Etiqueta: Distrito del Ensanche

  • Obras en el palacio real para crear espacio para la Audiencia

    Se empieza el ensanche del palacio real (que despues fue convento de santa Clara), para colocar en él la Audiencia con dos salas.

  • Aprobado el plan Cerdá

    MINISTERIO DE FOMENTO.-Obras públicas.-Ilmo. Sr.:
    Visto el proyecto de ensanche de la ciudad de Barcelona, estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, en virtud de la autorizacion que le fué concedida por real orden de 2 de febrero último:
    Visto el Real decreto de 23 de enero de 1856:
    Considerando:
    1.° Que los estudios de Cerdá se hallan en armonía con las bases adoptadas por la comision de representantes de todas las corporaciones de Barcelona en su memoria de 28 de junio de 1855 y las discutidas por la comision nombrada en virtud del Real decreto de 23 de enero de 1856:
    2.° Que la Real orden de 9 de diciembre de 1858 dictada por el Ministerio de la Guerra, prejuzga el ensanche del caserío en el sentido de su libre desarrollo, reservándose únicamente fijar los puntos donde considere conveniente establecer edificios militares:
    3.° Que la Junta consultiva de Caminos, Canales y Puertos, encontrando el proyecto bien estudiado, consulta su aprobacion en dictamen de 6 de mayo de 1859;
    S.M. la Reina (q. D. g.) se ha dignado resolver:
    Primero. Se aprueba el proyecto facultativo de ensanche de la ciudad de Barcelona estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, con las alteraciones propuestas por la Junta consultiva de Caminos, Canales y Puertos, para que la altura de los edificios de la zona de ensanche no esceda en ningun caso de 16 metros, y se aumente el número de manzanas mayores que las del tipo general admitido en el proyecto, así como tambien el de parques, especialmente en la zona en que se representa mas condensada la edificacion:
    Segundo. El sistema de cerramiento consistirá en el canal de circunvalacion proyectado para recoger las aguas torrentiales:
    Tercero. Antes de proponer á las Cortes el oportuno proyecto de ley para la ejecucion del ensanche, deberá presentar el autor al ministerio de Fomento el proyecto económico que tiene meditado:
    Cuarto. Deberá asimismo presentar el proyecto de ordenanzas de construccion y de policía urbana para que sobre las primeras recaíga la aprobacion del ministerio de Fomento, y sobre las segundas el de la Gobernacion del reino, prévia la instruccion que juzgue conveniente darles.
    De Real orden lo comunico á V. I. para su conocimiento y efectos consiguientes. Dios guarde á V. I. muchos años. Madrid 7 de junio de 1859.—Corvera.—Sr. Director general de Obras públicas.

  • Un viaje de manicomios, y el proyecto para el de la Santa Cruz

    Á LA M. I. ADMINISTRACION DEL HOSPITAL DE SANTA CRUZ DE BARCELONA

    Ocioso seria exponer las infinitas razones que demuestran la urgente necesidad de erigir en Barcelona un Manicomio digno de esta capital y su provincia por tantos títulos ilustres y famosas, tal como lo están reclamando la caridad y cultura de sus habitantes. El convencimiento de dicha necesidad se ha extendido á todas las clases de nuestra poblacion, y el anhelo de satisfacerla sin tardanza domina todos los corazones en que arde siquiera una chispa de amor á la humanidad doliente: es como un instinto público. Nadie, empero, tiene una conviccion mas profunda, nadie siente mas vivo deseo que V. S., que toca los inconvenientes de la residencia de los orates confiados á su custodia y patrocinio, en un local no tan á propósito como fuera de apetecer para su tratamiento curativo, seguridad y bienestar.

    Así lo prueba, aparte de la adquisicion de la casa ó quinta llamada de la Vireina en Gracia en 1836, y los trabajos que para establecer en ella un manicomio se ejecutaron entonces, la solicitud que por mejorar la suerte de los míseros locos ha desplegado V. S. en todos tiempos, y especialmente en estos últimos años, durante los cuales ha ido planteando en el Asilo manicómico anejo al Hospital de Santa Cruz reformas de suma importancia, así respecto á la parte material del edificio, como á sus servicios médico, administrativo y económico, cuyos felices resultados acredita la experiencia. Pero todavía lo prueba mas el deseo de construir de planta en los afueras de esta ciudad un buen Manicomio para trasladar á él los orates, á cuyo proyecto ha consagrado V. S. trabajos preparatorios por espacio de muchos años, y dádole en estos últimos el carácter de resolucion definitiva.

    Simultáneamente con V. S. se han ocupado varias veces en este proyecto la Academia de Medicina y Cirugía , la Sociedad Económica de Amigos del País, la Junta municipal de Beneficencia, informando sobre el lugar mas acomodado para la casa de orates, ya extramuros de Barcelona, ya en otro punto de la provincia; el Exmo. Ayuntamiento Constitucional, instruyendo un expediente que terminó por una exposicion hecha al Gobierno en 22 de abril de 1840, en solicitud de que le cediese el convento que fué de Capuchinos de Sarria con todos sus accesorios para fundar allí el establecimiento; y otras autoridades, tomando algunas providencias dirigidas á facilitar los medios para poner por obra esta interesante mejora. A fin de que sirviese de guia científica para la realizacion del proyecto, publicó entonces el Exmo. Ayuntamiento, á expensas de los fondos municipales, la Memoria para el establecimiento de un Hospital de locos, traduccion hecha por el Dr. D. Pedro Felipe Monlau de la que escribió en francés A. Brierre de Boismont, y fué premiada en un concurso abierto en 1834 por la Sociedad de Ciencias médicas y naturales de Bruselas. Este trabajo, sobre cuyo mérito no juzgo necesario dar mi humilde opinion, como tampoco sobre lo aplicable que pudiera ser ahora al proyecto de una casa de orates para Barcelona, es, si no me equivoco, el primer escrito acerca de esta materia que ha salido á luz en España.

    Paralizado estaba el asunto cuando en 1846 escribí y presenté al certamen público abierto por la Sociedad Económica en 25 de junio del propio año, una Memoria sobre el modo mas asequible de erigir un Asilo, Hospital ó Casa de locos para uno y otro sexo, fuera de las murallas de esta ciudad, acompañada de un proyecto de Reglamento interior para el régimeti del establecimiento, que obtuvo el primer premio y fué publicada despues encabezando la série de memorias del Boletín que dicha Sociedad empezó á dar á luz en 1853.

    Instaló en 1849 el Exmo. Ayuntamiento Constitucional una comision, que, bajo la presidencia del Iltre. Sr. Alcalde Corregidor, se ocupase en la traslacion de los locos de los departamentos de este Hospital á un lugar mas conveniente; y se invitó al acreditado Dr. D. Francisco Campderá, propietario y médico director de la Torre Lunática de Lloret, para que viniese á auxiliar á dicha comision con sus especiales conocimientos en materia de casas de orates; mas estas providencias no tuvieron ulterior resultado.

    A principios de 1854, emprendiendo V. S. con mas calor el proyecto de establecer un buen Manicomio, pensó construirlo en la quinta de Alegre, en la vecina villa de Gracia, sobre lo cual consultó, para asegurar el acierto, á la Academia de Medicina y Cirugía y á la Sociedad Económica de Amigos del País, cuyo dictámen fué bastante favorable.

    Como para animar á V. S. en su propósito, terminaba dicha corporacion su informe con estas notables palabras: «La infeliz, la indigna situacion en que, con harto dolor de V. S., se encuentran los enajenados del Hospital de Santa Cruz, exige que cuanto antes se les destine un edificio apropiado, y se les consagren atenciones especiales y exquisitas para su curacion y buen trato. Barcelona, ciudad tan principal y tan aventajada en todos conceptos, lamenta de cada día mas la existencia del depósito actual de orates, donde ninguno se cura, donde ninguno puede curarse, y que es para ella un padron de ignominia. Conviene, pues, que V. S. ponga en obra su proyecto, con el que se granjeará las simpatías de todas las personas piadosas, las bendiciones de los desgraciados y una memoria’gloriosa é imperecedera en los anales de la insigne capital del Principado.»

    En mi calidad de socio de las dos corporaciones citadas, tuve que enterarme del acuerdo de V. S., y anhelando por cooperar, en cuanto pudiese, á la realizacion de su pensamiento, me atreví á someter á la consideracion de V. S. en 12 de abril unas breves Indicaciones sobre la construccion de un Hospital de locos en la quinta de Alegre, situada en la vecina villa d» Gracia; refundicion completa de mi anterior memoria bajo un plan enteramente nuevo y mas acomodado, en mi sentir, á las necesidades de la práctica médica en lo relativo al tratamiento de la enajenacion mental.

    A consecuencia de este paso vino V. S. en invitarme para que concurriese á la sesion extraordinaria que celebró en 12 de mayo con el objeto de ocuparse detenidamente en los medios mas á propósito para mejorar la situacion de los locos confiados á su custodia.

    En esta conferencia concordaron todos los pareceres, y decidieron que urgía la construccion de un Manicomio fuera del recinto de Barcelona; y que antes de abrir sus cimientos, convenia reunir todos los datos indispensables para acometer la empresa con completa seguridad de buen éxito. En esta atencion rogóme V. S. que hiciese un viaje facultativo á varias naciones extranjeras para estudiar sus casas de orates mas notables, á fin de que con las nociones prácticas que adquiriese, corroborase ó modificase las teóricas que en mis Indicaciones habia manifestado, y por con• siguiente introdujese en mi proyecto las variaciones necesarias. Accedí gustoso á este ruego, no solo porque me distinguía con una prueba de confianza muy honrosa, sino principalmente porque me brindaba á auxiliar á V, S. en la ejecucion de su gran pensamiento.

    Para trazar el plan de mi viaje y visitas á los manicomios extranjeros, estimó V. S. oportuno que conferenciase conmigo D. Raimundo Durán y Obiols, doctor en Medicina y Cirugía, cuyas luces y experiencia eran verdaderamente la mejor fianza de acierto y feliz resultado en todo negocio relativo á la práctica médica. En union con este apreciable comprofesor, que acaba de arrebatarnos la muerte, presenté á V. S. en 17 del propio mayo unas sucintas reflexiones sobre el modo de desempeñar mi encargo con la mayor inteligencia y utilidad. En 20 del mismo mes expidió V. S. mi nombramiento para la comision de ir á estudiar los manieomios mas acreditados de Francia, Inglaterra, Alemania y otras naciones; manifestándome que, si bien me recomendaba al efecto las mencionadas reflexiones, no me imponía el deber de circunscribirme estrictamente á ellas, antes me facultaba para ampliarlas conforme estimase provechoso.

    Queriendo dar á mi comision cierto carácter oficial que, sobre acreditarme con los gobiernos de las naciones extranjeras y los ministros españoles en las mismas, me facilitase el evacuarla con mas desembarazo y latitud, obtuvo V. S. el beneplácito del Exmo. Sr. Gobernador de esta provincia, quien me entregó cartas de recomendacion para los Sres. Enviados extraordinarios y Encargados de negocios de España en las principales cortes de Europa, rogándoles que interponiendo su valimiento con ellas, me alcanzasen la competente autorizacion para estudiar sus manicomios.

