Muere el policia cinéfilo Francisco Anguas Barragán al arrestar al atracador Salvador Puig Antich

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    Alberto Pernales

    [ref669] da cierto punto de vista, equivocándose de fecha – fue martes día 25, como se puede comprobar en las hemerotecas:

    [Following a string of bank robberies, including what is alleged to have been a final one in Bellver de Cerdanya:] Three more MIL members were arrested on 24 September in a police ambush in Barcelona’s Calle Gerona: Santiago Soler Amigó, Francisco Xavier Garriga Paituvi and our comrade from the Centro Iberico/Anarchist Black Cross, the 26-year old Salvador Puig Antich.

    Salvador, who had only just returned to Spain from London, had allegedly opened fire on his would-be captors attempting to escape and killed an inspector of Franco’s fascist secret police, the Brigada Politico Social. The autopsy revealed that at least two of the five bullets in the inspector’s body had been fired by the guns of his own colleagues. His defence was that he was beaten to the ground in a state of semi-consciousness and his gun had gone off accidentally. The three anarchists now faced a summary council of war and possible death penalties.

    Marcos Ordóñez conociá al policia y a Antic, y sus recuerdos, en [ref516], pueden resultar incómodos:

    Paquito Anguas era un policía atípico. Es decir, que escapaba del cliché habitual del poli franquista. No era gordo, ni sudoroso, ni envuelto en humo de Celtas, ni tenía bigote recortado, ni gritaba 20 maldiciones por minuto. Anguas era flaco, pequeñito, pelirrojo, con la cara sembrada de pecas. Parecía el hermano menor de los Hollister. Tenía entonces 23 años, aunque aparentaba menos. Le apasionaban las mismas cosas que a mí: el cine y los libros, sobre todo.

    Me sorprendió muchísimo, en nuestro primer encuentro, que reparase en el libro que yo llevaba, Le Cinéma selon Hitchcock, la larga entrevista de Truffaut, una de mis biblias de entonces, comprada en el mercado de ocasión de Sant Antoni. Comenzamos a hablar de Hitchcock y de Truffaut mientras yo me preguntaba qué demonios hacía aquel tipo en la policía. Muchos años después, leyendo Cuenta atrás, el libro de Francesc Escribano en que se basa el guión de Salvador, supe que Anguas era sevillano, hijo de un guardia civil. Había hecho la mili en la Brigada Antidroga y entró en la policía en 1970.

    […]

    «Has de leer Poil de carotte«. Qué extraño, un poli diciendo esas cosas. Tan extraño, tan atípico como Paquito Anguas hablándome de Truffaut y de Hitchcock.

    Truffaut era su dios. Godard también, pero sobre todo Truffaut. Yo no había visto todavía Los cuatrocientos golpes. «¿No la has visto? No me lo puedo creer…» Anguas fue el primero en hablarme de un director que yo no tenía inventariado: Jean-Pierre Melville. Quizás, pienso ahora, se hubiera metido en la poli, además de por la impronta familiar y para ganarse la vida, por alguna película de Melville, quizás Círculo rojo, quizás Hasta el último aliento. Melville hubiera sido el cineasta ideal para contar su historia, y la de Salvador Puig Antich.

    Mi segundo encuentro con Anguas tuvo lugar en un cine de la quinta puñeta. Un cine de barrio, en Horta. Anguas me llamó a casa. Estaba muy excitado. Había que ir a aquel cine, imperativamente, porque daban una obra maestra, largo tiempo fuera de circulación: Viento en las velas, de Alexander Mackendrick, una de sus películas favoritas. Fuimos juntos. Era, realmente, una obra maestra.

    Me trajo dos libros. El ensayo de Francisco Aranda sobre Buñuel, al que Anguas idolatraba, repleto de notas y subrayados. Y Huracán en Jamaica, la novela de Richard Hughes en la que se basaba la película de Mackendrick. No pude devolvérselos. No hubo tiempo.

    La siguiente vez que vuelvo a verle ya está muerto. Veo su rostro impreso en un periódico, que mi padre agita, furioso, ante mis narices.

    […]

    Salvador («Esta tarde vendrá Salva») era amigo de los amigos del hermano mayor de un ni siquiera amigo mío, un compañero de La Salle. Una de esas fiestas a las que vas de rebote, en las que apenas conoces a nadie. Tampoco podría situar el piso. Zona alta, de eso sí me acuerdo. Una fiesta doble: a un lado, nosotros, los granujientos. Al otro, los hermanos mayores y su música. El hermano mayor de mi ni siquiera amigo tenía muchos discos. Música de la época. ¿Locomotive Breath, como en la película? Podría ser, vendría bien como banda sonora para la aparición de Salva. Pero diría que aquella tarde fue «antes» de Jethro Tull. Quizás sonaba algo de soul. O de los Creedence, recuerdo sobre todo un disco de los Creedence. Así les llamaban ellos: yo había leído, casi deletreando, Cree-den-ce-Cle-ar-wa-ter-Re-vi-val.

    Debía de ser casi verano, porque recuerdo el petardeo de una moto a través de la ventana abierta. Alguien palmotea, varios se asoman. «Ahí está Salva». Entra, riendo. Todo él reía. ¿Cómo explicar una irradiación? Los ojos negros, la cazadora de cuero. Parecía un loubard, el prota de una peli de Truffaut. Sí, parecía francés. Un tipo condenadamente guapo. Uno de esos que hunden en la miseria a los granujientos. También llevaba tejanos. Desteñidos. Yo hubiera dado cualquier cosa por una cazadora y unos tejanos como aquellos. Y por la moto, si hubiera tenido los huevos de conducirla. El tal Salva entró y le bastó cruzar la sala para iluminarla. Se puso a bailar casi en seguida. Por suerte no había tías en la fiesta.

    Anguas Barragán fue enterrado en el cementerio de San Fernando de Sevilla.

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