Mes: enero 1939

  • Antonio Machado deja Barcelona para la frontera

    Ante el avance de los nacionalistas, en marzo [de 1938] se traslada a Barcelona. Machado se instala provisionalmente en el hotel Majestic y, a los pocos días, se aloja en la torre Castañer (en el paseo de San Gervasio). Prosigue sus colaboraciones en Hora de España … y comienza su serie de artículos en La Vanguardia con el título «Desde la mirador de la guerra»…

    El día 22 de enero [de 1939] marcha con su familia y junto a otros intelectuales en dirección a la frontera de Francia, adonde llegan tras duras penalidades el día 27. La frontera es un éxodo. Antonio Machado, enfermo, tiene 64 años; su madre Ana Ruiz que le acompaña, 88. El paso de la frontera es a pie y bajo la lluvia que cae en este fatídico día, junto a una multitud de gente… El día 29 de enero, Machado, su madre y su inseparable hermano José llegan a Collioure, instalándose en el hotel Bougnol-Quintana (Machado declina diversos ofrecimientos de asilo, entre ellos el de trasladarse a la URSS). En febrero, Machado cae enfermo, agravándose el día 18. El día 22 de este mes, muere…; tres días después moría también su madre. Ambos fueron enterrados en el cementerio del pueblecito de Collioure.

  • André Malraux, los nacionales, y los persas de Esquilo

    «Els perses!», va exclamar en francès André Malraux des de Montjuïc en veure els focs de les avançades de Franco, poc abans de l’ocupació. Malraux es trobava a Barcelona des de juliol del 1938, on rodava als estudis Orfea algunes escenes de Sierra de Teruel, basada en la seva obra L’espoir, i va haver d’interrompre la filmació el 24 de gener a causa de l’arribada imminent de les tropes franquistes, i marxar a França, a Joinville, on hi havia uns estudis cinematogràfics, a acabar la pel·licula. L’exclamació, recollida per Max Aub en el seu llibre sobre la pel·licula, en què també va participar, és explicada d’aquesta manera per l’escriptor: «[Malraux] recordaba la representación famosa de la tragedia de Esquilo en la que, según la leyenda, el actor que encarnaba Jerjes cayó atravesado por una flecha enemiga al denunciar la llegada de sus adversarios».

    Però no tots els barcelonins veien arribar els perses ni veien propera la destrucció de l’Acropolis. Els barcelonins que es van quedar van rebre els ocupants amb sentiments molt diversos, segons les seves simpaties polítiques.

  • Antonio Mingote toma Barcelona a solas, pero su mamá se encuentra en Sitges

    Era un teniente que en la noche anterior había dicho a su jefe que necesitaba llegar a la ciudad que se divisaba a los pies del Tibadabo donde se encontraba su regimiento. ¿Por qué? Pues porque allí estaba su madre y quería verla después de tres años de ausencia por la guerra. El comandante le contestó que estaba loco, que el avance no estaba previsto hasta el día siguiente y que él no podía darle un permiso de aquel tipo. El teniente insistió y finalmente su jefe le dijo lo habitual en esos casos: Que no había oído nada y que sólo se olvidaría de preguntar por él al llegar la noche.

    Y el oficial bajó a pie por la Bonanova y toda la calle de Muntaner en compañía de su asistente que se empeñó en acompañarlo; las pocas personas que encontraba le miraban extrañadas por las dos estrellas en el pecho y gorro pero no podían concebir que fuera «de verdad». Llegó a la casa donde esperaba encontrar a su madre y los vecinos le dijeron que estaba bien pero que se había ido a Sitges un par de semanas antes…

    Dado que aquella población estaba ya en zona «liberada» según la jerga del tiempo, el teniente emprendió el camino de vuelta y llegó felizmente a su posición con el suspiro de alivio del capitán. Al día siguiente entró, esta vez, oficalmente y con música y banderas desplegadas en Barcelona.

  • Ricardo del Río: la escenificación de la victoria

    La mañana del día 26 como presagiando lo que poco después del mediodía había de producirse. Pocas personas en las calles. Gestos tristes en los que habían visto cómo sus familiares habían abandonado Barcelona para no se sabía cuánto tiempo y otros con semblante alegre, ya que ansiaban el final que se avecinaba para dar rienda suelta a su alegría.

