Etiqueta: Basílica de Santa María del Mar

https://lh6.googleusercontent.com/-h5b39ucB9YE/Tiv9qR8ZNcI/AAAAAAAAwrA/yjrmnEWoi_E/s560/santa_maria_del_mar.jpg
//// Santa María del Mar
//// Scenes and sketches in continental Europe

  • Inventio del cuerpo de Eulalia por el obispo Frodoino en medio de intentos de consolidar el poder carolingio

    Existe una lápida sepulcral, fechada, a partir de sus características epigráficas, dentro de los siglos IX-X, y hallada en la actual catedral de Barcelona, que conmemora la inventio del cuerpo de Santa Eulalia:

    (HI)C REQUIESCIT BEATA EULALIA MAR(TI)RIS XPI QUI PASSA ET IN CIVITA(T)E BARCHINONA SUB DACIANO (P)RESIDE II ID(U)S F(E)B(RUARI)AS ET (A FR)ODOINO EP(ISCOP)O CUM SUO CLERO IN DOMUM S(AN)C(T)E MARIE X K(A)L NO(VEM)BR(IS) DEO G(RATI)AS

    [Citada de Catalunya romànica, vol. 20]

    Se ha apuntado que Frodoino, posiblemente, estuvo también implicad en la inventio del mártir Cucufate, acaecida en el lugar de Octaviano, en Sant Cugat del Vallès…

  • Empieza construcción de Santa María del Mar

    Comiénzase la fábrica de la iglesia de Sta. María del Mar.

  • Un incendio destroza Santa María del Mar

    Grande incendio que reduce á cenizas la mayor parte de la iglesia de santa María del mar.

  • Terremoto de la Candelaria

    Ffeste de la Purificacio de la Verge Maria. Aquest dia segons plague a Nostre Senyor Deu vers les VIII hores ans de mig jorn fou molt gran e spevantable terratremol et de gran durada per lo qual en los mes alberchs de la Ciutat se feneren parets et en alsgunes se enderrocharen envans cuynes fumerals et escales. E en la Esgleya de Nostra Dona S.ta Maria de la Mar caygue certa part de la O.[1] e entre homens dones et infants morirenhi XXI o XXII. Deus haie lurs animes amen.

    1. [1]Rosetón.
  • Sale Ignacio de Loyola para Tierra Santa con algo de bizcocho, dejando su cueva manresana, a sus amigas espirituales, y unas monedas que encontró en la playa

    34. Veniendo el invierno, se infermó de una enfermedad muy recia, y para curarle le ha puesto la cibdad en una casa del padre de un Ferrera, que después ha sido criado de Baltasar de Faria; y allí era curado con mucha diligencia; y por la devoción que ya tenían con él muchas señoras principales, le venían a velar de noche. Y rehaciéndose desta enfermedad, quedó todavía muy debilitado y con frequente dolor de estómago. Y así por estas causas, como por ser el invierno muy frío, le hicieron que se vistiese y calzase y cubriese la cabeza; y así le hicieron tomar dos ropillas pardillas de paño muy grueso, y un bonete de lo mismo, como media gorra. Y a este tiempo había muchos días que él era muy ávido de platicar de cosas espirituales, y de hallar personas que fuesen capaces dellas. Ibase allegando el tiempo que él tenía pensado para partirse para Hierusalem.

    35. Y así al principio del año de 23 se partió para Barcelona para embarcarse. Y aunque se le ofrecían algunas compañías, no quiso ir sino solo; que toda su cosa era tener a solo Dios por refugio. Y así un día a unos que le mucho instaban, porque no sabía lengua italiana ni latina, para que tomase una compañía, diciéndole quánto le ayudaría, y loándosela mucho, él dijo que, aunque fuese hijo o hermano del duque de Cardona, no iría en su compañía; porque él deseaba tener tres virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda dél; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así también se confiara dél y le ternía afición por estos respectos; y que esta confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto, que decía desta manera, lo sentía así en su corazón. Y con estos pensamientos él tenía deseos de embarcarse, no solamente solo, mas sin ninguna provisión. Y empezando a negociar la embarcación, alcanzó del maestro de la nave que le llevase de valde, pues que no tenía dineros, mas con tal condición, que había de meter en la nave algún biscocho para mantenerse, y que de otra manera de ningún modo del mundo le recibirían.

    36. El cual biscocho queriendo negociar, le vinieron grandes escrúpulos: ¿esta es la esperanza y la fe que tu tenías en Dios, que no te faltaría? etc. Y esto con tanta eficacia, que le daba gran trabajo. Y al fin, no sabiendo qué hacerse, porque dentrambas partes veía razones probables, se determinó de ponerse en manos de su confesor; y así le declaró quánto deseaba seguir la perfección, y lo que más fuese gloria de Dios, y las causas que le hacían dubdar si debría llevar mantenimiento. El confesor se resolvió que pidiese lo necesario y que lo llevase consigo; y pidiéndolo a una señora, ella le demandó para dónde se quería embarcar. El estuvo dudando un poco si se lo diría; y a la fin no se atrevió a decirle más, sino que venía a Italia y a Roma. Y ella, como espantada, dijo: «¿a Roma queréis ir? pues los que van allá, no sé cómo vienen»: (queriendo decir que se aprovechaban en Roma poco de cosas de espíritu). Y la causa por que él no osó decir que iba a Hierusalem fue por temor de la vanagloria; el cual temor tanto le afligía, que nunca osaba decir de qué tierra ni de qué casa era. Al fin, habido el biscocho, se embarcó; mas hallándose en la playa con cinco o seis blancas, de las que le habían dado pidiendo por las puertas (porque desta manera solía vivir), las dejó en un banco que halló allí junto a la playa.

    37. Y se embarcó, habiendo estado en Barcelona poco más de veinte días. Estando todavía aún en Barcelona antes que se embarcase, según su costumbre, buscaba todas las personas espirituales, aunque estuviesen en hermitas lejos de la cibdad, para tratar con ellas. Mas ni en Barcelona ni en Manresa, por todo el tiempo que allí estuvo, pudo hallar personas, que tanto le ayudasen como él deseaba; solamente en Manresa aquella muger, de que arriba está dicho, que le dijera que rogaba a Dios le aparesciese Jesu Cristo: esta sola le parescía que entraba más en las cosas espirituales. Y así, después de partido de Barcelona, perdió totalmente esta ansia de buscar personas espirituales.

    38. Tuvieron viento tan recio en popa, que llegaron desde Barcelona hasta Gaeta en cinco días con sus noches, aunque con harto temor de todos por la mucha tempestad. Y por toda aquella tierra se temían de pestilencia; mas él, como desembarcó, comenzó a caminar para Roma. De aquellos que venían en la nave se le juntaron en compañía una madre, con una hija que traía en hábitos de muchacho, y un otro mozo. Estos le seguían, porque también mendicaban. Llegados a una casería, hallaron un grande fuego, y muchos soldados a él, los cuales les dieron de comer, y les daban mucho vino, invitándolos, de manera que parecía que tuviesen intento de escallentalles. Después los apartaron; poniendo la madre y la hija arriba en una cámara, y el pelegrino con el mozo en un establo. Mas cuando vino la media noche, oyó que allá arriba se daban grandes gritos; y, levantándose para ver lo que era, halló la madre y la hija abajo en el patio muy llorosas, lamentándose que las querían forzar. A él le vino con esto un ímpetu tan grande, que empezó a gritar, diciendo: «¿esto se ha de sufrir?» y semejantes quejas; las cuales decía con tanta eficacia, que quedaron espantados todos los de la casa, sin que ninguno le hiciese mal ninguno. El mozo había ya huído, y todos tres empezaron a caminar así de noche.

  • Un alboroto mallorquín impide la celebración del Día de Todos los Santos en Santa María del Mar

    Los mallorquines también el día de Todos Santos por la mañana, año de 1622, en la calle de los Escudilleros, empezaron á mover un ruido con los paisanos, unos gritando viva la tierra, otros viva Mallorca y bien que se sosegó allí; pero después á la tarde bolvióse á mober la brega, y espada en mano se entraron á cuchilladas en Santa María del Mar, de calidad que hubieron de dejar los oficios de difuntos que se cantavan: desviados de allí, se fueron los mallorquines á la Merced y entraron en la iglesia con las mismas voces, y á cuchilladas mataron un platero; llegó la noticia al Virrey, que mandando salir dos jueces de corte por la ciudad, con parte de su guardia, se hicieron los mallorquines á la marina, escondiéndose entre barcos y barracas; pero prendiéronse muchos, bien que después de muchos días de cárcel salieron bien, porque los padrinava el conde de Sevalla (Zavellá) que interponiéndose con el de Alcalá, virrey, les consiguió la libertad.

  • Los nuevos concelleres anteponen la seguridad marítima a sus rituales cívicos

    En la noche del dia de San Andres Apóstol del año 1625, en que se habia hecho la eleccion de estos Concelleres, hubo en la mar tan recia tormenta que se estrellaron muchos buques que estaban en el Puerto de esta ciudad. Para prevenir en lo posible las desgracias que amenazaban, los recien elegidos, antes de prestar el juramento, se dirigieron al Baluarte del Mediodia, á donde la Parroquia de Santa María del Mar habia acompañado en procesion al Santisimo Sacramento, y desde aquel punto dictaron las mas eficaces providencias para el alivio y seguridad de las embarcaciones.

  • Los inquisidores queman a un hereje anciano

    Ultimo día de Maio se hizo pregón público á son de trompetas y caxas, con asistencia de muchos ministros del Santo Tribunal, á cavallo todos, señalando el día y puesto para el auto general: asistieron á este pregón los señores inquisidores, precediendo antes su estandarte y multitud de oficiales.

    Señalado el día en que se havía de celebrar el auto, dispusiéronse luego los tablados en el Born [1], en la sera [2] que da al mar: se fabricó uno bajo las ventanas que suelen tener los señores conselleres para ver las fiestas: éste era mui alto; havía de servir para los reos; púsose sobre él un altar que cubría un dosel, en el qual estaban las armas de la Santa Inquisición, una cruz, espada y ramo de laurel bordado en el mismo dosel: enfrente este tablado, se hizo otro menor, con las gradas por los lados, y en él muchos bancos y sillas, que havía de servir para los ministros y oficiales de la santa Inquisición: otro se dispuso en la sera que el primero, entre las ventanas del señor Virrey y Ciudad: tenía colgado sobre él un paño de terciopelo negro, bordado en medio un escudo de las armas reales, y al un lado un brazo con una espada desnuda, y al otro lado otro brazo con un ramo de laurel: havía tres sillas en este tablado para los inquisidores, y de este tablado salía una puente que pasava la plaza, y en media de ella, elevado 4 palmos, un púlpito pequeño para estar el reo mientras se le leía la sentencia. Todo esto dispuesto, llegado el día veinte, que era un domingo, por la tarde salió una procesión asistida de todas las religiones y el clero de Santa María del Mar, como á parroquia en cuio distrito hera la función: llebaban por guiones las dos vanderas de la Pasión; seguíanse luego unos quarenta familiares ó alguaciles del Tribunal con sus baras; después destos, cinco ó seiscientos familiares con velas verdes encendidas en la mano y sus insignias ó veneras del Santo Oficio en los pechos: sucedía á éstos la cruz de la parroquia, y á ella las religiones y clero de Santa María; cerraban la procesión el preste con capa pluvial, y diácono y subdiácono, y tras éstos trahía un monecillo una cruz grande hueca de madera de color verde. En esta forma, después de haver pasado por los puestos acostumbrados en procesiones generales, llegaron al Born y al tablado de los familiares, y sin subir ninguno, pasaban apagando las velas; la cruz de la parrochia esperó al clero al pie del tablado, y suviendo éste, pasó la puente y colocaron en el tablado de los reos la cruz verde, y vanderas á los lados con quatro velas encendidas, y religiosos trinitarios que estubieron toda la noche de custodia.

