Los primeros milicianos catalanes
El 23 de julio, la columna del POUM, bajo las órdenes de Jordi Arquer y el minero Manuel Grossi, desfiló por las Ramblas y la plaza de Cataluña, para salir al día siguiente desde la estación de Francia en dirección a Zaragoza y Huesca. Fernández Jurado quedó adscrito a la centuria Pedrola ?Miquel Pedrola, miembro del comité ejecutivo de las juventudes del POUM, morirá en el frente de Huesca?, en la que también formaban jóvenes socialistas internacionales como el alemán Walter Schwars o el cubano Juan Alcañiz.
En Monzón, a donde llegaron los milicianos en camiones, Ramón toma contacto con la violencia revolucionaria que el golpe de Estado desató en los primeros momentos. El colapso político que había sufrido la República determinó una quiebra en distintos ámbitos institucionales, en particular en el control de los instrumentos coercitivos que debían asegurar el orden social. El comité local montisonense había detenido a 6 conocidos falangistas, pero la agitación callejera producida ante la primera oleada de voluntarios catalanes y las exigencias de una indiscriminada acción punitiva contra derechistas y propietarios, impuesta por el grupo denominado “Los Tigres”, elementos incontrolados de la centuria poumista Llorenç Vila, propiciaron nuevos arrestos. Un total de 24 personas fueron congregadas por la fuerza en la plaza de Monzón y al grito de “mueran los fascistas”, asesinadas. Ramón Fernández Jurado explica en su libro autobiográfico Memòries d’un militant obrer (Barcelona, ed. HACER, 1987), la incontenible repugnancia que le produjo la brutalidad desnuda, “una masacre ?dice? que se les escapó de las manos a Arquer y Grossi”, y que a él le marcó con una enorme y perturbadora impresión.
El siguiente destino fue Sariñena. De nuevo el orden quebrantado y la justicia arbitraria comenzaban a campar por sus fueros, si bien en la población monegrina se atemperaron prontamente los ánimos exaltados. Fernández se alojó en un domicilio particular, como todos los milicianos cuando llegaban en tránsito o con carácter definitivo a un pueblo. La propietaria de la casa, que no lograba apaciguar su desconsuelo, explicó al huésped que su hijo se encontraba detenido en el edificio del Ayuntamiento y temía por su vida. Fernández Jurado se interesó por la suerte de quien resultó ser Ignacio Ballarín Segura, representante de la firma Cros de fertilizantes y abonos, logrando su libertad tras la presentación de testimonios a su favor. Ballarín, padre del futuro notario y procurador de las cortes franquistas Alberto Ballarín Marcial, de doce años en este momento, se convirtió en un buen amigo de Ramón, quien a pesar de los esfuerzos realizados, nada pudo hacer por salvar la vida del joven coadjutor sariñenense Eduardo Colay, ni del coronel retirado Bernardo Cariello. Ambos fueron fusilados mientras gritaban “Viva Cristo Rey”.
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