Sí, agradable y pintoresco es este camino.
A un lado el Mediterráneo, ese mar que parece enviarnos una tras otra sus olas preñadas de armonias para que nos canten el poema de las grandezas de su historia, ese mar del que algun dia eran reinas las galeras catalanas y señora Barcelona, ese mar del seno de cuyas flotantes brumas parece que deben surgir las sombras de Bernardo de Vilamarí, de Conrado de Lianza, de Roger de Llauria y de tantos otros que un tiempo le ilustraron con sus hazañas legando un tesoro eterno de gloria á sa patria Cataluña.
Y si por un lado no se pierde ni un momento de vista ese piélago azul y transparente, sobre el cual, perdido entre sus vapores y neblinas, vaga todo un pueblo de héroes catalanes, por el otro ve el viajero sucederse sin interrupcion una serie de villas alegres, frescas y risueñas, posadas á la falda de las montañas, que solo parecen haber descendido de ellas á lá sombra embalsamada de sus bosques de naranjos para, desde la orilla, buscar en el lejano horizonte las blancas velas que les indiquen el regreso de sus hijos, esos incansables é intrépidos marinos de la costa que no conocen mas vida que la del mar, ni mas goces, placeres ni descanso que sus largos y dilatados viajes á comarcas apartadas.
No vacile el viajero en subir al coche. Seguro puede estar que el camino, por lo delicioso, le ha de parecer rápido y corto. Nosotros subiremos con él y le contaremos lo mejor que sepamos la historia de las poblaciones que hemos de ir encontrando al paso.
Al son de la campana de la estacion indicando que ha llegado el momento de la partida, contesta la locomotora con su agudo silvido. El maquinista le imprime un golpe de émbolo á manera del ginete cuando aplica la espuela á un fogoso caballo. Estremécese la locomotora bajo aquella fuerza superior que la impele, como se estremece el sonámbulo al sentir el fluido eléctrico que le arroja el magnetizador; lanza algunos suspiros ahogados y rechinantes; diríase que va á reventar por causa del fuego que dan á dirigir á su estómago; replega furiosa los eslabones de sus cadenas y retrocede algunos pasos cual si intentara rebelarse contra la fuerza que la domina, y en seguida, domeñada y jadeante, soltando al aire su larga cabellera de humo, emprende bruscamente su desenfrenada carrera.
Al salir de debajo el hermoso tinglado de la estacion, vienen ya á azotar nuestra frente las frescas brisas del mar. Dejamos á la derecha la plaza de loros y el barrio de la Barceloneta con la monotonía de sus calles tiradas á cordel y la uniformidad de sus casas, cruzamos por en medio del fuerte de Don Cárlos, y la ruidosa marcha del tren interrumpe por un momento el silencio eterno que reina en el campo de los muertos, que dejamos á nuestra izquierda.
Esas casas esparcidas que arrancan junto á los muros mismos del cementerio, forman parte de Pueblo Nuevo, que á su vez lo forma del Clot, de cuyas poblaciones nos ocupamos en nuestra otra guia de Barcelona á Granollers.
La rapidez con que viajamos, pues acabamos de salir disparados de la estacion como piedra partida de una honda, nos impide casi recrear nuestra vista paseándola por las fértiles llanuras que atravesamos. La agradable frescura que sentimos de pronto, los agrupados cañaverales y bellas alamedas que por uno y otro lado aparecen nos indican que vamos á cruzar un rio.
En efecto, estamos sobre el Besós.
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