Tennenbaum y Pujol eran importantes. Ellos me proporcionaban las divisas, y yo necesitaba muchas. Florenci Pujol era un hombre muy simpático, con una mirada irónica y maliciosa, de pícaro inteligente. Con aquella mirada solo era necesario decir “Florenci” para que él estuviera interesado y te preguntara inmediatamente si necesitabas dos o diez. El judío David Tennenbaum era su socio y las operaciones se realizaban con total seguridad en el mercado libre de Tánger, único mercado de la peseta.
[…] Si tú exportabas un producto que te daba un millón de dólares, simulabas venderlo al doble de ese precio y por tanto podías importar por dos millones [mediante las licencias de importación que concedía el Estado]. Era evidente que necesitabas un millón de dólares extra. […] Yo libraba las pesetas en Barcelona, en billetes de cien, que hacían un bulto considerable, y las pesetas convertidas en dólares aparecían en los Estados Unidos o en Suiza. Naturalmente era una operación delicadísima que no podías realizar con cualquiera. […] Con Florenci Pujol nunca tuve ningún otro trato más que éste.