Etiqueta: castillo de Montjuic

  • La Jamancia: nada de carne, deserciones, incompetencia militar

    (Jueves)

    Hoy hemos amanecido con tranquilidad. A la madrugada se han desertado y pasádose á la Ciudadela 4 soldados y 2 sargentos de la compañía de salvaguardias.

    Otro soldado de la misma iba también á verificarlo; pero ha sido cogido y presentado á la comisión militar: se asegura que mañana lo fusilarán. Esta tarde á las dos y media los de Sarriá y Berga han empezado á molestar desde la falda de Monjuí á los centinelas de la muralla que mira aquel punto. Cansados los centralistas de sufrir tanto tiroteo han salido en persecucion de sus contrarios quienes fingian ir perdiendo terreno al paso que destacaban otra partida de los mismos para circumbalar á los de la ciudad, y cortarles la retirada. Estos últimos se habian adelantado ya hasta muy cerca de la Font Trobada é iban á ser envueltos, cuando observándolo el Sr. Gobernador de la plaza les mandó que se retirasen sin pérdida de tiempo. Visto por Monjuí que la emboscada no habia tenido efecto, y que los centralistas regresaban á Barcelona, les ha disparado algunas balas y granadas, dirigiendo en seguida sus fuegos contra Atarazanas donde estaban arreglando una batería. Uno de sus tiros ha derribado una viga, la cual ha desgraciado á uno de los trabajadores. La escaramuza de esta tarde ha costado á los centralistas 3 heridos de bala de fusil; se ignora la pérdida de los del gobierno.

    A las cuatro una comision de la Junta ha ido á prender al Capellán del presidio acusado de suborn?? á los presidarios para que desierten y de estar en inteligencia con el general Sanz. Lo han llevado primero á Atarazanas, pero mas tarde lo han trasladado á la cárcel nacional á disposición del consejo militar que tiene sus sesiones en la Sala del mismo edificio.

    Hoy no ha habido carne ni aun para caldo.

  • La Jamancia: poco ganado, poca fusilería

    (Lúnes)

    En la madrugada de hoy han entrado 53 carneros y 15 machos cabríos.

    No se oye ningun tiro.

    A las 10 y ½ de la mañana la Ciudadela ha disparado un cañonazo sin bala, y luego se han oido dentro de su recinto músicas de regimiento que han ido recorriendo sus baterías y murallas tocando el himno de Riego. En seguida se ha oido un gran repique de campanas en la Barceloneta que ha durado cerca de una hora.

    A las once y media la Ciudadela y fuerte de Don Cárlos han hecho salva tambien sin bala. Monjuí no ha disparado ningun cañonazo.

    Por la noche se ha sabido que el general Sanz habia recibido el parte oficial de la entrada de Concha en Zaragoza.

  • La Jamancia: falta carne, un robo en casa Bonaplata

    (Sábado)

    En toda la mañana no ha ocurrido nada digno de notarse.

    A las cuatro menos cuarto de la tarde Monjuí ha observado que en Atarazanas estaban arreglando un parapeto construido de sacos de tierra para resguardarse de los fuegos que les pudiera dirigir aquel fuerte, y al momento les ha disparado seis tiros, tres de bala y otros tantos de granada, obligándoles á desistir de su empeño. A las 8 de la noche Monjui, ha vuelto á disparar otro cañonazo, y ya no ha tirado mas.

    Tampoco ha entrado hoy carne de ninguna especie.

    Como esta tarde se ha consumado el escandaloso robo de casa Bonaplata, proyectado y empezado el dia 31 del pasado, creemos deber esplicar hoy las circunstancias que lo acompañaron.

    En el citado dia 31 por la tarde se presentó en casa de D. Salvador Bonaplata, una comision de la Junta acompañada del alcalde de Barrio, la cual, só pretesto de buscar simples para hacer pólvora, hizo en la misma un reconocimiento el mas riguroso. Estando en esta operación dieron con un cofrecito que, segun dijeron los dependientes de la casa, pertenecía á un sugeto de Valencia: mandaron no obstante abrirlo, y como estos no tenian las llaves, hicieron que lo descerrajasen, y entre otras cosas encontraron dentro de él 400 duros, unos pendientes de diamantes y un rosario engarzado de plata con una cruz del mismo metal. Verificado todo eso, ordenaron al encargado de la casa que abriese el escritorio del amo, dentro del cual encontraron doscientos y tantos duros y una llave muy buena, que al instante se figuraron ser la de la caja. Siguieron el registro, y como no encontrasen nada mas, se llevaron los dineros del escritorio y del cofrecito, las halajas que este encerraba y además la mencionada llave.

    El dia 2 del presente volvieron los mismos, aunque segun parece mejor informados, y despues de un registro escrupuloso dieron al fin con una caja de hierro. Mandaron al encargado de la casa que la abriese, y este se escusó con que no tenia ni sabia donde paraba la llave. Entonces resolvieron enviar á buscar un cerragero para que la abriese ó la desbaratase, en vista de lo cual dicho encargado recordó á la comisión que en el registro anterior se habian llevado una llave de dentro del escritorio de su amo, y que esta podria ser tal vez la de la caja. Convinieron en ello los que componían la comision, y mandaron á uno de ellos mismos á que fuese á buscar la citada llave. Volvió este á poco rato con ella y abierta la caja mandaron al encargado de la casa que contase el dinero que en ella habia, el cual ascendia á la cantidad de dos mil trescientos cuarenta y tantos duros, los cuales volvieron á la misma caja, que volvieron á cerrar, llevándose tan solo la llave.

    Hoy han vuelto otra vez, han contado de nuevo el dinero y viendo que habia la misma cantidad que habian dejado el dia 2, se lo llevaron dejando la llave en la cerradura.

  • La Jamancia: deserciones

    (Lunes)

    Anoche á las doce dadas, los individuos de la guardia del rebellín de san Pedro han observado que se pasaban á las tropas del gobierno el sargento de la misma. Inmediatamente han dado parte al señor Gobernador de la plaza, quien ha mandado tocar generala y ha mudado el santo en todos los puntos de la ciudad. A las siete y cuarto de la mañana, Monjuí ha disparado cuatro tiros de cañon porque ha visto que trabajaban en las baterias del mismo fuerte.

    A las 2 y media de la tarde pasaba una partida de tropa desde la Barceloneta á la puerta de D. Cárlos. El destacamento que hay en el baluarte del mediodia, ha disparado contra ellos varios tiros de fusil habiéndoles herido un individuo: el fuerte de D. Cárlos que lo ha observado ha disparado un metrallazo y varias balas rasas contra dicho fuerte; y en seguida la Ciudadela y Monjuí se han hecha una seña, y juntos han empezado á arrojar balas rasas y granadas, aquella contra el baluarte del mediodia y bateria de san Sebastian, y esta contra dicha bateria y Atarazanas. Este cañoneo ha sido lento pero ha durado hasta las nueve de la noche.

  • La Jamancia: el círculo se estrecha

    (Martes).

    Hoy á las ocho y media de la mañana, viéndolos de la Ciudadela que los centralistas estaban recomponiendo las baterias y parapetos del baluarte del mediodia, y las barricadas inmediatas al matadero, han empezado á metrallazos y balas rasas contra aquellos fuertes. El de D. Cárlos ha tomado tambien parte en la refriega haciendo fuego contra dicho baluarte.

    Hace dos dias que las tropas del gobierno están construyendo dos baterias en las faldas de Monjuí. Veremos de que clase de piezas las montan.

    Hoy me ha asegurado una persona que se roza mucho con los vocales de la Junta, que habiendo preguntado á D. Vicente Soler individuo de la misma, á cuantos millones de reales ascendia el dinero en efectivo que se habian llevado de las casas de varios particulares, este le contestó, que con su intervención, no pasaban de dos millones de reales.

    Los fuegos de artillería han continuado todo el dia, aunque muy lentos y con algunos intervalos. Monjuí ha disparado contra Atarazanas esparciendo algunas granadas contra la poblacion.

  • La Jamancia: hambre, fusilería, decoraciones militares

    (miércoles).

    Hoy á las 9 menos cuarto de la mañana han empezado la ciudadela y fuerte de D. Carlos á disparar contra el baluarte del mediodía y bateria de san Sebastian. Monjuí tambien ha hecho algunos disparos contra Atarazanas y la Ciudad, y el fuerte pio y la Ciudadela contra el rebellin de san Pedro y Puerta nueva. El fuego aunque lento ha durado todo el dia.

    A las diez de la noche el fuerte de D. Carlos ha disparado cuatro cañonazos con bala al baluarte del mediodia. Tampoco hoy ha entrado ganado de ninguna especie.

    La Junta Suprema ha publicado con esta fecha un decreto concediendo la cruz llamada de hierro á los que se han pronunciado desde el 1.° de Setiembre de este año, y han contribuido á la defensa de la bandera de Junta Central (1).

    (1) JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.
    Deseando esta Junta remunerar debidamente los inmensos sacrificios que han prestado, y los gravisimos compromisos que han arrostrado los valientes del ejercito, Milicianos nacionales y de cuerpos Francos, desde que nuestros enemigos pusieron un riguroso sitio a esta Ciudad, decreta:

    ARTICULO. 1.° Se concede una cruz laureada, denominada de Hierro, cuyo modelo se ha presentado á la aprobación por la seccion de guerra, á todos los patriotas que desde el dia 1.° de setiembre de este año se pronunciaron á favor de la bandera de Junta Central, y han permanecido dentro del recinto de esta plaza con las armas en la mano, ó contribuyendo de otro cualquier modo á la defensa de nuestra justa causa.

    Art. 2.° La cruz concedida en el articulo antecedente tendrá en el anverso la inscripcion: Barcelona agradecida: y en reverso: á los sitiados en el bombardeo de 1845; y la llevaran los agraciados, pendiente de una cinta encarnada en el pecho, y los concejales del Excmo. Ayuntamiento que han permanecido en esta Ciudad, y Autoridades todas colgada del cuello.

    Art. 3.° Todas las personas comprendidas en este decreto, podrán ademas usar de la placa de distinción igual á la cruz, con la inscripcion del anverso y del reverso.

    Barcelona 8 de noviembre de 1843.
    El presidente Rafael Degollada.— Vicente Soler.—José Masanet.—Agustin Reverter.—Antonio Benavent.—Miguel Tort.—Tomas Maria du Quintana.—José de Caralt.—Vicente Zulueta.—Tomas Fábregas.—Antonio Rius y Rosoll, vocal secretario.

  • La Jamancia: más muralla y fusilería, negociaciones

    (Jueves).

    A noche los de la ciudad siguiendo las instrucciones de un injeniero belga han levantado una pared de mas de veinte palmos de alto para librarse de los fuegos de Monjuí, y tal vez de la font trabada, en la muralla del extremo de la calle del conde del asalto.

    Hoy á las siete de la mañana lo ha observado Monjuí, y ha empezado á disparar contra dicha pared balas rasas, las cuales han causado varias desgracias por aquellas cercanias habiendo caido una dentro el patio de las mugeres en la cárcel. Tambien el fuerte de D. Cárlos y la ciudadela han hecho fuego contra el baluarte del mediodia. Esto ha durado todo el dia pero con algunos intervalos.

    A la tarde han entrado dos oficiales de parlamento, uno de la division de Prim, y otro de la de Ametller. Ambos, segun se asegura, han venido de Gerona dirigidos á la Junta Suprema para hacerle saber que aquella ciudad habia reconocido ya el gobierno de Madrid.

    Al punto se han reunido la Junta y los comandantes de los batallones, y despues de varios debates se ha acordado que pasasen los dos comisionados de Gerona con otros dos de esta ciudad al cuartel general de Gracia para hablar con el capitan general Sanz.

    Parece que esta noche duermen aqui los dos oficiales parlamentarios.

  • La Jamancia: violencia al fracasar negociaciones, medidas contra robos

    (Martes).

    En vista de la resolucion tomada ayer por los centralistas el capitan general ha regresado á Gracia mandando antes que se rompiesen de nuevo las hostilidades. Monjuí ha disparado esta mañana 15 granadas y 10 balas rasas contra Atarazanas y los fuertes de la ciudad, habiendo reventado una de aquellas en el patio de las mugeres en la cárcel, pero sin haber causado ninguna desgracia.

    Hoy se ha observado que bajaban de Monjuí algunas piezas de artilleria, sin duda para armar las baterias que están construyendo en las faldas de la montaña.

    En toda la tarde no ha cesado el fuego de fusileria por la parte de Monjuí y carretera de Sans.

    La Junta ha publicado hoy la comunicacion de Ametller (1) de que hablamos mas arriba, y un decreto ordenando á los vecinos de esta ciudad, que no abran sus casas de noche á nadie que no se presente con el alcalde de barrio y dos vecinos conocidos (2).

