Etiqueta: barco de vapor

  • Blasco de Garay, su barco de vapor, y el tesorero Rávago

    Stuart, in his work on the Steam-engine, says, that the royal Spanish archives record that «Blasco de Garay tried a steam-boat of 209 tons, with tolerable success, before Charles V., at Barcelona, June 17th, 1543. [Rávago], the chancellor, opposed it, and it was laid aside. It consisted of a cauldron of boiling water and a move-able wheel on each side of the ship.» The expense of the experiment was paid by the government, and a present made to Garay.

  • La Jamancia: instalación de la Junta Suprema, huida de refugiados

    (Domingo).

    Pasóse toda la mañana en espectacion y sin que se rompiesen las hostilidades.

    Á las cinco de la tarde llegó el vapor Mallorquín que habia salido el dia antes con uno de los hermanos Milans á buscar tropa de refuerzo en Tarragona. Al instante salieron los de la Blusa capitaneados por Castells y Torras y Riera, dirigiéndose hacia la Barceloneta á fin de impedir el desembarque ó hacer prisioneras las compañías que venian en el citado vapor.

    En vista de esto la Ciudadela disparó algunos metrallazos contra los Centralistas ó jamancios, enviando algunas partidas, entre ellas los guias de Prim para que se apoderasen del fuerte de la Linterna á fin de proteger el desembarque de la tropa; operaciones que lograron aquellos llevar á cabo con su acostumbrado arrojo y apesar de la obstinada resistencia que por parte de los Jamancios se les opuso y á quienes costó la pérdida de algunos hombres. Apesar de todo no pudiendo el vapor Mallorquín verificar el desembarque que intentaba por el vivo fuego que se le hacia tanto desde el muelle, como desde la muralla del mar y atarazanas, tuvo que salir y poner la gente en tierra mas allá del fuerte de D. Cárlos, apoyado por el vivo fuego de la tropa que se habia apoderado de parte del muelle, y el de cañon de la Ciudadela.

    A las seis de esta misma tarde se instaló por sí misma una Junta suprema compuesta de las personas siguientes: D. Antonio Baiges, presidente; D. José María Bosch, D. Vicente Soler, D. Rafael Degollada, D. José Vergés, D. José Massanet, D. Juan Castells, D. Agustin Reverter, y D. José María Montañá, secretario.

    A poco de constituida esta Junta, que si tituló Provisional, se dirigió á los habitantes de esta Provincia, invitándoles á que permaneciesen fieles á la bandera enarbolada y haciéndoles esperar que los demás pueblos secundarían su alzamiento, remitiendo igual invitacion á los ayuntamientos, por medio del siguiente oficio.

    La adjunta proclama enterará á V. de la constitucion de esta Junta y el lema que ha enarbola do al solo objeto de salvar la Constitucion repeti das veces infringida por el gobierno de Madrid; gobierno que ha desoído las justas y repetidas peticiones de varias provincias para la reunion de la Junta Central, condicion sin la que no puede apellidarse tal gobierno.

    Para conseguir el fin indicado ha contado esta Junta con la cooperacion de V., Municipalidad y M. N. de esa, esperando que al recibo de la presente, consultará la opinion del Cabildo y fuerza física y procederá al nombramiento de una Junta provisional de partido ausiliar de esta, que luego de pasados los primeros momentos ya se nombrará con toda la latitud posible, y se procederá luego al nombramiento de la efectiva Suprema.

    Esta Junta espera que V. se servirá acusarle recibo de la presente, y le dará cuenta del resultado con la prontitud posible.

    Dios etc.= Sr. Alcalde constitucional de

    Además de esta disposicion de dicha junta, y de otra en que se nombraba al Coronel D. Antonio Baiges gefe principal de las fuerzas que existían en esta ciudad, y para segundo al comandante de francos, D. Francisco Riera, se publicaron una proclama á los Españoles, firmada por el citado Baiges y D. Agustin Reverter; otra álos Nacionales, Barceloneses y liberales por el mismo Riera, y otra á los soldados del regimiento de la Constitucion por D. Isidro de Nieva, oficial del mismo cuerpo, cuyos escritos dejamos de publicar, por carecer de novedad, y á fin de no tener que entorpecer á cada paso con ellos la marcha de los acontecimientos.

    En la noche del 3 al 4 las tropas del Gobierno se hicieron fuertes en la Barceloneta y muelle, y los Centralistas se apoderaron del Baluarte del medio dia poniéndolo en estado de defensa. La emigracion ha sido espantosa en estos dos días.

  • La Jamancia: anunciadas fiestas para celebrar la coronación de Isabel, Sanz deja Barcelona

    (Miércoles)

    Hoy han vuelto los carros del tren de artilleria á trasladar morteros, obuses, balas y granadas desde los puntos fortificados que ocupaban los centralistas á la Ciudadela.

    El Ayuntamiento ha publicado con esta fecha el programa de las fiestas que deben celebrarse en esta ciudad en los tres primeros dias del mes de diciembre para solemnizar el advenimiento al trono de Isabel II. Con este motivo se están construyendo en las plazas de Palacio, de la Constitucion, de la Boqueria y del Padró los tablados que deben servir para la proclamacion.

    A las 10 y ½ de la noche el Exmo. Sr. Capitan general Sanz, acompañado del gefe del estado mayor el Sr. general Lasauca, tres ayudantes de campo y un escribiente, se han embarcado en el vapor de guerra Isabel II para Rosas, desde cuyo punto debe pasar á Figueras, dejando encargado el mando al segundo cabo D. Jacobo Gil de Avalle.

