144 Pedro de Vila, en el año 1248, proseguía la Conquista, y expulsion de los Mahometanos del dicho Reyno de Valencia; consta en el fol.105. del Real Registro: Jacobi super diversis de 1234. ad 48. La insigne Reliquia de la Espada de San Martin era de los Señores Reyes de Aragón, como consta en el Real Testamento del Sr. Rey Don Pedro Tercero de Aragón, que firmó en Barcelona en 17. de Agosto de 1379. en el qual haze memoria de cinco Espadas que tenia, una de San Martin, y otras llamadas de Vilardell, Tizon, Girveta, y Clareta. La dicha Espada de San Martin después de la muerte de dicho Sr. Rey Don Pedro Tercero passó á mano del St. Rey Don Juan Primero, y por muerte de este á mano del Sr. Rey Don Martin; por cuya muerte sin su cession passó al dominio de Bernardo Zavila dé la Real Casa, y Familia de dicho Sr. Rey Don Martin, quien en 14. de Octubre de 1436. la dió a la Cofadria de los Algodoneros de Barcelona, a quienes la pidió prestada la Señora Reyna Doña Maria Consorte del Sr. Rey Don Alfonso Quarto, la qual aun se retenia la Espada en el año 1458. Y atendiendo, que de la tal donación no tenían publica escritura, le rogaron, que con ella ratificarse dicha donación, lo que executó en 25. de Setiembre de 1458. ante Antonio Juan Notario publico de Barcelona, cuyo Instrumento he visto autentico. En el año 1725. hallándose en Barcelona Don Francisco Zavila Ayudante Mayor de las Reales Guardias Españolas Hermano, y Procurador general de Don Francisco Xavier Zavila, Sr. de la Villa de Maro, y Alcayde perpetuo de su Fortaleza, domiciliado en Granada, descendientc de dicho Bernardo Zavila el primero que de este apellido fue Señor de la referida Espada, rogaron á dicho Don Francisco los Prohombres de la Cofadria de los Algodoneros, que de nuevo les ratificaste la antigua donación que les hizo Bernardo Zavila, á la qual suplica condescendió Don Francisco; por lo que los Prohombres de dicha Cofadria llevaron con mucha reverencia la Espada de San Martin á la Iglesia del Real Convento de la Merced de Barcelona, y colocada sobre la mesa del Altar Mayor, hizo nueva ratificación de la misma Espada á la dicha Cofadria, y fue adorada por todo el concurso que se hallo en la Iglesia, y concluida la solemnidad fue entregada en manos de los mismos Prohombres, quienes se la llevaron á la Casa de su Cofadria. El auto passó ante Gaspar Sayós Notario publico de Barcelona en Domingo 25. de Enero del expressado año 1715. De otra Espada hizo especial Titulo la Historia de Pedro Miguel Carbonell Archivero del Real Archivo de Barcelona sol. 42. col. 2.
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Llegan los Reyes Católicos tras la toma de Granada para negociar con Francia la devolución del Rosellón y la Cerdaña
Llegan á Valldoncella los reyes católicos, y en el dia siguiente hacen la entrada triunfal despues de la toma de Granada.
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Veinte galeras salen para la Guerra de Granada
Sale una escuadra de veinte galeras llevando infantería al reino de Granada en donde se habian sublevado los moriscos.
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Cónclave internacional de los padres Mínimos para elegir Corrector General
Para el día de pasqua de Spíritu Santo, tenían conbocado capítulo general los religiosos mínimos de San Francisco de Paula, para elegir General, función que se hace de seis en seis años y ésta tocava el celebrarla en Barcelona. Ivan acudiendo los provinciales y demás sugetos que tienen voto de todas las naciones y provincias, que era(n) un sin número, pues desde la Calabria venían frayles, y como ni el comvento estava acavado ni la ropa era bastante para las camas, valíanse de los devotos de la religión así para ropa como para hospedaxe de algunos: la Ciudad les dio de limosna 300 libras, pero así por acostumbrarlas dar en los capítulos provinciales como por los excesivos gastos, no se contentó el comvento con esta ayuda de costa: pidió otra vez y se dieron 200 libras más, que en todo fueron 500 libras (Moneda imaginaria catalana por la cual cuentan aún los labradores de Cataluña al consignar dotes, porciones legitimarias, precio de fincas, etc. Las 500 libras del texto, formarían hoy un total de 1.333’33 pesetas. Véase la nota de la pág. 21.), y así estuvieron contentos, y el General mandó que cada provincial diera al comvento 14 libras de ayuda de costa.