    Ademas de los dos documentos citados se ha publicado con esta fecha la interesante orden del gobierno que se copia en la nota (3).

    (1) JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.

    Esta Junta acaba de recibir del Excmo. Sr. Capitan General D. Narciso de Ametller la siguiente comunicacion.==
    Excmo. Sr.–Por el oficial comisionado que envié, ya sabrá V. E. mi salida de Gerona, con armas, municiones, artilleria, carros y pertrechos; tambien habrá dicho á V.E. mis ideas y planes. Constancia y firmeza y triunfaremos. Toda Galicia es nuestra, reina la desconfianza entre los contrarios y por consecuencia el desaliento. He visto las comunicaciones que V. E. ha dirigido al coronel Martell, y debe V.E. estar en la seguridad de que nada haré sin contar con su consentimiento.

    No dé credito V. E. á nada que le digan de transacción á no ser que yo mismo se lo anuncie por medio de una comision. Olivenza, plaza fuerte de Estremadura, se ha pronunciado con el provincial de Cáceres. Se dice que Zaragoza se vuelve á moverse. Animo y constancia.—Figueras 10 de noviembre de 1843.=A las ocho de la noche.—Excmo. Sr. Narciso de Ametller.

    Lo que se publica por acuerdo de la Excma. Junta Suprema.

    Barcelona 14 de noviembre de 1845—El vocal secretario, Antonio Rius y Rosell.

    (2) JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.

    Esta Junta tiene noticia de que en alguna de las casas d? esta capital se han hecho reconocimientos sin la debida autorizacion y aun sin asistencia de los Sres. Alcaldes de barrio, y como semejante proceder es altamente escandaloso y punible, la Junta decreta:

    ARTICULO 1.° Los vecinos de esta capital resistirán á toda persona que se prosente á sus casas para reconocerlas y no lleve autorizacion de la Junta y vaya acompañada de un alcalde de Barrio.

    Art. 2.° Esta Junta ha acordado no autorizar á persona alguna para practicar reconocimientos de noche, por consiguiente los vecinos no tendrán obligacion de abrir las puertas á no ser á los alcaldes de barrio acompañados de dos vecinos conocidos de la casa, ó á los Sres. Alcaldes Constitucionales y Municipales.

    Art. 3.° Quedan nulas sin valor ni efecto las autorizaciones que hasta ahora ha dado esta Junta, y solamente se considerarán legítimas las que lleven fecha posterior á este decreto , y vayan firmadas por el presidente y secretario y selladas con el sello de la Junta.

    Barcelona 14 de noviembre de 1843.

    El presidente, Rafael Degollada.==El vocal secretario, Antonio Rius y Rosell

    (3) ORDEN DEL GOBIERNO DEL 14 DE NOVIEMBRE DE 1843.

    Art. 1.° Los Sres. Comandantes de los batallones de Milicia nacional que ocupan esta plaza, se servirán disponer que de cada uno de los suyos respectivos se nombren dos patrullas, la una desde el anochecer hasta las doce de la noche, y la otra hasta el amanecer; componiéndose cada una de ellas de un oficial y veinte individuos, las que recorrerán constantemente las plazas j calles de esta ciudad para hacer observar el orden, arrestando á las personas que lo perturbasen; y si fuesen aprehendidos ladrones infraganti, serán en el acto pasados por las armas. Las patrullas que deben salir al anochecer, deberán hallarse formadas en la Rambla de los Estudios con la debida anticipación, donde un señor Ayudante de plaza les comunicará instrucciones.

    Art. 2.° Á la hora de la retreta todos los individuos pertenecientes á la M. N. de todas armas, los cuerpos francos y demas fuerzas permanecerán en sus respectivos cuarteles hasta el toque de diana, incluyéndose en esta medida los Sres. gefes y oficiales.

    Art. 3.° Los Sres. Comandantes de los distritos y los de las guardias del recinto, no permitirán el pase á persona alguna por el mismo, que no sean las autoridades, oficiales ó milicianos nacionales.

    Art. 4.° Se previene á todos los milicianos nacionales usen siempre el uniforme y fornitura aunque no estén de servicio.

    Art. 5.° En el caso de atacar el enemigo decididamente algun punto, toda la fuerza franca de servicio se pondrá sobre las armas en sus cuarteles; mas no será reforzado ningun puesto sin espresa orden de este gobierno, a no ser en un caso estraordinario.

    Art. 6.° Los comandantes de los distritos prohibirán bajo su mas estrecha responsabilidad, que ningun individuo suba á la muralla á hacer disparos, sino cuando se ordene.

    Art. 7.° Esta orden será leida á todos los batallones y demás fuerza armada por tres dias consecutivos á la hora de la lista de la tarde por sus respectivos gefes. Todo lo que se hace saber en la orden de este dia para su mas exacto cumplimiento.—El Gobernador, Villavicencio.

    ADICION Á LA ORDEN DE ESTE DIA.

    Habiéndose notado el abuso de que algunos Señores segundos comandantes del ejército y cuerpos francos de ultimamente ascendidos por la Excma. Junta Suprema, usan la divisa de primeros comandantes, se previene que las insignias que les corresponden, segun reales órdenes y reglamentos vigentes, es un galon en la vuelta, de oro ó plata, segun los cabos del uniforme, y baston de mando.—El coronel gobernador, Villavicencio.

  • La Jamancia: relativamente tranquilo, negociaciones

    (Viernes).

    A noche Monjuí ha disparado algunas balas rasas y granadas contra las atarazanas y las baterias de las murallas que miran á aquel fuerte.

    Esta mañana en una casa de la Boria, tienda de latonero, queriendo algunos individuos de la misma descargar una granada que no habia reventado, ha estallado dicho proyectil con el roze del martillo y demás instrumentos que se valian para verificarlo, habiendo herido de gravedad á cuatro personas.

    Hoy á la una de la tarde ha salido una comision para llevar al capitan general la comunicacion que viene en la nota. (1) A las cuatro ha regresado la comision portadora del pliego. A los 5 ha entrado el capitan general en la ciudadela donde debia avistarse con los señores Caralt, Prats, Parreño, Montoto, y Balzo, comisionados para conferenciar sobre el convenio. Como dichos comisionados no pudieron presentarse á la hora convenida se ofició al citado general, que lo verificarian mañana á las diez de la misma.

    En vista de la generosa oferta de D. Laureano Sanz de entregar sus dos hijos en clase de rehenes, el cónsul de Grecia le ha dirigido la comunicacion que se copia en la nota (2).

    (1) JUN?? SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.

    Comunicacion que ha dirigido por el órgano de la Junta Suprema al Excmo. Sr. Capitan General, la reunion de los cuerpos de esta guarnicion.

    Excmo. Sr.

    Reunidas en el salon de costumbre, por medio de comisiones, las fuerzas de esta guarnicion y otras corporaciones para tratar de la comunicacion de V. E. del dia de ayer, relativa á la noticia de haberse declarado mayor de edad á la Reina Doña Isabel II, con cuyo motivo propone V. E. de nuevo el convenio cuyas bases remitió en 11 del actual, se ha acordado contestar á V. E. que se hallan dispuestos á admitir un acomodamiento con tal que sea honroso.

    La bandera de Junta Central proclamada dentro de estos muros, y que han enarbolado varias otras provincias, es la misma que abrazó y juro sostener el Ministro universal D. Francisco Serrano, al encargarse de las seis carteras por especial decreto de la Junta de Barcelona, bandera que esta guarnicion defiende con honor y bizarria, mientras otros pueblos la han secundado: bandera que levantó la ciudad de Barcelona inscribiendo en ella el sacrosanto lema de union de todos los liberales. Bajo de este concepto esta rica Capitaly sus valientes defensores no pueden ser considerados como rebeldes, y cuando se trata de un acomodamiento, deben mediar los pactos que se hacen á hombres libres, que profesan principios fijos, que los abrazan por conviccion y los defienden con heroismo.

    En el sistema representativo que nos rige, el órden de mayorías es la Suprema Ley, á él deben sujetarse los que se precian de ser liberales; los defensores de esta ciudad sin querer indagar las causas de que la bandera de Junta Central no ondee triunfante en todas las provincias de España, respetaran el hecho, y sin pretender dar la ley á las demas recibirán y obedecerán al gobierno que el resto de la nación haya recibido y obedecido.

    Al volver á formar una misma familia con esta gran nacion, á que se honran de pertenecer, no es justo, legal ni politico que se les trate como á un pais conquistado. La razon, la sana moral y la conveniencia pública aconsejan un entero olvido de lo pasado, y aun el que se sancionen algunos actos que ha llevado en pos de si un pronunciamiento, que jamás podrá dársele el nombre de rebelion.

    El haberse declarado la mayoria de S. M. es un hecho importante para toda la nacion: los defensores de esta Capital no entrarán en cuestiones de derecho y lo recibirán como un hecho consumado, sin acordarse de otra cosa, que la que ha sido declarada mayor edad antes del tiempo que prescribe la Constitucion, es la Reina de las Españas, que piensa inaugurar su reinado, segun la comunicación de V. E., abrigando bajo su manto á todos los Españoles.

    Los que defienden con tanto valor á esta ciudad, podrán sin faltar á su honor, prestarse á un tratado razonable, cual conviene á su dignidad, de otra suerte están resueltos á envolverse en las ruinas de la segunda Capital de España.

    Las amplias facultades con que S. M. ha investido á V. E., allanan el camino de dar cima, á la grande obra de reconciliacion.

    En este concepto la guarnicion de la ?laza, ??? medio de su fiel órgano la Junta Suprema, que es la única Autoridad; que actualmente acata y reconoce, propone á V. E. el que cinco comisionados que nombrará dicha guarnicion, pasen a este cuartel general para tratar del convenio y de su ejecucion.

    Barcelona 17 de noviembre de 1843.== El Presidente, Rafael Degollada. — El vocal secretario, Antonio Rius y Rosell.

    (2) Excmo. Sr.==Barcelona 16 noviembre de 1843.== Si los leales y francos antecedentes de V. E. no fuesen tan conocidos ya en la España, y en particular en Cataluña, la circunstancia de ofrecer V. E. sus dos hijos en garantia para estar cerca de la Junta y comprometidos, seria una solemne prueba de la ilimitada confianza que V. E. merece y que la Junta no puede menos de apreciar, y que á ningun título debe esta admitir, porque los hijos de V. E. no pueden ni deben separarse del lado de tan buen padre. Los temores, segun veo, (y en mi concepto fundados), que tiene la Junta de ser víctima del furor del pueblo, y aun de sus mismos francos y nacionales, son los que han dado lugar á solicitar una seguridad; pero si desgraciadamente tuviesen desconfianza en lo que V. E. promete, cosa que no creo, ni dicha Junta me ha significado jamás en las entrevistas motivadas por la conclusion que nos ocupa; la he manifestado, que renunciando á todas las inmunidades que mi carácter de representante estranjero pueda concederme, pasaré á Atarazanas ó al punto que la misma Junta designe, como garantía de cuanto V. E. ofresca en la Capitulacion y fuera de ella: han respondido sus individuos que en tanto no les cabe ninguna duda en que V. E. cumplirá ecsactamente lo pactado y ofrecido, que no conocen necesario que los hijos de V. E. se separen de su lado, ni admitir mi garantía, que he ofrecido á la Junta con la mayor sinceridad.

    Por la comunicacion que V. E. recibirá con un parlamento, se enterará V. E. de los deseos sinceros que hay en esta, de parte de toda la fuerza armada de concluir de una vez; por lo tanto suplico á V. E. se sirva acceder á la peticion, y se digne recibir una comision para tratar del convenio y de su ejecucion.

    Le mayoria de la fuerza armada que hay en esta se ha pronunciado decididamente en favor de la transaccion, y no dudo que al momento que V. E. tenga á bien recibir la comision, que espera la superior orden de V. E. para presentarse, quedará definitivamente arreglado, y esta fuerza rebelde sometida á S. M., porque la poblacion, es por demas decir á V. E. que no ha sido desleal ni á su Reina ni a su Patria.

    Saludo a V. E. con la mayor consideracion y respeto. = El Cónsul general de Grecia y encargado del consulado general de Portugal. = Pedro Olivas. =Excmo. Sr. D. Laureano Sanz, Capitan general de Cataluña, y gefe de su Ejército.

  • La Jamancia: empieza la reconstrucción

    El capitan general ha espedido hoy otro bando sobre la devolucion de los efectos de vestuario, equipo, y monturas pertenecientes al Ejército (1 [not OCRed]).

    Tambien ha publicado otro ordenando la presentacion en el fuerte de Atarazanas de los individuos de cuerpos francos, soldados y presidiarios que habian empuñado las armas en favor de la Junta Central (2 [not OCRed]).