    Hice, pues, el viaje y desempeñé con celo mi comision, cuyo resultado tuve el gusto de ofrecer á V. S. en 18 de enero de 1855, presentándole una Descripcion de varios Manicomios de Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania é Italia, visitados en los meses de junio, julio, agosto y setiembre de 1854; obrita bastante voluminosa, que aceptó V. S. con lisonjera benevolencia, y por la que se dignó darme las mas expresivas gracias. Este trabajo era un compendio de los conocimientos prácticos que habia adquirido con el estudio de casas de orates muy justamente celebradas, y que me proponía utilizar en el proyecto de la de Barcelona.

    Las azarosas circunstancias de aquellos dias, en que esta ciudad acababa de recibir el golpe fatal de una epidemia de cólera-morbo, imposibilitaron á V. S. de llevar adelante por entonces su pensamiento, á pesar de sus vivísimos deseos. En este conflicto y aguardando tiempos mas serenos, ansiosa de introducir mejoras en el Asilo manicómico existente, y poner el servicie de los orates á la altura en que se halla en los hospitales de las naciones extranjeras, acordó V. S. dar una forma nueva y mas especial á su direccion facultativa, que se dignó encomendarme nombrándome en 3 de julio del mismo año Médico mayor del Hospital de Santa Cruz con destino á dicho departamento.

    No me estaria bien enumerar las reformas importantes que por mi consejo ha planteado V. S. en el Asilo manicómico, y que han obtenido la aprobacion de corporaciones muy competentes, de las autoridades superiores de esta provincia, de muchas personas entendidas y hasta de médicos extranjeros harto inclinados, por desgracia, á exagerar el atraso en que aquí se halla la beneficencia pública de los orates. Basta añadir que aquel establecimiento tiene ya, respecto á su organizacion y servicios, el carácter de un hospital de locos en la mas rigurosa acepcion de la palabra. Con todo eso, algunos inconvenientes imposibles . de corregir que presenta la parte material del Asilo, y la necesidad siempre creciente de trasladarle á otra parte, fueron avivando mas y mas en el ánimo de V. S. el anhelo de proseguir nuevamente sus tareas para la construccion del Manicomio; á cuyo fin en 8 de marzo de 1856 llamó seriamente sobre tan importante asunto la atencion del limo. Cabildo Eclesiástico y Exmo. Ayuntamiento Constitucional, corporaciones compatronas del Hospital de Santa Cruz, á quienes V. S. dignamente representa.

    Decidida, por último, á empezar inmediatamente la obra, rogóme V. S. nn sesion de 25 de junio de 1857, que formase el Proyecto médico razonado en conformidad al cual debieran levantarse los planos y construirse el Manicomio; trabajos que encargó al arquitecto D. José Oriol y Bernadet, de cuya inteligencia habia recibido muy favorables y verídicos informes. Procedió V. S. con mucho acierto en esta resolucion, confiando á un médico y á un arquitecto conjuntamente (prescindiendo ahora de las personas) la ejecucion de una obra médico-arquitectónica, que de tal índole es un manicomio; pues sobrada ocasion he tenido de tocar los graves inconvenientes y defectos de varias casas de orates, para cuya construccion no se hizo caso de los conocimientos médicos especiales en tan difícil materia, de los conocimientos frenopáticos, cuya necesidad, en cuanto se refiere á ereccion y gobierno de aquellos asilos tan especiales tambien de suyo, no admite réplica como que está fuera de duda.

    Aunque habia yo visitado muchos manicomios en mi referido viaje, é igualmente el Sr. Oriol habia visto algunos, deseosos ambos de desempeñar nuestro importante encargo con el mayor lucimiento posible, á completa satisfaccion de V. S.; emprendimos, á nuestras expensas, en agosto del citado año un nuevo viaje á Francia, Italia, Suiza, Alemania, Holanda y Bélgica, no ya para volver á ver los hospitales de locos que habíamos examinado, sino para estudiar los erigidos desde el año 1854, y que, por ser muy recientes, debían de presentar el resultado ó aplicacion de los principios mas modernos de la ciencia frenopática á la parte de la arquitectura relativa á la construccion de aquellos establecimientos.

    En mis dos viajes estudié con mucha atencion en Francia el bello manicomio de Marsella; el de Mompeller; el particular de Pont-Saint-Côme, fundado por el docto Rech, junto á la misma ciudad; el de Burdeos y el de la Providencia de Niort, proyectado por el entendido Parchappe; el del hospicio de l’Antiquaille y la casa de San Pedro y San Pablo ó asilo de San Juan de Dios, cerca de Lyon; el grandioso de Tolosa; el de Auxerre, que pasa por el asilo modelo de aquella nacion; el de la Salpétrière en París, y en las cercanías de esta capital los de Bicêtre, de Charenton, seminario de insignes alienistas, y el de Ivry, que perteneció al sabio Esquirol: en Inglaterra el de Bethlem [Bedlam], tan célebre en otro tiempo, y el de Saint-Luke en Lóndres; y á corta distancia de esta el de Hanwell, en cuya direccion floreció el ilustre Conolly, y el de Colney Hatch, que es quizá el mas vasto de Europa: en Bélgica la singular Colonia de orates de Gheel, el magnífico manicomio que acababa de levantarse extramuros de Gante, conforme al proyecto de Guislain , maestro de los alienistas belgas; los dos hospicios de enajenados de la propia ciudad, y junto á ella el asilo particular del Strop: en Holanda el grandioso manicomio de Meer en Berg, cerca de Haarlem: en Alemania el de Eichberg, en el ducado de Nassau; el de la Caridad de Berlín, dirigido por el eminente Ideler; el de Halle, levantado segun el sistema aleman mixto del sabio Damerow; el monumental de Viena, en que campean la riqueza y elegancia, y cuyo servicio facultativo desempeña el insigne Riedel; y frontera á aquel la antigua Torre de los locos (Irren-Thurm): en Suiza el magnífico asilo de la Waldau, cerca de Berna; el de Préfargier, inmediato á Neuchatel, lujoso donativo de un ciudadano tan humanitario como pudiente, y el de Ginebra: en Italia el de la Senavra en las cercanías de Milan; dentro del recinto de esta ciudad los de la Senavretta y de Dufour; el real manicomio de Turin y el de Génova, malhadada aplicacion de la planta panóptica.

    Conviene advertir que antes de emprender el viaje, anduvimos el Sr. Oriol y yo recorriendo el llano de Barcelona en busca de un local á propósito para edificar la casa de orates; y despues de examinar con mucho detenimiento algunos, y tener varias conferencias, en que pesamos las ventajas é inconvenientes de todos, nos fijamos en tres y concluimos por elegir uno de ellos, cuya topografía médica es excelente. Hasta respecto de su situacion no titubeo en asegurar que quizás no le aventaja ninguno de los puntos que ocupan los manicomios que he visitado.

    Creyérase acaso que trato de escribir nuestro elogio, si explicara á V. S. la solicitud y atencion con que procuramos el Sr. Oriol y yo obtener de nuestra larga excursion científica el mayor fruto posible, la diligencia con que recorrimos todos los establecimientos que hacían á nuestro propósito, y el afan con que acopiamos cuantos datos y nociones prácticas atañían al objeto que nos llevaba. Ello es cierto, y dígolo sin jactancia, que regresamos con un rico caudal de noticias, así siquiátricas como arquitectónicas; estadísticas, proyectos médicos y planos de manicomios, que agregados á los adquiridos por mí en el primer viaje, y contando especialmente con la instruccion que sobre la materia nos habían proporcionado asiduos estudios teóricos y prácticos, fiábannos que podríamos salir airosos de nuestra comision, en beneficio de los desgraciados orates, con honra de V. S. y de la patria.

    […]

    Ya que nos hallamos dispuestos para entrar de lleno en nuestros trabajos, procedimos en ellos con arreglo á la lógica práctica que se sigue en las naciones extranjeras, donde al emprenderse la ereccion de un manicomio, empieza el alienista por presentar el Proyecto médico del establecimiento, que comprende su situacion, exposicion, capacidad, clasificacion de los enajenados que se abrigarán en él, disposicion general del edificio y particular de sus departamentos, secciones y piezas, y todos los demás pormenores relativos á la higiene y la ciencia frenopática, aplicables á la construccion de hospitales de locos; á cuyo proyecto ajusta luego el arquitecto sus planos y la ejecucion material de la obra. No se entienda, sin embargo, que siempre estén tan rigurosamente deslindadas las atribuciones y tareas de uno y otro profesor, que no deban ambos conferenciar sobre muchos puntos de la incumbencia especial de cada uno, discutirlos y adoptarlos juntamente, de modo que parezca que de consuno trabajan en una obra única. Esta mancomunidad y armonía son tanto mas apetecibles cuanto salen fiadoras del buen éxito del negocio.

    Supuesto que el desempeño de mi cometido requeria largas meditaciones y trabajos, á fin de no diferir el levantamiento de los planos del edificio, parecióme conveniente entregar á V. S., como lo efectué en 17 de noviembre del citado año, las Bases del Proyecto médico para la construccion del Manicomio de Santa Cruz, sucinto escrito que, á modo de índice, reunía ordenadamente los puntos, cuestiones y preceptos principales que debia luego comprender y dilucidar por extenso mi obra. Con él suministré al arquitecto Sr. Oriol todos los datos que había menester para dar principio á sus tareas, y proseguirlas ínterin me ocupaba yo en la formacion del Proyecto médico razonado.

    Este es el que tengo la honra de presentar hoy á V. S. con el corazon henchido de gozo y esperanza; porque entiendo que hoy es un dia de gloria para V. S., que empieza á ver coronados sus afanes; para la patria, que con la realizacion del proyecto satisfará una de las necesidades mas urgentes de su administracion; para las personas caritativas, que arden en deseos de dar impulso á la beneficencia pública de los orates hasta ponerla á nivel con la de las naciones extranjeras; y para mí, que tengo la buena suerte de poder cooperar á esta tan grandiosa como cristiana empresa.

    Asunto casi nuevo, ó, por lo menos, poco conocido es en España la construccion de un manicomio segun los principios modernos. Nuestras casas públicas de orates datan de fechas ya algo remotas, y algunas que, como el hospital de Zaragoza y el del Nuncio de Toledo, alcanzaron en otro tiempo gran celebridad, adolecen de graves defectos en su parte material, ó han decaído en términos de provocar la censura de los inteligentes; la Casa de Santa Isabel erigida en 1851 en Legañas, junto á Madrid, es un ensayo mezquino que por cierto saldria muy mal librado de la crítica del mas imparcial frenópata; los asilos particulares establecidos en estos últimos años tampoco pueden tomarse por modelos. Nuestra literatura siquiátrica es pobre, asi debemos confesarlo por mas que se resienta el orgullo nacional; y en punto á construccion de hospitales de locos, fuera de la citada memoria de Brierre de Boismont, ya algo añeja, y de algun otro opúsculo semejante, impreso ó manuscrito, de mas ó menos mérito, en balde se buscaria una obra que pudiera ser consultada con fruto.

    Lejos de mí la insensata pretension de llenar este vacío con mi Proyecto médico del Manicomio de Santa Cruz; lejos de mí la ridicula presuncion de constituirme maestro en esta parte de la ciencia frenopática. Yo he aprendido en los asilos de las naciones extranjeras, con el trato de los alienistas que las dirigen, la lectura de sus obras, la observacion á que he debido dedicarme en el desempeño de mi empleo en el Asilo manicómico de Santa Cruz, y la experiencia que he adquirido en el servicio facultativo de los alienados. Por el empeño que con V. S. contraje, he tenido que hacer estudios especiales concretados á la ereccion de la casa de orates de Barcelona, hasta poner en manos de V. S. el resultado de mis meditaciones, nó con ínfulas de preceptor, sino con la modestia del que, si bien tiene fe con su obra, solo aspira á someterla al exámen y censura de los inteligentes.

