Cataluña es un pueblo impregnado de un sentimiento poético, no sólo en sus manifestaciones típicamente artísticas, como son las canciones antiguas y como es la liturgia de las sardanas, sino aun en su vida burguesa más vulgar, hasta en la vida hereditaria de esas familias barcelonesas que transmiten de padres a hijos las pequeñas tiendas de las calles antiguas, en los alrededores de la Plaza Real: no sólo viven con un sentido poético esas familias, sino que lo perciben conscientemente y van perpetuando una tradición de poesía gremial, familiar, burguesa, maravillosamente fina.
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Fórmula feliz y acertadísima, hallada por José Antonio, esa de la unidad de España como unidad, de destino. «Aquí —dijo— no concebimos, cicateramente a España como entidad física, como conjunto de atributos nativos (tierra, lengua y raza) en pugna vidriosa con cada hecho nativo local. Aquí no nos burlamos de la bella lengua catalana ni ofendemos con sospechas de mira mercantil los movimientos sentimentales -—equivocados gravísimamente, pero sentimentales-— de Cataluña. Lo que sostenemos aquí es que nada de eso puede justificar un nacionalismo, porque la nación no es una entidad física, mdiviaualizada por sus accidentes orográficos, étnicos o lingüísticos, sino una entidad histórica diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino».
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Fernando Valls Taberner