28 de julio de 1909 - Excavación de unas monjas supuestamente enterradas en vida (880 + 112 + 10)

Al describir la quema de los conventos omitimos, por no dar proporciones desmesuradas al capítulo dedicado a dicho objeto, tratar un asunto del que han pretendido sacar gran partido los elementos reaccionarios. Nos referimos a la tan traída y llevada profanación de cadáveres.

Serenos e imparciales en nuestros juicios, no hemos de dejar sin censura lo hecho con tal motivo. No obstante, lo ocurrido tiene una explicación, según verá el curioso lector.

El convento de las Jerónimas, de rigurosa clausura, era uno de los más antiguos de Barcelona. Leyenda o historia, acaso parte de la una y de la otra, han circulado sobre el mismo diversas versiones según las cuales ocurrían en él cosas extraordinarias.

En efecto, en el antiguo teatro del Odeón, hoy desaparecido, se presentó una pieza, hace más de treinta años, con el título de Los misterios de un convento o la monja enterrada en vida. El asunto no era puramente imaginativo, sino reflejo de algo que había pasado y que la prensa liberal de Barcelona comentó extensamente durante muchos días.

De los relatos publicados se desprendía lo siguiente: durante una noche, un joven escaló las tapias del convento con objeto de coger unas naranjas, a fin de satisfacer los insistentes deseos expresados por su joven esposa, encinta en aquella ocasión. Añadíase que mientras estaba subido en el naranjo vio salir una especie de procesión de monjas, acompañando a una de ellas, de aspecto cadavérico, dirigiéndose al cementerio de la comunidad, adosado a la parte trasera del edificio, donde aquélla fue enterrada en vida. Apenas vueltas las monjas al convento, abandonó el asombrado joven su atalaya, haciendo público lo que acababa de presenciar.

Tal es el relato, que fue comentadísimo en toda la ciudad. Jaime Piquet, un popular autor dramático que por aquel entonces era empresario del teatro dicho, compuso una pieza con el citado título, que fue representada infinitas veces, con general aplauso del elemento liberal.[1]

Algunos años después ocurrió otro caso en el mismo convento. No pudiendo resistir por más tiempo los malos tratos de que era objeto una de las recluidas, escapó por la iglesia, lanzándose de una gran altura y fracturándose una pierna. Recogida por piadosas gentes, fue conducida al Hospital de la Santa Cruz, no sabiéndose más de ella. El hecho fue comentadísimo.

Al pueblo le quedaba la duda, pues, respecto a los misterios que ocurrían en el interior de aquel establecimiento. Y esa duda, agrandada por la fantasía popular, hacía suponer la existencia de monjas emparedadas, enterradas en vida y sometidas a los más atroces martirios.

Esto explica que al ser entregado el edificio a las llamas y al penetrar la multitud en el jardín y ver el cementerio, aquel cementerio de que tanto se había hablado, movida del irresistible deseo de aclarar el eterno misterio que envolvía aquel convento, destapase los nichos y extrajese los cadáveres allí depositados, viendo con asombro que todos tenían atadas las manos y los pies.

Como hay interés en mantener al pueblo sumido en la más completa ignorancia, no puede exigírsele al pueblo los conocimientos necesarios para explicarse ciertas cosas. De ahí que desconozca la costumbre observada en Cataluña desde largos siglos, y aún practicada al presente en algunos pueblos de la montaña, de atar las manos y los pies de los cadáveres apenas acaban de morir los individuos.

Con objeto de que todo el mundo viera las ataduras de los cadáveres, consideradas en la exaltación propia de aquellos momentos como prueba concluyente y decisiva de tormentos realizados, entre los reunidos en el jardín de las Jerónimas surgió la idea de pasearlos por la ciudad. Y dicho y hecho. Un grupo que no bajaría de un millar de individuos, cogió los catorce cadáveres extraídos de las tumbas y los condujo por las calles, abandonándolos en distintos sitios a medida que le salía al paso la fuerza pública. Tal fue lo ocurrido. En los demás conventos nada de esto se hizo.

Ya lo hemos dicho: no aprobamos el hecho, pero nos lo explicamos. Y menos aprobamos aún la existencia en el siglo XX de los conventos de clausura, que constituyen un escarnio a la civilización, a la justicia, a la higiene y a todo cuanto tiende a la perfectibilidad humana.

  1. [1]Se empezó a vender en 1885 y salió en el Odeón a partir de 1886. Algo tiene que ver con tanto piezas literarias como la novela La Monja enterrada en vida, ó, El convento de San Plácido de Pedro Mata Fontanet aka Garci-Sanchez del Pinar (1858) y la comedia La sepolta viva de Francesco Bartoli (1773) como mitos más antiguos relacionados al anacoretismo y a las visitas de San Jerónimo a las catacumbas – Horror ubique animos, simul ipsa silentia terrent. Puede ser que fuera el orígen de tractos antipapistas como The convent horror: the true story of Barbara Ubryk (1893).

, La revolución de Barcelona (1909). Leer más

Comentarios del compilador

http://absencito.blogspot.com/2010/02/nunsploitation-y-grand-guignol-en-la.html
1885 publicity stunt El empresario del teatro del Odeón recibió un oficio del Gobierno civil de la provincia, que dice así: «Orden público.—Núm. 71.—Considerando que la comedia titulada «La monja enterrada en vida» tiende á la propagación de una fábula calumniosa, propia para irritar las pasiones contra clases y personas dignas de todo respeto y que pudiera en este concepto producir una alteración del orden público, he tenido por conveniente prohibir su representación. Dios guarde á usted muchos años. Barcelona, 4 de febrero de 1885.—El gobernador interino, Eduardo Zamora.—Señor empresario del teatro del Odeón.»

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