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  • Carlos V ordena a su nuevo lugarteniente general en Cataluña, Rossellón y Cerdaña, Francisco Borja, encantarles a todos, armar a sus instituciones y desarmar a todos los demás, poner orden en los conventos, y mejorar el pan, que es un desastre

    Lo que vos, el ilustre don Francisco de Borja, Marqués de Llombai, nuestro primo, haveys de hacer en el Principado de Cathalunia y Condados de Rossillon y Cerdaña con el cargo de nuestro lugarteniente general, de que hos havemos proveydo, es lo siguiente:

    […]

    A la entrada de Cathalunia haveys de jurar luego alli para poder ejercer el dicho cargo, y otra vez tornareys a jurar en Barcelona, y jurado que hovieredes a la entrada,……haveys de hazer dos cosas: la una es encantarles a todos, que no os pongan por comisarios personas repellidas en tiempo del arçobispo, ni personas que tengan pendencias o bandosidades en la tierra,…… Y la otra es que no se embie comisario que vos no tengays memoria de su nombre y comission, para pedir después razon della, y cuando no hoviesse bien servido, revocarlo y no serviros mas del, que de [e]sta manera todos bos temeran y haran lo que deven, y la justicia criminal llevar a buena execucion.

    […]

    En lo del abuso de las armas, según dicho es, conviene mucho que tengays mucha advertencia assi dentro de Barcelona commo por la tierra. Porque se anda tan desonestamente que no puede ser mas, trayendo por Barcelona señaladamente de noche rodelas y lanças y otras armas prohibidas, y fuera de Barcelona arcabuzos, escopetas y ballestas. Y demas de guardar la pragmatica, que es bien bastante, no dexareys de yr en persona por la Ciudad a horas hurtadas, señaladamente de noche, para prender y castigar lo que contravinieren la dicha pragmatica. ….. Solia, según nos dicen, el dicho arçobispo quando se tomava algun principal delinquente por algun ordinario de la provincia, hazerlo traer a Barcelona para castigarlo y aunque esto parezca necesario alguna vez por buen respecto, pero no nos parece que ordinariamente se deva hazer lo uno, porque es mas terror essecutar la justicia donde son mas conocidos y tienen voluntades y odios y donde cometieron los delictos, y lo otro porque se hazen costas superfluas a nuestra corte en llevarlos…..

    […]

    En la ciudad de Barcelona segun vos mesmo lo vereys se hazen muy mal pan y peor que en toda Cathalunia despues que la ciudad ha tomado a su cargo la fleca y deshecho o sospendido el officio de los flaqueros y esto no se sabe a que atribuyrlo. Informarhos heys dello …….que se haga buen pan continuamente que sea bien cozido y ligero y de buena manera que demas que haran lo que deven, sera mucha honra de la ciudad …

    Las obras y fortificacion de la marina alla vereys lo que [e]sta hecho y lo que queda por hazer conforme a los designos que nos dexamos y al apunctamiento que se tomo con la ciudad. ….

    La ciudad tiene officio diputado para hechar las inmundicias a mar y teniendo fama y hechos antiguamente de la mas limpia ciudad agora se descuydan mucho y [e]stando alli nuestra Corte y ahun despues ninguna differencia hay de la dicha ciudad a otras muy suzias pero vos mesmo lo vereys andando por ella y todas las vezes que la hallar[a]des suzia lo rennireys mucho, y si menester fuere hechareys preso al que tiene cargo desto, para que no curando de hazer su offisio sea castigado.

    Los otros vicios de juegos y abusos de la ciudad todos los remediareys por el pregon general que se hara al principio de la governacion del lugarteniente general que ya sta ordenada la forma y mirareys que se castigue conforme al dicho pregon.

    […]

    La dissolusion y mala costumbre y demasiada libertad que hay en algunos monasterios de frayles y monjas de Barcelona y en Cathalunia causa deservicio de Dios y deshonra y derreputacion de la misma ciudad y tierra e infama a la religion y es cargo de consciencia dexarlo assi perseverar sin remedio …..

    […]

    Despachada en la nuestra ciudad de Toledo, a veynte y seys del mes de Junio del año del nascimiento de nuestro señor M D XXX VIIII.