    El Ayuntamiento Constitucional de cuya creacion hablamos en el diario de ayer, ha publicado tambien con esta fecha la alocucion que en la nota (3 [not OCRed]) se traslada, digna bajo todos conceptos de ser leida y conservada por las sabias máximas que en ella se consignan.

    Don Gregorio Villavicencio se ha despedido hoy dentro el buque se halla á bordo, de los nacionales de Barcelona con el siguiente escrito (4 [not OCRed]).

    Esta mañana he recorrido toda la línea de los centralistas empezando por el fuerte de san Pedro, y siguiendo por el paseo de S. Juan, calle del rech condal hasta la pescaderia y pasando en seguida á visitar el Jardin del general, lavadero nuevo, matadero, baluarte del medio dia, muralla nueva del mar, plaza de san Sebastian etc., y confieso que me han dejado atónito tanto las fuertes barricadas que hay en todo este espacio, como las muchas desgracias que se notan en los edificios del mismo.

    En primer lugar la casa mas próxima al peso de la leña, está medio arruinada. Las inmediatas, aunque no han sufrido tanto se ven acribilladas de balas y cascos de granada disparadas desde la ciudadela, y fuerte pio. De la pared que circunbala el mismo peso de la leña ha venido al suelo cuasi la mitad. La puerta nueva está intransitable. El Jardin del general ha sufrido tambien muchísimo y la mayor parte de los árboles del paseo que hay desde el pié del Jardin hasta el pié de la misma Ciudadela, están ó acribilladas de metralla ó derribados por el suelo. Tambien ha venido abajo el lavadero, parte de la pescaderia, y del matadero. Las casas inmediatas están echadas á perder.

    El baluarte del medio dia puede decirse que no ofrece mas que un monton de ruinas, y de los edificios que hay detras del mismo, el de Gorgas casi ha venido todo al suelo y los demás están muy mal parados particularmente en sus frontis. La casa X¡fré, la de la señora Martorell, y el frontis de la casa Lonja, que mira á la manzana de las casas del citado Xifré han sufrido descalabros de consideracion. Ademas de estas desgracias son infinitas las que han causado las granadas y demas proyectiles en el interior de los edificios en otros varios puntos de la poblacion.

    En cuanto a las baterias, barricadas y parapetos que ocupaban los centralistas, los principales son:

    En la muralla de tierra, frente al huerto de san Pedro habia una cortadura de unos veinte palmos de profundidad, y detrás de ella una bateria con dos obuses que miraban á la Ciudadela.

    Detras de la misma pared del peso de la leña habia otra pieza de artillería que no llegó á hacer fuego y que apuntaba tambien al mismo fuerte.

    Al pié de la muralla al lado de la puerta nueva se alzaba tambien una barricada hecha de vigas y precedida tambien de un foso de unos diez palmos de profundidad. La puerta nueva estaba defendida por dos piezas de grueso calibre y dos morteros, y desde ella hasta la calle del mismo nombre habia una zanja que servia de camino cubierto para pasar á dicha puerta sin ser ofendidos por los de la cindadela.

    Todas las calles que miran á la muralla de tierra y á la misma puerta estaban defendidas con barricadas hechas de vigas y piedras y precedidas todas de un profundo foso.

    En el molino de la sal ó sea el cuartel de caballeria de san Agustin se veia una barricada de piedras construida á modo de tambor y seguida de otra barricada. A la primera la precedia un foso y á la segunda le servia de tal la asequia del rech que descubrieron al intento.

    La boca calle de los asabonadors estaba tapada con otro tambor de piedras con foso. La mayor parte de las casas situadas en el mismo rech estaban todas tapiadas por la parte de adentro, en particular las puertas y ventanas que miran al paseo de san Juan. El puente llamado den Viromba ó del borne y todas las calles que desembocan en el paseo de san Juan estaban guarnecidas de tambores con fosos, detras de los cuales corria la asequia del rech condal descubierta y detras de ella se alzaban otras dos barricadas de piedra precedidas tambien de fosos. Todos estos parapetos y los que se enumerarán estaban guarnecidos de aspilleras. Todas las calles inmediatas á dichos puntos y la del rech condal están casi todas desempedradas.

    La entrada de la pescaderia por la parte de la Aduana está obstruida por una gran barricada de vigas y piedras de unos ocho palmos de grueso precedidas de un ancho foso. Lo mismo estaban las calles de detrás del matadero. Desde el ángulo del real palacio que mira á la Cindadela basta la calle por donde se entra al baluarte del mediodia, había una cortadura de unos diez ó doce palmos de profundidad por la cual se pasaba á dicho baluarte sin que los de la ciudadela pudiesen molestarles.

    La puerta del mar estaba también aparédada; y todas las calles que desembocan á la plaza de palacio y á los encantes están asi mismo obstruidas con fuertes barricadas precedidas todas de fosos.

    Al pié de la muralla del mar se veia una cortadura muy profunda que servia para pasar desde la plaza de san Sebastian á las casas de la manzana Xifré sin ser vistos ni molestados por los de Monjuí y la Ciudadela. A los estremos de esta cortadura formaron una bateria que es la que hemos llamado de san Sebastian, compuesta de piezas de artilleria de grueso calibre, y dos obuses mayores. En toda la calle Ancha no hay ninguna barricada. En la de Trenta claus hay dos: al extremo de esta
    calle al pié de la muralla de tierra habia un mortero y un obús. Tambien en la calle del conde del Asalto á unas 150 varas antes de llegar á la muralla hay un cañon de á ocho defendido por una barricada con un foso.

    A demas de las diferentes piezas de artilleria de todas clases y calibres que guarnecen la muralla, hay dentro de la plaza de la Constitución, dos obuses, dos cañones de á ocho, y cuatro morteros de los cuales el uno mira á la Ciudadela, otro a la Barceloneta, y los dos restantes á Gracia.

    Además de las barricadas y parapetos que acabamos de enumerar habia muchos otros esparcidos por la Ciudad; pero donde eran mas fuertes y numerosas era en el centro de la misma, en las calles de los Gigantes, bajada de S. Miguel, calle de la Ciudad, de la Esperanza, de Basea , de la Plateria, extremo de la Boria, Tapineria, de la Inquisicion, bajada de la Canonja, y escaleras de la Catedral.

    En estas arrancaron las baldosas que sirven de escalones y formaron con ellas una muralla con aspilleras en el llano de la misma Catedral. Además habia una fuerte barricada con foso en la plaza Nueva, otra en la calle de los Baños esquina á la bajada de Sta. Eulalia, otra en el Call, y otra en final extremo de la calle de Fernando 7.° al pie de las casas nuevas de la Enseñanza, á donde habia un obus que miraba á la Rambla. Entre todos los fuertes, baterías de la ciudad, y barricadas, tenian los Centralistas 47 cañones de diferentes calibres, 11 morteros, 11 obuses de á nueve, y 11 de á siete; Total 80 piezas de artillería.

    A las dos de la tarde, hora en que se ha permitido la entrada y salida por las puertas de la ciudad, conforme al bando de que hablamos ayer, el Capitan general ha dado orden á los cuerpos de artilleria para que pasasen inmediatamente á recoger
    dichas piezas.

    Siguen apostados en la plaza del Teatro un escuadron de caballería y algunas compañías de infantería.

    Esta tarde, usando del permiso concedido por el Capitan general, han salido al campo y llegado hasta Gracia, muchos nacionales con sus uniformes y sables, habiendo cometido algunos desmanes é insultado á los expatriados que regresaban á la
    ciudad. Esta noche les hemos oido cantar en algunos puntos la cancion de la Paella, habiéndose reunido muchos de ellos en la plaza del Rey, donde hay la principal del séptimo batallon, habiendo dado vivas á la Junta Central. A poco rato se ha presentado allí el mismo general Sanz, seguido de alguna fuerza de infantería y caballería, habiendo capturado unos 30 ó 40 que fueron conducidos á la mañana siguiente á la Ciudadela.

    Véase la órden de la plaza de este dia (1 [not OCRed]).

    La Diputacion provincial interina instalada en Gracia en cuatro de octubre, con el titulo de Junta de Armamento y Defensa, dirige á los habitantes de la Provincia una corta alocucion felicitándoles por la terminacion de la revolucion de la Capital (2 [not OCRed]).

  • La Jamancia: vuelta de refugiados, destrucción de barricadas y baterías

    (Juéves).

    Las plazas y los mercados han amanecido ya provistos de todo lo necesario. Siguen entrando los emigrados, y se abren ya muchas tiendas y establecimientos.

    Los zapadores continuan destruyendo barricadas y facilitando el paso para los transeuntes.

    En la órden del ejército se manda que el principal quede establecido en el ex-convento de Trinitarios, á cuyo punto pasa la fuerza de infantería que estaba apostada en la plaza del Teatro, trasladándose la de caballería al ex-convento de Capuchinos. Tambien se dispone que sean desmontadas y destruidas las baterías del llano de Gracia y faldas de Monjuí.

    Ademas el Capitan General ha dirigido una alocucion á los Barceloneses, sincerándose en cierto modo de sus actos posteriores, encargando la union y el olvido, y asegurando que su ambición se reduce á afianzar la tranquilidad presente y futura de esta Provincia. Véase la nota (1 [not OCRed]).

  • Fiesta de la Inmaculada Concepción

    El sol de este dia es saludado por los fuertes de la plaza con las salvas de ordenanza, justo homenage rondido á la patrona de España y de sus Indias la Vírgen santísima en su inmaculada Concepcion.

    En la catedral se celebra la fiesta de la reina de las reinas con la solemnidad y pompa debidas, cantando la música de la capilla los divinos oficios á los cuales asiste el cuerpo municipal. Hay sermon que suele encargarse á un predicador de nota. Terminados los oficios hay procesion en que es llevada en triunfo la imágen de la Vírgen: sale por la puerta principal, recorre has calles del Obispo, Libretería, bajada de la cárcel, plaza del Rey, calle de los condes de Barcelona y regreso á la iglesia. A la una del dia se reza una misa en la capilla de la Vírgen. Haste el ano 1846 inclusive estuvo el altar de la Vírgen en el lado del claustro de la catedral donde está la puerta de la Piedad, y se cubrian con tapices los arcos del claustro, mas en dicho año se abolió esta costumbre, trasladándose el altar y la imágen al sitio donde hoy se halla. El concurso de gentes que acude á esta funcion es grande. En las calles que circuyen la catedral se ven colocadas en línea una infinidad de mesas donde se venden figurillas de barro, montañas y casas de corcho para los nacimientos: y si bien no es este el género esclusivo de la feria, es el mas abundante. Al salir de los oficios divinos es de rúbrica ir, si el tiempo lo permite, á lucir las galas en la muralla del mar, pues aunque se concurre á ella antes de este dia, el de la Vírgen es el verdadero punto de la elegancia. El grande tragin de las modistas, y la tardanza de la llegada de los figurines que la moda se empeña en que han de venir de Paris, son causa de que no se empiecen á lucir los trages hasta este dia. La elegante que puede vanagloriarse de ser la primera en lucir el trago de última moda, nada en un mar de felicidades; y ay de la modista que por causa liviana ó grave aplaza para otra festividad el estreno del flamante vestido! el menor retardo disminuye en tercio y quinto el mérito de la pieza y el de la modista de cuyo taller ha salido. Mas de cuatro parroquianas han desertado de la modista sin mas causa que esta.

    Antiguamente era permitida en este dia la entrada al castillo de Monjuich, pero ahora Monjuich piensa de otra manera, y los barceloneses lo miran con distinto gesto. Tales calaveradas han hecho él y ellos.

    En este dia algunas cererías suelen adornar las capillas de la Vírgen que en ellas tienen, porque la proclaman por su abogada.

    Tambien en este dia se inaugura en Barcelona el carnaval. A las 7 de la noche empieza el primer baile en las casas de D. Antonio Nadal, travesía de la calle del conde del Asalto, y se recibe gente media hora antes, y no se admiten cuartos ni moneda que deba posarse. Sin embargo sobra el aviso, porque el baile es de calderilla. Este baile lleva vulgarmente el nombre de baile de la Patacada, nombre alto, sonoro y significativo, nombre que para el que conoce el habla del pais, deja pot sí solo entender todos los lances y aventuras que pueden cometerse en aquel recinto. Esta circunstancia coloca el tal baile en la esfera de aquellas cosas, que siendo comunes á todos los paises no son un rasgo característico de ninguno, como no lo es el tener narices aunque las tengan los unos mas largas que los otros; y hé aqui la razon por que no hemos de tomarnos el trabajo de hacer del susodicho baile un análisis circunstanciado. Basta saber que en él se baile todo lo bailable inclusos los castañeteados balls rodons del pais, y la bulliciosa bolangera. Salva una que otra escepcion, no suele alterarse allí el órden, es decir el órden de un baile de tal calaña ; y los bandos de policía se observan hasta el punto en que pueden observarse en un pais donde tantos se publican. A las 12 de la noche concluye el baile nó sin haber los concurrentes sacado todo el jugo que pueden dar de sí los cuatro reales que cuesta la entrada.

