El gobernador civil primoriveriano despide al ayuntamiento y nombra a Josep Banqué, catedrático de griego, como alcalde por llevar un chaqué guapo; reacción de la alcaldesa

El 1.º de octubre, a las doce, se reunieron en la Sala de la Reina Regente los tenientes de alcalde y concejales del Ayuntamiento y los vocales asociados que habían acudido o podido acudir a la Casa Consistorial. La convocatoria para asistir fue repartida a primeras horas de la mañana del propio día. Cuando estuvieron reunidos, bajo la presidencia del gobernador civil, general Losada [Carlos de Losada y Canterac], se leyó muy fríamente la exposición y el Real Decreto que motivaba aquella reunión y en virtud de lo que se disponía en el decreto, fueron también fríamente invitados a retirarse los señores que componían el Ayuntamiento.

Siempre he recordado el descenso físico y político de aquellos señores por la escalera de honor del Ayuntamiento. Parecía que aquellas energías políticas, que yo tantísimas veces había visto demostrar a los señores Maynés y Rocha, pongo por ejemplo, se hubiesen transformado en una resignación impuesta por la Divina Providencia.

[…]

Después del despido me trasladé al salón de sesiones dispuesto para cumplir con mis deberes en circunstancias tan nuevas, delicadas y difíciles. Cuando llegué al salón se estaba buscando, entre los vocales asociados, ya concejales, al posible alcalde, quien, de acuerdo con el artículo primero del decreto, debía ser con preferencia una persona que ostentase titulo universitario o profesional.

No había de momento candidato y cuando con el ayudante del general, el comandante de Estado Mayor, mi buen amigo señor Martínez, realizábamos gestiones y averiguaciones, entró en el salón de sesiones don José Banqué Feliu, que vestía de chaqué con motivo de venir de la solemne apertura del curso de la Universidad, en la que desempeñaba la cátedra de griego. El chaqué le produjo al general Losada una grata impresión y desde la presidencia me preguntó quién era y cómo se llamaba aquel señor. Como sea que no le conocía, después de interrogarlo discretamente, informé al general, el cual dijo al secretario, señor Planas, que fuera nombrado alcalde, y así fue.

El más sorprendido fue el interesado. El señor Banqué, excelente persona, no sentía por la Alcaldía el menor interés. Los pocos días que desempeñó el cargo representaron para él un verdadero sacrificio. De la cátedra de griego a la firma de libramientos por millones de pesetas, existe una gran distancia, que el señor Banqué no pudo salvar.

Aquel día. 1.º de octubre, llegó a su casa más tarde que de costumbre. Su esposa, que estaba intranquila, le interrogó:
—¿Cómo es que llegas tan tarde? ¿Te ha sucedido algo?
El señor Banqué, con su hablar pausado, le contestó:
—¡Es que me han nombrado alcalde de Barcelona!
La mirada de la señora Banqué esperaba encontrar una sonrisa en la cara de su esposo, que justificara lo que ella supuso una broma, y le dijo:
—Bueno, quítate el chaqué, déjate de bromas y vamos a comer.
El señor Banqué, muy serio, repitió su afirmación, y entonces su esposa, que comprendía lo difícil del trabajo del esposo como catedrático de griego, supuso que en un empacho de estudios, había sido presa de un momentáneo ataque de locura. Y se asustó. No podía comprender cómo su marido, que había salido pocas horas antes de su casa siendo catedrático de griego, regresaba, así tan de repente, siendo además alcalde de Barcelona. Hasta que —con evidente retraso de la comida familiar— él. explicó detalladamente lo ocurrido, no pudo comprender que se había convertido en alcaldesa.

En la sesión celebrada por el Ayuntamiento el 8 de octubre quedó definitivamente elegido alcalde el señor Banqué. Sin embargo, duró poco, y casi puedo afirmar que el señor Banqué dimitió ante mí la Alcaldía.

Veamos cómo. Desde que tomó posesión se decía que el señor Banqué no podía digerir ni asimilar las complicaciones del cargo. Fallándome el 9 de octubre en su despacho, me avisaron que el cónsul general de Francia y tres representantes del Gobierno francés en la Exposición del Mueble a que hemos aludido anteriormente, deseaban cumplimentar al acalde y despedirse de él. Después de saludarles, les acompañé rogándoles tomaran asiento en el antedespacho mientras anunciaba su visita al alcalde. El señor Banqué me hizo repetir dos o tres veces el objeto y nombres de los visitantes. Añadió:
—Espere un momento y con mucho gusto les recibiré.

