Etiqueta: conflicto étnico

  • Un alboroto mallorquín impide la celebración del Día de Todos los Santos en Santa María del Mar

    Los mallorquines también el día de Todos Santos por la mañana, año de 1622, en la calle de los Escudilleros, empezaron á mover un ruido con los paisanos, unos gritando viva la tierra, otros viva Mallorca y bien que se sosegó allí; pero después á la tarde bolvióse á mober la brega, y espada en mano se entraron á cuchilladas en Santa María del Mar, de calidad que hubieron de dejar los oficios de difuntos que se cantavan: desviados de allí, se fueron los mallorquines á la Merced y entraron en la iglesia con las mismas voces, y á cuchilladas mataron un platero; llegó la noticia al Virrey, que mandando salir dos jueces de corte por la ciudad, con parte de su guardia, se hicieron los mallorquines á la marina, escondiéndose entre barcos y barracas; pero prendiéronse muchos, bien que después de muchos días de cárcel salieron bien, porque los padrinava el conde de Sevalla (Zavellá) que interponiéndose con el de Alcalá, virrey, les consiguió la libertad.

  • Gran alboroto contra los genoveses; ahorcan a dos de los responsables; los conflictos políticos

    Ultimo día de Pasqua de Spíritu Santo…, año de 1624, havía en el muelle seis ó siete galeras de Génova, y los soldados de ellas, sobre no sé qué quento, tubieron pendencia con algunos paysanos y dispararon los soldados algún mosquetazo: los nuestros luego levantaron el grito de viva la tierra y muera Génova, á cuias hoces se conmovió toda la ciudad, dando cara á todos los genoveses. La gente de la rivera, que eslava indignada contra el Judice (¿Giudici?), un caballero genovés, porque havía quitado la conveniencia de un velamen que las mujeres de la rivera travajaban para los galeones, y dádolo á otro, se valió de la ocasión, y mano armada embistieron la casa deste cavallero, que vivía en la calle de Moncada, y pegaron fuego á la casa, acarreando las mugeres leña á faxos; quemáronle las puertas de la casa, de cuio fuego dan muestra las piedras de la misma portada: en medio de la luna hicieron una horrible hoguera y quemaron allí todo el velamen y xarcias que tenía en su casa de los galeones, y pasando más allá, hechavan de las ventanas las alhaxas de la casa (El vulgo en Cataluña llama alhajas de una casa, al mobiliario. En este sentido parece que está usada ea el texto la palabra alhaja.), hasta puertas y ventanas, sin perdonar su furor quanto podía haver á las manos, y á no ser la maior parte de los suelos de la casa de bóveda gruesa, es evidente que la quemaran toda. Un hornero llamado Fuster, le mató á puñaladas un famoso cavallo en la misma cavalleriza. El desenfreno desta gente pasaba á querer hacer lo mismo en casas de algunos mercaderes genoveses; pero la nobleza y algunos que tenían mano se interpusieron, y no pasó adelante. Las galeras se hubieron de salir del muelle, y al marchar desde la torre del baluarte de la Atarazana, les tirava la artillería, bien que no les hizo daño alguno: fuéronse hacia poniente las galeras. Sosegado el tumulto, se pasó al castigo de los capitales, prendieron muchísimos de la ciudad y castigaron algunos: ahorcaron dos mozos, el uno hera el que mató el cavallo, y otro que estava inculpado con algunos compañeros de haver robado oro, plata y algunas cosas de valor, en ocasión que hechavan las alhajas por las ventanas. Estos dos mozos apenas tenían barva, que era lástima, y se temió que no los sacaran de mano de la justicia quando los llevan al suplicio; pero al fin, ellos murieron.

    Lector mío, en estos lances te aconseja mi corto caudal que huias la ocasión de tu parte en ellos, aunque sea para apaciguar los ánimos, porque si eres de parte de tu Rey como deves, te expones arriesgo con el vulgo y de morir á manos de un tumulto; si eres de parte de la patria, te expones á la indignación de tu Rey, y así en corrientes como estas, busca siempre la orilla para salir bien librado: esto me enseñó la esperiencia, y tu gran juicio, lector mío, sabrá comprenderlo mexor.