    Al otro día por la mañana, ya al amanecer, no cavía la gente por las calles, porque con la anterior noticia havían acudido de toda la provincia: á las siete horas el señor Virrey y Conselleres acudieron á sus puestos. Llovió algún poco aquella mañana, pero serenóse luego, y así salieron de las casas de la Inquisición los religiosos dominicos, llevando por guía un Santo Crucifixo grande, y á sus lados dos religiosos con unos azotes en las manos. Tras de los religiosos seguían los penitentes, que eran diez: dos mugeres, una por dos veces casada, la otra por hechicera; quatro hombres por casados dos veces, viviendo la primera muger; un mercader de Manrresa, por haber concurrido en la precha (Sermón luterano) estando en Francia y comer carne en los viernes, y tres renegados que havían aportado las galeras de Florencia, los dos jóvenes y el último ya viejo y pertinaz: á éste le hiban exortando dos religiosos. Todos los reos vestían sus túnicas, unos verde y otros amarilla, con cruces coloradas, corozas en la caveza y en ellas pintado el delito. Empos destos, venían los familiares, calificadores y ministros del Santo Oficio á cavallo, y los señores inquisidores venían los últimos, y tras ellos el procurador fiscal del Santo Tribunal. Llegaron al Born, y tomando sus puestos cada uno como está dicho, depositaron el Santo Christo sobre las gradas del tablado en donde estavan los penitentes, y se dió principio al auto con un sermón que predicó el padre Chrisóstomo Bonamic, dominico: duró dos horas el sermón; leióse después el cartel por un religioso dominico, y luego suviendo un reo al púlpito que les tenían ya hecho en el puente, se le leyó su proceso y sentencia, condenando quién á galeras, quién á destierro y quién á azotes. El de Manrresa salió penitenciado en haver de pagar mil ducados y estar tres años en un combento. El último fué el viejo renegado; á éste condenaron á quemar, y leída la sentencia lo entregaron á la real justicia, y el Consejo Real, que también asistía, proveió allí luego la execución de la quema, y llebándole prontamente los ministros con el verdugo fuera de la ciudad, al puesto que llaman el Cañet, se le dio garrote y quemaron el cuerpo. Los otros que quedaron en el tablado se postraron, y cantando los religiosos franciscos el psalmo del Miserere, los inquisidores les davan con unas barás encima, y absueltos, los restituyeron á las cárceles de la Inquisición y dió fin el auto. Al día siguiente se executaron las sentencias de azotes, destierros y galeras, según el estilo ordinario.

    1. [1]La plaza del Borne. El ábside de Santa María del Mar forma aún uno de los testeros de dicha plaza.
    2. [2]En la acera.
  • Roban la caja fuerte de Santa María del Mar utilizando llaves falsas

    Lunes primer día de Noviembre, robaron el archivo de Santa María del Mar: publicóse que el dinero importaba cinco mil escudos en oro efectivo, sin otras alhaxas, muchas de oro y plata. Abrióse con llaves falsas; prendieron muchos clérigos, publicáronse excomuniones, vistióse el altar mayor de luto, maledixóse la tierra, y al maldecirla tiraban piedras y a(pa)gavan velas por la iglesia los sacerdotes y tocavan las campanas, que causava horror: nada bastó, ni el hechar un bando perdonando dos vidas (como no fuese la principal) y dando duelen ducientas libras (Moneda imaginaria catalana, equivaliendo exactamente tres libras, á ocho pesetas… Las 200 libras del texto hoy equivalen … á 533’33 pesetas.) á quien descubriese los delinquentes, porque se supiera quién eran. Murmuróse que era gente de suposición, pero con fundamento nada se pudo averiguar.

  • Al consejo y al gobernador les cuesta parar una batalla entre los soldados de las galeras de España y «los paysanos»

    Sávado á 20 de Octubre 1629, muy cerca del medio día, se travaron de palabras algunos soldados de las galeras de España con los paysanos fuera la Puerta en la Marina, y jamás se ha podido averiguar con fundamento sobre qué fué ni cómo; empeñándose de palabras, pasaron los soldados á meter mano á las espadas, á cuia acción empezaron los paysanos con gritos á decir viva la Tierra y conmover al país. Los soldados, visto esto, entráronse en las galeras á tomar las armas, y con los mosquetes salieron á tierra en hileras formadas hasta unos cincuenta soldados, y encaminándose hacia la Puerta, daron la carga y la gente del País huiendo y voceando viva la Patria, se entraron la puerta y al quererla cerrar, mataron de un mosquetazo á Paulo Mares, mariner(o), que estava de guardia en la puerta; empezó luego la campana de Santa María á tocar á rrebato y á pasar la voz por el lugar, que como era á medio día, apenas había gente en la marina. Al estruendo de uno y otro co(n)movióse el pueblo, acudiendo todo á la muralla, llevando el plebeismo á los Gonselieres en el aire, con el grito de viva la Patria: juntáronse luego las compañías de sastres, carpinteros, cordoneros y sederos, con sus cabos; pusiéronlas en los baluartes, y todo el resto de la muralla con la gente de armas que acudió, que fué inmensa, y con las boces continuadas, obligaron á que los Gonselieres diesen orden que la artillería cañonease las galeras. Los soldados, vista la co(n)moción, se embarcaron á toda priesa porque la gente les seguía, y las galeras á toda diligencia procuraron carpar, sin que hiciesen armas, por más que desde el muro y baluartes la artillería las infestava. Desde la capilla se pusieron algunos tiradores del vuelo, que apenas erraban tiro, contra las galeras: en esta confusión no eran dueños los Gonselieres, porque aunque persuadían á los artilleros no tirasen derecho, la gente del país que estava indignada, no lo permitía. Las galeras pusiéronse alta mar harto escalabradas. Hallávase el Virrey fuera, y el Gobernador corriendo la muralla no podía sosegar la gente, y llegando al baluarte del Vino, que llaman, encontró á S. Gilbert, artillero, que tirava, y mandándole parase y no lo haciendo, hecho mano á la espada el Governador, y la gente se le amotinó, y hubo de retirarse: pasóse toda aquella noche en esta confusión, quedando gente en los baluartes y muralla, bien que sosegado ya algo por medio del mismo Governador y algunos cavalleros, que viendo dava treguas el tumulto se embarcaron en un bergantín, y apaciguando los ánimos de la gente de las galeras, las restituieron al muelle aquella misma noche. Al día siguiente pusieron á D. Juan de Eril con su compañía en la puerta del Mar, para que no entrase gente de las galeras, porque los ánimos estaban aún movidos: aquel mismo día sacaron de las galeras trece ó catorce muertos y entre ellos un sargento maior y muchísimos eridos, que los lleban al hospital. En medio de la confusión, se hecho vando en nombre de los Conselleres que pena de la vida todos acudiesen con armas á la marina. Sosegado el ruido y llegado el Virrey, se pasó á castigar los motores deste. desorden y los que en él havían tenido parte. Prendieron los trompetas, pregoneros que publicavan el bando, los artilleros, el cabo de guaita de la ciudad (Cap de guayta ó cap de guaytes. Sus funciones se hallan indicadas en el Diccionario de Lavernia en esta definición: «Ofici municipal inferior al sotabatlle encarregat de la vigilancia que en un principi desempenyavan los nobles. En los actes de ceremonia eran sos atributs una vara negra, en los extrems de la que, estavan grabadas las creus.» Según dicho autor, la palabra anticuada guayta equivale á centinella, guarda ó atalaya. En la documentación que en los archivos de Cataluña hemos examinado, se da al cap de guayta la significación que consigna Lavernia, pues tenía á su cargo la vigilancia para asegurar la tranquilidad pública, obrando bajo la dependencia del Bayle, acompañándole unas veces, turnando con el otras en el servicio de rondas, y muy especialmente en las nocturnas, indispensables en aquellos tiempos en que tan frecuentemente se andaba á cuchilladas (bregas).) y mucha gente de la que en los baluartes y marina se mostraron más contra las galeras: á los Conselleres los segaliaron? (No comprendemos esta palabra. Puede que sea del verbo catalán segellar, es decir, sellar, queriendo indicar así que fueron procesados.) y se hubieron de ausentar en aver acavado sus oficios, por haber puesto pena de la vida en el bando, no teniendo jurisdicción para ello. Hiciéronse los procesos y condenáronse á galera algunos, otros con otras penas y muchos que no se pudieron haver, y entre ellos hera aquel artillero que no obedeció al Gobernador. Un artillero llamado Gostellos Boter, estando en la cárcel, de una enfermedad, llegó á estar oleado, y después interponiendo una contención por no estar lexítimamente preso, lo restituieron á sagrado de adonde se escapó.

  • María Ana, hija de Felipe III, tras un viajecito de prueba por la playa, se despide «de sus hermano y patria, para no verlos más» y para ser reina de Hungría

