Etiqueta: Cabildo catedralicio

  • Muere san Olegario, y en seguida se curan incurables, se capturan a esclavos huidos, etc

    Pero ya es tiempo que digamos algo de su preciosa muerte, que segun algunos aconteció el año de 1137, pero yo tengo por cierto, que no murió este año, sino en el de 1136 el dia 6 de Marzo. Así se halla en muchos libros antiguos y autenticos, en Breviarios y Misales de aquel tiempo, en la Consueta (que llaman) de los Divinos Oficios de esta Santa Iglesia de Barcelona. Dios le hizo merced de revelarle el tiempo en que habia de morir, que asi se lo habia suplicado é mismo, á fin de mejor disponerse para aquel dia tan deseado de los Santos. En efecto en la Sinodo que celebró por el mes de Noviembre, dixo, que aquella sería la última á que él asistiria, y en los tres dias que solía durar, predicó de un modo muy particular, con grande ternura de corazon, con palabras muy amorosas, y derramiento de lágrimas, de suerte que traspasaba los corazones de los Oyentes, los quales las derramaban tambien, no cesando el Santo de exhortarlos á que exerciesen con amor su oficio pastoral para con las almas que tenian encomendadas.

    Por este tiempo dió San Olegario y los Canonigos de Barcelona Carta de Hermandad á un tal Hugo, en que le hacian participante en vida y en muerte de las oraciones, sacrificios, limosnas y demas buenas obras que se hacian en el Cabildo, y esta carta la firmaron el Santo y los Canonigos.

    Viendose enfermo San Olegario de la grave enfermedad de la qual murió, aunque el dia I. de Mayo del año de 1125 … habia dado al Cabildo de Barcelona un horno, y unas casas propias que poseía, sin embargo sabiendo las pocas rentas que este tenia, en 12. de Febrero de 1136. hizo donacion á los Canonigos de dicha Iglesia, de una heredad ó posesion que tenia en la Parroquia de Mollét, la que firmó con estas palabras:

    Sig ? num Ollegarii Archiepiscopi, qui gravissima aegritudine detentus, hoc donum in praesentia Canonicorum, punctatim confirmo et laudo.

    Y el dia siguiente hizo otra á los mismos, de otra posesion ó granja, que poseía en Grañola, y la firmó así:

    Sig ? num Ollegarii Archiepiscopi, qui nimia infirmitate detentus, hoc donum punctatim firmo et laudo.

    Hallábase ya el Santo al fin de la carrera, fatigado de años, penitencias, viages y cuydados contínuos por el zelo de la casa de Dios, é íbase llegando el plazo y dia de su muerte tan preciosa delante del Señor, y abrasado del zelo que siempre le habia animado, exhortaba á bien vivir á los Curas que habian acudido á Barcelona para la celebracion de otra Sinodo: pedíales, que rogasen á Dios por él; los Curas por el contrario rogabanle, que su Ilustrísima lo hiciese por ellos. Respondió el Santo, que él lo haria, y lo mismo dixo á los Canonigos, que nunca se separaban de su lado. En todas las Iglesias de Barcelona se hacia oracion por el Santo, que asi él lo habia ordenado. Pedia á Dios por intercesion de Maria Santísima y de los Santos (cuya letanía traía en la memoria) que le ayudasen en la hora de la muerte, y que el Señor usase con él de misericordia, y que le hiciese participante de su santa Gloria. Recibió los santos Sacramentos con exemplar devocion, y juntas las manos delante de un Crucifixo, oraba y hablaba con Dios, con la Virgen y con los Santos, ya en voz alta, y en voz baxa, y á solas consigo mismo, y ya meditaba con grande devocion los pasos de la Pasion del Señor de que le hablaban. Por fin despues de haber dicho en voz alta:

    IN MANUS TUAS, DOMINE, COMMENDO SPIRITUM MEUM,

    y

    subvenite Sancti Dei, occurrite Angeli,

    cerró los ojos, y dió su alma al Criador. Desde luego decian todos llorando:

    Muerto ha el Santo: Muerto ha el Santo,

    y ya como á tal le invocaban, diciendo:

    San Olegario, rogad por nosotros.

    Besabanle las manos, y muchos tomaban por reliquias pedacitos de su ropa. Murió San Olegario de edad de 76. años á 6. de Marzo del año de 1136. y desde entonces hasta el presente de 1617. que van 681 años con raro prodigio se conserva su cuerpo entero, incorrupto y flexible.

    Lloraban todos su muerte y ausencia, y muy particularmente el Conde Don Ramon Berenguer IV.; pero consolabanse con la confianza que tenian, que quien tanto les habia amado en vida, mas les amaria y protegeria en el Cielo. No quedó persona en Barcelona, que no llegase á besarle manos y pies, honrandole como á Santo. Enterraronle con mucha pompa y solemnidad en el Claustro de la Cathedral, con asistencia del Conde, de todo el Clero y del Pueblo. Arrodillabanse á su sepulcro, y cada qual pedia á Dios por intercesion del Santo lo que mas deseaba. Una muger muda alcanzó el habla por su intercesion, y prorrumpió en estas palabras:

    San Olegario, ayudadme.

    Despues fueron innumerables los milagros obrados por su intercesion en todad clase de personas, de enfermedades y necesidades. Libró á una Galera de muchas Galeotas de Moros, y á tres cautivos de las prisiones de Valencia: curó á una Señora de una enfermedad incurable: tres ciegos, y el uno de ellos de nacimiento, recobraron la vista: resucitó á una muger: una pobre viuda halló por su intercesion un esclavo que se le habia huído: un paralítico recobró la salud.

  • Fechada la Piedad Desplá, obra maestra de Bermejo

    Opus. Bartholomei. Vermeio.Cordubensis.Impensa. Ludovici. de . Spla. Barcinonensis. Archidiaconi Absolutum, XXIII. Aprilis. anno Salutis. Christiana (E) MCCCC LXXXX

  • Llevan a San Severo a Santa Clara para aliviar la sequía, pero el Señor no se arrepiente

    Estávamos ya en el mes de Abril y la cosecha perdiéndose por instantes, pues apenas se divisavan los panes sobre la tierra: tal era la esterilidad y falta de agua; y (no) haviendo podido conseguirla por medio de Santa Madrona, resolvieron la Ciudad y Cavildo recurrir al glorioso San Sever(o): sacáronlo de su capilla, y puesto en el altar maior algunos días, se le repetían las súplicas con gran ternura y continuados sermones y cotidianas procesiones, que con muestras de gran dolor y penitencia acudían a buscar el remedio; pero como nuestras culpas son las que endurecen los cielos y cierran los oídos á la divina misericordia, nada bastaba para aplacar la justicia de Dios. Crecía la necesidad y con ella el desconsuelo, y así se determinó sacar en procesión al glorioso santo por las calles llebándolo al combento de Santa Clara. En esta procesión concurren los texedores de lino vestidos con túnicas blancas y á pie descalzo, y así en esta ocasión que el aprieto era maior creció el número de penitentes, así de doncellas vestidas de blanco y descalzas con varias insignias de mártires y vírgenes penitentes, como do hombres y niños. Salió la procesión del Aseo, asistida del prelado, cavildo, clerecía y religiones, el día cinco de Abril y con muchas achas y acompañamiento; baxando por la Boria, calle de Moncada y Born, llegaron á Santa Clara, en donde se celebró solemne oficio: acavado éste se bolvieron con el santo al Aseo. Viernes de la misma semana fué el señor Obispo con su cavildo en procesión á Santa Eulalia de Sarria: díjose allí solemne oficio. El día siguiente sábado, de orden de Su Illustrisima, se celebraron en las parroquias y comventos oficios de difuntos, con anibersarios por las almas, como si fuera día de la conmemoración de los difuntos; salieron también las parroquias y las religiones á diversos santuarios, así dentro como fuera de Barcelona, en procesiones públicas y muí penitentes, voceando los niños y todos «misericordia, Señor,» que era una ternura y lástima á oir tantos lamentos; pero á ninguno volvía Dios el rostro, porque la gravedad de nuestros pecados tenían la tierra y cielos fabricados de bronce.

