Llevan a San Severo a Santa Clara para aliviar la sequía, pero el Señor no se arrepiente

Estávamos ya en el mes de Abril y la cosecha perdiéndose por instantes, pues apenas se divisavan los panes sobre la tierra: tal era la esterilidad y falta de agua; y (no) haviendo podido conseguirla por medio de Santa Madrona, resolvieron la Ciudad y Cavildo recurrir al glorioso San Sever(o): sacáronlo de su capilla, y puesto en el altar maior algunos días, se le repetían las súplicas con gran ternura y continuados sermones y cotidianas procesiones, que con muestras de gran dolor y penitencia acudían a buscar el remedio; pero como nuestras culpas son las que endurecen los cielos y cierran los oídos á la divina misericordia, nada bastaba para aplacar la justicia de Dios. Crecía la necesidad y con ella el desconsuelo, y así se determinó sacar en procesión al glorioso santo por las calles llebándolo al combento de Santa Clara. En esta procesión concurren los texedores de lino vestidos con túnicas blancas y á pie descalzo, y así en esta ocasión que el aprieto era maior creció el número de penitentes, así de doncellas vestidas de blanco y descalzas con varias insignias de mártires y vírgenes penitentes, como do hombres y niños. Salió la procesión del Aseo, asistida del prelado, cavildo, clerecía y religiones, el día cinco de Abril y con muchas achas y acompañamiento; baxando por la Boria, calle de Moncada y Born, llegaron á Santa Clara, en donde se celebró solemne oficio: acavado éste se bolvieron con el santo al Aseo. Viernes de la misma semana fué el señor Obispo con su cavildo en procesión á Santa Eulalia de Sarria: díjose allí solemne oficio. El día siguiente sábado, de orden de Su Illustrisima, se celebraron en las parroquias y comventos oficios de difuntos, con anibersarios por las almas, como si fuera día de la conmemoración de los difuntos; salieron también las parroquias y las religiones á diversos santuarios, así dentro como fuera de Barcelona, en procesiones públicas y muí penitentes, voceando los niños y todos «misericordia, Señor,» que era una ternura y lástima á oir tantos lamentos; pero á ninguno volvía Dios el rostro, porque la gravedad de nuestros pecados tenían la tierra y cielos fabricados de bronce.

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