  • Tensión protocolaria entre flota real y ciudad, gran interés público por el embarque del duque de Alcalá, muere un amigo nadando

    Ultimo día de Junio de 1629 llegaron las galeras de Malta, que venían de las costas de Argel, pero sin haver hecho ninguna presa; al entrar disparó la capitana, y respondió luego el baluarte con quatro cañones: las demás galeras no dispararon. Súpolo la Ciudad, y que estavan dentro; embió luego orden que salieran del muelle, pues no havían saludado, excusándose el General que haviendo disparado la (capitana) y no haver sino algunos quince días que faltaban de aquí, no era preciso el saludar: replicó la Ciudad que en saliendo del reino era obligación, y por último, después de datas y respuestas, salieron aquella misma noche las galeras á la plaia y dixeron no entrarían á no haver de embarcar la ropa del duque de Alcalá, y la siguiente mañana hicieron su salva con todo cumplimiento, y al día siguiente se empezó á embarcar la ropa, y para el día siete de Julio, á la noche, se determinó la embarcación del duque de Alcalá. Fabricóse una puente desde los bancos del muelle hasta la galera, para que á pie llano se pudieran embarcar; concurrió toda Barcelona que, por ser á las ocho, hora en que la luz del día favorecía, todos desearon ver la función. Despedido el General de las galeras del gran prior de Cathaluña, así como los coches salían la Puerta del Mar, las galeras enarbolaron las vanderas, flámulas y gallardetes. Venía el Virrey con los duques de Alcalá, por ser sobrino de éstos; acompañábanles la nobleza y la guardia: llegados al muelle, dejando las carrozas, bajaron por la baxada que ay sin gradas. El Virrey y el General de las galeras hivan delante con la nobleza; venía después el de Alcalá y su hija, sirviendo de brazeros de la nuera y cuñada, y luego la Duquesa, á quien asistía su hijo el Marqués, y por último, las damas y comitiva de familia. Al entrar en la galera todas hicieron salud, y después de un rato se volvió el Virrey, acompañándole el General hasta el cavo del puente, que se desizo luego que el General estubo en la galera, haciéndose á la vela prontamente.

    Aquella noche murió anegado un zurrador camarada mío, que nadando se discurre le dio una aplopexía: su edad era de 44 años, su nombre Juan Costa.

  • Al consejo y al gobernador les cuesta parar una batalla entre los soldados de las galeras de España y «los paysanos»

    Sávado á 20 de Octubre 1629, muy cerca del medio día, se travaron de palabras algunos soldados de las galeras de España con los paysanos fuera la Puerta en la Marina, y jamás se ha podido averiguar con fundamento sobre qué fué ni cómo; empeñándose de palabras, pasaron los soldados á meter mano á las espadas, á cuia acción empezaron los paysanos con gritos á decir viva la Tierra y conmover al país. Los soldados, visto esto, entráronse en las galeras á tomar las armas, y con los mosquetes salieron á tierra en hileras formadas hasta unos cincuenta soldados, y encaminándose hacia la Puerta, daron la carga y la gente del País huiendo y voceando viva la Patria, se entraron la puerta y al quererla cerrar, mataron de un mosquetazo á Paulo Mares, mariner(o), que estava de guardia en la puerta; empezó luego la campana de Santa María á tocar á rrebato y á pasar la voz por el lugar, que como era á medio día, apenas había gente en la marina. Al estruendo de uno y otro co(n)movióse el pueblo, acudiendo todo á la muralla, llevando el plebeismo á los Gonselieres en el aire, con el grito de viva la Patria: juntáronse luego las compañías de sastres, carpinteros, cordoneros y sederos, con sus cabos; pusiéronlas en los baluartes, y todo el resto de la muralla con la gente de armas que acudió, que fué inmensa, y con las boces continuadas, obligaron á que los Gonselieres diesen orden que la artillería cañonease las galeras. Los soldados, vista la co(n)moción, se embarcaron á toda priesa porque la gente les seguía, y las galeras á toda diligencia procuraron carpar, sin que hiciesen armas, por más que desde el muro y baluartes la artillería las infestava. Desde la capilla se pusieron algunos tiradores del vuelo, que apenas erraban tiro, contra las galeras: en esta confusión no eran dueños los Gonselieres, porque aunque persuadían á los artilleros no tirasen derecho, la gente del país que estava indignada, no lo permitía. Las galeras pusiéronse alta mar harto escalabradas. Hallávase el Virrey fuera, y el Gobernador corriendo la muralla no podía sosegar la gente, y llegando al baluarte del Vino, que llaman, encontró á S. Gilbert, artillero, que tirava, y mandándole parase y no lo haciendo, hecho mano á la espada el Governador, y la gente se le amotinó, y hubo de retirarse: pasóse toda aquella noche en esta confusión, quedando gente en los baluartes y muralla, bien que sosegado ya algo por medio del mismo Governador y algunos cavalleros, que viendo dava treguas el tumulto se embarcaron en un bergantín, y apaciguando los ánimos de la gente de las galeras, las restituieron al muelle aquella misma noche. Al día siguiente pusieron á D. Juan de Eril con su compañía en la puerta del Mar, para que no entrase gente de las galeras, porque los ánimos estaban aún movidos: aquel mismo día sacaron de las galeras trece ó catorce muertos y entre ellos un sargento maior y muchísimos eridos, que los lleban al hospital. En medio de la confusión, se hecho vando en nombre de los Conselleres que pena de la vida todos acudiesen con armas á la marina. Sosegado el ruido y llegado el Virrey, se pasó á castigar los motores deste. desorden y los que en él havían tenido parte. Prendieron los trompetas, pregoneros que publicavan el bando, los artilleros, el cabo de guaita de la ciudad (Cap de guayta ó cap de guaytes. Sus funciones se hallan indicadas en el Diccionario de Lavernia en esta definición: «Ofici municipal inferior al sotabatlle encarregat de la vigilancia que en un principi desempenyavan los nobles. En los actes de ceremonia eran sos atributs una vara negra, en los extrems de la que, estavan grabadas las creus.» Según dicho autor, la palabra anticuada guayta equivale á centinella, guarda ó atalaya. En la documentación que en los archivos de Cataluña hemos examinado, se da al cap de guayta la significación que consigna Lavernia, pues tenía á su cargo la vigilancia para asegurar la tranquilidad pública, obrando bajo la dependencia del Bayle, acompañándole unas veces, turnando con el otras en el servicio de rondas, y muy especialmente en las nocturnas, indispensables en aquellos tiempos en que tan frecuentemente se andaba á cuchilladas (bregas).) y mucha gente de la que en los baluartes y marina se mostraron más contra las galeras: á los Conselleres los segaliaron? (No comprendemos esta palabra. Puede que sea del verbo catalán segellar, es decir, sellar, queriendo indicar así que fueron procesados.) y se hubieron de ausentar en aver acavado sus oficios, por haber puesto pena de la vida en el bando, no teniendo jurisdicción para ello. Hiciéronse los procesos y condenáronse á galera algunos, otros con otras penas y muchos que no se pudieron haver, y entre ellos hera aquel artillero que no obedeció al Gobernador. Un artillero llamado Gostellos Boter, estando en la cárcel, de una enfermedad, llegó á estar oleado, y después interponiendo una contención por no estar lexítimamente preso, lo restituieron á sagrado de adonde se escapó.