    En el tiempo que S. M. onrró con su asistencia esta ciudad, hiban á hacer guardia todas las compañías, pasando al anochecer por delante palacio mui numerosas y ricas todas, pues cada soldado de por sí, en los plumajes y vistosos vestidos, parecía un capitán, y casi en las más yleras, como era ya de noche, havía de quatro á cinco achas encendidas para que vieran los castellanos así la multitud de gente, como la vizarría con que se servía al Rey nuestro señor. La ciudad de Barcelona sirvió á la Reyna con doce mil libras (31.999,92 pesetas) de regalo ó donativo; esta cantidad querían entregar los Conselleres mano á mano al despedirse, en un cofrecillo hecho de propósito, cuvierto de terciopelo camesí con galón y tachuelas de oro, bordadas en las armas de la ciudad, que juntamente cavían las 12 ₡ libras en trentines («Los doblones de dos caras se llamaron también trentines, quizá por valer cada uno treinta reales, aunque después subieron al valor de treinta y cinco, y el duque de Alburquerque á 2 de Marzo de 1618, concedió permiso á los conselleres de Barcelona para fundirlos y labrar en la seca de dicha ciudad tercios de trentín, que cada uno valiese once reales por causa de hallarse más fácilmente cambio que de los doblones de dos caras, mayormente en una ocasión en que se hallaba el Principado falto de numerario.» (Salat. Tratado de laa monedas labradas en el Principado de Cataluña.— Barcelona: Brusi, 1848; pág. 132.) Para mayor conocimiento de esa moneda y sus divisores, no será ocioso consignar que los trentines y medios trentines llevan los mismos tipos que los excelentes castellanos, ó sea en el anverso los bustos de los Reyes Católicos y en el reverso el conocido escudo rodeado de la leyenda sub umbra alarum tuarum, y en cifras el año de la acuñación. En los tercios de trentín varían los tipos, pues figura en el anverso el busto de Felipe III ó Felipe IV, mientras que en el reverso aparece el escudo de Cataluña entre XI y R (once reales, valor de la moneda), siendo la leyenda Civitas Barcino…); pero estorvólo la vanidad dé los grandes que la hiban sirviendo, dando á entender que los Concelleres no havían de cubrirse delante la Reyna y que si acaso en la visita anterior lo havian hecho, havía sido porque no lo havían advertido, ó porque con la bulla del bien venida no se havía reparado, y como de echo no se cubrieron los Gonselleres en la visita, ora sea por atención, ora sea porque no atendieron á la prerrogativa que tiene la ciudad, para evitar discusiones, escusaron la visita, y con letras embiaron el dinero de donativo. Ocho días antes de embarcarse para el viaje, quiso Su Magestad probar cómo le trataba la mar, y así un domingo á la tarde, pasando al muelle por un hermoso puente de tierra á la galera, se embarcó S. M. en la capitana de Nápoles, que era la galera en que havía de navegar. Estavan todas ricamente adrezadas quanto permite el mar; la chusma de la capitana con coticas ó bestidos de damasco carmesí y mui blancas, limpias y delgadas camisas. Embarcáronse las damas y señores que hiban sirviendo á la Reyna, y carpando las galeras, se pasearon algunas dos oras por la playa, dando el arzobispo de Sevilla una espléndida merienda; y gustó mucho S. M. de ver la destreza con que los marineros subían y bajavan por las cuerdas, árboles y entenas, y de ver así la máquina de tender y recojer las velas, como de remar la chusma. Bolvióse al anochecer á desembarcar, y así entonces, como al entrar en la galera, se le hicieron muchas y hermosas salvas, respondiendo los baluartes. S. M. no se mareó, pero sí algunas damas y cavalleros. Llegó la orden de Madrid para la partida de la Reyna, y señalóse luego el día 12 de Junio para su embarcación y viaje. Dispúsose y aprestóse todo lo necesario para la embarcación, y entre tanto que se embarcava la ropa, S. M. se fue despediendo de las iglesias y santuarios, visitando con gran deboción y ternura los sepulcros de los gloriosos San Ramón y Santa Eulalia, y asimismo otros combentos de su deboción. El día antes de embarcarse fué á Santa María de la Mar, para que como á estrella del mar le fuese propicia en su navegación; este mismo día por la tarde se fué con las damas al horno del vidrio, al Llano Llui, en donde se fabricaron diversidad de vasos y cosas de vidrio para la embarcación, haciendo los oficiales muchas bombas de vidrio volador, que haciéndolas rebentar por encima de los tocados y cavezas de las damas hacían mui hermosa vista. Llegó, en fin, el día 12 de Junio de 1630, y por la tarde se descubrió el Santísimo en la iglesia de San Francisco, cantando varios motetes, letanías y otras debociones deprecatorias para el feliz viaje; á las cinco pasó S. M. á la tribuna y mandó cantar una salve, y haciendo allí su rato de oración, á cosa de las seis de la tarde, por el mismo puente de palacio, de cuio extremo salía una escalera de madera mui bien travajada y fuerte, de 560 baras de largo y alto, con tres bueltas y descansos, de modo que el extremo dava en la misma galera donde havía de embarcarse, y cubierta de bayeta colorada toda ella, por donde, con muchas lágrimas y muestras de cariño, bajó S. M. á la galera, y no admiró que fuese tanta su terneza, pues se despedía de sus hermano y patria, para no verlos más. Luego que S. M. con los grandes y damas estubieron en la capitana, que era la de Nápeles, so hizo á la vela, á quien siguieron las demás, que en número eran 23, todas mui entoldadas y hermoseadas quanto podía la ocasión. Las salvas, así de las galeras como de los baluartes, la multitud de gentes, el dolor que causaría perder de vista aquella prenda, no la encareceré, pues sólo el silencio puede ser el más retórico modo de expresarlo. Pasó con esta ocasión mucha nobleza y señores á Italia, y vi que en un coche del obispo de Barcelona, que havía quatro sillas poltronas, y tras éstas una menor; en aquellas hivan 4 cardenales que se hallaban en España y pasavan á cónclave, y en ésta el obispo de Barcelona, que como si fuera su capellán, los acompañaba á la embarcación: tubieron feliz tiempo para la navegación.

    Díjose por Barcelona, y por mui cierto, que en una isla cerca de Marsella llamada Santa María, la esperava su hermana la Reyna de Francia, con cariño de verla y agasajarla; pero que no paró allí, porque la orden del Rey era de pasar sin detenerse. Que en Génova la aguardava su tía la duquesa de Florencia, en donde se embarcó, y estubo algún tiempo regalada y asistida de la duquesa; desde allí pasó por tierra (á causa de las guerras de Italia) á Alemania. Acompañáronla hasta la ciudad de Trento que es en los confines de Alemania, el arzobispo de Sevilla, duque de Alva, conde de Barajas y demás personajes, en donde siguiendo la instrucción del Rey havían de entregarla á su esposo ó sus grandes, y éstos acompañarla hasta Viena, en donde, como en todas partes, se dize la festejaron quanto se puede desear: llegó á Viena á 30 de Henero de 1631.

    El viernes, á 2 de Mayo, llegaron á este puerto de Barcelona 4 galeras con el duque de Alva, conde de Baraxas y demás gente que havían acompañado la Reyna, menos el arzobispo de Sevilla, que siendo ya de edad y hombre grueso, murió en el camino ya de buelta y ya creado cardenal, y el Rey, movido de compasión por los excesivos gastos que havía tenido en el viaje, de que quedavan sus deudos empeñadísimos, les consiguió para el desempeño las rentas del arzobispado ú otras equivalentes, por tiempo de cinco años.

    Con esto damos fin al pasaje de la Reyna de Ungría, y aunque este capítulo no hera de este lugar, como es de un mismo punto, se ha insertado aquí.

  • Pagado el altar mayor de Santa María del Mar, pero al cronista le parece dinero perdido

    Los feligreses de Santa María del mar costean el altar mayor que hoy existe, muestra del mal gusto que reinaba en aquella época y verdadero anacronismo arquitectónico que no debe perdonar el amante de las artes.

  • Los agustinos destrozan la iglesia de los teatinos

    Havían empezado su fundación los clérigos que llaman de la calza blanca, bien que con gran controbersia, en la calle que llaman de Oliver, á la Rivera, y haviendo obrado una iglesia ó capilla en donde tenían su reserva y celebraban, estando ya para abrir puerta de iglesia al Llano de Llui, el día 20 de Henero (de) 1640, y entendido por la comunidad de Santa María del Mar, tubieron consejo ó capítulo, en que se resolvió ir á sacar la reserva con viole(n)cia si se resistían los religiosos, y si no llebársela, y así, el día 19 á las nueve de la noche saliendo la comunidad de Santa María con una solemne procesión y multitud de achas, se encaminó á la d(ic)ha capilla ó iglesia, y entendiendo esto los frailes, con gran prudencia abriendo las puertas y el sacrario, y retirándose á sus aposentos, dejaron obrar quanto quiso la comunidad. Llevóse la reserva con gran culto y veneración. Asistía tanta multitud de gente que es indecible.

    Los religiosos de S(a)n Agustín, que no menos ojeriza tenían al nuebo cómbento, y llebavan mal la fundación, aquella misma noche, después de estar fuera la reserba, fueron mano armata, y no dejaron cosa en la iglesia que no la destrozaron, puertas, ventanas, celosías, texado, hasta las alhajas de la casa, y botas de vino y aceite; sin dexar la menor oficina ni traste que aprobechara, dándoles de daño á los pobres frailecitos por pasados de dos mil ducados, sin que ellos hicieran resistencia alguna, ni se mostrara alguno de ellos en toda aquella noche. Recurrieron estos religiosos á Madrid dando quenta de lo sucedido, y vino provisión de captura contra algunos, en virtud de la qual se prendió á Galcerán Nabot, obrero, y J. Torres, Not(ari)o de la iglesia: los demás se retiraron á sagrado. La comunidad de S(an)ta María introdujo causa que se prosigue, y en Roma.

  • Corpus de Sangre: el plebeyo y los vallesanos matan a ricos, notables, forasteros, y sus criados; queman y saquean; el Virrey muere de un infarto (es gordito) o defendido hasta el último por en esclavo africano

    Viendo nuestro Virrey el lebantamiento del país, el sumo desconcierto de las cosas, lo poco que le temían, y que todo amenazava ruina, estaba temerosísimo de su última desdicha: aumentava sus temores el ver que con la disposición de la cosecha concurrían ya los segadores, gente sin respecto, atención ni orden, y más en ocasión, que con las operaciones de la milicia, estavan los ánimos tan yrritados; y para evitar el ingreso en Barcelona pidió á los conselleres, que señalando puestos á los segadores fuera de la ciudad, en donde se les diesen mantenimientos, se les negase la entrada. Pero era ardua la empresa, porque el pueblo no lo lleba bien, y que temía que si convenidos los segadores se ausentaran, quedava la cosecha en los campos, y así no les pareció combeniente; como también que quando las milicias empezaron á desmandarse, los diputados y conselleres le suplicaron atajase aquellos daños, que de no hacerlo, sucederían yrreparables ruinas, á que no atendió: de donde resultó unibersal desazón en todos, y á caminar los negocios de mui mala calidad.

    Llegó el día del Corpus (tan lamentable para España), que era á 7 de Junio de 1640 ([nota omitida]). Havían concurrido muchísimos segadores y todos armados, y con más desbergüenza que otros años. Ese día, á cosa de las nuebe de la mañana, un criado del alguacil Monrrodón, topando un segador cerca de S(ant)a María de la Mar, quiso reconocerlo, resistióse el segador, y travándose de palabras, el criado dio de puñaladas al segador (bien que no murió). Luego llegó la nueba al congreso de los segadores en la Rambla, que llegaban á cerca de quinientos, y oiendo que les havían muerto un compañero, rebentó la mina, y apellidando Visca la terra y muiran los traidors…, de carrera abierta se encaminaron á casa el de S(anta) Coloma, virrey, para pegar fuego á la casa, y tomando de un orno vecino quanta leña encontraron, disponían pegar fuego, tomando todas las calles para que no se les opusiese nadie. A las boces y noticias del intento, salieron los religiosos de San Francisco con un Santo Christo grande, y poniéndolo sobre la leña, y ellos de rodillas, con ruegos aplacando los segadores, apartándoles, y quitando la imagen unos, y otros poniéndola, estubieron gran rato; y viendo los religiosos que nada bastava, sacaron la reserva de la iglesia, que á la sazón estava patente para el Oficio, y poniéndola sobre una mesa á la puerta de casa del Virrey, proseguían sus ruegos.

    La casa estava toda cerrada; en el intermedio los diputados y conselleres, en forma de comunes, con los obispos de Barcelona, Vique y Urgel, que se hallavan aquí, acudieron al puesto, y con ruegos y persuasiones procuravan sosegar el tumulto y despeño de los segadores, representándoles era perderse todos y perder á Cathaluña con esta acción. Pero nada bastava, porque la pasión los llebava ciegos y sin juicio, y más, viendo que en la gente plevea no aliaban contradicción, antes bien se les leía en los rostros natural complacencia.