El domingo antes de Pasqua empezaron las fiestas y los actos literarios de conclusiones, y empezó nuestra provincia de Cathaluña. Por las mañanas estaba el Santísimo patente y predicauan los mexores sugetos; defendió las conclusiones el padre fray Pedro Estaper, lector de este comvento de Barcelona, y después así como se seguían las provincias por su antigüedad y nombramiento del General, pero solas 36 provincias pudieron tener actos, por no haber lugar paramas.
Llegado el domingo de Pasqua se entró á la elección, en la qual concurrían el General que acabava, el padre fray Joseph de Monte, provincial cathalán, y el provincial de Granada; entró también el obispo de Barcelona al capítulo, y estando juicio el General que acabava, sacó un despacho del Pontífice en que le dava lugar á concurrir por haver sido electo por muerte de otro y sólo haber gobernado cinco años: dexáronlo concurrir, y desviándose los votos españoles concordaron por último en elegir al que lo dejaba de ser [Simon Bachelier], que era de nación francesa y deudo mui cercano, sigún se decía, del Rey xptmo (Christianíssimo), hombre de algunos 45 años, de rostro venerando, y al decir la misa le asistían dos religiosos como acólittos y otro con su palmatoria llebando la estola cruzada, á modo de los que cantan el Evangelio en las misas solemnes; al otro día de la elección, que era á 4 de Junio, fué el dicho General en procesión con toda su religión á la iglesia del Aseo, y allí dijo misa solemne, pero en un altar portátil delante del maior, porque en éste sólo los generales ó provinciales de la M(e)r(ce)d la dizen, y esto por haverse dado el primer hávito de su religión en el presbiterio, que fué á San Pedro Nolasco, fundador, en presencia del señor Rey Don Jayme, San Raimundo de Peñafort, canónigo que después tomó el hávito de Santo Domingo, y del señor Don Berenguer de Palau, obispo de Barcelona, que á no ser esta preheminencia á ninguna religión se le permitiría: concluido el oficio se volvieron á su comvento, y se pasó á la elección de secretario de General, y fué el padre Joseph Monté, cathalán, y en su lugar, quiso el General nombrar por Provincial de Cathaluña á un castellano; pero resistiéndose la Provincia, eligió al padre fray Joseph Torner, cathalan, y después pasó á la conclusión de los demás negocios de su orden, que acá le tocava disponer, y se partió para Roma, dejando aquí su secretario algunos días, que estubo hasta la partencia del duque de Alcalá, porque fué á 28 de Julio.
A dos de Julio de 1629, la Ilustrísima religión mínima celebró las exequias ó fiestas de un religioso calabrés de su misma orden, que havía muerto en opinión de Santo en la ciudad de Nápoles, cerca de tres meses havía [¿quién?]; asistieron á estas fiestas los duques de Feria, virrey de Cathaluña, y el de Alcalá virrey de Nápoles, y la ciudad de Barcelona: predicó el padre maestro fray Joseph de Monte, secretario. El religioso se llamava fray Francisco de Paulo.
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La Jamancia: fracaso de la insurrección, el Gobierno espera que Barcelona se rinda
La insurrección catalana sigue en decadencia lo mismo que cuando escribíamos nuestra última crónica: gran lección deben recibir en ello los revolucionarios, Barcelona bloqueada por las tropas leales, la patulea encerrada en la ciudad recibiendo los fuegos de Monjuich y la ciudadela: Atmeller sitiado en Gerona y á punto de rendirse al general Prim; Martell derrotado en Aragón, después de haber sido hostilizado por los pueblos donde intentaba penetrar: los rebeldes de Zaragoza bloqueados también dentro de sus muros, caidos de ánimo y escasos de medios de defensa: los revoltosos de Almería y de Granada sometidos aquellos por el temor, estos por la fuerza de las armas, y la rebelión de otras muchas ciudades ó impedidas á tiempo ó sofocadas y castigadas en el momento de estallar; tal es el estado que tiene hoy el levantamiento centralista. El cuadro de esta situación es pues algo mas halagüeño que lo fue en un principio; pero está muy lejos de ser satisfactorio. Cierto es que las fuerzas que proclaman en Cataluña á la junta central son inferiores en número y en recursos á las que defienden la causa del Gobierno; y la prueba es que siempre que han venido á las manos han salido vencedoras las últimas. Díganlo los campos de Besos y los pueblos de San Andrés, de Sabadell, de Mataró: díganlo las fortalezas de Gerona y de la ciudadela, díganlo en un las innumerables partidas sueltas de patulea que han sido desarmadas y presas por los somatenes del pais. La acción de Mataró fue empeñada, sangrienta: unos y otros pelearon con valor, con furia; los rebeldes emplearon en ella todo su esfuerzo; pero las tropas leales llevaron al cabo la mejor parte, no sin haber sufrido considerable pérdida. Acosado Atmeller por sus paisanos y burlado en sus esperanzas de sublevar el pais se encerró en Gerona donde los rebeldes comenzaban á desconfiar de su triumfo: Prim le cerca; asalta los fuertes que defendían la plaza, y le obliga á pedir un armisticia que él concede generoso, y cuyo resultado será necesariamente la rendición de la ciudad. Impacientes los rebeldes de Barcelona asaltan la ciudadela, aprovechando un momento en que suponían descuidada su defensa; pero ni uno tan solo logró subir á sus murallas, siendo rechazados todos, con un vivísimo fuego que dejó los fosos sembrados de cadáveres. ¿Qué mayor desengaño, apetecen los ilusos?