    Sin embargo, mi deber para con V. S. y la novedad del asunto me han obligado á dar al Proyecto cierto carácter de importancia, y aun de autoridad, sin el cual entiendo que no llenaria satisfactoriamente su objeto. En él he debido plantear y resolver todas las cuestiones que se refieren á la construccion de un manicomio, y resolverlas, no en general, sino bajo el aspecto particular de su aplicacion al asilo de Santa Cruz. Dos miras he tenido en ello: la de llevar al ánimo de V. S. la conviccion de mis opiniones, y la de robustecer con razones incontestables el plan del establecimiento y sus pormenores, á fin de que la obra y los desembolsos que exigirá su ejecucion, se justifiquen con su conveniencia y necesidad ante el gobierno, los profesores médicos y el público entero. Este plan me ha conducido á consultar los tratados mas notables sobre construccion de hospitales de locos que han salido de las imprentas francesa, inglesa, alemana, belga é italiana; á discutir en infinitos puntos las opiniones de sus autores; á señalar las que, en mi concepto, iban mas acordes con la observacion y experiencia; á desechar las que me parecian destituidas de fundamento, ó lo tenian deleznable ó vacilante; á dar entonces mi propio dictámen apartándome de ellas; á admitir lo que juzgaba aplicable al establecimiento que proyectaba; y á resolver, en fin, cuantas dificultades se me ofrecían, siquiera no se hubiesen ocupado en ellas los autores. Cuestiones hay en órden á construccion de hospitales de enajenados, que solo puede resolverlas la estadística frenopática, sobre la cual poseo interesantes trabajos extranjeros que me han servido de mucho, como igualmente los datos que he recogido en el Asilo manicómico de Santa Cruz. Cuantos preceptos y reglas he formulado, son hijos de atentos estudios y meditaciones, y van siempre encaminados á la curacion de los orates, objeto primordial del establecimiento, á su bienestar físico y moral y seguridad; á la simplificacion de los servicios, y hasta á la economía de estos y de los gastos de ereccion del edificio. Una gran copia de apuntes sobre las casas de orates extranjeras que he visitado, entre los cuales se halla siempre la enumeracion de las ventajas é inconvenientes de las mismas, recopilada en lacónicos pero exactos juicios críticos, me han ilustrado en no pocos asuntos, y servídome constantemente de guia, que me ha apartado de los escollos en que cayeron los que proyectaron algunos de aquellos establecimientos.

    No basta decir, por ejemplo, que el Manicomio de Santa Cruz estará situado en la zona alta del llano de Barcelona; que será capaz de 600 orates; que los admitirá, cualesquiera que sean la forma y grado de su enajenacion mental; que constará de un cuerpo céntrico, dos departamentos generales y cuatro particulares; que sus reclusos de cada sexo estarán divididos en trece grupos ó secciones y una subseccion; que tendrán tal capacidad los dormitorios, corredores, salas y demás piezas del edificio, etc. Estas proposiciones son susceptibles de demostracion, y no puede omitirla el que, como yo, tiene el deber de motivar sus determinaciones, ya que está privado del apoyo de escritores nacionales que las prohijen, ni puede invocar en favor de ellas el ejemplo de manicomios modernos de su patria. Es necesario probar que la zona alta del llano de Barcelona es, por su topografía médica, infinitamente preferible á la baja, y muy á propósito para la fundacion del establecimiento; que las circunstancias de esta provincia, la situacion del Manicomio y el estado actual de la beneficencia pública de los enajenados en nuestra patria reclaman que no baje de 600 el número de los que podrá contener aquel asilo; que por la naturaleza y extension del servicio á que estará destinado, tendrá que abrir sus puertas á orates de ambos sexos y de todas edades, á ricos como á pobres, á imbéciles é idiotas, no menos á maníacos furiosos, epilépticos y procesados; que la division del edificio en siete cuerpos principales es la que mejor permite separar en ciertos grupos casi naturales á los alienados, y mas facilita su asistencia y vigilancia, que es el alma de la institucion; que para el servicio, y sobre todo para el tratamiento de los orates, es perjudicial su clasificacion nosográfica y muy conveniente la empírica ó pYáctica; que los trece grupos ó secciones y una subseccion que se establecen, son útiles é indispensables, porque están fundados en la índole, forma, grado y ciertos fenómenos objetivos de las vesanias; que de la descomposicion química y alteracion miasmática del aire por efecto de la respiracion y exhalaciones de las personas que habitan en un local cerrado, y de las pérdidasque por otras causas experimenta el mismo flúido, se deduce la cantidad de aire atmosférico que cada orate necesita en un período determinado, y por ella se calcula la capacidad ó dimensiones que han de tener las diferentes piezas del Manicomio. Procediendo así en todo el Proyecto, se le da la firmeza indispensable, apoyándolo en las sólidas bases de la observacion, experiencia y criterio médico.

    El manicomio es un establecimiento tan especial que difiere de todos los demás de beneficencia; y por otra parte, los alienistas prácticos proclaman unánimes que todo lo relativo á su construccion material, bien así como á su organizacion y régimen, aun lo que parece mas insignificante, influye poderosamente en el ánimo de los enajenados, produciendo una impresion favorable ó adversa en su físico ó moral. Todas las partes del edificio con su particular disposicion y agradable aspecto han de conspirar á la seguridad y comodidad del orate, encubriéndole hábilmente su reclusion, y hablándole como quien dice un lenguaje de caridad y esperanza. Por esto no me he circunscrito en mi Proyecto á señalar la forma, disposicion, colocacion y demás circunstancias generales de los departamentos y secciones del edificio y de las piezas que las componen, sino que he descendido á explicar las particularidades de su construccion, como pavimentos, paredes, puertas, ventanas, techos, desvanes, sobradillos, tejados y azoteas, á cuyos pormenores pudiera parecer que no se extiende la jurisdiccion científica del médico alienista. Lejos de ser así, algunas de estas que acaso se llamarian pequeneces, suscitan cuestiones de importancia para el tratamiento frenopático, dan excelencia á una casa de orates, y hasta en cierto modo la caracterizan.

    Por lo dicho se viene á comprender que mi Proyecto, aunque particularizado al Manicomio de Santa Cruz, sienta las reglas necesarias, forma un cuerpo de doctrina general para la construccion de establecimientos de este género en España. Aun concurre en él la circunstancia notable de que entre los sistemas francés, anglo-americano y aleman, que son los grandes grupos en que se clasifican los hospitales de locos, al tenor de su forma y disposicion arquitectónicas, determinadas por las ideas médicas que á su construccion han presidido, he adoptado para el Manicomio de Santa Cruz cuanto me ha parecido ventajoso, y desechado lo inconveniente, sin ajustarlo á los principios de ninguno de ellos en particular, antes acomodándolo todo á las circunstancias especiales de nuestra patria; con lo que he establecido un sistema español, que tiene puntos de semejanza con los demás, pero se diferencia de ellos en varios conceptos.

    Como el ojo del padre no alcanza á ver sino las gracias del hijo, así el del autor descubre siempre excelentes cualidades en su obra, y ciega delante de sus defectos. Los tendrá, no lo dudo, el trabajo que hoy ofrezco á V. S. en cumplimiento de mi compromiso; pero confio que mi buen deseo, mis afanes y la novedad de la materia disculparán en algun modo mis errores. Grande y superior á mis fuerzas era el empeño, M. I. S.; pero me ha alentado constantemente el ejemplo de V. S., el provecho de los infelices orates, la honra y fama de nuestra querida patria, que por desgracia se ha quedado rezagada en la reforma radical que años hace ha recibido este importantisimo ramo de la beneficencia pública.

    Al contemplar la grandiosidad de mi proyecto, asome tal vez una sonrisa de indiferencia ó compasion á los labios de alguno de los muchos hombres que no conciben nada grande, ó se gozan en vaticinar con tono profetice la imposibilidad de toda empresa vasta y de mucha consecuencia. Achaque suele ser de ellas el tener que luchar en sus principios con esta extraña contrariedad; empero nada las detiene cuando reciben el impulso de una voluntad firme y decidida que se sobrepone á los obstáculos y preocupaciones. Yo mismo añadiré, repitiendo lo que decia Esquirol en una ocasion análoga, que no acierto á prever si los resultados de los estudios y reflexiones que contiene esta obra, lograrán el objeto que me he propuesto, ó si quizás habré escrito para mí solo; pero aunque yo no pueda ser útil, á pesar de mis deseos, aunque mi obra sea calificada de bello ensueño, ensueño es que, por lo menos, ha llenado de esperanza mi corazon.
    ¿Se duda, por ventura, de que en España, donde tanto impulso reciben en nuestros tiempos las mas grandiosas y difíciles empresas industriales y mercantiles, el embellecimiento de las poblaciones, la comodidad de los ciudadanos, y hasta todo lo que tiene por objeto único el honesto pasatiempo y recreo; se duda, repito, de que cuanto antes se dará satisfaccion cumplida al ardiente afecto de candad del país, que lamenta el descuido en que se tiene generalmente la beneficencia pública de los orates? La ley recien promulgada que consigna un crédito al gobierno para obras públicas, promete implícitamente que sin tardanza se abrirán asilos edificados segun los adelantos modernos, á los enfermos mas desvalidos y dignos de lástima; que sin tardanza dejarán de tener aplicacion á nuestra patria aquellas sentidas palabras que en 1833 dirigía D. Javier de Burgos, ministro de Fomento, á los agentes superiores de las provincias: contados son los hospitales en que se abriga á los dementes, y la humanidad se estremece al considerar el modo con que por lo general se desempeña esta alta obligacion; jaulas inmundas y tratamientos crueles aumentan por lo comun la perturbacion mental de hombres que, con un poco de esmero, podrían ser vueltos al goce de su razon y al seno de sus familias. Luego el proyecto que tengo hoy la honra de ofrecer á V. S., está destinado á prestar algun servicio para el dia no lejano en que, con gran contentamiento de las personas piadosas, resuelva el gobierno poner mano en la construccion de manicomios dignos de esta nacion magnánima, de la época y de la humanidad.

    Entre tanto cabe á V. S. la gloria de la iniciativa de esta grandiosa reforma, y á mí la satisfaccion de haber añadido una página radiante de caridad á los anales de nuestra patria, que no siempre ha de ser la historia un libro escrito con sangre, el martirologio de la humanidad.

    Barcelona 8 de julio de 1859.

    Emilio Pi y Molist.

  • Inauguración del Ensanche por Isabel II

    Autorizado ya el ensanche de la ciudad por Real decreto de 31 de mayo de 1860, querian los barceloneses solemnizar la inauguración de esa gran reforma, y á pesar de que algunos de los propietarios de fincas urbanas en el interior de la población no veian con gusto esa fiesta, y así todo se llevó á cabo la víspera del día señalado para la partida de la Reina.

    Accedió la augusta Señora á honrar con su presencia la inauguracion, y á las cuatro y media de la tarde del dia 4 de octubre, se trasladó al lugar en que estaban las derruidas murallas, y ocupó la elegante tienda que habia sido preparada al efecto,

    A una señal dada y á los gritos de viva la Reina, cayó al suelo una columna en la que estaba escrito en caracteres góticos el non plus ultra, que indicaba el supuesto límite del mundo, y sobre el crucero de las principales vías de ensanche apareció otra columna de órden corintio, con la siguiente inscripcion en caractéres dorados: Plus ultra, reinando Isabel II.