    YO EL REY

  • Al entrar por primera vez en Barcelona, Felipe IV cambia de caballo para no incomodar al conseller en cap

    El día XXVI de Marzo, año del Señor MDCXXVI, hallándose Conselleres el Señor Julián de Navel, en cap …, Hyerónimo de Gava… sigundo y Ximénez quinto, fué la gloriosa entrada de la católica y real magestad del Rey nuestro señor Felipe cuarto en esta ciudad de Barcelona: sucedió dicho día por la tarde; y habiendo savido [el día anterior] que S. M. entraba en el monasterio de religiosas Bernardas dichas de Valldoncella, me fuí yo á la puerta de San Antonio para ver lo que pasaba. Estaba la dicha puerta ricamente adornada, habíase dispuesto una contra-puerta de madera con sus balconadas, y en lo superior, una media naranja, de donde en una granada había de bajar el niño con las llabes de la ciudad, para entregarlas al Rey. En esta contra-puerta estaban con muy buena orden y colocados los cuerpos santos y reliquias que tiene la Ciudad. Estúveme allí una hora, en la cual vi entrar diversas acémilas cargadas y cubiertas con ricos reposteros, todas de la Casa Real, y algunas venían muy estropeadas. Dijéronme también que había dos días que pocas ó muchas entraban de continuo. Cansado de estar allí por la multitud de gente que había, salíme hacia el lugar de Sans para ver si venía S. M.; encontré muchas y ricas carrozas llenas de caballeros, y otra mucha gente de la real familia. En el monasterio de Valldoncella vi la repostería y cocina; y entre diversas alhajas vi un hornilllo portátil en que se cocía el pan para S. M. Visto esto, pasé á Sans, y á poco rato oí una trompeta que venía de Barcelona; era la compañía de caballos ligeros de Perpiñán que salían á en contrar á S.M. Pasados éstos, á poco rato oí otra trompeta que venía hacia Barcelona; tras ella seguían algunos hombres armados de punta en blanco que venían de custodia á un rico coche; en él venía solo una persona, era hombre guerrero de vella barba; pregunté quién era, y supe ser el conde de Olivares que á poca distancia de Sans, dejando el coche, montó en un caballo, y desde una eminencia miró si venía el Rey; y viendo que no venía, se volvió á su coche, y muy despacio hacia Barcelona, y yo seguía los mismos pasos; vi venir de Barcelona al duque de Cardona, que en un coche salía con sus hijos á recibir al Rey, llevando su familia con rica librea. Volvíme con él hacia Provençana (Santa Eulalia de Provenzana, en las inmediaciones de Barcelona, cerca del Hospitalet), y cerca de allí vi la compañía de caballos ligeros de Perpiñán que habían hecho alto; oí luego dos clarines; seguíase después multitud de gente armada en blanco con sus lanzas; venían éstos en custodia de seis coches con tiro de á seis mulas cada coche; en el último venía la Real persona de Felipe cuarto, con algunos grandes dentro del mismo coche, y no vi á S. M. sino á paso, porque ivan los coches á la posta. Al pasar delante la compañía de caballería rindieron las armas, y llegando cerca de la Cruz Cubierta, estuvo ya la guardia de Rey con librea amarilla, colorada y blanca; los soldados de ella, unos traían alabardas y otros cuchillas; teníase ya prevenido un hermoso caballo blanco, tan dócil y vello como requería la ocasión. Dejó S. M. el coche, y con mucho donaire montó el caballo. Traía un capotillo de terciopelo negro, manga de brocado; una rica cadena, sombrero y pluma de color leonado, con una hermosa joya, de la cual pendía una gruesa perla del tamaño de una nuez. El duque de Cardona iba al lado siniestro á pió, pero cubierto, sino es en las ocasiones en que el Rey le preguntava alguna cosa, y en habiendo respondido se volvía á cubrir. Otros muchos señores venían también á pié, pero descubiertos. Seguíase á caballo inmediatamente el de Olivares y otros muchos grandes. Poco antes de llegar á la Cruz Cubierta, salió la universidad en forma, y cada doctor con la insignia, según su facultad; apeáronse, y hecha la venia á S. M. volvieron á montar á caballo. Vino después el ilustre cavildo, hizo lo mismo, y últimamente llegaron los Conselleres en forma de Ciudad, con gramallas (traje talar, distintivo de la magistratura municipal) de tercipelo carmesí, forradas de brocado; y sin dejar sus caballos, hicieron la función acostumbrada en tal ocasión. Del mismo modo hicieron su función los Diputados; y acavadas las solitas … ceremonias, el Conceller en cap se puso á la mano siniestra del Rey, usando de la anti gua preheminencia y singular gracia, que los católi cos Reies han concedido á esta ciudad. En esta forma, y con la debida orden, acompañaron á S. M. todos los puestos, hasta el dicho convento de Valldoncella, en donde quedó S. M., y volviéndose el sobredicho acompañamiento á Barcelona, quieren algunos decir que entró el Rey de secreto aquella noche en Barcelona.