Regresé al antedespacho para comunicárselo a los visitantes y estuve
un ratito esperando que el timbre sonara o que el señor Banqué abriera la
puerta de su despacho. Como quiera que transcurría el tiempo y encontraba poco cortés la espera, con cierta autoridad, que quizá no me correspondía, pero que asumía para el mejor servicio de la ciudad, entré en el despacho del alcalde y con enorme sorpresa mía lo encontré vacío. Me dirigí al despacho de la secretaria particular, contiguo al del alcalde, y el conserje me informó que el señor Banqué, sombrero en mano, había salido hacía un momento en dirección a la escalera situada frente a aquella parte del edificio municipal y recayente a la calle.

Por otro empleado pude comprobar lo que había sucedido: el alcalde se había ido a su casa. Es fácil comprender mi situación. Era preciso encontrar un allcalde, no importaba cuál, pero que pudiese recibir a los delegados franceses. Afortunadamente se hallaba en la Casa don Ramón María Puigmartí, hombre práctico e inteligente, a quien por ser el primer concejal que hallé, expliqué lo que ocurría; asombrado y sereno, se dirigió a la Alcaldía, entrando en ella por la puerta de la Secretaría, mientras yo salía por la de enfrente, invitando a los visitantes a pasar al despacho del alcalde. El señor Puigmartí, con mucha habilidad, les pidió perdón por la espera, callándose, naturalmente, la causa. Al salir de la entrevista a la que yo asistía requerido por el señor Puigmartí, el cónsul general de Francia, asombrado y sonriendo, me dijo:
—En muy pocos días he conocido cuatro alcaldes: el marqués de Alella, el señor Maynés, el señor Banqué y ahora el señor Puigmartí. Todos muy amables, pero ¡quizá son demasiados!

El día 10 se hizo pública la dimisión del señor Banqué. Me imagino lo tranquilo que comería aquel día diciendo a su esposa: «Ya no soy alcaide.» Su dimisión, a juicio incluso del gobernador, general Losada, fue motivada por haber recibido anónimos amenazadores. Es posible. Su temperamento de intelectual no era muy a propósito para recibir amenazas, aunque de momento sólo fueran escritas.

Comentarios

Una respuesta a «El gobernador civil primoriveriano despide al ayuntamiento y nombra a Josep Banqué, catedrático de griego, como alcalde por llevar un chaqué guapo; reacción de la alcaldesa»

  1. Avatar de Alberto Pernales
    Alberto Pernales

    Ben trovato, pero en [ref526] leemos:

    Después de salir los concejales el gobernador civil, general Losada, manifiesta que con arreglo a lo que dispone el real decreto los vocales asociados deben elegir un alcalde interino, que ejercerá el cargo hasta que se implante la nueva organización, o se nombre, si así el gobierno lo estima procedente, un alcalde de real orden.

    Se suspende la sesión para que los vocales asociados puedan ponerse de acuerdo acerca la elección de alcalde.

    Reanudada cinco minutos después se efectúa el escrutinio, sacando el mismo general Losada las papeletas de la urna y anotando los votos además del secretario del Ayuntamiento, el jefe de Hacienda, señor Vidal y Guardiola y el jefe de policía señor Hernández Malillos. El escrutinio da el siguiente resultado:

    Don José Banqué y Feliu, 21 votos; don Ramón María Puigmartí y Planas, 1, y una papeleta en blanco.

    El presidente manifiesta que en virtud del resultado de la votación queda nombrado alcalde interinamente el señor Banqué, debiendo repetirse la votación en las dios sesiones siguientes, por no haber obtenido mayoría de votos (26).

    El nuevo alcalde señor Banqué, sensiblemente emocionado, da las gracias a los vocales asociados por la prueba de confianza
    que acaba de recibir.

    Dice que acudió a la sesión bien ajeno a la distinción honrosa e inmerecida que acababa de otorgársele. «Aunque los asuntos administrativos me son extraños, el imperio de la ley determina, que el nombramiento de alcaide recaiga en una persona que tenga un título profesional, y aunque el mío es muy modesto acepto el cargo, contando, desde luego con vuestro concurso, y en el desempeño de ese cometido, que, afortunadamente, será por breve tiempo, pondré toda mi buena voluntad para servir los intereses de Barcelona.

    Ha dicho el gobernador civil, y no sabe cuánto agradezco su manifestación, que será de corta duración este cargo, superior a mis fuerzas. Lo que me consuela en el cambio es que éste no implica ninguna censura para el Ayuntamiento que cesa en sus funciones.

    Reitero las más expresivas gracias a los vocales asociados, reitero mi propósito de poner toda mi buena voluntad en el ejercicio de un cargo tan importante como es el gobierno municipal de Barcelona, durante esa interinidad que, ojalá, sea lo más breve posible.»

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