    El ilustrado Corregidor de la ciudad dió gracias á la Reina en un breve, pero elocuente discurso: la gran via de la Cruz [Meridiana] recibió en el acto el nombre de Carrera de Isabel II; la otra gran vía que desde el mar cortará á esa perpendicularmente [Diagonal], se llamó Carrera de Isabel la Católica, la plaza ó crucero de ambas [Plaça de les glòries catalanes], Plaza de las dos Isabelas.

  • Graves inundaciones; salida para Valencia después de considerar los pros y contras de los barcos de vapor

    One of the last days that I was in Barcelona, it had rained hard during the night, and in the morning it happened that I had to go to the banker’s. The water had not run off sufficiently, it was actually over my goloshes. I came home completely drenched; and while I was changing my clothes, I was informed that the inundation had reached the Rambla, and that it was increasing. There were screams and hurrying of feet I saw from our balcony that heaps of gravel and rubbish were laid down before the hotels, and that up on either side of the more elevated promenades, there flowed a stream of a yellowish coffee colour; the paved part of the Rambla was a rushing, rising current. I hastened down. The rain was almost over, but its disastrous effects were increasing; I beheld a terrible spectacle—the water’s fearful power.
    Out among the hills the rain had fallen in such torrents, that the tearing mountain streamlets had soon swollen the little river which runs parallel to the highway and the railroad. At an earlier stage of the inundation there had been no outlet to the sea—now the raging water had forced a passage: it poured into what was once the moat of Barcelona, but which latterly had become choked up with rubbish and stones, it being intended to build upon it, as the town was to be enlarged. Here again the outlet was exhausted; the water rushed on; it rose and rose, and flowed over every obstacle; the railway was soon under water; the highway was buried under the overwhelming flood; the fences were broken down, trees and plants uprooted, by the impetuous waters, which rushed in through the gate of the town, and foamed like a mill-dam, darkish yellow in colour, on both sides of the walk; the flood swept off with it wooden booths, goods, barrels, carts, everything that it found in its way; pumpkins, oranges, tables and benches, sailed away; even an unharnessed wagon, which was filled with china and crockery-ware, was carried off to a considerable distance by the rapid stream. In the shops themselves people were up nearly to their waists in water; the strongest among them stretched cords from the shops to the trees on the higher parts of the Rambla, that the females might hold on by these while they were passing through the raging torrent. I saw, however, one woman carried away by it, but two young men dashed after her, and she was brought back to dry land in a state of insensibility. There were shrieks and lamentations, and similar scenes took place in the adjacent narrow streets; the inundation forced its way, dashing over everything, surging into lofty billows, and flowing into the lower stories of the houses. Shutters were put up, and doors were fastened to try and keep out the water, but not always with success. Some portion of the under stonework of the bridge was removed, that the water might find an exit that way; but this did very little good: it became, in fact, the cause of great evil. I heard some time afterwards, that several people were carried off by this eddy, and lost in the depths below. Never have I beheld the great power of water so fearfully evinced—it was really terrible. There was nothing to be seen but people flying from the rising flood, nothing to be heard but wailing and lamentation. The balconies and the roofs were filled and covered with human beings. On the streets trees and booths were sailing along; the gendarmes were exceedingly busy in trying to keep order. At length the inundation seemed to be subsiding; it was said that in the church on the Rambla, the priests, up to their waists in water, were singing masses.

    In the course of an hour or so, the fury of the torrent decreased; the water sank. People were making their way into the side streets, to see the desolation there. I followed them through a thick, yellow mud, which was exceedingly slippery. Water was pouring from the windows and the doors; it was dirty, and smelled shockingly. At length I reached the residence of Dr. Schierbeck which was at some distance: he had no knowledge of the inundation which had just taken place. In the many years during which he had resided at Barcelona, the rain had often caused the mountain streams and the river to overflow, but never to the extent of the impetuous torrent which had now occasioned so much mischief, and so much dismay. As we again threaded our way through the streets, we were disgusted with the filthy mud which the water had deposited in them, which looked like the nasty refuse of sewers. The Rambla was strewed with overturned booths, tables, carriages, and carts. Outside of the gate the work of destruction was still more prominent. The road was quite cut up in many places; the waters rushed down, and formed cataract upon cataract.

    Carriages with people from the country were drawn up in ranks, the passengers were obliged to come out if they wished to enter the town. Large joists of wood from a neighbouring timber-yard were strewed all about, as if cast by some unseen mischievous agents, playing at a game of chance. Passing along the principal highways, clambering over prostrate trees and other impediments, we reached at length the railway station, which looked like a dwelling of beavers, half in the water, half on land. There was quite a lake under the roof; the yellow water for along way concealed the metal grooves of the railroad. Our return was quite as difficult as our walk from town had been. We fell into holes, and crept up on the wet earth; roads and paths were cut up by new streams, we had to wade through deep mud, and reached Barcelona quite bespattered with it.

    Never before had I any idea of the power of such a flood. I thought of Kuhleborn in the tale of ‘Undine.’ I thought of the story which might be told by a little mountain streamlet, usually only a tiny rivulet, shaded by aloes and cacti, its nymph being a playful child; but as the little Spanish girls in reality do, springing up at once into young women, wilful and bold, repairing to the large town, to visit it and its population, to look into their houses and churches, and to see them on the promenade, where strangers always seek them: to-day I had witnessed its entrance.

    I had now been almost a fortnight at Barcelona, and felt myself at home in its streets and lanes. ‘Now to Valencia!’ I said to myself; and the thought of that lovely country was as pleasing as Weber’s music. I intended to go by the diligence. The voyage of the steamer along the coast of Spain had been described to me as exceedingly disagreeable, the vessels as dirty, and not at all arranged for the convenience of passengers; if the weather were stormy, it was obliged, with great difficulty, to land the passengers; the steamer did not, in such a case, enter any harbour, but people had, in the open sea, to jump down into the rocking boats, and the weather might be so bad that even these might not venture out to take the passengers ashore. We were now in the middle of September; the certainty of calm weather was past. During the last few days, there had been a strong wind blowing; and into the harbour of Barcelona so rough a sea had been rolling, that the waves had dashed up against the walls.

    In going by the diligence, one might see something of the country, and therefore that mode of conveyance appeared to me the best; but my countryman, Schierbeck, and every one else to whom I spoke on the subject, advised me not to undertake the land transit. It was a long, fatiguing journey, they said; I should be suffocated with heat in the over-crowded diligence; the roads were in bad condition; the conveyances often stopped at places where there was no sign of an inn— perhaps not a roof under which to seek shelter. The diligence from Madrid was two days behind its time; I knew by experience how few bridges there were, and how rivers had to be passed through; I had just witnessed at Barcelona the power of destruction which the mountain streams might acquire: to go by the diligence was, therefore, for the time being, to expose one’s self to the greatest inconvenience, if not to absolute danger of life. The road between Barcelona and Valencia lay through a certain place where the swollen mountain streams often caused disasters; it was only a few years before that an over-laden diligence was lost there, and it was supposed that the rush of waters had carried it out to the open sea—the Mediterranean.

    Even until a few hours before the departure of the steamer, I was balancing in my own mind whether I should go by it, or undertake the land journey. Every one advised the sea trip; the steamer Catalan, which was about to start, was reckoned one of the best and speediest; the machinery was first-rate, by the captain’s account: so I determined on the voyage. Dr. Schierbeck, and our friend Buckheisler, from Hamburg, accompanied us on board; it was past mid-day before the anchor was raised, and rocking heavily, the steamer bore away for the open sea.

    For a considerable way outside the harbour, the water was tinged with a yellow coffee-colour, from the inundation which had taken place on shore; then suddenly it resumed the clear greenish-blue tint of the sea. Barcelona lay stretched out to its full extent in the bright, beautiful sunshine; the fort Monjuich, with its yellow, zig-zag, stony path, stood still more forward; the hills looked higher, and over them all towered one still more lofty, strangely jagged like the fins of a fish—it was the holy Mount Serrat, whence Loyola came.

  • Galdós: recuerdos de la Barcelona revolucionaria del 68; la Rambla, la Muralla del Mar y el Jardín del General; el guerracivilismo de los españoles; su primera novela

    Al salir de Barcelona [en 1903] el maestro Galdós ha enviado á EL LIBERAL en Barcelona una notable impresión, cuyo especialísimo tono local no le resta mérito alguno fuera de la ciudad condal.

    Sobriamente evoca Galdós los sucesos de Septiembre del 68, y la antigua ciudad.

    Es éste un documento muy interesante, además, por lo que cuenta de Los Episodios nacionales.

    Dice así:

    Sr. Director de EL LIBERAL.

    Me pregunta usted si es antiguo mi conocimiento de Barcelona, y cuántas veces he visitado á esta ciudad. Más fácilmente que puntualizar las visitas, puede mi memoria dar á usted noticia de la primera tan remota, que ahora me parece, como quien dice, perdida en la noche de los tiempos. Ello fué en días inolvidables, de los que marcados quedaron en la Historia patria como días de buena sombra, resultando también de feliz agüero en la vida individual, particularmente en la mía. En Barcelona pasé las dos últimas semanas de Septiembre de 1868, y el memorable día 29, fechas, como usted sabe muy bien, de las más famosas del siglo nuestro, que es el pasado, todo él bien aprovechado de crueles guerras, mudanzas y trapisondas.

    Ya ve usted si son de largo tiempo mis amistades con la capital de Cataluña. El prodigioso crecimiento de esta matrona, nadie tiene que contármelo, porque lo he visto y apreciado por mí mismo, un lustro tras otro. En Septiembre del 68, rota ya la cintura de murallas que oprimían el cuerpo de la histórica ciudad, empezaba ésta, por una parte y otra, á estirar sus miembros robustos nutridos por sangre potente. La he visto crecer, pasando de las moderadas anchuras á las formas de gigante que no cabe hoy en las medidas de ayer, ni ve nunca saciadas sus ansias de mayor vitalidad y corpulencia.

    A mediados de Septiembre vine de Francia con mi familia, pasando el Pirineo en coche, pues aun no había ni asomos de ferrocarril entre Perpiñán y Gerona. Recuerdo que por falta de puente en no sé qué río, la diligencia se metía en las turbias aguas, atravesándosas de una orilla á otra sin peligro alguno, al menos en aquella ocasión. De Figueras, conservo tan sólo una idea vaga. En cambio, Gerona, donde pasé un día con su noche, permaneció en mi mente con impresiones indelebles… [Gerona y los Episodios Nacionales]

    Barcelona fúe para mí un grato descubrimiento y un motivo de admiración, aun viniendo de París y Marsella. Me sorprendían y cautivaban la alegría de este pueblo, la confianza en sí mismo, y el ardor de las ideas liberales que entonces flameaban en todas las cabezas, aquel ingénuo sentimiento revolucionario, ensueños de vida progresiva y culta, tras de la cual corrían con igual afán los que conocían el camino y los que ignoraban por dónde debíamos ir para llegar salvos. En aquellos hermosos días de esperanza y fe, tenía la Libertad millones de enamorados, y lo que llamábamos Reacción había caído en el mayor descrédito. El sentimiento público era tan vivo, que las cosas amenazadas de muerte se caían solas, sin que fuera menester derribarlas.

    La principal hermosura de Barcelona era entonces su Rambla, rotulada con diferentes nombres, desde Santa Mónica hasta Canaletas. Viéndola hoy [1903], paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el contínuo trajín de coches y tranvías. La Rambla es de esas cosas que, admitiendo las modificaciones que trae el tiempo, no envejecen nunca, y conservan eternamente su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria.