  • Washington Irving: los encantos de las torres de Gracia, etc.

    [To Mrs. Paris.]
    BARCELONA, July 28,1844.
    MY DEAR SISTER:
    To-morrow I embark in a Spanish steamer for Marseilles, on my way to Paris. I leave this beautiful city with regret, for my time has passed here most happily. Indeed, one enjoys the very poetry of existence in these soft southern climates which border the Mediterranean. All here is picture and romance. Nothing has given me greater delight than occasional evening drives with some of my diplomatic colleagues to those country seats, or Torres, as they are called, situated on the slopes of the hills, two or three miles from the city, surrounded by groves of oranges, citrons, figs, pomegranates, &c., with terraced gardens gay with flowers and fountains. Here we would sit on the lofty terraces overlooking the rich and varied plain; the distant city gilded by the setting sun, and the blue sea beyond. Nothing can be purer and softer and sweeter than the evening air inhaled in these favored retreats.

  • Una salida en barco para Valencia

    Departure for Valencia—The Coast

    We were early on board the Barcino, but it was full half-past nine, before we were rid of the motley crowd of carabineros and idlers, whom our approaching departure had gathered together. I can not say that I felt at all distressed, when the tinkling of the little bell admonished our white-headed English engineer to set his machinery in motion. I was tired of Barcelona, for reasons, not very satisfactory, perhaps, in the abstract, but altogether so to me. The Fonda was chilly, dirty, and unsavory; the weather was cold and blustering, and I was an invalid, tired of vain seeking after genial sunshine and balmy breezes. With any thing, therefore, but reluctance, I saw the waves beat on the beach as we rode gallantly away beneath Montjuich, and watched the city, till, like a beautiful white wreath, it sank upon the bosom of the sea. Then Montserrat appeared, and disappeared, and came again, combing the fleecy clouds with its crest of innumerable pinnacles ; and through a gap we now and then might see a spur of the snowy, far-off Pyrenees. The breeze, though brisk, was not troublesome, and so I sate on deck all day, enjoying the glimpses of white towns sparkling here and there upon the arid surface of the hills; or watching the graceful sweep of the feluccas and mystics and other lateen sailed vessels, farther out at sea. Toward evening we passed abreast of the Ebro, and wondered at the sudden change of the waters, from blue to green or greenish, which marked the tribute paid by this great river to the Mediterranean.

    We had parted, at Barcelona, with our friends, the marquis and the philosophical Frenchman, and had been reinforced by a company of Spaniards, mostly from the south, who made themselves very merry with the lieutenant and his spy-glass, and with a little Catalonian doctor, who had just written a pamphlet on the mineral waters of la Puda [de Montserrat], near Barcelona, and was starting on a journey of speculation, to excite some interest in behalf of his sulphur. As the clear night set in, they gathered in a group by the ship’s side and talked politics—a subject, under the circumstances, particularly interesting, even to one who had come from a country where there is never any stint in the domestic article. One and all seemed to bewail the absence of what they called Españolismo—Spanish spirit-among their rulers. The people, they thought well and liberally enough disposed—patriotiocally, too—but their leaders, and especially the army-officers who moved the springs of government, they all concurred in branding as a pack of sorry knaves, most of whom oould bo won to any policy by a. few crosses and pesetas. They accounted, very sensibly, for the corruption among the officers of the customs, by referring to the fact, that the ordinary carabineros receive but six reals (thirty cents) per day, on which it is a known and obvious fact that they can not live. They are compelled, therefore, to «take provoking gold» in order to keep soul and body together. Smuggling, however (they said) had greatly diminished since the introduction of steam-vessels as guardacostas, and the appointment, to their command, of officers of the navy, who are generally men of higher tone and character. The navy itself (they told me) was increasing steadily though slowly. A lieutenant, who was in the company, said that its demands were beyond the actual supply of officers. This fiery young gentleman was quite radical in his notions as to the mode of reforming existing abuses, for he made bold to say, that until Spain should have gone through a revolution like that of France, with a practical application of the guillotine to one half of the high heads, there would be no permanent change for the better. The Catalan doctor seemed to think, on the whole, that he would prefer the continuance of the contraband trade, to so executive a remedy. When I went to sleep, they had not settled the question.

  • Llegada y cabalgata de los Reyes Magos

    No hace muchos años que apenas podia andar uno por las calles al anochecer sin verse atropellado por la turba de chiquillos que al son de una bocina ó de un caracol de mar, volteaban un pedazo de cuerda encendida, suponiendo que iban á recibir á los Santos Reyes. Gracias á los infinitos bandos que se han publicado para prohibir esa fiesta infernal, al cabo se ha perdido la costumbre de las cuerdas quedando solo la otra.