    El día siguiente, por la tarde, concurrió un sin número de gente á la puerta de San Antonio, de calidad, que no cabiendo en los caminos, destruyeron la cosecha de muchos campos vecinos á la puerta. Llegada la hora de la entrada, y dispuestas las guardias según su estilo, salió S. M. de Valldoncella á caballo en la forma que el día antecedente: seguíanse á caballo el conde de Olivares, almirante de Castilla, duque de Maqueda y demás grandes de España. Con esta orden llegaron á la puerta, en donde esperaban los Conselleres; hizo pausa S. M., y bajó dentro de tres granadas primorosamente dispuestas, que abriéndose sucesivamente una á otra, salió de la última un hermoso (niño? [- falta la palabra]), que pronunciando algunos versos latinos, entregó al Rey las llaves de la ciudad. Reciviólas S. M. y diólas luego al Conseller en cap; entraron la puerta y recibieron al Rey bajo un rico palio: el Conseller en cap hició ([asió]) el caballo por el freno; guiavan al mismo caballo con un cordón de seda veinticuatro hombres, esto es, cuatro caballeros, cuatro ciudadanos, cuatro mercaderes, cuatro artistas y demás estados; puestos en esta orden, los cuatro Conselleres y dos caballeros llevaban el tálamo ([palio]). En esta disposición entraron por la calle del Hospital. Precipitávase.el caballo y pisaba la gramalla del Conseller, y visto ó advertido por S. M., dijo: «Consejero, date pesadumbre mi caballo?» Respondió: Sacra y Real Magestad, no. A poco rato, conociendo bien el Rey que el caballo daba pesadumbre al Conseller, desmontóse sin decir nada, y dijo al de Olivares: «Conde, dame otro caballo.» Apeóse el de Olivares, y trocaron los caballos con la orden que se ve. Llegó S. M. al llano de San Francisco, en donde estaba dispuesto un tablado con dosel, bordadas en él las armas Reales. Dejó el caballo S. M. y subió al tablado, y antes de sentarse desnudó la espada y la puso sobre el teatro que ya estaba dispuesto. Sentóse, y á la siniestra tomaron su asiento los Conselleres en sus bancos. Sosegado el concurso, y tomado cada uno su puesto, salió el guardián de San Francisco vestido con capa pluvial, y la vera Cruz, con sus acólitos, llegó á la presencia del Rey, y levantándose S. M. y descubierto, le tomó el guardián el juramento por las islas (Se llamaba así al juramento que prestaban los Reyes á su entrada en Barcelona, porque al prometer tener y observar, y hacer tener y observar los usages, constituciones, etc., prometían también mantener la integridad de los reinos de Aragón, de Valencia, condados de Rosellón, Cerdaña, etc., y la de las islas á ellos adyacentes.). Concluido el juramento disparó la artillería, y volvióse el guardián á su convento. Volvióse S. M. á sentar, y se dio lugar á que passaran las cofradías que con orden militar y mucha gala estaban á la parte de la marina: fueron pasando según su antigüedad por delante del Rey, y entrando á la calle Anxa, hacíanse los debidos acatamientos y salvas, y cada cofradía llevaba su divisa ó inbención. Acavado de pasar las cofradías, bolvió S. M. á tomar el cavallo, y con la disposición referida y multitud de hachas encendidas y bien ordenadas (por ser ser ya de noche), se encaminó S. M. á la Iglesia del Aseo. El marqués de Liche (El conde de Sástago, según así lo dicen varios historiadores.) llebava el montante yendo á caballo: llegando á la Iglesia, entró S. M., y en el altar mayor prestó el juramento que sus gloriosos predecesores ha vían acostumbrado, por la provincia de Cathaluña, con aquellas ceremonias que se estila: executado esto, se bolvió S. M. con el mismo lucimiento al llano de San Francisco, casas del duque de Cardona, en donde es tubo todo el tiempo que honrró esta ciudad.

    El viernes día XXVII fué S. M. á jurar á los tribunales y salas que se acostumbra, con el acompañamiento de toda la nobleza y demás personas que en semexantes funciones deven concurrir, y aquí dieron fin los juramentos y entrada.

  • La multitud intenta matar a los consejeros por privarla de pan, y come sin hornear la masa facilitada por el Virrey (un pijo asqueroso)