  • Rogativas por lluvia y el Señor escucha

    Viendo la Ciudad que los trigos necesitavan de agua y que corría riesgo la cosecha, resolvió pedir al cavildo se implorase el auxilio de Dios para el remedio de la cosecha, y así se resolvió que sávado por la mañana, á 26 de Maio 1629, se fuese á buscar el cuerpo de la gloriosa virgen Santa Madrona, y se trujese al Aseo. Executóse partiendo la procesión del Aseo con asistencia del señor obispo Sentís, Cavildo, Ciudad, y luminaria de todas las cofadrías, con mucha devoción, y llegados al cómbente, se cantó una misa solemne; y acavada, tomando el cuerpo de la gloriosa virgen, le trasladaron á la iglesia y altar maior del Aseo, en donde estubo 16 días con aquella veneración y continuadas rogativas que se acostumbra, y al siguiente día nos socorrió Dios con agua, lloviendo dos días y noches de continuo y la cosecha fué mui razonable. El día 11 de Junio se restituió la Santa á su casa, en la misma forma y con la misma asistencia que havía venido, cantándole himnos y motetes en acción de gracias.

  • Se publica un jubileo plenísimo de Urbano VIII

    A los 3 de Junio, año de 1629, día de Pasqua de Spíritu Santo, se publicó por mandado del señor obispo Sentís un jubileo plenísimo, que la santidad de Urbano octavo concedió aquel año á todos los fieles, así para los que gozavan sus inmensos privilegios, y sigún su tenor paréceme era solo para Barcelona: habíase de ayunar tres días en la semana, miércoles, viernes y sávado; confesar y comulgar y visitar las iglesias del Aseo, Hospital y San Cucufate, ó á lo menos una, y en ella rogar por la paz entre príncipes christianos, exaltación de la fe, extirpación de eregías y bien de la Iglesia; y para maior commodidad se señalaron dos semanas, y se mandó que los pobres ni nadie pudiese pedir limosna por dentro las iglesias, sino á las puertas, para no turbar á los que hacían oración.

    La última fiesta se hizo procesión general con asistencia de las parroquias, religiones, señor Obispo, y Gavildo, y Ciudad, llebando baxo thálamo (Palio) en vez de reliquia, una efigie de la Verónica.

  • Entra el duque de Feria, virrey de cataluña, y da una fiesta impresionante en honor de su nuevo hijo

    Aplazaron para la jura del duque de Feria por virrey de Cathaluña, el día 11 de Junio de 1629, y así ese día por la tarde se salió el Duque al lugar del Hospitalete. Empezóse á llenar el camino de gente y á pasar correos de una y otra parte, con las embaxadas que se acostumbra, de Consejo, Diputación y Ciudad: á cosa de las quatro de la tarde salió el Consexo Real con sus mazas altas y á cavallo, hasta el lugar de Sans, en donde hizo alto y despachó al Morondon (Juan Miguel de Monredon, alguacil real, que en 1.º de Mayo de 1640 le quemaron vivo con los suyos dentro de una casa, los amotinados de Santa Coloma de Farnés.) con aviso de que aguardava: estava el Duque en Provenzana, también parado, con el de Alcalá y su hijo, y respondió á la embaxada que no se moviera el Consejo, y despachó luego el Duque otro correo al Cons(ej)o y partió, y llegando á vista del Consejo, dexó su coche y montó en un hermoso caballo blanco, que con aderezo bordado de oro y plata le tenían prevenido; también estava aprestado el pendón ó guión con un Santiago á cavallo bordado en él; precedieron antes de llegar el Duque dos trompetas, con sus armas en las pendientes y mucha parte de su familia. Llegó el Consejo, y dándole la enhorabuena le pusieron en medio del Conseller y Regente. El Duque era hombre mui grueso, su vestido no se podía divisar de qué era, por solo se descubría la bordadura de plata y oro. Empezóse á caminar llebando delante las dos trompetas, el capitán de la guardia, los alabarderos y seis lacaios con librea verde y franxones de oro: venía después el Consejo y la persona del Duque, y detrás un cavallero de su familia, que vestido con baquero de terciopelo carmesí con franxas de oro, trailla el pendón; y después seguían algunos cavalleros cathalanes y el resto de la familia del Duque. Con esta orden se llegó hasta donde aguardavan los diputados, que ya tienen puesto señalado; hecha la ceremonia ordinaria, el Consejo quedó atrás y (el) Virrey se puso en medio de los diputados, hasta que llegando cerca de la Cruz Cubierta, en donde aguardaba la Ciudad, después de dado el parabién y aquellas sólitas ceremonias, se puso al lado del Virrey el Conseller sigundo, Buenaventura Gualvez, que por hallarse el Conseller en Cap enfermo, que era Bartholomé Sala, no pudo asistir, ni tampoco el cuarto, porque el día antes le hablan sacado á suerte por muerte de Pablo Magarola: suplieron estos lugares los cónsules de Lloixe [Llotja/Lonja] que llaman los Diputados. Se retiraron como acostumbran y puestos en esta forma entrando por la puerta de San Antonio, calle del Carmen, Puerta Ferriza y Plaza Nueba, llegaron al Aseo, en donde recivido por el Cavildo y conducido al altar maior prestó el juramento que es de estilo, y vuelto bajó á hacer oración á Santa Eulalia, y saliendo después tomó su cavallo, y pasando el guión ó penda (Pendón) delante, con el mismo acompañamiento, y por las casas de Diputación, Ciudad, calle del Rogomí y calle Ancha, le cortejaron hasta palacio, en donde todos se dispidieron.

    No truxo á su muger por quedar en Madrid y á últimos días de parir, ni vino dama alguna con él. Dentro de pocos días le llegó la noticia del parto que havía sido mui feliz, encomendándole Dios un hijo; y para celebrar esta alegre nueva, se publicó un sarao que se tubo en casa del conde de Eril, en frente de Junqueras, en el jardín de la misma casa. Para maior capacidad del concurso, dispúsose un grande tablado algunos palmos en alto de tierra, y al deredor colgado de ricas sedas de tapicería, y por cielo una grande vela con que venía á quedar como un gran salón, y en medio del teatro havían puesto unas divisiones para poder danzar y hacer los juegos sin estorbo alguno. Asistieron el Virrey, duques de Alcalá y hijo y nuera y todas ó las más damas cathalanas; hiciéronse torneos, monerías, danzas y bailes; empezóse el sarao á las nuebe de la noche, y acavó á las seis de la mañana; el señor Virrey dio una rica colación y, sigún se dixo, le costó el festín pasados de mil ducados, porque todos asiguraban que ni por el Rey se podía hacer cosa maior.

  • Un incidente durante la elección de provincial de los padres dominicos demuestra su poder vis a vis el obispo

    Sábado á trece de Septiembre, hubo capítulo provincial de la religión dominica en el combento de Santa Cathalina mártir, desta ciudad, que suele celebrarse de doce en doce años. Havíase de elegir aragonés, y haviendo concurrido todos los maestros priores y demás que tienen voto de la corona, que pasaban de ducientos frayles los forasteros. Se celebró la misa que acostumbran, y acabada se tocó á Capitulo, que devían ser las diez de la mañana: juntáronse todos, y en menos de dos horas huvieron concluido, nombrando al padre maestro Diego Pedro, aragonés, hombre de unos 45 años de edad: acompañáronlo á comer, y después, á la tarde, hicieron difinidores y priores de los combenttos que vacavan; y de aquí de Barcelona nombraron prior al padre predicador Ferrer, hombre de mui buen aspecto y ya cano. El domingo por la mañana fueron en procesión al Aseo, y habiendo de decir el oficio, pretendió el provincial que no havía de ser en altar portátil, sino en el altar maior, con pretexto de que haviendo sido San Ramón canónigo de aquella iglesia quando se dio el hávito á San Pedro Nolasco, y después religioso de su orden, se le devía esta preheminencia: replicaron los canónigos que si quería celebrarle en el altar portátil que mui henorabuena, y que si no, no havía que cansarse: el señor Obispo, para oviar reparos, dijo la misa y el provincial ocupó la silla episcopal, y acavada se bolvió á su combento.