    Estando en estas amonestaciones, quiso la desgracia que en la muralla mataron un segador de desgracia, porque yendo ellos con ellos tan furiosos y desatinados, se les disparó una arma y con el tiro mató á uno de ellos.

    Al mismo frangente del tiro abrieron una ventana del palacio, y como el odio nunca pone los ojos sino en su opuesto, parecióles havían tirado del palacio; y con esta suposición, creció en ellos el coraje y la rrabia, indignándose de nuevo y voceando cremaulos…; crecieron también los rruegos y amonestaciones de los padres de república y prelados, y, por último, con sumo travajo y grandes caricias redujeron á los segadores á que seguieran los conselleres y diputados, y sacándolos hacia la Rambla los llevaron consigo, quedando los prelados con la reserva á la puerta del palacio; pero á cada ruido que se oía se aterraban todos, y como veían los segadores que sucediendo esto al trasladar el Sacramento, desde la puerta del Virrey hasta la iglesia, estubo oras en el poco trecho que ay: la Ciudad mandó poner tres compañías de guardia al palacio del Virrey.

    Prosiguiendo el camino de los segadores, que con arta dificultad los llebavan hasta la Rambla, y procurándoles allí hacer varias pláticas para apaciguarlos; viéndolos algo más benignos, y atendiendo al remedio de tanto daño como amenazava, se ausentaron los conselleres y diputados para subenir á donde más importava.

    Confabulándose los segadores y bolviendo á su desenfreno, se les ofreció á la vista la casa del Doctor Balart (Gabriel Berart), juez de la Real Audiencia, y que en las levas del Principado, quando lo de Salsas, havía hecho muchas extorsiones, ganando para sí muchos enemigos y más doblones y menos soldados para el Rey. Tocóle á éste la vereda de(l) Vallés…, de donde eran los más de los segadores, y acordándose de su daño, embestieron la casa, que la tenía á la esquina de la calle del Carmen, y no queriéndola quemar porque las de los lados no pereciesen, sacaron á la Rambla quanto en ella hallaron, y formando una grande oguera, le quemaron quanto tenía, sin perdonar otro que los quadros é imágenes de santos, que balían muchos millares entre escritorios, sillas, arcas, camas, ropa, librería, colgaduras, tapicerías, procesos y hasta sacos de moneda, sin que nadie tocase á nada; antes, mientras duró la oguera, estubieron algunos de guardia para que nadie se aprovechase.

    Acabado de quemar esto, se fueron á casa D. Grao Guardiola, maestro del racional (El maestre racional de Cataluña era el contador general de la casa y Corte de los Reyes y de las Rentas dominicales y fiscales; se instituyó para oir, ver y recibir las cuentas de los bayles, generales, procuradores reales, vegueres, recetores, no sólo en Cataluña, sino de Mallorca, Rosellón y Cerdeña…), que estava cerca la puerta del Ángel, y con ocasión del vagaje para Salsas, havía hecho también iniquidades con los pobres paisanos, no pagando á muchos, y otros haciéndoles reventar y perder el ganado, de donde ganando injustamente mucho dinero, havía comprado ynumerables enemigos, y no pocos de ellos se hallaban en hávitos de segadores, y así llegando á la casa, sacaron quanto en ella havía, hasta puertas y ventanas; y haciendo sigunda oguera en la plaza de Santa Ana, quemaron quanto havía, que era de inmensa riqueza, porque escritorios y bufetillos, guarnecidos de plata y hasta braseros de plata, todo lo hechaban al fuego, sin dejar la menor cosa del mundo. Traxeron el Santísimo de la iglesia del Pino, pero ni esto bastava, antes bien decían que ellos bolvían por la fee, pues quemando las iglesias y sacramentos los castellanos, y pudiéndolo remediar no lo hacían, que era razón lo pagasen.

    Bolviendo por la Rambla, toparon con la cochería del Duque de Fernandina (D. García de Toledo, marqués de Villafranca, duque de Fernándina y general de las galeras.), nada bien visto, y echando las puertas en tierra, que estava en la esquina del Buen Suceso, tomaron los coches y llevándoles á la oguera de los trastos de Balart (Berart), que todavía quemava, los convirtieron en ceniza, que entre coches, literas, galeras y carrocillas balían millares de ducados. Sólo una carrocilla dijeron le havía costado pocos meses antes dos mil escudos.

    Quemados los coches, se fueron á quemar la casa del Duque, que estava tras el combento de los Angeles, y hallando cinco ó seis criados que la guardavan, y que quisieron hacer armas, como allí no havía peligro de otras cosas, luego pegaron fuego; y viéndose los criados que havían de morir á las llamas, quiriendo escapar con la vida, treparon una pared que da al combento y pasáronse á él, pero reconocido por los segadores, entrando en la clausura, les dieron muerte. Aquí ya concurría gente de la ciudad, por el antiguo odio que tenían al Duque. También mataron aquí un sacerdote, por desgracia, que entrando en las monjas á ministrar el sacramento de la penitencia á los criados, deseando ver adonde havía de acudir, acertóse abrir una ventana del huerto, á la que, como á las demás, porque ningún criado escapase, atendían los segadores, que viéndola abrir, dispararon, y diéronle en la caveza dos valas, de las quales murió luego sin decir Jesús, y asimismo los demás criados: la casa toda se quemó.

    Volviendo al Virrey que confuso y decaído de ánimo en tal disturvio y ocurrencia de cosas, no dándose por siguro en su casa con las guardias de la Ciudad, se pasó al baluarte de S(an)ta Eulalia entre una y dos de la tarde, en compañía de su hijo y algunos cavalleros cathalanes: ni allí sosegó su corazón (como el que ansioso de su mayor siguridad, la busca á veces en su mayor ruina), bien que tenía una compañía de guardia en el mismo baluarte, pero no faltó quien, mal advertido le persuadió, que no era crédito de su persona ni de la del Rey que haviendo presidios reales, se guareciese á los que tenía la Ciudad, y así se pasó á la Ataraçana, en donde havía mucha milicia y algunos cinquenta cavallos, que cerrando los restrillos y tomando todas las armas, se procurava asigurar allí su persona; persuadíanle los obispos se embarcase en una galera de Génova, que havían hecho venir delante la Taraçana, pero no quiso ejecutarlo, que quando Dios quiere que se cumplan sus decretos cierra los ojos al entendimiento, para que no veamos lo que nos está bien, y á él le sucedió así, pareciéndole estaba en la mayor siguridad.

    Noticiosos los conselleres de lo que se hiua obrando, y recelando del mal rostro de las cosas lamentables sucesos, repetían pregones, pena de la vida, que las cofradías y oficios acudiesen á casa de la Ciudad armados, para repartirlos en sus puestos y poner custodia á donde combendría; pero como á la plebe (siempre amiga de novedades y reboluciones) le complacía lo que los segadores obravan, y aun deseaban hiciesen más, ninguno obedecía, á cuia vista los conselleres, con sus gramallas, se resolvieron á salir en busca de los segadores, y llegando á casa de D. Grao Guardiola, sólo toparon el estrago en la oguera y la noticia de que el tumulto estava en casa el de Fernandina. Encamináronse allá, llegando á la sazón de estarse tirando los de adentro con los de afuera, como dije arriba: quiso el hado que con la premura y congoja que hivan los conselleres por medio del tumulto, tropezase uno con la gramalla y caiese (Fué el conceller tercero José Massana), sin que la opresión de los circunstantes le permitiese lebantar con la brevedad que era menester; viéronle caer en ocasión que todo era tirar, y sin más averiguación empezaron á gritar que los castellanos havían muerto un conseller; corrió esta voz por Barcelona, aún más repentina que el suceso, y tan creída de todos, que al instante se sublevó la plebe de Barcelona, apellidando Traición, que nos han muerto un Conseller. ¡Dios sea conmigo, y qué error y desorden al oir esta nueba! Pues quitándose el velo la modestia barcelonesa, que hasta entonces havía conservado, corrió con el mismo desenfreno que los segadores á la total ruina de los castellanos; y al desquite del odio que contra ellos se havía concevido, nadie desee verse, ni culpe mi corto encarecimiento, en día como este que parecía su infierno esta ciudad.

    Encamináronse luego á la Ataracana, y hallándola cerrada, empezaron á vocear: Aquí están los traidores; quemémoslos, y viva la patria. Havíale ya llegado al conde de Santa Coloma la fingida muerte del conseller, bien que de los más ó de todos creída, y apenas se la difieren pronunció estas razones: ¿Un conseller ha muerto? yo soy muerto. ¡Quién duda que los impulsos de su vecina muerte y las congojas le tendrían ya comprendido, y que ocurrióndole ser causa de todas estas desdichas, ó por omisión suia, ó descuido afectado, le serían otros tantos torcedores y berdugos de su conciencia y lastimado corazón!

    Estando en estas apreturas, oieron el tumulto á las puertas, el grito de mueran, y la noticia de haver pegado fuego á las puertas, mientras travajavan los del tumulto en abrir, porque con mucha madera estavan las puertas y rastrillos cerradas. Quiso el Virrey embarcarse, pero ya no hubo lugar, porque al tiempo de acudir á la Ataracana la gente de Barcelona, se suvió muchísima al baluarte de Santa Eulalia y Torre de las Pulgas, de donde á mosquetazos y tiros de artillería, sin orden alguno, hicieron apartar la galera y se hicieron dueños de la salida por mar. Visto esto, y que la gente estava ya mui cerca de entrar, se dispidió el Virrey de los obispos y cavalleros, que casi todos los de Barcelona estavan con él, y diciéndoles, sálvese quien pueda, con algunos que le siguieron se entró en el baluarte del Rey, y por unas ruinas de la muralla bajó á tierra hacia la parte de San Bertrán, encaminándose por la orilla del agua entre la montaña y el mar. Otros hacia Santa Madrona; otros hacia Monjuique; algunos bolvióndose á la ciudad y los obispos escalándose por la pared de la huerta que da hacia Santa Mónica, se dividieron.

    Entró la furia del tumulto, y reconociendo el puesto por donde havían huído, dieron tras ellos á la desilada, cada uno por donde le parecía, matando á quantos castellanos y extranjeros encontravan, y los obispos, á no hallarse el de Barcelona entreellos, no sé qué huviera sido.

    El Virrey, juzgando más segura la derrota que llebava, prosiguió con ella, desamparado ya de la nobleza cathalana, y con boyado de pocos de los suios, porque cada uno miraya á salvarse, pero nada le aprovechó, ni yo podré decir de sus pasos; sí sólo el estado en que le hallaron difunto y el puesto, que era baxo San Bertrán, los pies casi dentro el agua, desabrochado de pechos, quitada la golilla, con cinco ó seis puñaladas entre el estómago y barriga, pero sin gota de sangre, y un golpecito, cosa muy poca, en la frente. En este mísero estado se vio muerto el que pocos meses antes se havía visto capitanear quarenta mil hombres, y pocas horas antes governar una provincia. ¡Ha infelicidades desta vida, á qué términos traéis los hombres! ¡O culpas nuestras, á qué nos conducís y á quán desastrado é infelice fin nos lleváis!

