Etiqueta: barrio de la Ribera

https://lh4.googleusercontent.com/-GSJw2O9Mn_4/UyTFOsIFyZI/AAAAAAABaqk/SOzZK0t-GqA/s144/P1100574.JPG////Ramon Martí Alsina, Born Vell (1866)////MNAC////http://www.mnac.cat/index.jsp?lan=002

  • Los agustinos destrozan la iglesia de los teatinos

    Havían empezado su fundación los clérigos que llaman de la calza blanca, bien que con gran controbersia, en la calle que llaman de Oliver, á la Rivera, y haviendo obrado una iglesia ó capilla en donde tenían su reserva y celebraban, estando ya para abrir puerta de iglesia al Llano de Llui, el día 20 de Henero (de) 1640, y entendido por la comunidad de Santa María del Mar, tubieron consejo ó capítulo, en que se resolvió ir á sacar la reserva con viole(n)cia si se resistían los religiosos, y si no llebársela, y así, el día 19 á las nueve de la noche saliendo la comunidad de Santa María con una solemne procesión y multitud de achas, se encaminó á la d(ic)ha capilla ó iglesia, y entendiendo esto los frailes, con gran prudencia abriendo las puertas y el sacrario, y retirándose á sus aposentos, dejaron obrar quanto quiso la comunidad. Llevóse la reserva con gran culto y veneración. Asistía tanta multitud de gente que es indecible.

    Los religiosos de S(a)n Agustín, que no menos ojeriza tenían al nuebo cómbento, y llebavan mal la fundación, aquella misma noche, después de estar fuera la reserba, fueron mano armata, y no dejaron cosa en la iglesia que no la destrozaron, puertas, ventanas, celosías, texado, hasta las alhajas de la casa, y botas de vino y aceite; sin dexar la menor oficina ni traste que aprobechara, dándoles de daño á los pobres frailecitos por pasados de dos mil ducados, sin que ellos hicieran resistencia alguna, ni se mostrara alguno de ellos en toda aquella noche. Recurrieron estos religiosos á Madrid dando quenta de lo sucedido, y vino provisión de captura contra algunos, en virtud de la qual se prendió á Galcerán Nabot, obrero, y J. Torres, Not(ari)o de la iglesia: los demás se retiraron á sagrado. La comunidad de S(an)ta María introdujo causa que se prosigue, y en Roma.

  • Matanza de soldados fuera de la muralla por los somatenes; con gritos religiosos, sacan al diputado militar y dos consejeros de la cárcel, y queman casas; intento de fuga del Virrey; huye el ejército a Rosellón

    Al otro día por la mañana, martes á 22 de maio 1640, bolvio el somatén á embestir la caballería, que la descubrieron á la laguna de Cañet, y á la primera envestida eran pocos los del somatén, pero engrosándose y cojiendo á los soldados ya fatigados, sin municiones, dándoles recia embestida, se vieron los soldados obligados á carrera havierta y como podían, huir hacia el muelle donde estavan las galeras, que viendo el suceso, y arrimando barquillos y quanto podían á la orilla, los hivan reciviendo y embarcando como llegavan, y ellos arrojándose á el mar, dejavan los cavallos por el arenal, como Dios se servía. Visto esto por el Virrey y Ciudad, mandaron salir algunos ayudantes y ministros á recojer los cavallos que huían por allí sueltos, y entrarlos, que pasaron de 300. Muchos soldados se encontraron muertos por el arenal; otros anegados, y los más de los que se embarcaron, heridos, que después á carretadas los llevaron al hospital para curarlos, y á no ser las galeras, es cierto perecían todos á manos del somatén.

    Bolvamos al somatén, que buelto atrás, y juntándose en San Andrés de Palomar, lugar que dista alguna legua de Barcelona, se congregaron hasta mil y quinientos hombres, y embiando algunos á la desilada para asigurar la puerta, cargó después todo el rresto, y dejando guarda para tener la salida franca, entraron á cosa de las diez del día, el mismo martes …, hasta unos mil y ducientos hombres, todos con dos ó tres pedreñales y escopeta, y delante uno con un Christo en la mano, que hiva gritando: Visca la fee y muirán los traidors y lo mal gobern.

    Encamináronse á la cárcel, sin que nadie se les opusiera, porque todos estavan amargos de lo que pasava, y sólo un desdichado cavo de guaita (2) que encontrándoles á la plaza de la lana dijo: Ténganse al Rey, y apenas lo pronunció, quando tirándole dos ó tres, siu decir Jesús, caió muerto.

    Estando en la, cárcel, pasaron algunos á la Dagería (Dagueria. Calle de la antigua Barcelona que, comenzando en la Libreteria, termina aún en la plaza de San Justo), y tomando los martillos de los oficiales, rompieron todas las puertas, y sacando en primer lugar al Diputado y dos del Consejo de Ciento (D. Francisco de Tamarit y los individuos del Consejo de Ciento, Francisco Juan de Vergós y Leonardo Serra), libertaron también á quantos presos havía, sin dejar alguno.

    A vista de esto, los conselleres, diputados y obispo acudieron á la cárcel para sosegar la gente, que, viéndose señores de loque intentavan, querían pasar á quemar algunas casas y hacer maiores estragos. Empezaron los conselleres, diputados y obispo (En 1640 ejercían los cargos de concelleres, diputados y obispo de Barcelona las personas siguientes: gobernaba la sede barcinonense D. García Gil Manrique. Eran diputados de la Generalidad de Cataluña: Pablo Claris, canónigo de la Seo de Urgel, diputado por el brazo eclesiástico; Francisco de Tamarit, diputado por el brazo militar, ó sea la nobleza, y José Miguel Quintana, diputado real, representante del brazo popular; siendo asesores de la corporación Jaime Ferrán, Rafael Antich y Rafael Cerda. El poder ejecutivo del Consejo de Ciento lo componían á la sazón cinco concelleres: el noble D. Luis Juan de Calders, conceller en cap.; Antich Saleta y José Massana, ciudadanos; Pedro Juan Xiráu, mercader, y Antonio Carreras, cirujano. El acuerdo del Consejo para que fuesen nombrados anualmente seis concelleres, no fué tomado hasta el 14 de Mayo de 1641. (Rúbrica de Esteva Gilaber Bruniquer, Ms., folio 72 vuelto, Archivo municipal de Barcelona.)) á templarlos, alabándoles lo hecho, y estimando el amor á la patria, pero que bastava aquéllo, y que todo se remediaría.

    Estas razones ponderadas con amor y eficacia, los amansó; y combenidos en bolverse á salir, poniéndose delante los comunes y el obispo con sus mazas altas, sin extraviarse alguno, los condujeron á todos por la puerta Nueva hasta tenerlos fuera, y despidiéndose los del somatén, se bolvieron á San Andrés y los otros á la ciudad.

    Viendo el de S(ant)a Coloma el mal estado de las cosas, y sabiendo que el somatén amenazava de quererle quemar el palacio, no dándose por siguro eu su casa temiendo algún motín, se retiró con el de Fernandina, generales y veedores de galeras, y los jueces á la Ataracana, que todos temían un desastre.

    Supieron la Ciudad y Diputación al entrar la puerta esta acción, y rectavía se encaminaron todos á la Ataracana, en donde persuadiendo al Virrey lo poco que devía temer aquellos movimientos, y asigurándoles ambos comunes tomavan á su cargo la siguridad de su persona, le bolvieron á su palacio, poniéndole de noche y día una compañía de guardia, hasta que se sosegaron los humores y las materias hicieron mexor rostro.

    Bolviendo los del somatén á la persecución de aquellos infelices infantes que se havían emboscado en el bosque de San Jerónimo, sedienta la gente de vever su sangre, concluieron con quantos pudieron haver á manos; algunos, pláticos del terreno, se bajaron á la marina, y por ella á Blanas. Los cavos más principales se acogieron al sagrado del combento, y presumiéndoselo el somatón quiso poner fuego á la casa, pero con súplicas de los p(adres), y asigurándoles no havía nadie, los despacharon, y después se supo, que medio disfrazados, los acompañaron á los recluidos asta la marina con celo religioso, y tomada una faluca, les dieron escape. La mortalidad que hicieron en el bosque fué de calidad, que en algunos meses, no hubo quien pasara por allí de la edor de los cuerpos.

    Viendo el Virrey la derrota de la milicia y la fatigada vida que llebava no teniendo puesto seguro, por estar todo el país contra ella, resolvió que el duque de Fernandina, con quatro galeras, fuese costeando la marina y recoxiendo los soldados, llebándoles al mismo tiempo provisiones, y á la misma sazón avisando á las milicias de la tierra se bajasen á la lengua del mar. Desta manera, y procurando se juntaran todas en Blanas, donde estava el maior grueso, se vinieron á juntar hasta cinco mil infantes y quinientos cavallos. Presumióse el de Santa Coloma, que, junta toda la gente, se conserbaría mexor y haría resistencia á qualquier movimiento del país; pero oyéndose que los naturales se querían unir en maior número y acavar con los soldados, que los tenían natural odio, mandó el Virrey que con las galeras se pasase la milicia al Rosellón, y dando las órdenes combenientes.

    Quando vino al embarcarse, Don Juan de Arce no quiso así, porque no pudiendo embarcar la cavallería era aventurarla, como porque juzgó á descrédito de las armas reales, el que con cinco mil soldados no tubiesen el campo suio contra lo poco disciplinado de los naturales, y así, resuelto á morir ó pasar por tierra la milicia, empezó su marcha orilla del agua, y á vista de las galeras siempre; pero como en algunos tránsitos era preciso para pasar los montes entrar tierra adentro, y al pasar la montaña de San Grau [Caldas de Malavella], en un lugarejo llamado Llagostera, les tubieron los paisanos emboscada, en donde, dándose las cargas, murieron algunos de ambas partes.