    Un breve cañoneo a las diez de la mañana cayendo los proyectiles en la Plaza de España, altos de Montjuich y algunas calles de la barriada de Sans y más tarde se realiza el asalto al famoso monte vigía del puerto de Barcelona. Defendiéndole unos cuantos soldados de Infantería que en cuanto vieron aparecer la primeras fuerzas enemigas arrojaban sus armas. No fueron hechos prisioneros, sino que desembarazdos del arma que les habían dado en el Ejército republicano, les fue entregado un fusil del Ejército nacionalista y colocados en vanguardia. Esta operación se realizó simultáneamente en Vallvidrera y Tibidabo, deteniéndose un momento el avance para sacar a los presos que había en el famoso castillo y en la prisión establecida en lo que había sido Pueblo Español de la Exposición de Barcelona, entre los que se encontraba el Teniente Coronel Domingo Rey d’Harcourt encargado de la defensa de Teruel cuando fue tomado por la República y que todavía no había sido juzgado.

    A la una de la tarde acuerdan realizar la entrada de la ciudad catalana, y dos columnas, una que baja de Montjuich hacia la Plaza España, siguiendo la calle de Cortes a las Ramblas y otras que descendiendo del Tibidabo toma la calle de Muntaner hasta la Diagonal, siguiendo esta Avenida hasta el Paseo de Gracia. No entraron fuerzas extranjeras. Estas se quedaron en retaguardia. Soldados navarros, que habían llevado el peso de las operaciones, unidades gallegas y algunas banderas del Tercio, fueron los primeros en cruzar las calles vacías de Barcelona. Más tarde llegaron moros y los generales Yagüe y Eliseo Álvarez Arenas, y después el General Jefe del Ejército del Norte.

    No quisieron evitar la salida de Barcelona de cuantos quisieran marcharse. Si hubieran deseado lo contrario, retrasan unas horas la entrada, desciende[n] por la ladera izquierda del Tibidabo y dirigiéndose al la carretera de Granollers hubieran cortado toda salida de Barcelona. De la forma en que se llevó a cabo fue posible que numerosas personas que no habían creído, llevadas de un optimismo ignorante, en la segura y próxima caída de la capital catalana, evacuasen la ciudad. Asíe se presenciaron espectáculos dignos de relatar en los que unos a otros y mientras en rápida carrera se dirigían a la carretera de salida, se fuesen avisando con estas voces: ¡Los facciosos están esquina la calle de Aribau! ¡Ya bajan por el Paseo de Gracia! Todo esto fue presenciado por muchos de los que habían salido de Barcelona hacía 48 horas y que habían podido regresar por la razón antedicha a realizar alguna función de su empleo o a recoger a algún familiar. Se supo de este modo rápidamente hasta el menor detalle de la toma de Barcelona.

    Un detalle de la ignorancia en que se encontraron los ciudadanos de Barcelona del momento culminante de la entrada de los soldados de Franco, debido a la casi nula lucha, es que las emisoras de Barcelona seguían funcionando con el personal antiguo y cumpliendo su programa normal como si continuase el Gobierno de la República, haciéndose cargo dos horas después de estar la ciudad en su poder de las emisoras un Teniente de Transmisiones, cuando el «speaker» de Radio Barcelona continuaba su labor como si nada hubiese ocurrido.

    Pasados los primeros momentos los elementos facciosos de la ciudad hicieron aparición y se hizo salir a la gente a la calle para que se animase el espectáculo de la Conquista de Barcelona. Más tarde un discurso del General Álvarez Arenas y unas órdenes del General Dávila fueron el botón final a las primeras fases de la entrada en Barcelona. Todo este relato se ajusta en un todo a la realida, ya que de la mayor parte de lo relatado fue testigo el que esto escribe y otros detalles han sido contados por personas de absoluta seriedad que tuvieron ocasión de presenciarlos.