    Antes de topar con el cadáver del Virrey, encontraron con cinco ó seis de cavalleros forasteros, todos disfigurados, y el más vecino al Virrey era un cavallero anciano, de gran bondad, que havía muchos años residía en Barcelona, llamado F. Ernández, que tenía un oficio en la Ataracana.

    A las once de la noche truxeron á la Merced en una escala al Virrey, que de otro modo no pudieron sacarlo de donde estava, y sigún el desprecio con que lo conducían, parecía ser un vandolero. Pusiéronlo en la capilla de la Soledad, y causava sumo dolor su gran fatalidad y suma compasión el verlo; pero si havía sido causa de tan lamentables ruinas, no es mucho que Dios permitiera en el lo que acabamos de ver ([omitidas cartas sobre la impresión que produjo en la corte la noticia de su muerte]).

    Jamás se aberiguó el homicida por dilig(encia)s que se hicieron, porque la Ciudad, con público vando al otro día, ofrecía quatro mil libras y una vida, no siendo la del mismo actor, á quien lo descubriera: á vista de no descubrirse el actor, se hicieron barios discursos: quién decía que las puñaladas havían sido después de muerto, viendo no saltó gota de sangre; quién que algún soldado ó cavallero de su familia, airados de lo que por él padecían, le dio muerte, y quién que murió reventado, él mismo, porque siendo tan grueso, correr por el arenal y saltar aquellas peñas para huir, es de creer que, junto con las ansias y fatiga, le acavó sin otra ayuda, y á esto, con alguna cabida, atribuieron el golpe de la frente. Ello no se supo, sino que se halló muerto: así discurra cada uno como quiera, y rueguen á Dios le haia perdonado sus culpas.

    Mientras esto pasava por la Ataracana, la gente y segadores huía por Barcelona con tal furia, gritería y ruido, que parecía acavara el mundo, ó que era teatro del Juicio universal esta ciudad. Repartieron los Conselleres las compañías que havían acudido en los puestos que pareció más necesarios; procuraron asigurar las casas de los Comunes, tomando las bocas calles, las murallas, torres y baluartes, y algunas plazas.

    Entre la puerta de San Seber(o) y de los Telleros ([Tallers]), mataron de un mosquetazo un criado del de Fernandina, que havía escapado de la casa. En el monasterio de las Mínimas havía entrado gran parte del tumulto, pensando abría allí mucha cosa del de Fernandina, por ser mui del cariño de aquellas santas religiosas; pero no encontrando cosa alguna, al salirse ya, topando un montón de colchones, quiso uno probar con una daga si havía algo, y viendo se movía, desacióndoles, toparon al D(octor) Belart (Berart), que dándole mucbas puñaladas le hubieran muerto del todo, á no ser las religiosas, que rogándoles lo dejaran confesar; lo hicieron, y sólo vivió algunas oras. El sujeto era Ec(lesiástic)o, aunque ministro.

    Aquella misma tarde del día de Corpus, que no obstante las muertes y estragos que se han referido, no se havía aún saciado la sed de los tumultantes, una gran tropa de ellos se encaminó á casa del D(octor) Puig (Micer Rafael Puig), también de la Real Audiencia, que con sólo esto le apellidavan traidor. Vivía á la Bajada de los Leones, y entrándole la casa y sacando quanto en ella havía se lo quemaron, que causava lástima ver tanta riqueza como se malograva; quemáronle puertas y ventanas, sin dejar sino las paredes, y á no ser por las casas vecinas, también las huvieran puesto á tierra. Cerróse con esto la noche, si acaso se podía decir día el pasado, á vista de tan funestas operaciones.

    Toda aquella noche estubíeron las compañías por sus puestos, sin molestia alguna para nadie, sino guardando aquel distrito que se les havía encargado.

    Amaneció el día, viernes, y aunque divagavan las compañías por la ciudad, la sed y saña de los tumultantes estava tan encendida como en el principio, y prosiguiendo en su modo de obrar, aquel día quemaron quanto encontraron en casa del D.or Mir (Dr. Jaime Mir), que estava á la plazuela de San Yuste (Plaza de San Justo). Lo mismo en casa del D.or Viñas (Micer Felipe Vinyes), que estava á la Carnicería den Corts; y de [el aguacil] Monrrodon, que estava á la calle de Ancha; haciendo de los vienes de estos dos una oguera á la esquina de la Carnicería den Corts, en la calle Ancha; vien que estos tres, viendo lo que pasava el día antes, y recelándose de lo que le sucedió, retiraron lo mejor y quanto pudieron (…), bien que las alhaxas de maderaje, puertas y ventanas todo pereció.

    Pasaron de aquí á casa del D.or Masó (Micer José Massó) que estava á la calle de Basea; éste tubo fantasía de querer defender su casa á fuerza de armas; pero así como llegaron y vieron la resistencia, encolerizados más los del tumulto y acudiendo más gente, y con mucha arma, llegaron á poner fuego en las puertas y ventanas de los entresuelos, y viéndose ya casi perdidos los de adentro, procuraron ponerse en salvo por los texados y (a)zoteas, dejando el paso libre á los incendiarios, que entrando, convirtieron en ceniza quanto tenía en casa, que era mucho, rico y bueno; que fiado en el valor propio y de la gente que tenía en casa, nada havía sacado de ella.

    Era ya anochecer quando se obrava esta quema, y navegando ya mezclada mucha gente del lugar y de rapiña, fué tanto lo rrobado como lo quemado. Encontraron en casa de este ministro unas arcas llenas de unas medallas mui delgadas, lo ancho de un real de á ocho ([duro]), con unas efigies de la Virgen en ellas: eran de latón, y levantóse entre ellos la opinión de que aquellas medallas havían de servir de insignia á los afectos al Rey quando los castellanos entrarían, y quien no la trújese al sombrero ó pecho, era enemigo del Rey, y que no se quedase nadie á vida de los que no la traerían: esto sirvió para componçonar más los ánimos de los naturales.

    El día siguiente, sávado, se reconoció que crecía el tumulto y con maior desbergüenza, pues havióndose juntado con los segadores toda la canalla y ruindad de Barcelona, pasavan ya las cosas á continuado ladronicio, y á que cada uno obrava sigún su dañada intención, sin remedio ni freno alguno, inbentando ruido en donde se les antojava, para robar y hacer de las suias.

    Ese día, por la mañana, á cosa de las nueve, se encaminaron á casa de M(ice)r Ramona (El Dr. D. Luis Ramón), que estava enfrente casa el marqués de Aytona. Hallávase allí J. Ronis (Lorenzo Ronis, ciudadano honrado de Barcelona, que vivía en la calle del Hospital, frente á la capilla del Angel Custodio…), cuñado de Ramona, con unos mozos de armas mui de su aficción y confianza, y viendo tanta multitud de canalla, se encaminó á casa de la Ciudad, lamentándose en alta voz de que se tolerase tal maldad en Barcelona, como dejar apoderar de la ciudad aquella vil gente, y que ya no havía casa sigura, pues acavando de destruir las de los ministros, pasaría á ser lo mismo en las de los particulares, y que le diesen gente, que él daría remedio.

    Era éste Ronis, capitán de los tintureros, y encontrando á la sazón su sargento, con quatro ó cinco mosqueteros en Casa de la Ciudad (que siendo de guardia en la Puerta Nueva, havía ydo á tomar unas órdenes), le dijo lo siguiese con la gente que trahía, y encaminándose á casa Ramona, hallaron que el número de la gente era ma(i)or, y queriendo embestir, les dijeron: que si querían vivir se retirasen, que de no hacerlo les costaría la vida. Retiráronse, menos que Ronis y otro compañero: quisieron pasar á casa Ramona, y tirándose unos á otros, á Ronis sólo le chamuscaron la ropa, pero él mató un segador; y encendiéndose maior ravia entre los del tumulto á vista de la muerte del segador, causaron maior ruina y estrago en casa de Ramona, pues quemándole mucha riqueza, después de no dejarle nada, arruinaron gran parte del edificio de la casa. Ronis se retiró á su casa á prevenirse, pues havía de suceder con él lo mismo que con los demás.

    Irritados de nuevo los segadores con la muerte de su compañero, acavada la destroza de Ramona, se encaminaron á casa de Ronis, el qual, haviendo juntado hasta unos quarenta entre amigos y deudos, empezó á resistir con armas, y estando batallando cosa de dos horas para detener el ímpetu, mataron dos ó tres de ciudad de los que hivan con los segadores, y entre tanto sacaron por los texados lo mexor y más que pudieron, y descaeciendo de ánimo los defensores, y faltándoles municiones, tuvieron á vien de desamparar la casa y retirarse como pudieron.

    Embestieron los del tumulto, y entrándole la casa le quemaron quanto quisieron, robándole lo demás, que sin duda fué más lo que se llebaron que lo que consumió el fuego; halláronle un aposento lleno de cuerda, que era mercadería con que negociava Ronis, pero los del tumulto atribuieron el almagacén á alevosía, y prevención para quando llegarían los castellanos; y no es de admirar esta y otras inventivas, porque corrieron aquellos días tantas pataratas y embustes, que no es creíble, ni aquí es bien se haga mención, así por su muchedumbre como por su poco ó ningún fundamento.

    Cansados ya los del tumulto de quemas, omicidios y ruinas, tomaron otro rumbo, que fue embestir las cavallerizas en donde tenía la Ciudad los cavallos del Rey, de aquellos soldados que, perseguidos de los somatenes, se embarcaron; y asimismo las cavallerizas del de Fernandina y D.n Alvaro de Quiñones, tomando cada uno sigun quería y podía, que entre los del Rey y estos otros hacían hasta el número de trescientos cavallos.

    Viendo la Ciudad que esta acción amenazava maior estrago, mandó doblar las guardias en los puestos, y que por la puerta no entrase gente armada, y al mismo tiempo mandó que dos compañías numerosas, teniendo los cuerpos de guardia la una al llano de Lluy y la otra á las casas de la Ciudad, haciendo quatro mangas bien armadas, discurrieran divididas por la ciudad, no permitiendo fuese gente armada junta en número, para evitar los daños, insultos y maldades que se hacían. Pagaba la Ciudad quatro r(eales) todos los días á cada uno de los de estas compañías, y aun con doblar las guardias y hacer discurrir por ciudad las compañías armadas, no hera fácil sugetar lo rebelde é indómito de los tumultantes.

  • La Jamancia: reconciliación de la catedral tras los destrozos revolucionarios, fin

    (Jueves).

    Con arreglo á los artículos 9.° y 12.° del convenio que hemos trasladado mas arriba, el Exmo. Sr. Capitan general ha espedido hoy un bando disponiendo la presentacion de las cuentas, libros y demas comprobantes de lo recaudado y pagado por las personas que han estado encargados de la recepcion y administracion de caudales desde el 1.° de Setiembre hasta el 17 del que rige (1 [not OCRed]). Sobre lo dispuesto en este bando existe una comunicacion del Sr. Rius y Rosell á D. Laureano Sanz, fecha en Auriol de Francia á los 12 de este mes, que no podemos menos de copiar á continuación del citado bando (2 [not OCRed]). Nuestros lectores harán sobre ella los comentarios que juzguen del caso: nosotros, lo repetimos, no somos mas que historiadores.