    Saben los niños que en esta noche los reyes pasean todas las calles de la ciudad seguidos de criados que llevan largas escalas y una inmensa provision de turrones y de toda clase de dulces. Por esta razon niños y niñas ponian antes un zapato, y ahora por lo general un plato en el balcon ó ventana á fin de que les toque algo en el gran reparto. No perdais, hijos mios, esta buena costumbre, pues los reyes vienen este año embarcados en un vapor llenito de dulces muy ricos y muy variados, de suerte que la pitanza será abundantísima. Dejad, no obstante, que os dé una noticia que os conviene y que podeis creer que es verdadera, pues acerca de este negocio las tengo muy buenas. Esos señores reyes que todo lo saben, han llegado á entender que entre vosotras y vosotros los hay y las hay que no obedecen á sus padres, que son desaplicados y holgazanes, que se ensucian mucho la ropa, que hace enfadar á la maestra y al maestro, y otras cosas que vosotros no ignorais ni yo tampoco. Es pues el caso que enterados de todo esto, en la cámara del vapor traen una coleccion de cosas muy amargas para repartir á los niños y niñas que tengan alguno de esos defectos. Tal niño abrirá mañana muy aprisa el balcon pensando hallar el zapato ó el plato lleno de dulces, y se encontrará con un libro, lo cual significa que los reyes saben que es inaplicado. Una niña se levantará mas temprano de lo que suele, y en vez de turrones le habrán puesto una calceta, para darle á entender que es una holgazana: al otro un cepillo para decirle que es un niño sucio, y aun habrá quien halle envuelta en un papel una correa ó una cuerda que ya sabeis lo que significa. Si alguno de vosotros no es bueno ó no obedece ó se ensucia la ropa, ó es holgazan ó desaplicado, no ponga zapato ni plato porque se llevará gran chasco; métase en la cama sin hablar de los reyes y procure enmendarse para que en el año venidero tenga racion doble.

    La parroquia de Ntra. Sra. de los Reyes, vulgarmente llamad del Pino inaugura con solemnes maitines la funcion del dia siguiente.

  • Cumpleaños de la reina, La cabaña del tío Tom en el Principal, hedor insoportable de ajo

    To-day, being the birthday of the King [sic], there were fine doings at Barcelona amongst those who were connected with the court. In the morning, all the officials and towns-people, dressed in their best, attended a levée, which was held at the palace of the Captain-General. We walked on the sea wall, fronting the palace, where several regiments were drawn up, the bands of each corps performing some excellent pieces in honour of the day. Guns were fired from the bastions, and the vessels in the harbour were dressed with flags. The scene was very stirring and novel. All the festivities being over at an early hour, the bands of the several regiments proceeded to the Rambla, where they again performed to crowds of admiring Barcelonese. It was altogether a very interesting day, and one not likely often to be witnessed by a passing traveller.

    In the evening, we went to the Theatre Principal, which is partly supported by the Government, and in which the Spanish drama is performed. Here we saw a Spanish version of «Uncle Tom’s Cabin,» adapted to meet the tastes of a southern audience, with lots of stabbing and heroism, and English liberality. The hero, George, turned out to be an English captain, who brought a frigate and English soldiers to rescue his poor slave wife. Three reals was only charged as entrance to the stalls, which were comfortable seats; though the odour of garlic was almost unbearable. We were relieved by the arrival of the Tharsis steam-boat, in which we intended to leave on Monday next, for Valencia.

  • Graves inundaciones; salida para Valencia después de considerar los pros y contras de los barcos de vapor

    One of the last days that I was in Barcelona, it had rained hard during the night, and in the morning it happened that I had to go to the banker’s. The water had not run off sufficiently, it was actually over my goloshes. I came home completely drenched; and while I was changing my clothes, I was informed that the inundation had reached the Rambla, and that it was increasing. There were screams and hurrying of feet I saw from our balcony that heaps of gravel and rubbish were laid down before the hotels, and that up on either side of the more elevated promenades, there flowed a stream of a yellowish coffee colour; the paved part of the Rambla was a rushing, rising current. I hastened down. The rain was almost over, but its disastrous effects were increasing; I beheld a terrible spectacle—the water’s fearful power.
    Out among the hills the rain had fallen in such torrents, that the tearing mountain streamlets had soon swollen the little river which runs parallel to the highway and the railroad. At an earlier stage of the inundation there had been no outlet to the sea—now the raging water had forced a passage: it poured into what was once the moat of Barcelona, but which latterly had become choked up with rubbish and stones, it being intended to build upon it, as the town was to be enlarged. Here again the outlet was exhausted; the water rushed on; it rose and rose, and flowed over every obstacle; the railway was soon under water; the highway was buried under the overwhelming flood; the fences were broken down, trees and plants uprooted, by the impetuous waters, which rushed in through the gate of the town, and foamed like a mill-dam, darkish yellow in colour, on both sides of the walk; the flood swept off with it wooden booths, goods, barrels, carts, everything that it found in its way; pumpkins, oranges, tables and benches, sailed away; even an unharnessed wagon, which was filled with china and crockery-ware, was carried off to a considerable distance by the rapid stream. In the shops themselves people were up nearly to their waists in water; the strongest among them stretched cords from the shops to the trees on the higher parts of the Rambla, that the females might hold on by these while they were passing through the raging torrent. I saw, however, one woman carried away by it, but two young men dashed after her, and she was brought back to dry land in a state of insensibility. There were shrieks and lamentations, and similar scenes took place in the adjacent narrow streets; the inundation forced its way, dashing over everything, surging into lofty billows, and flowing into the lower stories of the houses. Shutters were put up, and doors were fastened to try and keep out the water, but not always with success. Some portion of the under stonework of the bridge was removed, that the water might find an exit that way; but this did very little good: it became, in fact, the cause of great evil. I heard some time afterwards, that several people were carried off by this eddy, and lost in the depths below. Never have I beheld the great power of water so fearfully evinced—it was really terrible. There was nothing to be seen but people flying from the rising flood, nothing to be heard but wailing and lamentation. The balconies and the roofs were filled and covered with human beings. On the streets trees and booths were sailing along; the gendarmes were exceedingly busy in trying to keep order. At length the inundation seemed to be subsiding; it was said that in the church on the Rambla, the priests, up to their waists in water, were singing masses.

