Etiqueta: la Barceloneta

  • La Jamancia: deserciones

    (Lunes)

    Anoche á las doce dadas, los individuos de la guardia del rebellín de san Pedro han observado que se pasaban á las tropas del gobierno el sargento de la misma. Inmediatamente han dado parte al señor Gobernador de la plaza, quien ha mandado tocar generala y ha mudado el santo en todos los puntos de la ciudad. A las siete y cuarto de la mañana, Monjuí ha disparado cuatro tiros de cañon porque ha visto que trabajaban en las baterias del mismo fuerte.

    A las 2 y media de la tarde pasaba una partida de tropa desde la Barceloneta á la puerta de D. Cárlos. El destacamento que hay en el baluarte del mediodia, ha disparado contra ellos varios tiros de fusil habiéndoles herido un individuo: el fuerte de D. Cárlos que lo ha observado ha disparado un metrallazo y varias balas rasas contra dicho fuerte; y en seguida la Ciudadela y Monjuí se han hecha una seña, y juntos han empezado á arrojar balas rasas y granadas, aquella contra el baluarte del mediodia y bateria de san Sebastian, y esta contra dicha bateria y Atarazanas. Este cañoneo ha sido lento pero ha durado hasta las nueve de la noche.

  • La Jamancia: celebraciones de la mayoria de Isabel, negociaciones bajo amenaza

    (Miércoles).

    Hoy al romper el alba todos los fuertes del gobierno han hecho salva con motivo de celebrar la mayoria de S. M. declarada por las cortes el dia 8; y su juramento prestado el dia 10 en el seno de las mismas. Con igual motivo ha habido hoy en Gracia Te-Deum, repique de campanas, é iluminación por la noche.

    Hoy he notado que cerca la cruz den malla construyen los del gobierno una bateria con tres troneras. Tambien estan formando otras dos delante la Barceloneta, y en otros varios puntos del llano.

    El capitan general ha dirigido á la Junta la comunicacion y las bases del convenio que se copian en la nota (1). La Junta ha publicado una y otras para satisfaccion de los moradores de esta ciudad.

    El mismo capitan general ha remitido una copia de las mismas al cónsul de Grecia.

    Los Sres. Soler y Ronquillo han oficiado segun se dice para que aceptase el convenio. Con esta fecha los mismos señores han remitido á la citada corporación el oficio que en la nota se traslada (2).

    La Junta suprema á contestado al capitan general con motivo de la comunicacion que le ha dirigido y de la cual acabamos de hacer mencion, en el oficio de la nota (3).

    Hoy ha sido puesto en libertad el capellan del presidio de cuya prision hablamos en el diario del 26 de Octubre próximo pasado.

    (1) JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.

    Esta Junta acaba de recibir la siguiente comunicacion:

    Ejército de Cataluña. A la Junta, corporacion ó autoridad que mande dentro de los muros de la ciudad de Barcelona—Reunidos los cuerpos colegisladores el dia ocho del actual en el Palacio de las Cortes, fue declarada S. M. la Reina Doña Isabel mayor de edad para tomar las riendas del Gobierno de la nacion por ciento noventa y tres votos contra diez y seis.—En consecuencia de la anterior declaracion S. M. la Reina Doña Isabel II ha prestado el juramento ante las Cortes á las dos de la tarde del dia diez, encargándose en el acto de regir y gobernar á la nacion española.—?n once del corriente, por estraordinario, me manda manifestar a las autoridades que gobiernan en Barcelona, y á todos sus habitantes, que desea su maternal corazon inaugurar los actos de su poder, de una manera suave y benéfica, consolando las familias, á quienes aflige la estraviada conducta de los que sostien todavía las quiméricas ideas que proclamó la anarquía. Que haga saber el advenimiento de S. M. al trono, autorizándome en vista de tan fausto acontecimiento para llamar á la obediencia á los estraviados, haciéndoles las concesiones que confia á mi criterio, sin que por ellas se lastime el prestigio del trono, ni se resienta el decoro debido al Gobierno de S. M.—La Reina, al honrarme con esta autorizacion me previene indique á VV. las bases del convenio que juzgue razonables para la pronta sumision de esta Ciudad; y existiendo anticipadamente en poder de VV. el espresado documento, los reitero con tan lisonjero motivo, esperando solo que VV. se sirvan acusarme el recibo de este escrito, para elevarlo á conocimiento de S. M. y demas disposiciones consiguientes.—Dios guarde á VV. muchos años. Cuartel general de Gracia 15 de noviembre de 1843, á las nueve de la mañana.—Laureano Sanz.

    Las bases del convenio á que se refiere el oficio anterior, son.

    CONVENIO.

    El Teniente General de los Ejércitos Nacionales don Laureano Sanz , Capitan General del 2.° distrito militar y General en gefe del ejército de operaciones, por una parte, y por otra los señores que firman en representación del pueblo, acuerdan lo siguiente:

    1.° La fuerza armada que se halla dentro de Barcelona las autoridades que la gobiernan, y todas cuantas personas se habrán declarado contra el Gobierno provisional de la nacion, le reconocen y le prestan obediencia desde este dia.

    2.° La Milicia nacional entregará las armas y quedará disuelta: el Gobierno resolverá después lo que tenga mas
    conveniente.

    3.° Los cuerpos francos, y demas creados desde 1.° de setiembre serán desarmados y disueltos. Los penados que forman parle de tales cuerpos, volverán á cumplir el resto de sus condenas.

    4.° Los empleados civiles y militares de toda clase y categoria qne se hubiesen adherido al pronunciamiento, recibirán por el pronto los pasaportes para sus casas: quedando espédita la accion del Gobierno para restituirlos á sus goces y empleos si lo considera conveniente.

    5.° Serán respetadas las opiniones políticas que con mas ó menos desarrollo se hayan manifestado desde 1.° de setiembre
    último; pero quedará libre y desembarazada la accion de los Tribunales para satisfacer la vindicta pública en los delitos comunes.

    6.° Desde el momento que quede terminado y ratificado este convenio no se entablará procedimiento alguno, ni se exigirá responsabilidad por causa de infidencia contra los que á él se acogieron.

    7.° Los prisioneros que en el dia se hallen en los depositos, entrarán desde la fecha de este tratado bajo la proteccion del Gobierno.

    8.° Será ecsaminada la recaudacion de fondos y distribucion con la debida escrupulosidad para inquirir su legítima inversion; del mismo modo se ecsaminará la ocupacion y distribucion de géneros y efectos hechos en la ciudad desde 1.° de setiembre. Los particulares y las corporaciones que tengan derecho á indemnización serán resarcidos debidamente por los medios que señalará el Gobierno de acuerdo con la Diputación Provincial.

    9.° La Diputacion Provincial queda disuelta y será nuevamente constituida con arreglo á las leyes.

    10. El Ayuntamiento será tambien disuelto y renovado en su totalidad.

    11. El Gobierno nombrará los empleados que tenga por conveniente.

    12. Admitido este convenio se ocuparán todos los puesto y cuarteles de la plaza por las tropas del ejército: La fuerza armada que en el dia la guarnece dejará las armas depositadas en el local ó locales que señale la seccion de Ayuntamiento; dando previo aviso á V. E., y marchará á sus casas.

    13. Se nombrarán por parte del ejército oficiales de artilleria é ingenieros que recibirán por inventario los efectos de cada arma que en el dia ecsistan.

    14. A toda persona que hallándose actualmente dentro los muros de Barcelona se considere comprometida y apetezca marchar al estrangero, el Escmo. Sr. Capitán general le librará el correspondiente pasaporte para poder embarcarse desde luego en buques nacionales ó estrangeros, mercantes ó de guerra, segun mas les convenga, á cuyo fin la seccion de Ayuntamiento presentará la lista de los que lo deseen: sus familias y bienes serán respetados, y solamente responderán los últimos de lo que, no se hubiese legitimamente invertido en el sostenimiento de la situación creada desde 1.° de setiembre de este año.

    15. Toda persona de cualquier clase, secso, condicion ó categoría que despues de firmado ó rectificado este convenio, se opusiese directa ó indirectamente á su cumplimiento, alterase la tranquilidad y el orden público, no respetase la propiedad ó atentase contra la seguridad personal de sus conciudadanos, queda en el acto fuera de la ley y sujeta al castigo que le impondrá breve y sumariamente el consejo de guerra permanente.

    16. A las veinte y cuatro horas transcurridas, á lo sumo de firmado este tratado se entregará la plaza de Barcelona incluso Atarazanas, á las tropas del ejército, y sino se cumpliese este artículo, quedará nulo el convenio.

    Cuartel general de Gracia á los 11 de noviembre de 1843, á las diez de la noche.

    Lo que se anuncia al público para conocimiento de los habitantes de esta ciudad, interin la seccion del Ayuntamiento y las comisiones del Ejército y Milicia nacional se ocupan de dar la debida contestacion que se publicará igualmente.

    Barcelona 15 de noviembre de 1843.

    El presidente, Rafael Degollada.—Vocales.—Vicente Soler.—Agustin Reverter.—Antonio Benavent.—Miguel Tort.—Tomás Maria de Quintana.—José de Caralt.—Vicente Zulueta.—Tomás Fábregas.—Antonio Rius y Rosell, vocal secretario.

    (2) Excmo. Sr. :==El Excmo. Sr. capitan general nos acaba de confiar la lectura de la atenta comunicacion de V. E., pidiéndole por nuestra suerte. De esta hubiésemos dado conocimiento ayer, á no ser que no se permitió la entrada ni salida á esa plaza: mas hoy, por conducto del Excmo. señor Capitan general, quien ha mandado un parlamento con pliegos para la Junta, y Sr. cónsul de Grecia, hemos incluido en este último una comunicacion á V. E.; que se servirá recoger caso de no haberla recibido, y que recomendamos de nuevo á la alta consideración de V. E.

    Nada se tema por nosotros: aquí estamos en completa libertad, debiendo agradecer al Excmo. Sr. Capitan general toda clase de atenciones y la mas lata caballerosidad: lo contrario de ahí, Excmo. Sr., que á nuestra salida nos vimos en eminente riesgo de nuestras vidas; y son estos azares que no nos decidimos á correr de nuevo, permaneciendo aquí prontos á hacer cuanto de nosotros dependa en favor de la desgraciada Barcelona, cuya situación ha cambiado enteramente, mandando como manda ya, nuestra Reina D.a Isabel II, pues de hoy mas la resistencia será á ella, y no á hombres determinados, á lo que no podemos avenirnos. =Dios guarde etc.—Gracia á las 5 de la tarde del 15 de noviembre de 18r3. = José Soler y Matas. = José Oriol Ronquillo. =Excelentísimo Ayuntamiento Constitucional de Barcelona.

    (3) Excmo. Sr.==Esta corporacion ha visto la comunicacion de V. E. fecha de ayer haciéndole saber la declaracion de la mayoria de S. M. y las maternales ideas de que se halla inspirada á su avenimiento al trono.

    La Junta que desea que todos sus actos tengan la mayor publicidad, é ilustrar al mismo tiempo la opinion pública sobre un asunto de interés tan vital, la ha mandado imprimir y publicar: al propio tiempo ha reunido á los Sres. comandantes de todas las fuerzas y les ha dado conocimiento de los deseos de S. M.: hoy se nombran dos comisionados por cada cuerpo, y se ha invitado tambien al Ayuntamiento á la reunion general que deberá celebrarse mañana para acordar la contestacion que haya de darse á V. E.=Dios guarde etc.==Barcelona 15 de noviembre de 1843==Excmo. Sr.==El presidente, Rafael Degollada.==El vocal secretario, José de Caralt. = Excmo. Sr. Capitan general del Ejército y Principado de Cataluña.

  • La Jamancia: la Junta se rinde y el ejército vuelve a entrar

    (Lúnes)

    Hoy ha sido un dia muy bullicioso á la par que alegre para los pacíficos habitantes de esta ciudad desventurada.

    Esta mañana ha desaparecido ó ha sido puesto en libertad el vocal de la Junta D. José Masanet, en el acto de ser trasladado del palacio del general que le servia de cárcel. Segun parece ha habido inteligencia con el gefe que le conducia, pues se asegura que Masanet no alcanzó la libertad hasta haber entregado á aquel una libranza firmada por su mano, valor de 4000 reales.