  • Magnífico espectáculo y fiesta de disfraces para la infanta María Ana de Austria camino a su boda en Alemania con su primo, Fernando III de Hapsburgo

    Empresa mui grande, ó loco atrevimiento parece, el querer en breves líneas descifrar tanta magestad, tanta gala, tanta grandeza y tanta hermosura como la que mi pluma pretende describir en este capítulo; pero sírvame de sol, como á Ícaro para el precipicio, mi buen deseo, y me dé calor para relatar, aunque en tosco idioma, la maior celebridad que ha visto Barcelona en estos siglos, con la entrada y arribo de la serenísima Doña María de Austria, Reina dignísima de Ungría hermana de nuestro cathólico y gran monarca Phelippe quarto, que Dios guarde.

    Partió S. M. de la señora Reina, de la ciudad de Zaragoza, con aquel lucimiento y grandeza que se dirá; llegó á la siempre venerada montaña de Monserrate, entre cuias elevadas peñas tomó albergue la serenísima Reina de los Angeles María Señora nuestra, cuia milagrosa imagen y angélica casa, publican tan repetidos milagros, como manifiestan tanta multitud de ofrendas y dones de pechos agradecidos en su iglesia y casa. Recivieron allí á S. M. con el regalo y grandeza que acostumbra aquella religiosa comunidad á sus Reies y Príncipes: detúbose allí algunos días, visitando aquellas hermitas y santuario, que, en contraposición de los disiertos de Thebayda, da y ha dado tantos santos á la tri(un)fante Iglesia, y vió y admiró aquel prodigio, á cuia sagrada imagen rinden culto las más remotas naciones, que si decir se puede, hasta los infieles le tributan beneración.

    Llegaron allí los embaxadores de la Dip(utaci)ón rindiendo enhorabuenas y ofreciendo, en nombre del Principado, obsequiosas alegrías de que con su Real presencia onrrase esta provincia. Partió S. M. para Espar(ra)guera, dejando con amorosos afectos su corazón en aquel celeste sitio y morada de la Virgen, pasó de Espar(ra)guera al lugar de San Feliu (del Llobregat), distante de Barcelona dos leguas; llegaron allí los síndicos de la ciudad á ofrecer á S. M. con reverentes afectos su posivilidad y corazones. También fué el señor duque de Feria, virrey del Principado, á tributar paravienes de bienvenida y besar la mano á S. M. en compañía de mucha nobleza, con ricas libreas y lucidas carrozas, en que puso particular estudio la nobleza cathalana: señalóse la entrada para el día siguiente, que era viernes á ocho de Febrero de mil seiscientos y treinta. Este día partió S. M., después de haver comido, para Barcelona, entrando entra tres y quatro horas de la tarde en la forma que se dirá, precediendo un sin número de acémilas, ricas carrozas y familia, con costosas libreas, así de la Reina como de los que la hivan sirviendo.

    Veníanla asistiendo el arzobispo de Sevilla y duque de Alva, por el Rey n(uest)ro S(eño)r. El Arzobispo trahía gran lucimiento de familia y acémilas. Noté con especialidad cuarenta acémilas con los reposteros de damasco carmesí y bordadas las armas del Arzobispo en tela rica, con relieves de oro y plata. Los garrotes para asigurar la carga, era de plata maciza; las planchas que trahían los mulos de lo mismo, y con ricos plumages; las sogas eran cordones de seda. Venía entre estas acémilas una que sólo servía para el acarreo del agua, con cuatro grandes cántaros de plata, y hasta las mismas angarillas cubiertas de plata de martillo; venían con éstas muchos capellanes y 24 pajes, vestidos de terciopelo morado; sin éstos, una máquina de lacaios vestidos de morado, con capas guarnecidas de pasamanes de oro y seda, y asimismo el resto del vestido. El duque de Alva llebava también mucha familia ricamente vestida, mucho número de pajes y lacaios; la librea de éstos era de paño muy fino, color de canela, guarnecida de pasamanes de oro hasta las capas á lo largo, que estava hermoso; y en fin, descrivir por menudo las galas de todos, sería nunca acavar. Lo que puedo asigurar, que era una India la riqueza y thesoro que incluían tan ricos vestidos y libreas como trahían los señores y familias que vi entrar aquella tarde por la puerta de San Antonio.

    Llegó el Arzobispo á la Cruz cubierta, en donde, sin salir de su litera, aguardó que los puestos llegaran á dar la vien venida y besar la mano á la Reina, que poco más atrás también en su litera aguardara: que tardaron algo los puestos á llegar, vino el ex(cellentissi)mo señor Don Juan Sentis, Obispo de Barcelona, con su ilustre cavildo, que se componía de doctos y nobles sugetos, llegando cerca de la litera de la Reina: el Obispo en nombre de todos dio la bienvenida á S. M., y se ofreció á su Real servicio. Los prevendados pasavan de uno á uno, y vesando al Obispo la mano, hacían su acatamiento á S. M., á quien el Obispo nombrava y decía los sugetos quienes eran, así como hiban pasando: acavado esto, bolvióse el Obispo con su cavildo á cavallo, dio algunos pasos la litera de S. M. y llegó el consistorio de la Diputación, con las mazas altas y todos sus oficiales con mui costosos vestidos y, llegando á la litera, se apearon todos, y de uno á otro besaron la mano á (la) Reina, y cumpliendo con las ceremonias de bien venida se bol vieron á sus casas. Paró un poco S. M. y llegó la Ciudad en forma, con todo su acostumbrado séquito, y el Conseller en cap, que era Gerónimo de Navel, pasando al lado de la litera, sin baxar de á cavallo ni él ni los demás, dio en nombre de toda la ciudad el parabién del arrivo y hizo los devidos ofrecimientos, que, concluidos, se dispuso el entrar la Reina, cuio norte y modo fué así. Pasadas las recámaras de la Real persona, del arzobispo de Sevilla y duque de Alva, y todo el tren supernumerario en esta función, pasaron los cavallos ligeros de Perpiñán armados. Los soldados de lanza y pistola con la librea acostumbrada, color amarillo y negro: venían luego los títulos y primer familia de S. M., á quienes sucedían el Arzobispo y el de Alva, llevando en medio al embaxador de Alemania; consecutivamente venían los Conselleres con sus mazas altas y todos los oficiales de la casa, y luego venían el duque de Feria, Virrey, y el Conseller en cap, en medio de los quales, en unas andas ó litera descubierta, venía la Reina. Aquí quisiera ser un Apeles ó un eloquente retórico, para copiarte con razones la velleza de un ángel humanado, pues sin encarecimiento podré decirte que concurrían en su sugeto, hermosura y Mag(estad) tan sin afectación, que sólo ella podía ser copia de si misma: la litera venía guarnecida de damasco verde, con galón de oro; el vestido era también verde, pero apenas se divisava, pues el oro y plata de relieve cegava para descubrir el campo; el tocado al uso, con su rosa negra, manguito de martas, y toda ella parecía perla en verdes conchas; seguían después ricas carrozas de ayas, damas y meninas, tan ricamente vestidas en barios colores, que parecía el campo amena primavera en rigores de Febrero. Advirtiósele á S. M. que entre lo serio y afable de su belleza, á una parte y á otra miraba con particular gozo y amor á basallos tan finos de su hermano; salieron de la ciudad quatro numerosas y ricamente vestidas compañías de infantería, cuios cabos ó capitanes eran D[on] Fran(cisco) Doms (de Oms), D[on] Juan de Gril, D[on] Bernardo Salva y D[on] Alexo Semenat; los soldados eran las cofradías ó oficios de pelayres, sastres, pasamaneros y sederos, que en todo pasavan de mil quinientos hombres, y con mucha orden y destreza: al llegar Ta Reina delante los esquadrones, hicieron una vistosa salva que entre el estruendo de pífanos y cajas parecía un campo de batalla; repitieron segunda salva, y fueron de guardia á la persona. Llegando á la puerta de San Antonio, la artillería obró lo que le tocaba en repetidas salvas de muchos trabucos, que en ileras se havían puesto sobre el muro, á quienes respondía la soldadesca; caminaron con este orden y militar estruendo la calle del Hospital y Rambla, al Llano de San Fran(cis)co y casas de los duques de Cardona, en donde tenía su palacio. Al llegar aquí, toda la marina era un continuado trueno con tan repetido tiro. Apeóse S. M. y acompañándola hasta su cámara, se despidió la Ciudad y demás gente que la cortejara. Encarecer la multitud de almas que concurrieron á ver esta función no es posible, porque parecía que las havía llovido el cielo como el agua, quando más espesa y menuda cae. A poco rato que S. M. estubo allí deseó ver el mar, y pasando por la galería ó puente que se fabricó para nuestro Rey, se puso en el balcón del mar, á cuia vista las ocho galeras que ocupaban el muelle haciendo frente al balcón, mui ermoseadas de vanderas y gallardetes, hicieron repetidas salvas, á quien respondían las quatro compañías arriba dichas, que asiguro parecía una reñida batalla de numerosos exércitos. Entre estos marciales estruendos llegó la noche, en la qual, entregándose todos al descanso, tubo fin la fiesta de este día.

