Categoría: Memorias de un funcionario

Ribé y Labarta////Manuel//// //// //// //// ////1963////Memorias de un funcionario//// //// ////Barcelona////Marte Ediciones

  • El gobernador civil primoriveriano despide al ayuntamiento y nombra a Josep Banqué, catedrático de griego, como alcalde por llevar un chaqué guapo; reacción de la alcaldesa

    El 1.º de octubre, a las doce, se reunieron en la Sala de la Reina Regente los tenientes de alcalde y concejales del Ayuntamiento y los vocales asociados que habían acudido o podido acudir a la Casa Consistorial. La convocatoria para asistir fue repartida a primeras horas de la mañana del propio día. Cuando estuvieron reunidos, bajo la presidencia del gobernador civil, general Losada [Carlos de Losada y Canterac], se leyó muy fríamente la exposición y el Real Decreto que motivaba aquella reunión y en virtud de lo que se disponía en el decreto, fueron también fríamente invitados a retirarse los señores que componían el Ayuntamiento.

    Siempre he recordado el descenso físico y político de aquellos señores por la escalera de honor del Ayuntamiento. Parecía que aquellas energías políticas, que yo tantísimas veces había visto demostrar a los señores Maynés y Rocha, pongo por ejemplo, se hubiesen transformado en una resignación impuesta por la Divina Providencia.

    […]

    Después del despido me trasladé al salón de sesiones dispuesto para cumplir con mis deberes en circunstancias tan nuevas, delicadas y difíciles. Cuando llegué al salón se estaba buscando, entre los vocales asociados, ya concejales, al posible alcalde, quien, de acuerdo con el artículo primero del decreto, debía ser con preferencia una persona que ostentase titulo universitario o profesional.

    No había de momento candidato y cuando con el ayudante del general, el comandante de Estado Mayor, mi buen amigo señor Martínez, realizábamos gestiones y averiguaciones, entró en el salón de sesiones don José Banqué Feliu, que vestía de chaqué con motivo de venir de la solemne apertura del curso de la Universidad, en la que desempeñaba la cátedra de griego. El chaqué le produjo al general Losada una grata impresión y desde la presidencia me preguntó quién era y cómo se llamaba aquel señor. Como sea que no le conocía, después de interrogarlo discretamente, informé al general, el cual dijo al secretario, señor Planas, que fuera nombrado alcalde, y así fue.

    El más sorprendido fue el interesado. El señor Banqué, excelente persona, no sentía por la Alcaldía el menor interés. Los pocos días que desempeñó el cargo representaron para él un verdadero sacrificio. De la cátedra de griego a la firma de libramientos por millones de pesetas, existe una gran distancia, que el señor Banqué no pudo salvar.

    Aquel día. 1.º de octubre, llegó a su casa más tarde que de costumbre. Su esposa, que estaba intranquila, le interrogó:
    —¿Cómo es que llegas tan tarde? ¿Te ha sucedido algo?
    El señor Banqué, con su hablar pausado, le contestó:
    —¡Es que me han nombrado alcalde de Barcelona!
    La mirada de la señora Banqué esperaba encontrar una sonrisa en la cara de su esposo, que justificara lo que ella supuso una broma, y le dijo:
    —Bueno, quítate el chaqué, déjate de bromas y vamos a comer.
    El señor Banqué, muy serio, repitió su afirmación, y entonces su esposa, que comprendía lo difícil del trabajo del esposo como catedrático de griego, supuso que en un empacho de estudios, había sido presa de un momentáneo ataque de locura. Y se asustó. No podía comprender cómo su marido, que había salido pocas horas antes de su casa siendo catedrático de griego, regresaba, así tan de repente, siendo además alcalde de Barcelona. Hasta que —con evidente retraso de la comida familiar— él. explicó detalladamente lo ocurrido, no pudo comprender que se había convertido en alcaldesa.

    En la sesión celebrada por el Ayuntamiento el 8 de octubre quedó definitivamente elegido alcalde el señor Banqué. Sin embargo, duró poco, y casi puedo afirmar que el señor Banqué dimitió ante mí la Alcaldía.

    Veamos cómo. Desde que tomó posesión se decía que el señor Banqué no podía digerir ni asimilar las complicaciones del cargo. Fallándome el 9 de octubre en su despacho, me avisaron que el cónsul general de Francia y tres representantes del Gobierno francés en la Exposición del Mueble a que hemos aludido anteriormente, deseaban cumplimentar al acalde y despedirse de él. Después de saludarles, les acompañé rogándoles tomaran asiento en el antedespacho mientras anunciaba su visita al alcalde. El señor Banqué me hizo repetir dos o tres veces el objeto y nombres de los visitantes. Añadió:
    —Espere un momento y con mucho gusto les recibiré.