    El paseo más grato era entonces la Muralla de Mar, á la que se subía por la rampa de Atarazanas, y se extendía por lo que es hoy paseo de Colón. El paseante iba por el alto espacio en que se mecen hoy las cimas de las palmeras, y por un lado dominaba el puerto, en el cual hacían bosque los mástiles de los buques de vela, por otro podía curiosear el interior de los primeros pisos. Ya se hablaba de demoler la muralla, y los viejos se lamentaban de la destrucción de aquel lindo paseo, como de la probable pérdida de un sér querido; tan arraigada estaba en las costumbres la vuelta diaria por el alto andén en las tardes placenteras de verano. Los jóvenes la vierno desaparecer, y ya no se acuerdan de lo que fué uno de los mayores encantos de la vieja Barcelona.

    El ensanche estaba ya bosquejado, y en el Paseo de Gracia iban tomando puesto las magníficas construcciones, que eran albergue y vanagloria de los ricos de entonces. Aun faltaba mucho para que se pudiera admirar la parada de casas con que el citado Paseo, la Rambla de Cataluña, la Granvía y otras nos deslumbran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona de los millionarios de hoy. De jardines públicos no recuerdo más que el llamado del General, más allá de la Lonja, hacia el Borne. Era tan chico y miserable que si hoy existiera lo miraría con burla y menosprecio la más menguada plazuela de la moderna ciudad. Más allá se extendía la trágica Ciudadela, odiada del pueblo, que anhelaba destruirla, y casi casi anticipaba la demolición con sus maldiciones y anatemas.

    Me parece que estoy viendo al conde de Cheste, en aquellos días de Septiembre, recorriendo la Rambla, seguido de los mozos de escuadra. Su arrogante estatura se destacaba entre el gentío, que le veía pasar con respeto y temor. Del último bando que publicó, conservo en mi memoria retazos de frases que denunciaban su carácter inflexible, su adhesión á la causa que defendía, así como sus gustos literarios, propendiendo siempre á cierto lirismo militar, muy propio de los caudillos de la primera guerra civil. No recuerdo bien si fué el 30 ó el 31 cuando empezaron á correr las primeras noticias de la acción de Alcolea. Fueron rumores, que más parecían ilusiones del deseo. Primero, secreteaba la gente en los corrillos de la Rambla; después, personas de clases distintas soltaban el notición en alta voz; y los crédulos y los incrédulos acababan por abrazarse… Lo que pasó luego en la ciudad no lo supe, porque mi familia tuvo miedo, creyendo que se venía el mundo abajo, y como habíamos de salir para Canarias, se resolvió abandonar la fonda de las Cuatro Naciones, y buscar seguro asilo á bordo del vapor América, que había de salir en una fecha próxima. Aquella noche, tertuliando sobre cubierta mi familia y otras que también huían medrosas, vimos resplandor de incendios en diferentes puntos de la población. El pueblo, inocente y siempre bonachón, no se permitía más desahogos revolucionarios, después de tanto hablar, que pegar fuego á las casillas del fielato.

    Viajeros pesimistas, que iban con nosotros, auguraban asolamientos y terribles represalias que ponían los pelos de punta; pero nada de esto pasó, al menos por entonces. El pueblo, aquí como en el resto de España, rarísima vez ha sido vengativo en las conmociones puramentes políticas. Se ha contentado con un cambio infantil de los nombres y símbolos de las cosas, así como los primates apenas han sabido otra cosas que erigir nuevas columnas en la Gaceta, llenas de ineficaz palabrería.

    Tengo muy presente al segundo de á bordo, catalán de acento muy cerrado, sujeto entrado en años, locuaz, ameno y de feliz memoria. Monstrándome el edificio de la Capitanía general, que tras la Muralla del mar desde el vapor se veía, me contó con prolijas referencias de testigo presencial la horrible muerte de Bassa, como lo arrojaron por el balcón, como lo apuñalearon, y echándole una cuerda al cuello, arrastraron por las calles su acribillado cuerpo. Poco sabía yo de estas cosas. De la dramática historia del siglo sólo conocía las líneas generales, y eran vagamente sintéticas mis ideas sobre las sanguinarias peleas por los derechos de dos ramas dinásticas, sin que en tan estúpìda y fiera lucha haya podido ninguno de los dos bandos demostrar que su rama valía más que la otra.

    Naturalmente, no pensaba yo así en aquel tiempo, pues mis conocimientos de la historia patria eran cortos y superficiales, y del libro de la experiencia había pasado muy pocas hojas. Los frutos de la verdad son tardíos. Vienen á madurar cuando maduramos; pero en nuestro afán de vivir á prisa, comemos verde el fruto, y de aquí que no nos haga todo el provecho que debemos esperar… Como digo, yo sabía de estas cosas menos de lo que hoy sé, que no es mucho, y mis inclinaciones hacía la novela eran todavía indecisas por estar la voluntad partida en tentativas y ensayos diferentes. La Fontana de oro, primer paso mío por el áspero sendero, no estaba aún concluída. Ín diebustillis [In diebus illis: en días aquellos], cuando por primera vez estuve en Barcelona, llevaba conmigo dos tercios próximamente de aquella obra, empezada en Madrid en la primera del 68, continuada después en Bagneres de Bigorre, luego pasada por Barcelona y las aguas del Mediterráneo para que se refrescara bien, y concluída por fin en Madrid andando los meses.

    El vapor América salió para Canarias, y á mí me dejó en Alicante.

    **********

    Dispénseme usted, señor director… Las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona.

    Quédese la continuación para el año próximo.

    B. Pérez Galdós.

    Barcelona 8 de Agosto de 1903.

  • Descripción del espectáculo «Buffalo Bill’s Wild West», con unas consideraciones antropológico-literarias; desembarcan mareados, y se embarcan hambrientos

    BÚFALO BILL’S

    [Información zoológica sobre los búfalos]

    Barcelona tuvo el gusto de ver pieles-rojas de la gran familia americana en 1493 cuando Cristóbal Colón regresó de su primer viaje, siendo recibido en nuestra ciudad por los reyes católicos.

    Pero en cuanto á bisontes bien se puede asegurar que no vio aquí el primero hasta hace unos doce años, cuando vino el domador Bidel en sus buenos tiempos, trayendo una rica y variada colección zoológica en la cual había un hermoso ejemplar de aquellos indivíduos de la espacia bovina.

    A pesar de que en 1493 vinieron caribes á Europa, Barcelona que ha visto trabajar en sus teatros árabes, senegaleses, tártaros, mongoles, etc… no había visto aún en su verdadero traje á los hijos da las praderas norte-americanas hasta el día de ayer en que les vio aparecer con sus túnicas de piel de antílope adornado con púas de puerco espín y sus típicos mocasines, con el rostro pintarrajeado á la usanza de su país y llevando también sus propias armas y arreos de la vida nómada.

    Los indios de la América del Norte, algo distintos de los fueganos y sud-americanos, como también de los toltekas de la región central, pertenecen en su mayoría á la numerosa tríbu da los Siux, y hablan la lengua narcotah que algunos sabios comparan al dialecto de los tártaros manchues. Lo cual puede probar que an épocas remotas los hijos del Asia invadieron las llanuras del Alaska, pasando el estrecho de Bering.

    Esta raza que no nos ha hecho ningún mal y que tan bien acogió á los primeros europeos, causa verdadera tristeza á los hombres pensadores al verla destinada á fundirse ante los rayos de la civilización moderna que de día en día va extendiendo sus conquistas hacia el Lejano Oeste como denominan los yankees á la extensa pradera americana.

    Mañana no quedará como recuerdo de su pasada existencia más que aquel triste poema conocido en los Estados Unidos por Las Memorias de Tanner el cual tan bien los retrata en su vida íntima por haber participado de ella durante 30 años.

    Y luego como nota de brillante colorido, las populares descripciones del conocido autor de Los cazadores de caballeras y La Jornada de la Muerte, también recordarán á esos desgraciados pieles rojas, condenados á perecer en la especie. Estas obras encierran el principio y fin de aquellos desdichados hijos del desierto, crueles con la raza blanca, desde el día en que ésta les pagó su hospitalidad con la más negra de las ingratitudes.

    Saludemos pues benévolamente á los últimos descendientes de un pueblo que fué, y de cuyas dos ramas Aztecas y Delavares ya no queda ni un solo individuo; y vamos á describir la fiesta de ayer.

    El espectáculo

    El espectáculo «Búfalo Bill’s Wild West», puede considerarse dividido en tres partes: presentación de costumbres de los habitantes del Oeste de los Estados Unidos, agitación y ejercicios de tiro.

    En la primera, que no importa decir es la más instructiva, se presentan escenas sumamento pintorescas, y que si bien no producen una ilusión completa, trasladan al espectador con un pequeño esfuerzo de imaginación á las praderas americanas del Oeste.

    La segunda es una demostración brillante del dominio que sobre el caballo tiene el ginete americano, tanto el indio como el blanco.

    Y la tercera, es una prueba de la habilidad que en el tiro de pistola, revólver y carabina, tienen los norteamericanos y especialmente el coronel Cody.

    Constituía el primer número del programa de ayer el desfile de toda la compañía. Presentóse el grupo de los indios Arrapahos, con sus trajes de colores, la cabellara suelta, casi tendidos sobre sus caballos, á la carrera, formados en línea, dando aullidos, blandiendo sus armas, y después de dar una vuelta al redondel detuviéronse en medio, todos á una y con precisión admirable. Allá á lo lejos se vio aparecer á su jefe Black Heart (Corazón Negro), que fué recibido con gritos de júbilo por sus subordinados, y después de dar también una vuelta á la pista se detuvo junto á ellos.

    Al mismo tiempo aparecía un grupo de vaqueros americanos seguidos del rey de los vaqueros, Buck Taylor, y practicaron la misma maniobra.

    Así fueron desfilando el grupo de indios Brulé; su jefe Little Chiot; el grupo de la tribu de indios Cut Off; Bave Bear (Oso valiente), otro grupo de vaqueros mejicanos; el de indios Cheyenne; Eagle Horn (Cuerno de águila), su jefe; un grupo de muchachas del Oeste de los Estados Unidos; el vaquero más pequeño del mundo llamado Bennia Irving; los Boys Chiete, pequeños jefes del pais de los Siux; las banderas española y norte-americana; el grupo ds indios Ogallala Siux; su jefe Low Neck (Cuello Corto); Rockey Rear (Oso Rojizo) médico hechicero del pais de los Siux, según rezan los programas, Red Shirt (Camisa Roja) jefe guerrero del pais de los Siux, y por último el arrogante Buffalo Bill, ó sea el coronel Cody, que después de dar, montado en su brioso caballo, la vuelta de ordenanza á la pista, se paró de repente ante la presidencia y saludó quitándose el sombrero airosamente.

    Mientras duró el desfile no cesaron ni un punto los gritos de los indios, que, con sus multicolores trajes, su rostro pintarrajeado, sus cabellos completamente negros y sueltos formaban un conjunto abigarrado y en extremo pintoresco.

    Los aplausos del público demostraron el buen efecto que la había producido el desfila.

    Una carrera de caballos entre ua mejica-no, un vaquero y un indio, y una pantomima en que se ponía á la vista el modo de conducir el correo en las regiones fronterizas de los Estados Unidos antes de la construcción de los ferrocarriles constituyeron los dos números siguientes.