    Esta misma mañana han sido despedidos de la casa moneda los operarios despues de haberles entregado sus correspondientes salarios.

    La Junta se ha despedido hoy de los habitantes de esta ciudad con la alocución que puede leerse en la nota (1 [no OCR]). Tambien el Ayuntamiento ha dirigido á sus representados una proclama concebida en estos términos. Véase la nota (2 [no OCR]). Pertenece ademas á la historia de este dia la proclama dirigida por el Capitan general á las tropas de su division (3 [no OCR])

    A medio dia ha entrado un regimiento procedente de la Ciudadela y ha relevado todos los puntos de la ciudad.

    El Excmo. Sr. Capitan General, usando de las facultades de que se halla revestido, ha nombrado con esta fecha un nuevo Ayuntamiento constitucional, compuesto de los sugetos que siguen:

    ALCALDES.
    D. José Bertran y Ros, Magistrado sin ejercicio por ahora y propietario.
    D. Baltasar de Eixalá, abogado.
    D. Luis Gonzaga Pons y Fuster, abogado.
    D. Buenaventura de Sans, hacendado.
    D. Tomás Coma, fabricante y propietario.
    D. Juan Nadal, herrero de la Barceloneta y propietario.

    REGIDORES.
    D. Rafael Maria de Duran, hacendado.
    D. Cayetano de Amat, baron de Maldá.
    D. Cayetano de Vilallonga, baron de Segur.
    D. Domingo Serra, fabricante y propietario.
    D. José Folgnera, confilero y propietario.
    D. Francisco Viñas, comerciante y propietario.
    D. Francisco Fradera, platero y propietario.
    D. Cayetano Lopez, médico, de Gracia.
    D. José Prat, comerciante.
    D. Buenaventura Vives, maestro alfarero y propietario.
    B. Francisco de Asis Soler, arquitecto.
    D. Juan Claros, hacendado.
    D. José Boix, carpintero, de Gracia.
    D. Joaquin Portell, farmacéutico.
    D. Rafael Pla y Carreras, alfarero y propietario.
    D. Antonio Martí, maestro de velas y propietario de la Barceloneta.
    D. Joaquin Ruira y Lacrea, abogado y propietario.
    D. Estevan Bosch , comerciante y propietario.
    D. Ginés Guasachs, labrador y propietario, de Gracia.
    D. Antonio Soqué, médico y propietario.
    D. Francisco Ribas, zapatero y propietario.
    D. Pedro Martir Colominas, panadero y propietario, de la Barceloneta.
    D. Jaime Comas, corredor y propietario.
    D. Narciso Fonolleras, abogado y hacendado.

    SINDICOS.
    D. Juan Agell, profesor de fisica y propietario.
    D. Juan Costa y Fuxench, abogado.
    D. Tomás Illa y Balaguer, fabricante.
    D. Francisco Esteve y Tomás, abogado y propietario.
    D. Ignacio Vieta, tendero de paños.

    A las dos y cuarto han salido de la misma Ciudadela el capitan general Sanz con su estado mayor y precedido de unos 100 hombres del Batallon de Zapadores. Entre los edecanes y á sus dos lados iban el vocal de la Junta D. Antonio Rius y Rosell, y el Alcalde primero Constitucional D. José Soler y Matas, cerrando la marcha como unos 2000 hombres de tropa. Ál salir de aquel fuerte para dirigirse á la muralla del mar, han tenido que detenerse interin estaban los zapadores construyendo un especie de puente de tablones sobre la cortadura que habian abierto los centralistas desde el Palacio hasta la esquina de la Aduana á fin de tener un camino cubierto para pasar al baluarte del mediodia.

    Cuando llegaron á la plaza del palacio tuvieron que detenerse otra vez por causa de las barricadas que habia en todas las bocas calles. Entonces el general ha mandado un edecan al comandante de zapadores mandándole que dividiese la fuerza en cuatro partes para destruir las barricadas que encontrasen al paso empezando todos juntos por la de la calle de la Espaderia por ser la mas fácil de derribar. En seguida se dirigieron por la calle de Baix, Encantes, plaza de S. Sebastian, Fusteria, calle Ancha, todo eso relevando las guardias donde las encontraban, y en llegando á la calle de S. Francisco de Asis subieron á la muralla de mar para dirigirse desde ella á la rambla. En esto entraba por la puerta de santa Madrona el general de division D. Ricardo Schelly con unos 3,000 hombres entre infanteria, Caballeria y Artilleria de carga, cuya fuerza unida á la que venia con el general se estendió por la rambla formada en masa, escepto la caballeria y Artilleria que formó á dos de fondo en batalla. Despues de esto y á poco rato ha ido llegando la Milicia nacional por batallones y con sus músicas y leones ó banderas correspondientes.

    Las dos compañias sueltas llamadas la una de Muns, y la otra del Noy Buxó fueron agregadas al 7.° y al 4.° Batalln de Milicia nacional, cuyos dos batallones colocaron al lado de sus gastadores los 16 trabucaires que tiene cada una de las dos citadas compañias. La fuerza de la milicia se ha colocado al lado de la tropa ocupando el trozo de Rambla que media desde la plaza de S. José hasta los estudios. Sobre las cuatro y media de la tarde ha pasado por delante de la fuerza armada el Capitan general acompañado de los citados Sres. Rius, Soler y Matas y del E.M., todos á pié habiendo sido saludado con unánimes aclamaciones de viva el general Sanz: este correspondia al saludo popular con el sombrero que llevaba en la mano y diciendo con afabilidad, nada de vivas á personas, señores: viva la unión, viva la Reina Doña Isabel II, y viva la Constitucion de 1837.

    Terminada esta especie de parada que se ha celebrado con la mayor tranquilidad, la Milicia nacional ha ido á depositar sus banderas en las casas consistoriales, retirándose en seguida los individuos á sus casas con su correspondiente uniforme, armamento y municiones.

    Un poco mas tarde se ha retirado tambien la tropa de la rambla á los cuarteles que les estaban designados, aposentándose algunos Batallones en las principales de la Milicia nacional.

    Esta noche ha quedado un reten de un Batallon de Infantería y unos 100 caballos en la rambla frente al teatro, desde donde han despedido patrullas para recorrer las calles de la ciudad.

    Sin embargo de que el general habia ordenado que no se permitiese la entrada del paisanage en la ciudad hasta al cabo de tres dias de ocupada esta, hoy ha dispuesto por medio de un bando (1 [no OCR]) que desde mañana á las dos de la tarde puedan entrar los emigrados y las tropas que forman la línea del bloqueo.

    Hoy se han remitido al cónsul de Grecia los pasaportes para los que creyéndose comprometidos, han querido pasar al estrangero. El capitan general ha espedido hoy un bando para los que deseen entregar las armas, lo verifiquen en el local de Atarazanas ó en el Colegio Episcopal. Véase en la nota (1 [no OCR]).

  • La Jamancia: empieza la reconstrucción

    El capitan general ha espedido hoy otro bando sobre la devolucion de los efectos de vestuario, equipo, y monturas pertenecientes al Ejército (1 [not OCRed]).

    Tambien ha publicado otro ordenando la presentacion en el fuerte de Atarazanas de los individuos de cuerpos francos, soldados y presidiarios que habian empuñado las armas en favor de la Junta Central (2 [not OCRed]).

    El Ayuntamiento Constitucional de cuya creacion hablamos en el diario de ayer, ha publicado tambien con esta fecha la alocucion que en la nota (3 [not OCRed]) se traslada, digna bajo todos conceptos de ser leida y conservada por las sabias máximas que en ella se consignan.

    Don Gregorio Villavicencio se ha despedido hoy dentro el buque se halla á bordo, de los nacionales de Barcelona con el siguiente escrito (4 [not OCRed]).

    Esta mañana he recorrido toda la línea de los centralistas empezando por el fuerte de san Pedro, y siguiendo por el paseo de S. Juan, calle del rech condal hasta la pescaderia y pasando en seguida á visitar el Jardin del general, lavadero nuevo, matadero, baluarte del medio dia, muralla nueva del mar, plaza de san Sebastian etc., y confieso que me han dejado atónito tanto las fuertes barricadas que hay en todo este espacio, como las muchas desgracias que se notan en los edificios del mismo.

    En primer lugar la casa mas próxima al peso de la leña, está medio arruinada. Las inmediatas, aunque no han sufrido tanto se ven acribilladas de balas y cascos de granada disparadas desde la ciudadela, y fuerte pio. De la pared que circunbala el mismo peso de la leña ha venido al suelo cuasi la mitad. La puerta nueva está intransitable. El Jardin del general ha sufrido tambien muchísimo y la mayor parte de los árboles del paseo que hay desde el pié del Jardin hasta el pié de la misma Ciudadela, están ó acribilladas de metralla ó derribados por el suelo. Tambien ha venido abajo el lavadero, parte de la pescaderia, y del matadero. Las casas inmediatas están echadas á perder.

    El baluarte del medio dia puede decirse que no ofrece mas que un monton de ruinas, y de los edificios que hay detras del mismo, el de Gorgas casi ha venido todo al suelo y los demás están muy mal parados particularmente en sus frontis. La casa X¡fré, la de la señora Martorell, y el frontis de la casa Lonja, que mira á la manzana de las casas del citado Xifré han sufrido descalabros de consideracion. Ademas de estas desgracias son infinitas las que han causado las granadas y demas proyectiles en el interior de los edificios en otros varios puntos de la poblacion.

    En cuanto a las baterias, barricadas y parapetos que ocupaban los centralistas, los principales son:

    En la muralla de tierra, frente al huerto de san Pedro habia una cortadura de unos veinte palmos de profundidad, y detrás de ella una bateria con dos obuses que miraban á la Ciudadela.

    Detras de la misma pared del peso de la leña habia otra pieza de artillería que no llegó á hacer fuego y que apuntaba tambien al mismo fuerte.

    Al pié de la muralla al lado de la puerta nueva se alzaba tambien una barricada hecha de vigas y precedida tambien de un foso de unos diez palmos de profundidad. La puerta nueva estaba defendida por dos piezas de grueso calibre y dos morteros, y desde ella hasta la calle del mismo nombre habia una zanja que servia de camino cubierto para pasar á dicha puerta sin ser ofendidos por los de la cindadela.

    Todas las calles que miran á la muralla de tierra y á la misma puerta estaban defendidas con barricadas hechas de vigas y piedras y precedidas todas de un profundo foso.

    En el molino de la sal ó sea el cuartel de caballeria de san Agustin se veia una barricada de piedras construida á modo de tambor y seguida de otra barricada. A la primera la precedia un foso y á la segunda le servia de tal la asequia del rech que descubrieron al intento.

    La boca calle de los asabonadors estaba tapada con otro tambor de piedras con foso. La mayor parte de las casas situadas en el mismo rech estaban todas tapiadas por la parte de adentro, en particular las puertas y ventanas que miran al paseo de san Juan. El puente llamado den Viromba ó del borne y todas las calles que desembocan en el paseo de san Juan estaban guarnecidas de tambores con fosos, detras de los cuales corria la asequia del rech condal descubierta y detras de ella se alzaban otras dos barricadas de piedra precedidas tambien de fosos. Todos estos parapetos y los que se enumerarán estaban guarnecidos de aspilleras. Todas las calles inmediatas á dichos puntos y la del rech condal están casi todas desempedradas.

    La entrada de la pescaderia por la parte de la Aduana está obstruida por una gran barricada de vigas y piedras de unos ocho palmos de grueso precedidas de un ancho foso. Lo mismo estaban las calles de detrás del matadero. Desde el ángulo del real palacio que mira á la Cindadela basta la calle por donde se entra al baluarte del mediodia, había una cortadura de unos diez ó doce palmos de profundidad por la cual se pasaba á dicho baluarte sin que los de la ciudadela pudiesen molestarles.

    La puerta del mar estaba también aparédada; y todas las calles que desembocan á la plaza de palacio y á los encantes están asi mismo obstruidas con fuertes barricadas precedidas todas de fosos.