El Gobierno se propone acabar con la insurrección economizando cuanto pueda la sangre de los insurrectos: para ello ha marchado una parte de las tropas al mando del bizarro general Prim sobre las fuerzas rebeldes que recorren la provincia con la esperanza de que las de Barcelona se rindan á discreción cuando dejen de aguardar extraños auxilios. Bloqueada entre tanto esta plaza ó incomodados sus detentadores por el fuego continuo que hacen sobre sus fuertes las baterías enemigas vánse agotando sus medios de defensa sin que les sea fácil reponerlos. Y como las partidas rebeldes no pueden medrar ni aun conservarse en las provincias que recorren por la activa persecución que sufren y la resistencia que hallan en los vecinos de los pueblos, y ni Gerona ni Zaragoza pueden aguantar largo tiempo el asedio, solamente ocurriendo nuevas insurrecciones ó defecciones de tropas podría prolongarse la ocupación de Barcelona por los rebeldes.
Este plan es el mas humano, el mas generoso que podía imaginarse: distínguese mas por su lenidad que por su conveniencia. Nosotros nos congratulamos por ello, enemigos como somos del rigor innecesario contra los criminales políticos. Pero la prensa revolucionaria ha clamado contra él á grito herido y porque los sitiadores de Barcelona no consienten á los rebeldes levantar fortificaciones contra ellos, porque les destruyen las que edifican y los incomodan con sus fuegos, acusan al Gobierno de bombardear ciudades y de inconsecuentes á los que hoy le defienden y censuraron en otra ocasión los bombardeos mandados por Espartero. Este cargo merece respuesta , no tanto para convencer á sus autores, cuanto para que no pase como incontestado un hecho inexacto, y para esclarecer un punto digno de dilucidarse. Barcelona no ha sido bombardeada: tan atroces medios de gobierno no son propios de generales valientes y leales. Es cierto que las baterías de Monjuich y de la ciudadela dirigen sus fuegos contra los fuertes de los enemigos atacándolos con balas y granadas; pero entre esto y bombardear una ciudad hay mucha diferencia. Compárense sino los resultados del que los ayacuchos llaman ahora bombardeo, y dura por espacio de muchos dias, con el que se hizo por su orden en la misma plaza en noviembre último, y duró apenas doce horas: compárese con el que Van-Halen dispuso contra Sevilla por mandado de Espartero. Dos ó tres edificios solamente han padecido ahora según las exageradas relaciones de los diarios anarquistas, y en los dos bombardeos á que nos referimos mas de cuatrocientas casas quedaron enteramente arrasadas. Bombardear una plaza es obligarla á la sumisión destruyéndola: bloquearla y atacarla como lo hacen los sitiadores de Barcelona es privar á sus detentadores de los medios de conservarla, y forzarlos á abandonar su defensa: lo primeso es un acto de barbarie, lo segundo un acto de justicia: en el primer caso se castiga á una población pacífica por el delito de unos pocos rebeldes: en el segundo solo los criminales sufren las consecuencias de su delito. Nosotros reprobamos el bombardeo sobre todj cuando hay otros medios igualmente seguros de llenar su objeto; pero de aquí no se sigue que debemos santificar todas las insurrecciones tjue logran guarecerse detrás de unas murallas. Salgan en buen hora al campo raso los rebeldes que tienen en tanta estima á la capital del principado, ó cesen de hostilizar á las tropas de la ciudadela y de levantar obras de defensa contra ellas, y verán entonces como no corre la ciudad el menor riesgo ni en sus habitantes ni en sus edificios : verán entonces como llegado el «lia del ataque se rinden á discreción sin que recaiga su culpa sobre los inocentes. Barcelona recibe mas daño de los que se llaman sus defensores que de los leales que la-cercan: no es del Gobierno ni de las tropas de quienes puede temer su ruina, y debiera guardarse, sino de los furiosos que se llaman sus hijos, y amenazan públicamente con entregarla á las llamas antes que abrir sus puertas á los defensores de la Constitución y de la Reina. Léase sino el Constitucional de Barcelona, y se verá la manera que tienen los revolucionarios de entender el patriotismo.
