Día: 24 de junio de 1848

  • Octava del Corpus

    Sábado.

    [Procesion de la parroquia] de san Miguel. [Ninguna particularidad.]

  • Los cansancios y la feria de juguetes del día después

    No podeis figuraros, lectores queridos, la modorra, el sueño y la pereza que nos sobrecogió cuando llegamos al dia 24 de junio de 1848 en que nos vimos precisados á escribir el artículo correspondiente á este dia para añadir al Añalejo que estábamos zurciendo. Habíamos trasnochado para coger la verbena y poder enterarnos por vista de ojos de las costumbres de la noche pasada. Tambien tiramos las tres hahas (léase el artículo anterior) debajo de la cama en punto de la media noche, y acertamos á coger la del hollejo entero, lo que tuvimos á feliz pronóstico en órden á la suerte de nuestro libro. Esto contribuyó á amodorrarnos mas y mas. —Asi como asi, dijimos para nuestro capote, ha de tener éxito nuestra obra; ¿pues para qué cansarnos? —Pero, ¡mal pecado! acordémonos de que nuestro colaborador se llamaba, como se llama todavía, Juan, y que nos felicitó en su lugar y caso nuestros dias, y que fuera faltar á la amistad no corresponder á tamaña fineza. Como nos hallábamos cansados y no queríamos salir de casa, hicímoslo por escrito. No queríamos ni teníamos ganas de ocuparnos en el Añalejo, y habíamos de escribir una carta de dias que es lo mas insustancial y necio que escribirse puede. Borrajeamos la carta, y saliónos tal que lo mismo alumbra al santo que á sus devotos, y haciendo á todo, la insertamos á continuacion, si nó desde la cruz á la fecha, porque no está en la órden del dia el encabezar escritos con la señal del cristiano, al menos desde la fecha á la firma. Decia asi:

    Fecha ut supra (latinajo que la costumbre ha adoptado).
    «Amiguísimo Juan: Dios te dé salud y pesetas y te conserve con una y otras tantos años como pelos tienes en las barbas, que no es poco desear; pero líbrete de la importunidad de tener que oir la retahila de frases con que te dará los dias tu setentona criada, tu tiznado limpiabotas, y los repartidores de todos los periódicos á que estés suscrito. Déte paciencia para sufrir todas las visitas con que en el dia de hoy pueden molerte todos aquellos á quienes puedas dispensar buenos oficios, y sobre todo para escuchar todos los versos que te reciten todos tus sobrinos y todos tus ahijados. Sin embargo á esta clase de menor edad, conténtala: es la generacion que puede ser tu apoyo cuando no tengas muelas y tengas canas, ó no tengas ni lo uno ni lo otro. Madruga un tanto, y rodeado de esos pimpollitos vé á la feria de juguetes que hallarás en la calle donde está la iglesia de san Juan Bautista. Vé allá, y no lo dudes, pasarás un buen rato.»

    «El concurso es numeroso : la mayor parte de los que tienen la costumbre de madrugar los domingos y disantos para salir á dar un paseo por el mercado de las flores se trasladan á la escena de la feria. El sordo murmullo del gentío, el chiflido de los pilletes, el agudo sonido de los silbatos, la destemplada voz de los vendedores de agua fresca, y la de los chiquillos abaniqueros, y la del titerero, son cosas que cada una por sí sola basta para atolondrar la mollera mas dura y causarle á uno un tabardillo. Agrega á esa música las exigencias de tus sobrinitos que querrán comprar todo lo que les guste, y les gustará casi todo, y uno querrá un altanto, y otro un morrion y una cartuchera ó un sable, otro un santo de barro, y querrán ver en la linterna mágica; y las sobrinitas querrán una muñeca, y acabarás por gastar no pocos reales. Parécenos que estamos viéndote de vuelta de la feria con los susodichos sobrinitos: uno, el mas chiquitín , marchando delante baqueteando un tambor; otro marchando á derecha é izquierda, al frente y á retaguardia, tirando cortes y estocadas con su sable á cuantos perros encuentra; otro apuntando el fusil á todos los pájaros enjaulados que ve en los balcones, y la sobrinita cogida del faldon de tu gaban-frac besucando la muñeca y saltando para poder seguir el paso mas que regular que llevas á fin de salir cuanto antes de aquel infierno y librarte de la carga del altarito, de las figuritas de barro cuyos colores te embadurnan los guantes, y del ramillete de flores que te ha regalado alguna picarona hija de Adan.»

    «Adivinamos que vas á decirnos que no serás tú el que se encuentre en tales lances, porque ni es tu carácter, ni tienes por costumbre ir á las ferias. Sin embargo queremos decirte los inconvenientes de llamarse Juan en el dia de la fecha, y de ser soltero, y de tener sobrinos y ahijados á quienes hayas de contentar. ¡Cásate, chico! y tendrás escusa para no complacer á sobrinos y ahijados; y aunque continúes llamándote Juan, y tus hijos quieran llevarte á la feria, tendrás libertad para negarles la demanda ó darles un pescozon si no siguen los principios de urbanidad y compostura con que los hayas educado.»

    «Adios, Juan. En paz te queda.»