    Al pié de la muralla del mar se veia una cortadura muy profunda que servia para pasar desde la plaza de san Sebastian á las casas de la manzana Xifré sin ser vistos ni molestados por los de Monjuí y la Ciudadela. A los estremos de esta cortadura formaron una bateria que es la que hemos llamado de san Sebastian, compuesta de piezas de artilleria de grueso calibre, y dos obuses mayores. En toda la calle Ancha no hay ninguna barricada. En la de Trenta claus hay dos: al extremo de esta
    calle al pié de la muralla de tierra habia un mortero y un obús. Tambien en la calle del conde del Asalto á unas 150 varas antes de llegar á la muralla hay un cañon de á ocho defendido por una barricada con un foso.

    A demas de las diferentes piezas de artilleria de todas clases y calibres que guarnecen la muralla, hay dentro de la plaza de la Constitución, dos obuses, dos cañones de á ocho, y cuatro morteros de los cuales el uno mira á la Ciudadela, otro a la Barceloneta, y los dos restantes á Gracia.

    Además de las barricadas y parapetos que acabamos de enumerar habia muchos otros esparcidos por la Ciudad; pero donde eran mas fuertes y numerosas era en el centro de la misma, en las calles de los Gigantes, bajada de S. Miguel, calle de la Ciudad, de la Esperanza, de Basea , de la Plateria, extremo de la Boria, Tapineria, de la Inquisicion, bajada de la Canonja, y escaleras de la Catedral.

    En estas arrancaron las baldosas que sirven de escalones y formaron con ellas una muralla con aspilleras en el llano de la misma Catedral. Además habia una fuerte barricada con foso en la plaza Nueva, otra en la calle de los Baños esquina á la bajada de Sta. Eulalia, otra en el Call, y otra en final extremo de la calle de Fernando 7.° al pie de las casas nuevas de la Enseñanza, á donde habia un obus que miraba á la Rambla. Entre todos los fuertes, baterías de la ciudad, y barricadas, tenian los Centralistas 47 cañones de diferentes calibres, 11 morteros, 11 obuses de á nueve, y 11 de á siete; Total 80 piezas de artillería.

    A las dos de la tarde, hora en que se ha permitido la entrada y salida por las puertas de la ciudad, conforme al bando de que hablamos ayer, el Capitan general ha dado orden á los cuerpos de artilleria para que pasasen inmediatamente á recoger
    dichas piezas.

    Siguen apostados en la plaza del Teatro un escuadron de caballería y algunas compañías de infantería.

    Esta tarde, usando del permiso concedido por el Capitan general, han salido al campo y llegado hasta Gracia, muchos nacionales con sus uniformes y sables, habiendo cometido algunos desmanes é insultado á los expatriados que regresaban á la
    ciudad. Esta noche les hemos oido cantar en algunos puntos la cancion de la Paella, habiéndose reunido muchos de ellos en la plaza del Rey, donde hay la principal del séptimo batallon, habiendo dado vivas á la Junta Central. A poco rato se ha presentado allí el mismo general Sanz, seguido de alguna fuerza de infantería y caballería, habiendo capturado unos 30 ó 40 que fueron conducidos á la mañana siguiente á la Ciudadela.

    Véase la órden de la plaza de este dia (1 [not OCRed]).

    La Diputacion provincial interina instalada en Gracia en cuatro de octubre, con el titulo de Junta de Armamento y Defensa, dirige á los habitantes de la Provincia una corta alocucion felicitándoles por la terminacion de la revolucion de la Capital (2 [not OCRed]).

  • Fundación de la Escuela de Párvulos de Gracia

    [La Escuela de Párvulos] de Gracia fué fundada en 15 de Junio de 1845, y á ella acuden mas de 100 niños diariamente.

    Son admitidos á estas Escuelas sin distincion de sexos, y han de tener desde 2 á 6 años, en las dos Escuelas de Gracia y Barceloneta, se da de comer á los párvulos, mediante una retribucion de un cuarto diario los que pueden pagar, y á los demás pobres de valde.

    La escasez de fondos, que en gran parte se derivan de las suscripciones voluntarias, no permite que se dé de comer en las dos Escuelas que hay dentro de la Ciudad. En estas son admitidos los niños á las 9 de la mañana, salen á las doce para comer y vuelven á las 2 basta las 6. En las de Gracia y la Barceloneta entran á las 9 de la mañana y no salen del establecimiento hasta las 6 de la tarde.

    Estas Escuelas estan bajo ja vigilancia y direccion de una Junta especial denominada Sociedad para mejorar la educacion del Pueblo la cual nombra las maestras y recoge las suscripciones. Lástima que habiendo dado esta institucion tan buenos resultados y siendo de tantísima utilidad para los pobres jornaleros y trabajadores, pues pueden dejar allí sus niños, seguros de que serán cuidados con esmero y serán instruidos cu la lectura y los primeros principios de la Religion, no hayan sido mejor secundados los esfuerzos de esta Junta, y vaya cada dia entibiandose mas y mas la filantropia de los suscritores, sin ver el alto fin moral que para las buenas costumbres se logra con estas sencillisimas y poco costosas escuelas.

    El ayuntamiento de Barcelona penetrado de su grande conveniencia y utilidad las tiene señalada una cantidad de sus fondos municipales, y nuestro actual Capitan General el dignisimo marques del Duero, fué quien apoyó y realizó en su generosa conducta los deseos de la Junta fundadora en 1845.

  • Fundación del parvulario de la Barceloneta

    [La Escuela de Párvulos] de la Barceloneta [fue fundada] en 16 de agosto de 1845, y suelen frecuentarla algunos 110 niños.

    […]

    Son admitidos á estas Escuelas sin distincion de sexos, y han de tener desde 2 á 6 años, en las dos Escuelas de Gracia y Barceloneta, se da de comer á los párvulos, mediante una retribucion de un cuarto diario los que pueden pagar, y á los demás pobres de valde.

    La escasez de fondos, que en gran parte se derivan de las suscripciones voluntarias, no permite que se dé de comer en las dos Escuelas que hay dentro de la Ciudad. En estas son admitidos los niños á las 9 de la mañana, salen á las doce para comer y vuelven á las 2 basta las 6. En las de Gracia y la Barceloneta entran á las 9 de la mañana y no salen del establecimiento hasta las 6 de la tarde.

    Estas Escuelas estan bajo ja vigilancia y direccion de una Junta especial denominada Sociedad para mejorar la educacion del Pueblo la cual nombra las maestras y recoge las suscripciones. Lástima que habiendo dado esta institucion tan buenos resultados y siendo de tantísima utilidad para los pobres jornaleros y trabajadores, pues pueden dejar allí sus niños, seguros de que serán cuidados con esmero y serán instruidos cu la lectura y los primeros principios de la Religion, no hayan sido mejor secundados los esfuerzos de esta Junta, y vaya cada dia entibiandose mas y mas la filantropia de los suscritores, sin ver el alto fin moral que para las buenas costumbres se logra con estas sencillisimas y poco costosas escuelas.

    El ayuntamiento de Barcelona penetrado de su grande conveniencia y utilidad las tiene señalada una cantidad de sus fondos municipales, y nuestro actual Capitan General el dignisimo marques del Duero, fué quien apoyó y realizó en su generosa conducta los deseos de la Junta fundadora en 1845.

  • Abre la escuela de párvulos de san Cayetano

    [La Escuela de Párvulos] de S. Cayetano, (antes de la Calle del Conde del Asalto) [fue fundada] en 17 de febrero de 1846, suelen asistir sobre 160 niños.

    […]

    Son admitidos á estas Escuelas sin distincion de sexos, y han de tener desde 2 á 6 años, en las dos Escuelas de Gracia y Barceloneta, se da de comer á los párvulos, mediante una retribucion de un cuarto diario los que pueden pagar, y á los demás pobres de valde.

    La escasez de fondos, que en gran parte se derivan de las suscripciones voluntarias, no permite que se dé de comer en las dos Escuelas que hay dentro de la Ciudad. En estas son admitidos los niños á las 9 de la mañana, salen á las doce para comer y vuelven á las 2 basta las 6. En las de Gracia y la Barceloneta entran á las 9 de la mañana y no salen del establecimiento hasta las 6 de la tarde.

    Estas Escuelas estan bajo ja vigilancia y direccion de una Junta especial denominada Sociedad para mejorar la educacion del Pueblo la cual nombra las maestras y recoge las suscripciones. Lástima que habiendo dado esta institucion tan buenos resultados y siendo de tantísima utilidad para los pobres jornaleros y trabajadores, pues pueden dejar allí sus niños, seguros de que serán cuidados con esmero y serán instruidos en la lectura y los primeros principios de la Religion, no hayan sido mejor secundados los esfuerzos de esta Junta, y vaya cada dia entibiandose mas y mas la filantropia de los suscritores, sin ver el alto fin moral que para las buenas costumbres se logra con estas sencillisimas y poco costosas escuelas.

    El ayuntamiento de Barcelona penetrado de su grande conveniencia y utilidad las tiene señalada una cantidad de sus fondos municipales, y nuestro actual Capitan General el dignisimo marques del Duero, fué quien apoyó y realizó en su generosa conducta los deseos de la Junta fundadora en 1845.

  • Barcelona en 1847: llegada y burocracia

    Arrival at Barcelona, and Tribulations at the Customhouse

    The next morning I rose as they were warping the steamer into port. The city lay beautifully in the center of its amphitheater of hills. Upon the left, as we faced it, towered up Montjuich, with its lofty and impregnable fortress, so famous, unhappily, in civil broil. To the right and near us, was the fine mole, behind which was the suburb of Barceloneta, with its painted dwellings and its crowd of factories and busy industry. In the inner harbor, just in front of us, lay quite a fleet of vessels, from many nations, all with their colors at half-mast, to betoken the solemnity of the religious festival. The buildings of the city-proper looked white and imposing in the distance, and every thing ashore was inviting enough to make us more and more impatient of the health-officer’s delay. At last, that functionary came: took our papers, as if we had been direct from Constantinople, with the plague sealed up in a dispatch for him: but finding, officially, as he knew, in fact, before, that we were just from La Ciotat, and had with us no contagion, he finally gave us leave to land and be persecuted at the Custom-house. Leaving our luggage to be trundled up in solido after us, we gave ourselves into the hands of the boatmen, who landed us safely charged us mercifully, and bade us «go with God.»

    After a short walk we reached a gate where we were told to halt and give our names to an officer. We dictated and he wrote, but I trust he may not be held to strict account for the perverted and unchristian style in which he handed us down to posterity and the police. Many a more innocent looking word than he made of my name, have I seen (in Borrow’s «Zincali,» for instance) traced all the way back to the Sanscrit. After being thus translated into Catalan we were called up, by our new titles, to be searched. This process was not very easy to bear patiently, for the custom-house officers are the principal agents through whom France fraternizes with Catalonia, in the smuggling-line, and we felt that they might, with a good conscience, have said nothing about our gnats, after having swallowed so many camels of their own. Nevertheless, we all managed to keep temper, except the Italian, who, as he had never gone twenty miles, in his own country, without having to bribe a custom-house squad, felt it his duty to be especially indignant at the same thing, when away from home. He had designed (he said) to give the rascals a «petseta» (as he would persist in calling the peseta, or twenty-cent-piece) but he would not encourage such villainy! The officials shrugged their shoulders, thought that something must be wrong, felt his pockets over again, and after having politely requested him to pull out the contents, begged him to «pasar adelante,» or, in other words, get out of the way, with his nonsense. He was prudent enough to obey, but not without some very didactic observations upon «questi Spagnoli,» in general, and inspectors of the customs, especially. We then marched to the palace-square, upon which the «Cafe de las siete puertas,» opened one of its seven portals to welcome us to breakfast. The Custom-house was opposite, and in due season we became possessed of our carpet-bags, and proceeded to the «Fonda del Oriente,» which had been recommended to us as the best hotel in the city.

    The Fonda is a fine-looking house, fronting on the Rambla, the principal public walk, and would, no doubt, be very comfortable among the orientals, with whom its name asserts consanguinity; but as the cold spring wind still whistled from the hills, it gave us small promise of comfort, with its tiled floors uncarpeted, its unchimneyed walls, and its balconies with long, wide windows, so admirable to look out from, and so convenient for the breeze to enter. I pulled aside the crimson curtains which shut up my bed in an alcove, and there came from it an atmosphere so damp and chill, that I did not wonder at the hoarseness of the artists in the adjoining chamber, who were rehearsing what would have been a trio, had not the influenza added another part. It being very obvious that comfort and amusement were only to be found out of doors, we soon had a rendezvous in the court. The Fonda was a famous gathering-place of diligences, and there was one which had just arrived. We had made large calculations upon the grotesqueness of these vehicles, for we had all read the strange stories which travelers tell of them; but, unhappily, the one before us was a capital carriage, of the latest style and best construction, and the conductor and postillion looked and swore very much after the manner of the best specimens of their class in France and Italy. Only the mules excited our wonder. There were eight of them—tall, powerful animals, and each was shorn to the skin, from hough to shoulder-point, with little tufts upon the extremities of ears and tail. They might readily have passed for gigantic rats, of an antediluvian species with a hard name, or a new variety of Dr. Obed Batteus’s «Vespertilio horribilis Americanus.»