    Este baile tiene lugar todos los domingos, y además lo hay en ciertos dias marcados, que se apuntarán en su lugar correspondiente.

  • Ejecución del coronel Blas de Durana, ya suicidado, por el asesinato de la baronesa de Senelles

    El coronel Durana.

    Consagremos la última página de los recuerdos de la Ciudadela, á la memoria de un militar tan desgraciado como querido de cuantos tuvieron ocasion de apreciar la belleza de las prendas que le adornaban.

    La calle de la Union fué á las primeras horas de la noche del 19 de junio de 1855, teatro de un drama horroroso.

    Durante el dia pudieron observar los vecinos, á un jóven de unos treinta años, rubio, de arrogante figura, y vestido con elegancia, que sin desamparar el portal de la casa número 21, parecia acechar con particular interés la entrada y piso primero de la casa número 32, en frente de aquella.

    Por las maneras del jóven, y por el individuo que en traje de asistente se le acercaba á hablarlo de vez en cuando, se hubiera desde luego tomado por militar al perenne observador.

    Su pálido rostro y su brillante mirada, indicaban que algun estraordinario sentimiento le tenia misteriosamente clavado en aquel sitio.

    En la habitacion, objeto de su vigilancia, vivia con su hermano y cuñada la baronesa de Senelles, ausentada por algunos dias de la casa y compañia de su esposo, residente en una de las ciudades de la alta montaña, al objeto de pasar la octava del Corpus con su distinguida familia.

    La baronesa se hallaba en estado interesante.

    Dieron las ocho, hora en que empezaba la funcion en los teatros públicos, y a poco aparecieron en el portal los hermanos de la baronesa.

    Esta bajaba mas despacio la escalera poniéndose los guantes.

    Casi al mismo tiempo penetró en la casa el jóven que hasta entonces habia estado de centinela en el portal fronterizo, subió algunos escalones, y encontrando en la primera meseta á la infortunada baronesa,

    —Toma, infame,—le dijo asestándola una terrible puñalada, que la derribó contra la reja de hierro que en aquel paraje se halla.

    —¡Ah! ¡favor! ¡socorro!—pudo apenas gritar la infeliz.

    El asesino no cesaba de ensañarse en su victima, sepultándole en el cuerpo hasta trece veces el puñal homicida.

    A los gritos desesperados de los hermanos de la baronesa, acudieron algunos milicianos y vecinos.

    Penetraron los primeros don Francisco Lladó, don Miguel Coll y don José Casas y Cortés, cabos aquél y éste, y sargento el segundo del cuarto batallon de milicia, quienes hallaron al matador, contra el cual apuntó Casas el fusil, contemplando como enagenado á la ya exánime señora, y teniendo aun en una mano el arma ensangrentada y en la otra un rico abanico roto y un pañuelo blanco.

    El rostro, las manos y el vestido del matador estaban manchados de sangre.

    No se inmutó el criminal a la órden de alto. Manifestó que habia herido á aquella mujer deliberadamente y con la mayor premeditacion. Levantó los brazos para que su aprehensor le registrare los bolsillos y se convenciere de que no llevaba otras armas, y dijo que estaba dispuesto á seguirle á donde quisiese llevarle.

    Como otros de los milicianos que habian ido acudiendo se dispusiesen á asegurar al asesino,

    —No hay necesidad de ello,—les dijo—respeten Vds. al menos mi calidad, en la conviccion de que no he de oponer resistencia alguna. Me llamo Blas de Durana y soy coronel del quinto batallon de cazadores de Tarifa.

    Era hijo del bizarro brigadier que supo hallar gloriosa muerte en la famosa batalla de Peracamps, y hermano de militares no menos distinguidos del ejército español.

    El instrumento del delito era un puñal ordinario, que tenia la figura de un cuchillo de monte, con vaina de cuero. La punta estaba algo torcida de resultas de la violencia de los golpes.

    Acompañado por uno de los alcaldes constitucionales, y escoltado por numeroso grupo de milicianos armados y pueblo, fué conducido el delincuente por la calle de Fernando, á las casas Consistoriales.

    Su victima, que habia dejado de existir á los quince ó veinte minutos, fué al dia siguiente estraida de la casa mortuoria y conducida al cementerio, en medio del general sentimiento de dolor por su desgracia y de indignacion contra el que la habia causado.

    Llegó Durana á las casas Consistoriales en el momento en que se verificaba el relevo de la guardia de este punto, saliendo la artillería y entrando los zapadores.

    Como aun no estaba hecha la entrega, el capitan de artilleria don Francisco Soler y Matas se hizo cargo del preso. Al encerrarlo, el carcelero pasó á registrarle, y no encontrándole ninguna arma, enseñó el reloj y dinero que solo llevaba en el bolsillo.

    Habiendo manifestado el capitan Soler que un preso no podia conservar nada en poder suyo, respondió Durana:

    —Está bien; mas antes que entregarlo al carcelero, quiero hacer un regalo de todo lo que poseo al caballero capitan, para que conserve de mi este recuerdo; pues yo ya sé la suerte que me aguarda.

    Escusóse el capitan, diciéndole que no lo admitia sino en clase de depósito, y que se lo devolveria al hallarse en mejor situacion; pero fué tal la insistencia del preso, delante de las varias personas que habia alli reunidas, que el capitan se vió precisado á aceptar el reloj y leontina de oro, un lente, y diez y seis duros y medio en varias monedas de oro y plata; todo lo que se le obligó despues á entregar al fiscal.

    El 20, á las seis y media de la mañana, fué conducido el desgraciado coronel á la Ciudadela, en un coche donde iban tambien tres mozos de la Escuadra.

    Con una celeridad de que hay pocos ejemplos, instruyóse el sumario, recibióse al acusado la confesion con cargos, estendió el fiscal la acusacion, pidiendo la última pena, y á los dos dias ya habia sido remitida ia causa en consulta al tribunal Supremo de Guerra y Marina.

    A las seis de la tarde del 24, en la sala de visitas del palacio de la Capitania general, con todas las formalidades de estilo y á presencia de muchas personas, fué leida y publicada por el general Zapatero, la sentencia del juzgado del tribunal de la Auditoria de guerra, en virtud de la que se condenaba al coronel Durana á la pena de muerte en garrote vil, como autor del asesinato premeditado y alevoso, sin ninguna causa atenuante, perpetrado en la noche del martes, en la persona de doña Dolores Parrella de Plandolit, baronesa de Senelles.

    Se le impuso además una indemnizacion de seis mil reales vellon,—que fué aceptada,—para los hijos de la victima, y el pago de todas las costas del juicio.

    El procurador don José Condeminas apeló en el acto, en nombro de su defendido, del fallo que acaba de leerse y notificarse.

    Acto continuo el escribano don José Cantallops, con los demás dependientes del tribunal, se trasiadó al calabozo que ocupaba el procesado en el primer piso de la torre de la Cindadela, y á presencia de los mismos, del ayudante de aquella plaza y del oficial de la guardia, le notificó el fallo que acababa de pronunciarse.

    Durana, que habia recibido corlesmente á todas aquellas personas, oyó la lectura de la sentencia con admirable serenidad, y con pulso seguro, suscribio la diligencia de notificacion, manifestando tan solo sentir la clase de suplicio que se le imponia.

    —He sido soldado—añadio—desde los primeros años de mi vida, y hubiera deseado acabar como tal mi existencia, pues no me amedrenta la muerte.

    Con todo, esta vez negó que hubiese obrado con la premeditacion que se suponia, pues quiso haber ejecutado el crimen en un momento de arrebato.

    Antes de terminar junio, fué trasiadado al castillo de Monjuich, por temor de que lograse evadirse, y considerando que, confiada su guarda al cuerpo de artilleria, habia de estar en mas seguridad que si continuase custodiándolo el arma de infantería, en la que podia contar el procesado con muchas amistades.

    Mas Durana desechó siempre toda idea de fuga. Solo habia pedido á sus amigos un veneno que llevaba constantemente en el bolsillo, para tomarlo cuando se perdiese toda esperanza de salvacion legal.

    Los que se lo dieron, luciéronle dar sin embargo palabra de no hacer uso de él hasta recibir una carta encabezada con una cruz.

    En el castillo se le tuvo al principio en la mas rigurosa incomunicacion, pero despues se le permitio pasear por la muralla, bajo la responsabilidad de los oficiales de artilleria que le acompanaban.

    La causa en la que se condenaba á Durana á la pena demuerteen garrote vil, con arreglo al articulo 89 del código penal, y demás accesorias, llegó el 27 de junio al Tribunal Supremo, que la pasó para el apuntamiento al relator, quien la devolvio el 29, en cuyo dia la recibio el letrado defensor D. Paciano Massadas.

    Este digno letrado y dipuiado á córtes—aunque no conocia al coronel—por uno de esos nobles impulsos, dignos de corazones elevados en el ministerio de la abogacia, aceptó el encargo de patrocinarle.

    Concediosele el término de veinte y cuatro horas, dentro de las cuales presentó la defensa, articulando por otrosies la prueba de que con intervalos de mayor ó menor tiempo, Durana tenia accesos de locura, comprobada por actos estertores en sus gestiones, asi públicas como privadas; y que de resultas de su ardiente pasion por la señora doña Maria de los Dolores Parrella, los celos le escitaron la locura, no obstante que dicha desgraciada señora no le correspondia, ni se presumia le hubiese dado motivos de esperanza.

    Esta prueba fué denegada, previa audiencia del fiscal.

    El defensor suplicó, se admitió este recurso, que fué mejorado en horas, evacuado el traslado al fiscal, y sin que precediera vista publica, citacion ni señalamiento, se confirmó con costas el auto suplicado.

    El abogado defensor, impulsado por su celo, reclamó la nulidad de esta providencia, y el Tribunal, dando una prueba de grande rectitud, y con sacrificio hasta del amor propio, si se quiere, dejó sin efecto la providencia confirmatoria con las costas de la denegacion de pruebas, y dió lugar á la vista pública que sobre este incidente se verificó.

    Leida la relacion, hecha por el señor Zurbano, tomó la palabra Massadas, y en un discurso de buenas formas, y nutrido de doctrina juridica, trató de demostrar que Durana habia tenido durante el curso de su vida varios accesos de locura, citando entre otros el de haber mandado rapar la cabeza á los soldados de su compañia en la espedicion de nuestro ejército á Italia, por cuyo hecho fué separado del mando por el general de la division Fernandez de Córdoba. Añadió el defensor que, salva la honra de la desgraciada baronesa, los celos de que estaba poseido el don Blas, produjeron el desarreglo mental de que friamento y en otros actos habia dado el coronel evidentes muestras.

    El señor Massadas dirigió su peroracion á manifestar tambien, que la prueba propuesta no era igual ni contraria á la de primera instancia, y asimismo procuró evidenciar que era procedente, mejorando una alzada que habia sido admitida en el efecto resolutivo.

    El fiscal de S. M. no asistió á la vista.

    A la una y media de la tarde se notificó al procurador del procesado el nuevo auto confirmatorio de la denegacion de prueba. No satisfecho el defensor con los esfuerzos practicados, aunque vanamente, en el desempeño de su noble ministerio, insistio todavia en la práctica de las diligencias de prueba pedidas, y otras sobre nuevos hechos que acababan de llegar á su noticia, bien admitiéndosele otro recurso de súplica, ó para mejor proveer.

    Referiase Massadas á ciertos documentos, que en su creencia habian de arrojar alguna luz para mejorar la condicion del reo.

    Pucos momentos despues le fué notificado el señalamiento del punto definitivo, del cual pidio el abogado suspension.

    Al mismo tiempo la madre y los hermanos del coronel, profundamento afligidos, no cesaban de implorar gracia y perdon para el reo, ínterin la accion de los tribunales proseguia su marcha con la rapidez propia de tan grave suceso, que tenia justamente estremecida la conciencia pública, llenando de dolor y amargura dos familias apreciables, la de la desgraciada victima y la de su ciego sacrificador.

    La sentencia de muerte fué confirmada.

    El 12 por la tarde, fué bajado el reo del castillo, y vuelto á conducir al primer piso de la torre de la Ciudadela, en donde á las seis y cuarto se le notificó el fallo del Supremo Tribunal.

    Oyó la lectura silenciosamente, y firmó luego con mano segura, tambien sin proferir palabra, la triste diligencia.