    Pero prosiguió la milicia su marcha, y llegando á S(a)n Feliu … tubieron ya las galeras, que dándoles refresco y tomando los eridos, continuaron las jornadas. Entradas ya las milicias en el Ampurdán, marcharon sin molestia alguna por ser llano el terreno; pero sin apartarse del mar y continuando los estragos de sacos, muertes ó insultos en cuantos lugares tocavan, que, entre otros, fueron San Pedro Pescador y Mumbrío (Montiró [Ventalló]). En este lugar quemaron también la iglesia, á cuio incendio pereció la reserva (Tuvo efecto el incendio de la iglesia de Montiró por los tercios reunidos, superentendidos por D. Juan de Arce, el día 31 de Mayo de 1640. La excomunión fulminada por el obispo de Gerona fué publicada el 24 de Junio.—En el Apéndice V va copiado el proceso del incendio de dicha iglesia). Pillavan muchos rebaños de ganado, que después sus propios dueños los redimían á peso de dinero; vahéronles los pillajes y robos del Ampurdán muchísimo, y arruinaron aquel país de todos modos. Llegado el campo á Rosas, vien que el governador no quiso darles entrada, tuvieron con el resguardo de la plaza siguras las espaldas para la entrada al Rosellón. Dexemos esto aquí y bolvamos á Barcelona, que quedava bien achacosa.

  • Comienzan a derribarse 665 (?) casas de la Ribera para poder construir la Ciudadela

    Comienzan á derribarse casas para la construccion de la ciudadela.

  • Alegria y peleas al firmarse la retirada francesa

    [Firmado Habert, general de división y gobernador de Barcelona, y Debains, coronel jefe de estado mayor. Orden del día 26/4/1814:] A consecuencia del armisticio arriba expresado, todas las hostilidades cesarán desde hoy 26 de abril, entre las tropas que componen la guarnicion de Barcelona y de sus fuertes, y las tropas españolas ó inglesas que forman su bloqueo.

    A la noticia de tan interesante nueva suspendiéronse los trabajos, abrazáronse unos a unos á otros los habitantes de Barcelona, dando gritos de «¡viva España! ¡viva la paz!» y colmóse de vitores y obsequios á algunos militares españoles que se introdujeron en la ciudad. Tan súbito contacto entre individuos de uno y otro ejército, enemigos encarnizados pocos dias antes, debia producir lamentables consecuencias. Asi fué que á las pocas horas, un lance desagradable ocurrido entre oficiales franceses y españoles en un café, obligó á Habert á providenciar severamente que volviesen á su campamento acto continuo, y aun á alguno, para facilitar el mas cumplimiento de la órden, se le puso el caballo y el equipaje fuera del recinto. Los operarios que por cuenta del invasor trabajan en las fortificaciones, fueron despedidos aquel dia. Retiráronse acuadrillados por el Born, cantando, bailando, y vociferando contra los afrancesados, á uno de los cuales, el comisario de policia Pi, persiguieron á golpes.

  • Masacre liberal de los prisioneros carlistas sin resistencia por parte de las autoridades

    While the preparations for [the levy of fresh troops] were in progress, the liberals of Barcelona outdid even their former crimes by the perpetration of still more revolting horrors. The details of this insurrection show that it was not a sudden ebullition of popular frenzy, but the work of forethought and previous arrangement.

    On the 4th of January 1836, a crowd assembled in the main square, and, with loud imprecations and yells of revenge, demanded the lives of the Carlist prisoners confined in the citadel. Thither they immediately repaired, and, not meeting with the slightest resistance from the garrison, scaled the walls, lowered the drawbridge, and entered the fortress; their leaders holding in their hands lists of those whom they had predetermined to massacre. When the place was completely in their possession, the leaders of the mob began to read over their lists of proscription, and, with as much deliberation as if they had been butchers selecting sheep for the knife, had their miserable victims dragged forward, and shot one after another, in the order of their names. The brave Colonel O’Donnel was the first that perished. His body, and that of another prisoner, were dragged through the streets, with shouts of «Liberty!» The heads and hands were cut off, and the mutilated trunks, after having been exposed to every indignity, were cast upon a burning pile. The head of O’Donnel, after having been kicked about the streets as a foot-ball by wretches who mingled mirth with murder, was at last stuck up in front of a fountain ; and pieces of flesh were cut from his mangled and palpitating body, and eagerly devoured by the vilest and most depraved of women. From the citadel the mob proceeded to the hospital, where three of the inmates were butchered ; and from the hospital to the fort of Atanzares [Atarazanas/Drassanes], where fifteen Carlist peasants shared the same fate. In all, eighty-eight persons perished.

    This deliberate massacre of defenceless prisoners, and the worse than fiendish excesses committed on their remains, satisfied the rioters for the first day; but, on the next, they presumed to proclaim that fruitful parent of innumerable murders—the constitution of 1812. This was too much to be borne. Even then, however, two hours elapsed before a dissenting voice was heard; when a note arrived from Captain Hyde Parker, of the Rodney, who not long before, in obedience to the orders of a peaceful administration, had landed fifteen thousand muskets in the city. His offer to support the authorities against the friends of the obnoxious constitution was not without effect. The leaders of the political movement were allowed to embark on board the Rodney, and the tumult subsided, rather from being lulled than suppressed. No punishment whatever was inflicted on the murderers and cannibals of the first day ; their conduct, perhaps, was not considered to deserve any.

  • La feria de Barcelona

    El dia 21 [de diciembre] y siguientes se celebra la magnífica feria llamada de Barcelona por excelencia: acude mucha y muy lucida concurrencia de la Ciudad y hermosas y elegantes Aldeanas ó Payesas de todos los pueblos circunvecinos. Las tiendas están profusamente adornadas de generas y artefactos de todas clases, y presentan, especialmente en las calles de la Bocaria, Call, Platería y Moncada, la idea mas completa del aumento progresivo de la industria catalana, y de lo poblado y concurrido de nuestros mercados. Cubre la esplanada y Rambla un prodigioso número de pavos y de toda clase de aves, con que celebran las prócsimas Pascuas todas las familias sin escepcion por cortas que sean sus facultades. En la víspera de Navidad los mercados del Borne y Bocaria están concurridos por un inmenso gentío qui acude á proveerse de carnes, verduras y demás necesario á la comida de los dias inmediatas que pueden considerarse como al igual de lo que llaman la fiesta mayor en las demás poblaciones de Cataluña. La vista de tanto número de gentes, la abundancia, variedad y aieo de los artículos de comer, vidriado y demás, y la prodigiosa multitud de luces que disipan enteramente las tinieblas de la noche ofrece uno de los espectáculos mas agradables y sorprendentes.

  • La Jamancia: bombas sobre el vapor de Puigmartí, «mortífero fuego» desde la Ciudadela, otras poblaciones apoyan al movimiento

    (Miércoles).

    Hoy ha amainado un poco el fuego de cañon y de fusilería: los centralistas han hecho algunos disparos desde la puerta del Angel, dirigidos al vapor de Puigmartí situado en el barrio de Gracia.

    Los jamancios han pasado todo el dia ocupados en buscar y sacar de los almacenes todas las pacas de algodon que encontraban á fin de construir parapetos para ponerse á cubierto del mortífero fuego de la Ciudadela, y en formar barricadas por la parte de la Pescadería, siguiendo la línea del Rech Condal y sus cercanías, desempedrando algunas calles para hacer con las piedras y higas parapetos con aspilleras para hacerse fuertes y ofender á su amparo á la tropa. Donde quiera se ven á los vocales de la Junta presidiendo y dando direccion á los trabajos.

    A eso de las tres de la tarde se pasó orden á todas las parroquias para que celebrasen con repique de campanas las noticias que hacían circular de boca en boca, de que habian secundado el pronunciamiento en favor de la Junta Central la mayor parte de los pueblos de Cataluña, y entre otros Lérida y Figueras, Sevilla, Galicia, etc. y de que Ametller y Martell venían en su ausilio con una fuerza de mas de 6000 hombres.

    En este mismo dia el gobernador de Monjuich Echalecu, entregó el mando por real órden al coronel de América, D. N. Sayas.

    Hoy ha salido una órden del Ayuntamiento para que se trasladase el borne á la Plaza de Sta. Catalina por no poder continuar en el sitio de costumbre por hallarse espuesto á los fuegos de la Ciudadela.

  • La Jamancia: tensiones entre centralistas y el público, asalto del sargento cojo

    Hoy á las 5 menos cuarto de la madrugada ha salido de la Casa lonja una música de Regimiento acompañada de algunos nacionales armados á recorrer la linea de la parte de la Ciudadela y algunas de las calles de esta ciudad. Ignoramos todavía con que motivo.

    Desde las seis y cuarto de la mañana hasta al anochecer no han cesado los tiros de fusilería por la parte de la Ciudadela y recinto de las murallas. A las 3 la Ciudadela ha roto el fuego de cañón contra la ciudad y sus fuertes por espacio de unos tres cuartos de hora.

    Á las cinco y cuarto de la tarde, una partida de centralistas empezaron á prender á todos los hombres que encontraban por las calles y cafés con el protesto de hacerles ir á trabajar en las baterías del baluarte y S. Sebastian. Esta operacion que empezó á verificarse en las cercanias de Santa Maria y calle Ancha, se repetia mas tarde en la calle de Escudillers y Rambla, hasta que viendo este atropello un capitan del primer batallon de francos llamado Don Juan Perera fué á avistarse con el comandante Ferrater, que se hallaba á la sazón en la Rambla, y juntos detuvieron á la gente armada y paisanos presos oficiando á la Junta todo lo que pasaba. Esta decretó que los paisanos fuesen puestos en libertad, que la partida armada se retirase cada cual á sus principales, y que el gefe de ella fuese llevado preso á Atarazanas.