    Amaneció el siguiente, que era sábado, tan claro y apacible, que el mejor de el Mayo no pudo ygualarle (que hasta el cielo lisongea benigno á las R(eale)s personas). Estaba la Plaza prevenida para las fiestas, y tan ricamente aderezada como dispuso la vigilancia de los señores Diputados y requiría la ocasión; y por parecer pequeña para tanta magestad, en dos días se alargó muchas baras y ocupava un superfino terrapleno de la parte del muro, en que trabajaron trescientos hombres cada día. Estava todo el sitio rodeado de tablados curiosamente dispuestos, y particularmente uno, que ocupava el frontispicio de la casa del conde de Santa Coloma; estava doce palmos alto de tierra y sus columnas arriba, para formar el sobrecielo, todo de damasco azul y amarillo, con la tapicería de la Diputación, historia ó fábula de Mercurio, que en su género y riqueza no se le sabe ygual; este tablado hera para las señoras y damas de la Reyna únicamente.

    Aquel día, á horas competentes, besaron la mano á la Reyna en público el Obispo y cavildo, la Ciudad, los diputados, los consejos, y por su orden los demás puestos y nobleza: en estos obsequiosos y devidos cumplimientos se pasó aquel día, y llegando la noche, apenas extendió ésta su negro manto, quando, para desmentir sus sombras con artificiales luces, amaneció nuebo día en aquel sitio. Estava todo el cercado de blandoneras y acheras tan espesas, que el calor de unas á otras era tan activo que aindava á dirretirse y quemarse más aprisa, y en donde no podían ponerse achas, suplían calderones de tea. Toda la cera era blanca, y ella y la fiesta á costa de la Diputación. Poblóse luego el balcón de las damas de la Reyna y sucesivamente los tablados; llenóse la plaza de gente de calidad, que fué preciso que salieran á despejarla. Don Bernardino de Marimón y Miguel Juan Granollaes, que con hermosos cavallos y ricos aderezos de raso verde y pasamanes de oro, vistiendo ellos el mismo color, y ocho lacaios con librea encarnada y plata, despejaron la Plaza, y luego S. M. ocupó el balcón de su mismo palacio, que hacía frente á la misma plaza, y se dio principio á la fiesta en esta forma: entraron delante clarines, trompetas, cajas y menestriles, todos con libreas de damasco blanco y carmesí, antiguos colores de las libreas del Principado; venían después quatro maeses de Campo, quienes heran D[on] Juan de Ardena, Joseph de Bella filla, Don Juan Ferrán y Don Pedro Vila, con ricas galas, plumajes, hermosos adrezos y vizarros cavallos; venían sucesivamente el diputado Militar Don Francisco Sentis, acompañado de Don Joseph de Cárdena, conde de Montagut, vestidos á la española de la m(an)g(a)? leonada, con franxas de oro de Milán, y las capas de lo mismo á echura de gavanes; el aderezo de los cavallos era de lo mismo, con quarenta lacaios de librea de lo mismo, que si no hera tan costosa como las galas de los dueños, hacía los mismos visos, con mucho plumaje y sus achas encendidas corrieron parejas, y haciendo acatamiento á S. M. con las lanzas, tomaron su puesto. Lo mismo hacían los demás que se siguen, con gran concierto y vizarría. Entraron después D[on] Joseph Cano? y Don Ramón Semmenat en traje de emperadores romanos coronados de laurel, con ricos cabos y adrezos: llebaban ocho lacayos á la romana, vestidos con cotas largas plateadas, con helantes de plata y sus achas de cera blanca encendidas. Es de advertir que era á cordado que ninguna pareja podía entrar más que ocho lacayos, menos las del Diputado militar y vizconde de Job. Gerónimo de Gava y Marcho? vestidos á la francesa, los bestidos acuchillados con muchas mengalas blancas qual salían por la trepadura; los calzones de grana guarnecidos de pasamanes de oro. Los lacaios en el mismo traje color y bestidos, algo menos costosos. Joseph de Corbera y Diego de Bergos en traje pastoril, pero con mucha gintileza y curiosos vestidos. Los lacaios al mismo modo y color. Don Juan Junent y Luis Lluy, en forma de ninfas y amadriades de los bosques, con muchas telas brillantes salieron muí galanes: los lacaios bestidos con vaquelléros á lo antiguo, con bariedad de colores, que en plumas é invenciones lustrosas hacían famosa vista. El varón de Rocafort y Don Ph(elip)e Ferrán en traje de egipcios, con bariedad de plumajes ricos y diversos colores. Los lacaios del mismo género. Don Joseph Doms y Don Joseph Gamir á lo portugués, que bien que iban de negro, hacía mucho el vestido por ir guarnecido de canutillo y pasamanes de plata; los lacaios de esclavos, con justillos del mismo color y calzón blanco. Don Francisco Funet y Don Antonio Mur en traje bolonés, con mucha gallardía y donaire. Los lacaios asimismo cerraban esta quadrilla. Don Luis Rejadell y Don Luis Soler vestidos á la española, con ricas galas y costosos plumajes y no menores adrezos de cavallos, que todos en su traje procuraban llebar ricos ginetes. Los lacaios destos dos últimos iban también de librea á la española. Sin intermisión ninguna, al son de pífanos y atambores, entraron quatro carros triunfales con mucho primor y destreza fabricados, tenía cada uno 24 barás en largo y 16 en ancho, con sus valagostados á los lados, todos plateados, y á cada esquina personajes de bulto mui bien trabajados; llebavan unas telas pintadas de variedad de fábulas al rededor de los carros hasta tierra, y con ellas se cubrían assí las ruedas como la gente que movía la máquina del carro con tal orden y secreto, que parecía que sin impulso alguno caminava; venían en cada carro cinco caballeros armados de punta en blanco, con lanzas plateadas y ricos plumajes y libreas con muchos volantes: todos los de un carro iban de una color y los otros de otra, entrando la plaza con gran magestad y lucimiento; dieron uña buelta á ella haciendo el devido acatamiento á la Reyna, y hecho esto, se retiraron los carros á un cavo de la Plaza. En cada carro iba uno que hacía maestre de Campo delante los otros quatro: que eran del primer carro, Don Ramón Gelabert; del 2.º Don Francisco de Paguera; del 3.º, Don Ramón Zalma; y del 4.º Don Luis de Escallar. Entró luego la otra quadrilla, que se componía destos: Francisco Gallar y Jayme Magarola vestidos á lo indiano, todos negros, con tal primor y velleza de plumajes, que sin deslucir á los demás se tubieron éstos por los más gallardos y bien vistos de todos los trajes, pues en riqueza quisieron manifestar ser en sí una India. Don Grao Guardiola y Don Juan de Tamarite á lo tudesco, con ricas y brillantes entretelas. Don Bernardo y Don Miguel de Calva en traje de salvajes, vestidos de oro y verde, con mucho primor y no de poco coste. Don Luis de Jenolar y Francisco Sorribas vestidos de úngaros, muy ricos sombreros al estilo de aquella nación y forrados de martas y el vestido también, que pareció muchas veces bien esta gala. Los lacaios de todos estos, al mismo modo que sus dueños en trajes y colores. Don Alexo Grimau y Don Luis Sanz al modo que nos pintan las amazonas, con mucho donaire y gala, y los lacaios á modo de antiguos soldados, iguales en color á sus amos. Don Juan de Eril y Don Thomás Fontanet de vandoleros á la cathalana, con trajes al uso, mucha charpa, flasco y pistolas, las capas á la gascona leonadas y oro con muchos alamares, y forradas en tela de plata con ricos adrezos los cavallos. Los lacaios en cuerpo al uso, con pistolas. El capitán Miguel y Planella, como á persianos, salieron con lucidas galas; los lacaios al mismo traje gallardamente vestidos. Don Gaspar Calders y Joseph Aguillar de flamencos, con rrubias guedejas y vistosas galas. Los lacaios del propio modo; el oidor militar, que era Francisco Casanovas, y el vizconde de Job, á la antigua española, con calzones á la antonia, capa con capilla y gorra llana, con tanta vizarría y gala, que no se podía desear más. Estos trahían quarenta lacaios vestidos á nuestra antigua moda: todos venían con mascarillas, procurando en ellas cada qual copiar los rostros de las naciones que representavan. Dióse principio á los estafermos, pues en cada cavo de plaza havía uno, y empezó á correr el Diputado militar, después de haver todos hecho las devidas cortesías á la Reyna; tomávanse las lanzas en medio de la plaza, que, como heran dos los estafermos, avían al cavo de la carrera de ejecutar la suerte, y en un hermoso caracol que formaban con los cavallos, en breve rato corrieron de seis á ocho lanzas cada uno, con gran destreza, felicidad y buenas suertes. Mudáronse luego las achas del cerco de la plaza con tal disimulo, que siendo más de mil achas las que de continuo quemaron, admiró mucho asi la diligencia como la grandeza: interrumpieron esta nobedad y atención los pífanos y atambores, á cuio aviso, con magestuoso movimiento, se juntaron los quatro carros triunfales delante el balcón de la Reyna, y formando uno servían los balagostados de hermosa valla para el torneo, que se hizo todo lo bien que se podía desear; concluiendo la fiesta con dos follas de cinco á cinco, y dando con gran orden y hermosa gala una buelta á la plaza, se retiraron todos, que era ya pasada media noche. Un lacaio poco experto pereció en la desilada del estafermo atropellado de un cavallo.

