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  • Pruebas para dos locomóviles del Nuevo Vulcano

    Bajo la dirección del ingeniero Serrallach, los talleres del “Nuevo Vulcano” construían, en julio de 1857, dos máquinas de vapor locomóviles, para los trabajos de explotación en los criaderos de turba de la Sociedad “La Ascensión”, de Amposta. El día 20 se realizaron diversas pruebas para experimentar su fuerza y se comprobó el perfecto ajuste de las piezas y el suave movimiento de la marcha. La industria barcelonesa estaba extendiendo su mercado.

  • Poema patriótico de Balaguer dedicado a Lluís Cutchet

    Con fecha 3/11/1857:

    ¿Qué se han fét, Barcelona, de tos avis
    las santas lleys, las consuetuts sagradas?
    En va jo entorn passejo mas miradas,
    ni sombra veig tan sols de llibertat.
    Tos ciutadans d’ avuy, sens fe y sens gloria,
    senten xiular lo fuet á sas orellas,
    y van esclaus com un ramat de ovellas
    á obeir la lley del sabre d’ un soldat.

  • Real orden autorizando el (privado) Manicomio Nueva-Belén de Gracia, donde está prohibido pegar a los inquilinos

    El tratamiento que empleamos en la Nueva Belen es moral. Seguimos el sistema inglés llamado de Non restraint y tambien sistema nuevo New System por el doctor Conolly, conviene á saber: alimentacion abundante, método higiénico esmerado, ejercicio moderado y la moralizacion ó sea conversaciones frecuentes del director con los pensionistas: nada que sujete, que reprima; ninguna coercion, ninguna fuerza ni restriccion mecánica.

    Para lograr nuestro objeto contamos con lo siguiente:

    1.º Con dos edificios alegres y espaciosos, completamente aislados y separados, uno para los caballeros y otro para las señoras, situados á la falda de una suave colina, desde donde se descubre el estenso panorama del llano de Barcelona con su frondosa vejetacion, sus torres de recreo, los ferro-carriles, y el mar perdiéndose en el horizonte.

    […]

    3.º Con sirvientes instruidos en el modo de tratar á los enfermos, que toman ascendiente sobre ellos, porque no se eligen robustos y forzudos, sino despejados y amables.

    […]

    [Del reglamento]

    25. Los vigilantes acompañan por todas partes á los pensionistas sin perderlos de vista, dan cuenta inmediatamente si advirtieren alguna variacion en el carácter de estos, é impiden en el acto cualquier accidente. No permiten que se alejen, ni que se oculten ó escondan, evitando así toda tentativa de evasion; tienen con ellos modales corteses, afabilidad sin propasarse de palabra, y no pueden sujetarlos sin órden espresa de los jefes, fuera de un caso imprevisto. Se les prohibe la mas mínima amenaza, tutearlos y hablarles de su mal, ó dar pábulo á su manía…

  • Aprobado el plan Cerdá

    MINISTERIO DE FOMENTO.-Obras públicas.-Ilmo. Sr.:
    Visto el proyecto de ensanche de la ciudad de Barcelona, estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, en virtud de la autorizacion que le fué concedida por real orden de 2 de febrero último:
    Visto el Real decreto de 23 de enero de 1856:
    Considerando:
    1.° Que los estudios de Cerdá se hallan en armonía con las bases adoptadas por la comision de representantes de todas las corporaciones de Barcelona en su memoria de 28 de junio de 1855 y las discutidas por la comision nombrada en virtud del Real decreto de 23 de enero de 1856:
    2.° Que la Real orden de 9 de diciembre de 1858 dictada por el Ministerio de la Guerra, prejuzga el ensanche del caserío en el sentido de su libre desarrollo, reservándose únicamente fijar los puntos donde considere conveniente establecer edificios militares:
    3.° Que la Junta consultiva de Caminos, Canales y Puertos, encontrando el proyecto bien estudiado, consulta su aprobacion en dictamen de 6 de mayo de 1859;
    S.M. la Reina (q. D. g.) se ha dignado resolver:
    Primero. Se aprueba el proyecto facultativo de ensanche de la ciudad de Barcelona estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, con las alteraciones propuestas por la Junta consultiva de Caminos, Canales y Puertos, para que la altura de los edificios de la zona de ensanche no esceda en ningun caso de 16 metros, y se aumente el número de manzanas mayores que las del tipo general admitido en el proyecto, así como tambien el de parques, especialmente en la zona en que se representa mas condensada la edificacion:
    Segundo. El sistema de cerramiento consistirá en el canal de circunvalacion proyectado para recoger las aguas torrentiales:
    Tercero. Antes de proponer á las Cortes el oportuno proyecto de ley para la ejecucion del ensanche, deberá presentar el autor al ministerio de Fomento el proyecto económico que tiene meditado:
    Cuarto. Deberá asimismo presentar el proyecto de ordenanzas de construccion y de policía urbana para que sobre las primeras recaíga la aprobacion del ministerio de Fomento, y sobre las segundas el de la Gobernacion del reino, prévia la instruccion que juzgue conveniente darles.
    De Real orden lo comunico á V. I. para su conocimiento y efectos consiguientes. Dios guarde á V. I. muchos años. Madrid 7 de junio de 1859.—Corvera.—Sr. Director general de Obras públicas.

  • Un viaje de manicomios, y el proyecto para el de la Santa Cruz

    Á LA M. I. ADMINISTRACION DEL HOSPITAL DE SANTA CRUZ DE BARCELONA

    Ocioso seria exponer las infinitas razones que demuestran la urgente necesidad de erigir en Barcelona un Manicomio digno de esta capital y su provincia por tantos títulos ilustres y famosas, tal como lo están reclamando la caridad y cultura de sus habitantes. El convencimiento de dicha necesidad se ha extendido á todas las clases de nuestra poblacion, y el anhelo de satisfacerla sin tardanza domina todos los corazones en que arde siquiera una chispa de amor á la humanidad doliente: es como un instinto público. Nadie, empero, tiene una conviccion mas profunda, nadie siente mas vivo deseo que V. S., que toca los inconvenientes de la residencia de los orates confiados á su custodia y patrocinio, en un local no tan á propósito como fuera de apetecer para su tratamiento curativo, seguridad y bienestar.

    Así lo prueba, aparte de la adquisicion de la casa ó quinta llamada de la Vireina en Gracia en 1836, y los trabajos que para establecer en ella un manicomio se ejecutaron entonces, la solicitud que por mejorar la suerte de los míseros locos ha desplegado V. S. en todos tiempos, y especialmente en estos últimos años, durante los cuales ha ido planteando en el Asilo manicómico anejo al Hospital de Santa Cruz reformas de suma importancia, así respecto á la parte material del edificio, como á sus servicios médico, administrativo y económico, cuyos felices resultados acredita la experiencia. Pero todavía lo prueba mas el deseo de construir de planta en los afueras de esta ciudad un buen Manicomio para trasladar á él los orates, á cuyo proyecto ha consagrado V. S. trabajos preparatorios por espacio de muchos años, y dádole en estos últimos el carácter de resolucion definitiva.

    Simultáneamente con V. S. se han ocupado varias veces en este proyecto la Academia de Medicina y Cirugía , la Sociedad Económica de Amigos del País, la Junta municipal de Beneficencia, informando sobre el lugar mas acomodado para la casa de orates, ya extramuros de Barcelona, ya en otro punto de la provincia; el Exmo. Ayuntamiento Constitucional, instruyendo un expediente que terminó por una exposicion hecha al Gobierno en 22 de abril de 1840, en solicitud de que le cediese el convento que fué de Capuchinos de Sarria con todos sus accesorios para fundar allí el establecimiento; y otras autoridades, tomando algunas providencias dirigidas á facilitar los medios para poner por obra esta interesante mejora. A fin de que sirviese de guia científica para la realizacion del proyecto, publicó entonces el Exmo. Ayuntamiento, á expensas de los fondos municipales, la Memoria para el establecimiento de un Hospital de locos, traduccion hecha por el Dr. D. Pedro Felipe Monlau de la que escribió en francés A. Brierre de Boismont, y fué premiada en un concurso abierto en 1834 por la Sociedad de Ciencias médicas y naturales de Bruselas. Este trabajo, sobre cuyo mérito no juzgo necesario dar mi humilde opinion, como tampoco sobre lo aplicable que pudiera ser ahora al proyecto de una casa de orates para Barcelona, es, si no me equivoco, el primer escrito acerca de esta materia que ha salido á luz en España.

    Paralizado estaba el asunto cuando en 1846 escribí y presenté al certamen público abierto por la Sociedad Económica en 25 de junio del propio año, una Memoria sobre el modo mas asequible de erigir un Asilo, Hospital ó Casa de locos para uno y otro sexo, fuera de las murallas de esta ciudad, acompañada de un proyecto de Reglamento interior para el régimeti del establecimiento, que obtuvo el primer premio y fué publicada despues encabezando la série de memorias del Boletín que dicha Sociedad empezó á dar á luz en 1853.

    Instaló en 1849 el Exmo. Ayuntamiento Constitucional una comision, que, bajo la presidencia del Iltre. Sr. Alcalde Corregidor, se ocupase en la traslacion de los locos de los departamentos de este Hospital á un lugar mas conveniente; y se invitó al acreditado Dr. D. Francisco Campderá, propietario y médico director de la Torre Lunática de Lloret, para que viniese á auxiliar á dicha comision con sus especiales conocimientos en materia de casas de orates; mas estas providencias no tuvieron ulterior resultado.

    A principios de 1854, emprendiendo V. S. con mas calor el proyecto de establecer un buen Manicomio, pensó construirlo en la quinta de Alegre, en la vecina villa de Gracia, sobre lo cual consultó, para asegurar el acierto, á la Academia de Medicina y Cirugía y á la Sociedad Económica de Amigos del País, cuyo dictámen fué bastante favorable.

    Como para animar á V. S. en su propósito, terminaba dicha corporacion su informe con estas notables palabras: «La infeliz, la indigna situacion en que, con harto dolor de V. S., se encuentran los enajenados del Hospital de Santa Cruz, exige que cuanto antes se les destine un edificio apropiado, y se les consagren atenciones especiales y exquisitas para su curacion y buen trato. Barcelona, ciudad tan principal y tan aventajada en todos conceptos, lamenta de cada día mas la existencia del depósito actual de orates, donde ninguno se cura, donde ninguno puede curarse, y que es para ella un padron de ignominia. Conviene, pues, que V. S. ponga en obra su proyecto, con el que se granjeará las simpatías de todas las personas piadosas, las bendiciones de los desgraciados y una memoria’gloriosa é imperecedera en los anales de la insigne capital del Principado.»

    En mi calidad de socio de las dos corporaciones citadas, tuve que enterarme del acuerdo de V. S., y anhelando por cooperar, en cuanto pudiese, á la realizacion de su pensamiento, me atreví á someter á la consideracion de V. S. en 12 de abril unas breves Indicaciones sobre la construccion de un Hospital de locos en la quinta de Alegre, situada en la vecina villa d» Gracia; refundicion completa de mi anterior memoria bajo un plan enteramente nuevo y mas acomodado, en mi sentir, á las necesidades de la práctica médica en lo relativo al tratamiento de la enajenacion mental.

    A consecuencia de este paso vino V. S. en invitarme para que concurriese á la sesion extraordinaria que celebró en 12 de mayo con el objeto de ocuparse detenidamente en los medios mas á propósito para mejorar la situacion de los locos confiados á su custodia.