    Serian las nueve de la noche cuando se dió libertad à los paisanos detenidos, que serian en aquella hora como unos cuarenta.

    En el Palacio Real hay siempre de guardia un sargento cojo quien tiene á sus órdenes unos catorce muchachos, el mayor de los cuales no llega á 15 años, y á quienes sirve dicho, Palacio de principal. A las siete de la noche se le ha antojado hacer con ellos una escaramuza, y mandándolos cargar los fusiles se ha ido en su compañía hasta el paseo de San Juan donde les ha hecho preparar las armas, y al grito de viva la Junta Central les ha mandado hacer una descarga cerrada contra la Ciudadela y retirarse en seguida haciendo fuego graneado contra la misma. En vista de este arrojo han salido de aquel fuerte como unos 100 hombres en su persecucion, mas al notarlo los centralistas que guarnecen la línea del Borne, han saltado las barricadas y los han embestido de frente obligándoles á retirarse otra vez dentro de dicho fuerte. En esto la Ciudadela disparó una bala de iluminacion que incendió la barricada de la pescadería, que estaba cuasi toda construida de madera y habiendo visto á su resplendor que los centralistas estaban apostados en el jardin del general, les ha disparado cuatro tiros con metralla obligándoles de esta manera á que se guareciesen otra vez detrás de sus barricadas.

    Esta misma noche una comision de la Junta ha pasado á hacer un registro en casa de D. Jayme Drument quinquillero para ver si encontraría cobre para hacer cuartos; mas no habiendolo hallado ní en su almacén ni tienda, mandó derribar un tabique que comunicaba con el almacen de D. José Lines, que segun parece estaria espiado, y en él encontraron cobre en abundancia y para fabricar algunos miles de duros.

    La misma comision ha pasado á varias casas á recoger vino, avichuelas, harina etc. Se dice que en el almacen de casa Elias hay mas de doce mil sacos de harina: para justificar sobre estos despojos violentos ha publicado la Junta con esta fecha el manifiesto que se traslada en la nota n.° 1.° (1).

    Hoy ha sido depuesto el ayuntamiento de san Andrés y desarmada su milicia.

    [
    1) No perdiendo nunca de vista esta Suprema Corporación el interensantisimo punto de la subsistencia de los moradores de esta populosa capital, y hallándose en los mayores apuros respecto de los articulos de primera necesidad, sobre cuya escasez le han sido dirigidas mil reclamaciones; se han procurado acopios de harinas, trigos, varios granos, vinos y otros líquidos ; y habiendo acordado su venta con la mayor publicidad posible tiene creada una comisión de su seno, que recibirá las proposiciones de ocho á doce del dia de mañana en los claustros del ex-convento de Carmelitas Calzados. Barcelona 13 de octubre de 1843. — El presidente, Rafael Degollada. —El vocal secretario, Antonio Rius y Rosell.
    ]

  • La Jamancia: mucha fusilería, por fin carne, expropiaciones

    (Miércoles)

    Hoy á la madrugada ha salido la compañia de Buxó á hacer la descubierta, llamar la atención de las fuerzas de la línea á fin de franquear el paso á un pequeño rebaño que debia llegar hoy: en esta accion se le han pasado cuatro individuos de su compañia, que habian estado presos por ladrones y á quienes había dado la Junta libertad con tal que tomasen las armas en la compañía del citado Buxó, por ser naturales de su mismo pueblo.

    A las nueve de la mañana el fuerte Pio, Ciudalela y Monjuí han empezado á disparar balas rasas y granadas contra todos los fuertes de la plaza esparramando algunas por el casco de la ciudad. Este fuego de cañon no ha cesado hasta las seis de la tarde: el de fusilería contínua todavía. A las nueve y media de la noche la Ciudadela ha disparada cuatro tiros de metralla contra la línea del Rech; pero no por eso ha cesado el tiroteo. A las once de la noche la Ciudadela ha disparado otro cañonazo, y han cesado enteramente los tiros.

    Hoy han entrado por la parte de Sans 119 carneros. Habia algunos dias que los hospitales carecían de redaños para los enfermos y heridos: hoy han podido abastecerse de ellos.

    La Junta Suprema se ha apoderado de la caja del colegio de Medicina y Cirugia y ha estraido de ella unos 250,000 rs. vn.

    A las diez menos cuarto de la noche se dirigian á la puerta nueva unos cuantos zapadores con algunos carros cargados de tablones para arreglar las esplanadas de las baterías que están construyendo en aquel punto. La Ciudadela debió de observarlo ó de oir algun ruido por aquella parte, pues á las doce de la noche empezó á disparar contra dicha puerta metrallazos y balas rasas, hostilizando al propio tiempo la línea del Borne y otros puntos: este fuego ha durado hasta el amanecer del dia siguiente.

  • La Jamancia: mucha artillería

    (Domingo)

    Hoy á las cuatro y media de la madrugada ha salido de Barcelona una partida de unos 100 hombres entre salvaguardias de la libertad y voluntarios de la junta, capitaneada por D. Vicente Zulueta, y se ha dirigido hácia al pié de la montaña de Monjuí y Cruz cubierta con el objeto de sorprender á los de Berga y Sarriá que están apostados en aquel punto.

    Al amanecer se ha roto el fuego por ambas partes habiendo tenido unos y otros algunos heridos. Viendo los del castillo que los de la plaza no cedian les ha disparado algunas granadas. El fuerte de san Antonio ha hecho tambien algunos tiros de canon contra los del gobierno, y en seguida Monjuí ha empezado á disparar con mas ardor balas rasas y granadas contra las tropas y fuertes de la plaza y contra la misma con daño de algunos de sus edificios. A las siete menos cuarto ha regresado la partida que salió por la madrugada con pérdida de cuatro salvaguardias de la libertad, que se pasaron á los del gobierno, y habiendo tenido tres muertos.

    A las 9 menos cuarto al pasar por la carretera el relevo que iba al fuerte Pio el vocal de la junta D. Antonio Rius y Rosell, que se hallaba á la sazon en el fuerte de la Puerta nueva, ha mandado cargar de metralla un obus y dispararlo contra la partida que iba á dicho relevo. Apenas lo vieron los del fuerte Pio y Ciudadela, empezaron á disparar balas rasas contra dicha puerta, no sin causar detrimentos de consideracion á las casas de las cercanías de san Pedro que miran al fuerte Pio. De aqui se ha seguido que todos los fuertes del gobierno han estado hostilizando la ciudad y sus baterías con toda clase de proyectiles, hasta las seis de la tarde en que ha cesado del todo el cañoneo. Durante este fuego se han dirigido muchísimos tiros á la fundicion que hay cerca la casa de March de Reus en la rambla.

    Entre todos los fuertes del gobierno se han disparado hoy 1351 proyectiles, entre las cuales ha habido alguna que otra bomba.

    A las once menos cuarto de la noche la Ciudadela ha disparado cinco cañonazos con metralla á las barricadas de la línea del Borne.

    Hoy se ha publicado la siguiente orden del gobierno (1).

    [
    (1) A consecuencia de lo dispuesto por la Excma. Junta Suprema de esta provincia, todos los cuerpos de M. N. de esta plaza inclusos el de Artilleria y Zapadores nombrarán diariamente una comision compuesta de un oficial, un sargento, un cabo y un individuo que deberán constituirse en la puerta de S. Antonio, y calificarán según las instrucciones que reciban las personas á quienes debe permitirse ó negarse la entrada ó salida por la misma, á cuyo un nombrará el primer batallon un oficial, el segundo un sargento, el tercero un cabo y el cuarto un individuo y asi sucesivamente los demas batallones por su orden respectivo, debiendo ausiliarles para cuanto se les ofrezca la guardia de la citada puerta de S. Antonio.

    Art. 2.° Per resolución de la misma Junta se previene á los comandantes de los batallones de M. N. de toda arma, Francos y partidas sueltas pongan á disposición del Sr. comandante del presidio peninsular al reo fugado de él, Jaime Monserrat, caso que hubiese tomado plaza en alguno de los suyos respectivos negándosela si se presentase á solicitarla en lo sucesivo.

    Art. 3.° Se previene asimismo á todos los comandantes de la guarnicion de toda arma que habiéndose notado un abuso en la estraccion de utensilios de la provision de esta plaza, que en lo sucesivo saquen de ella solo el preciso número de los que necesiten, en la inteligencia de que son responsables de los que sus cuerpos ó batallones hayan estraido.

    Art. 4.° Habiéndose advertido de que los individuos que se hallan de guardia en los distintos puntos del recinto dejan estos, replegándose hácia las baterías inmediatas cuando alguna de ellas hace disparos, sin duda creyendose hacer un beneficio á los de las mismas, debo prevenir que lejos de poder prestarles en esto un servicio les perjudican, por cuyo motivo los comandantes de guardia de aquellos por ningún
    pretesto permitirán el que los suyos lo verifiquen, ni que en los que haya baterías se entorpezcan los de un arma á otra, de cuyo cumplimiento haré responsable á dichos comandantes.

    Lo que se hace saber en la órden de este dia para inteligencia de los cuerpos y su puntual cumplimiento.—E. G. Villavicencio.

  • La Jamancia: falta carne, asesinatos, una huida

    (Miércoles)

    Hoy á las seis de la mañana la Ciudadela ha disparado cuatro metrallazos contra los centralistas de la linea del Borne que la habian estado molestando toda la madrugada con su tiroteo: unos y otros han cesado del todo, y en lo restante del dia no ha vuelto á oirse ningun otro tiro.

    A noche el capitan de la compañia suelta D. Juan Muns ha mandado fusilar á dos individuos de su compañia por haberles encontrado robando en un piso de detrás de las casas de Xifré.

    Tambien anoche asesinaron en la calle de la Leona á un Sereno llamado José Negre. Se dice que de los agresores, que son cuatro y que están ya presos, los dos habian estado á presidio, y los otros dos llevaban una vida muy relajada.