    Aunque en Barcelona estamos cansados de ver hábiles tiradores, arrancó aplausos con sus ejercicios de una precisión admirable, la señorita Annie Oakley.

    Daba gusto ver á aquella niña, pues aspecto de niña tiene desde lejos, colocarse á seis ó siete pasos de la carabina; echar á correr al mismo tiempo que se le arrojaba al aire un objeto, cojer la carabina, disparar y convertir en cien pedazos el blanco.

    El ataque, por los indios, de un tren de emigrantes es un cuadro que impresiona por su acción verdaderamente dramática, y que tiene por remate una nota elegante y sumamente agradable. Las chicas del Oeste y los vaqueros, para demostrar la alegría que les ha producido el haber derrotado á los indios, bailan á caballo los rigodones conocidos con al nombre de Virginia Reel.

    Tiene también interés dramático, aunque hay que confesar que todas estas escenas en que se presentan episodios, tienen mucho de espectáculo, y por lo tanto la ilusión dista bastante de ser completa, el desafío de «Búffalo Bill» con Yellow Hand en presencia de las tropas ds los Estados Unidos y de las fuerzas de los indios rebeldes, después de haber andado á tiros unos y otros. Esta pantamima se refiere á un acontecimiento histórico en que fué principal actor el mismo «Búffalo Bill.»

    La escena que en nuestro concepto tiene más sabor local, si así puede decirse, es la primera de las que en el programa son llamadas «Pasatiempos de los vaqueros». Consiste en tirar el lazo á una manada da caballos que figuran ser salvajes y que corren como flechas. En las otras escenas se ve más la hilaza, ó sea el estudio y la preparación, pero de todas maneras tienen gran mérito. Montan aquellos ginetes increíbles sobra los caballos indomables, se agarran fuertementa de piernas á los lomos, clavan las espuelas en los ijares, y ya puede botar, y encabritarse, y arrojarse al suelo, y revolcarse, el caballo: permanece el ginate pegado al animal y llega por fin á dominarlo por completo. Sucede á veces que el ginete cogido fuertemente á la cuerda es arrastrado por el caballo; otras en que cae debajo de este, herido, y sus compañeros tienen que levantarlo.

    Otro de los números curiosos es el ataque de la diligencia Deadwood, por los indios y su derrota por las avanzadas y los vaqueros almando da «Búffalo Bill».

    El vehículo que sa presenta, completamente desvencijado y en el que subieron varios señores del público y dos cow-boys, es célebre por los muchos asesinatos que en él se han cometido y por las celebridades que en él han viajado.

    Según el programa, dos presidentes de los Estados Unidos, cuatro reyes y todas las personas reales que asistieron al Jubileo da la reina Victoria en Londres, se han sentado en este carruaje.

    Produce verdadera emoción la carrera á caballo de dos mujeres indias. Montan á horcajadas como los hombres, se agarran como ellos fuertemente á los lomos y salan disparadas. El caballo no lleva silla, ni estribos, y sin embargo, aquellas amazonas parecen adheridas al bruto.

    Sosos y monótonos, si se quiere, son los bailes del trofeo, de cabellera y de guerra que dan á conocer los indios; pero como son reproducciones exactas de las mismas danzas que se bailan en el Fart-vest, ó mejor las mismas, tienen todo el sabor local que se puede pedir.

    La caza del búfalo, no obstante ser uno de los números más llamativos del programa, no resulta, á nuestro parecer, a mucho efecto. Casi es tan sosa como las danzas.

    El joven tirador Johnne Bake, el tiro de pistola y de revolver y las carreras á caballoentre chicas americanas fronterizas, no ofrecen ninguna novedad, pero tienen extraordinario mérito por la precisión.

    En cambio «Buffalo Bill» tirando montado á galope y con precisión suma, es una de las cosas más notables que darse pueden.

    El ataque de un rancho fronterizo tiene también mucho de convencional; pero da una idea bastante exacta del sigilo y la audacia son que llevan á cabo los indios sus golpes de mano.

    Termina el espectáculo con el desfile desordenado de tedos los indios, vaqueros y mejicanos. Formando tres círculos concéntricos, corren los ginetes en opuestas direccionas con rapidez vertiginosa, lanzando ahullidos salvages. Es de ver flotando al aire las plumas y las cabelleras de los indios, entremezclándose los brillantes colores de los trages, á los pálidos rayos del sol muriente. Parece imposible que no haya la más leve confusión, que puedan dar vueltas con la seguridad de una rueda sin que uno interrumpa un solo instante el paso del otro. Por fin, en informe pelotón regresan á las cuadras, sobresaliendo entre todos la varonil y gallarda figura de Búffalo Bill.

    Al salir del cireo la concurrencia se desparramó por los campamentos para ver de cerca los indios que se mantenían encerrados en sus tiendas, asomando da vez en cuando la cabeza con el cebo de un cigarrillo.

    A la puerta del hipódromo vimos vendedores de caña dulce y en el interior unos vendedores ambulantes ofrecían otro dulce preparado con granos de maíz y miel.

    Un chiquillo piel roja que discurría entra la gente, tomaba los céntimos que le ofrecían con el mismo desenfado de un piel blanca. Por lo visto estos salvajes ya están fuera de la edad de ia permuta y comienzan á familiarizarse con la moneda.

    Producía extraño efecto aquel campamento indio del Far-West trasladado á la izquierda del ensanche, y uno no sabía convencerse de que con tanta tranquilidad pudiéramos permanecer sin peligro al lado de los terribles cazadores de cabelleras.

    La concurrencia que asistió al nuevo Hipódromo fue numerosa. No bajaría de siete mil personas.

  • Otro rey borbón empieza quizá el peor ataque nunca contra la Barcelona antigua: la construcción de la vía Layetana

    D. ALFONSO XIII EN BARCELONA

    No anduvimos, equivocados en nuestros augurios de ayer. La llegada del Rey á Barcelona vino á desvanecer en un momento todas las inquietudes que se habían empeñado en esparcir los que se aprovechan de cualquier ocasión para cultivar la nota sensacional y mantener sobre esta ciudad la atmósfera del terrorismo.

    Llegó el Jefe del Estado, llegó el señor Maura; y el vecindario de Barcelona les recibió con la más afectuosa cortesía, esforzándose iodos para que ese acto, que había atraído las miradas del mundo entero, sirviese de rotunda rectificación á las profecías que con tanta persistencia se venían propalando. En honor de la verdad hay que hacer constar que á ese resultado contribuyeron todos los elementos, sin discrepancia alguna, cada cual dentro de la norma que sus respectivas convicciones les imponían: de adhesión en unos, de correcto acatamiento en otros, de respetuosa abstención en aquellos que rinden culto al ideal republicano.

    Lo que resultó inequívoco y no puede ser falsificado en manera alguna es el general deseo de que ninguna nota desagradable turbara la solemnidad de la recepción ni el júbilo de.Barcelona,; por el comienzo de su reforma. En este anhelo se unieron todos los barceloneses, por encima d esus compromisos de consecuencia y de partido. Y á la fuerza activa del sentimiento dinástico en quienes lo tienen firme y arraigado, se sumó la compostura, irreprochable de todos los demás y aun la curiosidad activa que comunicó al día de ayer un aspecto á la vez animado y solemne.

    Nos congratulamos, pues, del espectáculo que ayer ofreció Barcelona y de que el Rey, el gobierno y los representantes de naciones amigas pudieran presenciarlo como desquite de los presagios, calumniosos para esta, población, en nombre de los cuales se combatía el viaje del monarca. Y ahora pasemos á reseñar la memorable jornada.

    [blabla

    En la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes:]

    La iglesia se hallaba iluminada y adornada con ricos tapices. El templo estaba lleno de invitados.

    A las nuevo y cuarenta y cineo minutos los vivas y aplausos de la muchedumbre y un repique de campanas anunciaban la proximidad de la comitiva regia á la iglesia.

    Al descender del coche Don Alfonso, el órgano dejó oír sus armoniosos acordes, y el Rey colocóse bajo el palio, á la derecha del cardenal doctor Casafias, quien iba revestido do capa pluvial, y acompañados del clero y de algunos nobles, fueran hasta el altar mayor, subiendo al presbiterio, además del monarca y el clero, el presidente del Consejo de ministros, el ministro de Marina, el alcalde, el gobernador civil, el duque de Sotomayor, el general Pacheco, el conde de Grave, el conde del Serrallo y el marqués de Marianao y su hijo.

    Poco después llegaron, y subieron también al presbiterio, el embajador de Austria en España y el almirante de la escuadra austríaca.

    El Rey colocóse bajo un trono que se había levautado al lado del Evangelio. Cerca de él colocáronse los señores mencionados.

    El cardenal doctor Casañas entonó el «Te-Deum», que fue cantado por la capilla de música del maestro Millet.

    Terminado el «Te-Deum», el cardenal concedió 200 días de indulgencia á cuantos habían asistido a aquel religioso aeto.

    A continuación cantóse la Salve, de Aichinger.

    Después S. M. subió al camarín, en dónde le recibieron las camaristas de la Virgen de las Mercedes, señoras condesa de Sicars, marquesa viuda de Llobet, doña Teresa Poch, viuda de Martorell; doña Rita Coll de Suñer y el capellán custodio doctor don Amadeo Pujol.

    El Rey y los que le acompañaban oraron breves momentos ante la imagen de la Virgen y la adoraron.

    Después de la adoración le enseñaron al Rey el chaleco manchado de sangre que el señor Maura llevaba al ser herido cerca de la Merced en 1904, cuya prenda ofreció el señor Maura á la Virgen, y se halla colocada en una vitrina.

    Al verlo el presidente del Consejo, exclamó: «Eso ya ha prescrito».

    […]

    La inauguración de la reforma

    Desde mucho antes de la hora designada para la inauguración de las obras de la reforma, con objeto de evitar el acceso del público por la calle Ancha a la de la Reina Regente, estacionáronse en loa cruces de los dos callejones situados antes y después de la misma, parejas de la guardia municipal montada y de á pie, que impidieron el tránsito por dicho trayecto.

    Las mismas precauciones se adoptaron á la entrada de la calle de la Reina Regenta por la del Consulado.

    Las tribunas, que eran cinco, hallábanse instaladas en el trozo abierto de la calle de la Reina Regente, comprendido entre la Ancha y la del Consulado.

    A la derecha, entrando por la calle Ancha, alzábanse primero la tribuna regia y al lado la de las autoridades; á la izquierda otras dos destinadas á los invitados, y un poco más baja, y frente á la real, la reservada para los periodistas.

    En el cruce de la calle de la Reina Regente con la del Consulado veíanse dos mástiles con gallardetes, y frente á la casa núm. 71 de la calle Ancha, propiedad del marqués de Monistrol, con cuyo derribo habían de inaugurarse las obras de reforma, otros dos rematados por gallardetes que sostenían un cartelón encuadrado por una guirnalda de follaje, donde se leía: «calle da la Reina Regente», y en los que se destacaban otros dos cartelones con los nombres do Cerdá y Baxeras, autor uno del proyecto de Ensanche y el otro del de Reforma interior, y á quienes puede considerarse como propulsores del desarrollo de Barcelona.

    De los referidos carteles pendían cintas blancas y amarillas y el pie de los mástiles hallábase cubierto eon hojas de palma. Tres pendones, dos con el escudo de Barcelona, y el tercero, que ocupaba el centro, con los colores de la bandera española, colgaban de la cornisa del edificio citado, y los balcones del piso principal y del entresuelo se hallaban adornados con colgaduras.

