Anteanoche á las doce y media, el general Gaminde, que aguardaba ser relevado por el general Contreras segun las instrucciones que tenia recibidas del Gobierno, resignó el mando en el segundo cabo, general Andia, y se embarcó en un buque que zarpó para Marsella á las pocas horas. El general Gaminde saben nuestros lectores que había solicitado y obtenido licencia para el extranjero; pero todo el mundo creia, incluso el Gobierno, que permaneceria en aquel importante puesto hasta hacer entrega de él á su sucesor.
Coincidió con la marcha de la primera autoridad militar del distrito el haber recibido orden el batallón cazadores de la Habana para marchar sobre Tordera, punto amenazado por varias facciones carlistas, debiendo salir de Barcelona ayer por la mañana.
El batallón, desde los primeros momentos, protestó que deseaba salir de la capital después que se hubiese hecho en ella la proclamación oficial da la República, y con este motivo, al emprender su marcha, se dirigió, no á su punto de salida, sino á la plaza de San Jaime, en que se halla el palacio de la Diputacion provincial, corporación que celebraba sesión en aquellos instantes.
El batallón prorumpió en gritos de ¡Viva la República! que aumentaron al presentarse en los balcones algunos diputados á quienes la tropa manifestaba su simpatía y adhesión.
En este estado, el general Audía, creyendo que no tenia fuerza moral para contener lo que él consideraba como una insubordinación, resignó el mando en el brigadier de ingenieros, Sr. Barraquer, anciano que, por su avanzada edad, goza de escasa salud, y quien, en efecto, se hallaba enfermo en aquellos instantes.
Tampoco el Sr. Lopez Claros, gobernador del castillo de Monjuich, quiso hacerse entrega del mando de la plaza, y por consecuencia vino éste á manos, con arreglo á ordenanza, del coronel más antiguo de la guarnición, Sr. Iriarte, y el cargo de segundo cabo al que le seguia en antigüedad, coronel Lera.
Como una hora estuvo el batallón cazadores de la Habana en la plaza de San Jaime, envuelto entre inmensa muchedumbre del pueblo, pero sin que en aquella manifestación tomaran parte otras fuerzas del ejercito. Mas, circulada la noticia, fueron llegando sucesivamente á aquel punto cazadores de Cádiz, Tarifa y Madrid, artillería de montaña y rodada y demás cuerpos de guarnición en Barcelona, todos con armas y sin la mayoría de sus jefes á la cabeza.
La reunión de todas estas tropas, á quienes arengaban algunos paisanos desde los balsones de la Diputacion, produjo una explosion de entusiasmo en que tomó parte el pueblo, fraternizando soldados y paisanos á los gritos de ¡Viva la República! que se estendieron por todos ángulos de la poblacion.
La alegría era indescriptible, y enmedio da la agitación que los acontecimientos habian producido, no se cometió un desmán, no hubo el menor desorden, no se vertió ni una gota de sangre, reinando un orden admirable sólo interrumpido por los movimientos de la multitud entusiasmada.
Pasados los primeros momentos, las tropas volvieron á sus respectivos cuarteles, declarando terminantemente que se hallan dispuestas á sostener al Gobierno de la República y á la Asamblea Nacional, en cuyo favor hacen votos de adhesión y fidelidad completa.
A las nuevo de la noche, el alcalde popular de Barcelona daba cuenta al Gobierno del estado de la población, en los siguientes satisfactorios términos:
«Todos los cuerpos del ejército acaban de adherirse con gran entusiasmo á la República. Pueblo y tropas fraternizan cordialmente. Júbilo inmenso é indescriptible. Ciudad iluminada. Alegría general y órden completo.— Narciso Buxó y Prats.»
Para terminar, diremos la causa que en Madrid dio un carácter exagerado á los sucesos de Barcelona.
Parece que una autoridad, mal informada sin duda, ó cediendo á un movimiento precipitado, telegrafió al Gobierno diciéndole que la Diputación y el Ayuntamiento se habían erigido en junta suprema del Estado federal de Cataluña, apoyados por las tropas de la guarnición, y que habian sido nombrados generales los coroneles Iriarte y Lera.