  • Juramento del infante cardenal por virrey, pérdida de prestigio importante al quitar los sombreros para él, continuación y disolución de cortes

    Luego que llegó S. M. á Barcelona, se bolvieron á continuar las Cortes que havían quedado sin concluirse el año 26, por los desabrimientos que se dijo del de Cardona y Santa Coloma; pero viendo S. M. que ni aora podían terminarse en mucho tiempo por las controbersias que se sucitavan, y que hacía mucha falta su R(eal) P(resencia) en los reynos de Castilla, combinieron S. M. y los brazos en que quedase por presidente de ellas el señor cardenal su hermano, hasta su conclusión, con título y carácter de Virrey. Gombenidos en esto, se partió S. M., quedando el cardenal aquí, á quien se dispuso tomar el juramento algunos días antes del Corpus; y llegando el día señalado acudieron los puestos al Aseo como es costumbre, á donde, llegando el señor cardenal con aquel lucido acompañamiento que toca á su real persona, salieron los conselleres á recivirle, que ya se hallaban en la iglesia, y acompañáronle á el presbiterio, en donde, al prestar el juramento, dijo el protonotario: «Por mandado de S. A., que todos los que aquí asisten se quiten los bonetillos, hasta el señor duque de Cardona.» El conseller en cap, sin acordarse de su gran preeminencia, se descubrió, y los demás les siguieron; perdióse en un instante joya que á costa de mucha sangre y preciosos servicios en largas edades havía comprado esta novilísima y leal ciudad, de el ánimo y cariño de sus famosos Condes y Reies, y que tarde ó mui difícilmente la bolverá á cobrar. Juró el Infante, y vanos los castellanos, empezaron á publicar que ya habían conseguido que los conselleres de Barcelona no podían cubrirse delante los presidentes y personas reales, y esto con tales muestras de alborozo y burla, que eran otras tantas saetas para los corazones barceloneses; y no sé si de este día y con esta erida, se llagaron algunos tan en lo más sensible, que no sería error muy grande persuadirse que de los lances futuros tubo parte este suceso. Juntóse luego el Consejo de Ciento; intentaron desnudar la gramalla al conseller en cap, y deponerle para siempre de las bolsas (Es decir, quitar su cédula insaculada en las bolsas, lo cual equivalia á privarle del derecho de poder ser elegido para cargos concejíles); pero nunca falta en los comunes quien apoye ó al desdichado ó al elevoso, y así no prebaleció la resolución. Era este infelice el doctor Bernardo Sala: riñéronle la acción, y tomaron acuerdo de no concurrir jamás en público con el cardenal, ni poder ir juntos por ciudad tres conselleres, ni á pie, ni en coche, mientras estubiera el cardenal. Resolvióse hacer la visita que se acostumbra á los Virreyes después de su juramento, y provarlo (no) descubrirse; pero advertido de esto, excusóseles el Infante poderlo hacer, pues los despidió luego sin darles lugar á su intento. Con esto creció el desabrimiento, y con saver se havía tomado auto de estar descubiertos los conselleres delante personas reales: atribuíase á que el mandato de descubrirse lo havían aconsejado al Príncipe el conde de Oñate, su consultor, y el de Cardona, y publicóse también que el auto se havía embiado auténtico luego al Rey: visto todo esto por la ciudad, y movida de un papel que el Infante escrivió á la Ciudad, que insertava una carta del Rey en que dicen decía que en su real presencia, no sólo los grandes, pero ni el Infante, ni sus hijos se cubrían, sino con mucho gusto suio, ó aquellos que por mui relevantes servicios lo llebavan merecido; escrivió la Ciudad un memorial de cinco pliegos, que narrando los muchos y singulares servicios, desacía la última cláusula del papel, y haciendo constar de infinitos privilegios de los gloriosos Reyes, con copiosísimas gracias, concluía con infinitos exemplares de concurrencias del conseller en cap y Reyes, en que havía aquél siempre gozado la preeminencia de grande de España, á todas luces, y que en esta posesión se hallava Barcelona, sin que huviese merecido le despojasen della. Dióse el memorial al Infante, y se remitió al Rey, extendiéndose después por todo. Quedóse en silencio con esto la materia, y no sé io cómo quedará para cuando suceda el lance de venir el Rey.