    El día siguiente, que era domingo de Carnestolendas, se esmeró la nación cathalana en hacer las más festibas este año que las demás, con báriedad de danzas, bayles, quadrillas y hermosos y ricos disfraces; el clos (cercado) era en el Llano de San Francisco, adonde todas las máscaras y el concurso asistía, y en devidos puestos era un continuo sarao y festín; y para esto tenían los Conselleres, como acostumbran, barias quadrillas de músicos y menestriles; por las noches era toda Barcelona una fingida Troya en fuegos y luminarias, pues hasta los muros estavan cercados de luces con bariedad de imbenciones. Esto duró las tres noches, y todas ellas se dava fin al bullicio pasada la medía noche: á las oraciones la artillería y milicia hacía su salva, y todo cuanto se oía y veía era demostraciones de amor, festejos de gozo, en obsequios y aplausos de la serenísima Reyna.

    Ultimo día de Carnestolendas, que lo era de nuestra gloriosa patrona, quiso S. M. con su eredado celo y cathólica piedad visitar su santo sepulcro de la virgen y mártir Santa Eulalia, y así fué S. M. con mucho lucimiento al Aseo. Estava aquélla iglesia un abreviado cielo, así de riquísimas colgaduras como de plata y oro, y con muchos perfumes y aromas: asistióle el cavildo todo, y visitó la capilla con suma devoción; llevada de la misma, el lunes 25 hizo la misma diligencia al glorioso San Raymundo de Peñafort, en el combento ó iglesia de Santa Cathalina mártir, de religiosos dominicos: havían también éstos adornado ricamente la iglesia y altares; recivió á S. M. la comunidad cantando el Tedeum laudamus, y después de haver hecho oración al Sacramento, visitó la capilla del Santo, en donde vio á sus dos hermanos Rey y Reyna n(uest)ros?: tomó después su coche. Iba en cuerpo con un bestido de terciopelo azul y negro, bordado de oro y mui preciosas joyas. Reconoció S. M. la fineza y amor con que la miravan los cathalanes, que guiasen por la calle de los Mercaderes, de la Boria y de Moncada, al muelle; luego llegó la noticia á la marina, y recojiendo las tiendas las galeras, dieron al viento hermosas vanderas, flámulas y gallardetes, y llegando S. M. á emparejar con ellas, dispararon artillería y mosquetería con gran gala repitiendo hasta sigunda salva, haciendo lo propio las demás embarcaciones: paseó un rato S. M. y, retirándose, dejó entre gustosos y apesarados los ánimos de quien la miraba, ocasionando ambos efectos su vista y su ausencia.

    Domingo, á dos de Marzo, quiso ver S. M. el sumptuoso combento de San Fran(cis)co, y así pasando por la tribuna, bajó á la iglesia, en donde los religiosos, cantando el Tedeum laudamus, la recivieron: hizo oración á Nuestro Señor, y entrando por la sachristía, dio vista á todo el combento haciendo mansión un rato en el claustrillo pequeño, con ocasión de la montañuela que con bariedad de personajes ó imbenciones de agua tienen dispuesta los religiosos.

    Domingo, á tres del mismo mes, mandó S. M. prevenir sus carrozas, y acompañada S. M. del arzobispo de Sevilla, de su confesor, del conde de Barajas, damas, meninas y meninos, se fué á visitar la Real casa y monasterio de Pedralbas: á la noticia de este viaje se poblaron los campos y caminos de gente, que parecía un numeroso exército. Havían precedido algunos días de gran templanza, y como el clima es benigno en este país, estaba ya la campaña hecha una alfombra verde y casi entretejidas de flores, pues ambiciosas de rendir cultos á tanta Magestad, intrépidamente rompieron las conchas de que naturaleza las previno en los rigores de Henero. Alegres los pajarillos de tanta grandeza y soberano huésped, lisonjeaban en dulce armonía con barios motetes, y en fin, todos tributaban beneraciones y parabienes á tanta grandeza. Llegó S. M. al monasterio, y reciviéronla aquellas santas religiosas con indecible alegfía, entonando el Tedeum: besáronla la mano, y al entrar en la clausura, era tanto lo que sentía el concurso perderla de vista aquel breve rato, que no pudiendo aguantar la guardia, fué preciso que el conde de Barajas insinuara á S. M. el desconsuelo con que quedaban, y dijo entonces S. M. en voz alta que luego saldría, que se quitasen, y que permitía entraran todas las señoras y damas cathalanas que allí estaban, y que los hombres quedasen. En procesión se fueron derechamente al coro y luego hubo sermón, que, acavado, dijo misa el Capellán maior de S. M., y concluida se fueron á donde las religiosas tenían ya dispuestas las mesas y sumptuosa comida: della nada diré, pues estando entre monjas, dicho se está que sería todo cumplidísimo: comió S. M. en presencia de todos y las damas cathalanas, enseñando con su modestia, templanza y pasimonia lo que deben hacer las señoras; retiróse luego á otra estancia, para dar lugar á que las damas comiesen. Las barcelonesas se repartieron por las celdas con sus conocidas. En haver comido, quiso S. M. pagar el agasajo á las damas cathalanas y llebada de su gran benignidad, las embió á decirles daba lugar para besarle la mano, que todas lo ejecutaron con reverente obsequio y rendida obediencia. Pasóse la tarde en ver la casa y su grandeza; dieron las monjas una esplendida merienda de bariedad de dulces, y S. M., después de haver tomado algo, dijo á las circunstantes todas que comieran sin reparo ni atención alguna; mandó luego se dispusieran los coches para bolverse á Barcelona, que ya era tarde, y con el referido aplauso bolvio á Palacio.