    En esta conferencia concordaron todos los pareceres, y decidieron que urgía la construccion de un Manicomio fuera del recinto de Barcelona; y que antes de abrir sus cimientos, convenia reunir todos los datos indispensables para acometer la empresa con completa seguridad de buen éxito. En esta atencion rogóme V. S. que hiciese un viaje facultativo á varias naciones extranjeras para estudiar sus casas de orates mas notables, á fin de que con las nociones prácticas que adquiriese, corroborase ó modificase las teóricas que en mis Indicaciones habia manifestado, y por con• siguiente introdujese en mi proyecto las variaciones necesarias. Accedí gustoso á este ruego, no solo porque me distinguía con una prueba de confianza muy honrosa, sino principalmente porque me brindaba á auxiliar á V, S. en la ejecucion de su gran pensamiento.

    Para trazar el plan de mi viaje y visitas á los manicomios extranjeros, estimó V. S. oportuno que conferenciase conmigo D. Raimundo Durán y Obiols, doctor en Medicina y Cirugía, cuyas luces y experiencia eran verdaderamente la mejor fianza de acierto y feliz resultado en todo negocio relativo á la práctica médica. En union con este apreciable comprofesor, que acaba de arrebatarnos la muerte, presenté á V. S. en 17 del propio mayo unas sucintas reflexiones sobre el modo de desempeñar mi encargo con la mayor inteligencia y utilidad. En 20 del mismo mes expidió V. S. mi nombramiento para la comision de ir á estudiar los manieomios mas acreditados de Francia, Inglaterra, Alemania y otras naciones; manifestándome que, si bien me recomendaba al efecto las mencionadas reflexiones, no me imponía el deber de circunscribirme estrictamente á ellas, antes me facultaba para ampliarlas conforme estimase provechoso.

    Queriendo dar á mi comision cierto carácter oficial que, sobre acreditarme con los gobiernos de las naciones extranjeras y los ministros españoles en las mismas, me facilitase el evacuarla con mas desembarazo y latitud, obtuvo V. S. el beneplácito del Exmo. Sr. Gobernador de esta provincia, quien me entregó cartas de recomendacion para los Sres. Enviados extraordinarios y Encargados de negocios de España en las principales cortes de Europa, rogándoles que interponiendo su valimiento con ellas, me alcanzasen la competente autorizacion para estudiar sus manicomios.

    Hice, pues, el viaje y desempeñé con celo mi comision, cuyo resultado tuve el gusto de ofrecer á V. S. en 18 de enero de 1855, presentándole una Descripcion de varios Manicomios de Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania é Italia, visitados en los meses de junio, julio, agosto y setiembre de 1854; obrita bastante voluminosa, que aceptó V. S. con lisonjera benevolencia, y por la que se dignó darme las mas expresivas gracias. Este trabajo era un compendio de los conocimientos prácticos que habia adquirido con el estudio de casas de orates muy justamente celebradas, y que me proponía utilizar en el proyecto de la de Barcelona.

    Las azarosas circunstancias de aquellos dias, en que esta ciudad acababa de recibir el golpe fatal de una epidemia de cólera-morbo, imposibilitaron á V. S. de llevar adelante por entonces su pensamiento, á pesar de sus vivísimos deseos. En este conflicto y aguardando tiempos mas serenos, ansiosa de introducir mejoras en el Asilo manicómico existente, y poner el servicie de los orates á la altura en que se halla en los hospitales de las naciones extranjeras, acordó V. S. dar una forma nueva y mas especial á su direccion facultativa, que se dignó encomendarme nombrándome en 3 de julio del mismo año Médico mayor del Hospital de Santa Cruz con destino á dicho departamento.

    No me estaria bien enumerar las reformas importantes que por mi consejo ha planteado V. S. en el Asilo manicómico, y que han obtenido la aprobacion de corporaciones muy competentes, de las autoridades superiores de esta provincia, de muchas personas entendidas y hasta de médicos extranjeros harto inclinados, por desgracia, á exagerar el atraso en que aquí se halla la beneficencia pública de los orates. Basta añadir que aquel establecimiento tiene ya, respecto á su organizacion y servicios, el carácter de un hospital de locos en la mas rigurosa acepcion de la palabra. Con todo eso, algunos inconvenientes imposibles . de corregir que presenta la parte material del Asilo, y la necesidad siempre creciente de trasladarle á otra parte, fueron avivando mas y mas en el ánimo de V. S. el anhelo de proseguir nuevamente sus tareas para la construccion del Manicomio; á cuyo fin en 8 de marzo de 1856 llamó seriamente sobre tan importante asunto la atencion del limo. Cabildo Eclesiástico y Exmo. Ayuntamiento Constitucional, corporaciones compatronas del Hospital de Santa Cruz, á quienes V. S. dignamente representa.

    Decidida, por último, á empezar inmediatamente la obra, rogóme V. S. nn sesion de 25 de junio de 1857, que formase el Proyecto médico razonado en conformidad al cual debieran levantarse los planos y construirse el Manicomio; trabajos que encargó al arquitecto D. José Oriol y Bernadet, de cuya inteligencia habia recibido muy favorables y verídicos informes. Procedió V. S. con mucho acierto en esta resolucion, confiando á un médico y á un arquitecto conjuntamente (prescindiendo ahora de las personas) la ejecucion de una obra médico-arquitectónica, que de tal índole es un manicomio; pues sobrada ocasion he tenido de tocar los graves inconvenientes y defectos de varias casas de orates, para cuya construccion no se hizo caso de los conocimientos médicos especiales en tan difícil materia, de los conocimientos frenopáticos, cuya necesidad, en cuanto se refiere á ereccion y gobierno de aquellos asilos tan especiales tambien de suyo, no admite réplica como que está fuera de duda.

    Aunque habia yo visitado muchos manicomios en mi referido viaje, é igualmente el Sr. Oriol habia visto algunos, deseosos ambos de desempeñar nuestro importante encargo con el mayor lucimiento posible, á completa satisfaccion de V. S.; emprendimos, á nuestras expensas, en agosto del citado año un nuevo viaje á Francia, Italia, Suiza, Alemania, Holanda y Bélgica, no ya para volver á ver los hospitales de locos que habíamos examinado, sino para estudiar los erigidos desde el año 1854, y que, por ser muy recientes, debían de presentar el resultado ó aplicacion de los principios mas modernos de la ciencia frenopática á la parte de la arquitectura relativa á la construccion de aquellos establecimientos.

    En mis dos viajes estudié con mucha atencion en Francia el bello manicomio de Marsella; el de Mompeller; el particular de Pont-Saint-Côme, fundado por el docto Rech, junto á la misma ciudad; el de Burdeos y el de la Providencia de Niort, proyectado por el entendido Parchappe; el del hospicio de l’Antiquaille y la casa de San Pedro y San Pablo ó asilo de San Juan de Dios, cerca de Lyon; el grandioso de Tolosa; el de Auxerre, que pasa por el asilo modelo de aquella nacion; el de la Salpétrière en París, y en las cercanías de esta capital los de Bicêtre, de Charenton, seminario de insignes alienistas, y el de Ivry, que perteneció al sabio Esquirol: en Inglaterra el de Bethlem [Bedlam], tan célebre en otro tiempo, y el de Saint-Luke en Lóndres; y á corta distancia de esta el de Hanwell, en cuya direccion floreció el ilustre Conolly, y el de Colney Hatch, que es quizá el mas vasto de Europa: en Bélgica la singular Colonia de orates de Gheel, el magnífico manicomio que acababa de levantarse extramuros de Gante, conforme al proyecto de Guislain , maestro de los alienistas belgas; los dos hospicios de enajenados de la propia ciudad, y junto á ella el asilo particular del Strop: en Holanda el grandioso manicomio de Meer en Berg, cerca de Haarlem: en Alemania el de Eichberg, en el ducado de Nassau; el de la Caridad de Berlín, dirigido por el eminente Ideler; el de Halle, levantado segun el sistema aleman mixto del sabio Damerow; el monumental de Viena, en que campean la riqueza y elegancia, y cuyo servicio facultativo desempeña el insigne Riedel; y frontera á aquel la antigua Torre de los locos (Irren-Thurm): en Suiza el magnífico asilo de la Waldau, cerca de Berna; el de Préfargier, inmediato á Neuchatel, lujoso donativo de un ciudadano tan humanitario como pudiente, y el de Ginebra: en Italia el de la Senavra en las cercanías de Milan; dentro del recinto de esta ciudad los de la Senavretta y de Dufour; el real manicomio de Turin y el de Génova, malhadada aplicacion de la planta panóptica.

    Conviene advertir que antes de emprender el viaje, anduvimos el Sr. Oriol y yo recorriendo el llano de Barcelona en busca de un local á propósito para edificar la casa de orates; y despues de examinar con mucho detenimiento algunos, y tener varias conferencias, en que pesamos las ventajas é inconvenientes de todos, nos fijamos en tres y concluimos por elegir uno de ellos, cuya topografía médica es excelente. Hasta respecto de su situacion no titubeo en asegurar que quizás no le aventaja ninguno de los puntos que ocupan los manicomios que he visitado.

    Creyérase acaso que trato de escribir nuestro elogio, si explicara á V. S. la solicitud y atencion con que procuramos el Sr. Oriol y yo obtener de nuestra larga excursion científica el mayor fruto posible, la diligencia con que recorrimos todos los establecimientos que hacían á nuestro propósito, y el afan con que acopiamos cuantos datos y nociones prácticas atañían al objeto que nos llevaba. Ello es cierto, y dígolo sin jactancia, que regresamos con un rico caudal de noticias, así siquiátricas como arquitectónicas; estadísticas, proyectos médicos y planos de manicomios, que agregados á los adquiridos por mí en el primer viaje, y contando especialmente con la instruccion que sobre la materia nos habían proporcionado asiduos estudios teóricos y prácticos, fiábannos que podríamos salir airosos de nuestra comision, en beneficio de los desgraciados orates, con honra de V. S. y de la patria.

    […]

    Ya que nos hallamos dispuestos para entrar de lleno en nuestros trabajos, procedimos en ellos con arreglo á la lógica práctica que se sigue en las naciones extranjeras, donde al emprenderse la ereccion de un manicomio, empieza el alienista por presentar el Proyecto médico del establecimiento, que comprende su situacion, exposicion, capacidad, clasificacion de los enajenados que se abrigarán en él, disposicion general del edificio y particular de sus departamentos, secciones y piezas, y todos los demás pormenores relativos á la higiene y la ciencia frenopática, aplicables á la construccion de hospitales de locos; á cuyo proyecto ajusta luego el arquitecto sus planos y la ejecucion material de la obra. No se entienda, sin embargo, que siempre estén tan rigurosamente deslindadas las atribuciones y tareas de uno y otro profesor, que no deban ambos conferenciar sobre muchos puntos de la incumbencia especial de cada uno, discutirlos y adoptarlos juntamente, de modo que parezca que de consuno trabajan en una obra única. Esta mancomunidad y armonía son tanto mas apetecibles cuanto salen fiadoras del buen éxito del negocio.

    Supuesto que el desempeño de mi cometido requeria largas meditaciones y trabajos, á fin de no diferir el levantamiento de los planos del edificio, parecióme conveniente entregar á V. S., como lo efectué en 17 de noviembre del citado año, las Bases del Proyecto médico para la construccion del Manicomio de Santa Cruz, sucinto escrito que, á modo de índice, reunía ordenadamente los puntos, cuestiones y preceptos principales que debia luego comprender y dilucidar por extenso mi obra. Con él suministré al arquitecto Sr. Oriol todos los datos que había menester para dar principio á sus tareas, y proseguirlas ínterin me ocupaba yo en la formacion del Proyecto médico razonado.