  • Misa en la catedral, Domingo de Resurrección. Una cabalgata a Gracia y Montjuic. La «Compañia Anglo-Americana» en la plaza de toros. Apertura del gran teatro del Liceo de Isabel II: el Liceo, bonito, las mujeres, feas

    High Mass on Easter Sunday

    Our first enterprise, on Easter Sunday, was to endeavor to mount one of the Cathedral towers, and to have, as it was a bright day, a bird’s-eye view of the city and its environs. In prosecution of our plan we entered the body of the church, about half an hour before high mass had ended. The aisles which we had seen all lonely the day before, were crowded with zealous worshipers—the high altar was blazing with a multitude of soft lights; the ceremonial and vestments were very rich; the choir was full, and a fine orchestra (for Barcelona is very musical) aided the sweet-toned organ. High over all, the morning sun streamed through the painted windows, and you could see the incense which was fragrant hefore the altar, curling around the capitals, and clinging to the arches. The whole was deeply impressive, and I could not but observe the contrast of the congregation, in its silent and attentive worship, with the restless, and sometimes noisy devotions of which I had seen so much in Italy. Here were no marchings to and fro; no gazing at pictures; no turning of backs upon the altar; no groups, for conversazione, round the columns; nothing to mar the solemnity of the occasion, or break the echoes of the majestic music, as they swept along the lofty roof, seeming almost to stir to motion the old pennons that hang above the altar, so high, and now so much the worse for time, that their proud quarterings are visible no more. At last, the service came to its end, and the people went their ways to—buy tickets for the theater. At all events, we met a considerable portion of the congregation, thus occupied, when we went down the street soon after. The sacristan would not allow us to ascend the tower without a permit, which it was then too late to procure, so that after straying a little while through the beautiful cloisters, where fine orange and lemon-trees and bright, fragrant flowers charmed away the sadness of the worn gray stone, we returned to our Fonda, to seek the means of visiting some of the environs.

    A ride to Gracia—Montjuich

    After we had waited for an hour, a fellow made his appearance in the court-yard, driving a huge lumbering vehicle, covered with green and gold, very square and peculiar in shape, but, on the whole, sufficiently coachiform, and drawn by a pair of long-tailed blacks, with collars, on which jingled many bells. We made our bargain, and were cheated, of course, as we afterward found; horse and coach-dealing being, here as elsewhere, greatly subversive of moral principle. Away we went, up the Rambla, at a great pace, to the astonishment and apparent amusement of the crowd. Once outside the walls, our coachman gave us the benefit of slow jolts over a rough road to Gracia, a little village some two miles from the city, which is surrounded, and in some degree formed, by country-houses and their appurtenances. No doubt, in the summer season, this excursion may be a pleasant one, but the cold driving wind which came down from the mountains as we took it, made it bleak enough to us. Hedges of roses, it is true, were in luxuriant bloom, and the fertile fields of the Pla (plain) were as green as spring could make them. The aloe and the prickly-pear too, did their best to look tropical, but it was a useless effort, for the wind beat and battered them rudely, and they and the painted torres (towers), or country-boxes, looked uncomfortably out of place, naked, desolate, and chilly. To turn our backs upon the breeze, we directed our driver to carry us to Montjuich, which, as I have said, is a commanding eminence to the southwest, on the left hand as you enter the harbor. Creeping slowly around the outside of the city walls, which are heavy, strong, and well guarded, we passed by the quarter where the forest of tall chimneys indicated the business hive of the manufacturers, and then, crossing a fertile plateau beautifully irrigated and in high cultivation, we were set down at the foot of Montjuich. Up the hill we toiled, faithfully and painfully, on foot. Ford calls it a «fine zig-zag road.» I will testify to the zig-zig—but as to the fineness must beg leave to distinguish. At last we reached the fortress, which sits impregnable upon the summit, and to our chagrin were quietly informed by the sentinel at the postern, that we could not enter, without a permit. This we had not provided, through ignorance of its necessity, and we accordingly put in our claim to their politeness, as strangers. The sentinel called the corporal, the corporal went to his officer, the officer hunted up the governor, and by the same gradations a polite message descended to us, to the effect, that, as we were strangers, the usual requisitions would be waived, if we knew any body in the castle by name, whom we could go through the form of asking for. We knew no one, and being reasonable people, went on our way in ill humor with no one but ourselves. Not being, any of us, military men, which in a company of three, from our land of colonels, was quite a wonder, we persuaded ourselves that we had not lost much, for from the base of the fortress we had a charming view of the white city; its fine edifices, public and private, with their flat roofs and polygonal towers; the harbor, with all its festive banners streaming; the green valley, carrying plenty up into the gorges of the hills; and the sea, rolling far as eye could reach, a few dim specks of canvas here and there whitening its bosom.

    The Plaza de Toros, and Yankee Company

    Returning to the city, we crossed to the Garden of the General, a sweet little spot, prettily laid out, and planted with box and innumerable flowering shrubs, which were in delicious fragrance and bloom. There were fountains and aviaries there; fish-ponds, duck-ponds, and even goose-ponds, and all manner of people, of all sorts and ages. This garden, with a little walk beside it, is the last of a series of beautiful promenades which lead into each other, traversing the whole city, from the groves upon its outskirts to the splendid terraces along the shore.

    By this time we were well-nigh fatigued enough, but there was still an exhibition to be witnessed, which it did not become us, as good patriots, to neglect. The Plaza de Toros, or bull-amphitheater, was the gathering-place of the whole population; not, however, to behold the fierce combats peculiar to its arena, for with such things the tumultuous burghers of Barcelona were not to be trusted. A harmless substitute there was, in the shape of the «Compañia Anglo-Americana,» or Yankee company, who were delighting the sons of the troubadours with their gymnastics. Every body remembers the remoteness of the regions, into which the Haytien dignitary had the assurance to say that our estimable countrymen would follow a bag of coffee. Here was a parallel case. As we entered, Jonathan was performing a hornpipe, on stilts, much more at his ease (it being Sunday) than if he had been at home within sight of Plymouth Rock. He then gave them a wrestling match, after the manner which is popularly ascribed to «the ancients;» afterward, a few classical attitudes, with distortions of muscle, according to the Michael Angelesque models, and, finally, made his appearance as a big green frog, so perfectly natural, both in costume and deportment, that in Paris he would have run the risk, scientific and culinary, of having his nether limbs both galvanized and fried. We paid him the respect of our presence and applause for a little while, and lingered to witness the excitement of the immense assemblage, so strange and picturesque, and to hear their wild cries and saucy jests. The afternoon then being quite well advanced, we were trundled home, in due magnificence, to a worse dinner than we had earned.

    Opening of the Great Opera House—Social Habits of the Barcelonese—Musical Tastes

    About seven in the evening, a kind gentleman of the city called, by arrangement, to conduct me to the opening of the new Opera-house, the Liceo de Ysabel Segunda. There was a crowd around the entrances, and we found it difficult to make our way in, so that I had time enough to see that the façade, which looked paltry by day-light, was no better with the benefit of the grand illumination. The front, however, and some few of the minor arrangements of the interior, were all that could be reasonably found fault with; for the establishment is really magnificent, and full of the appliances of taste and luxury. Its cost was one hundred and fifty thousand dollars; and the stockholders had no doubt of being able to realize the interest of this large sum, and more, from the rent of the elegant shops upon the ground floor. I mention this fact, as an evidence both of enterprise and prosperity. The grand circle of the theater is larger, by measurement, than that of the San Carlo at Naples, or the Scala of Milan; and being finished, like the Italian Opera-house at Paris, with balconies, or galleries, in front of the boxes and slightly below their level, it has a far more graceful and amphitheater-like effect than the perpendicular box-fronts of the Italian houses, and especially the close, dingy walls of the Scala. The ornaments, though abundant, are neither profuse nor tawdry. The magnificent gas chandelier, aided by a thousand lesser lights, developed all the beautiful appointments of the boxes, with their drapery of gold and crimson, and the fine seen, cry, dresses, and decorations of the stage. I had seen nothing but the Italiens of Paris to rival the effect of the whole picture. The boxes of the lower tier are private property belonging to the contributors, or members of the Lyceum. My intelligent companion informed me that this is a species of property in very general request, there being scarcely a respectable family without a box, or, at all events, some special accommodations of its own, in some one of the theaters. The rights of the owners, he told me, are the subject of litigation almost as often as those relating to real property. They (the boxes and the law suits) descend from father to son.

    Each box in the Liceo has two apartments, as usual in Europe. In the outer one, which you enter from the lobby, and which is a sort of retiring room, you leave your cloak and hat, and perhaps meet those members of the family you visit, who are not interested in the performance and prefer a quiet chat. The inner boxes, of course, open on the body of the theater, and every one was in them on the evening of my visit. The assemblage was immense, and it would not be easy to find, any where, one indicating good taste and refinement more decidedly. The gentle sex must pardon me, however, for admitting that, to my eye, beauty was the exception that night, rather than the rule. I had expected more, for M. de Balzac had said somewhere of the Catalonian women, that their eyes were composed of «velvet and fire;» but I soon discovered that the remark had less foundation in fact, than in that peculiarity of the French imagination, which is so fond, in the descriptive, of mingling fancy with fancy-goods. I may be wrong, it is true, for the Imperial Frederick, seven centuries ago, in his best Limousin, declared—

    «I love the noble Frenchman,
    And the Catalonian maid.»

    And yet, I should not wonder if both the Gaul and the fair Catalan have undergone a change since those days.

    I learned, in the course of conversation in the evening, that the theater has much to do with the social enjoyments of Barcelona. Morning visits form the principal intercourse of ladies in their own houses. Evening parties are very rare, and it is only at the theaters that the higher classes meet, with freedom and frequency. The usages of etiquette are very easy and pleasant. If you are a friend, you drop in sans façon, and drop out when you like. If you are a stranger, you are presented to the lady of the box, and that formality gives you the freedom of the circle, and of all the conversation that goes round it—imposing the payment of no tribute but that of your best bow to each and all, when it pleases you to retire. There is no knowing what a quantity of pleasant business you can attend to during the progress of a long opera—making your pilgrimage to many shrines. Neither is it easy to calculate how much aid and comfort you may find from a solo or an orchestral movement, in those pauses of conversation, which, under ordinary circumstances, are so often uncomfortable, if not melancholy. It is difficult to discover whether fondness for music produced this custom in Barcelona, or whether the custom produced the fondness. One thing, however, is very certain: the Barcelonese are good musicians, and generally keep an excellent company. My friend the marquis, who was himself a director of an opera at home, informed me, that they pay so liberally for good artists, as to take a great many of the best second-rate performers from Italy. Their musical predilections are of long standing. A gentleman who knew, told me, in proof of it, that some of the earliest republications of Metastasio’s works were made at Barcelona. The prices of admission to the theaters are very low—so much so, that there is scarce a laborer too poor to find his way to the opera, on Sundays or feast days. By the returns of the ticket-offices, as published in the journals, the day after Easter, there were four thousand six hundred spectators at the opening of the Lyceum; over one thousand attended the Teatro nuevo; and between nine hundred and one thousand were at the Teatro principal. As music is what they generally hear, it will not seem strange that the humblest of them should be fond of it, and generally fair judges of its quality. This last, however, is more than I can honestly profess to be; and, therefore, I was rather pleased than otherwise that they had selected a historical play, for the opening of the Lyceum. It was by Ventura de la Vega, a living poet of considerable reputation and merit, and was founded on the popular and noble story of Ferdinand the First of Aragon, called «He of Antequera.» The piece of itself is full of fine passages, with excellent dramatic situations and effect, and was gotten up with great brilliancy. The part of Ferdinand was by the famous La Torre, considered the first master, and one of the best performers in Spain. He is a quiet actor, of fine personal appearance; something like Charles Kemble in his style, and, unhappily, a good deal like him in his voice, for he is growing old. His reading and articulation were admirable, but a great deal was lost, the house being too large for any thing but opera, ballet, or spectacle.

