Los días 19 y 20 de julio de aquel año las turbas incendiaron la basílica de Merced, hecho que repitieron en días sucesivos. La imagen de la Virgen fue arrojada de su trono del camarín y quedó en el suelo del presbiterio.
El reverendo Luis Pelegrí Nicolau, presbítero beneficiado de la parroquia de San Miguel y de la Virgen de la Merced, enterado de la situación de la imagen, se puso en contacto con la familia Coll Muñarch, feligreses de la Merced, que vivían en la calle Ancha número 29 y tenían relación de amistad con el consejero de gobernación de la Generalidad de Cataluña don José María España Sirat, cuya biografía ha escrito en 1997 Albert Manent.
Los Coll Muñarch se encontraban ya sin cabeza de familia, pues el padre, notorio por su ideas religiosas y tradicionalistas, tratando de escapar a la persecución religiosa, había huido a Ciutadilla; pero allí fue detenido por el comité local; conducido a Barcelona, encarcelado en la sede del PSUC del hotel Colón de la plaza Cataluña, finalmente fusilado en la avenida de Montserrat por una patrulla de milicianos y rematado con el tiro de gracia que le disparó un muchacho de diecisiete años.
Teresa Coll Muñarch, que contaba veintidós años de edad en 1936, fue informada por mosén Luis Pelegrí del estado del interior de la destrozada basílica, así como de la existencia de las joyas de la Virgen. Teresa Coll se entrevistó con el consejero España y le comunicó que detrás del camarín de la Merced había una caja fuerte con las joyas del tesoro de la Virgen, que los revolucionarios anarcosindicalistas de la FAI no habían querido forzar, creyendo que el párroco había colocado dentro una bomba. Teresa sugirió al consejero España que, a cambio de las joyas, se pudiera salvar la sagrada imagen. Aceptó la proposición el Consejero y, como consecuencia de ello, más o menos a las cuatro de la tarde de martes 27 de agosto de 1936, un grupo compuesto por dos carabineros, dos guardias civiles, dos guardias de asalto, tres agentes escoltas de la confianza del Consejero, un cerrajero y la señorita Teresa Coll Muñarch salió de la consejería de Gobernación, o sea de la actual delegación del Gobierno, antes Gobierno civil en la avenida del Marqués de la Argentera, y se dirigió en una camioneta descubierta a la basílica de la Merced. El grupo fue observado continuamente por elementos armados de la FAI que, al ver a los agentes de orden público, permanecieron prudentemente alejados.
Penetró el grupo en la iglesia y, habiendo subido al camarín, el cerrajero procedió a perforar la caja fuerte con un soplete. Hallaron las joyas que Teresa Coll retiró con sus manos a través del orificio practicado por el cerrajero. Acto seguido iniciaron el descenso, pero al pasar frente a la imagen de la Virgen, tirada en el suelo del presbiterio al lado del Evangelio, la señorita Coll sugirió que aquella imagen del siglo XIV tenía un gran valor artístico y que debían llevarla igualmente. El cerrajero y uno de los guardaespaldas del Consejero la llevaron a la camioneta descubierta, donde Teresa Coll la tapó con una sábana y una manta que había cogido en su casa con este propósito.
La camioneta desde la basílica incendiada se dirigió a la puerta principal de Capitanía, con los guardias civiles subidos a los estribos para atemorizar a los de la FAI, y fue desde la plaza de la Merced a Capitanía y, en el patio de honor, entonces abandonado y vacío, descargaron la imagen y la situaron en el cuarto de los trastos de limpieza, debajo de la escalera principal, donde estaba también el sarcófago de santa María de Cervelló, extraído previamente, bajo la custodia del conserje de Capitanía. Inmediatamente el grupo fue a la consejería de Gobernación a depositar las joyas del tesoro de la Virgen hasta la mañana siguiente, en que las llevaron al palacio de la Generalidad donde fueron entregadas. Terminada la contienda las joyas, que fueron convenientemente inventariadas, fueron devueltas a la iglesia.
La imagen de la Virgen permaneció en Capitanía hasta el 28 de septiembre de 1936 en que fue llevada al museo de arte del palacio nacional de Montjuïc hasta 1939, cuando fue restituida a la basílica y reanudado su culto hasta hoy después de ser restaurada por Feliciano Veciana de Barcelona.