    Este es el que tengo la honra de presentar hoy á V. S. con el corazon henchido de gozo y esperanza; porque entiendo que hoy es un dia de gloria para V. S., que empieza á ver coronados sus afanes; para la patria, que con la realizacion del proyecto satisfará una de las necesidades mas urgentes de su administracion; para las personas caritativas, que arden en deseos de dar impulso á la beneficencia pública de los orates hasta ponerla á nivel con la de las naciones extranjeras; y para mí, que tengo la buena suerte de poder cooperar á esta tan grandiosa como cristiana empresa.

    Asunto casi nuevo, ó, por lo menos, poco conocido es en España la construccion de un manicomio segun los principios modernos. Nuestras casas públicas de orates datan de fechas ya algo remotas, y algunas que, como el hospital de Zaragoza y el del Nuncio de Toledo, alcanzaron en otro tiempo gran celebridad, adolecen de graves defectos en su parte material, ó han decaído en términos de provocar la censura de los inteligentes; la Casa de Santa Isabel erigida en 1851 en Legañas, junto á Madrid, es un ensayo mezquino que por cierto saldria muy mal librado de la crítica del mas imparcial frenópata; los asilos particulares establecidos en estos últimos años tampoco pueden tomarse por modelos. Nuestra literatura siquiátrica es pobre, asi debemos confesarlo por mas que se resienta el orgullo nacional; y en punto á construccion de hospitales de locos, fuera de la citada memoria de Brierre de Boismont, ya algo añeja, y de algun otro opúsculo semejante, impreso ó manuscrito, de mas ó menos mérito, en balde se buscaria una obra que pudiera ser consultada con fruto.

    Lejos de mí la insensata pretension de llenar este vacío con mi Proyecto médico del Manicomio de Santa Cruz; lejos de mí la ridicula presuncion de constituirme maestro en esta parte de la ciencia frenopática. Yo he aprendido en los asilos de las naciones extranjeras, con el trato de los alienistas que las dirigen, la lectura de sus obras, la observacion á que he debido dedicarme en el desempeño de mi empleo en el Asilo manicómico de Santa Cruz, y la experiencia que he adquirido en el servicio facultativo de los alienados. Por el empeño que con V. S. contraje, he tenido que hacer estudios especiales concretados á la ereccion de la casa de orates de Barcelona, hasta poner en manos de V. S. el resultado de mis meditaciones, nó con ínfulas de preceptor, sino con la modestia del que, si bien tiene fe con su obra, solo aspira á someterla al exámen y censura de los inteligentes.

    Sin embargo, mi deber para con V. S. y la novedad del asunto me han obligado á dar al Proyecto cierto carácter de importancia, y aun de autoridad, sin el cual entiendo que no llenaria satisfactoriamente su objeto. En él he debido plantear y resolver todas las cuestiones que se refieren á la construccion de un manicomio, y resolverlas, no en general, sino bajo el aspecto particular de su aplicacion al asilo de Santa Cruz. Dos miras he tenido en ello: la de llevar al ánimo de V. S. la conviccion de mis opiniones, y la de robustecer con razones incontestables el plan del establecimiento y sus pormenores, á fin de que la obra y los desembolsos que exigirá su ejecucion, se justifiquen con su conveniencia y necesidad ante el gobierno, los profesores médicos y el público entero. Este plan me ha conducido á consultar los tratados mas notables sobre construccion de hospitales de locos que han salido de las imprentas francesa, inglesa, alemana, belga é italiana; á discutir en infinitos puntos las opiniones de sus autores; á señalar las que, en mi concepto, iban mas acordes con la observacion y experiencia; á desechar las que me parecian destituidas de fundamento, ó lo tenian deleznable ó vacilante; á dar entonces mi propio dictámen apartándome de ellas; á admitir lo que juzgaba aplicable al establecimiento que proyectaba; y á resolver, en fin, cuantas dificultades se me ofrecían, siquiera no se hubiesen ocupado en ellas los autores. Cuestiones hay en órden á construccion de hospitales de enajenados, que solo puede resolverlas la estadística frenopática, sobre la cual poseo interesantes trabajos extranjeros que me han servido de mucho, como igualmente los datos que he recogido en el Asilo manicómico de Santa Cruz. Cuantos preceptos y reglas he formulado, son hijos de atentos estudios y meditaciones, y van siempre encaminados á la curacion de los orates, objeto primordial del establecimiento, á su bienestar físico y moral y seguridad; á la simplificacion de los servicios, y hasta á la economía de estos y de los gastos de ereccion del edificio. Una gran copia de apuntes sobre las casas de orates extranjeras que he visitado, entre los cuales se halla siempre la enumeracion de las ventajas é inconvenientes de las mismas, recopilada en lacónicos pero exactos juicios críticos, me han ilustrado en no pocos asuntos, y servídome constantemente de guia, que me ha apartado de los escollos en que cayeron los que proyectaron algunos de aquellos establecimientos.

    No basta decir, por ejemplo, que el Manicomio de Santa Cruz estará situado en la zona alta del llano de Barcelona; que será capaz de 600 orates; que los admitirá, cualesquiera que sean la forma y grado de su enajenacion mental; que constará de un cuerpo céntrico, dos departamentos generales y cuatro particulares; que sus reclusos de cada sexo estarán divididos en trece grupos ó secciones y una subseccion; que tendrán tal capacidad los dormitorios, corredores, salas y demás piezas del edificio, etc. Estas proposiciones son susceptibles de demostracion, y no puede omitirla el que, como yo, tiene el deber de motivar sus determinaciones, ya que está privado del apoyo de escritores nacionales que las prohijen, ni puede invocar en favor de ellas el ejemplo de manicomios modernos de su patria. Es necesario probar que la zona alta del llano de Barcelona es, por su topografía médica, infinitamente preferible á la baja, y muy á propósito para la fundacion del establecimiento; que las circunstancias de esta provincia, la situacion del Manicomio y el estado actual de la beneficencia pública de los enajenados en nuestra patria reclaman que no baje de 600 el número de los que podrá contener aquel asilo; que por la naturaleza y extension del servicio á que estará destinado, tendrá que abrir sus puertas á orates de ambos sexos y de todas edades, á ricos como á pobres, á imbéciles é idiotas, no menos á maníacos furiosos, epilépticos y procesados; que la division del edificio en siete cuerpos principales es la que mejor permite separar en ciertos grupos casi naturales á los alienados, y mas facilita su asistencia y vigilancia, que es el alma de la institucion; que para el servicio, y sobre todo para el tratamiento de los orates, es perjudicial su clasificacion nosográfica y muy conveniente la empírica ó pYáctica; que los trece grupos ó secciones y una subseccion que se establecen, son útiles é indispensables, porque están fundados en la índole, forma, grado y ciertos fenómenos objetivos de las vesanias; que de la descomposicion química y alteracion miasmática del aire por efecto de la respiracion y exhalaciones de las personas que habitan en un local cerrado, y de las pérdidasque por otras causas experimenta el mismo flúido, se deduce la cantidad de aire atmosférico que cada orate necesita en un período determinado, y por ella se calcula la capacidad ó dimensiones que han de tener las diferentes piezas del Manicomio. Procediendo así en todo el Proyecto, se le da la firmeza indispensable, apoyándolo en las sólidas bases de la observacion, experiencia y criterio médico.

    El manicomio es un establecimiento tan especial que difiere de todos los demás de beneficencia; y por otra parte, los alienistas prácticos proclaman unánimes que todo lo relativo á su construccion material, bien así como á su organizacion y régimen, aun lo que parece mas insignificante, influye poderosamente en el ánimo de los enajenados, produciendo una impresion favorable ó adversa en su físico ó moral. Todas las partes del edificio con su particular disposicion y agradable aspecto han de conspirar á la seguridad y comodidad del orate, encubriéndole hábilmente su reclusion, y hablándole como quien dice un lenguaje de caridad y esperanza. Por esto no me he circunscrito en mi Proyecto á señalar la forma, disposicion, colocacion y demás circunstancias generales de los departamentos y secciones del edificio y de las piezas que las componen, sino que he descendido á explicar las particularidades de su construccion, como pavimentos, paredes, puertas, ventanas, techos, desvanes, sobradillos, tejados y azoteas, á cuyos pormenores pudiera parecer que no se extiende la jurisdiccion científica del médico alienista. Lejos de ser así, algunas de estas que acaso se llamarian pequeneces, suscitan cuestiones de importancia para el tratamiento frenopático, dan excelencia á una casa de orates, y hasta en cierto modo la caracterizan.

    Por lo dicho se viene á comprender que mi Proyecto, aunque particularizado al Manicomio de Santa Cruz, sienta las reglas necesarias, forma un cuerpo de doctrina general para la construccion de establecimientos de este género en España. Aun concurre en él la circunstancia notable de que entre los sistemas francés, anglo-americano y aleman, que son los grandes grupos en que se clasifican los hospitales de locos, al tenor de su forma y disposicion arquitectónicas, determinadas por las ideas médicas que á su construccion han presidido, he adoptado para el Manicomio de Santa Cruz cuanto me ha parecido ventajoso, y desechado lo inconveniente, sin ajustarlo á los principios de ninguno de ellos en particular, antes acomodándolo todo á las circunstancias especiales de nuestra patria; con lo que he establecido un sistema español, que tiene puntos de semejanza con los demás, pero se diferencia de ellos en varios conceptos.

    Como el ojo del padre no alcanza á ver sino las gracias del hijo, así el del autor descubre siempre excelentes cualidades en su obra, y ciega delante de sus defectos. Los tendrá, no lo dudo, el trabajo que hoy ofrezco á V. S. en cumplimiento de mi compromiso; pero confio que mi buen deseo, mis afanes y la novedad de la materia disculparán en algun modo mis errores. Grande y superior á mis fuerzas era el empeño, M. I. S.; pero me ha alentado constantemente el ejemplo de V. S., el provecho de los infelices orates, la honra y fama de nuestra querida patria, que por desgracia se ha quedado rezagada en la reforma radical que años hace ha recibido este importantisimo ramo de la beneficencia pública.

    Al contemplar la grandiosidad de mi proyecto, asome tal vez una sonrisa de indiferencia ó compasion á los labios de alguno de los muchos hombres que no conciben nada grande, ó se gozan en vaticinar con tono profetice la imposibilidad de toda empresa vasta y de mucha consecuencia. Achaque suele ser de ellas el tener que luchar en sus principios con esta extraña contrariedad; empero nada las detiene cuando reciben el impulso de una voluntad firme y decidida que se sobrepone á los obstáculos y preocupaciones. Yo mismo añadiré, repitiendo lo que decia Esquirol en una ocasion análoga, que no acierto á prever si los resultados de los estudios y reflexiones que contiene esta obra, lograrán el objeto que me he propuesto, ó si quizás habré escrito para mí solo; pero aunque yo no pueda ser útil, á pesar de mis deseos, aunque mi obra sea calificada de bello ensueño, ensueño es que, por lo menos, ha llenado de esperanza mi corazon.
    ¿Se duda, por ventura, de que en España, donde tanto impulso reciben en nuestros tiempos las mas grandiosas y difíciles empresas industriales y mercantiles, el embellecimiento de las poblaciones, la comodidad de los ciudadanos, y hasta todo lo que tiene por objeto único el honesto pasatiempo y recreo; se duda, repito, de que cuanto antes se dará satisfaccion cumplida al ardiente afecto de candad del país, que lamenta el descuido en que se tiene generalmente la beneficencia pública de los orates? La ley recien promulgada que consigna un crédito al gobierno para obras públicas, promete implícitamente que sin tardanza se abrirán asilos edificados segun los adelantos modernos, á los enfermos mas desvalidos y dignos de lástima; que sin tardanza dejarán de tener aplicacion á nuestra patria aquellas sentidas palabras que en 1833 dirigía D. Javier de Burgos, ministro de Fomento, á los agentes superiores de las provincias: contados son los hospitales en que se abriga á los dementes, y la humanidad se estremece al considerar el modo con que por lo general se desempeña esta alta obligacion; jaulas inmundas y tratamientos crueles aumentan por lo comun la perturbacion mental de hombres que, con un poco de esmero, podrían ser vueltos al goce de su razon y al seno de sus familias. Luego el proyecto que tengo hoy la honra de ofrecer á V. S., está destinado á prestar algun servicio para el dia no lejano en que, con gran contentamiento de las personas piadosas, resuelva el gobierno poner mano en la construccion de manicomios dignos de esta nacion magnánima, de la época y de la humanidad.