    In the course of an hour or so, the fury of the torrent decreased; the water sank. People were making their way into the side streets, to see the desolation there. I followed them through a thick, yellow mud, which was exceedingly slippery. Water was pouring from the windows and the doors; it was dirty, and smelled shockingly. At length I reached the residence of Dr. Schierbeck which was at some distance: he had no knowledge of the inundation which had just taken place. In the many years during which he had resided at Barcelona, the rain had often caused the mountain streams and the river to overflow, but never to the extent of the impetuous torrent which had now occasioned so much mischief, and so much dismay. As we again threaded our way through the streets, we were disgusted with the filthy mud which the water had deposited in them, which looked like the nasty refuse of sewers. The Rambla was strewed with overturned booths, tables, carriages, and carts. Outside of the gate the work of destruction was still more prominent. The road was quite cut up in many places; the waters rushed down, and formed cataract upon cataract.

    Carriages with people from the country were drawn up in ranks, the passengers were obliged to come out if they wished to enter the town. Large joists of wood from a neighbouring timber-yard were strewed all about, as if cast by some unseen mischievous agents, playing at a game of chance. Passing along the principal highways, clambering over prostrate trees and other impediments, we reached at length the railway station, which looked like a dwelling of beavers, half in the water, half on land. There was quite a lake under the roof; the yellow water for along way concealed the metal grooves of the railroad. Our return was quite as difficult as our walk from town had been. We fell into holes, and crept up on the wet earth; roads and paths were cut up by new streams, we had to wade through deep mud, and reached Barcelona quite bespattered with it.

    Never before had I any idea of the power of such a flood. I thought of Kuhleborn in the tale of ‘Undine.’ I thought of the story which might be told by a little mountain streamlet, usually only a tiny rivulet, shaded by aloes and cacti, its nymph being a playful child; but as the little Spanish girls in reality do, springing up at once into young women, wilful and bold, repairing to the large town, to visit it and its population, to look into their houses and churches, and to see them on the promenade, where strangers always seek them: to-day I had witnessed its entrance.

    I had now been almost a fortnight at Barcelona, and felt myself at home in its streets and lanes. ‘Now to Valencia!’ I said to myself; and the thought of that lovely country was as pleasing as Weber’s music. I intended to go by the diligence. The voyage of the steamer along the coast of Spain had been described to me as exceedingly disagreeable, the vessels as dirty, and not at all arranged for the convenience of passengers; if the weather were stormy, it was obliged, with great difficulty, to land the passengers; the steamer did not, in such a case, enter any harbour, but people had, in the open sea, to jump down into the rocking boats, and the weather might be so bad that even these might not venture out to take the passengers ashore. We were now in the middle of September; the certainty of calm weather was past. During the last few days, there had been a strong wind blowing; and into the harbour of Barcelona so rough a sea had been rolling, that the waves had dashed up against the walls.

    In going by the diligence, one might see something of the country, and therefore that mode of conveyance appeared to me the best; but my countryman, Schierbeck, and every one else to whom I spoke on the subject, advised me not to undertake the land transit. It was a long, fatiguing journey, they said; I should be suffocated with heat in the over-crowded diligence; the roads were in bad condition; the conveyances often stopped at places where there was no sign of an inn— perhaps not a roof under which to seek shelter. The diligence from Madrid was two days behind its time; I knew by experience how few bridges there were, and how rivers had to be passed through; I had just witnessed at Barcelona the power of destruction which the mountain streams might acquire: to go by the diligence was, therefore, for the time being, to expose one’s self to the greatest inconvenience, if not to absolute danger of life. The road between Barcelona and Valencia lay through a certain place where the swollen mountain streams often caused disasters; it was only a few years before that an over-laden diligence was lost there, and it was supposed that the rush of waters had carried it out to the open sea—the Mediterranean.

    Even until a few hours before the departure of the steamer, I was balancing in my own mind whether I should go by it, or undertake the land journey. Every one advised the sea trip; the steamer Catalan, which was about to start, was reckoned one of the best and speediest; the machinery was first-rate, by the captain’s account: so I determined on the voyage. Dr. Schierbeck, and our friend Buckheisler, from Hamburg, accompanied us on board; it was past mid-day before the anchor was raised, and rocking heavily, the steamer bore away for the open sea.

    For a considerable way outside the harbour, the water was tinged with a yellow coffee-colour, from the inundation which had taken place on shore; then suddenly it resumed the clear greenish-blue tint of the sea. Barcelona lay stretched out to its full extent in the bright, beautiful sunshine; the fort Monjuich, with its yellow, zig-zag, stony path, stood still more forward; the hills looked higher, and over them all towered one still more lofty, strangely jagged like the fins of a fish—it was the holy Mount Serrat, whence Loyola came.

  • Galdós: recuerdos de la Barcelona revolucionaria del 68; la Rambla, la Muralla del Mar y el Jardín del General; el guerracivilismo de los españoles; su primera novela

    Al salir de Barcelona [en 1903] el maestro Galdós ha enviado á EL LIBERAL en Barcelona una notable impresión, cuyo especialísimo tono local no le resta mérito alguno fuera de la ciudad condal.

    Sobriamente evoca Galdós los sucesos de Septiembre del 68, y la antigua ciudad.

    Es éste un documento muy interesante, además, por lo que cuenta de Los Episodios nacionales.

    Dice así:

    Sr. Director de EL LIBERAL.