    Hoy ha escaseado mucho la carne por haber sido poca la que se introdujo ayer.

  • La Jamancia: traición por parte de algunos, más sueldo para otros

    (Viernes)

    Esta tarde ha habido otra vez revista de comisario.

    Anoche las dos compañías de Salvaguardias tenian determinado pasarse á las tropas del gobierno que guarnecen la Ciudadela y entregar á este el baluarte del Medio-dia y toda la línea hasta el puente del Borne; pero se ha descubierto la conspiración y han sido presos el capitan de las mismas D. Ildefonso Vargas, y el teniente D. Vicente Cervelló, acusadores que fueron del capellan del presidio D. Melchor Bofill, y los han llevado á Atarazanas donde los hubieran fusilado acto continuo á no haber sido por D. José Molins, gobernador en aquel entonces de dicho fuerte, quien lo impidió diciendo; que si querian, los fusilasen en Barcelona á la vista del público, pero que de ninguna manera lo consentiria alli dentro. Desde alli los han trasladado á la cárcel para ser juzgados por la comision militar.

    La Junta ha publicado hoy dos decretos (1) sobre recompensas y premios militares.

    (1) JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.
    Deseando esta Junta renumerar debidamente los importantes servicios, que han prestado y están prestando á la causa de la libertad los gefes y oficiales del ejército y cuerpos francos, decreta:

    Art. 1.° Se concede á todos los gefes y oficiales del ejército y cuerpos francos, que se han adherido al actual pronunciamiento, el ascenso inmediato al empleo que tenían en 1.° de setiembre de este año.

    Art. 2.° Para la obtencion de esta gracia, pasarán los comandantes de los cuerpos una relacion de los comprehendidos en ella, por conducto del gobernador de la plaza, y en su virtud se les estenderá el correspondiente despacho.

    Art. 5.° Los agraciados no disfrutarán el sueldo del empleo inmediato que obtengan, hasta nueva resolucion de la Junta.

    Barcelona 3 de noviembre de 1843. — Siguen las firmas.

    JUNTA SUPREMA PROVISIONAL DE LA PROVINCIA DE BARCELONA.

    Los estraordinarios sacrificios que ha hecho y está haciendo la benemérita Milicia nacional desde que se enarboló la bandera de Junta Central, que con tanto heroismo defiende, ecsige una justa recompensa y en su virtud esta Junta decreta:

    1.° Se concede á los comandantes y oficiales de la Milicia nacional de esta Ciudad que sirven en las filas de la libertad sosteniendo con bizarría la bandera de Junta Central el carácter de Milicias provinciales.

    2.° Los sargentos, cabos y demas nacionales quedarán ecsentos de quintas en los sucesivos reemplazos ya sean personales ya pecuniarios.

    3.° Los comandantes de los cuerpos presentarán á esta Junta dentro del término de 48 horas una lista nominal de todos los sugetos compreliendidos en los artículos l.°y 2.° para estender á los unos los correspondientes despachos y las oportunas certificaciones á los segundos.

    Barcelona 3 de noviembre de 1845.
    El presidente, Rafael Degollada. — Vocales.—Vicente Soler. — Agustin Reventer. —Antonio Benavent. — Miguel Tort.—Tomás Maria de Quintana. —José de Caralt. — Vicente Zulueta. — Tomás Fábregas. — Antonio Rius y Rosell, vocal secretario.

  • La Jamancia: empieza la reconstrucción

    El capitan general ha espedido hoy otro bando sobre la devolucion de los efectos de vestuario, equipo, y monturas pertenecientes al Ejército (1 [not OCRed]).

    Tambien ha publicado otro ordenando la presentacion en el fuerte de Atarazanas de los individuos de cuerpos francos, soldados y presidiarios que habian empuñado las armas en favor de la Junta Central (2 [not OCRed]).

    El Ayuntamiento Constitucional de cuya creacion hablamos en el diario de ayer, ha publicado tambien con esta fecha la alocucion que en la nota (3 [not OCRed]) se traslada, digna bajo todos conceptos de ser leida y conservada por las sabias máximas que en ella se consignan.

    Don Gregorio Villavicencio se ha despedido hoy dentro el buque se halla á bordo, de los nacionales de Barcelona con el siguiente escrito (4 [not OCRed]).

    Esta mañana he recorrido toda la línea de los centralistas empezando por el fuerte de san Pedro, y siguiendo por el paseo de S. Juan, calle del rech condal hasta la pescaderia y pasando en seguida á visitar el Jardin del general, lavadero nuevo, matadero, baluarte del medio dia, muralla nueva del mar, plaza de san Sebastian etc., y confieso que me han dejado atónito tanto las fuertes barricadas que hay en todo este espacio, como las muchas desgracias que se notan en los edificios del mismo.

    En primer lugar la casa mas próxima al peso de la leña, está medio arruinada. Las inmediatas, aunque no han sufrido tanto se ven acribilladas de balas y cascos de granada disparadas desde la ciudadela, y fuerte pio. De la pared que circunbala el mismo peso de la leña ha venido al suelo cuasi la mitad. La puerta nueva está intransitable. El Jardin del general ha sufrido tambien muchísimo y la mayor parte de los árboles del paseo que hay desde el pié del Jardin hasta el pié de la misma Ciudadela, están ó acribilladas de metralla ó derribados por el suelo. Tambien ha venido abajo el lavadero, parte de la pescaderia, y del matadero. Las casas inmediatas están echadas á perder.

    El baluarte del medio dia puede decirse que no ofrece mas que un monton de ruinas, y de los edificios que hay detras del mismo, el de Gorgas casi ha venido todo al suelo y los demás están muy mal parados particularmente en sus frontis. La casa X¡fré, la de la señora Martorell, y el frontis de la casa Lonja, que mira á la manzana de las casas del citado Xifré han sufrido descalabros de consideracion. Ademas de estas desgracias son infinitas las que han causado las granadas y demas proyectiles en el interior de los edificios en otros varios puntos de la poblacion.

    En cuanto a las baterias, barricadas y parapetos que ocupaban los centralistas, los principales son:

    En la muralla de tierra, frente al huerto de san Pedro habia una cortadura de unos veinte palmos de profundidad, y detrás de ella una bateria con dos obuses que miraban á la Ciudadela.

    Detras de la misma pared del peso de la leña habia otra pieza de artillería que no llegó á hacer fuego y que apuntaba tambien al mismo fuerte.

    Al pié de la muralla al lado de la puerta nueva se alzaba tambien una barricada hecha de vigas y precedida tambien de un foso de unos diez palmos de profundidad. La puerta nueva estaba defendida por dos piezas de grueso calibre y dos morteros, y desde ella hasta la calle del mismo nombre habia una zanja que servia de camino cubierto para pasar á dicha puerta sin ser ofendidos por los de la cindadela.

    Todas las calles que miran á la muralla de tierra y á la misma puerta estaban defendidas con barricadas hechas de vigas y piedras y precedidas todas de un profundo foso.

    En el molino de la sal ó sea el cuartel de caballeria de san Agustin se veia una barricada de piedras construida á modo de tambor y seguida de otra barricada. A la primera la precedia un foso y á la segunda le servia de tal la asequia del rech que descubrieron al intento.

    La boca calle de los asabonadors estaba tapada con otro tambor de piedras con foso. La mayor parte de las casas situadas en el mismo rech estaban todas tapiadas por la parte de adentro, en particular las puertas y ventanas que miran al paseo de san Juan. El puente llamado den Viromba ó del borne y todas las calles que desembocan en el paseo de san Juan estaban guarnecidas de tambores con fosos, detras de los cuales corria la asequia del rech condal descubierta y detras de ella se alzaban otras dos barricadas de piedra precedidas tambien de fosos. Todos estos parapetos y los que se enumerarán estaban guarnecidos de aspilleras. Todas las calles inmediatas á dichos puntos y la del rech condal están casi todas desempedradas.

    La entrada de la pescaderia por la parte de la Aduana está obstruida por una gran barricada de vigas y piedras de unos ocho palmos de grueso precedidas de un ancho foso. Lo mismo estaban las calles de detrás del matadero. Desde el ángulo del real palacio que mira á la Cindadela basta la calle por donde se entra al baluarte del mediodia, había una cortadura de unos diez ó doce palmos de profundidad por la cual se pasaba á dicho baluarte sin que los de la ciudadela pudiesen molestarles.

    La puerta del mar estaba también aparédada; y todas las calles que desembocan á la plaza de palacio y á los encantes están asi mismo obstruidas con fuertes barricadas precedidas todas de fosos.

    Al pié de la muralla del mar se veia una cortadura muy profunda que servia para pasar desde la plaza de san Sebastian á las casas de la manzana Xifré sin ser vistos ni molestados por los de Monjuí y la Ciudadela. A los estremos de esta cortadura formaron una bateria que es la que hemos llamado de san Sebastian, compuesta de piezas de artilleria de grueso calibre, y dos obuses mayores. En toda la calle Ancha no hay ninguna barricada. En la de Trenta claus hay dos: al extremo de esta
    calle al pié de la muralla de tierra habia un mortero y un obús. Tambien en la calle del conde del Asalto á unas 150 varas antes de llegar á la muralla hay un cañon de á ocho defendido por una barricada con un foso.

    A demas de las diferentes piezas de artilleria de todas clases y calibres que guarnecen la muralla, hay dentro de la plaza de la Constitución, dos obuses, dos cañones de á ocho, y cuatro morteros de los cuales el uno mira á la Ciudadela, otro a la Barceloneta, y los dos restantes á Gracia.