    […]

    Distribuidas en el trayecto de la calle de la Reina Regente hallábanse la banda municipal, las de los Talleres Salesianos, Casa de Caridad, Asilo Naval y la del regimiento infantería de Alcántara.

    A la llegada del cardenal-obispo de la diócesis, que acompañado de sus familiares entró por la calle Ancha, resonaron algunos aplausos.

    Después del cardenal, á las once y media, llegó el Ayuntamiento en corporación representado por el alcalde y los concejales señores Puig y Alfonso, Rovira, Rogent, Rahola, Fuster, Sagarra, Cararach, Peris, Durán, Pia y Deniel, Rubió, Cardellach, el secretario señor Gómez del Castillo y el senador don Raimundo de Abadal, que fué uno de los ponentes del contrato de reforma.

    Llegada del Rey

    A las doce y diez minutos los acordes de la Marcha Real ejecutada por las bandas de música y las aclamaciones del público anunciaron la llegada del Rey.

    Desde las tribunas y desde las ventanas, balcones y azoteas de las casas que dominan la calle de la Reina Regente, el público, en el cual predominaban las señoras, agitaba sin cesar los pañuelos, vitoreando á Don Alfonso, quien de pie en el coche y saludando militarmente, agradecía las muestras de afecto de la multitud.

    Inmediatamente el alcalde, al frente de la representación del Ayuntamiento, adelantóse hasta la calle del Consulado á recibir ai Rey, á quien dirigió una breve salutación, correspondiendo Don Alfonso en términos por demás afectuosos.

    El Monarca estrechó efusivamente la mano del señor Sanllehy y de cada uno de los concejales que componían la representación del Ayuntamiento y acompañado de ellos y de la Diputación provincial se dirigió á la tribuna entre los aplausos del público.

    Don Alfonso, en cuyo semblante reflejábase viva satisfacción por la acogida calurosa de que era objeto, ocupó lá presidencia, sentándose á la derecha de él el señor Maura con uniforme de gala y el cardenal doctor Casañas, y á la izquierda el ministro de Marina, de uniforme también, y el alcalde señor Sanllehy, quien ostentaba la banda y cruz de Isabel la Católica.

    Detrás del monarca, á derecha é izquierda del sillón por él ocupado, veíanse al duque de Sotomayor y al general Echagüe.

    Además de las primeras autoridades ocupaban la tribuna regia el Ayuntamiento, la Diputación provincial, los diputados á Cortes por Barcelona señores Cambó y Puig y Cadafalch, el marqués dé Comillas, en representación del Banco Hispano-Golonial, y otras significadas personalidades.

    Preliminares

    Empezó el acto con la lectura, por el secretario del Ayuntamiento, señor Gomes del Castillo, de los extractos del acuerdo del Ayuntamiento, fecha 28 de marzo de 1907, aprobatorio del contrato de reforma interior, del presupuesto extraordinario para la realización del proyecto y emisión de los bonos de Reforma, de la real orden de 23 de julio último aprobando el contrato, y del acuerdo adoptado por el Ayuntamiento en 20 de febrero próximo pasado, en virtud del cual se autorizó al alcalde para señalar el día de la inauguración de las obras.

    Habla el alcalde

    Después de ia lectura de los aludidos acuerdos, se levantó el señor Sanllehy, pronunciando el siguiente discurso:

    «Señor.—Señores:

    Habéis demostrado, Señor, gran interés en venir á honrar un acto que es el más intenso de la vida municipal de nuestra ciudad; debemos mostraros nuestro más sincero y profundo agradecimiento.

    La grandiosa obra de la reforma de la Barcelona antigua, de la que aún no hace cuarenta años era por sí solo toda la ciudad, es una obra de gran empuje, sin precedentes en otras ciudades que, no siendo capitales, no han podido contar, como en esta, con el auxilio del Estado.

    El Ayuntamiento ha consagrado su inteligencia y actividad en elaborar esta gran obra, con trabajos incesantes por largo espacio de tiempo, y un Banco esencialmente catalán, el Banco Hispano Colonial, se ha sentido arrastrado por el amor á la ciudad y ha venido en auxilio del Ayuntamiento.

    En la elaboración de este convenio con dicho Banco, han tomado parte todos los concejales en distintas comisiones, los actuales y los que han dejado de serlo, lo mismo que mis ilustres predecesores, y han sido la ponencia y alma del mismo, Abadal, aquí presente, antes concejal y hoy Senador, y Bastardas, que forma aun parte de nuestra corporación municipal, y que tengo el sentimiento de que no esté aquí hoy entre nosotros.

    Este convenio constituye por sí solo un monumento de estudio y de previsión, y tengo la seguridad que será en el porvenir un documento histórico que honrará la vida municipal de nuestros días.

    Dentro breves momentos va á empezar el derribo de seis casas, con activa rapidez seguirán otras cuatrocientas más, que será necesario derribar para usar esta primera vía, denominada hasta ahora por nosotros sólo con el nombre de vía A.

    Confiamos, Señor, con viva y legítima esperanza, fundados en la vida intensiva de nuestra ciudad, que á esta vía seguirán las demás, y que en plazo relativamente breve surgirán esas nuevas grandes vías proyectadas, como ha surgido, sin apenas habernos dado cuenta, y en el espacio de poco más de treinta años, nuestro extenso y grandioso Ensanche, como surge hoy casi por encanto la agregación de hecho de los pueblos vecinos, que al unirse á la urbe madre, vienen en su conjunto á constituir nuestra hermosa gran ciudad.

    ¡Conciutadans, visca Barcelona!

    ¡Visca el Rey!»

    Los vivas fueron contestados con entusiasmo por el público.

    El Rey y el presidente del Consejo de ministros escucharon atentamente el discurso del señor Sanllehy, haciendo señales de aprobación en los párrafos más culminantes del mismo.

    El señor Maura

    El presidente del Consejo contestó al señor Sanllehy con breves y elocuentes palabras.

    Empezó diciendo que, al igual del árbol pletórico de savia que echa nuevos y vigorosos brotes y rompe en rica y abundante eflorescencia, Barcelona, que está llena de vida, necesita realizar su reforma, sustituyendo por grandes vías las calles estrechas de la ciudad antigua.

    Añadió que actos como el que se estaba celebrando son de aquéllos que siempre se presencian con júbilo, y acabó diciendo que el Rey ha venido á Barcelona para asociarse con amor y orgullo, él y el gobierno, á esta gran obra de la reforma interior, que representa el engrandecimiento de la ciudad.

    La ceremonia

    Después del discurso del señor Maura, el Rey, acompañado del presidente del Consejo de ministros, del alcalde y demás autoridades, dirigióse á la casa número 71. Allí el señor Sanllehy le hizo entrega de una piqueta y una palanqueta.

    Las referidas herramientas han sido construidas en los talleres municipales, y son de acero empavonado; la piqueta tiene un mango de madera de acacia y en la parte metáliea aparece incrustada en oro la siguiente inscripción:

    «Reforma interior de Barcelona, inaugurada por S. M. Don Alfonso XIII en 10 de marzo de 1908.»

    Una vez abiertas las puertas del edificio, el Ayuntamiento tomó posesión de él y Don Alfonso derribó una de las piedras del portal, que había sido previamente socavada.

    Seguidamente el monarca, el señor Maura, el alcalde y demás autoridades firmaron el acta de la ceremonia que extendió el secretario dei Ayuntamiento.

    La pluma con que firmó el Rey es de oro, elevándose su coste á 510 pesetas.

    Mientras se firmaba el acta desfilaron ante la tribuna regia los operarios de las seis brigadas municipales, precedida cada una de ellas por un individuo que llevaba un cartelón con el nombre de la calle y el número de la casa cuyo derribo empezó ayer, y que son las seis que á continuación se expresan: Ancha, 71 y 77; Jupí, 14; Arco de Isern, 3; Manresa, 2, y Basea, 11.

    Acompañaban a las brigadas, compuestas de veinte operarios cada una, dos carros, una reproducción de los antiguamente llamados de carreras, del que tiraban seis mulas con jacces de seda y oro, y guiado por un mayoral y un postillón con los trajes de aquel tiempo, y el otro una tartana, con la caja y el costillaje del toldo cubiertos de flores y follaje, formando caprichosos y originales dibujos. Atado á la caja del primero, iba un mastín. Los citados vehículos conducían las herramientas destinadas á los obreros, que ayer mismo empezaron su tarea de derribo.

    Durante el desfile la banda municipal interpretó la marcha de Don Juan II.

    A la una menos cuarto, terminada la ceremonia, retiróse el Rey, con el señor Maura y sus acompañantes, dirigiéndose á la Capitanía general entre los aplausos del público.

    Don Alfonso y el señor Maura, mientras se verificaba el desfile de las brigadas, conversaron con los señores Cambó y Puig y Cadafalch.

    Los asistentes

    La Diputación provincial se hallaba representada en el acto por los señores Sostres, Albó, Torres Picornell, Lluch, Bartrina, Moret, Coderch, Badía y Andreu, Rafols y Roca.

    Asistieron además una nutrida representación del cuerpo consular, el arquitecto municipal señor Falques, y su ayudante señor Steva; la Junta del Banco Hispana Colonial, representada por los señores Güell Bacigalupi, Arnús, Fontanals y Estruch, y los arquitectos de dicha entidad señores Bassegoda, Sagnier y Sentmanat; el presidente del Fomento de Obras y Construcciones, sociedad encargada de las obras de derribo y urbanización de la sección primera de la granvía A, señor Viñamata, el gerente señor Piera y los consejeros señores Cortinas, Mas y Torres, el ingeniero de aquélla señor Sojo, el ex-ministro de Marina señor Goncas, el magistrado señor Cereceda y los señores Vidal y Ribas, Maristany, Gríera, Boladeres, marqués de Marianao, de Alella y Sentmenat, Ferrer y Vidal, Maristany, Rahola (don Federico), Espinós, Castellar, Elias de Molina, conde de Torroella de Montgrí, Milá y Pi, Milá y Camps, Fontcuberta y el notario señor Martí Beya que autorizó la escritura de compraventa de la casa que perteneció al marqués de Monistrol.

    Los duques de Tobar y de Arión, que han venido a Barcelona con los periodistas encargados de la información del viaje regio, asistieron también al acto, y confundidos con el público veíanse algunos voluntarios de la guerra de Africa luciendo sus típicas uniformes.

    Dos noticias

    El Ayuntamiento, al regresar á las Casas Consistoriales, después del acto de inauguración de la reforma, fue aplaudido varias veces durante el trayeeto.

    —Para celebrar el acto de ayer, los concejales obsequiarán próximamente con un banquete en la «Maison Dorée» al alcalde y al senador señor Abadal.

  • Distanciándose de la ciudad progresista de Cerdá, la revista «Cataluña» propone la creación de un Barrio Gótico como modificación de la Reforma Interior y la construcción de la Vía Layetana

    Intervención en la Reforma

    Ha llegado el momento.

    En la primera sección de la Reforma están ya derribadas las casas viejas; van á comenzar las nuevas construcciones.

    El plano Baixeras sirvió perfectamente para plantear el problema, tramitar su resolución desde el punto de vista administrativo; pero suponer que en él se halla una solución acabada del mismo, fuera para Barcelona, si lo permitiera, una ignominia.

    Pasead por la calle recién abierta, entre las vallas de ladrillo de los solares; vuestro espíritu experimentará desagradables impresiones.