  • François Arban sube al calesero y segundo aeronauta catalán, Eudaldo Munné, en un globo aerostático para agradecerle su salvación de la población salvaje de San Andrés de Palomar

    Sin embargo del mal tiempo se ha verificado en todas sus partes el programa ofrecido para la ascension del señor Arban con su intrépido compañero el jóven catalan don Eudaldo Munné. La atmósfera se ha presentado cargada todo el dia, de modo que llegaba á temerse que no se verificaria la funcion, mas el deseo que habia por parte del público para presenciar el arrojo y decision del compatricio y el empeño que este manifestaba de llevar á cabo lo que la tenia ilusionado desde muchos dias, decidieron por fin á Mr. Arban á emprender su viaje. Eran las cuatro de la tarde y ya todas las afueras de la parte de mar estaban atestadas de gentío, mientras iba concurriendo á la plaza de toros un sin fin de personas de lo mas escogido de la ciudad. Hecho ya el preparativo de costumbre y arreglado el globo, Mr. Arban ha dado la vuelta por la plaza, como la otra vez, repartiendo ramos, versos y dulces á manos llenas. Luego el valiente compañero, mostrando un admirable espiritu, y despues de saludar al público, que le ha devuelto el saludo con mil entusiastas aclamaciones, se ha colocado en el cesto, sin cubrirse siquiera con el gaban que para guarecerse de la humedad le tenian preparado; y á poco rato, se ha dejado suelto el globo, que con suma rapidez se ha remontado, tomando una direccion N.O.; no obstante, la ascension no ha podido ser á la altura á que llegó Arban el domingo pasado, en razon á que las nubes estaban tan bajas que cubrieron muy pronto el globo, pues que á no ser asi, acaso el viaje hubiera sido muy largo é interesante al mismo tiempo para los aéreos viajeros.

    Al dar la vuelta por la plaza Mr. Arban, varios aficionados á tales funciones le han regalado una corona de laurel que el viajero al remontarse ha arrojado al palco de la presidencia para demostrar asi su gratitud.

    Observado el globo al llegar á su mayor altura con un buen telescopio, y despues que Mr. Arban habia arrojado ya todo el lastre con el intento de remontarse mas, se ha visto que aun á tal distancia y acaso peligroso punto respecto al estado de la atmósfera, Munné con la misma serenidad y gozo que ha mostrado al partir, saludaba á la ciudad y á los habitantes que le admiraban.

    La descension se ha verificado en una viña, sobre el punto donde existió el convento de San Gerónimo de Valle de Ebron, término de San Genis de Horta, á los 50 minutos de haberse remontado. Las primeras personas que han acudido para felicitar á lso dos intrépidos viajeros han sido el señor cónsul general de Francia y su señora que habian salido montados con este objeto, y un capitan de caballería con el piquete destinado á darles proteccion en caso necesario.

    Se han remontado sobre tres mil metros, y despues de haber atravesado la capa de espesas nubes que cubria el horizonte, han disfrutado un sol radiante y puro, que sin embargo no impedia que el termómetro estuviese bajo cero.

    Cuando estaban cerca la tierra una ráfaga de viento les impelió con tal fuerza, que hubieron de temer que se les rompiese la cuerda en que estaba aferrada el áncora; pero agarrado Munné á la cuerda, mientras Arban que tambien le ayudaba en esta tarea, mantenia abierta la válvula, han conseguido saltar á tierra sin mas percance que el de pequeñas escoriaciones y rasguños en las manos.

  • Fiesta de San Telmo en San Miguel del Puerto

    La ciudad de Barcelona, asi por su posicion en la costa, como por la riqueza de su suelo y por el genio emprendedor de sus hijos, parece que desde su fundacion estuvo destinada á ser mercantil y navegante. Conociéronlo asi ya en remotos siglos sus habitantes, y por esto navegaron desde muy antiguo, hicierno atrevidas empresas por los mares cuando otras naciones de Europa ni aun habian pensado en surcarlos, dictaron el primer código de comercio conocido, levantaron la primera carta geográfica plana, enviaron cónsules por toda el Asia, el Africa y la Europa; en la edad media rivalizaron con las famosas repúblicas marítimas de Italia, salieron en esa época innumerables escuadras de su puerto, y desde él se arrojaron á lejanas y difíciles conquistas. Esas flotas llevaron el nombre catalan y aragonés a Sicilia, Italia, Africa, Grecia y Turqúia; y con honor y gloria enarbolaron en esos paises las baras de Cataluña. Posteriormente pasando el estrecho de Gibraltar, surcaron todos los mares de América, y aun hoy entre todos los puertos de España, el de Barcelona es el que sostiene un comercio mas estenso y productivo con las Américas, y aquel de donde salen mas buques para aportar en el Nuevo Mundo.

    A tal aficion á las empresas marítimas y mercantiles vino á unirse el espíritu religioso, y los marinos barceloneses aclamaron por su patron á san Pedro Gonzalez Telmo, conocido comunmente por san Telmo, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Erigida en Barcelona con el nombre de gremio de mareantes la cofradía ó hermandad de los marineros que se dedican á las faenas de carga y descarga, que acuden al ausilio de los buques en tiempos borascosos, y que reservando en caja una parte de los beneficios que el trabajo les produce, socorren á los marineros viejos é inválidos, y á las viudas desvalidas; los prohombres del gremio construyeron un altar á su patron en la iglesia de religiosas de santa Clara, y en él se celebró el dia 14 de abril de cada año una solemne fiesta al santo hasta época muy reciente, en que los trastornos políticos dieron ocasion á que se cerrara aquella iglesia

    Desde entonces celebróse la fiesta en la iglesia de S. Miguel del puerto en Barceloneta; y aunque el templo de santa Clara ha vuelto á abrirse, no se ha restaurado la antigua costumbre, y los marinos continúan festejando á su abogado en la iglesia de Barceloneta. Es de advertir que si san Telmo viene en día de trabajo, hasta el inmediato domingo no se celebra su fiesta, que consiste en un oficio á media orquesta. Antiguamente la solemnidad era mucho mayor, asistían á los oficios los directores y prohombres del gremio, y este hacia otras demostraciones de alegría; mas hoy todo eso ha perdido mucho mas de la mitad de su antiguo lucimiento.

  • Octava del Corpus

    Octava del Corpus

    Lunes.

    Procesion de san Miguel del puerto. Las calles de Barceloneta presentan un aspecto muy vistoso por el sinnúmero de banderas y gallardetes que los vecinos cuelgan en la carrera. Muchos niños y niñas representando los santos Telmo, Magdalena etc., etc.

    En el mismo dia y á la misma hora se celebra intramuros la de la parroquia de san José ó santa Mónica. Antes de regresar á la iglesia es de rúbrica que pase del un estremo al otro de la calle del Conde del Asalto, en la cual producen buen efecto las luces, no solo por la ostension de ella, sino tambien por la perfecta alineacion de los edificios.

    La tal calle tiene un carácter particular distinto del que tienen los demás barrios de Barcelona, y la animacion que en ella reina en ninguna otra se observa. Jóvenes pizperetas y vivarachas que se ven en todos los paseos, y en todos los bailes y conciertos de los casinos, que se reproducen donde quiera que se reunan una docena de personas para pasar el rato y divertirse. No podrémos decir si todas estas jóvenes tienen en ella su habitacion, pero sí podemos asegurar que en cualquier fiesta que allí tenga lugar siempre aparecen los mismos tipos. Desde las 5 de la tarde los balcones son otros tantos puntos á donde dirige sus ávidas miradas el jóven militar, el jóven empleado y el jóven dependiente de un escritorio. Ellas festivas siempre, en trage sencillo de verano y con un ramilletito de rojos claveles donosamente prendido en un lado de la cabeza, muestran la sonrisa en los labios como para corresponder á aquellas miradas. Se saludan unas á otras y estas á ellos, y se vuelven á saludar, y pasan y repasan los mozalvetes hasta que llega la procesion, la cual no ofrece particularidad notable sino el ir precedida de una comparsa de enanos.

    Como el teatro de santa Cruz se halla dentro del distrito de la parroquia, se nombra pendonista á uno de los actores que se hallan ajustados en él. Los chiquillos vestidos de santos, y las escuelas no son las que tienen en la procesion la menor parte.

  • Fiestas de San Miguel; cerdos en la Barceloneta, Barcelona y Sarrià

    Solemne funcion en la iglesia parroquial de san Miguel, por ser hoy la fiesta de la dedicacion de este arcángel.

    La parroquia de san Miguel del Puerto dedica tambien á su titular solemnes cultos.

    La asociacion de los tenderos revendedores de la presente ciudad con la esplendidez de que siempre ha dado muestras, obsequia al santo del dia á quien tiene por patrono, en el altar que posee en la iglesia del Pino.

    Fiesta religiosa y profana en el pueblo de Sarriá, á donde concurren muchos vecinos de Barcelona segun el decir de las gentes, á comer butifarras recien confeccionadas, pues hoy es el primer dia que se permite la matanza en dicho pueblo. Mañana se alzará la prohibicion en esta ciudad. ¡Pobres cochinos de nuestro tiempo! ¿por qué no vinisteis en la época decantada en que la tiranía no habia privado á todo animal del uso de la palabra, y os hubiera aprovechado la saludable leccion de la fábula del asno y el cochino?

    Si es cierto lo que reza el refran del pais per san Miguel la barena se empuja al cel, desde este dia todo jornalero debe suprimir la media hora de recreo que durante la pasada estacion ha tenido por la tarde. Quizá la fuerza del consonante haya dado orígen al refran, pero si la fecha no es precisa, es muy aproximada. Tradúzcase el dia por época del año, y el resultado será exacto.

  • Inauguración y descripción del ferrocarril Barcelona-Mataró, primero en España

    Saliendo el viajero por la puerta de mar, tomará el ancho camino que se descubre hacia la izquierda. A corta distancia, á la derecha del propio camino, y cercano á la Barceloneta, encontrará la estacion del primer ferro-carril que se ha inaugurado en España, y por una empresa particular, á saber, el FERRO-CARRIL DE BARCELONA Á MATARÓ (nuevamente llamado del Este.)

    Entrase al paradero de la estacion por la puerta del centro de un edificio de bella aunque modesta apariencia. Despues de la primera pieza, que es la que sirve de entrada, se hallan los salones de descanso; uno de ellos, que está destinado para los pasageros que van en los coches de primera clase, es muy espacioso y está adornado con sencilla elegancia. Inmediato á este salon se halla una pieza destinada para locador de señoras.—Las puertas de los salones de descanso comunican á una especie de terraplen, desde donde se sube á los carruages.

    El dia 28 de octubre de 1848 quedó solemnemente inaugurado el primer ferro-carril de España, con lo que, Barcelona y Mataró se unieron para no ser ya mas que una sola poblacion, estrechando las relaciones que las unian, y hermanándose, por la linea de hierro que las sujeta, como dos buenas amigas para formar una de reciprocos intereses en provecho propio y en provecho comun.

    La ceremonia de la inauguracion tuvo lugar en el indicado terraplen, donde se descubria un pequeño altar con la imajen del crucificado. Ondeaban varias banderolas en cada una de las cuales estaban representados los escudos de armas de Barcelona y Mataro y las de todos los pueblos intermedios, á saber, Badalona, Mongat, Alella, Masnou, Vilasar y Premiá; animaba á la innumerable concurrencia, que asistia de todas partes, una brillante música que tocaba piezas escojidas; y acababa de dar mayor importancia á aquel sorprendente y grandioso acto la escojida comitiva que hubia sido particularmente invitada por los señores directores de la empresa, formándose de obispos, generales, comision del Ayuntamiento, Diputacion y Consejo de Provincia, majistrados, comisiones del cuerpo diplomático, y de varias corporaciones cientificas, politicas é industriales, del estado mayor y cuerpos facultativos del ejército y armada, con otras varias personas distinguidas, inclusos los primeros accionistas de la empresa.