    Hoy se ha celebrado con el mayor aparato la reconciliacion de la Sta. Iglesia Catedral, profanada, lo mismo que la de Sta. Maria, durante la revolucion pasada. El Excmo. é Ilmo. Sr. Obispo de esta Diocesis precedido del Cabildo y acompañado por el Excmo. Ayuntamiento Constitucional, presidido por el Sr. Gefe Político, ha principiado la función por los Exorcismos que previene el Ritual Romano, y despues de haber elevado al Todo Poderoso plegarias espiatorias, ha recorrido en procesión por tres diferentes veces todo el recinto y cláustros rociando las paredes con agua bendita, celebrándose en seguida un oficio solemne con el cual ha terminado tan augusta é imponente ceremonia. Ha concurrido á este acto religioso un inmenso gentío y la mayor parte de los gefes y señores oficiales de los cuerpos esentos de servicio. — El dia 3 de diciembre debe celebrarse la reconciliación de la Iglesia de Sta. Maria del Mar.

    Con esta fecha la Diputacion Provincial interina, ó llámesele Junta de Armamento y Defensa, ha dado las gracias á la compañia de M. N. de Berga por los servicios que ha prestado durante el bloqueo.


    Tales son los principales hechos que han tenido lugar durante los tres meses que ha durado la revolucion de esta Ciudad. Ojalá que, como lo esperamos, sirvan de saludable leccion para el porvenir! Ojalá que el gobierno no pierda de vista cuanto conviene cimentar la tranquilidad de esta poblacion inmensa, en cuya suerte ha empezado á probar que se interesaba con los dos acertados nombramientos de D. Ricardo Schely para gefe político y del Baron de Meer, para capitan general!

    FIN.

  • Barcelona en 1847: la Rambla, comparación con Marsella, edificios públicos, la catedral, Colón

    The Rambla and the People on Promenade—Theophile Gautier—Marseilles and Barcelona contrasted—Public Buildings—The Cathedral—Christopher Columbus

    The Rambla, a wide and pleasant promenade, runs from the outer edge of the city, to the water. The trees along its sides had not taken the coloring of spring, and the weather was raw and gusty, but it was a half-holiday, and gentle and simple were taking their noon-day walk. The wealthier classes wore plain colors universally: the men enveloped in their cloaks, the women in rich, black mantillas, the lace of which just flung a shadow on their faces. The poorer people, as in all countries, furnished the picturesque. Full of leisure and independence, for the moment, they went sauntering up and down; the women with gay shawls drawn high around their heads, and their long silver or gold ear-rings, with huge pendants of topaz glancing in the sun; the men in long caps of red or purple, and striped and tasseled mantles, making lively contrast with the rich and various uniforms of the soldiers who were on the stroll. Now and then among the crowd you might discover the peaked hat so general in the south, bedecked with velvet trimmings, and tufts of black wool upon the brim and crown. Accompanying it, there would be a short fantastic jacket, with large bell buttons dangling, while the nether man was gorgeous in breeches of bright blue, with black leggings, and the everlasting alpargata, or hempen sandal. «Who are those troops?» I inquired of an old man, as a squad passed us, half-peasant, half-soldier in costume, their long, blue coats with red facings fluttering loose behind them. » They are the mozos de la escuadra,» he replied. «What is their branch of service?» «To keep the province clear of thieves.» «Are there, then, thieves in Catalonia?» «O! si senor! los hay, creo, en todas partes, como vmd. sabra» («Oh yes, sir, there are some every where, I think, as your worship may know,») said the old rascal, with a knowing leer.

    Theophile Gautier, in his pleasant «Voyage en Espagne,» has sufficient gravity to say that Barcelona has nothing of the Spanish type about it, but the Catalonian caps and pantaloons, barring which, he thinks it might readily be taken for a French city, nay, even for Marseilles, which, to his notion, it strikingly resembles. Now it may be true, as Dumas says, that Theophile professes to know Spain better than the Spaniards themselves; a peculiarity, by-the-by, among travelers, which the Spaniards seem to have had the luck of; but I must be pardoned upon this point, for knowing Marseilles better than he, having been there twice, for my sins, and too recently to be under any illusions on the subject. Dust from my feet I had not shaken off against that dirty city, because dust there was none, when I was there, and the mud, which was its substitute, was too tenacious to be easily disposed of. Yet I had sickening recollections of its dark and inconceivably filthy port, through all of whose multiplied and complicated abominations—solid, liquid, and gaseous—it was necessary to pass, before obtaining the limited relief which its principal but shabby street, «la Cannebière afforded. In the whole city, I saw scarce a public building which it was not more agreeable to walk away from than to visit. What was worth seeing had a new look, and with the exception of a sarcophagus or two, and the title of «Phocéens,» assumed by the Merchant’s Club, in right of their supposed ancestors from Asia Minor, there was really nothing which pretended to connect itself, substantially, with the past. Every thing seemed under the influence of trade—prosperous and ample, it is true, but too engrossing to liberalize or adorn.

    In Barcelona, on the contrary, you look from your vessel’s deck upon the Muralla del Mar, or sea-wall, a superb rampart, facing the whole harbor, and lined with elegant and lofty buildings. Of the churches, I shall speak presently. Upon the Rambla are two theaters : one opened during my visit, and decidedly among the most spacious and elegant in Europe; the other of more moderate pretensions, but tasteful and commodious, with an imposing facade of marble. In the Palace Square, the famous Casa Lonja, or Merchants’ Hall, stands opposite a stately pile of buildings, erected by private enterprise, and rivaling the beauty of the Rue Rivoli of Paris, or its models, the streets of Bologna, where all the side-walks are under arcades. On the other side of the same Plaza, the palace, a painted Gothic, fronts the Custom-house, which, overladen as it is with ornament, has yet no rival in Marseilles. Toward the center of the city, in the Square of the Constitution, you have on one side the ancient Audiencia, or Hall of Justice, whose architectural relics bring back remembrances of Rouen, while on the other side is the Casa Consistorial, or House of the Consistory, associated in its fine architecture and name, if not its present uses, with the days when the troubadour and the gaye science were at home in Barcelona, under the polished rule of the Arragonian kings. Every where throughout the city, you see traces of the past, and of a great and enterprising people who lived in it. Instead of the prostration and poverty which books of travel might prepare you to expect as necessary to a Spanish city, you find new buildings going up, in the place of old ones demolished to make room for them; streets widened; domestic architecture cultivated tastefully (as, indeed, from the ancient dwellings, it would seem to have always been in Barcelona), together with all the evidences of capital and enterprise, made visible to a degree, which Marseilles, with its vastly superior commerce and larger population, does not surpass.

    Nor, even as to the people, are the caps and trowsers the only un-French features. The Catalan, of either sex, is not graceful, it is true, or very comely. The women want the beauty, the walk, the style of the Andalusians. The men are more reserved in manner, less elegant and striking in form, more sober in costume and character than their gay southern brethren. But they are not French men or women, notwithstanding. Imagine a Marseillaise in a mantilla! «Uneasy lies the head that wears a crown»—even if it be but the crown of a bonnet; and it is impossible for one who has been bred to the use of those great equalizers of female head-carriage, to realize, much less to attain, the ease of motion, the fine free bearing of the head, neck, and shoulders, which the simple costume of the Spanish women teaches, and requires to make it graceful. Where, in the mincing gait on the trottoirs, will you find the proud, elastic step which the Spanish maiden is born to, even if it be her only inheritance? And where (to speak generally) among the loungers of cafes, and readers of feuilletons, or the proverbially brutal populace about them, do you see the parallel of that all-respecting self-respect, which it is a miracle not to find in the bearing of a Spaniard, be he high or low? It is an easy thing, M. Gautier, to condense a city into a paragraph!

    From the Rambla, we went down, along the sea-wall, to the Palace Square, where we found our way into the Lonja. The chambers of the commercial tribunals were in excellent taste. In each, there hung a portrait of the Queen, and, as all the likenesses were very much alike, I fear that they resembled her. We were shown through a gallery of bad pictures and statues—not very flattering testimonials of Catalonian art. During one of the recent revolutions, some indiscriminating cannon-balls had left these melancholy manifestations untouched, and had done a good deal of damage to the fine Gothic hall of the merchants. None but bullets fired in a bad cause could have conducted themselves so tastelessly. I would fain believe, however, that the more judicious Barcelonese have satisfied themselves, that the practical, not the ideal, is their forte, inasmuch as the extensive schools in the Lonja which are supported by the Board of Commerce, are all directed with a view to usefulness. Those of drawing and architecture are upon a scale to afford facilities, the tithe of which I should be happy to see gratuitously offered to the poor, in any city of our Union.

    An attractive writer (the author of the «Year in Spain») tells us that » the churches of Barcelona are not remarkable for beauty.» Externally, he must have meant, which, to a certain extent, perhaps, is true; but as to their interior, it is impossible to understand such a conclusion. The Cathedral and Santa Maria del Mar are remarkable, not only as graceful specimens, in themselves, of the most delicate Gothic art, but as resembling, particularly, in style, in the color of their dark-gray stone, and in their gorgeous windows, the very finest of the Norman models. Indeed, the great prevalence of this similarity in the churches of the province, has induced the belief, among approved writers, that the Normans themselves introduced the Gothic into Catalonia. Santa Maria del Mar reminds you, at a respectful distance, of St. Ouen, in the boldness and elevation of its columns and arches, and the splendor of its lights. It has an exquisite semi-circular apsis, corresponding to which is a colonnade of the same form surrounding the rear of the high altar; a feature peculiar to the Barcelonese churches, and giving to their interior a finish of great airiness and grace.

    From Santa Maria, we rambled up to the Cathedral, through many by-streets and cross-ways, passing through the oldest and quaintest portion of the city, and occasionally creeping under a queer, heavy archway, that seemed to date back almost to the days of Ramon Berenguer. Fortunately, we entered the church by one of the transept doors, and thus avoided seeing, until afterward, the unfinished, unmannerly facade. It would not be easy to describe the impression made on me by my first view of the interior of this grand temple, without the use of language more glowing, perhaps, than critical. When we entered, many of the windows were shaded; and it was some time before our eyes, fresh from the glare of outer day, became sufficiently accustomed to the gloom, to search out the fairy architecture in it. But, by degrees, the fine galleries, the gorgeous glass, the simple and lofty arches in concentering clusters, the light columns of the altar-screen, and the perfect fret-work of the choir, grew into distinctness, until they bewildered us with their beautiful detail. What treatises, what wood-cuts, what eulogies, should we not have, if the quaint carvings, of which the choir is a labyrinth, were transferred to Westminster, and the stalls and canopies of the Knights of the Golden Fleece were side by side with those of Henry the Seventh’s far-famed chapel! The same dark heads of Saracens which looked down on us from the «corbels grim,» had seen a fair gathering of chivalry, when Charles V., surrounded by many of the gallant knights whose blazons were still bright around us, held the last chapter of his favorite order there! Perhaps—and how much more elevating was the thought than all the dreams of knighthood !—perhaps, in the same solemn light which a chance ray of sunshine flung down the solitary nave, Columbus might have knelt before that very altar, when Barcelona hailed him as the discoverer of a world ! Let us tread reverently ! He may have pressed the very stones beneath our feet, when, in his gratitude, he vowed to Heaven, that with horse and foot he would redeem the Holy Sepulcher! «Satan disturbed all this,» he said, long after, in his melancholy way, when writing to the Holy Father; «but,» then he adds, «it were better I should say nothing of this, than speak of it lightly.» May it not have been, even in the moments of his first exultation, that here, in the shadow of these gray and awful aisles, he had forebodings of hopes that were to be blighted, and proud projects of ambitious life cast irretrievably away?