    El lunes, á 17 del mismo, visitó S. M. la iglesia y Real combento de la Virgen de la M(e)r(e)d: iba bestida de terciopelo morado con guarnición de puntas de oro y rico adrezo de diamantes; recivieronla aquellos santos religiosos en la conformidad que los demás combentos, y hecha oración en la iglesia, pasó Su Magestad al combento, y después de visto condujéronla al refitorio, pieza mui vella, en donde con rendida voluntad tenían los padres una mesa puesta con 40 fuentes de variedad de dulces, y á su lado un primoroso aparador de vidrios, que se llevaron toda la real atención y de los circunstantes. Sentóse S. M. en una silla de terciopelo carmesí, por ceremonia no más, y apenas se lebantó, quando entre los del cortejo quedaron mesa y aparador destituidos de todo, que pareció un encanto la brevedad y sutileza con que lo lebantaron; bolvióse S. M. á casa, y viendo la multitud que la seguía y llevada de su deboción, por el Llano de San Francisco suvió á la muralla y fué á visitar la capilla de Monserrate, y por la misma muralla se bolvio á su Palacio.

  • Llega noticia del inicio del proceso de beatificación de Olegario

    No puede la cortedad de una pluma, por ipérbola que sea, llegar á encarecer el júvilo y muestra de gozo con que esta ciudad de Barcelona recevió noticia y rótulo (Según se comprueba más abajo, el autor llama rótulo al despacho ó bula pontificia.) de conceder la santidad de Urbano octavo el permiso de que se recivieran públicas y jurídicas informaciones de las esclarecidas virtudes, prodigiosa vida y admirables milagros de nuestro santo obispo San Olaguer, á quien ya sus propias virtudes y continuados beneficios le habían granjeado en la común opinión el renombre de santo. Llegó la nueba á 14 de Agosto de 1630, y no es ponderable el gozo con que la celebraron, no sólo el Ilustrísimo y Excelentísimo señor Obispo, cavildo y clerecía, sino todo el lugar que en tiernos júvilos mostrava el ferbor de sus deseos, de ser al glorioso Olaguer colocado por la iglesia en el catálogo de los demás santos, y extendido su rezo y aprobado por la Santa Sede. La primer demostración se remitió á un solemne himno del Tedeum, ya que en lenguas de las campanas y ruidosas salvas se mostrasen las voces de los humanos pechos. Dispúsose que con pomposa solemnidad y lucido acompañamiento el Conseller, en capítulo, presentase el despacho en público al Obispo, y después de varios recados y embaxadas de Ciudad á cavildo, y deste á aquélla, y aparatos militares para la función, se resolvió para el miércoles 18 de Setiembre. El martes antes, que era á 17, se dio orden que al mediodía en todas las iglesias se tocasen las campanas en señal de regocijo; á la misma hora, la artillería hizo su salva, durando en repetidos estruendos toda aquella tarde, y á la noche en las dos torres del Aseo todo era luminarias, tiros y coetes, que parecía se ardía todo. El alborozo continuó casi toda la noche, y el día siguiente, se celebró solemne oficio, estando la iglesia y capilla del Santo quan ricamente aliñada y colgada se pudo; llegando la tarde después de víspera, quedó la capilla en coros, cantando diversos motetes y villancicos para divertir la multitud de gente que havía concurrido á la función, y para la de afuera havía también su entretenimiento con los ministrilles, trompetas y clarines, que nunca cesavan. Partió de Casa de la Ciudad el acompañamiento, guiando por el Regomi, calle Ancha, Santa María, calle de Moncada, Boria y plaza del Rey al Aseo, en esta forma: precedían dos compañías de infantería muí lucidas y numerosas, que era los cofadres de Santistevan y los albañiles, disparando de continuo; seguían luego los atambores, trompetas y ministriles, todos bestidos de la librea de la Ciudad; sucedían más de doscientos cavalleros y ciudadanos á pie con muí buen lucimiento, á quienes la Ciudad havía combidado, y últimamente, los oficiales y maceros de la Ciudad con sus insignias y los quatro Conselleres, siendo el último el en cap, que con un tafetán ó damasco bordado de oro, trahía el rótulo ó despacho pontificio. De esta suerte llegaron á la iglesia con una muchedumbre de gente que los seguía, y en la Lonja estaban esquadronadas las dos compañías, á quienes como á M(aest)re de campo de la Ciudad, comandava el señor de Bellafilla, y al llegar la Ciudad hicieron sus salvas con gran destreza, como si fueran soldados mui veteranos, y desde sus tablados las cajas, trompetas, clarines y chirimías hacían su oficio. Salióles á recevir el ilustre cavildo con mucha clerecía, y acompañando á la Ciudad hasta el presbiterio de la iglesia en donde estava el Obispo, primer nombrado en la bulla, con los otros dos ejecutores, que eran el arcediano maior y Don Ramón Semmenat, y los canónigos Mathías Amell y Joseph Ramón, entregó al Conceller en nombre del cavildo el despacho al señor Obispo, con auto de notario, requiriéndole su ejecución. Acavóse con esto la función y restituióse cada uno á su casa con mucha alegría, de ver el fervor con que se tomaba la canonicación de nuestro glorioso santo.

  • Juramento del infante cardenal por virrey, pérdida de prestigio importante al quitar los sombreros para él, continuación y disolución de cortes

    Luego que llegó S. M. á Barcelona, se bolvieron á continuar las Cortes que havían quedado sin concluirse el año 26, por los desabrimientos que se dijo del de Cardona y Santa Coloma; pero viendo S. M. que ni aora podían terminarse en mucho tiempo por las controbersias que se sucitavan, y que hacía mucha falta su R(eal) P(resencia) en los reynos de Castilla, combinieron S. M. y los brazos en que quedase por presidente de ellas el señor cardenal su hermano, hasta su conclusión, con título y carácter de Virrey. Gombenidos en esto, se partió S. M., quedando el cardenal aquí, á quien se dispuso tomar el juramento algunos días antes del Corpus; y llegando el día señalado acudieron los puestos al Aseo como es costumbre, á donde, llegando el señor cardenal con aquel lucido acompañamiento que toca á su real persona, salieron los conselleres á recivirle, que ya se hallaban en la iglesia, y acompañáronle á el presbiterio, en donde, al prestar el juramento, dijo el protonotario: «Por mandado de S. A., que todos los que aquí asisten se quiten los bonetillos, hasta el señor duque de Cardona.» El conseller en cap, sin acordarse de su gran preeminencia, se descubrió, y los demás les siguieron; perdióse en un instante joya que á costa de mucha sangre y preciosos servicios en largas edades havía comprado esta novilísima y leal ciudad, de el ánimo y cariño de sus famosos Condes y Reies, y que tarde ó mui difícilmente la bolverá á cobrar. Juró el Infante, y vanos los castellanos, empezaron á publicar que ya habían conseguido que los conselleres de Barcelona no podían cubrirse delante los presidentes y personas reales, y esto con tales muestras de alborozo y burla, que eran otras tantas saetas para los corazones barceloneses; y no sé si de este día y con esta erida, se llagaron algunos tan en lo más sensible, que no sería error muy grande persuadirse que de los lances futuros tubo parte este suceso. Juntóse luego el Consejo de Ciento; intentaron desnudar la gramalla al conseller en cap, y deponerle para siempre de las bolsas (Es decir, quitar su cédula insaculada en las bolsas, lo cual equivalia á privarle del derecho de poder ser elegido para cargos concejíles); pero nunca falta en los comunes quien apoye ó al desdichado ó al elevoso, y así no prebaleció la resolución. Era este infelice el doctor Bernardo Sala: riñéronle la acción, y tomaron acuerdo de no concurrir jamás en público con el cardenal, ni poder ir juntos por ciudad tres conselleres, ni á pie, ni en coche, mientras estubiera el cardenal. Resolvióse hacer la visita que se acostumbra á los Virreyes después de su juramento, y provarlo (no) descubrirse; pero advertido de esto, excusóseles el Infante poderlo hacer, pues los despidió luego sin darles lugar á su intento. Con esto creció el desabrimiento, y con saver se havía tomado auto de estar descubiertos los conselleres delante personas reales: atribuíase á que el mandato de descubrirse lo havían aconsejado al Príncipe el conde de Oñate, su consultor, y el de Cardona, y publicóse también que el auto se havía embiado auténtico luego al Rey: visto todo esto por la ciudad, y movida de un papel que el Infante escrivió á la Ciudad, que insertava una carta del Rey en que dicen decía que en su real presencia, no sólo los grandes, pero ni el Infante, ni sus hijos se cubrían, sino con mucho gusto suio, ó aquellos que por mui relevantes servicios lo llebavan merecido; escrivió la Ciudad un memorial de cinco pliegos, que narrando los muchos y singulares servicios, desacía la última cláusula del papel, y haciendo constar de infinitos privilegios de los gloriosos Reyes, con copiosísimas gracias, concluía con infinitos exemplares de concurrencias del conseller en cap y Reyes, en que havía aquél siempre gozado la preeminencia de grande de España, á todas luces, y que en esta posesión se hallava Barcelona, sin que huviese merecido le despojasen della. Dióse el memorial al Infante, y se remitió al Rey, extendiéndose después por todo. Quedóse en silencio con esto la materia, y no sé io cómo quedará para cuando suceda el lance de venir el Rey.