    Entre tanto cabe á V. S. la gloria de la iniciativa de esta grandiosa reforma, y á mí la satisfaccion de haber añadido una página radiante de caridad á los anales de nuestra patria, que no siempre ha de ser la historia un libro escrito con sangre, el martirologio de la humanidad.

    Barcelona 8 de julio de 1859.

    Emilio Pi y Molist.

  • Concesión ferrocarril a Tarragona

    … ley de 9 de Noviembre de 1859, autorizando al Gobierno para otorgar á D. Magin del Grau y Figueras y don Jáime Ceriola la concesión de un ferro carril de Tarragona á Barcelona directamente ó empalmando en el de Martorell donde lo crea mas conveniente …

  • Inauguración de un faro en el nuevo muelle del puerto

    FIXED AND FLASHING LIGHT AT BARCELLONA.
    Also, at the same date [December 30 1859], that in the place of the fixed red light hitherto shown from the Mole at Barcellona, south coast of Spain, a light would be exhibited from the extremity of the eastern Mole, at the center of the Mole Head, now completed. The light is a fixed white light, varied every four minutes by a red flash. It is elevated 43 feet above the mean level of the sea, and should be visible in ordinary weather from a distance of 9 miles. The illuminating apparatus is dioptric, or by lenses of the fourth order. The light-tower is octagonal, and of a brick color. It stands in latitude 41° 22′ 10″ north, longitude 2° 11′ 11″ east from Greenwich. In addition to the above light, and at the distance of 295 yards from it, another light of a green and white color is shown at the extremity of the glacis, or ledge of stones, now being placed to protect the pierhead.

  • Elogio a los voluntarios catalanes en la Guerra de África leído debajo de un arco de triunfo en calle Carmen

    LOS VOLUNTARIS CATALANS.

    ¡BEN VINGUTS SIAU!…

    Un crit de ¡Guerra al moro! ressona per Espanya,
    La patria empunya brava lo drap de dos colors,
    Y diu ab eixa llengua que fins los cors penetra:
    —Está en perill ma honra: ¡al África, espanyols!

    Ohint eixas paraulas los fills de Catalunya,
    La sanch dins de las venas sen tiren se ‘ls enssén:
    Y corran á sas casas, y abrassan llur familia,
    Y al África se llanssan mes vius que un llamp del cél.

    Rompé un matí la boira lo sol de la victoria
    Que il-luminar debia lo cuatre de febrer:
    —¡A ells! —los diu son compte, y l’s nostres voluntaris
    Se tiran contra l’ moro, cridant: -¡A ells! ¡á ells!

    Y llansan la escopeta, y trauhen la navaja,
    Y esqueixan carn de moro, y prénenli los camps;
    Y allá ahont son bras allargan, ni l’s rochs en peu ne quedan;
    Y allá ahont sos peus se clavan, ne raijan dolls de sanch…

    La mort delma sas filas…—¡Avant los voluntaris!…
    ¿Quen’s fa morir ó viurer?… ¡Avant com hi ha Dèu!!—
    Y allá ahont lo cos enterran de un voluntari nostre,
    Per darli digna sombra mes tart nasqué un llorer.

    Avuy sos compatricis los reben entre palmas
    Y sota sos peus llansan las mes hermosas flors…
    ¡Salut á cuants lluytaren, y com á braus vencereu!
    ¡Honor á cuants en África moriren com á bons!

    ¡Honor al jefe mártir, que en la primer batalla,
    De gloria ab afany noble vos ensenyá á morir!
    Son norn escriu la historia, son cos guarda la terra,
    Recort de sos esforssos lo poble marroquí…

    Hermosa Catalunya ¿perqué plorau, Senyora?
    Los fills de vostra terra que en eixa guerra han mort,
    Son perlas engastadas en la compdal corona,
    Son de ton cél estrellas, de ton jardins son flors.

    No plores, Catalunya; la patria dels intrépits
    No rega ab tristes llágrimas lo panteó dels braus;
    Perqué dins de éll se arrelen las grogas semprevivas
    La terra de Marruecos han empapat ab sanch.

    ¡Honor als voluntaris! ¡Honor als qui s’ bateren
    En la escabrosa terra del regne de Marroch!
    ¡Salut als qui lluytaren, y com á braus venceren!…
    ¡Honor á cuants en África moriren com á bons!!!

  • Inauguración del Ensanche por Isabel II

    Autorizado ya el ensanche de la ciudad por Real decreto de 31 de mayo de 1860, querian los barceloneses solemnizar la inauguración de esa gran reforma, y á pesar de que algunos de los propietarios de fincas urbanas en el interior de la población no veian con gusto esa fiesta, y así todo se llevó á cabo la víspera del día señalado para la partida de la Reina.

    Accedió la augusta Señora á honrar con su presencia la inauguracion, y á las cuatro y media de la tarde del dia 4 de octubre, se trasladó al lugar en que estaban las derruidas murallas, y ocupó la elegante tienda que habia sido preparada al efecto,

    A una señal dada y á los gritos de viva la Reina, cayó al suelo una columna en la que estaba escrito en caracteres góticos el non plus ultra, que indicaba el supuesto límite del mundo, y sobre el crucero de las principales vías de ensanche apareció otra columna de órden corintio, con la siguiente inscripcion en caractéres dorados: Plus ultra, reinando Isabel II.

    El ilustrado Corregidor de la ciudad dió gracias á la Reina en un breve, pero elocuente discurso: la gran via de la Cruz [Meridiana] recibió en el acto el nombre de Carrera de Isabel II; la otra gran vía que desde el mar cortará á esa perpendicularmente [Diagonal], se llamó Carrera de Isabel la Católica, la plaza ó crucero de ambas [Plaça de les glòries catalanes], Plaza de las dos Isabelas.

  • Detenido el dirigente protestante Manuel Matamoros

    Cárcel de Barcelona, 17 de Octubre de 1860.

    RESPETADO Y MUY QUERIDO HERMANO EN JESU-CRISTO.

    Recibí con la mas pura alegría su apreciable carta del 9, que me sirvió de infinito consuelo en esta casa de la desgracia. El mismo dia que Vd. tenia la bondad de escribirme, el 9 del corriente, á las siete de la mañana, me prendieron por el solo crímen de ser cristiano y amar al prógimo deseando que todos conozcan al Señor Jesús, por cuya mediacion única podemos salvarnos. Una causa instruida contra mí en Granada motivó que el Gobernador civil de aquella ciudad telegrafiase una órden al de esta para que me prendiese y se registrase escrupulosamente mi casa, etc. Despues de una vigorosa y tiránica inspección, se halló en mi poder un paquete de cartas y papeles de varias poblaciones de España, y ademas varios documentos que me comprometian en alto grado. Me trajeron á esta cárcel y por espacio de ocho dias estuve encerrado en un oscuro, horrible y solitario calabozo. Despues de sufrir dos interrogatorios ante el tribunal pleno, me sacaron de mi encierro solitario para ponerme en compañía de malhechores. En mis contestaciones nada he declarado que pueda comprometer á otros.

    En mi primer interrogatorio occurió un episodio singular: los magistrados creian que renegaria de mi fé, y que la vista de los enemigos de Cristo y mis tiranos me anonadarian; pero se engañaron torpemente. Las preguntas y respuestas son las siguientes:
    -Pregunta. «Profesa Vd. la religion Católica, Apostólica Romana, y sino ¿qué religion profesa Vd?»
    -Respuesta. «Mi religion es la de Jesu-Cristo; mi regla de fé es la Palabra de Dios ó Santa Biblia que sin una palabra añadida ó abreviada, es la base de mi creencia; y en ella me confirman las últimas sentencias del Apocalipsis, y los muchos preceptos terminantes de los Apóstoles en sus Epístolas. No estando basada la Iglesia Católica, Apostólica, Romana en estos principios, no creo en sus dogmas, y mucho menos obedezco á sus prácticas.»
    El tribunal quedó escandalizado de estas palabras, y el juez me dijo:
    -«¿Sabe Vd. lo que está diciendo?»
    -«Si señor,-contesté con serena voz.-No puedo negarlo: he puesto la mano en el arado, y no puedo volver atrás.»
    Callóse el juez y el tribunal se levantó.

    Nada temo, querido hermano, por mí; pero me afligen las prisiones que se han hecho antes y despues de la mia en varios puntos de Andalucía. ¡Oh, injuriarán á los cristianos dignos, padres honrados, hijos virtuosos! ¡Ay, eso trastorna la tranquilidad de mi alma, y no la recobraré en muchos dias! Y luego, mi querida y anciana madre con mis dos hermanitos se encuentran solos en esta ciudad estraña. Mi posicion es muy cruel; sufro mucho, sí, mucho.

    Nuestra mision, mi querido amigo, no es ni ha sido apartar creyentes de la Iglesia de Roma; ha sido y es sacar las almas de la oscuridad romana, y del ateismo ó indiferencia al conocimiento de Cristo, para formar congregaciones inteligentes y evangélicas; en una palabra, fundar iglesias dignas de Dios y del mundo. Como comprenderá Vd. fácilmente, mi espíritu no está tranquilo, y no puedo hoy escribir detenidamente sobre estos puntos; mas prometo hacerlo en breve y darle esplícitos pormenores.

    Puede Vd. hacer mucho por Cataluña; necesita y promete mas que cualquier otro punto de España.

    Aunque mi prision amenaza prolongarse, esto es, que durará algunos meses, sin embargo, puedo trabajar tambien aquí, porque los hermanos me visitan; y desde este sitio puedo darle á Vd. plenos informes. La obra en Barcelona no ha sufrido el mas pequeño menoscabo, porque todos confian en mí, y antes moriré que comprometer á uno solo. En Andalucía han recibido un tremendo golpe; pero con el tiempo perderán el miedo y todo marchará como antes. La simiente sembrada ha sido abundante y buena, y la oposcion de los enemigos de Cristo es impotente. Dios está con nosotros.

    Mas adelante espero enviar á Vd. el reglamento de nuestra organizacion; pero nuestras bases, es la Palabra de Dios, la Santa Biblia.

    Adios, querido hermano, celebraria poder hacer cuanto Vd. desea; pero ¡ay, en España es un crímen amar el Evangelio! Confío me escribirá Vd. pronto, pues comprenderá muy bien que ahora mas que nunca sus cartas serán un consuelo para mí en la penosa y cruel posicion en que me encuentro. Los consuelos y consejos de amigos cristianos son una necesidad vital para mía en la actualidad.