    Día del Corpus siguiente, fué S. A. á la iglesia del Aseo en público á oír los divinos oficios: páresele un rico dosel de terciopelo carmesí con franxa de oro y estrado igual, y estubo sentado de modo que apenas se le veía el rostro, asistido de su consejo y familia, pero no de la Ciudad, que tampoco á la tarde concurrió en la procesión. Llebavan el tálamo seis sacerdotes revestidos, en vez de los conselleres: su Alteza hiva en el puesto que como á Virrey le competía, y el señor Obispo en el gremial. S. A. llebava una antorchita dorada encendida, y con una banderilla de damasco carmesí le hacían aire, y se seguía después su familia.

    A medio Junio enfermó S. A. de unas tercianillas, sangráronlo dos veces, y el día de San Pedro se hizo una procesión general de rogativas por su salud, y quiso Dios oírnos y dársela en breve mui buena. Su divirtimiento el tiempo que estubo acá, era el maior la caza y pesca, visitando algunas iglesias.

    Para el día 11 de Abril de 1633, le vino la orden á S. A. de su hermano nuestro Rey, para que pasase á Flandes con 18 galeras de España, Sicilia y Genova, que se hallavan en este puerto, y así ejecutó ese día por la tarde su embarcación en la capitanía de España, que nuebamente se havía adrezado: no quiso embarcarse por el puente que se le havía fabricado, por el de palacio, ni tampoco que se le disparase artillería, así porque llebava luto de su hermano Don Garlos, como por el dolor que mostrara de dejar á Barcelona, en donde vivía gustosísimo: embarcóse por el muelle mui silenciosamente, por un puentecillo que se havía hecho desde la tierra á galera: embarcóse luego la familia, pero no partieron hasta las once de la noche: fuese á Genova, en donde estubo algún tiempo; de allí pasó á Milán y también estubo algunos meses, en donde tomó mucha melicia, y no sin mucha contradicción de franceses, suecos y olarideses: ejecutó su pasaje disputándolo mui á menudo con las armas en la mano, y á costa de muchas vidas. El día 7 de Setiembre, 1634, tubo un fiero combate con los suedeses, y derramando mucha sangre de una y otra parte, consiguió la victoria contra veinte y seis mil hombres del Rey de Suecia, haciendo en ellos fiera carnicería y gran presa. Dios le prospere en sus felices sucesos para maior exaltación de la fee.

  • Llega noticia de la muerte del infante Carlos; la administración municipal no reacciona

    Llegó á 4 de Agosto la noticia funesta y dolorosa de la muerte del señor infante Don Carlos, que havía sucedido en últimos de Julio 1632, á cuio aviso su hermano el señor Cardenal con sus grandes y familia se vistieron grandes lutos, y en San Francisco, con asistencia de S. A., consejo y nobleza, se le hicieron las fúnebres exequias con gran pompa. La Ciudad no hizo mención alguna, y aunque el Cardenal embió recado con aviso de la muerte y que hiciesen las exequias, respondieron no tenían carta de S. M., y que hasta tenerla no se harían. Estava chorreando sangre entonces la herida de los bonetillos.