    Día del Corpus siguiente, fué S. A. á la iglesia del Aseo en público á oír los divinos oficios: páresele un rico dosel de terciopelo carmesí con franxa de oro y estrado igual, y estubo sentado de modo que apenas se le veía el rostro, asistido de su consejo y familia, pero no de la Ciudad, que tampoco á la tarde concurrió en la procesión. Llebavan el tálamo seis sacerdotes revestidos, en vez de los conselleres: su Alteza hiva en el puesto que como á Virrey le competía, y el señor Obispo en el gremial. S. A. llebava una antorchita dorada encendida, y con una banderilla de damasco carmesí le hacían aire, y se seguía después su familia.

    A medio Junio enfermó S. A. de unas tercianillas, sangráronlo dos veces, y el día de San Pedro se hizo una procesión general de rogativas por su salud, y quiso Dios oírnos y dársela en breve mui buena. Su divirtimiento el tiempo que estubo acá, era el maior la caza y pesca, visitando algunas iglesias.

    Para el día 11 de Abril de 1633, le vino la orden á S. A. de su hermano nuestro Rey, para que pasase á Flandes con 18 galeras de España, Sicilia y Genova, que se hallavan en este puerto, y así ejecutó ese día por la tarde su embarcación en la capitanía de España, que nuebamente se havía adrezado: no quiso embarcarse por el puente que se le havía fabricado, por el de palacio, ni tampoco que se le disparase artillería, así porque llebava luto de su hermano Don Garlos, como por el dolor que mostrara de dejar á Barcelona, en donde vivía gustosísimo: embarcóse por el muelle mui silenciosamente, por un puentecillo que se havía hecho desde la tierra á galera: embarcóse luego la familia, pero no partieron hasta las once de la noche: fuese á Genova, en donde estubo algún tiempo; de allí pasó á Milán y también estubo algunos meses, en donde tomó mucha melicia, y no sin mucha contradicción de franceses, suecos y olarideses: ejecutó su pasaje disputándolo mui á menudo con las armas en la mano, y á costa de muchas vidas. El día 7 de Setiembre, 1634, tubo un fiero combate con los suedeses, y derramando mucha sangre de una y otra parte, consiguió la victoria contra veinte y seis mil hombres del Rey de Suecia, haciendo en ellos fiera carnicería y gran presa. Dios le prospere en sus felices sucesos para maior exaltación de la fee.

  • Salen 130 mosqueteros para Rosellón

    El día 15 de Junio 1639, salieron 130 mosqueteros del tercio de la Diputación á juntarse con los demás; cuio capitán era el obispo Vidal, cavallero así llamado (Era lo de obispo un sobrenombre ó mote).

    El señor Obispo, también á su costa, levantó 150 soldados; á todos los vistió con famosos capotes de campaña y sombreros blancos. Los demás obispos, cavildos, ciudades, villas, lugares y comunes, bien á su costa, levantaron soldados, cada uno sigún su posibilidad, y llegaron los lugares á dar de entrada á 25 y 30 libras á cada soldado, sin el socorro de calidad que se distribuieron los comunes: cavalleros, ciudadanos y quantos gozavan de privilegio militar tuvieron orden de salir á campaña, y á los que no salieron los desterraron con público pregón á Oran y otros presidios, con que salió mucha gente, de forma que asiguraron, que entre voluntarios y de sueldo pasavan de 18 mil hombres solamente de milicia cathalana. La proclamación (Proclamación católica á la magestad piadosa de Felipe el grande rey de las Españas y emperador de las Indias nuestro señor los Conselleres y Consejo de Ciento de la Ciudad de Barcelona Año 1640) dice que llegaron á 30.

  • Entrada triunfal de un retrato de Fernando VII después de una ocupación francesa de seis años

    Llega por fin el dia 30, dia de S. Fernando, en que las tropas españolas deben solemnizar su entrada en la ciudad, á los 75 meses y medio de su cautiverio; cumpleaños de aquella desigual batalla que inmortalizó para siempre el oscuro pueblo del Bruch. A las primeras horas de la mañana despertó la voz del cañon á los libres barceloneses, convidándoles á la fiesta que se preparaba. Desde la puerta de S. Antonio hasta el palacio real cubrieron los victoriosos soldados las calles, que debia recorrer á las diez de aquella hermosa mañana una soberbia carroza, precedida y escoltada por infanteria y caballeria, tirada por ricamente enjaezados caballos, y en la cual se ostentaba el retrato de Fernando VII. A sus piés y en el testero del coche, se veia arrodillada una noble matrona, figurando á Barcelona en actitud de presentar su corazon al mas amado de los reyes. Tendido á sus plantas un perro significaba la lealtad catalana. A la derecha del carro triunfal cabalgaba el general en gefe D. Francisco Copons y Navia, y D. Francisco Javier Cabanes, su gefe de estado mayor, á la izquierda. Poco antes de entrar en Barcelona la comitiva, presentóse á Copons el nuevo gobernador de la plaza D. Pedro Sarsfield, y le entregó las llaves de la ciudad.

    – «Las tomo en mis manos, contestó el capitan general, para manifestar ante el real retrato, que asi como he defendido la real corona de S. M. interin su cautiverio, presentándome al enemigo en diferentes acciones campales, y defendido la plaza de Tarifa, juro que mientras yo mande en este principado, le serán sus plazas conservadas; y devuelvo á V. S. las llaves, por la confianza que me merece.» Tomólas Sarsfield y colocóse á la izquierda de la carroza.

    Entonces la plaza y los buques de guerra surtos en el puerto que estaban empavesados desde la salida del sol, saludaron con estrepitosa salva la entrada del retrato de S. M., cuya comitiva siguió en medio de los vivas de la tropa y numeroso gentio por las calles del Hospital, Rambla, Dormitorio de S. Francisco, Ancha, Fusteria, Encantes y plaza de Palacio. En la puerta de este real edificio esperaban el Ayuntamiento de Barcelona y una diputacion del cabildo eclesiástico, que cumplimentaron al capitan general, quien les habló en estos términos:

    – «Al pueblo heróico de Barcelona no puedo darle mejor testimonio del aprecio que me merece, que haber señalado para el dia de mi entrada, el de nuestro amado soberano, entrando en triunfo su real retrato para consolar con su real presencia á los leales habitantes de esta fidelisima ciudad, que á pesar de la dominacion francesa siempre amaron y defendieron á nuestro legítimo soberano.»

    «Las virtudes que adornan al cabildo de la Santa Iglesia de Barcelona, son dignas de la mayor consideracion. El cabildo siempre tendrá en mi el mas fuerte apoyo, y le ruego pida al Sér supremo conserve largos años la importante vida de nuestro amado soberano para la felicidad de la monarquía.»

    En seguida S. E. y el general gobernador sacaron del coche el retrato de S. M. para colocarlo en la decoracion que se habia dispuesto en uno de los frentes del real palacio; lo que habiéndose verificado, desfilaron delante de la augusta imágen, las tropas que la acompañaban, los dos escuadrones de húsares, la tercera division del segundo ejército y los cuerpos que estaban tendidos en la carrera, dando todos á S. M. y con el mayor entusiasmo, sincero y repetidos vivas.