    Dios sea con Vd., querido amigo.

    Su hermano en Jesu-Cristo,

    (Firmado.) «M.M.»

  • Barcelona, la París de España: la Rambla, la catedral, los gremios, la Barceloneta, la sociedad, los teatros, una corrida de toros, moros y cristianos, el cementerio de Pueblo Nuevo, las bullangas, la playa de Pekín y sus pescadores y gitanos

    Early in the morning I was awoke by music; a regiment of soldiers, stretching far and wide, were marching towards La Rambla. I was soon down [dormía en la Fonda del Oriente], and in the long promenade which divides the town into two parts from Puerta del Mar, from the terraced walk along the harbour, to Puerta Isabel Segunda, beyond which the station for Pamplona lies. It was not the hour for promenading, it was the early business time. There were people from the town and people from the country, hurrying along; clerks and shopkeepers’ assistants on foot, peasants on their mules; light carts empty, wagons and omnibuses; noise and clamour, cracking of whips, tinkling of the bells and brass ornaments which adorned the horses and the mules; all mingling, crying, making a noise together: it was evident that one was in a large town. Handsome, glittering cafes stood invitingly there, and the tables outside of them were already all filled. Smart barbers’ shops, with their doors standing wide open, were placed side by side with the cafes; in them soaping, shaving, and hairdressing were going on. Wooden booths with oranges, pumpkins, and melons, projected a little farther out on the foot-paths here, where now a house, now a church wall, was hung with farthing pictures, stories of robbers, songs and stanzas, ‘published this year.’ There was much to be seen. Where was I to begin, and where to end, on Rambla, the Boulevard of Barcelona?

    When, last year, I first visited Turin, I perceived that I was in the Paris of Italy; here it struck me that Barcelona is the Paris of Spain. There is quite a French air about the place. One of the nearest narrow side streets was crowded with people, there were no end of shops in it, with various goods—cloaks, mantillas, fans, brightcoloured ribands, alluring to the eyes and attracting purchasers; there I wandered about wherever chance led me. As I pursued my way, I found the side and back streets still more narrow, the houses apparently more adverse to light; windows did not seem in request; the walls were thick, and there were awnings over the courts. I now reached a small square; a trumpet was sounding, and people were crowding together. Some jugglers, equipped in knitted vests, with party-coloured swimming small-clothes, and carrying with them the implements of their profession, were preparing to exhibit on a carpet spread over the pavement, for they seemed to wish to avoid the middle of the street. A little darkeyed child, a mignon of the Spanish land, danced and played the tambourine, let itself be tumbled head over heels, and made a kind of lump of, by its half-naked papa. In order to see better what was going on, I had ascended a few steps of the entrance to an old dwelling, with a single large window in the Moorish style; two horse-shoe-formed arches were supported by slender marble pillars; behind me was a door half-open. I looked in, and saw a great geranium hedge growing round a dry dusty fountain. An enormous vine shaded one half the place, which seemed deserted and left to decay; the wooden shutters hung as if ready to fall from the one hinge which supported each in their loose frames: within, all appeared as if nothing dwelt there but bats in the twilight gloom.

    I proceeded farther on, and entered a street, still narrow, and swarming with still more people than those I had already traversed. It was a street that led to a church. Here, hid away among high houses, stands the Cathedral of Barcelona: without any effect, without any magnificence, it might easily be passed by unheeded; as, like many remarkable personages, one requires to have one’s attention drawn to them in order to observe them. The crowd pressed on me, and carried me through the little gate into the open arcade, which, with some others, formed the approaches to the cathedral, and enclosed a grove of orange-trees, planted where once had stood a mosque. Even now water was splashing in the large marble basins, wherein the Musselmen used to wash their faces before and after prayers.

    The little bronze statue here, of a knight on horseback, is charming; it stands alone on a metal reed out in the basin, and the water sparkles behind and before the horse. Close by, gold fishes are swimming among juicy aquatic plants; and behind high gratings, geese are also floating about. I ought perhaps to have said swans, but one must stick to the truth, if one wishes to be original as a writer of travels.

    The horseman of the fountain, and the living geese, were not much in accordance with devotion; but there was a great deal that was ecclesiastical to outweigh these non-church adjuncts to the place. Before the altars in the portico, people were kneeling devoutly; and from the church’s large open door issued the perfume of incense, the sound of the organ, and the choral chant, I passed under the lofty-vaulted roof; here were earnestness and grandeur: but God’s sun could not penetrate through the painted windows; and a deep twilight, increased by the smoke of the incense, brooded therein, and my thoughts of the Almighty felt depressed and weighed down. I longed for the open court outside the cathedral, where heaven was the roof—where the sunbeams played among the orange-trees, and on the murmuring water; without, where pious persons prayed on bended knees. There the organ’s sweet, full tones, bore my thoughts to the Lord of all. This was my first visit to a Spanish church.

    On leaving the cathedral, I proceeded through narrow streets to one extremely confined, but resplendent with gold and silver. In Barcelona, and in many Spanish towns, the arrangement prevalent in the middle ages still exists, namely, that the different trades—such as shoemakers, workers in metal, for instance—had their own respective streets, where alone their goods were sold. I went into the goldsmiths’ street; it was filled with shops glittering with gold and splendid ornaments.

    In another street they were pulling down a large, very high house. The stone staircase hung suspended by the side of the wall, through several stories, and a wide well with strange-looking rings protruded betwixt the rubbish and the stones; it had been the abode of the principal inquisitor, who now no longer held his sway. The inquisition has long since vanished here, as now-a-days have the monks, whose monasteries are deserted.

    From the open square, where stand the queen’s palace and the pretty buildings with porticos, you pass to the terrace promenade along the harbour. The view here is grand and extensive. You see the ancient MONS JOVIS; the eye can follow the golden zigzag stripe of road to the Fort Monjuich, that stands out so proudly, hewn from and raised on the rock: you behold the open sea, the numerous ships in the harbour, the entire suburb, Barcelonetta, and the crowds in all directions.

    The streets are at right angles, long, and have but poor-looking low houses. Booths with articles of clothing, counters with eatables, people pushing and scrambling around them; carriers’ carts, droskies, and mules crowded together; half-grown boys smoking their cigars, workmen, sailors, peasants, and all manner of townsfolk, mingled here in dust and sunshine. It is impossible to avoid the crowd; but, if you like, you can have a refreshing bath, for the bathing-houses lie on the beach close by.

    Though the weather and the water were still warm, they were already beginning to take down the large wooden shed, and there only now remained a sort of screening wooden enclosure, a boarding down from the road; and it was therefore necessary to wade through the deep sand before reaching the water, with its rolling waves, and obtaining a bath. But bow salt, how refreshing it was! You emerged from it as if renewed in youth, and you come with a young man’s appetite to the hotel, where an abundant and excellent repast awaits you. One might have thought that the worthy host had determined to prove that it was a very untruthful assertion, that in Spain they were not adepts at good cookery.

    Early in the evening we repaired to the fashionable promenade—the Rambla. It was filled with gay company: the gentlemen had their hair befrizzled and becurled; they were vastly elegant, and all puffing their cigars. One of them, who had an eye-glass stuck in his eye, looked as if he had been cut out of a Paris ‘Journal des Modes.’ Most of the ladies wore the very becoming Spanish mantilla, the long black lace veil hanging over the comb down to the shoulders; their delicate hands agitating with a peculiar grace the dark spangled fans. Some few ladies sported French hats and shawls. People were sitting on both sides of the promenade in rows on the stone seats, and chairs under the trees; they sat out in the very streets with tables placed before them, outside of the cafes. Every place was filled, within and without.

    In no country have I seen such splendid cafes as in Spain; cafes so beautifully and tastefully decorated. One of the prettiest, situated in the Rambla, which my friends and I daily visited, was lighted by several hundred gas lamps. The tastefully-painted roof was supported by slender, graceful pillars; and the walls were covered with good paintings and handsome mirrors, each worth about a thousand rigsdalers. Immediately under the roof ran galleries, which led to small apartments and billiard-rooms; over the garden, which was adorned with fountains and beautiful flowers, an awning was spread during the day, but removed in the evening, so that the clear blue skies could be seen. It was often impossible, without or within, above or below, to find an unoccupied table; the places were constantly taken. People of the most opposite classes were to be seen here—elegant ladies and gentlemen, military of the higher and lower grades, peasants in velvet and embroidered mantles thrown loosely over their arms. I saw a man of the lower ranks enter the cafe with four little girls. They gazed with curiosity, almost with awe, at the splendour and magnificence around them. A visit to the cafe was, doubtless, as great an event to them as it is to many children for the first time to go to a theatre. Notwithstanding the lively conversation going on among the crowd, the noise was never stunning, and one could hear a solitary voice accompanied by a guitar. In all the larger Spanish cafes, there sits, the whole evening, a man with a guitar, playing one piece of music after the other, but no one seems to notice him; it is like a sound which belongs to the extensive machinery. The Rambla became more and more thronged; the excessively long street became transformed into a crowded festival-saloon.

    The usual social meetings at each other’s houses in family life, are not known here. Acquaintances are formed on the promenades on fine evenings; people come to the Rambla to sit together, to speak to each other, to be pleased with each other; to agree to meet again the following evening. Intimacies commence; the young people make assignations; but until their betrothals are announced, they do not visit at each other’s houses. Upon the Rambla the young man thus finds his future wife.

    The first day in Barcelona was most agreeable, and full of variety; the following days not less so. There was so much new to be seen—so much that was peculiarly Spanish, notwithstanding that French influence was perceptible, in a place so near the borders.

    During my stay at Barcelona, its two largest theatres, Principal and Del Liceo, were closed. They were both situated in Rambla. The theatre Del Liceo is said to be the largest in all Spain. I saw it by daylight. The stage is immensely wide and high. I arrived just during the rehearsal of an operetta with high-sounding, noisy music; the pupils and chorus-singers of the theatre intended to give the piece in the evening at one of the theatres in the suburbs.

    The places for the audience are roomy and tasteful, the boxes rich in gilding, and each has its ante-room, furnished with sofas and chairs covered with velvet. In the front of the stage is the director’s box, from which hidden telegraphic wires carry orders to the stage, to the prompter, to the various departments. In the vestibule in front of the handsome marble staircase stands a bust of the queen. The public green-room surpasses in splendour all that Paris can boast of in that portion of the house. From the roof of the balcony of the theatre there is a magnificent view of Barcelona and the wide expanse of sea.

    An Italian company were performing at the Teatro del Circo; but there, as in most of the Spanish theatres, nothing was given but translations from French. Scribe’s name stood most frequently on the play-bills. I also saw a long, tedious melodrama, ‘The Dog of the Castle.’

    The owner of the castle is killed during the revolution; his son is driven forth, after having become an idiot from a violent blow on the head. Instinct leads him to his home, but none of its former inmates are there; the very watch-dog was killed: the house is empty, and he who is its rightful owner, now creeps into it, unwitting of its being his own. In vain his high and distinguished relatives have sought for him. He knows nothing of all this; he does not know that a paper, which from habit he instinctively conceals in his breast, could procure for him the whole domain. An adventurer, who had originally been a hair-dresser, comes to the neighbourhood, meets the unfortunate idiot, reads his paper, and buys it from him for a clean, new five-franc note. This person goes now to the castle as its heir; he, however, does not please the young girl, who, of the same distinguished family, was destined to be his bride, and he also betrays his ignorance of everything in his pretended paternal home. The poor idiot, on the contrary, as soon as he sets his foot within the walls of the castle, is overwhelmed with reminiscences; he remembers from his childhood every toy he used to play with; the Chinese mandarins he takes up, and makes them nod their heads as in days gone by; also he knows, and can show them, where his father’s small sword was kept; he alone was aware of its hidingplace. The truth became apparent; protected by the chamber-maid, he is restored to his rights, but not to his intellects.