    Despues se lamentó, como siempre lo habia hecho, de la clase de suplicio que se le imponia, manifestándose pesaroso de no poder terminar sus dias de un modo mas conforme al noble ejercicio de las armas.

    Tan luego como se constituyó en capilla, admitió los ausilios espirituales de los párrocos castrenses, escusándose de recibir á otras personas y tambien á los hermanos de la Paz y la Caridad.

    Estos sin embargo, cumpliendo con los deberes de su benéfica institucion, permanecieron coustantemente junto á la torre, para poder acudir con mas oportunidad cuando se les necesitase.

    Precisamente se habia acordado que no salieran las campanillas á recorrer las calles de la ciudad pidiendo por el reo, y que no asistiese á la ejecucion la congregacion de la Sangre; pero si que se celebrasen las demás ceremonias religiosas, propias de tan tristes actos, corriendo los gastos de cuenta del infeliz Durana, y tambien la devota funcion religiosa que siempre acostumbra á celebrar en la iglesia del Pino la Real Cofradia de los Desamparados.

    El coronel pasó el dia 13 tranquilo y resignado con su suerte.

    Varias veces se reconcilió con los sacerdotes que le acompañaban, y se confesó.

    Las horas que le dejaban libres sus deberes religiosos, las empleaba escribiendo, otorgando testamento y conversando con diferentes personas.

    Tambien quiso que se le sacase el retrato al daguerrotipo, para legar este último recuerdo á su desconsolada madre.

    El reloj y lentes que á su instancia se le habian devuelto, quitándosele sin embargo á aquél el cristal, fusron legados á su hermano don Marcelino.

    Al piquete que debia escoltarle, dejó una onza, y varias monedas á otras personas.

    Para las siete de la tarde ordenó que se le trajese de la fonda la comida, y manifestó el deseo de tener á la mesa á varios amigos.

    Sin embargo, solo le acompañaron en ella los dos sacerdotes y el oficial de la guardia y capitan del 9 de Soria, don Ramon Figuerola.

    Con éste habló largo rato hasta las diez de la noche en que lo dijo que deseaba descansar. Animóle con algunas copas de Jerez, lo abrazó con efusion, y se dispuso para acostarse, prescribiendo al centinela que cuidara de cumplir con su deber.

    Entonces fué cuando, recatándose de los capellanes que no le habian dejado, quitó el lacre del pomo que encerraba el veneno, cubrióse el rostro, tragó el tósigo de muerte y se estiró en la cama encomendando su alma al Criador.

    A las cuatro de la madrugada del 14, en que debia tener lugar la ejecucion, levantóse uno de los párrocos para decir la misa.

    Durana parecia profundamente dormido.

    Acercóse el capellan á su cama.

    El coronel se agitó en aquel instante presa de una terrible convulsion.

    Su rostro estaba amoratado.

    —¡Este hombre se muere! gritó el capellan despavorido. Todos acudieron al lecho del moribundo.

    Aun habia tiempo para administrarle la Estremauncion.

    No parecia sino que esperaba aquella pobre alma este último ausilio para desprenderse del cuerpo y remontarse á las eternales regiones de lo infinito.

    Con la velocidad del rayo se dió aviso al auditor de guerra, al capitan general y á las demás personas á quienes importaba tener conocimiento del suceso.

    Llamóse tambien á algunos facultativos, que sangraron y suministraron á Durana ausilios ya ineficaces.

    Dos cartas se encontraron junto al cadáver.

    La una era sobre asuntos particulares, y en la otra, despues de varias protestas y reflexiones, decia que no se culpase á nadie de su muerte, pues que él mismo se la habia dado por medio de un veneno que desde mucho tiempo tenia prevenido, á fin de evitar la infamia del patibulo.

    Sin pérdida de momento se presentó el auditor con el tribunal para proceder á la formacion de las oportunas diligencias, dando las órdenes convenientes para que se llevase á efecto la ceremonia de la ejecucion de la sentencia.

    A la hora prefijada (las 8) estaba formado el cuadro en el glácis de la Ciudadela.

    A las ocho y cuarto empezó á salir para el lugar del suplicio el funebre acompañamiento.

    La sentencia iba á ejecutarse en un cadáver.

    Los restos del desgraciado Durana, cubiertos con la hopa negra, eran llevados en camilla destapada por cuatro presidarios.

    Estos mismos subieron el inerte cuerpo del coronel al funesto cadalso y sentáronlo sobre la fatal banqueta.

    El ejecutor cumplio en seguida con su triste ministerio.

    Un silencio aterrador reinó en el gran gentio que habia acudido á presenciar la ejecucion.

    Hasta el medio dia permanecio el cadáver espuesto á la pública espectacion. Despues de esta hora las hermanas de la Cofradia de te Virgen de los Desamparados le vistieron el escapulario, y colocándole en un coche fúnebre, le acompañaron al cementerio, seguidos de los facultativos que verificaron la autopsia.

    El infortunado coronel se» habia envenenado con cianuro mercúrico.

    Tal fué la suerte de un jóven de distinguida familia, que á la temprana edad de treinta años, acababa de alcanzar en el ejército el grado de coronel, habiendo adquirido por sus servicios varías cruces militares y desempeñado honrosos cargos.

    La pasion del amor le estravio como á tantos otros.

    Antes de morir pidio perdon á la familia agraviada, y á duras penas la obtuvo del ofendido esposo.

    No hay duda que seria mal correspondida esa pasion cuando á tal estremo arrebató á Durana el desvio de la noble dama de sus pensamientos. Por lo menos el desgraciado dejó siempre ileso el honor de la baronesa de Senelles.

    La continua persecucion con que a esta señora molestaba de mucho tiempo fué causa de que á instancias de la misma ó de su esposo se le desterrase á Lugo por el capitan general de Cataluña.

    Esta órden exaltando el resentimiento del coronel Durana, le condujo, probablemente, al asesinato y al patíbulo.

  • Barcelona, la París de España: la Rambla, la catedral, los gremios, la Barceloneta, la sociedad, los teatros, una corrida de toros, moros y cristianos, el cementerio de Pueblo Nuevo, las bullangas, la playa de Pekín y sus pescadores y gitanos

    Early in the morning I was awoke by music; a regiment of soldiers, stretching far and wide, were marching towards La Rambla. I was soon down [dormía en la Fonda del Oriente], and in the long promenade which divides the town into two parts from Puerta del Mar, from the terraced walk along the harbour, to Puerta Isabel Segunda, beyond which the station for Pamplona lies. It was not the hour for promenading, it was the early business time. There were people from the town and people from the country, hurrying along; clerks and shopkeepers’ assistants on foot, peasants on their mules; light carts empty, wagons and omnibuses; noise and clamour, cracking of whips, tinkling of the bells and brass ornaments which adorned the horses and the mules; all mingling, crying, making a noise together: it was evident that one was in a large town. Handsome, glittering cafes stood invitingly there, and the tables outside of them were already all filled. Smart barbers’ shops, with their doors standing wide open, were placed side by side with the cafes; in them soaping, shaving, and hairdressing were going on. Wooden booths with oranges, pumpkins, and melons, projected a little farther out on the foot-paths here, where now a house, now a church wall, was hung with farthing pictures, stories of robbers, songs and stanzas, ‘published this year.’ There was much to be seen. Where was I to begin, and where to end, on Rambla, the Boulevard of Barcelona?

    When, last year, I first visited Turin, I perceived that I was in the Paris of Italy; here it struck me that Barcelona is the Paris of Spain. There is quite a French air about the place. One of the nearest narrow side streets was crowded with people, there were no end of shops in it, with various goods—cloaks, mantillas, fans, brightcoloured ribands, alluring to the eyes and attracting purchasers; there I wandered about wherever chance led me. As I pursued my way, I found the side and back streets still more narrow, the houses apparently more adverse to light; windows did not seem in request; the walls were thick, and there were awnings over the courts. I now reached a small square; a trumpet was sounding, and people were crowding together. Some jugglers, equipped in knitted vests, with party-coloured swimming small-clothes, and carrying with them the implements of their profession, were preparing to exhibit on a carpet spread over the pavement, for they seemed to wish to avoid the middle of the street. A little darkeyed child, a mignon of the Spanish land, danced and played the tambourine, let itself be tumbled head over heels, and made a kind of lump of, by its half-naked papa. In order to see better what was going on, I had ascended a few steps of the entrance to an old dwelling, with a single large window in the Moorish style; two horse-shoe-formed arches were supported by slender marble pillars; behind me was a door half-open. I looked in, and saw a great geranium hedge growing round a dry dusty fountain. An enormous vine shaded one half the place, which seemed deserted and left to decay; the wooden shutters hung as if ready to fall from the one hinge which supported each in their loose frames: within, all appeared as if nothing dwelt there but bats in the twilight gloom.

    I proceeded farther on, and entered a street, still narrow, and swarming with still more people than those I had already traversed. It was a street that led to a church. Here, hid away among high houses, stands the Cathedral of Barcelona: without any effect, without any magnificence, it might easily be passed by unheeded; as, like many remarkable personages, one requires to have one’s attention drawn to them in order to observe them. The crowd pressed on me, and carried me through the little gate into the open arcade, which, with some others, formed the approaches to the cathedral, and enclosed a grove of orange-trees, planted where once had stood a mosque. Even now water was splashing in the large marble basins, wherein the Musselmen used to wash their faces before and after prayers.

    The little bronze statue here, of a knight on horseback, is charming; it stands alone on a metal reed out in the basin, and the water sparkles behind and before the horse. Close by, gold fishes are swimming among juicy aquatic plants; and behind high gratings, geese are also floating about. I ought perhaps to have said swans, but one must stick to the truth, if one wishes to be original as a writer of travels.

    The horseman of the fountain, and the living geese, were not much in accordance with devotion; but there was a great deal that was ecclesiastical to outweigh these non-church adjuncts to the place. Before the altars in the portico, people were kneeling devoutly; and from the church’s large open door issued the perfume of incense, the sound of the organ, and the choral chant, I passed under the lofty-vaulted roof; here were earnestness and grandeur: but God’s sun could not penetrate through the painted windows; and a deep twilight, increased by the smoke of the incense, brooded therein, and my thoughts of the Almighty felt depressed and weighed down. I longed for the open court outside the cathedral, where heaven was the roof—where the sunbeams played among the orange-trees, and on the murmuring water; without, where pious persons prayed on bended knees. There the organ’s sweet, full tones, bore my thoughts to the Lord of all. This was my first visit to a Spanish church.

    On leaving the cathedral, I proceeded through narrow streets to one extremely confined, but resplendent with gold and silver. In Barcelona, and in many Spanish towns, the arrangement prevalent in the middle ages still exists, namely, that the different trades—such as shoemakers, workers in metal, for instance—had their own respective streets, where alone their goods were sold. I went into the goldsmiths’ street; it was filled with shops glittering with gold and splendid ornaments.

    In another street they were pulling down a large, very high house. The stone staircase hung suspended by the side of the wall, through several stories, and a wide well with strange-looking rings protruded betwixt the rubbish and the stones; it had been the abode of the principal inquisitor, who now no longer held his sway. The inquisition has long since vanished here, as now-a-days have the monks, whose monasteries are deserted.

    From the open square, where stand the queen’s palace and the pretty buildings with porticos, you pass to the terrace promenade along the harbour. The view here is grand and extensive. You see the ancient MONS JOVIS; the eye can follow the golden zigzag stripe of road to the Fort Monjuich, that stands out so proudly, hewn from and raised on the rock: you behold the open sea, the numerous ships in the harbour, the entire suburb, Barcelonetta, and the crowds in all directions.

    The streets are at right angles, long, and have but poor-looking low houses. Booths with articles of clothing, counters with eatables, people pushing and scrambling around them; carriers’ carts, droskies, and mules crowded together; half-grown boys smoking their cigars, workmen, sailors, peasants, and all manner of townsfolk, mingled here in dust and sunshine. It is impossible to avoid the crowd; but, if you like, you can have a refreshing bath, for the bathing-houses lie on the beach close by.

    Though the weather and the water were still warm, they were already beginning to take down the large wooden shed, and there only now remained a sort of screening wooden enclosure, a boarding down from the road; and it was therefore necessary to wade through the deep sand before reaching the water, with its rolling waves, and obtaining a bath. But bow salt, how refreshing it was! You emerged from it as if renewed in youth, and you come with a young man’s appetite to the hotel, where an abundant and excellent repast awaits you. One might have thought that the worthy host had determined to prove that it was a very untruthful assertion, that in Spain they were not adepts at good cookery.