    La bendicion se verificó por el prelado de la diocesis y el nuevo señor obispo de Puerto-Rico, Sr. Don Gil Esteve, en tres puntos diferentes: en el indicado terraplen de la estacion de Barcelona, en la estacion del Masnou, como centro del camino, y en la de Mataró. En él templo de esta ciudad entono despues el Ilmo. S. Obispo de Puerto-Rico un solemne Te-deum, que fué cantado por la capilla de música y los artistas de la compañia lirica de Mataró.

    Las cuatro locomotoras que la empresa tenia á su disposicion tenian por nombres, Cataluña, Barcelona, Besós y Mataró.

    Con relacion á tan venturoso acontecimiento, un periodico de esta ciudad se espresaba, el dia siguiente, en estos términos:

    «La ciencia, la voluntad, la actividad y el trabajo se reunieron para vencer obtáculos y dar cima á la grande empresa.—El público sabe la lucha de oposiciones con que ha tenido que lidiar el buen celo de las juntas directoras que han estado al frente de la misma, empleando la eficacia de prudentes, al par que enérgicos medios.—Mientras tal sucedia, recibianse ya las maquinas y aparatos y seguian los grandes trabajos de construccion; y como si se quisiese patentizar cuan impotente era la resistencia que se oponia á la realizacion de tan notables esfuerzos, una montaña abria sus reconditos senos, para facilitar paso á la linea que iba á establecerse.—Honor eterno a la referida empresa! honor eterno á los señores ingenieros ingleses Locke, Mackenzie, Robson y Nright que han secundado y puesto en planta los vastos proyectos de aquella!—Las sinceras felicitaciones que ayer recibieron son el testimonio mas elocuente de la gratitud que han escitado sus laboriosos afanes.»

  • Noticias portuguesas de una corrida de toros en la Barceloneta

    Perto d’alli se acha a plaza de toros, inalienavel de todas as cidades e povoaçoes d’alguma importancia na Hespanha. A de Barcelona é uma das maiores, e póde conter 10:000 espectadores.

    Na tarde de domingo 9 de outubro assisti a uma corrida de touros, pela quadrilha do afamado Cúchares. Entre os oito bois, havia dois portuguezes, chamados Morito e Gorrion, das manadas do Ribatejo do lavrador Raphael José da Cunha, e que a 200 legoas de distancia foram acabar as maos dos capinhas Manolo e Curro.

    Para se fazer idea do interesse e da minuciosidade com que se descrevem estes espectaculos na imprensa hespanhola, transcreverei o seguinte trecho da descripçao d’esta toirada, que publicou o Diario de Barcelona de 11 de outubro de 1853.

    «Morito se llamaba el tercer toro. Era de Lisboa, ganaderia de Acuña, y tremolaba su hermosa divisa celeste. Era tambien negro, cornigacho, astiroto del izquierdo, de libras, de cabeza, fiero y voluntario. Morito que, como digo, era mas negro que un moro y de alma mas negra que su pelo, tomó una vara de Pinto, y le mató un injerto de caballo que montaba, siete del Naranjero, que estuvo mui bien en ciertas ocasiones, dos de Calderon, cada una de las cuales le custó un tumbo y un jaco muerto, cuatro de Castañita con un rocin despachado, y cinco del famoso Barillas, que midió dos veces el suelo con sus costillas y perdió un camello, Morito, rencoroso como un moro cuando se halla entre cristianos, se revolvia con un afan y un celo, y se arrojaba á hombres y á capas de un modo que no parecia sino cumplir un secreto voto de venganza. Tres veces saltó la valla, con la misma facilidad con que se infringe tres veces una ley. Los muchachos le parearon con destreza, adornándole con dos pares y medio de colgajos, y el Morito, que se habia hecho de mas sentido que un vigilante de puertas, fué á morir á los pies de Curro, de una corta y de otra de recurso baja á paso de banderillas.

    «Portugués era tambien, de la misma ganaderia de Acuña, el toro que salió en seguida. Se llamaba Gorrion, y era negro, liston, cornialto y astinegro. Salió jugueton y revoltoso como un trabajador en dia de fiesta, disposto á hacer mas calaveradas que baches tiene, el empedrado de ciertas calles. Se mostró desde un principio blando al hierro, y aunque fue siempe voluntario, no recargó jamás. Barillas le puso cuatro puyas, y ¡cosa particular! no se cayó una vez sola; Castañita otras cuatro, y Calderon cinco con un marronazo. Minuto y Muñiz pusiéronle entre los dos tres pares, y Manolo le tendió de un mete y saca primero, y luego de un volapié.»

  • Debut como novillero de Pere Aixelá (Peroy), primer matador de toros catalán en plazas de primera categoría

    1855: Julio: 01: Peineto, Jardinero: Manuel Arjona Herrera o Guillén, hermano de Cúchares, y Pedro Aixelá (Peroy) alternaron en la plaza de Barcelona [el Torín en la Barceloneta] el (01- 07-1855); día de la alternativa de Peroy, al que Arjona le cedió el toro, llamado Peineto, de la ganadería de Bermejo. Tuvo dicho suceso características de fausto por varios motivos: porque era la confirmación de las dotes toreras de Aixelá y porque era el primer toro estoqueado por un catalán en un espectáculo público de aquella categoría. Anduvo después por diversas plazas catalanas y del resto de la Península; en ellas ejecutaba el salto de la garrocha con gran limpieza y destreza y ponía banderillas al quiebro, por haberlo aprendido en Francia en su práctica con toros embolados.

    Era entonces la época en que empezaba a realizar esa suerte el Gordito, y por ello causaban más expectación sus actuaciones. En 1853 le llevó en su cuadrilla a Nimes (Francia), el matador de novillos Basilio González (el Sastre); toreó con éste varias corridas, aprendiendo con gran facilidad las modalidades del toreo landés. Siguió toreando y progresando de manera rápida; en las corridas celebradas en Barcelona los días de San Juan y San Pedro del año 1855 figuró como banderillero de cartel.

    En esa misma corrida, pero de la ganadería de don Pedro Galo Elorz, el toro llamado Jardinero, de casta pura navarra, cogió al diestro Antonio Luque (Camará), ocasionándole una grave herida de unos 12 centímetros de longitud en la tetilla izquierda.

  • Inauguración de la línea de Mataró a Arenys

    Sí, agradable y pintoresco es este camino.

    A un lado el Mediterráneo, ese mar que parece enviarnos una tras otra sus olas preñadas de armonias para que nos canten el poema de las grandezas de su historia, ese mar del que algun dia eran reinas las galeras catalanas y señora Barcelona, ese mar del seno de cuyas flotantes brumas parece que deben surgir las sombras de Bernardo de Vilamarí, de Conrado de Lianza, de Roger de Llauria y de tantos otros que un tiempo le ilustraron con sus hazañas legando un tesoro eterno de gloria á sa patria Cataluña.

    Y si por un lado no se pierde ni un momento de vista ese piélago azul y transparente, sobre el cual, perdido entre sus vapores y neblinas, vaga todo un pueblo de héroes catalanes, por el otro ve el viajero sucederse sin interrupcion una serie de villas alegres, frescas y risueñas, posadas á la falda de las montañas, que solo parecen haber descendido de ellas á lá sombra embalsamada de sus bosques de naranjos para, desde la orilla, buscar en el lejano horizonte las blancas velas que les indiquen el regreso de sus hijos, esos incansables é intrépidos marinos de la costa que no conocen mas vida que la del mar, ni mas goces, placeres ni descanso que sus largos y dilatados viajes á comarcas apartadas.

    No vacile el viajero en subir al coche. Seguro puede estar que el camino, por lo delicioso, le ha de parecer rápido y corto. Nosotros subiremos con él y le contaremos lo mejor que sepamos la historia de las poblaciones que hemos de ir encontrando al paso.

    Al son de la campana de la estacion indicando que ha llegado el momento de la partida, contesta la locomotora con su agudo silvido. El maquinista le imprime un golpe de émbolo á manera del ginete cuando aplica la espuela á un fogoso caballo. Estremécese la locomotora bajo aquella fuerza superior que la impele, como se estremece el sonámbulo al sentir el fluido eléctrico que le arroja el magnetizador; lanza algunos suspiros ahogados y rechinantes; diríase que va á reventar por causa del fuego que dan á dirigir á su estómago; replega furiosa los eslabones de sus cadenas y retrocede algunos pasos cual si intentara rebelarse contra la fuerza que la domina, y en seguida, domeñada y jadeante, soltando al aire su larga cabellera de humo, emprende bruscamente su desenfrenada carrera.

    Al salir de debajo el hermoso tinglado de la estacion, vienen ya á azotar nuestra frente las frescas brisas del mar. Dejamos á la derecha la plaza de loros y el barrio de la Barceloneta con la monotonía de sus calles tiradas á cordel y la uniformidad de sus casas, cruzamos por en medio del fuerte de Don Cárlos, y la ruidosa marcha del tren interrumpe por un momento el silencio eterno que reina en el campo de los muertos, que dejamos á nuestra izquierda.

    Esas casas esparcidas que arrancan junto á los muros mismos del cementerio, forman parte de Pueblo Nuevo, que á su vez lo forma del Clot, de cuyas poblaciones nos ocupamos en nuestra otra guia de Barcelona á Granollers.

    La rapidez con que viajamos, pues acabamos de salir disparados de la estacion como piedra partida de una honda, nos impide casi recrear nuestra vista paseándola por las fértiles llanuras que atravesamos. La agradable frescura que sentimos de pronto, los agrupados cañaverales y bellas alamedas que por uno y otro lado aparecen nos indican que vamos á cruzar un rio.

    En efecto, estamos sobre el Besós.

  • Barcelona, la París de España: la Rambla, la catedral, los gremios, la Barceloneta, la sociedad, los teatros, una corrida de toros, moros y cristianos, el cementerio de Pueblo Nuevo, las bullangas, la playa de Pekín y sus pescadores y gitanos

    Early in the morning I was awoke by music; a regiment of soldiers, stretching far and wide, were marching towards La Rambla. I was soon down [dormía en la Fonda del Oriente], and in the long promenade which divides the town into two parts from Puerta del Mar, from the terraced walk along the harbour, to Puerta Isabel Segunda, beyond which the station for Pamplona lies. It was not the hour for promenading, it was the early business time. There were people from the town and people from the country, hurrying along; clerks and shopkeepers’ assistants on foot, peasants on their mules; light carts empty, wagons and omnibuses; noise and clamour, cracking of whips, tinkling of the bells and brass ornaments which adorned the horses and the mules; all mingling, crying, making a noise together: it was evident that one was in a large town. Handsome, glittering cafes stood invitingly there, and the tables outside of them were already all filled. Smart barbers’ shops, with their doors standing wide open, were placed side by side with the cafes; in them soaping, shaving, and hairdressing were going on. Wooden booths with oranges, pumpkins, and melons, projected a little farther out on the foot-paths here, where now a house, now a church wall, was hung with farthing pictures, stories of robbers, songs and stanzas, ‘published this year.’ There was much to be seen. Where was I to begin, and where to end, on Rambla, the Boulevard of Barcelona?

    When, last year, I first visited Turin, I perceived that I was in the Paris of Italy; here it struck me that Barcelona is the Paris of Spain. There is quite a French air about the place. One of the nearest narrow side streets was crowded with people, there were no end of shops in it, with various goods—cloaks, mantillas, fans, brightcoloured ribands, alluring to the eyes and attracting purchasers; there I wandered about wherever chance led me. As I pursued my way, I found the side and back streets still more narrow, the houses apparently more adverse to light; windows did not seem in request; the walls were thick, and there were awnings over the courts. I now reached a small square; a trumpet was sounding, and people were crowding together. Some jugglers, equipped in knitted vests, with party-coloured swimming small-clothes, and carrying with them the implements of their profession, were preparing to exhibit on a carpet spread over the pavement, for they seemed to wish to avoid the middle of the street. A little darkeyed child, a mignon of the Spanish land, danced and played the tambourine, let itself be tumbled head over heels, and made a kind of lump of, by its half-naked papa. In order to see better what was going on, I had ascended a few steps of the entrance to an old dwelling, with a single large window in the Moorish style; two horse-shoe-formed arches were supported by slender marble pillars; behind me was a door half-open. I looked in, and saw a great geranium hedge growing round a dry dusty fountain. An enormous vine shaded one half the place, which seemed deserted and left to decay; the wooden shutters hung as if ready to fall from the one hinge which supported each in their loose frames: within, all appeared as if nothing dwelt there but bats in the twilight gloom.