    Veréis que entre lo nuevo y lo viejo no existe relación alguna. Como si la vía se abriese en medio del campo, sus alineaciones nada tienen que ver con las calles vecinas; en lugar de enlazar francamente la una con las otras, se obstruye su comunicación violentamente.

    Artísticas construcciones, antiguos monumentos, venerables testimonios del pasado, inmediatos, próximos á la nueva calle que debieran animarla y embellecerla, son despreciados en absoluto: los unos permanecen sin alterar su actual defectuoso emplazamiento; otros quedarán ocultos tras nuevas construcciones; los hay que van á ser bárbaramente derribados.

    La Reforma tiene larga historia; el origen de tales desafueros se remonta lejos. Ejecutamos, con escrupulosa exactitud, lo que proyectó otra generación.

    Cincuenta, treinta años atrás, la reforma de poblaciones se entendía bien diferentemente que en la actualidad. El sistema lineal rectilíneo, el paralelismo, la perpendicularida, se consideraban lo más perfecto para el trazado de calles y plazas. Y se arrasaba la ciudad vieja para levantar sobre ella otra del todo diversa. Imperaban la uniformidad, los principios apriorísticos.

    Considerar la ciudad como un organismo vivo en que se deben respetar las corrientes de circulación de las multitudes y del tráfico industrial; ver en la ciudad un carácter, una fisonomía propia esencia de ella; saber su historia; he ahí las bases principales que tienen presentes los maestros urbanizadores modernos. Se procura hermanar el aspecto pintoresco, accidentado y monumental que presentan las ciudades antiguas, con cuanto requiere la higiene y las necesidades actuales de la circulación diaria y comunicaciones.

    Un grande arte, con sus obras, sus escuelas, sus profesores, su bibliografía, existe. Los nombres de Stüblen [sic], de Henrici, Sitte, Buls, son de los hombres eminentes que en primer término este arte han determinado en Alemania, Austria, Bélgica al principio, y en Italia, Inglaterra y Estados-Unidos después, se siguen las orientaciones por ellos señaladas.

    No hay derecho á ignorar, á prescindir de conocimientos de universal dominio. Barcelona, su municipio, sus facultativos, no pueden substraerse en cuestion tan importante como es la Reforma de la ciudad, á las corrientes actuales, á la evolución experimentada. Debemos adaptarnos al tiempo, á la hora presente.

    El plano Baixeras tiene que ser el fundamento de la Reforma; hay acuerdos, antecedentes, que á ello obligan; pero en detalle, su ejecución ha de venir influída, por las ideas dominantes que son un progreso, un perfeccionamiento. Sería bien triste que los hombres de hoy, las ideas de nuestro espíritu, las palpitaciones de nuestro ser, no influyesen en lo más mínimo en el trazado de la Reforma.

    La voz, las aspiraciones de la intelectualidad de Barcelona, respecto de esta cuestión, quizás no había llegado al Municipio hasta ahora con fuerza bastante para ser oída. Los arquitectos del Ayuntamiento y del Banco Hispano-Colonial se han limitado á derribar edificios; su talento, sus aptitudes, han de emplearse en más elevados fines.

    Pero llegado el momento crítico, van á comenzar las nuevas construcciones. En la ocasión de que cuantos en estas cosas entiendan, digan su palabra.

    Las corporaciones artísticas se dirigen al Ayuntamiento en razonado documento, clamando para que la Reforma se haga, no de un modo automático, sino conscientemente; para que se emplee bien el dinero, se embellezca la ciudad.

    Es de esperar serán atendidas.

    JERÓNIMO MARTORELL

  • Asesinados los hermanos Badía

    […]

    A las tres y cuarto de la tarde, un automóvil particular, que conducía a seis individuos, se estacionó frente a la peluquería que hay establecida en el chaflán de la calle de Muntaner, esquina a la de la Diputación, en la parte opuesta a la casa donde vivían los hermanos Badía. Del coche descendieron dos de sus ocupantes, que, cruzando la calle, entraron en el portal de la casa número 38 de la callé de Muntaner, situada un poco antes de la que habitaban las víctimas del suceso, con su madre y hermanas, quedándose en el portal, si bien adoptaron la precaución de que nadie que pasara por la acera de la casa de los señores Badía pudiera verles a distancia.

    Inmediatamente que pasaron los hermanos Badía por delante del portal salieron los pistoleros, uno de los cuales disparó a bocajarro sobre Miguel, al tiempo que el otro lo hacía contra José, cayendo los dos al suelo. El primero de ellos murió instantáneamente, y José a poco de ingresar en el Dispensario de la calle de Sepúlveda, adonde los dos fueron trasladados con la máxima urgencia en unos taxis.

    […]

    Los pistoleros, después de asegurarse de que sus víctimas habían muerto, atravesaron tranquilamente la calle, amenazando con las pistolas a los testigos del crimen, hasta llegar al coche, donde sus compañeros estaban asomados a las ventanillas, esgrimiendo pistolas, para protegerles la retirada.

    Una vez en el auto los seis pistoleros, el vehículo salió disparado por la calle de la Diputación, con dirección a la barriada de Sans.

    Momentos después de haber desaparecido el coche en el que huían los pistoleros, la gente acudió en auxilio de los hermanos Badía, y una pareja de Caballería de las fuerzas de Asalto, que prestaba servicio en la calle de Aribau, esquina a la de la Diputación, persiguió a los fugitivos, a los que no pudo dar alcance.

    La madre y una hermana de los señores Badía, al oír los disparos, y temiendo que aquellos hubieran sido agredidos, bajaron rápidamente a la calle. Al ver a los señores Badía, que aún estaban en el suelo, empapados en sangre, se desarrolló una escena dramática, que impresionó vivamente a cuantos la presenciaron. Al ser trasladados las víctimas al dispensario de la calle de Sepúlveda, madre e hija les siguieron en un taxi, pero en el benéfico establecimiento se les negaron las irreparables consecuencias del sangriento suceso, díciéndoles que estaban solamente heridos, hasta que se las logró convencer de que regresaran a su domicilio.

    […]

    Al tener noticia del suceso, se personaron en el dispensario de la calle de Sepúlveda el ex consejero de Gobernación de la Generalidad Dencás, que junto con Badía dirigía las Juventudes de Estat cátala; el diputado a Cortes Sr. Trabal, los consejeros de la Generalidad, Sres. Gassol, España y Barrera, y gran húmero, dé concejales y di putados de Esquerra; el alcalde, Sr. Pi y Suñer; el delegado general de Orden públi co, Sr. Casellas; el presidente del Parlamento catalán, Sr. Casanovas, y gran número de elementos de Estat cátala, que estaban visiblemente apenados e indignados por el trágico fin de su leader y del hermano de éste.

    También acudió una nutridísima representación del elemento femenino de Estat catalá.

    […]

    Barcelona. (Crónica telefónica.) El nombre de Miguel Badía, asesinado esta tarde por unos pistoleros, cuando salía de su casa para dirigirse al café, como de costumbre, asomó hace años por primera ves en las columnas de los periódicos. Juntamente con otros muchachos jóvenes, fué detenido bajo la acusación de haber fabricado y colocado un artefacto para hacerlo estallar al paso por las costas de Garraf del tren en que regresaba a Madrid D. Alfonso XIII y su familia. Fué aquella una tentativa, mejor o peor preparada, de regicidio que no tenía como motor un sentimiento anarquista, y para ello basta recordar la confusa emoción que produjo entre los elementos catalanistas que, contrarios a la violencia, por educación y por temperamento, sintieron probablemente una satisfacción al comprobar que también podía estar alguna vez la violencia a su servicio. Así se deduce del ambiente que rodeó la vista de la causa, en la que actuaron como defensores caracterizados catalanistas como el Sr. Anguera de Sojo.

    Condenado, con sus compañeros, a unos años de prisión, les indultó, en seguida de tomar el Poder, el Gobierno del general Berenguer. Y siendo así que todos los argumentos favorables a los procesados, incluso para indultarles, se apoyaban en la imposibilidad en que estuvieran de realisar el atentado, en su falta de voluntariedad para cometerlo, al regreso a Barcelona se les recibió con la consideración que se debe a la gente decidida, dispuesta a sacrificarse por un ideal. El camino de Badía era ya fácil, en un ambiente como el que advino a los pocos meses, y, en efecto, hombre grato a Maciá en todo momento, organizó las Juventudes de Estat Catalá, especie de milicias armadas y primer brote del fascismo en la Esquerra de Cataluña. El y, lo que es más curioso, los demás parecían reconocerle ciertas dotes de organizador por no haber sabido organizar el atentado de Garraf, y siguiendo esa línea le vimos más tarde de jefe de Policía de Barcelona y empeñado en una batalla con el sindicalismo. A su actitud de entonces, a los procedimientos puesto en juego, puede atribuirse la agresión que hoy le ha costado la vida.

    Como tantos otros, pero obligado por sus antecedentes a estar en la proa, Badía creyó, efectivamente, que la revolución ya estaba hecha y terminada, al menos por lo que le concernía. Y, como tantos otros—sería curioso releer La Publicitat y La Humanitat de aquellos días—, se indignaba con los jueces y magistrados que no eran bastante severos, generalmente por falta de pruebas, con los terroristas, olvidándose que él había sido un terrorista frustrado. Dirigió probablemente la acción policíaca y cívica contra los huelguistas tranviarios. Apeló, en la jefatura de Policía, a los mismos medios que en ocasiones anteriores habían excitado sus protestas y las de sus correligionarios. Y apartado del cargo por su actuación, precisamente en una sala de la Audiencia y contra uno de los fiscales, todavía intervino activamente en los hechos de octubre, marchando después a Francia. El 16 de febrero, con el triunfo de la Esquerra, hizo posible su regreso­.—JUAN. DE BARCELONA.

  • Antonio Mingote toma Barcelona a solas, pero su mamá se encuentra en Sitges

    Era un teniente que en la noche anterior había dicho a su jefe que necesitaba llegar a la ciudad que se divisaba a los pies del Tibadabo donde se encontraba su regimiento. ¿Por qué? Pues porque allí estaba su madre y quería verla después de tres años de ausencia por la guerra. El comandante le contestó que estaba loco, que el avance no estaba previsto hasta el día siguiente y que él no podía darle un permiso de aquel tipo. El teniente insistió y finalmente su jefe le dijo lo habitual en esos casos: Que no había oído nada y que sólo se olvidaría de preguntar por él al llegar la noche.

    Y el oficial bajó a pie por la Bonanova y toda la calle de Muntaner en compañía de su asistente que se empeñó en acompañarlo; las pocas personas que encontraba le miraban extrañadas por las dos estrellas en el pecho y gorro pero no podían concebir que fuera «de verdad». Llegó a la casa donde esperaba encontrar a su madre y los vecinos le dijeron que estaba bien pero que se había ido a Sitges un par de semanas antes…

    Dado que aquella población estaba ya en zona «liberada» según la jerga del tiempo, el teniente emprendió el camino de vuelta y llegó felizmente a su posición con el suspiro de alivio del capitán. Al día siguiente entró, esta vez, oficalmente y con música y banderas desplegadas en Barcelona.

  • Explosión de gas en la calle Viladomat

    Un muerto y tres viviendas incendiadas tras la explosión por escape de gas de una estufa de butano en la calle Viladomat, 59, en Barcelona.

  • La Diada de 1977: mito y realidad

    Over one million Catalans demonstrate peacefully for autonomy in Barcelona.