    Me pregunta usted si es antiguo mi conocimiento de Barcelona, y cuántas veces he visitado á esta ciudad. Más fácilmente que puntualizar las visitas, puede mi memoria dar á usted noticia de la primera tan remota, que ahora me parece, como quien dice, perdida en la noche de los tiempos. Ello fué en días inolvidables, de los que marcados quedaron en la Historia patria como días de buena sombra, resultando también de feliz agüero en la vida individual, particularmente en la mía. En Barcelona pasé las dos últimas semanas de Septiembre de 1868, y el memorable día 29, fechas, como usted sabe muy bien, de las más famosas del siglo nuestro, que es el pasado, todo él bien aprovechado de crueles guerras, mudanzas y trapisondas.

    Ya ve usted si son de largo tiempo mis amistades con la capital de Cataluña. El prodigioso crecimiento de esta matrona, nadie tiene que contármelo, porque lo he visto y apreciado por mí mismo, un lustro tras otro. En Septiembre del 68, rota ya la cintura de murallas que oprimían el cuerpo de la histórica ciudad, empezaba ésta, por una parte y otra, á estirar sus miembros robustos nutridos por sangre potente. La he visto crecer, pasando de las moderadas anchuras á las formas de gigante que no cabe hoy en las medidas de ayer, ni ve nunca saciadas sus ansias de mayor vitalidad y corpulencia.

    A mediados de Septiembre vine de Francia con mi familia, pasando el Pirineo en coche, pues aun no había ni asomos de ferrocarril entre Perpiñán y Gerona. Recuerdo que por falta de puente en no sé qué río, la diligencia se metía en las turbias aguas, atravesándosas de una orilla á otra sin peligro alguno, al menos en aquella ocasión. De Figueras, conservo tan sólo una idea vaga. En cambio, Gerona, donde pasé un día con su noche, permaneció en mi mente con impresiones indelebles… [Gerona y los Episodios Nacionales]

    Barcelona fúe para mí un grato descubrimiento y un motivo de admiración, aun viniendo de París y Marsella. Me sorprendían y cautivaban la alegría de este pueblo, la confianza en sí mismo, y el ardor de las ideas liberales que entonces flameaban en todas las cabezas, aquel ingénuo sentimiento revolucionario, ensueños de vida progresiva y culta, tras de la cual corrían con igual afán los que conocían el camino y los que ignoraban por dónde debíamos ir para llegar salvos. En aquellos hermosos días de esperanza y fe, tenía la Libertad millones de enamorados, y lo que llamábamos Reacción había caído en el mayor descrédito. El sentimiento público era tan vivo, que las cosas amenazadas de muerte se caían solas, sin que fuera menester derribarlas.

    La principal hermosura de Barcelona era entonces su Rambla, rotulada con diferentes nombres, desde Santa Mónica hasta Canaletas. Viéndola hoy [1903], paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el contínuo trajín de coches y tranvías. La Rambla es de esas cosas que, admitiendo las modificaciones que trae el tiempo, no envejecen nunca, y conservan eternamente su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria.

    El paseo más grato era entonces la Muralla de Mar, á la que se subía por la rampa de Atarazanas, y se extendía por lo que es hoy paseo de Colón. El paseante iba por el alto espacio en que se mecen hoy las cimas de las palmeras, y por un lado dominaba el puerto, en el cual hacían bosque los mástiles de los buques de vela, por otro podía curiosear el interior de los primeros pisos. Ya se hablaba de demoler la muralla, y los viejos se lamentaban de la destrucción de aquel lindo paseo, como de la probable pérdida de un sér querido; tan arraigada estaba en las costumbres la vuelta diaria por el alto andén en las tardes placenteras de verano. Los jóvenes la vierno desaparecer, y ya no se acuerdan de lo que fué uno de los mayores encantos de la vieja Barcelona.

    El ensanche estaba ya bosquejado, y en el Paseo de Gracia iban tomando puesto las magníficas construcciones, que eran albergue y vanagloria de los ricos de entonces. Aun faltaba mucho para que se pudiera admirar la parada de casas con que el citado Paseo, la Rambla de Cataluña, la Granvía y otras nos deslumbran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona de los millionarios de hoy. De jardines públicos no recuerdo más que el llamado del General, más allá de la Lonja, hacia el Borne. Era tan chico y miserable que si hoy existiera lo miraría con burla y menosprecio la más menguada plazuela de la moderna ciudad. Más allá se extendía la trágica Ciudadela, odiada del pueblo, que anhelaba destruirla, y casi casi anticipaba la demolición con sus maldiciones y anatemas.

    Me parece que estoy viendo al conde de Cheste, en aquellos días de Septiembre, recorriendo la Rambla, seguido de los mozos de escuadra. Su arrogante estatura se destacaba entre el gentío, que le veía pasar con respeto y temor. Del último bando que publicó, conservo en mi memoria retazos de frases que denunciaban su carácter inflexible, su adhesión á la causa que defendía, así como sus gustos literarios, propendiendo siempre á cierto lirismo militar, muy propio de los caudillos de la primera guerra civil. No recuerdo bien si fué el 30 ó el 31 cuando empezaron á correr las primeras noticias de la acción de Alcolea. Fueron rumores, que más parecían ilusiones del deseo. Primero, secreteaba la gente en los corrillos de la Rambla; después, personas de clases distintas soltaban el notición en alta voz; y los crédulos y los incrédulos acababan por abrazarse… Lo que pasó luego en la ciudad no lo supe, porque mi familia tuvo miedo, creyendo que se venía el mundo abajo, y como habíamos de salir para Canarias, se resolvió abandonar la fonda de las Cuatro Naciones, y buscar seguro asilo á bordo del vapor América, que había de salir en una fecha próxima. Aquella noche, tertuliando sobre cubierta mi familia y otras que también huían medrosas, vimos resplandor de incendios en diferentes puntos de la población. El pueblo, inocente y siempre bonachón, no se permitía más desahogos revolucionarios, después de tanto hablar, que pegar fuego á las casillas del fielato.