    I proceeded farther on, and entered a street, still narrow, and swarming with still more people than those I had already traversed. It was a street that led to a church. Here, hid away among high houses, stands the Cathedral of Barcelona: without any effect, without any magnificence, it might easily be passed by unheeded; as, like many remarkable personages, one requires to have one’s attention drawn to them in order to observe them. The crowd pressed on me, and carried me through the little gate into the open arcade, which, with some others, formed the approaches to the cathedral, and enclosed a grove of orange-trees, planted where once had stood a mosque. Even now water was splashing in the large marble basins, wherein the Musselmen used to wash their faces before and after prayers.

    The little bronze statue here, of a knight on horseback, is charming; it stands alone on a metal reed out in the basin, and the water sparkles behind and before the horse. Close by, gold fishes are swimming among juicy aquatic plants; and behind high gratings, geese are also floating about. I ought perhaps to have said swans, but one must stick to the truth, if one wishes to be original as a writer of travels.

    The horseman of the fountain, and the living geese, were not much in accordance with devotion; but there was a great deal that was ecclesiastical to outweigh these non-church adjuncts to the place. Before the altars in the portico, people were kneeling devoutly; and from the church’s large open door issued the perfume of incense, the sound of the organ, and the choral chant, I passed under the lofty-vaulted roof; here were earnestness and grandeur: but God’s sun could not penetrate through the painted windows; and a deep twilight, increased by the smoke of the incense, brooded therein, and my thoughts of the Almighty felt depressed and weighed down. I longed for the open court outside the cathedral, where heaven was the roof—where the sunbeams played among the orange-trees, and on the murmuring water; without, where pious persons prayed on bended knees. There the organ’s sweet, full tones, bore my thoughts to the Lord of all. This was my first visit to a Spanish church.

    On leaving the cathedral, I proceeded through narrow streets to one extremely confined, but resplendent with gold and silver. In Barcelona, and in many Spanish towns, the arrangement prevalent in the middle ages still exists, namely, that the different trades—such as shoemakers, workers in metal, for instance—had their own respective streets, where alone their goods were sold. I went into the goldsmiths’ street; it was filled with shops glittering with gold and splendid ornaments.

    In another street they were pulling down a large, very high house. The stone staircase hung suspended by the side of the wall, through several stories, and a wide well with strange-looking rings protruded betwixt the rubbish and the stones; it had been the abode of the principal inquisitor, who now no longer held his sway. The inquisition has long since vanished here, as now-a-days have the monks, whose monasteries are deserted.

    From the open square, where stand the queen’s palace and the pretty buildings with porticos, you pass to the terrace promenade along the harbour. The view here is grand and extensive. You see the ancient MONS JOVIS; the eye can follow the golden zigzag stripe of road to the Fort Monjuich, that stands out so proudly, hewn from and raised on the rock: you behold the open sea, the numerous ships in the harbour, the entire suburb, Barcelonetta, and the crowds in all directions.

    The streets are at right angles, long, and have but poor-looking low houses. Booths with articles of clothing, counters with eatables, people pushing and scrambling around them; carriers’ carts, droskies, and mules crowded together; half-grown boys smoking their cigars, workmen, sailors, peasants, and all manner of townsfolk, mingled here in dust and sunshine. It is impossible to avoid the crowd; but, if you like, you can have a refreshing bath, for the bathing-houses lie on the beach close by.

    Though the weather and the water were still warm, they were already beginning to take down the large wooden shed, and there only now remained a sort of screening wooden enclosure, a boarding down from the road; and it was therefore necessary to wade through the deep sand before reaching the water, with its rolling waves, and obtaining a bath. But bow salt, how refreshing it was! You emerged from it as if renewed in youth, and you come with a young man’s appetite to the hotel, where an abundant and excellent repast awaits you. One might have thought that the worthy host had determined to prove that it was a very untruthful assertion, that in Spain they were not adepts at good cookery.

    Early in the evening we repaired to the fashionable promenade—the Rambla. It was filled with gay company: the gentlemen had their hair befrizzled and becurled; they were vastly elegant, and all puffing their cigars. One of them, who had an eye-glass stuck in his eye, looked as if he had been cut out of a Paris ‘Journal des Modes.’ Most of the ladies wore the very becoming Spanish mantilla, the long black lace veil hanging over the comb down to the shoulders; their delicate hands agitating with a peculiar grace the dark spangled fans. Some few ladies sported French hats and shawls. People were sitting on both sides of the promenade in rows on the stone seats, and chairs under the trees; they sat out in the very streets with tables placed before them, outside of the cafes. Every place was filled, within and without.

    In no country have I seen such splendid cafes as in Spain; cafes so beautifully and tastefully decorated. One of the prettiest, situated in the Rambla, which my friends and I daily visited, was lighted by several hundred gas lamps. The tastefully-painted roof was supported by slender, graceful pillars; and the walls were covered with good paintings and handsome mirrors, each worth about a thousand rigsdalers. Immediately under the roof ran galleries, which led to small apartments and billiard-rooms; over the garden, which was adorned with fountains and beautiful flowers, an awning was spread during the day, but removed in the evening, so that the clear blue skies could be seen. It was often impossible, without or within, above or below, to find an unoccupied table; the places were constantly taken. People of the most opposite classes were to be seen here—elegant ladies and gentlemen, military of the higher and lower grades, peasants in velvet and embroidered mantles thrown loosely over their arms. I saw a man of the lower ranks enter the cafe with four little girls. They gazed with curiosity, almost with awe, at the splendour and magnificence around them. A visit to the cafe was, doubtless, as great an event to them as it is to many children for the first time to go to a theatre. Notwithstanding the lively conversation going on among the crowd, the noise was never stunning, and one could hear a solitary voice accompanied by a guitar. In all the larger Spanish cafes, there sits, the whole evening, a man with a guitar, playing one piece of music after the other, but no one seems to notice him; it is like a sound which belongs to the extensive machinery. The Rambla became more and more thronged; the excessively long street became transformed into a crowded festival-saloon.

    The usual social meetings at each other’s houses in family life, are not known here. Acquaintances are formed on the promenades on fine evenings; people come to the Rambla to sit together, to speak to each other, to be pleased with each other; to agree to meet again the following evening. Intimacies commence; the young people make assignations; but until their betrothals are announced, they do not visit at each other’s houses. Upon the Rambla the young man thus finds his future wife.

    The first day in Barcelona was most agreeable, and full of variety; the following days not less so. There was so much new to be seen—so much that was peculiarly Spanish, notwithstanding that French influence was perceptible, in a place so near the borders.

    During my stay at Barcelona, its two largest theatres, Principal and Del Liceo, were closed. They were both situated in Rambla. The theatre Del Liceo is said to be the largest in all Spain. I saw it by daylight. The stage is immensely wide and high. I arrived just during the rehearsal of an operetta with high-sounding, noisy music; the pupils and chorus-singers of the theatre intended to give the piece in the evening at one of the theatres in the suburbs.

    The places for the audience are roomy and tasteful, the boxes rich in gilding, and each has its ante-room, furnished with sofas and chairs covered with velvet. In the front of the stage is the director’s box, from which hidden telegraphic wires carry orders to the stage, to the prompter, to the various departments. In the vestibule in front of the handsome marble staircase stands a bust of the queen. The public green-room surpasses in splendour all that Paris can boast of in that portion of the house. From the roof of the balcony of the theatre there is a magnificent view of Barcelona and the wide expanse of sea.

    An Italian company were performing at the Teatro del Circo; but there, as in most of the Spanish theatres, nothing was given but translations from French. Scribe’s name stood most frequently on the play-bills. I also saw a long, tedious melodrama, ‘The Dog of the Castle.’

    The owner of the castle is killed during the revolution; his son is driven forth, after having become an idiot from a violent blow on the head. Instinct leads him to his home, but none of its former inmates are there; the very watch-dog was killed: the house is empty, and he who is its rightful owner, now creeps into it, unwitting of its being his own. In vain his high and distinguished relatives have sought for him. He knows nothing of all this; he does not know that a paper, which from habit he instinctively conceals in his breast, could procure for him the whole domain. An adventurer, who had originally been a hair-dresser, comes to the neighbourhood, meets the unfortunate idiot, reads his paper, and buys it from him for a clean, new five-franc note. This person goes now to the castle as its heir; he, however, does not please the young girl, who, of the same distinguished family, was destined to be his bride, and he also betrays his ignorance of everything in his pretended paternal home. The poor idiot, on the contrary, as soon as he sets his foot within the walls of the castle, is overwhelmed with reminiscences; he remembers from his childhood every toy he used to play with; the Chinese mandarins he takes up, and makes them nod their heads as in days gone by; also he knows, and can show them, where his father’s small sword was kept; he alone was aware of its hidingplace. The truth became apparent; protected by the chamber-maid, he is restored to his rights, but not to his intellects.

    The part of the idiot was admirably well acted; nearly too naturally—there was so much truthfulness in the delineation that it was almost painful to sit it out. The piece was well got up, and calculated to make ladies and children quite nervous.

    The performances ended with a translation of the well-known Vaudeville, ‘A Gentleman and a Lady.’

    The most popular entertainments in Spain, which seem to be liked by all classes, are bull-fights; every tolerably large town, therefore, has its Plaza de Toros. I believe the largest is at Valencia. For nine months in the year these entertainments are the standing amusements of every Sunday. We were to go the following Sunday at Barcelona to see a bull-fight; there were only to be two young bulls, and not a grand genuine fight: however, we were told it would give us an idea of these spectacles.

    The distant Plaza de Toros was reached, either by omnibus or a hired street carriage taken on the Rambla; the Plaza itself was a large, circular stone building, not far from the railroad to Gerona. The extensive arena within is covered with sand, and around it is raised a wooden wall about three ells in height, behind which is a long, open space, for standing spectators. If the bull chooses to spring over the barrier to them, they have no outlet or means of exit, and are obliged to jump down into the arena; and when the bull springs down again, they must mount, as best they can, to their old places. Higher above this open corridor, and behind it, is, extending all round the amphitheatre, a stone gallery for the public, and above it again are a couple of wooden galleries fitted up in boxes, with benches or chairs. We took up our position below, in order to see the manners of the commoner class. The sun was shining over half the arena, spangled fans were waving and glittering, and looked like birds flapping their bright winga. The building could contain about fifteen thousand persons. There were not so many present on this occasion, but it was well filled.

    We had been previously told of the freedom and licence which pervaded this place, and warned not to attract observation by our dress, else we might be made the butts of the people’s rough humour, which might prompt them to shout, ‘Away with your smart gloves! Away with your white city-hat!’ followed by sundry witticisms. They would not brook the least delay; the noise increased, the people’s will was omnipotent, and hats and gloves had to be taken off, whether agreeable to the wearers or not.

    The sound of the music was fearful and deafening at the moment we entered; people were roaring and screaming; it was like a boisterous carnival. The gentlemen threw flour over each other in the corners, and pelted each other with pieces of sausages; here flew oranges, there a glove or an old hat, all amidst merry uproar, in -which the ladies took a part. The glittering fans, the gaily-embroidered mantles, and the bright rays of the sun, confused the eyes, as the noise confused the ears; one felt oneself in a perfect maelstrom of vivacity.

    Now the trumpet’s blast sounded a fanfare, one of the gates to the arena was opened, and the bull-fight cavalcade entered. First rode two men in black garments, with large white shirt fronts, and staffs in their hands. They were followed, upon old meagre-looking horses, by four Picadores, well stuffed in the whole of the lower parts, that they might not sustain any injury when the bull rushed upon them. They each carried a lance with which to defend themselves; but notwithstanding their stuffing, they were always very helpless if they fell from their horses. Then came half a score Banderilleros, young, handsome, stage-clad youths, equipped in velvet and gold. After them appeared, in silken attire, glittering in gold and silver—Espada; his blood-red cloak he carried thrown over his arm, the well-tempered sword, with which he was to give the animal its death-thrust, he held in his hand. The procession was closed by four mules, adorned with plumes of feathers, brass plates, gay tassels, and tinkling bells, which were, to the sound of music, at full gallop, to drag the slaughtered bull and the dead horses out of the arena.

