Barcelona, capital budista
Montjuc acoge los ritos de iniciación de centenares de budistas neófitos
JOSEP CORBELLA
Cuando Richard Gere vio la horda de periodistas que se le acercaban armados de cáma ras hasta los dientes para acri billarle con los flashes, optó por la estrategia de la presa ante el predador. La huida. Era la una y pocó de la tarde, minutos antes de que el Dalai Lama empezara a oficiar la ceremonia de la Kalachakra, y Richard Gere se levantó de su asiento, se confundió entre las 2.800 personas reunidas en el Palau Sant Jordi y se esfumó. La escena se repitió a las cinco de la tarde fren te a la Casa del Tíbet, en el paseo Sant Joan. Richard Gere llegó en coche, estuvo a punto de bajar, pero vio a los más de cien periodistas que esperaban allí y dijo al conductor que si guiera, que había cambio de planes y no se apeaba allí.
La presencia de Richard Gere en Barcelona se debe a la celebración de la Kalachakra, un rito de iniciación budista que durará hasta el próximo domingo. El rito se inició ayer con una ceremonia en la que hubo más discursos que oración yen la que el Dalai Lama explicó los conceptos de sufrimiento, felicidad, com pasión e iluminación, que constituyen el abe cé del budismo.
Los aledaños del Palau Sant Jordi se habían poblado de budistas y simpatizantes horas an tes del inicio de la ceremonia. Una retahíla de tenderetes montados junto al recinto ayuda ban a amenizar la espera. Aunque el budismo antepone el desarrollo espiritual al material y repudia el consumismo, allí era posible en contrar pegatinas de “1 love Tibet” por 280 pesetas, pins por 800 y el libro oficial “Kala chakra’94” por 3.000.
Los organizadores de la ceremonia de la Kalachakra han optado por buscar un equilibrio entre mística y mercado. La inscripción alas sesiones en las que el Dalai Lama impar tirá sus enseñanzas, por ejemplo, cuesta 30.000 pesetas. ¿Mucho? “Bueno, es mucho si hay gente interesada que no puede venir por falta de dinero”, admite Thubten Wangchen, el monje budista que ha impulsado la Casa del Tíbet en Barcelona. “Pero es poco si se com para con los congresos donde hay que pagar 50.000 pesetas por dos días de sesiones.
Además, aquí hay gastos que encarecen la organización, como el viaje del Dalai Lama y los monjes que le acompañan desde India y el alquiler del Palau Sant Jordi durante ocho días”.
Volvemos a los tenderetes. Como de costumbre, el mejor lugar para recabar opiniones entre los asistentes es el bar. Quienes creen que servirán mejunjes de hierbas y zumos na turales se llevan un chasco. Aquí también reinan la Coca-cola y el frankfurt.
—Oye, perdona —elegimos una víctima al azar—. ¿Eres budista?
—No. la verdad es que no.
—¿Y cómo es que vienes a un acto budista?
—A ver de qué va este rollo oriental.
—¿Treinta mil pesetas no son muchas para una ceremonia religiosa?
—Una pasada, pero es que viene el Dalai Lama.
Repetimos el experimento con víctimas distintas y obtenemos resultados idénticos. Por supuesto, entre tanto curioso hay unos cuantos auténticos budistas. Tal vez no son mayoría, pero son la masa que uniforma a la muchedumbre heterogénea que ha acudido hoy a ver al Dalai Lama.
La ceremonia se inicia con una sesión de cánticos hipnóticos interpretados por los monjes que rodean al Dalai, una versión tibe tana de los monjes de Silos. El Dalai Larna, sentado en su trono, que está sobre una tarima, que está a su vez sobre otra tarima, oscila a derecha e izquierda corno un metrónomo. Lajerarquía está clara: el Dalai Lama está por encima de la cuarenténa de monjes budistas que le asisten en la ceremonia, que a su vez es tán por encima de los 2.800 aprendices que se encuentran a ras de suelo.
“Todos los que nos hemos reunido hoy aquí —empieza el Dalai—, todos los seres humanos, de hecho, tenemos una tendencia natural a buscarla felicidad ya evitar el sufrimiento. Lo que nos distingue a nosotros, seres humanos, de otras formas de vida es la inteligencia. Pero esta inteligencia puede ser causa de sufri miento. Por ejemplo, las esperanzas, las aspiraciones, las frustraciones son producto de n,uestra inteligencia. Entonces podernos preguntarnos: ¿sería mejor no desarrollar esta fa-
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