    The part of the idiot was admirably well acted; nearly too naturally—there was so much truthfulness in the delineation that it was almost painful to sit it out. The piece was well got up, and calculated to make ladies and children quite nervous.

    The performances ended with a translation of the well-known Vaudeville, ‘A Gentleman and a Lady.’

    The most popular entertainments in Spain, which seem to be liked by all classes, are bull-fights; every tolerably large town, therefore, has its Plaza de Toros. I believe the largest is at Valencia. For nine months in the year these entertainments are the standing amusements of every Sunday. We were to go the following Sunday at Barcelona to see a bull-fight; there were only to be two young bulls, and not a grand genuine fight: however, we were told it would give us an idea of these spectacles.

    The distant Plaza de Toros was reached, either by omnibus or a hired street carriage taken on the Rambla; the Plaza itself was a large, circular stone building, not far from the railroad to Gerona. The extensive arena within is covered with sand, and around it is raised a wooden wall about three ells in height, behind which is a long, open space, for standing spectators. If the bull chooses to spring over the barrier to them, they have no outlet or means of exit, and are obliged to jump down into the arena; and when the bull springs down again, they must mount, as best they can, to their old places. Higher above this open corridor, and behind it, is, extending all round the amphitheatre, a stone gallery for the public, and above it again are a couple of wooden galleries fitted up in boxes, with benches or chairs. We took up our position below, in order to see the manners of the commoner class. The sun was shining over half the arena, spangled fans were waving and glittering, and looked like birds flapping their bright winga. The building could contain about fifteen thousand persons. There were not so many present on this occasion, but it was well filled.

    We had been previously told of the freedom and licence which pervaded this place, and warned not to attract observation by our dress, else we might be made the butts of the people’s rough humour, which might prompt them to shout, ‘Away with your smart gloves! Away with your white city-hat!’ followed by sundry witticisms. They would not brook the least delay; the noise increased, the people’s will was omnipotent, and hats and gloves had to be taken off, whether agreeable to the wearers or not.

    The sound of the music was fearful and deafening at the moment we entered; people were roaring and screaming; it was like a boisterous carnival. The gentlemen threw flour over each other in the corners, and pelted each other with pieces of sausages; here flew oranges, there a glove or an old hat, all amidst merry uproar, in -which the ladies took a part. The glittering fans, the gaily-embroidered mantles, and the bright rays of the sun, confused the eyes, as the noise confused the ears; one felt oneself in a perfect maelstrom of vivacity.

    Now the trumpet’s blast sounded a fanfare, one of the gates to the arena was opened, and the bull-fight cavalcade entered. First rode two men in black garments, with large white shirt fronts, and staffs in their hands. They were followed, upon old meagre-looking horses, by four Picadores, well stuffed in the whole of the lower parts, that they might not sustain any injury when the bull rushed upon them. They each carried a lance with which to defend themselves; but notwithstanding their stuffing, they were always very helpless if they fell from their horses. Then came half a score Banderilleros, young, handsome, stage-clad youths, equipped in velvet and gold. After them appeared, in silken attire, glittering in gold and silver—Espada; his blood-red cloak he carried thrown over his arm, the well-tempered sword, with which he was to give the animal its death-thrust, he held in his hand. The procession was closed by four mules, adorned with plumes of feathers, brass plates, gay tassels, and tinkling bells, which were, to the sound of music, at full gallop, to drag the slaughtered bull and the dead horses out of the arena.

    The cavalcade went round the entire circle, and stopped before the balcony where the highest magistrate sat. One of the two darkly clad riders—I believe they were called Alguazils—rode forward and asked permission to commence the entertainment; the key which opened the door to the stable where the bull was confined was then cast down to him. Immediately under a portion of the theatre appropriated to spectators, the poor bulls had been locked up, and had passed the night and the whole morning without food or drink. They had been brought from the hills fastened to two trained tame bulls, and led into the town; they came willingly, poor animals! to kill or be killed in the arena. To-day, however, no bloody work was to be performed by them; they had been rendered incapable of being dangerous, for their horns had been muffled. Only two were destined to fall under the stabs of the Espada; to-day, as has been mentioned, was only a sort of sham fight, in which the real actors in such scenes had no strong interest, therefore it commenced with a comic representation—a battle between the Moors and the Spaniards, in which, of course, the former played the ridiculous part, the Spaniards the brave and stout-hearted.

    A bull was let in: its horns were so bound that it could not kill any one; the worst it could do was to break a man’s ribs. There were flights and springing aside, fun and laughter. Now came on the bull-fight. A very young bull rushed in, then it suddenly stood still in the field of battle. The glaring sunbeams, the moving crowd, dazzled its eyes; the wild uproar, the trumpet’s blasts, and the shrill music, came upon it so unexpectedly, that it probably thought, like Jeppe when he awoke in the Baroness’s bed, ‘What can this be! What can this be!’ But it did not begin to weep like Jeppe; it plunged its horns into the sand, its backbones showing its strength, and the sand was whirled up in eddies into the air, but that was all it did. The bull seemed dismayed by all the noise and bustle, and only anxious to get away. In vain the Banderilleros teased it with their red cloaks; in vain the Picadores brandished their lances. These they hardly dared use before the animal had attacked them; this is to be seen at the more perilous bull-fights, of which we shall, by-and-bye, have more to say, in which the bull can toss the horse and the rider so that they shall fall together, and then the Banderilleros must take care to drive the furious animal to another part of the arena, until the horse and its rider have had time to arise to another conflict. One eye of the horse is bound up; this is done that it may not have a full view of its adversary, and become frightened. At the first encounter the bull often drives his pointed horn into the horse so that the entrails begin to well out; they are pushed in again; the gash is sewed up, and the same animal can, after the lapse of a few minutes, carry his rider. On this occasion, however, the bull was not willing to fight, and a thousand voices cried, ‘El ferro!’

    The Banderilleros came with large arrows, ornamented with waving ribands, and squibs; and when the bull rushed upon them, they sprang aside, and with equal grace and agility they contrived to plunge each arrow into the neck of the animal: the squib exploded, the arrow buzzed, the poor bull became half mad, and in vain shook its head and its neck, the blood flowed from its wounds. Then came Espada to give the death-blow, but on an appointed place in the neck was the weapon only to enter. It was several times either aimed at a wrong place, or the thrust was given too lightly, and the bull ran about with the sword sticking in its neck; another thrust followed, and blood flowed from the animal’s mouth; the public hissed the awkward Espada. At length the weapon entered into the vulnerable spot; and in an instant the bull sank on the ground, and lay there like a clod, while a loud ‘viva’ rang from a thousand voices, mingling with the sound of the trumpets and the kettle-drums. The mules with their bells, their plumes of feathers, and their flags, galloped furiously round the arena, dragging the slaughtered animal after them; the blood it had shed was concealed by fresh sand; and a new bull, about as young as the first, was ushered in, after having been on its entrance excited and provoked by a thrust from a sharp iron spike. This fresh bull was, at the commencement of the affray, more bold than the former one, but it also soon became terrified. The spectators demanded that fire should be used against him, the squib arrows were then shot into his neck, and after a short battle he fell beneath the Espada’s sword.

    ‘Do not look upon this as a real Spanish bull-fight,’ said our neighbours to us; ‘this is mere child’s play, mere fun!’ And with fun the whole affair ended. The public were allowed, as many as pleased, to spring over the barriers into the arena; old people and young people took a part in this amusement; two bulls with horns well wrapped round, were let in. There was a rushing and springing about; even the bulls joined the public in vaulting over the first barrier among the spectators who still remained there; and there were roars of laughter, shouts and loud hurrahs, until the Empressario the manager of that day’s bull-fight, found that there was enough of this kind of sport, and introduced the two tame bulls, who were immediately followed by the two others back to their stalls. Not a single horse had been killed, blood had only flowed from two bulls; that was considered nothing, but we had 6een all the usual proceedings, and witnessed how the excitement of the people was worked up into passionate feelings.

    It was here, in this arena, in 1833, that the revolutionary movement in Barcelona broke out, after they had commenced at Saragossa to murder the monks and burn the monasteries. The mass of the populace in the arena fired upon the soldiers, these fired again upon the people; and the agitation spread abroad with fiery destruction throughout the land.

    Near the Plaza de Toros is situated the cemetery of Barcelona, at a short distance from the open sea. Aloes of a great height compose the fences, and high walls encircle a town inhabited only by the dead. A gate-keeper and his family, who occupy the porter’s lodge, are the only living creatures who dwell here. In the inside of this city of the dead are long lonely streets, with boxlike houses, of six stories in height, in which, side by side, over and under each other, are built cells, in each of which lies a corpse in its coffin. A dark plate with the name and an inscription is placed over the opening. The buildings have the appearance of warehouses, with doors upon doors. A large chapel-formed tomb is the cathedral in this city of the dead. A grass plot, with dark lofty cypresses, and a single isolated monument, afford some little variety to these solemn streets, where the residents of Barcelona, generation after generation, as silent, speechless inhabitants, occupy their gravechambers.

    The sun’s scorching rays were glaring on the white walls; and all here was so still, so lonely, one became so sad that it was a relief to go forth into the stir of busy life. On leaving this dismal abode of decay and corruption, the first sound we heard appertaining to worldly existence was the whistle of the railway; the train shot past, and, when its noise had subsided, was heard the sound of the waves rolling on the adjacent shore; thither I repaired.

    A number of fishermen were just at that moment hauling their nets ashore; strange-looking fishes, red, yellow, and blueish-green, were playing in the nets; naked, dark-skinned children were running about on the sands; dirty women—I think they were gypsies— sat and mended old worn-out garments; their hair was coal-black, their eyes darker still; the younger ones wore large red flowers in their hair, their teeth was as glittering wbite as those of the Moors. They were groups to be painted on canvas. The city of the dead, on the contrary, would have suited a photographer, one picture of that would be enough; for from whatever side one viewed it, there was no change in its character: these receptacles for the dead stood in uniform and unbroken array, while cypress trees, here and there, unfolded what seemed to be their mourning banners.