    Early in the evening we repaired to the fashionable promenade—the Rambla. It was filled with gay company: the gentlemen had their hair befrizzled and becurled; they were vastly elegant, and all puffing their cigars. One of them, who had an eye-glass stuck in his eye, looked as if he had been cut out of a Paris ‘Journal des Modes.’ Most of the ladies wore the very becoming Spanish mantilla, the long black lace veil hanging over the comb down to the shoulders; their delicate hands agitating with a peculiar grace the dark spangled fans. Some few ladies sported French hats and shawls. People were sitting on both sides of the promenade in rows on the stone seats, and chairs under the trees; they sat out in the very streets with tables placed before them, outside of the cafes. Every place was filled, within and without.

    In no country have I seen such splendid cafes as in Spain; cafes so beautifully and tastefully decorated. One of the prettiest, situated in the Rambla, which my friends and I daily visited, was lighted by several hundred gas lamps. The tastefully-painted roof was supported by slender, graceful pillars; and the walls were covered with good paintings and handsome mirrors, each worth about a thousand rigsdalers. Immediately under the roof ran galleries, which led to small apartments and billiard-rooms; over the garden, which was adorned with fountains and beautiful flowers, an awning was spread during the day, but removed in the evening, so that the clear blue skies could be seen. It was often impossible, without or within, above or below, to find an unoccupied table; the places were constantly taken. People of the most opposite classes were to be seen here—elegant ladies and gentlemen, military of the higher and lower grades, peasants in velvet and embroidered mantles thrown loosely over their arms. I saw a man of the lower ranks enter the cafe with four little girls. They gazed with curiosity, almost with awe, at the splendour and magnificence around them. A visit to the cafe was, doubtless, as great an event to them as it is to many children for the first time to go to a theatre. Notwithstanding the lively conversation going on among the crowd, the noise was never stunning, and one could hear a solitary voice accompanied by a guitar. In all the larger Spanish cafes, there sits, the whole evening, a man with a guitar, playing one piece of music after the other, but no one seems to notice him; it is like a sound which belongs to the extensive machinery. The Rambla became more and more thronged; the excessively long street became transformed into a crowded festival-saloon.

    The usual social meetings at each other’s houses in family life, are not known here. Acquaintances are formed on the promenades on fine evenings; people come to the Rambla to sit together, to speak to each other, to be pleased with each other; to agree to meet again the following evening. Intimacies commence; the young people make assignations; but until their betrothals are announced, they do not visit at each other’s houses. Upon the Rambla the young man thus finds his future wife.

    The first day in Barcelona was most agreeable, and full of variety; the following days not less so. There was so much new to be seen—so much that was peculiarly Spanish, notwithstanding that French influence was perceptible, in a place so near the borders.

    During my stay at Barcelona, its two largest theatres, Principal and Del Liceo, were closed. They were both situated in Rambla. The theatre Del Liceo is said to be the largest in all Spain. I saw it by daylight. The stage is immensely wide and high. I arrived just during the rehearsal of an operetta with high-sounding, noisy music; the pupils and chorus-singers of the theatre intended to give the piece in the evening at one of the theatres in the suburbs.

    The places for the audience are roomy and tasteful, the boxes rich in gilding, and each has its ante-room, furnished with sofas and chairs covered with velvet. In the front of the stage is the director’s box, from which hidden telegraphic wires carry orders to the stage, to the prompter, to the various departments. In the vestibule in front of the handsome marble staircase stands a bust of the queen. The public green-room surpasses in splendour all that Paris can boast of in that portion of the house. From the roof of the balcony of the theatre there is a magnificent view of Barcelona and the wide expanse of sea.

    An Italian company were performing at the Teatro del Circo; but there, as in most of the Spanish theatres, nothing was given but translations from French. Scribe’s name stood most frequently on the play-bills. I also saw a long, tedious melodrama, ‘The Dog of the Castle.’

    The owner of the castle is killed during the revolution; his son is driven forth, after having become an idiot from a violent blow on the head. Instinct leads him to his home, but none of its former inmates are there; the very watch-dog was killed: the house is empty, and he who is its rightful owner, now creeps into it, unwitting of its being his own. In vain his high and distinguished relatives have sought for him. He knows nothing of all this; he does not know that a paper, which from habit he instinctively conceals in his breast, could procure for him the whole domain. An adventurer, who had originally been a hair-dresser, comes to the neighbourhood, meets the unfortunate idiot, reads his paper, and buys it from him for a clean, new five-franc note. This person goes now to the castle as its heir; he, however, does not please the young girl, who, of the same distinguished family, was destined to be his bride, and he also betrays his ignorance of everything in his pretended paternal home. The poor idiot, on the contrary, as soon as he sets his foot within the walls of the castle, is overwhelmed with reminiscences; he remembers from his childhood every toy he used to play with; the Chinese mandarins he takes up, and makes them nod their heads as in days gone by; also he knows, and can show them, where his father’s small sword was kept; he alone was aware of its hidingplace. The truth became apparent; protected by the chamber-maid, he is restored to his rights, but not to his intellects.

    The part of the idiot was admirably well acted; nearly too naturally—there was so much truthfulness in the delineation that it was almost painful to sit it out. The piece was well got up, and calculated to make ladies and children quite nervous.

    The performances ended with a translation of the well-known Vaudeville, ‘A Gentleman and a Lady.’

    The most popular entertainments in Spain, which seem to be liked by all classes, are bull-fights; every tolerably large town, therefore, has its Plaza de Toros. I believe the largest is at Valencia. For nine months in the year these entertainments are the standing amusements of every Sunday. We were to go the following Sunday at Barcelona to see a bull-fight; there were only to be two young bulls, and not a grand genuine fight: however, we were told it would give us an idea of these spectacles.

    The distant Plaza de Toros was reached, either by omnibus or a hired street carriage taken on the Rambla; the Plaza itself was a large, circular stone building, not far from the railroad to Gerona. The extensive arena within is covered with sand, and around it is raised a wooden wall about three ells in height, behind which is a long, open space, for standing spectators. If the bull chooses to spring over the barrier to them, they have no outlet or means of exit, and are obliged to jump down into the arena; and when the bull springs down again, they must mount, as best they can, to their old places. Higher above this open corridor, and behind it, is, extending all round the amphitheatre, a stone gallery for the public, and above it again are a couple of wooden galleries fitted up in boxes, with benches or chairs. We took up our position below, in order to see the manners of the commoner class. The sun was shining over half the arena, spangled fans were waving and glittering, and looked like birds flapping their bright winga. The building could contain about fifteen thousand persons. There were not so many present on this occasion, but it was well filled.

    We had been previously told of the freedom and licence which pervaded this place, and warned not to attract observation by our dress, else we might be made the butts of the people’s rough humour, which might prompt them to shout, ‘Away with your smart gloves! Away with your white city-hat!’ followed by sundry witticisms. They would not brook the least delay; the noise increased, the people’s will was omnipotent, and hats and gloves had to be taken off, whether agreeable to the wearers or not.

    The sound of the music was fearful and deafening at the moment we entered; people were roaring and screaming; it was like a boisterous carnival. The gentlemen threw flour over each other in the corners, and pelted each other with pieces of sausages; here flew oranges, there a glove or an old hat, all amidst merry uproar, in -which the ladies took a part. The glittering fans, the gaily-embroidered mantles, and the bright rays of the sun, confused the eyes, as the noise confused the ears; one felt oneself in a perfect maelstrom of vivacity.

    Now the trumpet’s blast sounded a fanfare, one of the gates to the arena was opened, and the bull-fight cavalcade entered. First rode two men in black garments, with large white shirt fronts, and staffs in their hands. They were followed, upon old meagre-looking horses, by four Picadores, well stuffed in the whole of the lower parts, that they might not sustain any injury when the bull rushed upon them. They each carried a lance with which to defend themselves; but notwithstanding their stuffing, they were always very helpless if they fell from their horses. Then came half a score Banderilleros, young, handsome, stage-clad youths, equipped in velvet and gold. After them appeared, in silken attire, glittering in gold and silver—Espada; his blood-red cloak he carried thrown over his arm, the well-tempered sword, with which he was to give the animal its death-thrust, he held in his hand. The procession was closed by four mules, adorned with plumes of feathers, brass plates, gay tassels, and tinkling bells, which were, to the sound of music, at full gallop, to drag the slaughtered bull and the dead horses out of the arena.

    The cavalcade went round the entire circle, and stopped before the balcony where the highest magistrate sat. One of the two darkly clad riders—I believe they were called Alguazils—rode forward and asked permission to commence the entertainment; the key which opened the door to the stable where the bull was confined was then cast down to him. Immediately under a portion of the theatre appropriated to spectators, the poor bulls had been locked up, and had passed the night and the whole morning without food or drink. They had been brought from the hills fastened to two trained tame bulls, and led into the town; they came willingly, poor animals! to kill or be killed in the arena. To-day, however, no bloody work was to be performed by them; they had been rendered incapable of being dangerous, for their horns had been muffled. Only two were destined to fall under the stabs of the Espada; to-day, as has been mentioned, was only a sort of sham fight, in which the real actors in such scenes had no strong interest, therefore it commenced with a comic representation—a battle between the Moors and the Spaniards, in which, of course, the former played the ridiculous part, the Spaniards the brave and stout-hearted.

    A bull was let in: its horns were so bound that it could not kill any one; the worst it could do was to break a man’s ribs. There were flights and springing aside, fun and laughter. Now came on the bull-fight. A very young bull rushed in, then it suddenly stood still in the field of battle. The glaring sunbeams, the moving crowd, dazzled its eyes; the wild uproar, the trumpet’s blasts, and the shrill music, came upon it so unexpectedly, that it probably thought, like Jeppe when he awoke in the Baroness’s bed, ‘What can this be! What can this be!’ But it did not begin to weep like Jeppe; it plunged its horns into the sand, its backbones showing its strength, and the sand was whirled up in eddies into the air, but that was all it did. The bull seemed dismayed by all the noise and bustle, and only anxious to get away. In vain the Banderilleros teased it with their red cloaks; in vain the Picadores brandished their lances. These they hardly dared use before the animal had attacked them; this is to be seen at the more perilous bull-fights, of which we shall, by-and-bye, have more to say, in which the bull can toss the horse and the rider so that they shall fall together, and then the Banderilleros must take care to drive the furious animal to another part of the arena, until the horse and its rider have had time to arise to another conflict. One eye of the horse is bound up; this is done that it may not have a full view of its adversary, and become frightened. At the first encounter the bull often drives his pointed horn into the horse so that the entrails begin to well out; they are pushed in again; the gash is sewed up, and the same animal can, after the lapse of a few minutes, carry his rider. On this occasion, however, the bull was not willing to fight, and a thousand voices cried, ‘El ferro!’

    The Banderilleros came with large arrows, ornamented with waving ribands, and squibs; and when the bull rushed upon them, they sprang aside, and with equal grace and agility they contrived to plunge each arrow into the neck of the animal: the squib exploded, the arrow buzzed, the poor bull became half mad, and in vain shook its head and its neck, the blood flowed from its wounds. Then came Espada to give the death-blow, but on an appointed place in the neck was the weapon only to enter. It was several times either aimed at a wrong place, or the thrust was given too lightly, and the bull ran about with the sword sticking in its neck; another thrust followed, and blood flowed from the animal’s mouth; the public hissed the awkward Espada. At length the weapon entered into the vulnerable spot; and in an instant the bull sank on the ground, and lay there like a clod, while a loud ‘viva’ rang from a thousand voices, mingling with the sound of the trumpets and the kettle-drums. The mules with their bells, their plumes of feathers, and their flags, galloped furiously round the arena, dragging the slaughtered animal after them; the blood it had shed was concealed by fresh sand; and a new bull, about as young as the first, was ushered in, after having been on its entrance excited and provoked by a thrust from a sharp iron spike. This fresh bull was, at the commencement of the affray, more bold than the former one, but it also soon became terrified. The spectators demanded that fire should be used against him, the squib arrows were then shot into his neck, and after a short battle he fell beneath the Espada’s sword.

    ‘Do not look upon this as a real Spanish bull-fight,’ said our neighbours to us; ‘this is mere child’s play, mere fun!’ And with fun the whole affair ended. The public were allowed, as many as pleased, to spring over the barriers into the arena; old people and young people took a part in this amusement; two bulls with horns well wrapped round, were let in. There was a rushing and springing about; even the bulls joined the public in vaulting over the first barrier among the spectators who still remained there; and there were roars of laughter, shouts and loud hurrahs, until the Empressario the manager of that day’s bull-fight, found that there was enough of this kind of sport, and introduced the two tame bulls, who were immediately followed by the two others back to their stalls. Not a single horse had been killed, blood had only flowed from two bulls; that was considered nothing, but we had 6een all the usual proceedings, and witnessed how the excitement of the people was worked up into passionate feelings.