    Regresé al antedespacho para comunicárselo a los visitantes y estuve
    un ratito esperando que el timbre sonara o que el señor Banqué abriera la
    puerta de su despacho. Como quiera que transcurría el tiempo y encontraba poco cortés la espera, con cierta autoridad, que quizá no me correspondía, pero que asumía para el mejor servicio de la ciudad, entré en el despacho del alcalde y con enorme sorpresa mía lo encontré vacío. Me dirigí al despacho de la secretaria particular, contiguo al del alcalde, y el conserje me informó que el señor Banqué, sombrero en mano, había salido hacía un momento en dirección a la escalera situada frente a aquella parte del edificio municipal y recayente a la calle.

    Por otro empleado pude comprobar lo que había sucedido: el alcalde se había ido a su casa. Es fácil comprender mi situación. Era preciso encontrar un allcalde, no importaba cuál, pero que pudiese recibir a los delegados franceses. Afortunadamente se hallaba en la Casa don Ramón María Puigmartí, hombre práctico e inteligente, a quien por ser el primer concejal que hallé, expliqué lo que ocurría; asombrado y sereno, se dirigió a la Alcaldía, entrando en ella por la puerta de la Secretaría, mientras yo salía por la de enfrente, invitando a los visitantes a pasar al despacho del alcalde. El señor Puigmartí, con mucha habilidad, les pidió perdón por la espera, callándose, naturalmente, la causa. Al salir de la entrevista a la que yo asistía requerido por el señor Puigmartí, el cónsul general de Francia, asombrado y sonriendo, me dijo:
    —En muy pocos días he conocido cuatro alcaldes: el marqués de Alella, el señor Maynés, el señor Banqué y ahora el señor Puigmartí. Todos muy amables, pero ¡quizá son demasiados!

    El día 10 se hizo pública la dimisión del señor Banqué. Me imagino lo tranquilo que comería aquel día diciendo a su esposa: «Ya no soy alcaide.» Su dimisión, a juicio incluso del gobernador, general Losada, fue motivada por haber recibido anónimos amenazadores. Es posible. Su temperamento de intelectual no era muy a propósito para recibir amenazas, aunque de momento sólo fueran escritas.

  • La banda municipal toca la Marcha Real y duerme en el Majestic en Madrid a un coste elevado para celebrar la fiesta onomástica del Rey

    Toda España estuvo representada, luciendo sus mejores trofeos históricos.

    La representación del Ayuntamiento de Barcelona, presidida por el alcalde barón de Viver, fue numerosa, a saber: siete tenientes de alcalde, seis concejales, el secretario y yo.

    Acompañando a la Corporación iba la bandera de la ciudad, sección de gran gala de caballería y de a pie de la Guardia Urbana, maceros y porteros de vara de gran gala. Y completaba la espléndida comitiva la Banda Municipal, con su director el maestro Lamote de Grignon. No exagero al decir que el desfile del Ayuntamiento de Barcelona, por su correcta presentación, produjo en Madrid verdadera sensación, hasta el punto de que el propio Monarca expresó al alcalde su admiración.

    En el momento de penetrar la comitiva en la plaza de Oriente, fue recibida con grandes aplausos y manifestaciones espontáneas de admiración. La prensa de Madrid dijo: «No se ha registrado en toda la manifestación un momento más grande que éste». En el momento en que la representación de Barcelona so situó ante SS. MM. la Banda Municipal entonó, con tiempo solemne y lento, la Marcha Real. Este detalle produjo un efecto general extraordinario.

    […]

    Ahora resulta interesante hacer constar que el viaje de ida y regreso a Madrid de la representación del Municipio, de la Banda Municipal, de los porteros de vara, macaros, Guardia Urbana de caballería (con sus caballos e infantería) costó cuarenta y cuatro mil ciento dieciocho pesetas con 85 céntimos y debe tenerse en cuenta que el alcalde, los tenientes de alcalde, los concejales, el secretario y yo, así como los maceros y porteros, nos hospedamos en el Palace y la mayoría de la Banda en el Majestic.

    A este gasto hay que añadir cinco mil pesetas, importe de diez libretas de ahorro de quinientas pesetas que se concedieron a diez niños o niñas de familias modestas, nacidos el 23 de enero de 1925.

  • Muere Juan Manuel Durán del Plus Ultra en un accidente aéreo

    El lunes 19 de julio de 1926 ocurrió una muy sensible desgracia en esta ciudad. Durante unas maniobras, en las que también tomaban parte buques, de guerra y aviones, el teniente de navío don José María Duran González, de 26 años, falleció víctima de un accidente aéreo. El aparato que tripulaba chocó con otro tripulado por el alférez de navío señor García. El señor Duran era uno de los héroes del vuelo España-Argentina en el avión «Plus Ultra».