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Washington Irving sobre Barcelona, la opera, el embajador turco, una audiencia con Isabel II, la estupidez y crueldad del conde de España
I am delighted with Barcelona. It is a beautiful city, especially the new part, with a mixture of Spanish, French, and Italian character. The climate is soft and voluptuous, the heats being tempered by the sea breezes. Instead of the naked desert which surrounds Madrid, we have here, between the sea and the mountains, a rich and fertile plain, with villas buried among groves and gardens, in which grow the orange, the citron, the pomegranate, and other fruits of southern climates.
We have here, too, an excellent Italian opera, which is a great resource to me. Indeed, the theatre is the nightly place of meeting of the diplomatic corps and various members of the court, and there is great visiting from box to box. The greatest novelty in our diplomatic circle is the Turkish Minister, who arrived lately at Barcelona on a special mission to the Spanish Court. His arrival made quite a sensation here, there having been no representative from the Court of the Grand Sultan for more than half a century. He was for a time quite the lion; everything he said and did was the theme of conversation. I think, however, he has quite disappointed the popular curiosity. Something oriental and theatrical was expected — a Turk in a turban and bagging trousers, with a furred robe, a long pipe, a huge beard and moustache, a bevy of wives, and a regiment of black slaves. Instead of this, the Turkish Ambassador turned out to be an easy, pleasant, gentleman-like man, in a frock coat, white drill pantaloons, black cravat, white kid gloves, and dandy cane ; with nothing Turkish in his costume but a red cap with a long, blue silken tassel. In fact, he is a complete man of society, who has visited various parts of Europe, is European in his manners, and, when he takes off his Turkish cap, has very much the look of a well-bred Italian gentleman. I confess I should rather have seen him in the magnificent costume of the East; and I regret that that costume, endeared to me by the Arabian Nights’ Entertainments, that joy of my boyhood, is fast giving way to the levelling and monotonous prevalence of French and English fashions. The Turks, too, are not aware of what they lose by the change of costume. In their oriental dress, they are magnificent-looking men, and seem superior in dignity of form to Europeans; but, once stripped of turban and flowing robes, and attired in the close-fitting, trimly cut modern dress, and they shrink in dimensions, and turn out a very ill-made race. Notwithstanding his Christian dress, however, I have found the Effendi a very intelligent and interesting companion. He is extremely well informed, has read much and observed still more, and is very frank and animated in conversation. Unfortunately, his sojourn here will be but for a very few days longer. He intends to make the tour of Spain, and to visit those parts especially which contain historical remains of the time of the Moors and Arabs. Granada will be a leading object of curiosity with him. I should have delighted to visit it in company with him.