    Viajeros pesimistas, que iban con nosotros, auguraban asolamientos y terribles represalias que ponían los pelos de punta; pero nada de esto pasó, al menos por entonces. El pueblo, aquí como en el resto de España, rarísima vez ha sido vengativo en las conmociones puramentes políticas. Se ha contentado con un cambio infantil de los nombres y símbolos de las cosas, así como los primates apenas han sabido otra cosas que erigir nuevas columnas en la Gaceta, llenas de ineficaz palabrería.

    Tengo muy presente al segundo de á bordo, catalán de acento muy cerrado, sujeto entrado en años, locuaz, ameno y de feliz memoria. Monstrándome el edificio de la Capitanía general, que tras la Muralla del mar desde el vapor se veía, me contó con prolijas referencias de testigo presencial la horrible muerte de Bassa, como lo arrojaron por el balcón, como lo apuñalearon, y echándole una cuerda al cuello, arrastraron por las calles su acribillado cuerpo. Poco sabía yo de estas cosas. De la dramática historia del siglo sólo conocía las líneas generales, y eran vagamente sintéticas mis ideas sobre las sanguinarias peleas por los derechos de dos ramas dinásticas, sin que en tan estúpìda y fiera lucha haya podido ninguno de los dos bandos demostrar que su rama valía más que la otra.

    Naturalmente, no pensaba yo así en aquel tiempo, pues mis conocimientos de la historia patria eran cortos y superficiales, y del libro de la experiencia había pasado muy pocas hojas. Los frutos de la verdad son tardíos. Vienen á madurar cuando maduramos; pero en nuestro afán de vivir á prisa, comemos verde el fruto, y de aquí que no nos haga todo el provecho que debemos esperar… Como digo, yo sabía de estas cosas menos de lo que hoy sé, que no es mucho, y mis inclinaciones hacía la novela eran todavía indecisas por estar la voluntad partida en tentativas y ensayos diferentes. La Fontana de oro, primer paso mío por el áspero sendero, no estaba aún concluída. Ín diebustillis [In diebus illis: en días aquellos], cuando por primera vez estuve en Barcelona, llevaba conmigo dos tercios próximamente de aquella obra, empezada en Madrid en la primera del 68, continuada después en Bagneres de Bigorre, luego pasada por Barcelona y las aguas del Mediterráneo para que se refrescara bien, y concluída por fin en Madrid andando los meses.

    El vapor América salió para Canarias, y á mí me dejó en Alicante.

    **********

    Dispénseme usted, señor director… Las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona.

    Quédese la continuación para el año próximo.

    B. Pérez Galdós.

    Barcelona 8 de Agosto de 1903.

  • Sale para Francia el vapor Internet

    Ha salido de Barcelona para Tolon el vapor francés Internet.

  • Regocijos al llegar el nuevo rey, Alfonso XII

    A las dos de la tarde del día 9 dirigía el Ministro de Marina desde Barcelona el siguiente despacho telegráfico:

    «Alfonso XII, recibido en Barcelona como Rey por autoridades y por inmenso pueblo con el vivo interés que inspira su dignidad y más su persona y su proclamación. Vapores salieron de Barcelona hasta el límite de la provincia por la costa á las tres de la madrugada con músicas y fuegos. Navegación como en un lago. El Rey se ha confiado en su entrada al amor de los catalanes, y el éxito ha excedido á las esperanzas de todo el mundo. La bahía y la ciudad intransitables por llenas, indescriptibles por entusiastas. Los corazones unánimes. Dios protege á Alfonso XII.»

    «Quien no lo crea, escribía el cronista, es porque no llegó á verlo; quien no lo haya visto, difícilmente podría figurárselo.»

    Pasados dos días en regocijos, el 10 de Enero volvió á embarcar el Rey en las Navas de Tolosa y salió del puerto de Barcelona, marchando con ella la Numancia y los vapores mercantes Ciudad de Cadiz y Jaime II, en los que las autoridades y particulares quisieron despedirle, uniendo las aclamaciones á la voz del cañón y á la de la gente que cubría las murallas y muelles, ó en botes llenaba el puerto.

    Igual entusiasmo produjo la llegada á Valencia el día siguiente. Cuando el cardenal Barrios dió la bienvenida á D. Alfonso en nombre del pueblo, expresando que la nación, sedienta de paz y de justicia, esperaba que bajo su reinado acabarían las luchas civiles, contestó Su Majestad: «Muy joven soy, pero tan joven como yo era don Jaime I cuando subió al Trono. No es que yo tenga la pretensión de igualar á aquel gran monarca, pero haré lo que pueda, y para obtener grandes resultados cuento con dos poderosos elementos: la fe religiosa, y el amor y la unión del pueblo y el trono, base de la felicidad de las naciones.»

  • Descripción del espectáculo «Buffalo Bill’s Wild West», con unas consideraciones antropológico-literarias; desembarcan mareados, y se embarcan hambrientos

    BÚFALO BILL’S

    [Información zoológica sobre los búfalos]

    Barcelona tuvo el gusto de ver pieles-rojas de la gran familia americana en 1493 cuando Cristóbal Colón regresó de su primer viaje, siendo recibido en nuestra ciudad por los reyes católicos.

    Pero en cuanto á bisontes bien se puede asegurar que no vio aquí el primero hasta hace unos doce años, cuando vino el domador Bidel en sus buenos tiempos, trayendo una rica y variada colección zoológica en la cual había un hermoso ejemplar de aquellos indivíduos de la espacia bovina.