    It was here, in this arena, in 1833, that the revolutionary movement in Barcelona broke out, after they had commenced at Saragossa to murder the monks and burn the monasteries. The mass of the populace in the arena fired upon the soldiers, these fired again upon the people; and the agitation spread abroad with fiery destruction throughout the land.

    Near the Plaza de Toros is situated the cemetery of Barcelona, at a short distance from the open sea. Aloes of a great height compose the fences, and high walls encircle a town inhabited only by the dead. A gate-keeper and his family, who occupy the porter’s lodge, are the only living creatures who dwell here. In the inside of this city of the dead are long lonely streets, with boxlike houses, of six stories in height, in which, side by side, over and under each other, are built cells, in each of which lies a corpse in its coffin. A dark plate with the name and an inscription is placed over the opening. The buildings have the appearance of warehouses, with doors upon doors. A large chapel-formed tomb is the cathedral in this city of the dead. A grass plot, with dark lofty cypresses, and a single isolated monument, afford some little variety to these solemn streets, where the residents of Barcelona, generation after generation, as silent, speechless inhabitants, occupy their gravechambers.

    The sun’s scorching rays were glaring on the white walls; and all here was so still, so lonely, one became so sad that it was a relief to go forth into the stir of busy life. On leaving this dismal abode of decay and corruption, the first sound we heard appertaining to worldly existence was the whistle of the railway; the train shot past, and, when its noise had subsided, was heard the sound of the waves rolling on the adjacent shore; thither I repaired.

    A number of fishermen were just at that moment hauling their nets ashore; strange-looking fishes, red, yellow, and blueish-green, were playing in the nets; naked, dark-skinned children were running about on the sands; dirty women—I think they were gypsies— sat and mended old worn-out garments; their hair was coal-black, their eyes darker still; the younger ones wore large red flowers in their hair, their teeth was as glittering wbite as those of the Moors. They were groups to be painted on canvas. The city of the dead, on the contrary, would have suited a photographer, one picture of that would be enough; for from whatever side one viewed it, there was no change in its character: these receptacles for the dead stood in uniform and unbroken array, while cypress trees, here and there, unfolded what seemed to be their mourning banners.

  • Graves inundaciones; salida para Valencia después de considerar los pros y contras de los barcos de vapor

    One of the last days that I was in Barcelona, it had rained hard during the night, and in the morning it happened that I had to go to the banker’s. The water had not run off sufficiently, it was actually over my goloshes. I came home completely drenched; and while I was changing my clothes, I was informed that the inundation had reached the Rambla, and that it was increasing. There were screams and hurrying of feet I saw from our balcony that heaps of gravel and rubbish were laid down before the hotels, and that up on either side of the more elevated promenades, there flowed a stream of a yellowish coffee colour; the paved part of the Rambla was a rushing, rising current. I hastened down. The rain was almost over, but its disastrous effects were increasing; I beheld a terrible spectacle—the water’s fearful power.
    Out among the hills the rain had fallen in such torrents, that the tearing mountain streamlets had soon swollen the little river which runs parallel to the highway and the railroad. At an earlier stage of the inundation there had been no outlet to the sea—now the raging water had forced a passage: it poured into what was once the moat of Barcelona, but which latterly had become choked up with rubbish and stones, it being intended to build upon it, as the town was to be enlarged. Here again the outlet was exhausted; the water rushed on; it rose and rose, and flowed over every obstacle; the railway was soon under water; the highway was buried under the overwhelming flood; the fences were broken down, trees and plants uprooted, by the impetuous waters, which rushed in through the gate of the town, and foamed like a mill-dam, darkish yellow in colour, on both sides of the walk; the flood swept off with it wooden booths, goods, barrels, carts, everything that it found in its way; pumpkins, oranges, tables and benches, sailed away; even an unharnessed wagon, which was filled with china and crockery-ware, was carried off to a considerable distance by the rapid stream. In the shops themselves people were up nearly to their waists in water; the strongest among them stretched cords from the shops to the trees on the higher parts of the Rambla, that the females might hold on by these while they were passing through the raging torrent. I saw, however, one woman carried away by it, but two young men dashed after her, and she was brought back to dry land in a state of insensibility. There were shrieks and lamentations, and similar scenes took place in the adjacent narrow streets; the inundation forced its way, dashing over everything, surging into lofty billows, and flowing into the lower stories of the houses. Shutters were put up, and doors were fastened to try and keep out the water, but not always with success. Some portion of the under stonework of the bridge was removed, that the water might find an exit that way; but this did very little good: it became, in fact, the cause of great evil. I heard some time afterwards, that several people were carried off by this eddy, and lost in the depths below. Never have I beheld the great power of water so fearfully evinced—it was really terrible. There was nothing to be seen but people flying from the rising flood, nothing to be heard but wailing and lamentation. The balconies and the roofs were filled and covered with human beings. On the streets trees and booths were sailing along; the gendarmes were exceedingly busy in trying to keep order. At length the inundation seemed to be subsiding; it was said that in the church on the Rambla, the priests, up to their waists in water, were singing masses.

    In the course of an hour or so, the fury of the torrent decreased; the water sank. People were making their way into the side streets, to see the desolation there. I followed them through a thick, yellow mud, which was exceedingly slippery. Water was pouring from the windows and the doors; it was dirty, and smelled shockingly. At length I reached the residence of Dr. Schierbeck which was at some distance: he had no knowledge of the inundation which had just taken place. In the many years during which he had resided at Barcelona, the rain had often caused the mountain streams and the river to overflow, but never to the extent of the impetuous torrent which had now occasioned so much mischief, and so much dismay. As we again threaded our way through the streets, we were disgusted with the filthy mud which the water had deposited in them, which looked like the nasty refuse of sewers. The Rambla was strewed with overturned booths, tables, carriages, and carts. Outside of the gate the work of destruction was still more prominent. The road was quite cut up in many places; the waters rushed down, and formed cataract upon cataract.

    Carriages with people from the country were drawn up in ranks, the passengers were obliged to come out if they wished to enter the town. Large joists of wood from a neighbouring timber-yard were strewed all about, as if cast by some unseen mischievous agents, playing at a game of chance. Passing along the principal highways, clambering over prostrate trees and other impediments, we reached at length the railway station, which looked like a dwelling of beavers, half in the water, half on land. There was quite a lake under the roof; the yellow water for along way concealed the metal grooves of the railroad. Our return was quite as difficult as our walk from town had been. We fell into holes, and crept up on the wet earth; roads and paths were cut up by new streams, we had to wade through deep mud, and reached Barcelona quite bespattered with it.

    Never before had I any idea of the power of such a flood. I thought of Kuhleborn in the tale of ‘Undine.’ I thought of the story which might be told by a little mountain streamlet, usually only a tiny rivulet, shaded by aloes and cacti, its nymph being a playful child; but as the little Spanish girls in reality do, springing up at once into young women, wilful and bold, repairing to the large town, to visit it and its population, to look into their houses and churches, and to see them on the promenade, where strangers always seek them: to-day I had witnessed its entrance.

    I had now been almost a fortnight at Barcelona, and felt myself at home in its streets and lanes. ‘Now to Valencia!’ I said to myself; and the thought of that lovely country was as pleasing as Weber’s music. I intended to go by the diligence. The voyage of the steamer along the coast of Spain had been described to me as exceedingly disagreeable, the vessels as dirty, and not at all arranged for the convenience of passengers; if the weather were stormy, it was obliged, with great difficulty, to land the passengers; the steamer did not, in such a case, enter any harbour, but people had, in the open sea, to jump down into the rocking boats, and the weather might be so bad that even these might not venture out to take the passengers ashore. We were now in the middle of September; the certainty of calm weather was past. During the last few days, there had been a strong wind blowing; and into the harbour of Barcelona so rough a sea had been rolling, that the waves had dashed up against the walls.

    In going by the diligence, one might see something of the country, and therefore that mode of conveyance appeared to me the best; but my countryman, Schierbeck, and every one else to whom I spoke on the subject, advised me not to undertake the land transit. It was a long, fatiguing journey, they said; I should be suffocated with heat in the over-crowded diligence; the roads were in bad condition; the conveyances often stopped at places where there was no sign of an inn— perhaps not a roof under which to seek shelter. The diligence from Madrid was two days behind its time; I knew by experience how few bridges there were, and how rivers had to be passed through; I had just witnessed at Barcelona the power of destruction which the mountain streams might acquire: to go by the diligence was, therefore, for the time being, to expose one’s self to the greatest inconvenience, if not to absolute danger of life. The road between Barcelona and Valencia lay through a certain place where the swollen mountain streams often caused disasters; it was only a few years before that an over-laden diligence was lost there, and it was supposed that the rush of waters had carried it out to the open sea—the Mediterranean.

    Even until a few hours before the departure of the steamer, I was balancing in my own mind whether I should go by it, or undertake the land journey. Every one advised the sea trip; the steamer Catalan, which was about to start, was reckoned one of the best and speediest; the machinery was first-rate, by the captain’s account: so I determined on the voyage. Dr. Schierbeck, and our friend Buckheisler, from Hamburg, accompanied us on board; it was past mid-day before the anchor was raised, and rocking heavily, the steamer bore away for the open sea.

    For a considerable way outside the harbour, the water was tinged with a yellow coffee-colour, from the inundation which had taken place on shore; then suddenly it resumed the clear greenish-blue tint of the sea. Barcelona lay stretched out to its full extent in the bright, beautiful sunshine; the fort Monjuich, with its yellow, zig-zag, stony path, stood still more forward; the hills looked higher, and over them all towered one still more lofty, strangely jagged like the fins of a fish—it was the holy Mount Serrat, whence Loyola came.

  • El preso José Rizal hace transbordo en Barcelona camino a su ejecución en Manila

    A las cinco de la mañana de ayer, la lancha de Sanidad se dirigió al vapor-correo trasatlántico «Isla de Panay», llevando á bordo al teniente de le guardia civil señor Tudela y á una pareja del propio cuerpo.

    Llegada la lancha al buque, subieron á bordo dicho oficial y guardias y se hicieron cargo del doctor Rizal, que fué trasladado en la lancha al muelle de Barcelona, siendo conducido enseguida al castillo de Montjuich, donde quedó el deportado filipino.

    A aquella hora eran contadas las personas que se hallaban en el muelle, así como en el resto del camino desde el puerto al castillo. Sólo algunos trabajadores que se dirigían á sus tareas presenciaron la conducción de! doctor Rizal. Es éste de pequeña estatura, tipo marcadamente filipino y vestía un terno negro, cubriendo su cabeza con un sombrero hongo. Marchaba el doctor Rizal tranquilo en apariencia y con la vista fija en el suelo. Usa bigote poco poblado y su edad parece ser de 35 á 40 años. Llevaba en la mano un cuaderno y unos gemelos de campaña.

    La guardia civil hizo entrega del doctor Rizal en el castillo de Montjuich, en uno da cuyos pabellones quedó provisionalmente, pues por la tarde debía ser bajado de aquella fortaleza para embarcarlo en el vapor «Colón» y conducirlo nuevamente á Filipinas, por orden da! Gobierno, según digimos en uno de nuestros telegramas de la madrugada de ayer, por haber sido reclamado por el general Blanco.

    A las ocho y pico de la mañana, en la falúa de le Sanidad marítima, se dirigieron al «Isla de Panay» con objeto de admitirlo á libre plática, el director de la Sanidad Marítima de este puerto doctor Bianchi, el secretario de la misma, señor Romero Ponce, el ayudante del comandante de Marina señor Paredes y el alto empleado d« la Compañía Trasatlántica don Fermín Izaguirre.

    El médico de á bordo hizo entrega al doctor Bianchi de la documentación, y como en los tres días que ha estado sujeto á observación el buque, no ha ocurrido novedad á bordo, subieron dichos funcionarios al «Isla de Panay», admitiéndolo á libre plática.

    Antes de que desembarcara el pasaje, que estaba deseoso da ello, se procedió á la detención de un pasajero que ha hecho el viaja con documentación falsa, extendida á nombre da José Balagué, como tercer condestable.

    El detenido, que se llame Ramón Colmenares, fue conducido en un bote por varios marineros de la dotación del cañonero «Pilar» á la Comandancia de Marina, en la cual quedó á disposición del juez instructor de la misma.

    Enseguida se permitió que desembarcaran los pasajeros, que lo verificaron sin pérdida de tiempo, ansiosos como estaban de saltar á tierra, después de tres días de estar á la vista de Barcelona donde terminaba su viaje.