    Apenas se tuvo noticia del desgraciado hecho, el alcalde accidental señor Ponsá me delegó para manifestar su pesar y el de la ciudad a las autoridades de Aviación y Marina. El entierro del capitán Duran desde el Hospital Militar, situado entonces en la calle de Tallers, hasta el cementerio del S.O. donde quedó depositado, constituyó una demostración de condolencia muy numerosa. Como nota interesante, por lo nueva e importante, destaquemos las evoluciones de dos dirigibles, arrojando flores al paso de la comitiva y las que realizó una escuadrilla aérea al llegar la comitiva a la calle Marqués del Duero. El cadáver del teniente Duran fue trasladado, por disposición expresa de don Alfonso XIII, primero a Cádiz y luego a Jerez de la Frontera, donde recibió sepultura en el panteón familiar [sic].

    Poco tiempo después de ocurrido el fallecimiento del teniente Duran, cerca del edificio del restaurante Miramar, (hoy edificio de la TV) se erigió un monumento en honor del fallecido.

    El lugar escogido es desafortunado, ya que nadie lo ve ni casi puede verlo aunque se lo proponga. Hace tiempo gestiono su traslado a un lugar adecuado del Parque. Veremos si lo logro. En el monumento, una placa reza: «Al teniente de navío don Juan Manuel Duran, tripulante del Plus Ultra». El pedestal sostiene una figura simbólica de bronce.

    Estoy seguro que muchos barceloneses no tienen la menor idea de su existencia, ni han leído jamás su inscripción.

  • Llegan navíos japoneses

    El Rey y las infantas permanecieron en Barcelona hasta el día 26; S. M. la Reina, salió para Londres unos días antes. El día 24, S. M. visitó, después de haber sido cumplimentado a la división naval japonesa surta en nuestro puerto, compuesta por los cruceros «Yakumo» e «Ydzumo».

    Esta visita regia le resultó al Ayuntamiento poco costosa. Sólo se gastaron diez mil setecientas ocho pesetas, representando el mayor porcentaje las flores y los coches.

    Los dos cruceros japoneses habían llegado a Barcelona el 22 de octubre y eran los primeros navíos de dicha nacionalidad que habían visitado nuestro puerto. El jefe de la División era el vicealmirante Seisuke Yamamoto. En el buque insignia viajaban de incógnito los príncipes Fushimi y Yamosina, que usaban los títulos de conde Onda y conde de Sakura; les acompañaba, en representación del Ministerio de Estado japonés, el señor Jakichiro Suma, secretario del citado Ministerio.

    Para recibirles, se trasladó el ministro plenipotenciario del Japón en Madrid, señor Tamekichi Onta, acompañado del primer secretario de la legación, señor Jorge Zogi Amasia y del secretario intérprete de la misión, señor Wakabayashi.

    Al lado de todos estos nombres, tan enrevesados de pronunciar, era un alivio hablar y llamar al cónsul general del Japón en Barcelona, don Jorge Delgado Granger, por supuesto español, La coincidencia de la visita de SS. MM. y de la escuadra japonesa proporcionó una gran animación a nuestra Barcelona de 1926, que río llegaba, ni con mucho, al millón de habitantes y en que la gente cono-» cida y aquí acomodada vivía, generalmente, de la Diagonal abajo.

    Un banquete por diez duros

    Los japoneses dieron un admirable ejemplo de corrección, desde el vicealmirante hasta el más humilde marino. En todos los actos oficiales hicieron gala de su distinción y no digamos de la habilidad de todos a la hora de las reverencias, que eran casi las veinticuatro del día. Para quedar un poco bien me vi precisado, a solas, a hacer ejercicios de cintura, para no quedarme atrás.

    El día 25 de octubre por la noche hubo banquete en el Hotel Ritz, mas un lunch que se sirvió a los oficiales al visitar el Ayuntamiento. El vicealmirante, el día 26, invitó al alcalde, barón de Viver, a un almuerzo que se sirvió a bordo de la nave almirante «Izumo».

    El banquete que se sirvió a los marinos japoneses en el Hotel Ritz, costó cincuenta pesetas cubierto y se compuso del siguiente menú:

    Ox-tail soupe aux perles
    Langosta cardinal
    Solomillo salsa Perigueux
    Patatas – zanahorias
    Alcachofas forestal
    Poulardes du Mans asadas
    Ensalada de apio
    Peras a la infanta
    Pastas y dulces
    Frutas
    Café.

    VINOS
    Amontillado Polo,
    Haut Sauternes,
    Vinícola Especial 1900,
    Paul Barr Dry 1910,
    Aguas minerales,
    Licores.