  • Ceremonias y costumbres del año nuevo

    Buen principio de año te conceda Dios, benévolo lector, que en ganar las albricias no queremos ser menos que tu criado, ni que tus vecinos, ni que tu limpia-botas, ni que el mozo del café en que acostumbras pasar algunos ratos. Vamos á empezar nuestra tarea y á cumplir nuestra solemne promesa de ponerte al corriente de todas las costumbres buenas y malas de nuestra ciudad, porque has de saber que en Barcelona hemos nacido, aunque nada te importe saberlo.

    En el presente dia como en todos los demás puedes hacer cuanto te venga en gana, pero es justo te digamos lo que podrás hacer si pretendes ser tan curioso como lo hemos sido nosotros por espacio de un año.

    En primer lugar no puedes ignorar si eres católico (porque puedes ser judío ó protestante), que el primer dia del año es fiesta de precepto, puesto que celebramos el aniversario de la circuncision del Señor.

    Puedes asistir á los divinos oficios que celebra la parroquia de Sta. María del mar cantados por la música de la capilla. El cuerpo municipal asiste á la funcion, y la parroquia regala á los regidores que asisten un roscon ó tortell.

    Al salir de esta funcion puedes felicitar los dias á alguno de tus conocidos que se llame Manuel, y sino, te viene á pedir de boca la inmediacion de la muralla del mar para ir á tomar el sol. Dirás tal vez, si eres forastero, ¿qué mas da ir á la muralla del mar que á otra parte cualquiera? Vas á saberlo. Cógete del brazo, y mientras llegamos estáme atento.

    Si la índole de un pueblo forma sus costumbres, á nuestro cargo tomamos el probar hasta la evidencia que nó sin fundamento se ha hecho proverbial la laboriosidad de los barceloneses. Vedlo aqui sino; que como no sea domingo ó fiesta de guardar no hay para qué cansarse, lo mismo asomarémos por los paseos que por los cerros de Úbeda. ¿A qué irse á holgazanear todos los dias? Cada cual tiene sus quehaceres y no nos reluce aqui tanto el pelo; pero llega nuestra hora en un domingo ó disanto y salimos entonces los barceloneses á lucir nuestros dijes y preseas de manera que pocos pueblos nos llevan ventaja en ello, y allá se las aviene el que se lo quita al cuerpo para buscar con que ataviarlo.

    Suponte que amanece en nuestra ciudad uno de aquellos dias en que el termómetro de Reaumur marca cuatro ó cinco grados sobre cero, que es lo regular, brillando el sol en una atmósfera serena y pura, uno de aquellos dias en que la mar que tenemos á la vista mueve apenas su azulada superficie y con suave murmullo juguetea entre las rocas. ¿Quién no va entonces á la muralla del mar, liceo de la elegancia, emporio de las galas, museo de la coqueterías y punto de reunion en los dias festivos de invierno? ¡Cuánta gente, qué bullicio, qué conjunto tan heterogéneo! Allí un sombrerito, acá una mantilla, allá un frac á la inglesa, acullá un gaban parisiense, un casacon del siglo de Luis XIV, un peinado á lo Villamediana, unas barbas de turco, unas botas marroquíes, un albornoz árabe, el aire español, y en los labios nuestro acento con que parodiamos la lengua de los Berengueres. Todos nos cercan y cercamos á todos, y nos codeamos unos con otros, y nos pisamos y los miramos y nos saludan, y con ganas ó sin ellas hay que corresponder á sus cortesías. La dificultad consiste en hallar el principio de ese círculo vicioso. ¿Cómo dar la preferencia á un grupo sobre los demás cuando todos nos parecen bien y nos ofrecen alguna particularidad? Alto, señores, pare la rueda: nada, no hacen caso; pues entonces emprendamos la marcha desde un estremo del paseo, y por aqui cortemos el hilo de esta enredada madeja, y caiga en quien caiga la suerte de ser el primero en verse espuesto al lente ustorio de nuestras observaciones.

    Preséntase desde luego una robusta mamá cogida del brazo de un barrigudo papá, y mas adelante sus dos pimpollitos de doce á catorce años: lindas muchachas; prometen mucho. Síguenles la pista dos jovencitos que empiezan á hombrear y con quienes coquetean, como que los conocen de verlos muy á menudo en la puerta del colegio. Ya se esconden los dos mozuelos de la vista de los papás, ya vuelven de improviso á la carga, y pasan y repasan y se empujan y disputan y dan suelta á palabras que no es bien que aqui se digan.

    ¿Qué voces son esas? ¿hay quienes se hablan de uno al otro lado del paseo? ah! es una comitiva de jóvenes de ambos sexos. Ellas, á cual mas alegre, pizpereta y vivaracha. ¿Riñen acaso? nó señor, ¡qué quiere V.! la fuerza del acento del pais.

    Cuán tiesa y espetada se viene aquella! cuántas joyas, cuánta pedrería, cuánta blonda! parece una imágen que se ha salido del altar. A pedir de cogote sentara aqui bien mutatis mutandis lo de nuestro poeta Moreto.

    Mucho moño y arracadas,
    Valona de canutillos
    Mucho collar, mucho afeite,
    Mucho lazo, mucho rizo
    Y verás qué mala estás.

    No es nada lo engalanado que se viene el que la lleva del brazo: novios deben de ser segun las dulces miradas con que mutuamente se corresponden. Pasemos de largo no se los estorbe y háganse á pesar de los ojos envidiosos que lo noten y de las malas lenguas que lo ridiculicen los arrumacos que les vengan en gana.

    ¡Ola, secretitos hay! ¡qué tendrán que decir esas elegantes que vuelven la cara para mirar á los novios! Con corta diferencia deben de decir lo que aquellas del otro lado, y las que se vienen hácia acá y las que nos vienen siguiendo: si el sombrerito es de moda, si el vestido le va bien ó mal, si es bonito ó feo el aderezo, si el prendido es de bueno ó mal gusto, con otras cosas sobre el casamiento y la dote y la boda que no queremos decir, porque ya estan al alcance del lector.

    Adieu mon cher, addio carissimo. ¿En dónde estamos? ¿son franceses, italianos ó españoles? son tres pisaverdes, enfáticos de sobra, y por demás lenguaraces. No son amores callejeros los que sacan á corro; aventuras de otra calaña los entretienen. En todas ellas han hecho el papel de protagonistas, y es bien creerlo porque ellos lo dicen, si bien no salgo fiador de la veracidad de sus palabras, porque como por despejo y no por mengua se tienen semejantes aventuras, á trueque de ser reputados en mucho es forzoso mentir á rienda suelta. Sígalos oyendo aquel á quien mayor curiosidad le aguijonee, y como eche el resto á su credulidad, de seguro va á dar al traste con las mejor sentadas reputaciones.

    Llegamos en esto al estremo del paseo y es fuerza dar la vuelta, y nos hallamos con la singularísima novedad de tener que saludar al que cinco minutos antes saludamos, y de sonreirnos á la que se sonrió, y llegamos luego al sitio en donde principiamos nuestras observaciones, y es preciso desandar lo andado, y vuelta á hacer lo mismo que hemos hecho antes y que harémos despues y un poco mas tarde, y hasta que den las dos, á cuya hora no todos los estómagos barceloneses resisten algunas vueltas de mas en la Rambla por via de apéndice al paseo de invierno.

    Seamos de los aficionados á este apéndice y verémos como las gentes que han paseado se dirigen á sus casas á celebrar la fiesta con una buena comida, quizás en compañía de algunos parientes ó amigos. El turron y sobre todo los barquillos son los postres necesarios de la de este dia. El parroquiano viejo de Sta. María del mar no abandona por mucho que le contradiga la generacion que debe sucederle, la antigua costumbre de comer sopa de fideos aderezados con azúcar y canela, y no se olvida de acudir por la tarde á su parroquia á oir el rosario y los villancicos alusivos á la festividad que canta la capilla.

    Los teatros dan funcion tarde y noche, costumbre que continúa todos los domingos y disantos del año, y otros dias que no lo son, y que en su lugar correspondiente señalarémos.

    En este dia se inauguran los bailes de máscara en el salon grande ó en el gran salon (albarda sobre albarda, y perdone el que se crea culpado) de la casa Lonja. Se empieza á la hora que señalan los anuncios, y se paga de entrada la cantidad que se fija, pero no se admiten cuartos ni moneda que deba pesarse. No dirémos aqui lo que es este baile; su vez le llegará, que ya va haciéndose pesado el articulillo. Hay tambien baile en la Patacada, y hablarémos de él el dia 8 de diciembre en que suelen comenzarse.

    Una advertencia harémos, y es, que no crea el buen lector que el paseo de la muralla del mar que hemos descrito, sea una particularidad del dia presente, puesto que es costumbre de todos los festivos de la estacion en que nos hallamos, con tal que el tiempo lo permita.

    En los cuatro primeros dias del año las cuarenta horas estan en la Catedral, despues pasan otros cuatro á Sta. María, y van turnando en las otras iglesias, aunque nó de un modo igual en todos los años. Hasta la Pascua de Resurreccion estan en cada iglesia cuatro dias, desde la Pascua en adelante solo tres. En la Semana Santa no las hay en ninguna iglesia. Las horas de esposicion varian segun las estaciones. Los periódicos dicen todos los dias la iglesia en que se hallan, y además cada semestre se vende un impreso en que se lee todo lo que conviene saber acerca de este punto.

  • Los regalos de los Reyes, baile en la Llotja, el porque de las máscaras, un cuento de amor

    El que haya leido el artículo del dia anterior, necesariamente ha de conocer el desasosiego de los niños para levantarse apenas amanece Dios. Su primera diligencia es abrir la ventana y buscar en el plato que pusieron en él, si los Santos reyes han traido turron. El chasco de los ya creciditos que se encuentran un libro ó unas disciplinas, ó un dedal y una aguja, les hace bajar la cabeza y avergonzarse ó de haber sido tan crédulos, ó de haber ocultado su malicia con respecto al conocimiento de quiénes son los que pueden jugarles semejantes tretas. Las observaciones de los papás y padrinos ó tios suelen ser el sainete de esta funcion que no es fácil concluya sin algun pucherito por parte del chasqueado.

    La parroquia de Ntra. Sra. de los Reyes ó del Pino celebra con toda solemnidad la fiesta del dia. Mucha música, muchas luces y sobre todo muchísima gente. La funcion de la tarde suele tambien ser muy concurrida.

    Como hoy es dia festivo, no puede faltar el paseo en la muralla del mar desde las 12 á las 2 de la tarde.

