[A]portaron á la presente playa dos galeras de Andrea Dória, que traian la noticia como S. M. tenia su exercito sobre la Goleta de Tunez.
Llega noticia del sitio de la Goleta, llave a Túnez
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[ref3498] cuenta:
Saliose presto Su Majestad de Útica, y fuese a poner a vista de Túnez, adonde estaba el corsario Barbaroja, el cual quedó atónito de ver tanta multitud de velas, que pasaban, entre grandes y pequeñas, de más de setecientas; pero lo que más espanto le puso fue saber que venía allí el Emperador en persona; cosa que nunca él pensó que fuera posible; y porque Aloisio Presenda, cautivo genovés, le había dicho que el Emperador no había de ir con la armada, sino sólo Andrea Doria, y no con tanto aparato como allí había; mandole luego cortar la cabeza, diciendo que le había engañado. Llamó a consejo sus capitanes: díjoles que no había qué temer, pues el tiempo era tan caluroso, la tierra herviente y arenosa, y los enemigos no acostumbrados a tan excesivos calores; y que si la guerra duraba, necesariamente, pues eran tantos, les habían de faltar mantenimientos; que todo el negocio consistía en defender la Goleta, por ser aquélla la principal fuerza de la ciudad y aun del reino. Diéronle todos muy buena respuesta, prometiéndole de morir o defender la Goleta. Estaban con Barbaroja tres o cuatro famosos corsarios; los principales eran, Sinán, judío; Haydino Cachadiablo, Saleco y Tabaques.
En llegando nuestra flota a la torre que llaman del Agua, mandó el César [Carlos] que todos comenzasen a saltar en tierra, tomando al largo la costa, porque saliesen a un mesmo tiempo. Hízose con tan buena orden, disparando artillería contra los moros y turcos que asomaban, que sin resistencia ninguna se puso en pocas horas el ejército en tierra. Tomó el Marqués lugar seguro para los alojamientos y mandó que nadie se moviese hasta que los caballos y artillería se desembarcasen. La tienda imperial púsola el Marqués entre las dos torres que se llaman del Agua y de las Salinas.
Enviáronse luego corredores a calar el sitio y asiento de la ciudad, y la calidad de la tierra; topáronse con algunos alárabes bien diestros y para mucho, los cuales mataron algunos de los corredores, y entre ellos murieron dos personas bien señaladas, Frederico Carrecto y Hierónimo Espínola, genovés. Con todo eso, algunas veces salía Su Majestad a correr el campo, con harto peligro de su persona, y tanto, que algunos lo tenían a temeridad; como quiera que en la guerra el Capitán General, mayormente siendo rey o emperador, el principal cuidado que ha de tener es guardar su salud, porque della pende la de todo el ejército que lleva.
Íbase cada día ganando tierra con los alojamientos hacia la Goleta, llevando delante sus trincheas y reparos para seguridad; trabajaban todos en hacerlas, porque siempre andaba Su Majestad entre los gastadores, que no le faltaba más de tomar el azadón. Cada día se trataban escaramuzas bien reñidas con los corsarios que salían de la Goleta.
Un día salió Saleco con buena parte de tu gente, y dio en un bastión donde tenía su estancia el conde Sarno con sus italianos. Saliole al encuentro el Conde, y el turco, por engañarle y desviarle de su gente, fingió que huía; y cuando le tuvo cerca de una emboscada, revolvió sobre el Conde con tanta furia, que le mató a él y a cuantos con él se hallaron, que apenas quedó ninguno; y si alguno huyó, tampoco pudo escapar, porque los turcos siguieron su alcance hasta volver a nuestro campo; y los españoles, según se dice, aunque pudieran, no los quisieron socorrer, porque tenían desabrimiento de que los italianos hubiesen tomado aquel lugar, por más peligroso y honrado, en competencia de los mesmos españoles. Llevó Saleco a Barbaroja la cabeza y la mano derecha del Conde, y hicieron con ella gran fiesta los turcos; de que Su Majestad sintió grandísimo dolor, porque el Conde era muy buen caballero.