I know, all this while you are dying to have another chapter about the little Queen, so I must gratify you. I applied for an audience shortly after my arrival, having two letters to deliver to the Queen from President Tyler; one congratulating her on her majority, the other condoling with her on the death of her aunt. The next day, at six o’clock in the evening, was appointed for the audience, which was granted at the same time to the members of the diplomatic corps who had travelled in company with me, and to two others who had preceded us. It was about the time when the Queen drives out to take the air. Troops were drawn up in the square in front of the palace, awaiting her appearance, and a considerable crowd assembled. As we ascended the grand staircase, we found groups of people on the principal landing places, waiting to get a sight of royalty. This palace had a peculiar interest for me. Here, as often occurs in my unsettled and wandering life, I was coming back again on the footsteps of former times. In 1829, when I passed a few days in Barcelona, on my way to England to take my post as Secretary of Legation, this palace was inhabited by the Count de Espagne, at that time Captain General of the province. I had heard much of the cruelty of his disposition, and the rigor of his military rule. He was the terror of the Catalans, and hated by them as much as he was feared. I dined with him, in company with two or three English gentlemen, residents of the place, with whom he was on familiar terms. In entering his palace, I felt that I was entering the abode of a tyrant. His appearance was characteristic. He was about forty-five years of age, of the middle size, but well set and strongly built, and became his military dress. His face was rather handsome, his demeanor courteous, and at table he became social and jocose ; but I thought I could see a lurking devil in his eye, and something hardhearted and derisive in his laugh. The English guests were his cronies, and, with them, I perceived his jokes were coarse, and his humor inclined to buffoonery. At that time, Maria Christina, then a beautiful Neapolitan princess in the flower of her years, was daily expected at Barcelona, on her way to Madrid to be married to Ferdinand VII. While the Count and his guests were seated at table, after dinner, enjoying the wine and cigars, one of the petty functionaries of the city, equivalent to a deputy alderman, was announced. The Count winked to the company, and promised a scene for their amusement. The city dignitary came bustling into the apartment with an air of hurried zeal and momentous import, as if about to make some great revelation. He had just received intelligence, by letter, of the movements of the Princess, and the time when she might be expected to arrive, and had hastened to communicate it at headquarters. There was nothing in the intelligence that had not been previously known to the Count, and that he had not communicated to us during dinner; but he affected to receive the information with great surprise, made the functionary repeat it over and over, each time deepening the profundity of his attention ; fmally he bowed the city oracle quite out of the saloon, and almost to the head of the staircase, and sent him home swelling with the idea that he had communicated a state secret, and fixed himself in the favor of the Count. The latter returned to us laughing immoderately at the manner in which he had played off the little dignitary, and mimicking the voice and manner with which the latter had imparted his important nothings. It was altogether a high farce, more comic in the acting than in the description; but it was the sportive gambolling of a tiger, and I give it to show how the tyrant, in his hours of familiarity, may play the buffoon.
The Count de Espagne was a favorite general of Ferdinand, and, during the life of that monarch, continued in high military command. In the civil wars, he espoused the cause of Don Carlos, and was charged with many sanguinary acts. His day of retribution came. He fell into the hands of his enemies, and was murdered, it is said, with savage cruelty, while being conducted a prisoner among the mountains. Such are the bloody reverses which continually occur in this eventful country, especially in these revolutionary times.
I thought of all these things as I ascended the grand staircase. Fifteen years had elapsed since I took leave of the Count at the top of this staircase, and it seemed as if his hardhearted, derisive laugh still sounded in my ears. He was then a loyal subject and a powerful commander; he had since been branded as a traitor and a rebel, murdered by those whom he had oppressed, and hurried into a bloody grave. The beautiful young Princess, whose approach was at that time the theme of every tongue, had since gone through all kinds of reverses. She had been on a throne, she had been in exile, she was now a widowed Queen, a subject of her own daughter, and a sojourner in this palace.
On entering the royal apartments, I recognized some of the old courtiers whom I had been accustomed to see about the royal person at Madrid, and was cordially greeted by them, for at Barcelona we all come together sociably as at a watering place. The «introducer of ambassadors» (the Chevalier de Arana) conducted my companions and myself into a saloon, where we waited to be summoned into the royal presence. I, being the highest in diplomatic rank of the party present, was first summoned. On entering, I found the little Queen standing in the centre of the room, and, at a little distance behind her, the Marchioness of Santa Cruz, first lady in attendance…
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Detenido el dirigente protestante Manuel Matamoros
Cárcel de Barcelona, 17 de Octubre de 1860.
RESPETADO Y MUY QUERIDO HERMANO EN JESU-CRISTO.
Recibí con la mas pura alegría su apreciable carta del 9, que me sirvió de infinito consuelo en esta casa de la desgracia. El mismo dia que Vd. tenia la bondad de escribirme, el 9 del corriente, á las siete de la mañana, me prendieron por el solo crímen de ser cristiano y amar al prógimo deseando que todos conozcan al Señor Jesús, por cuya mediacion única podemos salvarnos. Una causa instruida contra mí en Granada motivó que el Gobernador civil de aquella ciudad telegrafiase una órden al de esta para que me prendiese y se registrase escrupulosamente mi casa, etc. Despues de una vigorosa y tiránica inspección, se halló en mi poder un paquete de cartas y papeles de varias poblaciones de España, y ademas varios documentos que me comprometian en alto grado. Me trajeron á esta cárcel y por espacio de ocho dias estuve encerrado en un oscuro, horrible y solitario calabozo. Despues de sufrir dos interrogatorios ante el tribunal pleno, me sacaron de mi encierro solitario para ponerme en compañía de malhechores. En mis contestaciones nada he declarado que pueda comprometer á otros.