    A pesar de que en 1493 vinieron caribes á Europa, Barcelona que ha visto trabajar en sus teatros árabes, senegaleses, tártaros, mongoles, etc… no había visto aún en su verdadero traje á los hijos da las praderas norte-americanas hasta el día de ayer en que les vio aparecer con sus túnicas de piel de antílope adornado con púas de puerco espín y sus típicos mocasines, con el rostro pintarrajeado á la usanza de su país y llevando también sus propias armas y arreos de la vida nómada.

    Los indios de la América del Norte, algo distintos de los fueganos y sud-americanos, como también de los toltekas de la región central, pertenecen en su mayoría á la numerosa tríbu da los Siux, y hablan la lengua narcotah que algunos sabios comparan al dialecto de los tártaros manchues. Lo cual puede probar que an épocas remotas los hijos del Asia invadieron las llanuras del Alaska, pasando el estrecho de Bering.

    Esta raza que no nos ha hecho ningún mal y que tan bien acogió á los primeros europeos, causa verdadera tristeza á los hombres pensadores al verla destinada á fundirse ante los rayos de la civilización moderna que de día en día va extendiendo sus conquistas hacia el Lejano Oeste como denominan los yankees á la extensa pradera americana.

    Mañana no quedará como recuerdo de su pasada existencia más que aquel triste poema conocido en los Estados Unidos por Las Memorias de Tanner el cual tan bien los retrata en su vida íntima por haber participado de ella durante 30 años.

    Y luego como nota de brillante colorido, las populares descripciones del conocido autor de Los cazadores de caballeras y La Jornada de la Muerte, también recordarán á esos desgraciados pieles rojas, condenados á perecer en la especie. Estas obras encierran el principio y fin de aquellos desdichados hijos del desierto, crueles con la raza blanca, desde el día en que ésta les pagó su hospitalidad con la más negra de las ingratitudes.

    Saludemos pues benévolamente á los últimos descendientes de un pueblo que fué, y de cuyas dos ramas Aztecas y Delavares ya no queda ni un solo individuo; y vamos á describir la fiesta de ayer.

    El espectáculo

    El espectáculo «Búfalo Bill’s Wild West», puede considerarse dividido en tres partes: presentación de costumbres de los habitantes del Oeste de los Estados Unidos, agitación y ejercicios de tiro.

    En la primera, que no importa decir es la más instructiva, se presentan escenas sumamento pintorescas, y que si bien no producen una ilusión completa, trasladan al espectador con un pequeño esfuerzo de imaginación á las praderas americanas del Oeste.

    La segunda es una demostración brillante del dominio que sobre el caballo tiene el ginete americano, tanto el indio como el blanco.

    Y la tercera, es una prueba de la habilidad que en el tiro de pistola, revólver y carabina, tienen los norteamericanos y especialmente el coronel Cody.

    Constituía el primer número del programa de ayer el desfile de toda la compañía. Presentóse el grupo de los indios Arrapahos, con sus trajes de colores, la cabellara suelta, casi tendidos sobre sus caballos, á la carrera, formados en línea, dando aullidos, blandiendo sus armas, y después de dar una vuelta al redondel detuviéronse en medio, todos á una y con precisión admirable. Allá á lo lejos se vio aparecer á su jefe Black Heart (Corazón Negro), que fué recibido con gritos de júbilo por sus subordinados, y después de dar también una vuelta á la pista se detuvo junto á ellos.

    Al mismo tiempo aparecía un grupo de vaqueros americanos seguidos del rey de los vaqueros, Buck Taylor, y practicaron la misma maniobra.

    Así fueron desfilando el grupo de indios Brulé; su jefe Little Chiot; el grupo de la tribu de indios Cut Off; Bave Bear (Oso valiente), otro grupo de vaqueros mejicanos; el de indios Cheyenne; Eagle Horn (Cuerno de águila), su jefe; un grupo de muchachas del Oeste de los Estados Unidos; el vaquero más pequeño del mundo llamado Bennia Irving; los Boys Chiete, pequeños jefes del pais de los Siux; las banderas española y norte-americana; el grupo ds indios Ogallala Siux; su jefe Low Neck (Cuello Corto); Rockey Rear (Oso Rojizo) médico hechicero del pais de los Siux, según rezan los programas, Red Shirt (Camisa Roja) jefe guerrero del pais de los Siux, y por último el arrogante Buffalo Bill, ó sea el coronel Cody, que después de dar, montado en su brioso caballo, la vuelta de ordenanza á la pista, se paró de repente ante la presidencia y saludó quitándose el sombrero airosamente.

    Mientras duró el desfile no cesaron ni un punto los gritos de los indios, que, con sus multicolores trajes, su rostro pintarrajeado, sus cabellos completamente negros y sueltos formaban un conjunto abigarrado y en extremo pintoresco.

    Los aplausos del público demostraron el buen efecto que la había producido el desfila.

    Una carrera de caballos entre ua mejica-no, un vaquero y un indio, y una pantomima en que se ponía á la vista el modo de conducir el correo en las regiones fronterizas de los Estados Unidos antes de la construcción de los ferrocarriles constituyeron los dos números siguientes.

    Aunque en Barcelona estamos cansados de ver hábiles tiradores, arrancó aplausos con sus ejercicios de una precisión admirable, la señorita Annie Oakley.