    Poco despues, y en el salon donde fue colocado el retrato, recibió en corte S. E. á todos los generales, gefes y oficiales á quienes arengó de esta suerte:

    – «Señores oficiales del primero y segundo ejército y division Mallorquina: Despues de haber dado tantos dias de gloria á la nacion, y de haber sufrido privaciones, es necesario descansar con la comodidad que permite esta guarnicion. La oficialidad de estos ejércitos siempre ha espuesto su vida por el rey, como lo tiene jurado, y no dudo que todos tendrán mayor satisfaccion en renovar el juramente ante este retrato.»

    Todos á una voz lo aseguraron. Despues de lo cual pasó S. E. acompañado del general gobernador, y toda la oficialidad, y presidiendo el Ayuntamiento, á la iglesia Catedral en donde se cantó un solemne Te Deum, asistiendo tambien el Obispo D. Pablo Sitjar, en accion de gracias por tan felices acontecimientos. Durante la noche hubo músicas é iluminaciones.

    Entre tanto … quedó del todo libre de franceses la provincia, y con ella todo el territorio español. Dia fué aquel de gloria para la nacion, aun en medio de los sinsabores que, el hasta entonces tan amado monarca, empezaba á hacerle esperimentar.

  • El obispo Laguarda da gracias a Dios y a Manuel Girona por haberse acabado la reforma neogótica de la catedral

    Las fiestas Constantinianas en Barcelona
    En la Catedral

    Con gran solemnidad se celebraron en la Catedral los actos anunciados para [el] primer día del Triduo en conmemoración del XVI Centenario del edicto de Constantino.

    A las diez de la mañana empezó el oficio, en acción de gracias por la terminación de la fachada y del cimborio del templo.

    El capitán general, don Valeriano Weyler, que ostentaba la representación de S. M. el Rey, ocupó un sitial colocado bajo dosel en la parte derecha del presbiterio, acompañándole el gobernador civil, señor Sánchez Anido, el alcalde señor Collaso, con el teniente de alcalde señor Valles y Pujals y los concejales señores Carreras, Muntañola y Vallet.

    La cripta de Santa Eulalia se hallaba cubierta, situándose en la parte derecha de ella, don Manuel y doña Ana Girona, con todos sus hijos políticos y nietos. En la parte izquierda se hallaban el comandante de Marina, don Antonio Montis, el general gobernador señor Rodríguez y Sánchez Espinosa, el diputado provincial, don Pío Valls, el catedrático de la Universidad doctor Carreras, los generales con mando en esta plaza y varios cónsules.

    Entre los numerosos invitados que ocupaban el antecoro, figuraban los miembros de la Junta diocesana de Acción Católica, señores Albo (F.), Plá Deniel, de Riba, Nadal y Dalmases, y en el caro estaban el presidente de la Audiencia señor Serantes, el fiscal de S. M. señor Rives, el delegado de Hacienda señor Eulate, el catedrático de la universidad doctor Fábregas y el del Instituto General y técnico señor Brugada y representantes da muchas comunidadies religiosa y entidades católicas.

    El resto de los cruceros estaba totalmente ocupado por los fieles.

    El altar mayor presentaba el aspecto de las grandes fiestas, como las verjas del presbiterio y de la cripta de Santa Eulalia. De las galerías colgaban los tapices de las grandes solemnidades, estando el templo espléndidamente iluminado.

    A las diez empezó el oficio, que era de medio pontifical, siendo el celebrante el canónigo doctor Sánchez, asistido de los capitulares doctores Bruguera y Puig.

    El «Orfeó Cátala» cantó la gran misa del Papa Marcelo, de Palestrina.

    Terminado el Evangelio, el doctor Laguarda, que ocupaba su sitial frente al del representante de S. M. se dirigió al pulpito, con capa pluvial, mitra, y báculo y precedido del cabildo y clero catedral.

    El discurso del prelado, á pesar de hallarse éste convaleciente, fue elocuentísimo. Empezó saludando á S. M. el Rey que había querido asociarse á la solemnidad, dirigiéndole una expresiva carta en la gue se interesa vivamente por el bien moral y material de Barcelona y delegando su representación en persona tan ilustre corno el general Weyler, al que encargó transmitiera al Monarca la gratitud del prelado y de la Iglesia de Barcelona y los votos que hacía en este acto para que Dios le proteja en los días de su vida y sean éstos dilatados en bien de la Monarquía y de la Patria.

    Después de saludar y agradecer su asistencia á las autoridades y demás invitados, entró en la materia objeto de su discurso, que era la historia de la Catedral, perla, dijo, de la hermosa concha que se extiende desde el Tibidabo hasta el mar.

    «La diócesis de Barcelona ve en este templo algo así como la inspiración y manifestación de su alma, porque la diócesis de Barcelona ve en esas negras piedras y en esas columnas gue se levantan y en esas muros, algo más que piedras; esas piedras son verdaderos archivos de gloriosos recuerdos de la Iglesia y de la diócesis de Barcelona.

    Y porque la diócesis de Barcelona mira con veneración profunda y singular este templo, al ver para el frente del mismo una preciosa fachada y que después se levanta dirigiéndose al cielo un hermoso cimborio, prodigio de la arquitectura, y observa esto que hace veinticinco años no existía, rebosa de gratitud y agradecimiento.»

    Recuerda el prelado que el día de la Purísima del año 1886 hablaba precisamente desde aquel mismo púlpito el obispo don José [sic] Cátala, el cual había, recogido el alma de su pueblo, y expresaba el deseo que todos sentían de que la Catedral de Barcelona tuviera terminadas sus obras, especialmente de su fachada.

    Añadió que el deseo ha sido realizado, gra-cias á la munificencia de don Manuel Girona que se ofreció á costear la fachada. Con este motivo elogió á aquel patricio y á sus hijos, que han sabido imitar á su padre continuando su obra y costeando el cimborio.

    Hace al doctor Laguarda el historial del templo catedral desde el tiempo en que según tradición el apóstol Santiago predicara en este mismo montículo en que hoy se asienta.

    Hablando de la parte artística de éste:
    «Lo que dicen los templos ojivales, añade, está demostrado en éste. Mirad estas columnas, delgadas, finas y sólidas como el pensamiento que se levanta; mirad estos arcos apuntados; mirad esa luz que se filtra por los vidrios de colores; mirad las sombras de tristeza augusta de que están impregnadas las naves de este templo… todo habla de Dios, de la eternidad, del alma.»

    Señala la característica de nuestro templo Catedral, notable, no por sus adornos maravillosos, que no tiene, sino por la pureza de sus líneas incomparables, y felicita á los facultativos que han trabajado para completar dentro de su estilo propio la obra de la Basílica, señores Mestres y Font.

    Terminó el doctor Laguarda su hermoso discurso cantando un himno á la patria catalana y elogiando los sentimientos cristianos del pueblo de Barcelona.

    El doctor Laguarda, al acabar su discurso se sentía bastante fatigado, á causa de hallarse aún casi en la convalecencia.

    Después del sermón, el «Orfeó» cantó un Te-Deum. La función religiosa terminó á la una menos cuarto.

    En el palacio episcopal.—Banquete

    Terminados los oficios se reunieron las autoridades en el salón del trono del palacio episcopal, y en presencia de don Manuel y doña Ana Girona el canónigo doctor Faura leyó el texto de un pergamino que el cabildo entrega á los señores de Girona. En él está copiada el acta de la sesión del cabildo en que se acordó declarar bienhechores insignes á don Manuel y doña Ana Girona.

    Con tal motivo se cambiaron palabras de gratitud entre el prelado y el señor Girona.

    El prelado sentó á su mesa á las citadas autoridades. Una de las presidencias de la mesa la ocupaba el general Weyler, que tenía á su derecha á doña Ana Girona, viuda de Sanllehy; al presidente de la Audiencia, al delegado de Hacienda y al doctor Carulla, y á su izquierda al alcalde, presidente de la Diputación, deán doctor Almera y vicario general doctor Palmerola.

    La otra presidencia la ocupó el doctor Laguarda, que tenía á su derecha al gobernador civil, rector de la Universidad, señor Millán Astray [es decir el padre del Mutilado: le falta entrada Wiki] y presidente de la Junta diocesana señor Trías, y á su izquierda á don Manuel Girona, comandante de marina, fiscal de S. M. y capitán ayudante del general.