicia, en los «considerandos» de la sentencia hay una concepción tan arbitraria y minimalista del Estatuto y de la Constitución, que hasta llega a falsear sus propias esencias.
Eso es tan claro que no encuentro extraño que con un natural impulso patriótico de elementos que tienen creencias absolutamente antagónicas a las que tiene esta mayoría, se hayan sentido indignados porque frente a un ataque a Cataluña, no deben existir divisiones entre los que nos sentimos catalanes.
En cambio, me han llenado de estupor unas declaraciones del jefe del Gobierno, señor Samper, lanzando una sugerencia, haciendo la indicación que quizá si se modificaban algunos aspectos o se modificaban algunos extremos, podría haber un plan de concordia, que en este problema la sola palabra me cubre de vergüenza.
Pero yo digo: si somos incompetentes en la materia, tanto si reformamos algunos preceptos de la ley, como si no los reformamos, cometeremos de todos modos un acto ilegal, y estaremos fuera de la legalidad. Ya que el Tribunal de Garantías, dominado por la pasión política, no ha dejado una rendija por la que pueda discurrir nuestra política, persistentemente conciliadora, que tantos malos resultados nos está dando, hemos presentado la ley, la nueva ley, que es igual, con puntos y comas, a la ley que se había presentado antes, para recibir de nuevo la ratificación del Parlamento. Si vosotros la aprobáis, el Gobierno la hará cumplir, pase lo que pase, y sea como sea… (Los diputados, puestos en pie, aplauden y lanzan diversos vítores. También se oyen vítores y aplausos en todas las tribunas.)
EL PRESIDENTE [DE LA CAMARA]: El público se ha de abstener de hacer manifestaciones. De otro modo, será expulsado el que interrumpa o aplauda. Yo, hasta ahora, no he visto a nadie. Puede seguir el honorable Presidente de la Generalidad.
EL PRESIDENTE DE LA GENERALIDAD: Y si el Parlamento no la aprobase, el Gobierno dimitiría, porque he de decir aún, aunque sea una cosa formularia, pues ya sé vuestro sentimiento, he de decir que el Gobierno hace de esta cuestión una cuestión de confianza.
Hay que decir por eso, que lo ocurrido con esta ley es solamente un episodio en las relaciones que el Gobierno viene sosteniendo desde hace un tiempo con los últimos Gobiernos de la República. La ofensiva a nuestras libertades se ha ido produciendo cada día desde todos los Ministerios, con millares de incidencias ocurridas, y responde a una táctica y a una persistencia del Estado, o mejor, de las influencias monárquicas que se han apoderado del Estado.
Creo inútil registrar los hechos, y no comentaré tan sólo lo que ha ocurrido con el dictamen de la Comisión mixta en relación con los servicios de radiodifusión, porgue todos han caído uno a uno sobre la paciencia de nuestro pueblo, que nos dice que hay bastante y que no puede continuar eso más, porque si eso persistiese, entendedme, si esto persistiese, nuestra autonomía iría desfalleciendo de tristeza, iría perdiendo el color y el carácter, para ir últimamente a desvanecerse, a hundirse, por la cobardía o por la estupidez de los catalanes. (Grandes aplausos.)
Y eso no, porque mereceríamos ser declarados indignos o traidores y nuestro nombre quedaría escrito con ludibrio en el juicio de la historia de la patria. (Grandes aplausos.)
Y esto, señores, es el problema que no se puede desvirtuar, ni desfigurar, con habilidades políticas, partidistas; es el problema de la libertad de Cataluña, que vuelve a estar en pleito porque se ha apoderado de las directrices de la República y rodean su estructura, y llega a sus fundamentos, todo lo antiguo de la vida política española. Y ante este problema, ¿qué hay que hacer?
La vida de la República está debilitada, la Constitución es una cosa inerte. Se han resarcido bien los fugitivos del 14 de abril; nos llegan de fuera voces amigas y faltan a veces aquí voces catalanas.
Yo dirijo hoy una salutación al noble pueblo de Vasconia, que nos ha transmitido su adhesión incondicional, y le digo que encontrarán en los nacionalistas catalanes siempre una entusiasta reciprocidad. (Grandes aplausos.)
