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A las tres y cuarto de la tarde, un automóvil particular, que conducía a seis individuos, se estacionó frente a la peluquería que hay establecida en el chaflán de la calle de Muntaner, esquina a la de la Diputación, en la parte opuesta a la casa donde vivían los hermanos Badía. Del coche descendieron dos de sus ocupantes, que, cruzando la calle, entraron en el portal de la casa número 38 de la callé de Muntaner, situada un poco antes de la que habitaban las víctimas del suceso, con su madre y hermanas, quedándose en el portal, si bien adoptaron la precaución de que nadie que pasara por la acera de la casa de los señores Badía pudiera verles a distancia.
Inmediatamente que pasaron los hermanos Badía por delante del portal salieron los pistoleros, uno de los cuales disparó a bocajarro sobre Miguel, al tiempo que el otro lo hacía contra José, cayendo los dos al suelo. El primero de ellos murió instantáneamente, y José a poco de ingresar en el Dispensario de la calle de Sepúlveda, adonde los dos fueron trasladados con la máxima urgencia en unos taxis.
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Los pistoleros, después de asegurarse de que sus víctimas habían muerto, atravesaron tranquilamente la calle, amenazando con las pistolas a los testigos del crimen, hasta llegar al coche, donde sus compañeros estaban asomados a las ventanillas, esgrimiendo pistolas, para protegerles la retirada.
Una vez en el auto los seis pistoleros, el vehículo salió disparado por la calle de la Diputación, con dirección a la barriada de Sans.
Momentos después de haber desaparecido el coche en el que huían los pistoleros, la gente acudió en auxilio de los hermanos Badía, y una pareja de Caballería de las fuerzas de Asalto, que prestaba servicio en la calle de Aribau, esquina a la de la Diputación, persiguió a los fugitivos, a los que no pudo dar alcance.
La madre y una hermana de los señores Badía, al oír los disparos, y temiendo que aquellos hubieran sido agredidos, bajaron rápidamente a la calle. Al ver a los señores Badía, que aún estaban en el suelo, empapados en sangre, se desarrolló una escena dramática, que impresionó vivamente a cuantos la presenciaron. Al ser trasladados las víctimas al dispensario de la calle de Sepúlveda, madre e hija les siguieron en un taxi, pero en el benéfico establecimiento se les negaron las irreparables consecuencias del sangriento suceso, díciéndoles que estaban solamente heridos, hasta que se las logró convencer de que regresaran a su domicilio.
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Al tener noticia del suceso, se personaron en el dispensario de la calle de Sepúlveda el ex consejero de Gobernación de la Generalidad Dencás, que junto con Badía dirigía las Juventudes de Estat cátala; el diputado a Cortes Sr. Trabal, los consejeros de la Generalidad, Sres. Gassol, España y Barrera, y gran húmero, dé concejales y di putados de Esquerra; el alcalde, Sr. Pi y Suñer; el delegado general de Orden públi co, Sr. Casellas; el presidente del Parlamento catalán, Sr. Casanovas, y gran número de elementos de Estat cátala, que estaban visiblemente apenados e indignados por el trágico fin de su leader y del hermano de éste.
También acudió una nutridísima representación del elemento femenino de Estat catalá.
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Barcelona. (Crónica telefónica.) El nombre de Miguel Badía, asesinado esta tarde por unos pistoleros, cuando salía de su casa para dirigirse al café, como de costumbre, asomó hace años por primera ves en las columnas de los periódicos. Juntamente con otros muchachos jóvenes, fué detenido bajo la acusación de haber fabricado y colocado un artefacto para hacerlo estallar al paso por las costas de Garraf del tren en que regresaba a Madrid D. Alfonso XIII y su familia. Fué aquella una tentativa, mejor o peor preparada, de regicidio que no tenía como motor un sentimiento anarquista, y para ello basta recordar la confusa emoción que produjo entre los elementos catalanistas que, contrarios a la violencia, por educación y por temperamento, sintieron probablemente una satisfacción al comprobar que también podía estar alguna vez la violencia a su servicio. Así se deduce del ambiente que rodeó la vista de la causa, en la que actuaron como defensores caracterizados catalanistas como el Sr. Anguera de Sojo.
Condenado, con sus compañeros, a unos años de prisión, les indultó, en seguida de tomar el Poder, el Gobierno del general Berenguer. Y siendo así que todos los argumentos favorables a los procesados, incluso para indultarles, se apoyaban en la imposibilidad en que estuvieran de realisar el atentado, en su falta de voluntariedad para cometerlo, al regreso a Barcelona se les recibió con la consideración que se debe a la gente decidida, dispuesta a sacrificarse por un ideal. El camino de Badía era ya fácil, en un ambiente como el que advino a los pocos meses, y, en efecto, hombre grato a Maciá en todo momento, organizó las Juventudes de Estat Catalá, especie de milicias armadas y primer brote del fascismo en la Esquerra de Cataluña. El y, lo que es más curioso, los demás parecían reconocerle ciertas dotes de organizador por no haber sabido organizar el atentado de Garraf, y siguiendo esa línea le vimos más tarde de jefe de Policía de Barcelona y empeñado en una batalla con el sindicalismo. A su actitud de entonces, a los procedimientos puesto en juego, puede atribuirse la agresión que hoy le ha costado la vida.
Como tantos otros, pero obligado por sus antecedentes a estar en la proa, Badía creyó, efectivamente, que la revolución ya estaba hecha y terminada, al menos por lo que le concernía. Y, como tantos otros—sería curioso releer La Publicitat y La Humanitat de aquellos días—, se indignaba con los jueces y magistrados que no eran bastante severos, generalmente por falta de pruebas, con los terroristas, olvidándose que él había sido un terrorista frustrado. Dirigió probablemente la acción policíaca y cívica contra los huelguistas tranviarios. Apeló, en la jefatura de Policía, a los mismos medios que en ocasiones anteriores habían excitado sus protestas y las de sus correligionarios. Y apartado del cargo por su actuación, precisamente en una sala de la Audiencia y contra uno de los fiscales, todavía intervino activamente en los hechos de octubre, marchando después a Francia. El 16 de febrero, con el triunfo de la Esquerra, hizo posible su regreso.—JUAN. DE BARCELONA.