    Daba gusto ver á aquella niña, pues aspecto de niña tiene desde lejos, colocarse á seis ó siete pasos de la carabina; echar á correr al mismo tiempo que se le arrojaba al aire un objeto, cojer la carabina, disparar y convertir en cien pedazos el blanco.

    El ataque, por los indios, de un tren de emigrantes es un cuadro que impresiona por su acción verdaderamente dramática, y que tiene por remate una nota elegante y sumamente agradable. Las chicas del Oeste y los vaqueros, para demostrar la alegría que les ha producido el haber derrotado á los indios, bailan á caballo los rigodones conocidos con al nombre de Virginia Reel.

    Tiene también interés dramático, aunque hay que confesar que todas estas escenas en que se presentan episodios, tienen mucho de espectáculo, y por lo tanto la ilusión dista bastante de ser completa, el desafío de «Búffalo Bill» con Yellow Hand en presencia de las tropas ds los Estados Unidos y de las fuerzas de los indios rebeldes, después de haber andado á tiros unos y otros. Esta pantamima se refiere á un acontecimiento histórico en que fué principal actor el mismo «Búffalo Bill.»

    La escena que en nuestro concepto tiene más sabor local, si así puede decirse, es la primera de las que en el programa son llamadas «Pasatiempos de los vaqueros». Consiste en tirar el lazo á una manada da caballos que figuran ser salvajes y que corren como flechas. En las otras escenas se ve más la hilaza, ó sea el estudio y la preparación, pero de todas maneras tienen gran mérito. Montan aquellos ginetes increíbles sobra los caballos indomables, se agarran fuertementa de piernas á los lomos, clavan las espuelas en los ijares, y ya puede botar, y encabritarse, y arrojarse al suelo, y revolcarse, el caballo: permanece el ginate pegado al animal y llega por fin á dominarlo por completo. Sucede á veces que el ginete cogido fuertemente á la cuerda es arrastrado por el caballo; otras en que cae debajo de este, herido, y sus compañeros tienen que levantarlo.

    Otro de los números curiosos es el ataque de la diligencia Deadwood, por los indios y su derrota por las avanzadas y los vaqueros almando da «Búffalo Bill».

    El vehículo que sa presenta, completamente desvencijado y en el que subieron varios señores del público y dos cow-boys, es célebre por los muchos asesinatos que en él se han cometido y por las celebridades que en él han viajado.

    Según el programa, dos presidentes de los Estados Unidos, cuatro reyes y todas las personas reales que asistieron al Jubileo da la reina Victoria en Londres, se han sentado en este carruaje.

    Produce verdadera emoción la carrera á caballo de dos mujeres indias. Montan á horcajadas como los hombres, se agarran como ellos fuertemente á los lomos y salan disparadas. El caballo no lleva silla, ni estribos, y sin embargo, aquellas amazonas parecen adheridas al bruto.

    Sosos y monótonos, si se quiere, son los bailes del trofeo, de cabellera y de guerra que dan á conocer los indios; pero como son reproducciones exactas de las mismas danzas que se bailan en el Fart-vest, ó mejor las mismas, tienen todo el sabor local que se puede pedir.

    La caza del búfalo, no obstante ser uno de los números más llamativos del programa, no resulta, á nuestro parecer, a mucho efecto. Casi es tan sosa como las danzas.

    El joven tirador Johnne Bake, el tiro de pistola y de revolver y las carreras á caballoentre chicas americanas fronterizas, no ofrecen ninguna novedad, pero tienen extraordinario mérito por la precisión.

    En cambio «Buffalo Bill» tirando montado á galope y con precisión suma, es una de las cosas más notables que darse pueden.

    El ataque de un rancho fronterizo tiene también mucho de convencional; pero da una idea bastante exacta del sigilo y la audacia son que llevan á cabo los indios sus golpes de mano.

    Termina el espectáculo con el desfile desordenado de tedos los indios, vaqueros y mejicanos. Formando tres círculos concéntricos, corren los ginetes en opuestas direccionas con rapidez vertiginosa, lanzando ahullidos salvages. Es de ver flotando al aire las plumas y las cabelleras de los indios, entremezclándose los brillantes colores de los trages, á los pálidos rayos del sol muriente. Parece imposible que no haya la más leve confusión, que puedan dar vueltas con la seguridad de una rueda sin que uno interrumpa un solo instante el paso del otro. Por fin, en informe pelotón regresan á las cuadras, sobresaliendo entre todos la varonil y gallarda figura de Búffalo Bill.

    Al salir del cireo la concurrencia se desparramó por los campamentos para ver de cerca los indios que se mantenían encerrados en sus tiendas, asomando da vez en cuando la cabeza con el cebo de un cigarrillo.

    A la puerta del hipódromo vimos vendedores de caña dulce y en el interior unos vendedores ambulantes ofrecían otro dulce preparado con granos de maíz y miel.

    Un chiquillo piel roja que discurría entra la gente, tomaba los céntimos que le ofrecían con el mismo desenfado de un piel blanca. Por lo visto estos salvajes ya están fuera de la edad de ia permuta y comienzan á familiarizarse con la moneda.

    Producía extraño efecto aquel campamento indio del Far-West trasladado á la izquierda del ensanche, y uno no sabía convencerse de que con tanta tranquilidad pudiéramos permanecer sin peligro al lado de los terribles cazadores de cabelleras.

    La concurrencia que asistió al nuevo Hipódromo fue numerosa. No bajaría de siete mil personas.

  • Decreto creando la Comisión de la Armada para el salvamento de buques…

    …cuya misión principal será la de intervenir en todos los salvamentos por desguace de buques siniestrados en nuestros puertos y costas.