    Además de las barricadas y parapetos que acabamos de enumerar habia muchos otros esparcidos por la Ciudad; pero donde eran mas fuertes y numerosas era en el centro de la misma, en las calles de los Gigantes, bajada de S. Miguel, calle de la Ciudad, de la Esperanza, de Basea , de la Plateria, extremo de la Boria, Tapineria, de la Inquisicion, bajada de la Canonja, y escaleras de la Catedral.

    En estas arrancaron las baldosas que sirven de escalones y formaron con ellas una muralla con aspilleras en el llano de la misma Catedral. Además habia una fuerte barricada con foso en la plaza Nueva, otra en la calle de los Baños esquina á la bajada de Sta. Eulalia, otra en el Call, y otra en final extremo de la calle de Fernando 7.° al pie de las casas nuevas de la Enseñanza, á donde habia un obus que miraba á la Rambla. Entre todos los fuertes, baterías de la ciudad, y barricadas, tenian los Centralistas 47 cañones de diferentes calibres, 11 morteros, 11 obuses de á nueve, y 11 de á siete; Total 80 piezas de artillería.

    A las dos de la tarde, hora en que se ha permitido la entrada y salida por las puertas de la ciudad, conforme al bando de que hablamos ayer, el Capitan general ha dado orden á los cuerpos de artilleria para que pasasen inmediatamente á recoger
    dichas piezas.

    Siguen apostados en la plaza del Teatro un escuadron de caballería y algunas compañías de infantería.

    Esta tarde, usando del permiso concedido por el Capitan general, han salido al campo y llegado hasta Gracia, muchos nacionales con sus uniformes y sables, habiendo cometido algunos desmanes é insultado á los expatriados que regresaban á la
    ciudad. Esta noche les hemos oido cantar en algunos puntos la cancion de la Paella, habiéndose reunido muchos de ellos en la plaza del Rey, donde hay la principal del séptimo batallon, habiendo dado vivas á la Junta Central. A poco rato se ha presentado allí el mismo general Sanz, seguido de alguna fuerza de infantería y caballería, habiendo capturado unos 30 ó 40 que fueron conducidos á la mañana siguiente á la Ciudadela.

    Véase la órden de la plaza de este dia (1 [not OCRed]).

    La Diputacion provincial interina instalada en Gracia en cuatro de octubre, con el titulo de Junta de Armamento y Defensa, dirige á los habitantes de la Provincia una corta alocucion felicitándoles por la terminacion de la revolucion de la Capital (2 [not OCRed]).

  • Inaugurada la nueva pescadería del (antiguo) mercado del Borne

    Inaugúrase con toda solemnidad la nueva pescadería del mercado del Born construida sobre los planos del arquitecto de la ciudad D. José Mas y Vila.

  • La feria de Barcelona

    En este dia la feria da las últimas boqueadas, y muere por fin durante la velada en los mercados de la Bocaría, Born y santa Catalina con la venta de comestibles para el dia siguiente en que estan cerrados dichos mercados, sin duda para que la fiesta sea mas completa. El movimiento y la animacion que reina en los tales puntos á dicha hora atrae muchas gentes, que van á pasear por entre los puestos de vendedores para disfrutar de tan bullicioso espectáculo.

    Hace tres dias que los carteros, los serenos, los repartidores de periódicos, los porteros y mozos de corporaciones, los servidoros de cafés, y cuantos de cualquier modo prestan algun servicio durante el año aunque sea pagándoselo, andan listos repartiendo felicitaciones y recogiendo pesetas. Se ha hecho la cosa tan general, que no hay quien lo aguante; y será preciso acabar por llamarse andana. Dicen que esto es felicitar las pascuas, pero opino que es desgraciarlas, porque el dar dinero sin adquirir cosa alguna, desgracia es y no pequeña.

    Los curiales, los médicos, los artesanos etc. etc., empiezan desde hoy á hojear sus libros de cuentas á fin de formalizar las que tienen pendientes, y presentarlas á los respectivos clientes ó parroquianos. Quiera Dios que los compradores de nuestro Añalejo que se hallen en dicho caso, hagan efectivas todas las que presenten, que segun los tiempos que corren no es poca suerta la que les deseamos.

  • Queda inaugurada la calle de la Princesa

    El 19 de noviembre de 1853 había tenido lugar la inauguración de la nueva y ancha calle de la Princesa, continuación de la gran arteria que formaban las calles de Jaime I y Fernando…

  • Barcelona, la París de España: la Rambla, la catedral, los gremios, la Barceloneta, la sociedad, los teatros, una corrida de toros, moros y cristianos, el cementerio de Pueblo Nuevo, las bullangas, la playa de Pekín y sus pescadores y gitanos

    Early in the morning I was awoke by music; a regiment of soldiers, stretching far and wide, were marching towards La Rambla. I was soon down [dormía en la Fonda del Oriente], and in the long promenade which divides the town into two parts from Puerta del Mar, from the terraced walk along the harbour, to Puerta Isabel Segunda, beyond which the station for Pamplona lies. It was not the hour for promenading, it was the early business time. There were people from the town and people from the country, hurrying along; clerks and shopkeepers’ assistants on foot, peasants on their mules; light carts empty, wagons and omnibuses; noise and clamour, cracking of whips, tinkling of the bells and brass ornaments which adorned the horses and the mules; all mingling, crying, making a noise together: it was evident that one was in a large town. Handsome, glittering cafes stood invitingly there, and the tables outside of them were already all filled. Smart barbers’ shops, with their doors standing wide open, were placed side by side with the cafes; in them soaping, shaving, and hairdressing were going on. Wooden booths with oranges, pumpkins, and melons, projected a little farther out on the foot-paths here, where now a house, now a church wall, was hung with farthing pictures, stories of robbers, songs and stanzas, ‘published this year.’ There was much to be seen. Where was I to begin, and where to end, on Rambla, the Boulevard of Barcelona?

    When, last year, I first visited Turin, I perceived that I was in the Paris of Italy; here it struck me that Barcelona is the Paris of Spain. There is quite a French air about the place. One of the nearest narrow side streets was crowded with people, there were no end of shops in it, with various goods—cloaks, mantillas, fans, brightcoloured ribands, alluring to the eyes and attracting purchasers; there I wandered about wherever chance led me. As I pursued my way, I found the side and back streets still more narrow, the houses apparently more adverse to light; windows did not seem in request; the walls were thick, and there were awnings over the courts. I now reached a small square; a trumpet was sounding, and people were crowding together. Some jugglers, equipped in knitted vests, with party-coloured swimming small-clothes, and carrying with them the implements of their profession, were preparing to exhibit on a carpet spread over the pavement, for they seemed to wish to avoid the middle of the street. A little darkeyed child, a mignon of the Spanish land, danced and played the tambourine, let itself be tumbled head over heels, and made a kind of lump of, by its half-naked papa. In order to see better what was going on, I had ascended a few steps of the entrance to an old dwelling, with a single large window in the Moorish style; two horse-shoe-formed arches were supported by slender marble pillars; behind me was a door half-open. I looked in, and saw a great geranium hedge growing round a dry dusty fountain. An enormous vine shaded one half the place, which seemed deserted and left to decay; the wooden shutters hung as if ready to fall from the one hinge which supported each in their loose frames: within, all appeared as if nothing dwelt there but bats in the twilight gloom.

    I proceeded farther on, and entered a street, still narrow, and swarming with still more people than those I had already traversed. It was a street that led to a church. Here, hid away among high houses, stands the Cathedral of Barcelona: without any effect, without any magnificence, it might easily be passed by unheeded; as, like many remarkable personages, one requires to have one’s attention drawn to them in order to observe them. The crowd pressed on me, and carried me through the little gate into the open arcade, which, with some others, formed the approaches to the cathedral, and enclosed a grove of orange-trees, planted where once had stood a mosque. Even now water was splashing in the large marble basins, wherein the Musselmen used to wash their faces before and after prayers.

    The little bronze statue here, of a knight on horseback, is charming; it stands alone on a metal reed out in the basin, and the water sparkles behind and before the horse. Close by, gold fishes are swimming among juicy aquatic plants; and behind high gratings, geese are also floating about. I ought perhaps to have said swans, but one must stick to the truth, if one wishes to be original as a writer of travels.

    The horseman of the fountain, and the living geese, were not much in accordance with devotion; but there was a great deal that was ecclesiastical to outweigh these non-church adjuncts to the place. Before the altars in the portico, people were kneeling devoutly; and from the church’s large open door issued the perfume of incense, the sound of the organ, and the choral chant, I passed under the lofty-vaulted roof; here were earnestness and grandeur: but God’s sun could not penetrate through the painted windows; and a deep twilight, increased by the smoke of the incense, brooded therein, and my thoughts of the Almighty felt depressed and weighed down. I longed for the open court outside the cathedral, where heaven was the roof—where the sunbeams played among the orange-trees, and on the murmuring water; without, where pious persons prayed on bended knees. There the organ’s sweet, full tones, bore my thoughts to the Lord of all. This was my first visit to a Spanish church.

    On leaving the cathedral, I proceeded through narrow streets to one extremely confined, but resplendent with gold and silver. In Barcelona, and in many Spanish towns, the arrangement prevalent in the middle ages still exists, namely, that the different trades—such as shoemakers, workers in metal, for instance—had their own respective streets, where alone their goods were sold. I went into the goldsmiths’ street; it was filled with shops glittering with gold and splendid ornaments.

    In another street they were pulling down a large, very high house. The stone staircase hung suspended by the side of the wall, through several stories, and a wide well with strange-looking rings protruded betwixt the rubbish and the stones; it had been the abode of the principal inquisitor, who now no longer held his sway. The inquisition has long since vanished here, as now-a-days have the monks, whose monasteries are deserted.

    From the open square, where stand the queen’s palace and the pretty buildings with porticos, you pass to the terrace promenade along the harbour. The view here is grand and extensive. You see the ancient MONS JOVIS; the eye can follow the golden zigzag stripe of road to the Fort Monjuich, that stands out so proudly, hewn from and raised on the rock: you behold the open sea, the numerous ships in the harbour, the entire suburb, Barcelonetta, and the crowds in all directions.