    Los teatros dan las dos funciones de costumbre.

    Por la noche tiene lugar el segundo baile de máscara en el salon de la casa lonja, con las prevenciones de estilo.

    Cosa bien particular es que los bailes de máscara hayan ido tan en decadencia en esta ciudad que mereció en lo antiguo la consideracion de otra Venecia por sus máscaras; y no sabemos si achacarlo á la falta de humor de la clase acomodada ó á la sobra de posibilidad de la clase mas humilde. En otro tiempo las señoras asistian á este baile sin disfraz y con trages elegantes, posteriormente la corrupcion de costumbres las obligó á adoptar la mascarilla, y últimamente solo asisten á él en ciertos dias señalados como se verá en su caso y lugar.

    ¿Y qué se hace en este baile de la lonja? Lo que en cualquiera otro baile de máscara: no bailar. Perdiéronse los faustosos y graves minués, y las monótonas contradanzas españolas han desaparecido: las fatigosas mazurcas y galopadas casi quedan reducidas á la nulidad; los zalameros y remilgados rigodones y hasta las polkas son desatendidas á pesar de la moda. Sin embargo la orquesta no es lo que menos incita á bailar, porque tiene un buen repertorio y toca con bastante precision. Pues entonces, ¿qué particularidad puede ofrecer un baile de la lonja? Las máscaras, esas máscaras que con sus bien ó mal ideados disfraces recorren el salon bromeando, saltando y chillando siempre. ¿Pero qué novedad y qué interés pueden tener las máscaras? porque en efecto, ¿quién no ha sudado en su vida una careta? ¿quién no se desfigurado bajo los pliegues de un mal disfraz? y en esta guisa ataviado, ¿quién no ha hecho mas de dos decenas de travesuras, y no ha dicho cuatro mil sandeces, y no ha dado otros tantos aullidos por añadidura? Sin embargo algo nos será forzoso decir, y puesto que hemos principiado, debemos llevar adelante nuestro artículo enmascarado ó de máscara, que todo se sale allá.

    Un plan amoroso cualquiera que sea, un deseo de habérselas, no sé si se diga cara á cara con un rival, y ciertas circunstancias y compromisos inevitables con personas cuyas insinuaciones cierran la puerta á toda escusa, pueden obligarle á uno á vestir un trage que no es el suyo, á tomar un semblante distinto del que habitualmente tiene, á verse transformado en un personage del siglo undécimo, en un pelafustan de nuestros dias, en un moro marroquí ó en un cristiano de allende: ¿quién es capaz de conocerle á uno entonces? El fisonomista de Zurich, Lavater mismo, con su sistema, esperimentos y teorías ha de estrellarse contra los lineamientos de una cara postiza. Un ángulo facial de cuarenta grados con su gesto severo y discursivo oculta un rostro grotesco, como si dijéramos, una fisonomía de salmon. Hay quien rabia á pesar de lo absorto de su mascarilla de cera, y hay tambien quien se rie hasta reventar detrás de un semblante casi de hierro.

    Se dirá tal vez que esto no son sino generalidades, y que lo que debemos consignar en el Añalejo son costumbres peculiares del pais. Pues entonces contestarémos con una anécdota hallada en los mamotretos de un curioso, y que insertamos á continuacion para que pueda leerla el que no esté cansado de seguir nuestra palabrería.

    No fue amor ni cosa que lo valiera sino un esceso de complacencia lo que obligó al jóven Anselmo á rendir su libertad en una noche de baile en el salon de la lonja, al capricho de tres ó cuatro muchachas, que por cándidadas que pareciesen, por tímidas que al trato de las gentes se presentaran, la sola idea de la mascarilla dió al traste con todas las virtudes teologales de que se les debia suponer dotadas; y buscaron trages y pidieron prestados á la doncella su jubon y faldas de payesa, y las arracadas á el ama de leche, y descosieron vestidos y enaguas y cosiéronlas de nuevo, y revolvieron cofres, y aquel dia acerté á querer visitarlas y, vean VV. las señoras no estaban en casa! habian salido á unas diligencias….. y qué sé yo cuántas otras satisfacciones dióme la criada sin que se las hubiera pedido, porque á convencerme de que mentia me bastaban los cuchicheos y pisadas, como de quien corre, que se dejaron oir detrás de la puerta durante el no corto espacio de tiempo que medió desde mi primer campanillazo hasta el primer ¿quién hay? que me fue dado desde la rejilla. Dios se lo pague: gasté una tarjeta, pero me ahorré una visita.

    Volvamos á nuestras jóvenes que á trueque de no ver frustrados sus intentos, buena cuenta tuvieron de que nada faltara al jóven Anselmo para disfrazarse, y con cuatro hilvanes modificaron un par de colchas á manera de dominó; trage que no desdecia en cosa alguna de la papalina y la camisola ceñida sobre una basquiña de anascote con que se atavió una respetable señora tia de las muchachas, que por aquella noche debia hacer las veces de mamá y ser compañera inseparable del infeliz Anselmo.

    Las diez daban en el reloj de Santa María del mar en el momento mismo en que entró la comitiva en el salon de la lonja, sacando de quicio sus propias orejas para arreglar y acomodar las mascarillas, y á pocos pasos se anunció ya la vanguardia con los consabidos gritos de ordenanza, y rompió el fuego.

    –Adios! ¡adios! ¿Me conoces? ¿Me conoces? ven acá: ven acá……………………………………
    –Diga V. Anselmo ¿dónde estan las niñas? –Señora, han quedado ahí detras dándole broma á un sugeto. –Vamos á buscarlas………………………………………
    –Chica, ¿dónde está mi tia? –Estaba cansada, y he venido á sentarme. –Y dónde paran las otras? –No sé. –Vente y cógete del brazo de Anselmo. No de muy buen talante recibió la muchacha esta inesperada visita, pero al cabo obedeció, aunque no sin que la siguiera el sugeto con quien en sabrosas pláticas estaba, con el fin, por lo que se echó de ver, de continuarlas.
    –Adios! ¡adios! Ya te conozco; ya te conozco. Eres Anselmo. ¡Qué bien acompañado! Vaya, chico, que te diviertas mucho!

    De sobras estuvo para el jóven este aviso de una máscara que acertó á pasar, que bien se le alcanzaba lo ridículo de su situacion, aunque no tardó en lucir para él un rayo de esperanza, y pensó dar treguas á sus desventuras luego que á aquellas señoras les plugo el sentarse. Pero no bien hubo desperezado disimuladamente sus brazos y preparádose para soltar la cinta que sostenia la mascarilla, cuando atropelladamente se llegó á él la otra seccion de la comitiva cuyo paradero se ignoraba, y con gran desasosiego pidiéronle que no se quitase la mascarilla por no esponerlas á ser conocidas, pues cierta persona, sin duda porque estaba de mal humor, se habia atufado por unas verdades que le dijeron, y pudiérase añadir, por unas mentiras que improvisaron.

    No creyó Anselmo del caso, ni lo hubiera sido, decretar un no ha lugar á semejante solicitud, pues no quiso arriesgarse á perder en un momento el concepto de complaciente qeu se ganara á fuerza de sudores; y héle ahí conservando la mascarilla, que con ser de las finas, no dejó por eso de encerarle un tanto el rostro.

    Mas por cuanto pudo el atufado hallar ocasion (no importa el cómo) de desquitarse del agravio qeu creyó haber recibido de las niñas, y entonces al soltar de las lenguas siguió el arrancar de mascarillas, y tamaños desmanes no pudieron menos de producir para colom de infortunio, los preludios de un duelo en el que Anselmo debió representar el papel de provocador; y gracias á la prudencia de que en estos casos jamás falta una buena dosis, gracias á la intervencion de la autoridad competente y á las persuasiones de unos amigos, no tuvo otro resultado que unos arañazos precedidos de algunas puñadas, intermediado el todo con la pataleta de una de las interesadas.

    A pesar de estos contratiempos hubo quien sacó su provecho del disfraz y de la mascarilla, porque consiguió á su favor, lo que no pudo lograr en treinta años de soltera que por lo menos contaba, porque tampoco faltó quien se dejase seducir por ciertas cualidades que en ella pretendió adivinar primero al través de la mascarilla, hallar despues durante la cita que le fue dada para el dia siguiente, y que tomó por reales y verdaderas á vuelta de algunas entrevistas.

  • Fiestas de Sta Catalina de Siena, S Pelegrín, y María/Maia

    Las beatas de Sto. Domingo celebran hoy en la iglesia de N.ª S.ª del Rosario solemnes cultos en honor de Sta. Catalina de Sena.

    En la iglesia de los Dolores la cofradía dedica hoy solemnes cultos á san Pelegrin.

    Las religiosas de Montesion comienzan hoy el solemne novenario á Sta. Catalina de Sena.

    La corte de María celebra esta tarde en Sta. María del mar, y con el título de Mes de María solemnes cultos en obsequio de N.ª S.ª Hay funcion en todas las tardes del mes de mayo.

  • Dia de Pascua de Pentecostés

    Hanos dado el acaso un vecino que se acuerda de la primera guerra con la Francia como si pasara hoy, que es como si dijéramos que no baja de sus 60 del pico: hombre aficionadísimo á la música, y que habla de la de su tiempo con el mismo entusiasmo que puede hacerlo un jóven postnapoleoniano de la de Rossini ó Bellini: pero no se crea que este buen anciano sea hombre de caudal: en la guerra que el vulgo de este pais llama de la pendencia (propiamente juega el vulgo del vocablo), sirvió y llegó á teniente: fue despues empleado, y por consecuencia precisa es en el dia cesante. Asi es que pocas veces ha podido satisfacer su aficion á la música sentado en una luneta del teatro, sino que en su juventud, las revistas, misas de tropa y retretas eran su ópera, como lo son en el dia los pianos de los cafés , las misas solemnes y los órganos de las iglesias. No falta todos los años al oficio de la catedral en el dia de Navidad, ni al de Sta. María del mar en el de año nuevo, ni al del Pino en el dia de Reyes, y sabe cual es el mejor órgano de la ciudad y qué organista es el que mejor teclea.

    Llega la pascua de Pentecostés, cuyas costumbres rezamos hoy, y madruga y se viste de punta en blanco sin olvidar el sinnúmero de cintajos que ganó en las campañas que hizo; y á las 9 de la mañana le hallarán Vds. de fijo sentado en uno de los bancos de la catedral para oir teclear el órgano al maestro D. Mateo Ferrer, á quien llama Mateuet, durante los maitines del día; pues si bien duran una hora, dejan suficiente lugar al organista para tocar á su sabor todas las teclas y todas las contras. Nuestro anciano filarmónico se entusiasma, porque ha contraido la costumbre de entusiasmarse todos los años en aquella funcion que llama la hora, y hace participar de su entusiasmo á los que tiene á su lado, que son otros tantos ejemplares de un tipo que se pierde en la confusion , indiferencia ó reformado gusto de este segundo tercio del siglo XIX.

    Hoy es fiesta de precepto, y la Iglesia la celebra con toda solemnidad.

    Las demás costumbres no ofrecen ninguna particularidad notable, y son otra edicion de las veraniegas que hemos descrito en el mes pasado.