No se gozaron mucho los españoles, si acaso les plugo, con la desgracia de los italianos, porque luego otro día salió de la Goleta Tabaques, y dio tan repentinamente en el cuartel de los españoles, que mató muchos en la trinchea y en el foso, y ganó una bandera de don Francisco Sarmiento, y mató al capitán Méndez, que de muy grueso no pudo huir. Fue tanto el peligro en que se vieron, que hubo de acudir Su Majestad a remediarlo y a castigar de palabra el descuido que habían tenido. Holgáronse mucho deste desmán los italianos; y como por la mayor parte todos eran bisoños, y los españoles soldados viejos, dábanles grita burlando dellos porque siendo tan cursados en la guerra se habían tanto descuidado, sabiendo que lo habían con gente arrebatada y que no peleaban sino como ladrones, de sobresalto.
Riñó muy de veras el Marqués a los capitanes y sargentos españoles este daño, y rogoles que procurasen con alguna hazaña notable enmendar el avieso y cobrar la reputación como quien ellos eran. Prometiéronselo todos, y cumpliéronlo muy bien; porque otro día, saliendo Jafer con sus genízaros y gran multitud de alárabes y moros en medio del día, subió con grandísima osadía sobre las trincheas, y comenzó a disparar de sus arcabuces, con tanta destreza, que si no estuvieran los nuestros sobre aviso, les hiciera mucho daño. Acudió de presto el Marqués con arcabuceros a pie y a caballo, puso los escuadrones en orden, y comenzose una muy hermosa escaramuza, la cual duró grandísimo rato en peso, hasta que Jafer cayó muerto, y los suyos comenzaron a huir. Siguiose el alcance hasta las puertas de la Goleta con tanto ímpetu, que no tuvieron los que huían tiempo de entrar por la puerta principal. Muchos se quedaron fuera, y otros se escaparon por caminos secretos. Al retirar deste alcance se tuvo grandísimo trabajo, porque Sinán el judío, disparó muchas piezas de artillería donde la Goleta, con que mató muchos de los nuestros, y principalmente al alférez Diego de Ávila, y Rodrigo de Ripalta salió mal herido.
Con este próspero suceso cobraron los españoles nuevo ánimo y los enemigos se comenzaron a encoger. Su Majestad que no quería gastar el tiempo en cosas de poca importancia, como vio que los suyos estaban contentos y con buena gana de pelear, determinó dar una batería fuerte a la Goleta, temiendo no les viniese a los cercados algún socorro, o recreciese en los suyos alguna enfermedad, porque de día hacía excesivos calores, y de noche frigidísimas rociadas. Batiose la Goleta por mar y por tierra con grandísima furia, en 12 días del mes de julio del año de 1535. Duró la batería donde la mañana hasta pasado mediodía; parecía que se hundía el cielo y la tierra, tanto, que del gran ruido se alteró la mar, que parecía estaba en tormenta: pusieron por tierra una torre con tus barbacanas; todos las troneras donde los turcos tenían su artillería vinieron el suelo con los mesmos artilleros, y quedó tan abierto el muro, que fácilmente se pudo dar el asalto. Cuando hubieron de arremeter salió delante un fraile con un crucifijo en las manos, animando a los soldados a la pelea, y lo mesmo hacia Su Majestad, que andaba de uno en otro, esforzando a todos. Fue tan animoso el acometimiento, que Sinán y los suyos no osaron esperar, y se salieron huyendo por una puerta trasera, y se fueron a meter en la ciudad. Ganose con esto fácilmente la Goleta, y juntamente se ganaron casi todas las galeras de Barbaroja, que las había él sacado y puesto en seco. Fue increíble el contentamiento del Emperador cuando vio que al tirano se le habían quitado los instrumentos de sus latrocinios; y por el contrario, quedó desesperadísimo Barbaroja de veras de galeras: dijo a Sinán muchas palabras injuriosas porque se había venido huyendo, y respondiole con mucha paciencia: Yo te digo, Señor, que si yo hubiera de pelear con hombres, que no huyera; mas no me pareció cordura tomarme con Satanás, y por eso me quise guardar para mejor tiempo. Con esto se asosegó Barbaroja un poco…
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