  • Dionisio Ridruejo: alivio y alegría al entrar los nacionales

    El día 26 las tropas estaban sobre Pedralbes sin otro obstáculo que unos puestos de ametralladoras rápidamente desmontados. Pero se esperó a que estuvieran limpias las alturas del Tibidabo y de Montjuic para hacer la penetración. Cuando volvimos por la tarde ya estaba hecha. Como la ciudad estaba medio a oscuras decidimos dor­mir aún en Sitges. Al otro día, de mañana, bajamos por el paseo de Gracia a la plaza de Cataluña y a las Ramblas. Había un gentío enorme y efusivo, en el que predomi­naban las mujeres, algunas de las cuales casi se nos metían por las ventanillas de los coches. Era sensible que para una buena parte de la población la guerra había sido una larga pesadilla y aquel final casi incruento y quizá inesperado representaba una fiesta. No toda la ciudad estaría en el mismo talante, pero el espectáculo que ofrecían los barrios céntricos impresionó mucho a los primeros jefes militares que, sobre la marcha, pudieron utilizar la radio. El primero de ellos fue, si no me equivoco, Juan Bautista Sánchez, que pertenecía a la columna Solchaga y era un soldado ingenuo que años más tarde —es coincidencia— moriría ejerciendo, con dignidad muy libe­ral y austera, el mando supremo de la Región militar catalana. Tengo ante la vista el texto de su arenga:

    «Os diré en primer lugar a los barceloneses, a los catalanes, que os agradezco con toda el alma el recibimiento entusiasta que habéis hecho a nuestras fuerzas. También digo al resto de los españoles que era un gran error eso de que Cataluña era separa­tista, de que Cataluña era antiespañola…».

    No había recriminaciones ni amenazas y parecía un buen comienzo. Pero… (So­bre los peros y otras cosas versará la segunda parte de este episodio.)

  • Pla publica su «lección terrible»

    De San Sebastián a Barcelona

    ¡Catalanes! ¡No olvidemos la lección terrible!

    Durante estos últimos meses, hemos tenido el honor de vivir en la España del General Franco, no a consecuencia de alguna determinación personal de tipo perfectamente voluntario y caprichoso, sino porque la banda criminal que ha gobernado Cataluña estos últimos treinta meses nos privó violentamente del derecho —como a tantos otros catalanes— de vivir en este país, que es el nuestro. Hemos tenido asimismo el alto honor de llegar a Barcelona inmediatamente después de la entrada en ella de las gloriosas tropas nacionales. Hemos podido gozar, pues, de una visión directa del estado en que ha dejado a nuestra querida ciudad la locura desatada que como un huracán de destrucción ha pasado sobre ella.

    Los catalanes tenemos fama de personas de buen sentido, equilibradas, ecuánimes, ponderadas. Tenemos en nuestra lengua vernácula una palabra que llamamos el «seny», que sintetiza, hasta donde es posible, la psicología de nuestro pueblo y que significa en definitiva, una tendencia a preferir las cosas concretas y positivas frente a las cosas nebulosas y vagas, un sentido de la medida, una capacidad para situarnos en la zona de la vida humana y un irreductible horror por todo lo que es cósmico, excesivo y desorbitado.

    Desde el punto de vista de la psicología catalana, lo que ha pasado en Cataluña es incomprensible. La visión de la Barcelona de hoy nos ha producido espanto. ¿Cómo es posible que un pueblo como este, haya podido hacer una horrorosa guerra civil —¡civil!—, se haya arruinado, haya pasado por innumerables vejaciones, por dolores indescriptibles, por sufrimientos profundos, por los tormentos más refinados de la abyección comunista en nombre de la clase política más vil, más perversa, más inmoral que recuerda quizá la Historia? ¿Cómo es posible que un pueblo tan plácido, tan conservador, de tan buena compañía, de tantas virtudes, haya obedecido durante dos años y medio a la caterva màs cobarde, màs enemiga del género humano que ha podido caer sobre un país civilizado?

    Nosotros creemos que el pueblo catalán está hov muy curado de criminales ilusiones, de pedanterías insoportables, de personajes que se llamaban honorables y han resultado unos simples criminales, de humanitarismos fáciles que chorrean sangre, de fantasías aparentemente inocuas y de efectos catastróficos, imponentes, mortales. El pueblo catalàn se encuentra hoy depauperado, escuàlido y arruinado. Tiene ante sí la labor inmensa de rehacerse a sí mismo, de elevar su tono, para rehacer y elevar el tono de España. Ha de emprender esta labor con el mayor entusiasmo, porque el motor de la memoria de lo que ha sufrido y de las vejaciones de que ha sido objeto, le infundirán fuerzas y entusiasmos redoblados. El pueblo catalàn ha de jurarse a sí mismo no olvidar jamás los nombres de sus falsos pastores, los efectos de las doctrinas que se le han infundido y le han resquebrajado, los tremendos sufrimientos morales y materiales que con sádica perversidad se han proyectado sobre este pueblo noble y desgraciado.

    X. X.