En mi primer interrogatorio occurió un episodio singular: los magistrados creian que renegaria de mi fé, y que la vista de los enemigos de Cristo y mis tiranos me anonadarian; pero se engañaron torpemente. Las preguntas y respuestas son las siguientes:
-Pregunta. «Profesa Vd. la religion Católica, Apostólica Romana, y sino ¿qué religion profesa Vd?»
-Respuesta. «Mi religion es la de Jesu-Cristo; mi regla de fé es la Palabra de Dios ó Santa Biblia que sin una palabra añadida ó abreviada, es la base de mi creencia; y en ella me confirman las últimas sentencias del Apocalipsis, y los muchos preceptos terminantes de los Apóstoles en sus Epístolas. No estando basada la Iglesia Católica, Apostólica, Romana en estos principios, no creo en sus dogmas, y mucho menos obedezco á sus prácticas.»
El tribunal quedó escandalizado de estas palabras, y el juez me dijo:
-«¿Sabe Vd. lo que está diciendo?»
-«Si señor,-contesté con serena voz.-No puedo negarlo: he puesto la mano en el arado, y no puedo volver atrás.»
Callóse el juez y el tribunal se levantó.Nada temo, querido hermano, por mí; pero me afligen las prisiones que se han hecho antes y despues de la mia en varios puntos de Andalucía. ¡Oh, injuriarán á los cristianos dignos, padres honrados, hijos virtuosos! ¡Ay, eso trastorna la tranquilidad de mi alma, y no la recobraré en muchos dias! Y luego, mi querida y anciana madre con mis dos hermanitos se encuentran solos en esta ciudad estraña. Mi posicion es muy cruel; sufro mucho, sí, mucho.
Nuestra mision, mi querido amigo, no es ni ha sido apartar creyentes de la Iglesia de Roma; ha sido y es sacar las almas de la oscuridad romana, y del ateismo ó indiferencia al conocimiento de Cristo, para formar congregaciones inteligentes y evangélicas; en una palabra, fundar iglesias dignas de Dios y del mundo. Como comprenderá Vd. fácilmente, mi espíritu no está tranquilo, y no puedo hoy escribir detenidamente sobre estos puntos; mas prometo hacerlo en breve y darle esplícitos pormenores.
Puede Vd. hacer mucho por Cataluña; necesita y promete mas que cualquier otro punto de España.
Aunque mi prision amenaza prolongarse, esto es, que durará algunos meses, sin embargo, puedo trabajar tambien aquí, porque los hermanos me visitan; y desde este sitio puedo darle á Vd. plenos informes. La obra en Barcelona no ha sufrido el mas pequeño menoscabo, porque todos confian en mí, y antes moriré que comprometer á uno solo. En Andalucía han recibido un tremendo golpe; pero con el tiempo perderán el miedo y todo marchará como antes. La simiente sembrada ha sido abundante y buena, y la oposcion de los enemigos de Cristo es impotente. Dios está con nosotros.
Mas adelante espero enviar á Vd. el reglamento de nuestra organizacion; pero nuestras bases, es la Palabra de Dios, la Santa Biblia.
Adios, querido hermano, celebraria poder hacer cuanto Vd. desea; pero ¡ay, en España es un crímen amar el Evangelio! Confío me escribirá Vd. pronto, pues comprenderá muy bien que ahora mas que nunca sus cartas serán un consuelo para mí en la penosa y cruel posicion en que me encuentro. Los consuelos y consejos de amigos cristianos son una necesidad vital para mía en la actualidad.
Dios sea con Vd., querido amigo.
Su hermano en Jesu-Cristo,
(Firmado.) «M.M.»
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La Vanguardia niega que vivan gitanos auténticos en Barcelona
De vez en vez cruza por Barcelona una tribu gitana. De gitanos auténticos, de esos que llevan su pueblo a cuestas, sus tiendas, su calderería y su horizonte. Las ordenanzas municipales favorecen su temperamento andariego. Porque, claro, se instalan en las faldas de Montjuich, por ejemplo, y al cabo de unas horas se ven obligados a plantar sus reales en San Martín. En alguna parte han de reposar. Y como casi siempre coincide el paso de una de estas tribus con el de un cronista extranjero, al cabo de unos días puede leerse en cualquier periódico del mundo, que, como Granada, corno Sevilla, Barcelona también tiene su barrio gitano.