Yo, además, recojo con simpatía la voz de las izquierdas españolas, que han publicado un manifiesto en Madrid en el cual defienden el sentido autonómico de la Constitución del Estado, ley básica de la República.
Somos, tal vez, los mismos que éramos el 14 de abril, pero nosotros no los contamos, no necesitamos contarlos. Cataluña se quedaría sola ella sola, y enfrente de un levantamiento monárquico centralista de todas las tierras hispanas, Cataluña daría la gran batalla, porque nosotros no queremos morir de asco, ni de vergüenza. (Grandes aplausos.)
Y ahora oid: No somos hombres que nos dejemos llevar por los nervios, ni por las exaltaciones momentáneas. No. Al frente del Gobierno hemos dado pruebas que sabemos guardar la actitud moderada de un gesto pausado de cara siempre a nuestras creencias, sin embargo. Hemos mantenido de una manera inflexible el orden público, y nos hemos enfrentada con todos los perturbadores. No somos irreflexivos; desde la dirección del Gobierno sabemos adoptar aquel tono ponderativo de táctica y equilibrio, del saber hacer, de un político que tiene una responsabilidad por conducir las iras y los antagonismos de los diferentes sectores sociales. No somos unos insensatos, pero que me escuchen todos los catalanes.
Un día, dirigida y orientada por una fuerza política catalana, se intentó la renovación de la vida política española, a base de nuestros postulados de acatamiento a la voluntad del país, de la depuración de las prácticas de Gobierno, pero a la sola conminación del representante del Estado decrépito, en la persona de un gobernador civil, que puso las manos sobre la espalda en una detención simbólica; a pesar de todos los anuncios de gestos simbólicos, y después de haber exaltado a la multitud, no pasó nada: transcurrió aquel momento dandos unas carteras ministeriales a los que habían organizado aquella jornada. (Aplausos.) Y no vino ningún beneficio para el ideal catalanista, ni para la nacionalidad catalana, ni para que la vida española dejase de arrastrarse en los medios infectos en que se debatía. Otro día, viene una dictadura, y hemos de sufrir la afrenta de que el nieto de Fernando VII nos recuerde que es heredero de Felipe V, y nos quitan, nos arrebatan la Mancomunidad, y nos barren de la Generalidad. Y tampoco pasa nada. Al contrario, los elementos dirigentes de la política catalana y del ideal heroico del catalanismo, son los últimos defensores desesperados de aquellas viles instituciones. (Muy bien.)
Todo eso ha pasado. Viene la República, viene la autonomía y dirige la política catalana un Gobierno de izquierdas, y vuelve a vivir, y va la agresión dentro de la República de los lacayos de la Monarquía, de las huestes fascista monárquicas, que han hecho penetrar ya su vanguardia y que están en la misma puerta.
Y yo digo; si ahora también, ayer como hoy, antes con unos hombres y hoy con otros, aceptamos la nueva fatalidad y la fuerza y nos entretenemos en los juegos de habilidad política si nos dejamos arrebatar lo que es nuestro, no lo que nos pertenece, sino sólo lo que ha quadado pactado en el Estatuto y la Constitución, entonces, ¿quién tiene el derecho de decir qus aquí hay un sentimiento nacionalista? Si el sentimiento nacionalista a través del mundo y del tiempo da héroes y da mártires! ¿Dónde está el amor y la fortaleza de nuestra tierra qué temple, qué aliento podemos dar al movimiento espiritual de nuestra raza? (Aplausos.)
¡Ah, amigos! os he de decir muy pocas palabras más. Si eso sucediese y ya tuviese la desgracia de quedar con vida, me envolvería en mi menosprecio y me retiraría a mi casa para esconder mi vergüenza como hombre y para esconder también el dolor punzante del alma, por haber perdido la fe en los destinos de la patria. (Gran ovación que dura largo rato. Los diputados, puestos en pie, vitorean al Presidente de la Generalidad de Cataluña. También desde las tribunas se aplaude y se vitorea.)
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