  • Graves inundaciones; salida para Valencia después de considerar los pros y contras de los barcos de vapor

    One of the last days that I was in Barcelona, it had rained hard during the night, and in the morning it happened that I had to go to the banker’s. The water had not run off sufficiently, it was actually over my goloshes. I came home completely drenched; and while I was changing my clothes, I was informed that the inundation had reached the Rambla, and that it was increasing. There were screams and hurrying of feet I saw from our balcony that heaps of gravel and rubbish were laid down before the hotels, and that up on either side of the more elevated promenades, there flowed a stream of a yellowish coffee colour; the paved part of the Rambla was a rushing, rising current. I hastened down. The rain was almost over, but its disastrous effects were increasing; I beheld a terrible spectacle—the water’s fearful power.
    Out among the hills the rain had fallen in such torrents, that the tearing mountain streamlets had soon swollen the little river which runs parallel to the highway and the railroad. At an earlier stage of the inundation there had been no outlet to the sea—now the raging water had forced a passage: it poured into what was once the moat of Barcelona, but which latterly had become choked up with rubbish and stones, it being intended to build upon it, as the town was to be enlarged. Here again the outlet was exhausted; the water rushed on; it rose and rose, and flowed over every obstacle; the railway was soon under water; the highway was buried under the overwhelming flood; the fences were broken down, trees and plants uprooted, by the impetuous waters, which rushed in through the gate of the town, and foamed like a mill-dam, darkish yellow in colour, on both sides of the walk; the flood swept off with it wooden booths, goods, barrels, carts, everything that it found in its way; pumpkins, oranges, tables and benches, sailed away; even an unharnessed wagon, which was filled with china and crockery-ware, was carried off to a considerable distance by the rapid stream. In the shops themselves people were up nearly to their waists in water; the strongest among them stretched cords from the shops to the trees on the higher parts of the Rambla, that the females might hold on by these while they were passing through the raging torrent. I saw, however, one woman carried away by it, but two young men dashed after her, and she was brought back to dry land in a state of insensibility. There were shrieks and lamentations, and similar scenes took place in the adjacent narrow streets; the inundation forced its way, dashing over everything, surging into lofty billows, and flowing into the lower stories of the houses. Shutters were put up, and doors were fastened to try and keep out the water, but not always with success. Some portion of the under stonework of the bridge was removed, that the water might find an exit that way; but this did very little good: it became, in fact, the cause of great evil. I heard some time afterwards, that several people were carried off by this eddy, and lost in the depths below. Never have I beheld the great power of water so fearfully evinced—it was really terrible. There was nothing to be seen but people flying from the rising flood, nothing to be heard but wailing and lamentation. The balconies and the roofs were filled and covered with human beings. On the streets trees and booths were sailing along; the gendarmes were exceedingly busy in trying to keep order. At length the inundation seemed to be subsiding; it was said that in the church on the Rambla, the priests, up to their waists in water, were singing masses.

    In the course of an hour or so, the fury of the torrent decreased; the water sank. People were making their way into the side streets, to see the desolation there. I followed them through a thick, yellow mud, which was exceedingly slippery. Water was pouring from the windows and the doors; it was dirty, and smelled shockingly. At length I reached the residence of Dr. Schierbeck which was at some distance: he had no knowledge of the inundation which had just taken place. In the many years during which he had resided at Barcelona, the rain had often caused the mountain streams and the river to overflow, but never to the extent of the impetuous torrent which had now occasioned so much mischief, and so much dismay. As we again threaded our way through the streets, we were disgusted with the filthy mud which the water had deposited in them, which looked like the nasty refuse of sewers. The Rambla was strewed with overturned booths, tables, carriages, and carts. Outside of the gate the work of destruction was still more prominent. The road was quite cut up in many places; the waters rushed down, and formed cataract upon cataract.

    Carriages with people from the country were drawn up in ranks, the passengers were obliged to come out if they wished to enter the town. Large joists of wood from a neighbouring timber-yard were strewed all about, as if cast by some unseen mischievous agents, playing at a game of chance. Passing along the principal highways, clambering over prostrate trees and other impediments, we reached at length the railway station, which looked like a dwelling of beavers, half in the water, half on land. There was quite a lake under the roof; the yellow water for along way concealed the metal grooves of the railroad. Our return was quite as difficult as our walk from town had been. We fell into holes, and crept up on the wet earth; roads and paths were cut up by new streams, we had to wade through deep mud, and reached Barcelona quite bespattered with it.

    Never before had I any idea of the power of such a flood. I thought of Kuhleborn in the tale of ‘Undine.’ I thought of the story which might be told by a little mountain streamlet, usually only a tiny rivulet, shaded by aloes and cacti, its nymph being a playful child; but as the little Spanish girls in reality do, springing up at once into young women, wilful and bold, repairing to the large town, to visit it and its population, to look into their houses and churches, and to see them on the promenade, where strangers always seek them: to-day I had witnessed its entrance.

    I had now been almost a fortnight at Barcelona, and felt myself at home in its streets and lanes. ‘Now to Valencia!’ I said to myself; and the thought of that lovely country was as pleasing as Weber’s music. I intended to go by the diligence. The voyage of the steamer along the coast of Spain had been described to me as exceedingly disagreeable, the vessels as dirty, and not at all arranged for the convenience of passengers; if the weather were stormy, it was obliged, with great difficulty, to land the passengers; the steamer did not, in such a case, enter any harbour, but people had, in the open sea, to jump down into the rocking boats, and the weather might be so bad that even these might not venture out to take the passengers ashore. We were now in the middle of September; the certainty of calm weather was past. During the last few days, there had been a strong wind blowing; and into the harbour of Barcelona so rough a sea had been rolling, that the waves had dashed up against the walls.

    In going by the diligence, one might see something of the country, and therefore that mode of conveyance appeared to me the best; but my countryman, Schierbeck, and every one else to whom I spoke on the subject, advised me not to undertake the land transit. It was a long, fatiguing journey, they said; I should be suffocated with heat in the over-crowded diligence; the roads were in bad condition; the conveyances often stopped at places where there was no sign of an inn— perhaps not a roof under which to seek shelter. The diligence from Madrid was two days behind its time; I knew by experience how few bridges there were, and how rivers had to be passed through; I had just witnessed at Barcelona the power of destruction which the mountain streams might acquire: to go by the diligence was, therefore, for the time being, to expose one’s self to the greatest inconvenience, if not to absolute danger of life. The road between Barcelona and Valencia lay through a certain place where the swollen mountain streams often caused disasters; it was only a few years before that an over-laden diligence was lost there, and it was supposed that the rush of waters had carried it out to the open sea—the Mediterranean.

    Even until a few hours before the departure of the steamer, I was balancing in my own mind whether I should go by it, or undertake the land journey. Every one advised the sea trip; the steamer Catalan, which was about to start, was reckoned one of the best and speediest; the machinery was first-rate, by the captain’s account: so I determined on the voyage. Dr. Schierbeck, and our friend Buckheisler, from Hamburg, accompanied us on board; it was past mid-day before the anchor was raised, and rocking heavily, the steamer bore away for the open sea.

    For a considerable way outside the harbour, the water was tinged with a yellow coffee-colour, from the inundation which had taken place on shore; then suddenly it resumed the clear greenish-blue tint of the sea. Barcelona lay stretched out to its full extent in the bright, beautiful sunshine; the fort Monjuich, with its yellow, zig-zag, stony path, stood still more forward; the hills looked higher, and over them all towered one still more lofty, strangely jagged like the fins of a fish—it was the holy Mount Serrat, whence Loyola came.

  • Triunfan los Coros de Clavé en Madrid

    Anoche tuvo lugar en el teatro de la Zarzuela la primera de las dos funciones que piensa dar la sociedad coral Euterpe. El éxito no pudo ser mas satisfactorio para el Sr. Clavé y los orfeonistas que dirije. Un numeroso é ilustrado público aplaudió con entusiasmo los diferentes coros que se cantaron entre los cuales hay algunos de notable belleza artística. La ejecucion fue intachable. Damos la enhorabuena al Sr Clavé y á sus discipulas por el triunfo de anoche y desearemos que á imitacion de lo que sucede en Cataluña, se estienden las sociedades corales por toda España, cual sucede en las naciones mas civilizadas de Europa.

  • Estreno en el teatro Odeón de «La esquella de la torratxa», primer éxito de «Pitarra»

    Jaume: Ja que jo per ‘quest poble
    diputat he sortit
    per darm’ la enhorabona
    cantéu tots lo xinch xinch.

    Coro: Xinch, xinch, xinch!
    viva en Cirera, viva en Cirera;
    Xinch, xinch, xinch!
    viva en Cirera que n’ha eixit.

  • Primera representación, por 2.300 músicos, de una cantata nacional de Clavé: ¡Gloria á ESPAÑA, la heróica matrona!

    ¡GLORIA Á ESPAÑA!

    CANTATA NACIONAL

    escrita para la 4.ª Gran fiesta musical de Euterpe celebrada en Barcelona los días 4, 5 y 6 de junio de 1864, y ejecutada por 2,000 coristas y 300 profesores de orquesta y banda.

    ¡Gloria á ESPAÑA, la heróica matrona
    Que humilló la extranjera arrogancia,
    Invencible en Sagunto, Numancia,
    Covadonga, Gerona y el Bruch!
    ¡Gloria á ti, gloria á ti patria amada!
    ¡Gloria á ti, cuyos tersos blasones
    Esculpieron preclaros varones
    Con su esfuerzo, saber y virtud!

    Eres cuna del Cid y Pelayo,
    De Cervantes, Mariana y Herrera,
    De Velázquez, Murillo y Rivera,
    De Isidoro, Capmany y Feijóo;
    De Ensenada, Cisneros y Aranda,
    De Lanuza, Clarís y Padilla,
    De Argensola, Quevedo y Ercilla,
    De Churruca, Marquet y Quirós.

    ¡Gloria á ESPAÑA! dó en paz hoy florecen
    Con las ciencias, la industria y las artes;
    Dó el progreso derrumba baluartes
    Que en talleres se ven transformar.
    Himno santo de amor reproduzcan
    Del Pirene las cóncavas breñas,
    Y desplieguen sus nobles enseñas
    Euterpenses legiones de paz.

    Nunca turbe la guerra intestina
    De la ESPAÑA el fecundo sosiego;
    Más si un día con ímpetu ciego
    Nos amaga extranjera invasión,
    Nuestro pecho, pavés de la patria,
    Hará ver á su saña iracunca
    Que no sufre infamante coyunda
    El denuedo del libre español.

    Ya el pueblo en lid artística,
    Templando el ardor bélico,
    Con cánticos de júbilo
    Dilata el corazón;
    Y auguran días prósperos
    Las euterpenses flámulas,
    Inmaculado lábaro
    De fraternal amor.
    ¡Gloria á ESPAÑA,
    Que no empaña
    Con fratricidios hórridos
    Su límpido blasón!

    Nunca turbe la guerra intestina
    De la ESPAÑA el fecundo sosiego;
    Más si un día con ímpetu ciego
    Nos amaga extranjera invasión,
    Nuestro pecho, pavés de la patria,
    Hará ver á su saña iracunca
    Que no sufre infamante coyunda
    El denuedo del libre español.

    ¡Gloria á ESPAÑA,
    Que no empaña
    Con fratricidios hórridos
    Su límpido blasón!

  • Condenado a nueve años Claudio Feliu y Fontanills por usurpar el estado civil de Claudio Fontanellas

    [Sentencia de revista en la causa Fontanellas, condenando a Claudio Feliu y Fontanills a nueve años de cárcel etc etc por usurpación del estado civil de Claudio Fontanellas.]

  • Galdós: recuerdos de la Barcelona revolucionaria del 68; la Rambla, la Muralla del Mar y el Jardín del General; el guerracivilismo de los españoles; su primera novela

    Al salir de Barcelona [en 1903] el maestro Galdós ha enviado á EL LIBERAL en Barcelona una notable impresión, cuyo especialísimo tono local no le resta mérito alguno fuera de la ciudad condal.

    Sobriamente evoca Galdós los sucesos de Septiembre del 68, y la antigua ciudad.

    Es éste un documento muy interesante, además, por lo que cuenta de Los Episodios nacionales.

    Dice así:

    Sr. Director de EL LIBERAL.