    Por la tarde, entre tres y cuarto y cuando el general Despujol asistía al embarque de las tropas en el vapor «Colón», fue bajado del castillo de Montjuich y conducido á la Capitanía general el doctor Rizal. Allí estuvo un par de horas. Cuando el señor Despujol volvió á la Capitanía, sujetó al filibustero filipino a un detenido interrogatorio, terminado el cual, dió orden el señor Despujol para que se verificase la conducción del doctor al vapor «Colón», que lo ha de trasladar á Manila. Así se hizo por el teniente de la guardia civil señor Tudela y una pareja del propio instituto, sirviéndose de una falúa del cuerpo de carabineros.

    El doctor Rizal hará el viaje en un camarote de segunda clase.

    El doctor Rizal ha hecho el viaje, según dicen los pasajeros, completamente alejado de estos, los cuales desde los primeras días mostraron disgusto por su presencia.

    El lo advirtió enseguida y se mostró extrañado é hizo protestas de españolismo y hasta enseñó algunas cartas de altas autoridades del Archipiélago en las que se le prodigaban frases de consideración.

    Esto sin embargo, no hizo que cesase el disgusto de los viajeros y para que la frialdad que se le demostraba no pasara adelante, dispuso el capitán que comiera á su misa el doctor.

    Creen algunos pasajeros que éste no embarcó en calidad de detenido y dicen otros que el doctor Rizal manifestó que venía á la península para embarcarse para Cuba como médico de Sanidad.

    Según dicen los pasajeros del «Isla de Panay» la noticia del descubrimiento de una insurrección para asesinar á los españoles produjo grande alarma en Manila; pero como las autoridades procedieron activamente en las detenciones de los complicados, fuéronse calmando un tanto los ánimos. Los españoles no se descuidaron sin embargo, y se proveyeron de armes, facilitadas por el Gobierno genera!. Con la zozobra consiguiente, velaban ellos mismos, no inspirándoles confianza los hijos del país.

    Cuando dicho buque salió de Manila continuaba el estado de intranquilidad en aquella ciudad, al cual contribuían los rumores que á menudo circulaban dando importancia á la insurrección de Cavite.

  • «Carnicería y conflagración» después de la huelga de Solidaridad Obrera

    WOMEN FIGHT SAVAGELY.

    Witnesses Describe Scenes of Carnage and Conflagration in Barcelona.

    CERBERE, France, July 30. — The first direct dispatch from Barcelona since the fighting began there reached this place to-day, and is without date. It says:

    «Barcelona has been a perfect hell. Half the population is terrorized, and the other half is mad with blood. The troops of the garrison, amid shouts of approval from the mob, repeatedly refused to fire on the people, and the work of repression fell upon the police and civil guard. They charged the revolutionaries and used their firearms freely everywhere, but numbers were against them. As this dispatch is sent the streets are in possession of the barricaded insurgents. The destruction of property has been great. Barcelona is completely isolated and running short of food.»

    Exactly what stage of the proceedings this dispatch covers it is impossible to say.

    The officers of the steamer Scutari arriving at Marseilles to-day from Barcelona, which port they left Wednesday afternoon, say the collision between the troops and the rioters began on Monday morning immediately after the declaration of a general strike. The rioters tore up the pavements and built barricades behind which they fought desperately. The troops and civil guard took many of the barriers by assault, and by night had brought about some semblance of order. Rigorous orders were issued by the authorities, the people being instructed to remain in their homes on penalty of being shot on sight after dark.

    On Tuesday morning, the Scutari’s officers say, the streets were filled with cavalry, infantry, and artillery, who gradually cleared the principal streets and squares, notably the Rambla Santa Monica and [Plaza de Cataluña], placing the batteries and machine guns so as to command the adjacent streets. The loss of life during these operations was heavy. The rioters, as they were driven back, built new barricades as fast as the old ones were captured, and entrenched themselves in the suburbs of San Andre, San Antonio, [Badalona], and elsewhere, holding the troops at bay in spite of the raking fire of the artillery.

    Everywhere flames broke out from churches, convents, and factories, and the skies at night were scarlet with the reflections of the fires. During Tuesday night the rattle of musketry, the drumming of machine guns, and the booming of cannon were ceaseless, and fierce fighting was in progress when the Scutari sailed.

    All Convents Burned But One.

    Passengers just arrived at Cerbere from Gerona, who went to San Felice from Barcelona by sea and then on foot to Gerona, where they took passage on a train, say the revolution was in full swing when the left the City of Barcelona. The «House of the People,» the headquarters of the rioters, was razed to the ground by artillery, and all of the convents except one in Calle Caspe, which was defended by Jesuits and a civil guard, were burned.

    The Montjuich forts bombarded the Rambla and the Paseos. Ten thousand revolutionists were daily fighting in the streets under the direction of a Revolutionary Committee, which had charge of the movement. The Caldos Bridge was blown up by dynamite. At Lesomatin an armed civil body had thrown its fortunes with the revolutionaries and was holding the troops and civil guards at Barcelona.

    From other towns on the Franco-Spanish frontier come many reports confirming what has been said of the terrible fury of the women throughout Catalonia. At Barcelona they fought behind the barricades with the men, urging them to fight to the death. Everywhere they resisted searches by gendarmes for recruits for the reserves, barring the doors of their houses and firing at the soldiers from the windows.

  • Ejecutado Ramón Clemente García por bailar con el cadáver de una monja y otros delitos

    [Hoy] se dio cumplimiento á la sentencia del Consejo de guerra que condenó á la pena de muerte al procesado Ramón Clemente, acusado del delito de rebelión y profanación de cadáveres en el convento de las Jerónimos, durante los días de la última semana de julio.

    El reo, que desde el viernes de la semana pasada se hallaba en uno de los calabozos del castillo de Montjuich, fue puesto en capilla el domingo, á los dos de la tarde.

    A las cuatro subieron al castillo los Hermanos de la Congregación de la Paz y Caridad y el capellán de la fortaleza, don Eloy Hernández Vicente, los cuales entraron en la capilla para acompañar al reo en sus últimos momentos.

    De madrugada, á las cinco y media, llegaron al castillo las fuerzas de los regimientos de Numancia y Mallorca encargadas de formar el cuadro.

    A las ocho de la mañana, después de haber oído misa el reo, fue conducido al foso de la batería de Santa Amalia, donde se cumplió la sentencia, que ejecutaron ocho soldados del regimiento infantería de la Constitución.

    D. E. P.

  • Empieza la huelga de la Canadiense

    La compañía … es conocida históricamente por la famosa huelga que se originó entre Febrero y marzo de 1919, y que constituyó un gran avance en el movimiento obrero catalán. El conflicto comenzó a finales de enero de 1919 cuando la empresa ‘Riegos y Fuerza del Ebro S.A., empresa asociada a Barcelona Traction Light and Power, introdujo cambios en las condiciones de trabajo del personal de facturación, esto produjo una disminución salarial. Los trabajadores pidieron asesoramiento y soporte al Sindicato de Agua, Gas y Electricidad de la CNT, la dirección de la empresa respondió con el despido de 8 de los trabajadores afectados. El 5 de febrero el resto del personal de facturación se declaró en huelga, en solidaridad de sus compañeros. La nueva respuesta de la dirección de la empresa fue el despido de 140 trabajadores de la sección de facturación, que fueron sustituidos por personal de otras secciones. Los trabajadores del departamento de Producción y Distribución se unieron a la huelga y el día 8 de Febrero la huelga era casi total en la Riegos. El 10 de febrero la dirección de la Canadenca dio un ultimátum a los trabajadores en huelga. La tensión aumentó todavía más al ser asesinado un cobrador de la compañía. El día 21 de Febrero el Sindicato Único de Agua, Gas y Electricidad de la CNT declaró la huelga a todo el sector y a las empresas asociadas a La Canadenca (Catalana de Gas, Ferrocarril de Sarriá en Barcelona y Sociedad General de Aguas).

    Poco después se unieron los trabajadores de estas empresas, esto provocó que Barcelona y sus alrededores quedaran paralizados. El 1 de marzo las compañías de agua, gas y electricidad declararon que los trabajadores que no se presentasen a trabajar antes del día 6 serían despedidos. Debido a esto el Sindicato Único de Artes Gráficas implantó la censura roja, sobre las noticias periodísticas contrarias a los intereses de los trabajadores en huelga. El día 9 el presidente general de Cataluña, Joaquim Milans del Bosch, declaró estado de guerra, y más de tres mil obreros fueron detenidos y encerrados en el Castillo de Montjuic. Tras esto también se declararon en huelga como protesta a los obreros de la indústria textil y se produjo una huelga general en toda Barcelona. El gobierno envió a Barcelona al subsecretario de la Presidencia por pactar con el comite de la huelga:

    1. La apertura de todos los sindicatos cerrados.
    2. La libertad de los trabajadores encarcelados.
    3. El establecimiento de la jornada de trabajo de 8 horas.

    Los días 15 y 16 de Marzo en presencia del emisario del gobierno, José Morote, se reunieron los representantes de La Canadenca y del comité de la huelga, y el 17 se llegó a un acuerdo:

    1. Libertad para los trabajadores encarcelados.
    2. Readmisión de los trabajadores en huelga sin represalias.
    3. El pago de la mitad de los días que había durado la huelga.
    4. Se establecería la jornada de 8 horas.
    5. Tras el acuerdo definitivo se levantaría el estado de guerrra.

    Para suscribir el acuerdo, la CNT convocó el día 19 de Marzo una gran asamblea en la plaza de toros Les Arenes, donde asistieron más de 20.000 trabajadores e intervinieron Simó Piera i Pagès, Josep Díaz, Rafael Gironés, Francisco Miranda y Salvador Seguí, que cerraron el meeting. La asamblea aprobó el acuerdo y dio un tiempo de 72 para que el gobierno liberase a los encarcelados. El 3 de abril un decreto del gobierno español estableció la jornada de trabajo de 8 horas, para todos los oficios.

  • La sangrienta guerra entre la patronal y el sindicalismo afecta a los directivos franceses pero no a los alemanes

    Syndicalist campaign of murder and intimidation against French managers
    LABOR TERRORISM RAMPANT IN SPAIN
    Five French Industrial Managers Murdered in the Last Two Months.
    BARCELONA PANIC-STRICKEN
    Deputy Gives Notice of an Interpellation on the Subject in the French Chamber
    By WALTER DURANTY.
    Special Cable to THE NEW YORK TIMES

    PARIS, June 28.– An amazing reign of terror in Barcelona and the surrounding region, in the course of which five Frenchmen were murdered by gunmen of the Spanish Labor Party, will form the subject of an interpellation in the near future by Deputy Emanuel Brousse. He will ask the Government, the Matin says, to take steps to insure the protection of the lives and properties of French citizens in Spain in view of the impotence of the Spanish authorities.

    The interpellation will be none the less urgent because German industrialists have been wholly untroubled by what looks like an organized campaign of murder.

    A typical case occurred only this month. François Lefèvre, the French manager of a metallurgical concern in Barcelona, had occasion to dismiss a 20-year-old employee, a Spaniard named Poch. A week later, at 11 o’clock in the morning, while work was in full swing, Poch walked coolly into Lefèvre’s office and shot him dead in front of his terrified clerks and secretary. Poch then departed without molestation and no attempt to arrest him has been made. Four other French industrial managers have been murdered in Spain for equally trivial reasons in the past two months, without any one having been arrested, and twelve others have been forced to leave the country by threats of a similar fate.

    Not long ago the French Consul and a delegation from the Chamber of Commerce demanded protection from the Military Governor of Barcelona, General Anido, who is alleged to have replied that it was all he could do to protect his own life from labor malcontents.

    His civil colleague, Mayor Domingo, was not even successful to that extent. A fortnight ago, while driving his automobile in the principal street of Barcelona, he was surrounded by a group of workers and made the target of a hail of bullets, one of which passed through his body, and he is now lying between life and death.

    The following day three well-known Syndicalists were unexpectedly released from Monjuich Prison, where they had been held since the 1st of March. On their way home all three were shot dead by persons unknown. Their labor comrades attributed the killings to police reprisals, with the result that death warnings have now been received by the majority of the municipal authorities and the principal business men.

    A state bordering on panic prevails among the population, as is illustrated by an incident which occurred outside the Lyceum Theatre, in the main street of Barcelona, a few days ago.

    The engine of a motorcycle suddenly gave vent to a series of loud explosions. Immediately there was a mad rush for shelter on every side. Café tables and flower stalls were upset by the panic-stricken mob. This increased the confusion, to which the Civil Guards and carabineers put the finishing touch by firing their rifles and revolvers indiscriminately in all directions.


    BARCELONA, June 28. — A Syndicalist leader named Bandella was shot and killed here last night while trying to escape from an escort of civil guards. The authorities declare he was one of the most dangerous and active Syndicalists in Barcelona and that he was involved in many recent outrages in this city. Another well-known Syndicalist was found in a street here yesterday morning. It is said he was one of the men who plotted an attack on Mayor Domingo a few days ago.