    The streets are at right angles, long, and have but poor-looking low houses. Booths with articles of clothing, counters with eatables, people pushing and scrambling around them; carriers’ carts, droskies, and mules crowded together; half-grown boys smoking their cigars, workmen, sailors, peasants, and all manner of townsfolk, mingled here in dust and sunshine. It is impossible to avoid the crowd; but, if you like, you can have a refreshing bath, for the bathing-houses lie on the beach close by.

    Though the weather and the water were still warm, they were already beginning to take down the large wooden shed, and there only now remained a sort of screening wooden enclosure, a boarding down from the road; and it was therefore necessary to wade through the deep sand before reaching the water, with its rolling waves, and obtaining a bath. But bow salt, how refreshing it was! You emerged from it as if renewed in youth, and you come with a young man’s appetite to the hotel, where an abundant and excellent repast awaits you. One might have thought that the worthy host had determined to prove that it was a very untruthful assertion, that in Spain they were not adepts at good cookery.

    Early in the evening we repaired to the fashionable promenade—the Rambla. It was filled with gay company: the gentlemen had their hair befrizzled and becurled; they were vastly elegant, and all puffing their cigars. One of them, who had an eye-glass stuck in his eye, looked as if he had been cut out of a Paris ‘Journal des Modes.’ Most of the ladies wore the very becoming Spanish mantilla, the long black lace veil hanging over the comb down to the shoulders; their delicate hands agitating with a peculiar grace the dark spangled fans. Some few ladies sported French hats and shawls. People were sitting on both sides of the promenade in rows on the stone seats, and chairs under the trees; they sat out in the very streets with tables placed before them, outside of the cafes. Every place was filled, within and without.

    In no country have I seen such splendid cafes as in Spain; cafes so beautifully and tastefully decorated. One of the prettiest, situated in the Rambla, which my friends and I daily visited, was lighted by several hundred gas lamps. The tastefully-painted roof was supported by slender, graceful pillars; and the walls were covered with good paintings and handsome mirrors, each worth about a thousand rigsdalers. Immediately under the roof ran galleries, which led to small apartments and billiard-rooms; over the garden, which was adorned with fountains and beautiful flowers, an awning was spread during the day, but removed in the evening, so that the clear blue skies could be seen. It was often impossible, without or within, above or below, to find an unoccupied table; the places were constantly taken. People of the most opposite classes were to be seen here—elegant ladies and gentlemen, military of the higher and lower grades, peasants in velvet and embroidered mantles thrown loosely over their arms. I saw a man of the lower ranks enter the cafe with four little girls. They gazed with curiosity, almost with awe, at the splendour and magnificence around them. A visit to the cafe was, doubtless, as great an event to them as it is to many children for the first time to go to a theatre. Notwithstanding the lively conversation going on among the crowd, the noise was never stunning, and one could hear a solitary voice accompanied by a guitar. In all the larger Spanish cafes, there sits, the whole evening, a man with a guitar, playing one piece of music after the other, but no one seems to notice him; it is like a sound which belongs to the extensive machinery. The Rambla became more and more thronged; the excessively long street became transformed into a crowded festival-saloon.

    The usual social meetings at each other’s houses in family life, are not known here. Acquaintances are formed on the promenades on fine evenings; people come to the Rambla to sit together, to speak to each other, to be pleased with each other; to agree to meet again the following evening. Intimacies commence; the young people make assignations; but until their betrothals are announced, they do not visit at each other’s houses. Upon the Rambla the young man thus finds his future wife.

    The first day in Barcelona was most agreeable, and full of variety; the following days not less so. There was so much new to be seen—so much that was peculiarly Spanish, notwithstanding that French influence was perceptible, in a place so near the borders.

    During my stay at Barcelona, its two largest theatres, Principal and Del Liceo, were closed. They were both situated in Rambla. The theatre Del Liceo is said to be the largest in all Spain. I saw it by daylight. The stage is immensely wide and high. I arrived just during the rehearsal of an operetta with high-sounding, noisy music; the pupils and chorus-singers of the theatre intended to give the piece in the evening at one of the theatres in the suburbs.

    The places for the audience are roomy and tasteful, the boxes rich in gilding, and each has its ante-room, furnished with sofas and chairs covered with velvet. In the front of the stage is the director’s box, from which hidden telegraphic wires carry orders to the stage, to the prompter, to the various departments. In the vestibule in front of the handsome marble staircase stands a bust of the queen. The public green-room surpasses in splendour all that Paris can boast of in that portion of the house. From the roof of the balcony of the theatre there is a magnificent view of Barcelona and the wide expanse of sea.

    An Italian company were performing at the Teatro del Circo; but there, as in most of the Spanish theatres, nothing was given but translations from French. Scribe’s name stood most frequently on the play-bills. I also saw a long, tedious melodrama, ‘The Dog of the Castle.’

    The owner of the castle is killed during the revolution; his son is driven forth, after having become an idiot from a violent blow on the head. Instinct leads him to his home, but none of its former inmates are there; the very watch-dog was killed: the house is empty, and he who is its rightful owner, now creeps into it, unwitting of its being his own. In vain his high and distinguished relatives have sought for him. He knows nothing of all this; he does not know that a paper, which from habit he instinctively conceals in his breast, could procure for him the whole domain. An adventurer, who had originally been a hair-dresser, comes to the neighbourhood, meets the unfortunate idiot, reads his paper, and buys it from him for a clean, new five-franc note. This person goes now to the castle as its heir; he, however, does not please the young girl, who, of the same distinguished family, was destined to be his bride, and he also betrays his ignorance of everything in his pretended paternal home. The poor idiot, on the contrary, as soon as he sets his foot within the walls of the castle, is overwhelmed with reminiscences; he remembers from his childhood every toy he used to play with; the Chinese mandarins he takes up, and makes them nod their heads as in days gone by; also he knows, and can show them, where his father’s small sword was kept; he alone was aware of its hidingplace. The truth became apparent; protected by the chamber-maid, he is restored to his rights, but not to his intellects.

    The part of the idiot was admirably well acted; nearly too naturally—there was so much truthfulness in the delineation that it was almost painful to sit it out. The piece was well got up, and calculated to make ladies and children quite nervous.

    The performances ended with a translation of the well-known Vaudeville, ‘A Gentleman and a Lady.’

    The most popular entertainments in Spain, which seem to be liked by all classes, are bull-fights; every tolerably large town, therefore, has its Plaza de Toros. I believe the largest is at Valencia. For nine months in the year these entertainments are the standing amusements of every Sunday. We were to go the following Sunday at Barcelona to see a bull-fight; there were only to be two young bulls, and not a grand genuine fight: however, we were told it would give us an idea of these spectacles.

    The distant Plaza de Toros was reached, either by omnibus or a hired street carriage taken on the Rambla; the Plaza itself was a large, circular stone building, not far from the railroad to Gerona. The extensive arena within is covered with sand, and around it is raised a wooden wall about three ells in height, behind which is a long, open space, for standing spectators. If the bull chooses to spring over the barrier to them, they have no outlet or means of exit, and are obliged to jump down into the arena; and when the bull springs down again, they must mount, as best they can, to their old places. Higher above this open corridor, and behind it, is, extending all round the amphitheatre, a stone gallery for the public, and above it again are a couple of wooden galleries fitted up in boxes, with benches or chairs. We took up our position below, in order to see the manners of the commoner class. The sun was shining over half the arena, spangled fans were waving and glittering, and looked like birds flapping their bright winga. The building could contain about fifteen thousand persons. There were not so many present on this occasion, but it was well filled.

    We had been previously told of the freedom and licence which pervaded this place, and warned not to attract observation by our dress, else we might be made the butts of the people’s rough humour, which might prompt them to shout, ‘Away with your smart gloves! Away with your white city-hat!’ followed by sundry witticisms. They would not brook the least delay; the noise increased, the people’s will was omnipotent, and hats and gloves had to be taken off, whether agreeable to the wearers or not.

    The sound of the music was fearful and deafening at the moment we entered; people were roaring and screaming; it was like a boisterous carnival. The gentlemen threw flour over each other in the corners, and pelted each other with pieces of sausages; here flew oranges, there a glove or an old hat, all amidst merry uproar, in -which the ladies took a part. The glittering fans, the gaily-embroidered mantles, and the bright rays of the sun, confused the eyes, as the noise confused the ears; one felt oneself in a perfect maelstrom of vivacity.

    Now the trumpet’s blast sounded a fanfare, one of the gates to the arena was opened, and the bull-fight cavalcade entered. First rode two men in black garments, with large white shirt fronts, and staffs in their hands. They were followed, upon old meagre-looking horses, by four Picadores, well stuffed in the whole of the lower parts, that they might not sustain any injury when the bull rushed upon them. They each carried a lance with which to defend themselves; but notwithstanding their stuffing, they were always very helpless if they fell from their horses. Then came half a score Banderilleros, young, handsome, stage-clad youths, equipped in velvet and gold. After them appeared, in silken attire, glittering in gold and silver—Espada; his blood-red cloak he carried thrown over his arm, the well-tempered sword, with which he was to give the animal its death-thrust, he held in his hand. The procession was closed by four mules, adorned with plumes of feathers, brass plates, gay tassels, and tinkling bells, which were, to the sound of music, at full gallop, to drag the slaughtered bull and the dead horses out of the arena.