    The cavalcade went round the entire circle, and stopped before the balcony where the highest magistrate sat. One of the two darkly clad riders—I believe they were called Alguazils—rode forward and asked permission to commence the entertainment; the key which opened the door to the stable where the bull was confined was then cast down to him. Immediately under a portion of the theatre appropriated to spectators, the poor bulls had been locked up, and had passed the night and the whole morning without food or drink. They had been brought from the hills fastened to two trained tame bulls, and led into the town; they came willingly, poor animals! to kill or be killed in the arena. To-day, however, no bloody work was to be performed by them; they had been rendered incapable of being dangerous, for their horns had been muffled. Only two were destined to fall under the stabs of the Espada; to-day, as has been mentioned, was only a sort of sham fight, in which the real actors in such scenes had no strong interest, therefore it commenced with a comic representation—a battle between the Moors and the Spaniards, in which, of course, the former played the ridiculous part, the Spaniards the brave and stout-hearted.

    A bull was let in: its horns were so bound that it could not kill any one; the worst it could do was to break a man’s ribs. There were flights and springing aside, fun and laughter. Now came on the bull-fight. A very young bull rushed in, then it suddenly stood still in the field of battle. The glaring sunbeams, the moving crowd, dazzled its eyes; the wild uproar, the trumpet’s blasts, and the shrill music, came upon it so unexpectedly, that it probably thought, like Jeppe when he awoke in the Baroness’s bed, ‘What can this be! What can this be!’ But it did not begin to weep like Jeppe; it plunged its horns into the sand, its backbones showing its strength, and the sand was whirled up in eddies into the air, but that was all it did. The bull seemed dismayed by all the noise and bustle, and only anxious to get away. In vain the Banderilleros teased it with their red cloaks; in vain the Picadores brandished their lances. These they hardly dared use before the animal had attacked them; this is to be seen at the more perilous bull-fights, of which we shall, by-and-bye, have more to say, in which the bull can toss the horse and the rider so that they shall fall together, and then the Banderilleros must take care to drive the furious animal to another part of the arena, until the horse and its rider have had time to arise to another conflict. One eye of the horse is bound up; this is done that it may not have a full view of its adversary, and become frightened. At the first encounter the bull often drives his pointed horn into the horse so that the entrails begin to well out; they are pushed in again; the gash is sewed up, and the same animal can, after the lapse of a few minutes, carry his rider. On this occasion, however, the bull was not willing to fight, and a thousand voices cried, ‘El ferro!’

    The Banderilleros came with large arrows, ornamented with waving ribands, and squibs; and when the bull rushed upon them, they sprang aside, and with equal grace and agility they contrived to plunge each arrow into the neck of the animal: the squib exploded, the arrow buzzed, the poor bull became half mad, and in vain shook its head and its neck, the blood flowed from its wounds. Then came Espada to give the death-blow, but on an appointed place in the neck was the weapon only to enter. It was several times either aimed at a wrong place, or the thrust was given too lightly, and the bull ran about with the sword sticking in its neck; another thrust followed, and blood flowed from the animal’s mouth; the public hissed the awkward Espada. At length the weapon entered into the vulnerable spot; and in an instant the bull sank on the ground, and lay there like a clod, while a loud ‘viva’ rang from a thousand voices, mingling with the sound of the trumpets and the kettle-drums. The mules with their bells, their plumes of feathers, and their flags, galloped furiously round the arena, dragging the slaughtered animal after them; the blood it had shed was concealed by fresh sand; and a new bull, about as young as the first, was ushered in, after having been on its entrance excited and provoked by a thrust from a sharp iron spike. This fresh bull was, at the commencement of the affray, more bold than the former one, but it also soon became terrified. The spectators demanded that fire should be used against him, the squib arrows were then shot into his neck, and after a short battle he fell beneath the Espada’s sword.

    ‘Do not look upon this as a real Spanish bull-fight,’ said our neighbours to us; ‘this is mere child’s play, mere fun!’ And with fun the whole affair ended. The public were allowed, as many as pleased, to spring over the barriers into the arena; old people and young people took a part in this amusement; two bulls with horns well wrapped round, were let in. There was a rushing and springing about; even the bulls joined the public in vaulting over the first barrier among the spectators who still remained there; and there were roars of laughter, shouts and loud hurrahs, until the Empressario the manager of that day’s bull-fight, found that there was enough of this kind of sport, and introduced the two tame bulls, who were immediately followed by the two others back to their stalls. Not a single horse had been killed, blood had only flowed from two bulls; that was considered nothing, but we had 6een all the usual proceedings, and witnessed how the excitement of the people was worked up into passionate feelings.

    It was here, in this arena, in 1833, that the revolutionary movement in Barcelona broke out, after they had commenced at Saragossa to murder the monks and burn the monasteries. The mass of the populace in the arena fired upon the soldiers, these fired again upon the people; and the agitation spread abroad with fiery destruction throughout the land.

    Near the Plaza de Toros is situated the cemetery of Barcelona, at a short distance from the open sea. Aloes of a great height compose the fences, and high walls encircle a town inhabited only by the dead. A gate-keeper and his family, who occupy the porter’s lodge, are the only living creatures who dwell here. In the inside of this city of the dead are long lonely streets, with boxlike houses, of six stories in height, in which, side by side, over and under each other, are built cells, in each of which lies a corpse in its coffin. A dark plate with the name and an inscription is placed over the opening. The buildings have the appearance of warehouses, with doors upon doors. A large chapel-formed tomb is the cathedral in this city of the dead. A grass plot, with dark lofty cypresses, and a single isolated monument, afford some little variety to these solemn streets, where the residents of Barcelona, generation after generation, as silent, speechless inhabitants, occupy their gravechambers.

    The sun’s scorching rays were glaring on the white walls; and all here was so still, so lonely, one became so sad that it was a relief to go forth into the stir of busy life. On leaving this dismal abode of decay and corruption, the first sound we heard appertaining to worldly existence was the whistle of the railway; the train shot past, and, when its noise had subsided, was heard the sound of the waves rolling on the adjacent shore; thither I repaired.

    A number of fishermen were just at that moment hauling their nets ashore; strange-looking fishes, red, yellow, and blueish-green, were playing in the nets; naked, dark-skinned children were running about on the sands; dirty women—I think they were gypsies— sat and mended old worn-out garments; their hair was coal-black, their eyes darker still; the younger ones wore large red flowers in their hair, their teeth was as glittering wbite as those of the Moors. They were groups to be painted on canvas. The city of the dead, on the contrary, would have suited a photographer, one picture of that would be enough; for from whatever side one viewed it, there was no change in its character: these receptacles for the dead stood in uniform and unbroken array, while cypress trees, here and there, unfolded what seemed to be their mourning banners.

  • Rebeldes militares de varias regiones de España y con apoyo popular exigen una república federal en la plaza San Jaime

    Anteanoche á las doce y media, el general Gaminde, que aguardaba ser relevado por el general Contreras segun las instrucciones que tenia recibidas del Gobierno, resignó el mando en el segundo cabo, general Andia, y se embarcó en un buque que zarpó para Marsella á las pocas horas. El general Gaminde saben nuestros lectores que había solicitado y obtenido licencia para el extranjero; pero todo el mundo creia, incluso el Gobierno, que permaneceria en aquel importante puesto hasta hacer entrega de él á su sucesor.

    Coincidió con la marcha de la primera autoridad militar del distrito el haber recibido orden el batallón cazadores de la Habana para marchar sobre Tordera, punto amenazado por varias facciones carlistas, debiendo salir de Barcelona ayer por la mañana.

    El batallón, desde los primeros momentos, protestó que deseaba salir de la capital después que se hubiese hecho en ella la proclamación oficial da la República, y con este motivo, al emprender su marcha, se dirigió, no á su punto de salida, sino á la plaza de San Jaime, en que se halla el palacio de la Diputacion provincial, corporación que celebraba sesión en aquellos instantes.

    El batallón prorumpió en gritos de ¡Viva la República! que aumentaron al presentarse en los balcones algunos diputados á quienes la tropa manifestaba su simpatía y adhesión.

    En este estado, el general Audía, creyendo que no tenia fuerza moral para contener lo que él consideraba como una insubordinación, resignó el mando en el brigadier de ingenieros, Sr. Barraquer, anciano que, por su avanzada edad, goza de escasa salud, y quien, en efecto, se hallaba enfermo en aquellos instantes.

    Tampoco el Sr. Lopez Claros, gobernador del castillo de Monjuich, quiso hacerse entrega del mando de la plaza, y por consecuencia vino éste á manos, con arreglo á ordenanza, del coronel más antiguo de la guarnición, Sr. Iriarte, y el cargo de segundo cabo al que le seguia en antigüedad, coronel Lera.

    Como una hora estuvo el batallón cazadores de la Habana en la plaza de San Jaime, envuelto entre inmensa muchedumbre del pueblo, pero sin que en aquella manifestación tomaran parte otras fuerzas del ejercito. Mas, circulada la noticia, fueron llegando sucesivamente á aquel punto cazadores de Cádiz, Tarifa y Madrid, artillería de montaña y rodada y demás cuerpos de guarnición en Barcelona, todos con armas y sin la mayoría de sus jefes á la cabeza.

    La reunión de todas estas tropas, á quienes arengaban algunos paisanos desde los balsones de la Diputacion, produjo una explosion de entusiasmo en que tomó parte el pueblo, fraternizando soldados y paisanos á los gritos de ¡Viva la República! que se estendieron por todos ángulos de la poblacion.

    La alegría era indescriptible, y enmedio da la agitación que los acontecimientos habian producido, no se cometió un desmán, no hubo el menor desorden, no se vertió ni una gota de sangre, reinando un orden admirable sólo interrumpido por los movimientos de la multitud entusiasmada.

    Pasados los primeros momentos, las tropas volvieron á sus respectivos cuarteles, declarando terminantemente que se hallan dispuestas á sostener al Gobierno de la República y á la Asamblea Nacional, en cuyo favor hacen votos de adhesión y fidelidad completa.

    A las nuevo de la noche, el alcalde popular de Barcelona daba cuenta al Gobierno del estado de la población, en los siguientes satisfactorios términos:

    «Todos los cuerpos del ejército acaban de adherirse con gran entusiasmo á la República. Pueblo y tropas fraternizan cordialmente. Júbilo inmenso é indescriptible. Ciudad iluminada. Alegría general y órden completo.— Narciso Buxó y Prats.»

    Para terminar, diremos la causa que en Madrid dio un carácter exagerado á los sucesos de Barcelona.

    Parece que una autoridad, mal informada sin duda, ó cediendo á un movimiento precipitado, telegrafió al Gobierno diciéndole que la Diputación y el Ayuntamiento se habían erigido en junta suprema del Estado federal de Cataluña, apoyados por las tropas de la guarnición, y que habian sido nombrados generales los coroneles Iriarte y Lera.

  • Muere un joven alemán en la plaza de toros de la Barceloneta

    EDICION DE LA NOCHE DE HOY 19 DE JUNIO.

    Nuestro corresponsal de Barcelona nos escribe con fecha 17:

    «Hoy se ha verificado el entierro del malogrado Wandersahen [sic], muerto en el ensayo de la corrida de toretes proyectada por los jovenes de la buena sociedad.

    El cónsul aleman en esta plaza, Sr. Lindan [sic: Linden/Lindau?], que se hallaba en la plaza cuando aquel fué cogido por la fiera, pidió permiso al juzgado para llevarse el cadáver á su domicilio, lo cual le fué concedido, y ayer se presentaron allí los médicos forenses para practicar la autopsía, no atreviéndome á dar cuenta de lo que ocurrió ante el representante de una nacion estranjera, por el buen nombre de nuestro país.

    Despues fué embalsamado el cadáver por el distinguido profesor Sr. Griñan, operacion que se llevó á cabo á instancias del señor consul y de los amigos del difunto en el despacho principal del consulado.

    El cortejo funebre ha sido numerosísimo, viéndose la rica caja que encerraba al desgraciado Wandersahen, cubierta de flores y coronas, y siendo llevadas las ocho gasas por amigos del finado, cerrando la comitiva más de sesenta carruajes, entre los que se veían los de las primeras autoridades.

    La proyectada corrida se ha suspendido habiéndose acordado emplear en obras benéficas el importe de ella.