    Me pregunta usted si es antiguo mi conocimiento de Barcelona, y cuántas veces he visitado á esta ciudad. Más fácilmente que puntualizar las visitas, puede mi memoria dar á usted noticia de la primera tan remota, que ahora me parece, como quien dice, perdida en la noche de los tiempos. Ello fué en días inolvidables, de los que marcados quedaron en la Historia patria como días de buena sombra, resultando también de feliz agüero en la vida individual, particularmente en la mía. En Barcelona pasé las dos últimas semanas de Septiembre de 1868, y el memorable día 29, fechas, como usted sabe muy bien, de las más famosas del siglo nuestro, que es el pasado, todo él bien aprovechado de crueles guerras, mudanzas y trapisondas.

    Ya ve usted si son de largo tiempo mis amistades con la capital de Cataluña. El prodigioso crecimiento de esta matrona, nadie tiene que contármelo, porque lo he visto y apreciado por mí mismo, un lustro tras otro. En Septiembre del 68, rota ya la cintura de murallas que oprimían el cuerpo de la histórica ciudad, empezaba ésta, por una parte y otra, á estirar sus miembros robustos nutridos por sangre potente. La he visto crecer, pasando de las moderadas anchuras á las formas de gigante que no cabe hoy en las medidas de ayer, ni ve nunca saciadas sus ansias de mayor vitalidad y corpulencia.

    A mediados de Septiembre vine de Francia con mi familia, pasando el Pirineo en coche, pues aun no había ni asomos de ferrocarril entre Perpiñán y Gerona. Recuerdo que por falta de puente en no sé qué río, la diligencia se metía en las turbias aguas, atravesándosas de una orilla á otra sin peligro alguno, al menos en aquella ocasión. De Figueras, conservo tan sólo una idea vaga. En cambio, Gerona, donde pasé un día con su noche, permaneció en mi mente con impresiones indelebles… [Gerona y los Episodios Nacionales]

    Barcelona fúe para mí un grato descubrimiento y un motivo de admiración, aun viniendo de París y Marsella. Me sorprendían y cautivaban la alegría de este pueblo, la confianza en sí mismo, y el ardor de las ideas liberales que entonces flameaban en todas las cabezas, aquel ingénuo sentimiento revolucionario, ensueños de vida progresiva y culta, tras de la cual corrían con igual afán los que conocían el camino y los que ignoraban por dónde debíamos ir para llegar salvos. En aquellos hermosos días de esperanza y fe, tenía la Libertad millones de enamorados, y lo que llamábamos Reacción había caído en el mayor descrédito. El sentimiento público era tan vivo, que las cosas amenazadas de muerte se caían solas, sin que fuera menester derribarlas.

    La principal hermosura de Barcelona era entonces su Rambla, rotulada con diferentes nombres, desde Santa Mónica hasta Canaletas. Viéndola hoy [1903], paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el contínuo trajín de coches y tranvías. La Rambla es de esas cosas que, admitiendo las modificaciones que trae el tiempo, no envejecen nunca, y conservan eternamente su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria.

    El paseo más grato era entonces la Muralla de Mar, á la que se subía por la rampa de Atarazanas, y se extendía por lo que es hoy paseo de Colón. El paseante iba por el alto espacio en que se mecen hoy las cimas de las palmeras, y por un lado dominaba el puerto, en el cual hacían bosque los mástiles de los buques de vela, por otro podía curiosear el interior de los primeros pisos. Ya se hablaba de demoler la muralla, y los viejos se lamentaban de la destrucción de aquel lindo paseo, como de la probable pérdida de un sér querido; tan arraigada estaba en las costumbres la vuelta diaria por el alto andén en las tardes placenteras de verano. Los jóvenes la vierno desaparecer, y ya no se acuerdan de lo que fué uno de los mayores encantos de la vieja Barcelona.

    El ensanche estaba ya bosquejado, y en el Paseo de Gracia iban tomando puesto las magníficas construcciones, que eran albergue y vanagloria de los ricos de entonces. Aun faltaba mucho para que se pudiera admirar la parada de casas con que el citado Paseo, la Rambla de Cataluña, la Granvía y otras nos deslumbran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona de los millionarios de hoy. De jardines públicos no recuerdo más que el llamado del General, más allá de la Lonja, hacia el Borne. Era tan chico y miserable que si hoy existiera lo miraría con burla y menosprecio la más menguada plazuela de la moderna ciudad. Más allá se extendía la trágica Ciudadela, odiada del pueblo, que anhelaba destruirla, y casi casi anticipaba la demolición con sus maldiciones y anatemas.

    Me parece que estoy viendo al conde de Cheste, en aquellos días de Septiembre, recorriendo la Rambla, seguido de los mozos de escuadra. Su arrogante estatura se destacaba entre el gentío, que le veía pasar con respeto y temor. Del último bando que publicó, conservo en mi memoria retazos de frases que denunciaban su carácter inflexible, su adhesión á la causa que defendía, así como sus gustos literarios, propendiendo siempre á cierto lirismo militar, muy propio de los caudillos de la primera guerra civil. No recuerdo bien si fué el 30 ó el 31 cuando empezaron á correr las primeras noticias de la acción de Alcolea. Fueron rumores, que más parecían ilusiones del deseo. Primero, secreteaba la gente en los corrillos de la Rambla; después, personas de clases distintas soltaban el notición en alta voz; y los crédulos y los incrédulos acababan por abrazarse… Lo que pasó luego en la ciudad no lo supe, porque mi familia tuvo miedo, creyendo que se venía el mundo abajo, y como habíamos de salir para Canarias, se resolvió abandonar la fonda de las Cuatro Naciones, y buscar seguro asilo á bordo del vapor América, que había de salir en una fecha próxima. Aquella noche, tertuliando sobre cubierta mi familia y otras que también huían medrosas, vimos resplandor de incendios en diferentes puntos de la población. El pueblo, inocente y siempre bonachón, no se permitía más desahogos revolucionarios, después de tanto hablar, que pegar fuego á las casillas del fielato.

    Viajeros pesimistas, que iban con nosotros, auguraban asolamientos y terribles represalias que ponían los pelos de punta; pero nada de esto pasó, al menos por entonces. El pueblo, aquí como en el resto de España, rarísima vez ha sido vengativo en las conmociones puramentes políticas. Se ha contentado con un cambio infantil de los nombres y símbolos de las cosas, así como los primates apenas han sabido otra cosas que erigir nuevas columnas en la Gaceta, llenas de ineficaz palabrería.

    Tengo muy presente al segundo de á bordo, catalán de acento muy cerrado, sujeto entrado en años, locuaz, ameno y de feliz memoria. Monstrándome el edificio de la Capitanía general, que tras la Muralla del mar desde el vapor se veía, me contó con prolijas referencias de testigo presencial la horrible muerte de Bassa, como lo arrojaron por el balcón, como lo apuñalearon, y echándole una cuerda al cuello, arrastraron por las calles su acribillado cuerpo. Poco sabía yo de estas cosas. De la dramática historia del siglo sólo conocía las líneas generales, y eran vagamente sintéticas mis ideas sobre las sanguinarias peleas por los derechos de dos ramas dinásticas, sin que en tan estúpìda y fiera lucha haya podido ninguno de los dos bandos demostrar que su rama valía más que la otra.

    Naturalmente, no pensaba yo así en aquel tiempo, pues mis conocimientos de la historia patria eran cortos y superficiales, y del libro de la experiencia había pasado muy pocas hojas. Los frutos de la verdad son tardíos. Vienen á madurar cuando maduramos; pero en nuestro afán de vivir á prisa, comemos verde el fruto, y de aquí que no nos haga todo el provecho que debemos esperar… Como digo, yo sabía de estas cosas menos de lo que hoy sé, que no es mucho, y mis inclinaciones hacía la novela eran todavía indecisas por estar la voluntad partida en tentativas y ensayos diferentes. La Fontana de oro, primer paso mío por el áspero sendero, no estaba aún concluída. Ín diebustillis [In diebus illis: en días aquellos], cuando por primera vez estuve en Barcelona, llevaba conmigo dos tercios próximamente de aquella obra, empezada en Madrid en la primera del 68, continuada después en Bagneres de Bigorre, luego pasada por Barcelona y las aguas del Mediterráneo para que se refrescara bien, y concluída por fin en Madrid andando los meses.

    El vapor América salió para Canarias, y á mí me dejó en Alicante.

    **********

    Dispénseme usted, señor director… Las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona.

    Quédese la continuación para el año próximo.

    B. Pérez Galdós.

    Barcelona 8 de Agosto de 1903.

  • Sale el primer número de la revista satírica La Flaca

    Ya pareció LA FLACA. LA FLACA es un periódico que sin ser político, comercial, industrial y noticiero, jocoso ni sério, tendrá un poco de todo. LA FLACA no es republicana, ni demócrata, ni progresista, ni unionista, ni menos nea. LA FLACA es española, y sobre española catalana. Es la amiga del hombre honrado, la amiga del trabajo. LA FLACA no adulará á los unos ni rebajará á los otros; se hallará siempre al lado de la razon y de la justicia; defenderá lo que juzgué digno de defensa y censurará lo que merezca ser censurado. En una palabra, seremos un periódico sério con las cosas serias; nos reiremos cuando haya de qué reirse; pero no nos rebajaremos hasta la personalidad ni mucho menos nos valdremos de chanzas pesadas para ridiculizar este ó aquel partido, tal ó cual institucion, esa ó esotra manifestacion particular. LA FLACA considera la libertad de imprenta como una cosa buena, sublime; pero al mismo tiempo no ignoran sus redactores que la libertad no quiere decir licencia, que el escritor público ante todo debe conservar su dignidad, y que los abusos de la prensa son peores que los excesos de la tiranía. Por eso LA FLACA se propone ser cortes, comedida, no tanto por lo que se debe á sí misma cuanto lo que debe á sus lectores. Si delinque alguna vez, si se extralimita, culpa será de su inexperiencia, no de su mala fé; podrá mas bien achacarse su falta á un exceso de celo, que á mala voluntad y poco patriotismo. LA FLACA está por todas las libertades en su mas lata extension, pero sin contradecirse á si misma puede declarar en alta voz que no es libre-cambista, pues ya hemos dicho que somos catalanes ante todo. LA FLACA es amiga de todos, respeta todas las opiniones. Para LA FLACA no hay dicha mas grande que el bienestar de la patria. LA FLACA desea ver á la España contenta, feliz, grande, envidiada. LA FLACA quiere que todos los españoles estén gordos, rollizos, sanos y robustos. LA FLACA no quiere turron, no se aficiona al dulce: lo que quiere es pan, pan en abundancia. LA FLACA quiere que florezcan el comercio, la industria, las artes y la agricultura españolas. Quiere que los capitales no se alejen de la patria, sino que vengan los de extrañas tierras. Quiere que seamos todos hermanos, que cesen nuestras civiles discordias. Quiere que no haya mas partidos que el partido español, mas lemas que el lema de la honradez, mas bandera que la del trabajo. Que cesen los agravios, los rencores, los ódios eternos. En fin, LA FLACA quiere, y para ello se desvelará constantemente, lo que quieren los hombres honrados: Paz, laboriosidad y proteccion para todos. Hemos dicho lo bastante para demostrar que somos amigos de todo lo bueno y acérrimos enemigos de lo malo. Si nuestras obras corresponden á nuestros propósitos, el público lo juzgará.

  • Nieva durante tres días

    Intensa oleada fría a finales de 1870 y principios de 1871. Nevó tres días seguidos entre la víspera de Nochevieja y Año Nuevo. Cuajó por la intensidad del frío, aunque no se registró una nevada intensa.