    The cavalcade went round the entire circle, and stopped before the balcony where the highest magistrate sat. One of the two darkly clad riders—I believe they were called Alguazils—rode forward and asked permission to commence the entertainment; the key which opened the door to the stable where the bull was confined was then cast down to him. Immediately under a portion of the theatre appropriated to spectators, the poor bulls had been locked up, and had passed the night and the whole morning without food or drink. They had been brought from the hills fastened to two trained tame bulls, and led into the town; they came willingly, poor animals! to kill or be killed in the arena. To-day, however, no bloody work was to be performed by them; they had been rendered incapable of being dangerous, for their horns had been muffled. Only two were destined to fall under the stabs of the Espada; to-day, as has been mentioned, was only a sort of sham fight, in which the real actors in such scenes had no strong interest, therefore it commenced with a comic representation—a battle between the Moors and the Spaniards, in which, of course, the former played the ridiculous part, the Spaniards the brave and stout-hearted.

    A bull was let in: its horns were so bound that it could not kill any one; the worst it could do was to break a man’s ribs. There were flights and springing aside, fun and laughter. Now came on the bull-fight. A very young bull rushed in, then it suddenly stood still in the field of battle. The glaring sunbeams, the moving crowd, dazzled its eyes; the wild uproar, the trumpet’s blasts, and the shrill music, came upon it so unexpectedly, that it probably thought, like Jeppe when he awoke in the Baroness’s bed, ‘What can this be! What can this be!’ But it did not begin to weep like Jeppe; it plunged its horns into the sand, its backbones showing its strength, and the sand was whirled up in eddies into the air, but that was all it did. The bull seemed dismayed by all the noise and bustle, and only anxious to get away. In vain the Banderilleros teased it with their red cloaks; in vain the Picadores brandished their lances. These they hardly dared use before the animal had attacked them; this is to be seen at the more perilous bull-fights, of which we shall, by-and-bye, have more to say, in which the bull can toss the horse and the rider so that they shall fall together, and then the Banderilleros must take care to drive the furious animal to another part of the arena, until the horse and its rider have had time to arise to another conflict. One eye of the horse is bound up; this is done that it may not have a full view of its adversary, and become frightened. At the first encounter the bull often drives his pointed horn into the horse so that the entrails begin to well out; they are pushed in again; the gash is sewed up, and the same animal can, after the lapse of a few minutes, carry his rider. On this occasion, however, the bull was not willing to fight, and a thousand voices cried, ‘El ferro!’

    The Banderilleros came with large arrows, ornamented with waving ribands, and squibs; and when the bull rushed upon them, they sprang aside, and with equal grace and agility they contrived to plunge each arrow into the neck of the animal: the squib exploded, the arrow buzzed, the poor bull became half mad, and in vain shook its head and its neck, the blood flowed from its wounds. Then came Espada to give the death-blow, but on an appointed place in the neck was the weapon only to enter. It was several times either aimed at a wrong place, or the thrust was given too lightly, and the bull ran about with the sword sticking in its neck; another thrust followed, and blood flowed from the animal’s mouth; the public hissed the awkward Espada. At length the weapon entered into the vulnerable spot; and in an instant the bull sank on the ground, and lay there like a clod, while a loud ‘viva’ rang from a thousand voices, mingling with the sound of the trumpets and the kettle-drums. The mules with their bells, their plumes of feathers, and their flags, galloped furiously round the arena, dragging the slaughtered animal after them; the blood it had shed was concealed by fresh sand; and a new bull, about as young as the first, was ushered in, after having been on its entrance excited and provoked by a thrust from a sharp iron spike. This fresh bull was, at the commencement of the affray, more bold than the former one, but it also soon became terrified. The spectators demanded that fire should be used against him, the squib arrows were then shot into his neck, and after a short battle he fell beneath the Espada’s sword.

    ‘Do not look upon this as a real Spanish bull-fight,’ said our neighbours to us; ‘this is mere child’s play, mere fun!’ And with fun the whole affair ended. The public were allowed, as many as pleased, to spring over the barriers into the arena; old people and young people took a part in this amusement; two bulls with horns well wrapped round, were let in. There was a rushing and springing about; even the bulls joined the public in vaulting over the first barrier among the spectators who still remained there; and there were roars of laughter, shouts and loud hurrahs, until the Empressario the manager of that day’s bull-fight, found that there was enough of this kind of sport, and introduced the two tame bulls, who were immediately followed by the two others back to their stalls. Not a single horse had been killed, blood had only flowed from two bulls; that was considered nothing, but we had 6een all the usual proceedings, and witnessed how the excitement of the people was worked up into passionate feelings.

    It was here, in this arena, in 1833, that the revolutionary movement in Barcelona broke out, after they had commenced at Saragossa to murder the monks and burn the monasteries. The mass of the populace in the arena fired upon the soldiers, these fired again upon the people; and the agitation spread abroad with fiery destruction throughout the land.

    Near the Plaza de Toros is situated the cemetery of Barcelona, at a short distance from the open sea. Aloes of a great height compose the fences, and high walls encircle a town inhabited only by the dead. A gate-keeper and his family, who occupy the porter’s lodge, are the only living creatures who dwell here. In the inside of this city of the dead are long lonely streets, with boxlike houses, of six stories in height, in which, side by side, over and under each other, are built cells, in each of which lies a corpse in its coffin. A dark plate with the name and an inscription is placed over the opening. The buildings have the appearance of warehouses, with doors upon doors. A large chapel-formed tomb is the cathedral in this city of the dead. A grass plot, with dark lofty cypresses, and a single isolated monument, afford some little variety to these solemn streets, where the residents of Barcelona, generation after generation, as silent, speechless inhabitants, occupy their gravechambers.

    The sun’s scorching rays were glaring on the white walls; and all here was so still, so lonely, one became so sad that it was a relief to go forth into the stir of busy life. On leaving this dismal abode of decay and corruption, the first sound we heard appertaining to worldly existence was the whistle of the railway; the train shot past, and, when its noise had subsided, was heard the sound of the waves rolling on the adjacent shore; thither I repaired.

    A number of fishermen were just at that moment hauling their nets ashore; strange-looking fishes, red, yellow, and blueish-green, were playing in the nets; naked, dark-skinned children were running about on the sands; dirty women—I think they were gypsies— sat and mended old worn-out garments; their hair was coal-black, their eyes darker still; the younger ones wore large red flowers in their hair, their teeth was as glittering wbite as those of the Moors. They were groups to be painted on canvas. The city of the dead, on the contrary, would have suited a photographer, one picture of that would be enough; for from whatever side one viewed it, there was no change in its character: these receptacles for the dead stood in uniform and unbroken array, while cypress trees, here and there, unfolded what seemed to be their mourning banners.

  • Galdós: recuerdos de la Barcelona revolucionaria del 68; la Rambla, la Muralla del Mar y el Jardín del General; el guerracivilismo de los españoles; su primera novela

    Al salir de Barcelona [en 1903] el maestro Galdós ha enviado á EL LIBERAL en Barcelona una notable impresión, cuyo especialísimo tono local no le resta mérito alguno fuera de la ciudad condal.

    Sobriamente evoca Galdós los sucesos de Septiembre del 68, y la antigua ciudad.

    Es éste un documento muy interesante, además, por lo que cuenta de Los Episodios nacionales.

    Dice así:

    Sr. Director de EL LIBERAL.

    Me pregunta usted si es antiguo mi conocimiento de Barcelona, y cuántas veces he visitado á esta ciudad. Más fácilmente que puntualizar las visitas, puede mi memoria dar á usted noticia de la primera tan remota, que ahora me parece, como quien dice, perdida en la noche de los tiempos. Ello fué en días inolvidables, de los que marcados quedaron en la Historia patria como días de buena sombra, resultando también de feliz agüero en la vida individual, particularmente en la mía. En Barcelona pasé las dos últimas semanas de Septiembre de 1868, y el memorable día 29, fechas, como usted sabe muy bien, de las más famosas del siglo nuestro, que es el pasado, todo él bien aprovechado de crueles guerras, mudanzas y trapisondas.

    Ya ve usted si son de largo tiempo mis amistades con la capital de Cataluña. El prodigioso crecimiento de esta matrona, nadie tiene que contármelo, porque lo he visto y apreciado por mí mismo, un lustro tras otro. En Septiembre del 68, rota ya la cintura de murallas que oprimían el cuerpo de la histórica ciudad, empezaba ésta, por una parte y otra, á estirar sus miembros robustos nutridos por sangre potente. La he visto crecer, pasando de las moderadas anchuras á las formas de gigante que no cabe hoy en las medidas de ayer, ni ve nunca saciadas sus ansias de mayor vitalidad y corpulencia.

    A mediados de Septiembre vine de Francia con mi familia, pasando el Pirineo en coche, pues aun no había ni asomos de ferrocarril entre Perpiñán y Gerona. Recuerdo que por falta de puente en no sé qué río, la diligencia se metía en las turbias aguas, atravesándosas de una orilla á otra sin peligro alguno, al menos en aquella ocasión. De Figueras, conservo tan sólo una idea vaga. En cambio, Gerona, donde pasé un día con su noche, permaneció en mi mente con impresiones indelebles… [Gerona y los Episodios Nacionales]

    Barcelona fúe para mí un grato descubrimiento y un motivo de admiración, aun viniendo de París y Marsella. Me sorprendían y cautivaban la alegría de este pueblo, la confianza en sí mismo, y el ardor de las ideas liberales que entonces flameaban en todas las cabezas, aquel ingénuo sentimiento revolucionario, ensueños de vida progresiva y culta, tras de la cual corrían con igual afán los que conocían el camino y los que ignoraban por dónde debíamos ir para llegar salvos. En aquellos hermosos días de esperanza y fe, tenía la Libertad millones de enamorados, y lo que llamábamos Reacción había caído en el mayor descrédito. El sentimiento público era tan vivo, que las cosas amenazadas de muerte se caían solas, sin que fuera menester derribarlas.

