En el vasto mundo anglosajón hay una cosa que impresiona casi más que el final de la guerra en sí: el de los campos de concentración alemanes.
Yo sólo ha visitado uno. El de Dachau, en las afueras de Munich. Casi el último caído en manos del Ejército norteamericano. Visitándolo pasé un rato horroroso. Ahora, sobre el limpio papel donde escribo, no lo paso mucho mejor. Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa escribirlo. Lamento no ser notario para escribir un formulario con el léxico impersonal da los protocolos. Pero creo que puedo de todas maneras escribir en primera persona porque ni un solo lector que me haya seguido sobre la Prensa de España ha podido dudar jamás de mi ecuanimidad. A la cuenta de mi historial cargo el «doy fe». Se me dirá que más a Oriente de la propia Europa puede haber otros campos aterradores. Desgraciadamente, se puede creer en ellos. Pero no los he visto. Si los viese, moveríaexactamente mi pluma con la serenidad con que lo hago ahora.
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