    No cabe en humano encarecimiento la suma necesidad y la hambre que se padeció no sólo en Barcelona, pero por Gathaluña, desde primeros de Diciembre de 1630 hasta el Junio de 1631. Llegó á baler el trigo á dos doblones la quartera (0’7232 de hectolitro), y el arroz y abas á treinta y seis y á quarenta rreales, sin que se hallase ni de uno ni de otro, y lo poco que se encontraba lo trayan por mar, malo, puerco y ediondo, y á ningún precio se hallaba ni pan ni trigo, y estando ya en Marzo creció más la necesidad, pues cesaron de vender pan en las tablas públicas y el sacar trigo á la plaza. Llegó esto á extremo que la gente y los niños hiban {gritando) vía fora fam (Vía fora, grito de alarma, de cuya traducción da una idea el «échate afuera,» castellano. El vía fora es popular en Cataluña, y así se grita vía fora lladres, pidiendo auxilio contra ladrones; vía fora foch y por razón de incendio, ó simplemente vía fora, vía fora, invitando á las gentes á echarse á la calle.) por las calles; y dia de Santa Madrona, commovida la plebe, quiso dar saco á la aduana. Entendieron(lo) los Conselleres, y encaminándose á ella, así como los vio el tumulto, dio tras ellos con ánimo á lo que se veía de matarlos, por lo mal prevenidos que se hallaban para un lanze como este y que les constava tan de antemano, retiráronse los Conselleres en un baluarte para defenderse, en donde como asediados estubieron, hasta que entendido por el Virrey, tomando su guardia y carroza fué al baluarte, y después de larga conferencia los sacó consigo, y yendo á la aduana, repartieron el pan que havía amasado, y se dio orden que incesantemente se amasase; pero sucedía que la estava aguardando así cómo lo sacavan del orno, y medio cocido, á puñadas hasían de él, y á beces sucedió robar la masa medio hecha, y llegó esto á estado, que mandó la Ciudad que ningún orno cociera pan de particulares, que no fuesen masadas competentes, sigún la gente de la casa; pero ni con esto se asiguraba, porque en los hornillos de las casas cada uno se cocía, y era forzoso, porque no estava sigura la masa en saliendo de casa. Esto pasava aquí dentro: ¡qué sería en la provincia, y aquí en los lugares vecinos que se socorrían de Barcelona! Fué preciso poner guardias para que uo dejasen salir pan, pero ni eso bastava, porque entre las cargas del fiemo, y cosas á este tono, sacavan para algunos el pan ó la arina. De á fuera solían traer alguna poca, pero á dos rreales de á ocho la arroba, apenas la de(ja)van tocar en los sacos, y si algún particular tenía algún poco de trigo, por mucha amistad á los amigos, les vendía á siete y ocho libras la quartera, moneda de plata castellana. Con estas penalidades se pasó aquel hivierno, manteniéndose los pobres y los niños con arroz, hasta llegar al segar los ordios (Centenos.), que anticipando las siegas, y haciendo secar el grano al calor de los ornos, empesó la pobre gente á socorrerse. Con eso asiguravan que en la ribera del Ebro y campo de Tarragona, mucha gente pereció miserablemente á mano de la pura necesidad y hambre.

    Es cosa bien singular de nuestra vanidad la que voy á decir: estando en medio destas angustias, llegó la nuera del duque de Cardona, Virrey, y se hicieron aquel año las maiores y más célebres carnestolendas que aya visto Barcelona, y aunque el obispo quiso privarlas, interpúsose el Virrey con que su nuera deseava verlas, y así benció, y se tubieron tan singulares como he dicho, sin que para los bayles y fiestas se echase menos el pan, ni se conociesen los ahogos y travajos que se padecían.

  • Hambre, miedo, asesinatos

    Feia cinc mesos que els barcelonins no sabíem el que era pau ni tranquil·litat. Cinc mesos que vivíem en un vèrtig i sobresalt continuats. Havíem arribat en un moment en què semblava que no podríem aguantar més, tants i tants eren els aconteixements que havíem viscut i presenciat per dissort nostra. I va venir el dia de Nadal d’aquell any 1936, que gosaria afirmar fou el Nadal més trist i més amarg de tos els Nadals que Barcelona ha viscut. Fou decretat dia feiner, i aquell dia es trevallà com sempre…, com cada dia.

    Déu va permetre que fos precisament en aquells dies de Nadal que comencés a escasejar el pa; i es van veure les primeres cues davant dels forns, que per ésser les primeres, i durar hores i més hores, i coincidir ademés amb els primers dies que deixà d’encendres l’enllumenat públic, feien llòbregs i paorosos els nostres carrers. Que lluny estaven els Nadals d’abans, amb totes les botigues curulles de llaminadures, els aparadors lluents i atapeïts, i la gent amb cara alegre corrent adalerada fent els preparatius per a la gran diada familiar! Aquell Nadal, en altra temps festa de pau i germanor, transcorria enmig del pànic causat pel despotisme més ferotge que mai s’havia conegut.

    D’aquell Nadal tan trist encara en tinc personalment un record més amarg i inoblidable. A mitja tara i estant amb la botiga oberta,–però que no hi entrava ningú–s’aturà davant de casa un cotxe, del que en baixaren quatre o cinc homes amb caçadora de pell i pistoles penjades en bandolera. Entraren tots alhora, i demanaren pel meu pare. El meu pare no pogué sortir… per que feia un mes i mig que un grup armat, semblant al que allavors el demanava imperiosament, se l’havia emportat en un cotxe com aquell i l’havien sacrificiat davant els murs del cementiri de Moncada.