    La principal hermosura de Barcelona era entonces su Rambla, rotulada con diferentes nombres, desde Santa Mónica hasta Canaletas. Viéndola hoy [1903], paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el contínuo trajín de coches y tranvías. La Rambla es de esas cosas que, admitiendo las modificaciones que trae el tiempo, no envejecen nunca, y conservan eternamente su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria.

    El paseo más grato era entonces la Muralla de Mar, á la que se subía por la rampa de Atarazanas, y se extendía por lo que es hoy paseo de Colón. El paseante iba por el alto espacio en que se mecen hoy las cimas de las palmeras, y por un lado dominaba el puerto, en el cual hacían bosque los mástiles de los buques de vela, por otro podía curiosear el interior de los primeros pisos. Ya se hablaba de demoler la muralla, y los viejos se lamentaban de la destrucción de aquel lindo paseo, como de la probable pérdida de un sér querido; tan arraigada estaba en las costumbres la vuelta diaria por el alto andén en las tardes placenteras de verano. Los jóvenes la vierno desaparecer, y ya no se acuerdan de lo que fué uno de los mayores encantos de la vieja Barcelona.

    El ensanche estaba ya bosquejado, y en el Paseo de Gracia iban tomando puesto las magníficas construcciones, que eran albergue y vanagloria de los ricos de entonces. Aun faltaba mucho para que se pudiera admirar la parada de casas con que el citado Paseo, la Rambla de Cataluña, la Granvía y otras nos deslumbran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona de los millionarios de hoy. De jardines públicos no recuerdo más que el llamado del General, más allá de la Lonja, hacia el Borne. Era tan chico y miserable que si hoy existiera lo miraría con burla y menosprecio la más menguada plazuela de la moderna ciudad. Más allá se extendía la trágica Ciudadela, odiada del pueblo, que anhelaba destruirla, y casi casi anticipaba la demolición con sus maldiciones y anatemas.

    Me parece que estoy viendo al conde de Cheste, en aquellos días de Septiembre, recorriendo la Rambla, seguido de los mozos de escuadra. Su arrogante estatura se destacaba entre el gentío, que le veía pasar con respeto y temor. Del último bando que publicó, conservo en mi memoria retazos de frases que denunciaban su carácter inflexible, su adhesión á la causa que defendía, así como sus gustos literarios, propendiendo siempre á cierto lirismo militar, muy propio de los caudillos de la primera guerra civil. No recuerdo bien si fué el 30 ó el 31 cuando empezaron á correr las primeras noticias de la acción de Alcolea. Fueron rumores, que más parecían ilusiones del deseo. Primero, secreteaba la gente en los corrillos de la Rambla; después, personas de clases distintas soltaban el notición en alta voz; y los crédulos y los incrédulos acababan por abrazarse… Lo que pasó luego en la ciudad no lo supe, porque mi familia tuvo miedo, creyendo que se venía el mundo abajo, y como habíamos de salir para Canarias, se resolvió abandonar la fonda de las Cuatro Naciones, y buscar seguro asilo á bordo del vapor América, que había de salir en una fecha próxima. Aquella noche, tertuliando sobre cubierta mi familia y otras que también huían medrosas, vimos resplandor de incendios en diferentes puntos de la población. El pueblo, inocente y siempre bonachón, no se permitía más desahogos revolucionarios, después de tanto hablar, que pegar fuego á las casillas del fielato.

    Viajeros pesimistas, que iban con nosotros, auguraban asolamientos y terribles represalias que ponían los pelos de punta; pero nada de esto pasó, al menos por entonces. El pueblo, aquí como en el resto de España, rarísima vez ha sido vengativo en las conmociones puramentes políticas. Se ha contentado con un cambio infantil de los nombres y símbolos de las cosas, así como los primates apenas han sabido otra cosas que erigir nuevas columnas en la Gaceta, llenas de ineficaz palabrería.

    Tengo muy presente al segundo de á bordo, catalán de acento muy cerrado, sujeto entrado en años, locuaz, ameno y de feliz memoria. Monstrándome el edificio de la Capitanía general, que tras la Muralla del mar desde el vapor se veía, me contó con prolijas referencias de testigo presencial la horrible muerte de Bassa, como lo arrojaron por el balcón, como lo apuñalearon, y echándole una cuerda al cuello, arrastraron por las calles su acribillado cuerpo. Poco sabía yo de estas cosas. De la dramática historia del siglo sólo conocía las líneas generales, y eran vagamente sintéticas mis ideas sobre las sanguinarias peleas por los derechos de dos ramas dinásticas, sin que en tan estúpìda y fiera lucha haya podido ninguno de los dos bandos demostrar que su rama valía más que la otra.

    Naturalmente, no pensaba yo así en aquel tiempo, pues mis conocimientos de la historia patria eran cortos y superficiales, y del libro de la experiencia había pasado muy pocas hojas. Los frutos de la verdad son tardíos. Vienen á madurar cuando maduramos; pero en nuestro afán de vivir á prisa, comemos verde el fruto, y de aquí que no nos haga todo el provecho que debemos esperar… Como digo, yo sabía de estas cosas menos de lo que hoy sé, que no es mucho, y mis inclinaciones hacía la novela eran todavía indecisas por estar la voluntad partida en tentativas y ensayos diferentes. La Fontana de oro, primer paso mío por el áspero sendero, no estaba aún concluída. Ín diebustillis [In diebus illis: en días aquellos], cuando por primera vez estuve en Barcelona, llevaba conmigo dos tercios próximamente de aquella obra, empezada en Madrid en la primera del 68, continuada después en Bagneres de Bigorre, luego pasada por Barcelona y las aguas del Mediterráneo para que se refrescara bien, y concluída por fin en Madrid andando los meses.

    El vapor América salió para Canarias, y á mí me dejó en Alicante.

    **********

    Dispénseme usted, señor director… Las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona.

    Quédese la continuación para el año próximo.

    B. Pérez Galdós.

    Barcelona 8 de Agosto de 1903.

  • Noticia del levantamiento del cerco carlista de Bilbao; empiezan las obras del nuevo mercado del Borne, inaugurado octubre de 1875

    SERVICIO PARTICULAR POSTAL de LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA:
    Barcelona, 26[/10/1875]

    De tal manera ocupa la atencion pública el nuevo mercado del Borne en el parque de la ex-ciudadela de Barcelona, que creo oportuno trasmitir á ustedes sobre él los siguientes curiosos detalles.

    Las obras de este grandioso mercado, levantado en lo que fué glasis de la ciudadela de Barcelona y paseo llamado de San Juan (que hoy ha desaparecido), se inauguraron el mismo dia en que fué recibida en la capital del antiguo Principado la fausta nueva de la toma de Bilbao por las tropas liberales (mayo de 1874), y quedando ya actualmente terminadas, su construccion ha requerido tan solo un plazo de diez y siete meses, ocupándose por término medio diariamente, unos 30 ó 40 operarios de todas clases, inclusos albañiles.

    La compañía anónima establecida en Barcelona con la denominacion de «La maquinista terrestre y marítima» ha llevado á cabo la obra, en la parte metálica, bajo la entendida direccion del jóven ingeniero catalan D. José Maria Cornet y Mas, habiendo sido confeccionadas en sus talleres todas las piezas de hierro colado que entran en su construccion, así como las de hierro estirado lo fueron en la ferrería de Ntra. Señora del Remedio, que los Sres. D.I. y C. Girona poseen en el pueblo de San Martin de Provensals, contiguo á Barcelona; las tejas planas vidriadas y barnizadas que cubren el edificio, han sido fabricadas por los Sres. Macia, Santigós y compañía, y los pararayos colocados en sus carenas y templete por los Sres. Dalmau é hijo, fabricantes ópticos de Barcelona.

    Tan solo proceden de Inglaterra las tiras de cristal para las persianas de los ventanales de los intercolumnios, rotonda y su templete.

    La superficie total que cubre el mercado es de 8400 metros.

    El coste de la parte metálica de dicho edificio, con su cubierta y cristales, única que con el montaje general de la obra ha corrido á cargo de «La maquinista terrestre y marítima» no escede de un millon de pesetas; y en otro tanto puede valuarse la obra de mampostería, sillería, cloacas, alumbrado é instalacion de cajones, mesas y demás puestos para la venta, cuya parte ha corrido al cargo esclusivo del ayuntamiento de Barcelona; por manera que la obra completa no escederá de 8.000000 de reales, siendo propietario de ella el municipio, en representacion de la ciudad, desde el momento de su inauguracion, cuya esplotacion se ejecutará por su esclusiva cuenta.-D.S.

  • Indemnizaciones para los herederos de los propietarios desalojados de la Ribera en 1715

    Terrenos de la ex-ciudadela de Barcelona

    Terminando el 17 de diciembre del presento año el plazo dentro del cual los herederos y sucesores de los propietarios de edificios y tierras que fueron objeto de ocupación en el año 1715 y siguientes para la construcción de la Ciudadela, puedan reclamar del Ayuntamiento la indemnización á que tienen derecho en virtud de la ley de cesión de 18 de diciembre de 1869, se invita de nuevo á los que no han otorgado ya poderes ó no han incoado por sí la reclamación, para que se pongan de acuerdo con el representante de la mayoría de los propietarios hasta hoy dia reclamantes, señor marqués de Montoliu, (Codols, 16, 2.°), de dos á cinco de los días laborable, si no quieren que sus derechos prescriban.

    Nota. Se ruega á los herederos y sucesores de Francisco Amat. sucesor á su vez en 1789 de Jaime Muns, llamado Pasaportodo, á los de Francisca Bastero, Ignacio Castellet, José Font, José Gregorio, Raimuudo Pujol, José Palan, Estefania Roig, María Rosell, José Romeu, J. Sanjust, Gerónimo Sallares, José Soldevila, Sra. Trías, D.ª Margarita Frígola y D. Juan Santamaría se presenten cuanto antes para enterarles de documentos que les interesa.